PENUMBRIA - CINCO

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PENUMBRIA – CINCO

Octubre, 2012

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ÍNDICE

TORRE DE JOHAN RUDISBROECK / editorial … 5 TIENDA DE ANTIGÜEDADES DEL PERVERSO MEFISTO / cuentos Cuarenta y dos muchachos / Mariano F. Wlathe …7 Los robots / Paulina Monroy …9 La hermandad de los deckardianos / Bernardo Monroy …10 #Microhorror III / Ana Paula Rumualdo …14 El intruso / Diana Beláustegui …15 La noche no es para los vivos/ Erath Juárez Hernández …17 Tan azules como el cielo / David Rubio Esquivel …21 Caín / Pok Manero …24 Los oropeles del infierno / Georgina Montelongo …26 Francotirador, Alzheimer surrealista, Cuento de horror / Víctor Hugo Perea Ochoa …28 La creación del Millalobo / G. Lorcan …29 El tué tué / Ingel Lazaret …30 Cabeza de caballo / Andrés Galindo …32 La puerta / Miguel Lupián …34 Jornada onírica #18 / Lacolz González…35 AUTÓMATAS / colaboradores …36

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TORRE DE JOHAN RUDISBROECK

Con el número CINCO cumplimos seis meses de haber cruzado el río Tang. La respuesta ha sido fantástica, tanto en el blog -donde compartimos reseñas, críticas, ensayos, cortometrajes, podcast...- como en las convocatorias para las antologías mensuales de cuento. Te agradecemos, viajero/lector, porque sin ti esta aventura hubiera sido una simple anécdota y no el proyecto que -placenteramente- consume casi todo nuestro tiempo. En la tienda de antigüedades del perverso Mefisto encontrarás a cuarenta y dos muchachos burlones, robots sexuados y una secta salida de la ciencia ficción. Horrores pequeñitos, pero contundentes. Poemas para recitar en tus últimos días, intrusos que viven debajo de tu cama y niños que le temen a la noche. Hermanos siniestros, transmutaciones felinas y un navío que recoge a las almas perdidas en el mar. Extrañas criaturas que graznan, reflexiones de un futuro cuarentón, puertas a otras dimensiones y sueños, muchos sueños. Sabemos que estos cuentos detonarán tu imaginación y vislumbrarás Penumbria, la ciudad del otoño perpetuo.

Miguel Lupián Director RP

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TIENDA DE ANTIGÜEDADES DEL PERVERSO MEFISTO

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CUARENTA Y DOS MUCHACHOS Mariano F. Wlathe

—Necesito que me diga una vez más, ¿qué pasó? —Fue un milagro. —Una masacre. Después subió de allí a Betel; —¡No! Lo hizo por amor. Por amor a nosotros, para mostrarnos el camino correcto y salvar nuestras almas. —Usted lo hizo, no había nadie más allí. —¿Cómo podría? Uso un bastón y apenas puedo caminar. En su corazón sabe que digo la verdad. y subiendo por el camino, —¿Qué hacía en el museo? —Anoche, el Señor me habló. Me dijo que fuera y les mostrara su error. —¿Matándolos? ¡Eran niños! salieron unos muchachos de la ciudad, —Yo no los maté. Dios lo hizo, porque nos ama y quiere salvarnos. Llevaron a esos niños a un altar a la ignorancia para convencerlos de una mentira. —¿El museo de paleontología? —Sí. Él me envió allí para decirles la verdad. y se burlaban de él, diciendo: —¿De qué está hablando? Cuarenta y dos niños fueron brutalmente asesinados, y usted es el único sospechoso. ¿Qué pasó? —Engañaron a todos, les dijeron que venían de los monos y lo creyeron, por eso se comportaron como animales. Les dije la verdad, pero era tarde. ¡Sube, calvo! —¿Qué verdad? —¡Génesis 1:27! Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

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—¿Creacionismo? Está loco. ¡Sube, calvo! —No estoy loco. Traté de advertirles. Les dije que debían creerme. La ciencia falla, un día dice una cosa y al siguiente algo distinto. Es un fraude para promover el ateísmo. —Y, como no le creyeron, los mató. —No fui yo, fueron los osos. Dos de ellos. Y mirando él atrás, los vio —¿Creí que había sido dios? No espera que le crea señor… —Eliseo. —Eliseo, los únicos osos en ese museo están disecados. Sería más probable que lo hubiese hecho dios. y los maldijo —Fue Él, quien en su inmensa sabiduría y con profundo amor, sacrificó a esos niños para mostrarnos su fuerza, su ira y su misericordia. —¿Cuál misericordia? Los niños fueron eviscerados. en el nombre de Jehová. —Su misericordia para con nosotros. Aun los ateos, como usted, ya no tienen razón para dudar de su palabra. Él les devolvió la vida a esos osos y castigó a los niños por burlarse. Y salieron dos osos del monte, —¿Los niños se burlaron de usted, de lo que dijo? —No me creyeron. Se rieron de las palabras que Dios puso en mi boca, se mofaron de mi cojera, de mi calvicie. Gritaron y se burlaron de la ira del Todopoderoso. y despedazaron de ellos —Entonces los mató. —No. Los maldije. Los maldije en el nombre de Jehová, nuestro señor. Él revivió a las bestias y las lanzó contra ellos. Uno a uno, los niños fueron desmembrados, según su voluntad. Abrieron sus vientres y exhibieron sus entrañas. La sangre cubrió el suelo. Esperé, a que todos los blasfemos murieran y me fui de ahí. a cuarenta y dos muchachos. 2 Reyes 2:23 – 24

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LOS ROBOTS Paulina Monroy

En el futuro convivirán el robot y el hombre.

I.

En la concepción de robots, habrá que suspender al hombre y a la máquina en líquido quieto, sonoro y rosado como el de una matriz. Que la pecera se asimile a un cobijo. Ahí, de frente y alejados, XÑ, el prototipo femenino, y XY, el varón, se observarán. Descubrirse, el objetivo.

II.

Transcurrirán dos días. XÑ y XY habrán despertado la curiosidad del otro. Vendrá el encuentro, pero deberán vacilar; mantenerse al acecho y guardar su distancia. Girarán hasta casi invadirse. El deseo, el objetivo.

III.

Ellos se tocarán las manos. Discreta, XÑ retirará la suya, mientras XY jugará a encontrarla. Ella sentirá vergüenza; él, deseo. Ella le enseñará un meñique de latón. Se dejará seducir, mientras él con la punta de su dedo corazón le hará el amor. Al inicio dócil, después enlazando la piel y el acero. Se aprisionarán y librarán. Unirán las manos. Encontrarse, el objetivo.

IV.

Vendrá el silencio. La máquina descansará la cabeza en las piernas del hombre. El arrullo, el objetivo.

V.

Ellos se mirarán de frente. XÑ le quitará el cabello de la cara y acercará la boca fría para rozar la de él. Los labios se entibiarán con el beso. XÑ y XY liarán las piernas y empezarán a flotar. Cuando ella abra la cadera, saldrá un borbollón de luz. Él se acercará bienvenido. Quedarán unidos y se dejarán llevar. Bailar, el objetivo.

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VI.

Se consumará la unión. El gameto de XY viajará por el útero de XÑ para llegar al óvulo dorado. Atraído por su brillo, lo perforará. El nuevo embrión dará círculos en el vientre como una pelota. Será moldeado el primogénito de XÑ. Engendrar, el objetivo.

VII.

La luz de la máquina será extinguida. Mil gametos de XY andarán el mismo trayecto para asaltar y destruir al óvulo dorado. No se detendrán y seguirán golpeando el vientre de XÑ. Le harán mil grietas para salir convertidos en mil embriones.

La máquina será desechada y el hombre habrá cumplido su

misión. El líquido quieto, sonoro y rosado criará a los nuevos robots. Colonizar, el objetivo.

LA HERMANDAD DE LOS DECKARDIANOS Bernardo Monroy

Abandoné mis estudios universitarios para fundar una secta ovni. No me arrepiento. Es maravilloso tener personas que te llenen de elogios, que tengan sexo contigo, que trabajen por ti y para ti, que mueran y maten por ti. Querido hermano, te explicaré el dogma de nuestra hermandad: ¿Alguna vez leíste El Amo de los Títeres de Robert Heinlein y Los Ladrones de Cuerpos de Jack Finney? Por supuesto que no. Los sectarios son muy pendejos. (No te ofendas, no es un insulto sino frases para apaciguar tu ego). Ambas novelas, escritas durante la década de los cincuenta del pasado siglo, son clásicos de la ciencia ficción, y tratan de lo mismo: extraterrestres llegan a nuestro planeta para invadirlo controlando a los humanos y suplantándolos. Aquí está el truco, lo que debes entender: esos extraterrestres existen y están entre nosotros. Y se llaman los dualianitas. Ya han controlado a varios líderes religiosos, políticos y artistas. De hecho, Carlos Fuentes fue

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poseído por uno de ellos. Sólo así te explicas que escribiera clásicos como Aura y terminara publicando bodrios como Adán en Edén. Lo mismo sucede con Paul Mc Cartney. ¿Lady Gaga? Ella nació así. Los dualianitas quieren dominar al mundo. Son parásitos de forma viscosa que se introducen por tu ano y controlarán tu conciencia. Benedicto XVI, Obama y todos en la ONU lo son. Sólo una persona se ha liberado de ellos y es un iluminado, destinado a conducir a la humanidad a una nueva era de luz. Esa persona obviamente soy yo. Yo. Yo. Ricardo Blanco, tu amado líder. Somos La Hermandad de los Deckardianos porque tomamos el nombre de Rick Deckard, protagonista de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, ya que el personaje buscaba androides con forma humana infiltrados entre los humanos. Nosotros hacemos lo mismo. Sólo yo te puedo salvar. Yo destruiré a los dualianitas, que ocultan sus platillos voladores en lugares estratégicos de nuestro planeta. Mis dos subtenientes, John Connor y Ellen Ripley me ayudarán. Somos como la Santísima Trinidad. ¡NECESITAS APOYARME! Así que haz lo que te digo y deja una donación en mi cuenta bancaria. Cabe señalar que todo es un donativo, yo no cobro por mi Labor Sagrada. Sí… sé que suena como una pendejada, pero no tienes idea de la cantidad de personas que han caído en mis redes. Es tan absurdo como… ya sabes. Un judío resucitado. Cuando redacté el Manifiesto Deckardiano mi amiga Gaby y yo escuchábamos el tema de Blade Runner de Vangelis y fumábamos marihuana. Gaby me sugirió crear una religión, y yo lo hice en cuestión de una hora, basándome en conceptos de la literatura y el cine de ciencia ficción. “Esto es una mamada”, pensé, mientras enviaba el Manifiesto a correos masivos y creaba un grupo de Facebook. Una semana después me olvidé de todo el asunto y seguí con mis estudios de Ingeniería Civil. En nuestros ratos libres, Gaby y yo veíamos películas de ciencia ficción, discutíamos la dialéctica de Isaac Asimov (nula, por cierto) y asistíamos a convenciones de anime y manga vestidos como Goku y Bulma, y cantábamos en un karaoke “Cruel Angel Thesis”… sí, éramos un par de ñoños frikis pese a nuestros veintiún años. Mis padres me decían que leer ciencia ficción no me llevaría a nada… pero lo cierto fue que un mes después de aquella noche, cuando descubrí que la gente me buscaba y varios compañeros de la universidad me vitoreaban como el hombre que liberaría a la humanidad de los dualianitas, descubrí mi vocación. Hubo idiotas que me regalaron dinero, y en un par de semanas compré una bodega que forré con papel aluminio y se convirtió en la sede de mi secta: El Templo de Palmer Eldritch. El dinero, el sexo y una vida holgada estaban a mi servicio… pero desde hace cuatro años abandoné la escuela. Para mí,

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fundar una secta fue como el burro que tocó en la flauta la tonadita de “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo”. *** Desde que había abandonado la universidad, hacía cuatro años, ella se había convertido en mi más feroz detractora. Se dedicaba a la divulgación de la ciencia después de titularse en Física, y cuando no enseñaba sobre la doble hélice o los quarks a niños de primaria, escribía artículos, ofrecía entrevistas y denunciaba a los Deckardianos. “Yo fui amiga de Ricardo, estaba presente la noche que se le ocurrió la idea para su secta, pasó de ser un ñoño a un peligro para el país y la humanidad”. Los artículos de Gaby me comparaban con Marshall Applewhite y Ron Hubbard, los líderes de La Puerta del Cielo y la Cienciología. Mi argumento para defenderme era simple: a diferencia de esas sectas, que también creían en idolatrar extraterrestres, los Deckardianos jamás habían cometido actos violentos ni se habían suicidado. Claro… era cierto que me daban millones de dólares y me adoraban, pero lo hacían por que querían. Mis fieles me amaban. Mi hermandad y yo éramos tranquilos. Después, vino el incidente de los cincuenta idiotas en el centro comercial: el caso es tan sonado que seguramente lo recuerdas: la mañana del 8 de octubre del año pasado, los miembros de la Hermandad de los Deckardianos pusieron una bomba en el centro comercial de la ciudad, matándose ellos, a cien personas y provocando millones de pesos en pérdidas, según ellos porque el edificio escondía una nave dualianita y todos los clientes estaban controlados. En un principio me deslindé, pero otros diez deckardianos colgaron una manta con mi rostro en los escombros. Así que sólo pude suspirar. El FBI me definió como una secta destructiva y comenzaron las investigaciones tanto de la policía mexicana como de la Interpol. Eso sólo sirvió para que Gaby tuviera motivos para atacarme. Al día siguiente del accidente en el centro comercial, apareció en los principales noticieros del país, donde la presentaban como “la principal detractora de los Deckardianos”. Prendí la televisión y vi que despotricaba contra mi humilde persona: —Ricardo es un peligro. Mi deber como divulgadora de la ciencia es desenmascararlo. Sí, fuimos amigos, pero me arrepiento. Al igual que Ron Hubbard, Ricardo tomó elementos de la ciencia ficción y la cultura popular para fundar su secta, aprovechándose de ignorantes, incautos y desesperados. ¿Sabían que Hubbard, antes de fundar la cienciología, escribía cuentos de ciencia ficción? Él mismo declaró

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que si querías hacerte millonario, debías fundar una religión. ¡Ricardo no es más que un pinche friki ridículo! ¡Yo era testigo en la escuela cuando le hacían calzón chino, le metían la cabeza al escusado y le rompían sus cómics! Su secta se basa en buscar los puntos débiles de la gente, hacerles creer en ovnis y basarse en elementos de ciencia ficción. ¿Sabían que los herederos de Heinlein y Philip K. Dick le metieron demanda? ¡Ricardo no es ni un sabio ni un iluminado, ni siquiera acabó la carrera! Ricardo se basa en la poca fe que la gente tiene actualmente en las religiones institucionalizadas para controlar incautos y exprimirles hasta el último centavo. Él no le da de comer a sus más de cinco mil seguidores que tiene en todo el país, además que es un marihuano. Yo nunca fumé mota con él y… Cumpliendo con el cliché del malvado líder sectario, apagué la televisión lanzando un pisapapeles de mármol a la pantalla, destrozándola. Mientras las chispas saltaban a la alfombra, llamé a dos de mis hermanos para que limpiaran el tiradero y me hicieran sexo oral. Después, le ordené a otro de mis hermanos que me trajera el teléfono y marcara un número. Otro hermano acercó el auricular a mi oreja. —¿Bueno? ¡Gaby querida! Felicidades por tu entrevista. Te agradezco me hayas mencionado. ¿Qué te parece si vienes a mi oficina para que aclaremos nuestras diferencias? En son de paz, como en los viejos tiempos, cual acuerdo a orillas del Rubicón… no, puedes confiar en mí. Te juro que no haré nada. Cuando Gaby me confirmó la cita, sonreí con mueca de Alien de Ridley Scott. *** Gaby llegó al Templo de Palmer Eldritch al anochecer. Mis esclavos… digo, mis hermanos, la recibieron ofreciéndole un capuchino y arrodillándose para que se sentara en sus espaldas. Todos le dijeron “hola” con nuestra presentación oficial: el Saludo Vulcano. Bueno… en realidad es del señor Spock y de Star Trek, pero yo me lo robé. Vestían con un overol plateado mientras que yo llevaba mi playera Lacoste, comprada con sus generosos donativos. Gaby no duró ni un segundo sin empezar a recriminarme: Sectario de mierda, mira como humillas a tus seguidores. Los que viven contigo sólo están para servirte. Tú eras mi amigo, tú y yo éramos fanáticos de la ciencia ficción y ve en lo que te has convertido. ¡Profanaste los nombres de Heinlein, de Finney, de Dick, de Cameron, de Scott, de todos! Me das asco. Pero te voy a chingar. Te voy a chingar en nombre de la ciencia. Vas a ver. Bla, bla, bla, me cae que sí te chingo, bla, bla, bla…

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Le aclaré que mis hermanos no viven en el Templo porque sean mis esclavos, sino porque quieren servir a su líder, quien los liberará de la conspiración de los dualianitas. Cuando yo acabe con ellos, junto con la Teniente Ripley y el joven Connor, mis esclavos estarán conmigo en la gloria. —¡Esas pendejadas nadie te las cree! ¡Eres el dirigente de una secta ovni! —gritó Gaby, poniéndose de pie de su sillón humano y dándole una patada—. ¡Eres un peligro! ¡Tú eras un ñoño que veía Naruto, jugaba Halo y leía a Arthur C. Clarke! —Pero descubrí que soy un iluminado. Descubrí que los dualianitas quieren dominar al mundo entrando en el ano de los humanos, porque tienen formas viscosas… —¡Estás loco, cabrón! ¡Tú te crees tus pendejadas y engañas a estos idiotas! Y sin decir más, me dio la espalda para salir del Templo, azotando la puerta con tanta fuerza que el aluminio se cayó en pedacitos. Subí a mi oficina. Lo primero que hice fue descargar en mi computadora las fotografías que le pedí a uno de mis escla.. hermanos, que le tomara a Gaby, para subirlas a la página web de la hermandad, a la que sólo tienen acceso los miembros de los deckardianos. Escribí en el pie de foto: “Ella es Gabriela Trechera. Vino al Templo de Palmer Eldritch esta noche a amenazare, porque un dualianita la ha poseído. Nada menos que Nessus, el comandante de la invasión a la Tierra. Es menester que la maten cuando la vean”. Apagué la computadora y salí de mi oficina. No puedo sino agradecerle a Gaby. Ella me dio la idea para crear a los deckardianos, y se convirtió en nuestra enemiga, y toda secta que se precie de serlo necesita a su propio Lucifer.

#MICROHORROR III Ana Paula Rumualdo

Él se sintió orgulloso de ser su primer hombre. Hasta ese día, ella ignoraba que la

suya era una vagina dentada. 14


Con la luna roja, el séptimo demonio tocó en una trompeta la melodía inaugural: las puertas del infierno se abrieron.

¡Que lo abra, que lo abra! Gritaba toda su familia entusiasmada, mientras él sostenía un cuchillo sobre el abdomen de su regalo.

EL INTRUSO Diana Beláustegui

Tenía prendido el televisor cuando lo sintió llegar, se emocionó al sentir la llave. La última vez que se le acercó con la intención de hacerle saber cuánto lo necesitaba, él reaccionó mal: le acarició la espalda desnuda y el hombre lejos de excitarse ante el tacto se vistió y abandonó la casa. Tres días habían pasado y temía que no volviera, pero allí estaba el sonido de las llaves y con eso la certeza de que aceptaba la convivencia. Entró a la pieza y apagó el televisor. Se paró un momento en el marco de la puerta y extendió la mano. Tenía la punta de los dedos azulados, ella no dudó en levantarse desnuda y besarlos, el hombre retrocedió con un quejido y casi llorando cerró la puerta. Le costaba aceptarla, pero en algún momento tendría que hacerlo. Estaba cansada de la soledad, harta del frío. El tiempo que le quedaba quería pasarlo con alguien y el intruso era el adecuado. Cuando se coló en su casa estuvo observándolo un tiempo y le pareció un ser dulce, tranquilo, un hombre que necesitaba de la presencia de una mujer en su vida. Desde el cuarto lo escuchaba hablar por teléfono, abrió la puerta y se le acercó.

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Era evidente que él la sentía detrás, miraba de soslayo intentando no darse vuelta. Cortó la llamada y abriendo la puerta de entrada a la casa, se sentó ahí, haciendo lo posible para no mirarla, fumando un cigarrillo, jugando a no sentirla, con los vellos de los brazos erizados y la mente obligada a no racionalizar. Se sorprendió cuando vio llegar al viejo, no parecía un amigo de él. Entró, y tras intercambiar un par de palabras con su amado, el nuevo intruso comenzó a recitar oraciones y ensuciar el piso con agua salada. Ella seguía el ritual con la mirada, sentada a la mesa, en total calma. Sabía perfectamente lo que estaba pasando y por ratos sintió pena. Ese era su hogar, ella tenía que correrlo a él y no lo contrario. Esperaría a que el hombre de la sotana se fuera para dejarle en claro que no podría sacarla. Hablaban en la pieza. Se sintió levemente intrigada y se acercó (su amado la sentía, la punta de los dedos se le ponían azulados y una leve sensación de angustia le oprimía el pecho). El viejo hizo a un lado la cama y señaló el piso. —Mucho me temo que ella está ahí —le dijo, y al señalar el lugar un recuerdo fugaz la hizo retroceder. Golpes, gritos. Sangre, oscuridad. Frío, soledad. El tiempo, el olvido. Se sintió vieja y descuartizada, demolida a patadas, odiada, enterrada como trapo viejo. Repulsiva, obligada a esa instancia. Asesinada, asesina. Recordó que fueron varios, que el linchamiento se produjo en una especie de venganza en masa. Sonrió de costado al recordar sus propios muertos, sus propios enterrados, la sensación orgásmica de las manos empapadas en sangre. Cerró la puerta de golpe y el hombre de la túnica se dio vuelta y la miró a los ojos. ¡Tanto tiempo desterrada! Había olvidado lo que se sentía que te reconocieran, que te miraran, que te temieran. El primer intruso lloraba acurrucado en un rincón y el de la sotana le tiraba agua salada con un dejo de sabor a cloro. La carcajada hizo eco en las fronteras del inframundo, siempre le habían gustado los hombres débiles y al primero que atacó fue a su amado, sin un dejo de piedad. Mientras hundía las manos en el pecho del macho miedoso y sentía el orgasmo ectoplasmático que le mojaba la entrepierna, el de la sotana se mantuvo impertérrito recitando oraciones que rimaban. ¿Alguien le había enseñado a quedarse ante tamaño acto truculento, o lo hacía de puro morboso? Admiraba la valentía. Reptó hacia él y de

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un bocado le cercenó la mano que contenía el crucifijo y masticando la cruz con cuidado, para que las astillas no le quedaran clavadas en las encías, se hundió en su tumba, debajo de la cama, cubierta de ladrillos, cemento y una exquisita placa de mosaicos semi-pulidos en color gris plomo y en donde habían escrito “cuidado con la muerta” y que ella había borrado buscando una segunda oportunidad para hacer bien las cosas. ¡Lo malo era olvidarlo y volver a cometer las mismas travesuras!

LA NOCHE NO ES PARA LOS VIVOS Erath Juárez Hernández

Juan sabe que es imposible mantener la luz del día para siempre, que la noche irremediablemente tiene que llegar, por eso él trata de rodearse de gente o de amigos. La última semana prefirió sentarse y ver cómo pateaban la pelota, a él las piernas parecen no responderle como antes. En cuanto se acaban los juegos evita caminar solo hasta su casa, tan sólo a unos pasos de los demás. En el último de los casos corre nada más ve que el sol está por ocultarse. Sus amigos no dicen nada cuando él se va, imagina que deben suponer que sus padres no le dan permiso de estar afuera cuando es de noche, nadie lo cuestiona, se despide y se va, ellos se quedan en silencio. Esta tarde se escondió detrás de unos arbustos para escuchar que decían de él. —Su mamá siempre ha sido estricta, su papá un poco menos, por lo menos no nos corría cuando jugábamos cerca de su puerta —dijo Manuel. —¿A poco a ustedes Juan nunca se les hizo raro? —dijo Pedro.

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—Un día se le ocurrió a Daniel decirle eso a Juan. ¿Se acuerdan del pecoso panzón que vivía por casa del carnicero? —Manuel puso su cara de decir algo interesante. —Sí, ¿qué tiene? —contestó Pedro. —Pues ya se iba Juan cuando Daniel lo agarró del brazo mientras le decía que no lo dejaría ir hasta que se terminara el juego de futbol, estábamos empatados me acuerdo, el que metiera gol ganaba, pero ya casi era de noche, para acabarla de fregar que le dice niño raro. Juan le puso una tremenda patada en los huevos, que el gordito ya no regresó a jugar con nosotros. La mayoría se ríe, saben que la historia puede estar salpimentada con las ocurrencias de Manuel. Pero esta vez no ha mentido. Juan sonrió, entonces comprende: le tienen miedo, por eso dejaron de hablarle. Pero a él no le gusta eso, al día siguiente hablaría con ellos para hacer las paces. Juan llega a su casa, corre hasta su cuarto que está en la segunda planta, con prisa saluda a su madre que está sentada viendo una telenovela, ella ni se inmuta. Juan sube las escaleras lo más rápido posible, llega a su recámara, enciende la luz y la del pequeño baño también. Respira hondo, la brisa que trae el mar lo calma un poco. No se asoma por la ventana, pues la noche ha llegado. Escucha las olas romper contra los acantilados afilados por la fuerza del agua. Un frío como de ultratumba le congela las entrañas, cierra de golpe la ventana y le pone el seguro. Abre el cajón del buró al lado de la cama, saca una linterna y la deja a mano. Revisa las luces de emergencia, las baterías están cargadas, no quiere llevarse otra sorpresa, como cuando el apagón de la semana pasada. Los quince minutos más largos de su vida. Se encontraba a la mitad del camino entre la cama y el baño, las luces se apagaron y las de emergencia no se encendieron. La negrura de la noche lo envolvió enseguida, sintió el terror al saber que se encontraba a merced de lo que fuera la cosa que se ocultaba en lo oscuridad y que sólo esperaba un descuido suyo para intentar agarrarlo y arrastrarlo hacia donde no sabía ni le interesaba averiguar, pero que debía ser similar al infierno de las ilustraciones que había visto en libros, porque escuchaba gritos desgarradores, quejidos espantosos que muchas noches lo hicieron orinarse de miedo. Muchas manos, manitas, debían de ser pequeños seres o niños que lo rodeaban y tocaban por todas partes, que se aferraban como tenazas, que le daban pequeños

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mordiscos. De milagro la luz regresó y con ello las sombras y los seres se desvanecieron. No espera a que su mamá le grite para bajar a cenar, hace semanas que no lo hace. Agarra la linterna de mano, la pone en su bolsillo trasero y se apura. Deja las luces encendidas. Como ha sucedido en las últimas noches, la cena transcurre en silencio. Ve a su madre, que con los ojos vacíos mira hacia el frente mientras toma su café. —¿Mamá? No recibe respuesta. —¿Mamá? Más silencio. —Sólo quería preguntarte si ya saben algo de papá. Ella no responde, él ya no sigue cuestionando. Ella llora desconsolada por un buen rato, luego agarra la taza de café a medio terminar y la estrella contra la pared. Juan, sigue comiendo, más por costumbre que por hambre. Desde la noche que la policía se apareció en medio de la madrugada para darles alguna noticia, su madre ha estado así, y él no soporta la oscuridad. Siempre traen malas noticias, por eso él se escondió, para no escucharlas. De hecho, no recuerda bien si fueron dos o tres días los que permaneció en su habitación, lo que sí recuerda es que los siguientes días desfilaron muchos familiares, pues los escuchaba detrás de la puerta. Por alguna razón nunca entraron a buscarlo, mejor para él, odiaba a las visitas. Esperaba a que no hubiera nadie y salía a buscarse de comer, cualquier cosa era buena, sándwiches a medio terminar, lo que encontrara en el refrigerador y tuviera buena pinta. Y entonces llegaron las noches y con ello lo que se movía en la oscuridad y amenazaba con tragárselo vivo y escupir sus entrañas en lo más pútrido del infierno. Eso que esperaba a que se extinguiera la luz para llevárselo. Tuvo suerte al descubrir que la forma de alejarlos era mantener iluminada su recámara y no salir a la calle de noche por ningún motivo ¿Pero hasta cuándo iba a poder seguir así? Su madre perdida, esperando a que su padre regrese. Y él muerto de miedo a esperar que fuera de día otra vez. No

puede

dormir,

ha

intentado,

pero

vuelve

a

despertar

con

un

horrible

presentimiento, como si en el ambiente se pudiera oler a la muerte que se acerca.

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Entonces le llega un recuerdo que le hace ponerse de pie junto a la cama ¿Papá? ¿Muerto? Otra imagen de su padre le cae como patada de mula al cerebro que lo hace caer de rodillas. Es de noche, alguien entra a hurtadillas al cuarto. Afuera comienza a llover, las gotas chocan insistentes contra la ventana. Un relámpago medio ilumina el exterior. Uno, dos, tres, BOOM. El trueno ha caído cerca, piensa. Como si lo estuviera viviendo, escucha a su padre decirle al oído, no prendas las luces, luego siente la mano aferrándolo del muslo. Su respiración se vuelve más agitada, más recuerdos, más relámpagos, más truenos y dentro de su cabeza miles de imágenes que le hacen emerger desde lo más profundo el odio y resentimiento. —¡NOOOOO! Grita y espera que su madre vaya en su ayuda. No llega, como siempre. Pero esta vez tiene un cuchillo que tomó de la cocina al terminar la cena. Enciende las luces, su padre sorprendido salta de la cama. Mira a su hijo con un cuchillo que se ve ridículamente enorme en sus manitas. Afuera otro relámpago y Juan se lanza con todo sobre él. Uno, dos, tres, cuatro. Esta vez no cuenta los segundos, cuenta las cuchilladas que dan en el cuello, en el pecho, en el vientre y los genitales. El piso se llena de sangre, su héroe de varios años atrás está herido de muerte y retrocede. La ventana está abierta. Juan se lanza con todo hacia él. Su padre lo atenaza del cuello, ambos salen disparados por la ventana. Comprende que es el final, no puede ver el acantilado, pero sabe que miles de rocas filosas apuntando al cielo lo aguardan en el fondo. De nuevo en su recámara. Mira su cuerpo, no parece estar herido. Afuera escucha voces. Sale a ver qué está ocurriendo. Dos policías hablan con su madre. Su esposo y su hijo aparecieron muertos, le dicen. Regresa junto a su cama, comprende que ya no debe seguir huyendo de lo inevitable. Apaga las luces y se sienta en un rincón. Del otro lado las sombras empiezan a moverse. Cierra los ojos. Se deja engullir por la oscuridad…

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TAN AZULES COMO EL CIELO David Rubio Esquivel

1 En un libro de poesía, de cuyo autor no recuerdo el nombre, titulado "Como el cielo", rezaba en un poema el siguiente fragmento: ...Y entonces miré sus ojos, tan azules como el cielo. Leer aquello me llevó a hacer una búsqueda en internet. Busqué las palabras "azul cielo" y me arrojaron más de 200 billones de resultados. Fui a imágenes y contemplé el cielo azul por largo rato. Hace más de doscientos años que el último cielo azul se posó sobre la Tierra. Desde entonces, todos los amaneceres, atardeceres y anocheceres son grises, son negros, son tristes. 2 Vivo solo en la casa que mis padres dejaron. Mi madre murió después del parto en el cuál me dio a luz. Mi padre murió luego de salir de casa sin su máscara de oxígeno. Desde finales del siglo XXI, los hogares de todo el mundo están equipados con un sistema de oxígeno que nos permite respirar en el interior de las viviendas. Basta con salir unos segundos a la calle sin máscara de oxígeno para morir asfixiado e intoxicado por los gases contaminantes en el aire. Mi padre fue prueba de ello. He leído varios libros de poesía, tanto de papel como por internet. Hablan acerca de algo llamado "sentimientos". Se supone que había algo llamado "tristeza", que surgía cuando la "empatía" con otra persona era muy grande. Cuando había "amor" de por medio. Hoy, nadie nos enseña nada sobre "tristeza" o "felicidad". Todo nos da igual. No sentir nada es normal.

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3 Uno sólo sale a la calle para enfrentarse a la desolación. Doscientos años de una Tierra envenenada la han transformado en un campo suicida: millones de cadáveres alfombran el pavimento cuarteado y la tierra infértil. Cada mes, tenemos derecho a tres frascos de píldoras alimentarias y un galón de agua que la ONU otorga a las personas con escasos recursos. Es deber y obligación de cada quien racionalizar sus recursos. Adaptación, supervivencia, es todo lo que queda. Es lo único que hay. 4 En internet, un científico asegura haber creado un artefacto que puede limpiar el aire. Cada cierto tiempo, llega un nuevo mesías a prometernos un mundo mejor, más limpio, más bello. Sin embargo, hasta ahora nadie ha podido cambiar las cosas. Todo son meras ilusiones. En cuanto a mí, lo único que me queda para soñar son la poesía y las fotografías. ...Y entonces miré sus ojos, tan azules como el cielo. Al recordar estas palabras, me invade algo muy parecido a lo que antes conocían como "melancolía". Como muchas otras cosas ha perdido sentido, ha muerto, ha desaparecido. 5 Hoy avisaron por internet que el científico que había creado el artefacto que purificaba el aire ha fallecido. Según los primeros reportes forenses, fue un paro cardiaco la causa de su muerte. Sin embargo, la gente cree que lo asesinaron agentes del gobierno. En los comentarios la gente pone cosas como: "A los ricos y poderosos no les conviene perder el contrato que tienen a nivel mundial para la instalación de los sistemas de oxígeno en las casas", y cosas por el estilo. Quizá la gente tenga razón. 6 La ONU ha anunciado que hay una escasez de píldoras alimentarias y agua. Dicen que durante los próximos nueve meses, las raciones de agua y píldoras se distribuirán

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por sorteo y que nos harán llegar una carta y/o correo electrónico si fuimos elegidos para recibir algo. Es el primer mes. No he recibido carta ni correo electrónico alguno. 7 Las noticias en internet dicen que hay una ola de suicidios colectivos. Dicen que gracias a esto, probablemente las raciones de píldoras alimentarias y agua puedan repartirse a todos y cada uno de los necesitados vivos. Es el segundo mes. No he recibido carta o correo electrónico alguno. Mi estómago gruñe sin remedio, y me queda poco menos de un vaso de agua. 8 Hoy soñé con la chica del poema, aquella de los ojos tan azules como el cielo. He estado pensando durante días en el suicidio. Tal vez sea mejor vivir eternamente en un sueño. Después de todo, algo que una mayoría elige no puede ser tan malo, ¿o sí? Es el tercer mes. Por fin ha llegado una carta avisándome que, debido a la ola de suicidios cometidos, tengo derecho a recibir seis botes de píldoras alimentarias y seis galones de agua. Pero ahora no los quiero. Ahora sólo puedo pensar en una cosa: el cielo azul. 9 Abro la puerta de mi casa, ésta que me heredaron mis padres, ésta en la que crecí hasta volverme lo suficientemente maduro como para aceptar la muerte. De pronto, puedo sentir cómo mi nariz y garganta se cierran, mis ojos comienzan a lagrimear. Recuerdo mi vida en un instante: a mi padre, las fotografías de mi madre, el azul del cielo en los ojos de aquella hermosa mujer del poema... ¡Aquí está! ¡Esto es la famosa nostalgia! Y un segundo antes de mi muerte, al rememorar el fragmento del libro de poesía "Como el cielo", brotan de mis ojos lágrimas gruesas, no causadas por el aire contaminado o el dolor físico, sino lágrimas reales, puras, llenas de sentimiento: lágrimas de amor.

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CAÍN Pok Manero

Mi hermano siempre fue una carga, incluso antes de morir. Nacimos como gemelos psíquicos, siameses unidos por la mente. Desde que estábamos en el vientre de nuestra madre, profesó un odio fratricida que no conocía límites: estuvo cerca de asfixiarme con el cordón umbilical antes del parto. Pocos bebés nacen en nuestra condición, la separación quirúrgica es muy peligrosa y casi siempre resulta en la muerte de ambos, por lo que permanecimos unidos. Aun así, no es frecuente que los siameses craneópagos logren vivir más de un par de años, pero tuvimos suerte. O más bien la tuve, ya que sobreviví a pesar de nuestras circunstancias y de sus constantes atentados contra mi vida. Desde antes de que aprendiéramos a hablar, utilizaba todos sus recursos para dañarme. Mi cuerpo era una colección de moretones y rasguños. Me arrastraba por el piso y me azotaba contra la pared. Mi garganta tenía las marcas de las incontables veces en que sus manos trataban de impedir que el aire llegara a mis pulmones. Para calmar sus ansias homicidas, los doctores decidieron mantenerlo sedado por el resto de sus días, aunque yo mismo me veía víctima de su estupor y embrutecimiento. Nunca conocimos a nuestros padres, tanto su identidad como el motivo de su ausencia fueron desconocidas para nosotros. Nuestro mundo se reducía a los terapeutas, los medicamentos y la violencia. Conforme crecimos, sus agresiones contra mí fueron cada vez más viciosas. Todos pensaban que mi muerte a manos suyas sería inevitable, pero poco después de que cumplimos dieciséis años él falleció. No tuve participación directa en su muerte, mas en el fondo sé que fui yo quien la ocasionó. No pudieron separar su cadáver de mi cuerpo, el riesgo a mi vida era demasiado grande, así que me vi condenado a arrastrar sus restos momificados colgando del costado de mi cabeza por el resto de mis días. Sé que es difícil de creer, pero era la única forma de salvarme. Mi andar era lento, mis movimientos torpes, mi incomodidad indescriptible. No obstante, logré sobreponerme y salir adelante. Tras un 24


par de años de terapia, fui dado de alta y se me permitió incorporarme a la sociedad: conseguí un empleo y continué mis estudios en una escuela común y corriente. Siempre me costó trabajo relacionarme con otras personas. Sentía todo el tiempo sus miradas sobre mí, o más bien sobre mi hermano, pero yo ignoraba su eterna presencia a mi lado y me comportaba como si no estuviera ahí. Nadie preguntaba, así que no tenía que mentir. Con Aarón fue distinto desde el principio. Lo conocí en el trabajo y siempre fue amable conmigo. Jamás reparó en el bulto que llevaba a cuestas, ni siquiera volteaba a verlo. Al principio lo evitaba, pero con el paso de los meses empecé a hablarle y llegamos incluso a convertirnos en amigos. Nunca antes había tenido un amigo, pero había leído que era una de las mejores cosas en el mundo. Yo lo admiraba mucho y lo imitaba sin que él se diera cuenta, quería ser como él. Como me contaba muchas cosas, cosas que con nadie más compartía, pensé que no me juzgaría y que podría confiarle mi culpa secreta. Cuando me decidí, fui directo: —¿Por qué nunca mencionas a mi hermano? —¿Cuál hermano? —¿Cómo cuál? Pues éste —y señalé hacia mi costado, donde estaba su cuerpo inerte. —No entiendo de qué estás hablando. ¿Es una pregunta capciosa? —Ya no te hagas. Quiero contarte algo. Nacimos así, pegados, pero él murió cuando teníamos dieciséis. Bueno, la verdad es que yo lo maté. No lo toqué, simplemente deseé que muriera y mi deseo fue tan grande que por pura fuerza de voluntad acabé con él. Pero no me lo pudieron quitar de encima, por eso va conmigo a todas partes. —Me estás asustando, Abel —dijo, y su mirada se fijó en mí con extrañeza. —Sé que tú entiendes, siempre eres bueno conmigo, por eso te lo cuento. Ya casi no me estorba, me he acostumbrado a tenerlo aquí pegado todo el tiempo. Ahora el horror habitaba en sus ojos. Empezó a alejarse de mí, primero despacio, luego cada vez más de prisa, hasta darse vuelta y salir huyendo. Yo lo llamé, pero no se detuvo ante nada. Derrotado, me senté en el piso y me puse a llorar. Fue entonces cuando lo escuché: mi hermano, su inconfundible y odiosa voz, en mi cabeza. Burlándose, provocándome, hiriéndome como siempre. No entendía cómo, pero no había muerto, al menos no con su cuerpo. De alguna forma se refugió en mi mente y había permanecido oculto todo este tiempo. Corrí de regreso a casa, acompañado por su risa y sus insultos durante todo el camino. Tenía que librarme de él.

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Al llegar, de inmediato fui por el martillo y comencé a golpear. El dolor era muy fuerte, pero con cada golpe su voz se escuchaba menos. No era suficiente. Corrí a la cocina y tomé el cuchillo más grande para separarlo de mí. Empecé a rebanar, a cortar cada vez más profundo, a clavar la punta en mi enorme cráneo fracturado, a sacar la masa encefálica del mismo. Tambaleándome, volví a la sala y me desplomé en el suelo. Con mi vista nublada por la sangre, volteé hacia el espejo y me vi: solo, como siempre lo había estado. Ahora estoy desangrándome lentamente. Él ganó, logró engañarme para que yo mismo cometiera el crimen que siempre quiso llevar a cabo, con mis propias manos. Quien encuentre mi cuerpo pensará que se trató de un suicidio. Lo único que me consuela es que él morirá conmigo.

LOS OROPELES DEL INFIERNO Georgina Montelongo

Heme aquí, a la espera del placer que me depare la noche. La memoria de mi piel reproduce una y otra vez la humedad de esas lenguas que me llevarán una vez más al paraíso. Desde hace tiempo, ningún otro pensamiento ocupa mi mente y

es

maravilloso. La inquietud se apodera de mí y me deslizo de un lado a otro bajo un sol intenso. Permito que sus rayos me doren fundiendo nuestros calores en uno solo. ¿Cuántos vendrán hoy, tres, seis?; no lo sé. De hecho nunca lo sé y eso hace más excitante el momento. La sorpresa sobre la expectativa siempre es mejor y evita los desencantos. Los minutos transcurren como las últimas gotas de miel resbalando por un frasco. La temperatura de mi cuerpo me hace ver espejismos. Los veo llegar. Avanzan hacia mí con sigilo, en ronda. Gozan mostrando sin pudor alguno lo que provocan las

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ganas en esa parte de su cuerpo para mi total disfrute. Y en lo que dura uno solo de mis parpadeos, ahí están; frotando su ansiedad contra la mía hasta llegar a la cima. ¡Ah, noche, llega ya! Me deslizo de un lado a otro. Tan grande es esta sed que ni apretando los muslos puedo detener la urgente necesidad; así que decido distraerla cerrando los ojos para jugar un poco con las manecillas del reloj. Sí,

ahí está otra vez, con ese viejo y descolorido chal sobre la cabeza y la

espalda y el eterno crucifijo descansando sobre el pecho. Ocupa el departamento 215 del edificio que está debajo del puente verde. Donde está el contenedor de basura más visitado por todos los desperdicios que las fondas cercanas tiran a diario; motivo por el cual jamás abre la ventana. Sólo lo hizo una vez, aún lo recuerdo. Eran aproximadamente las dos de la mañana y la pareja que ocupa el departamento que está precisamente debajo del suyo protagonizaba una escena tan candente que a cualquier director de cine porno le habría hecho sentir un ignorante. ¡Esos dos!, siempre terminan así sus peleas, aun aquellas en donde corre la sangre algunas veces. Es como un acuerdo, un ritual en el que más que reconciliarse, sueltan esa furia que los mantiene unidos. Inimaginable resulta para ambos – supongo- quedarse sin tener a quien odiar. Ante tal espectáculo, la mujer cuyo segundo hogar era la iglesia cercana, enloqueció. Tiraba de sus cabellos casi con la misma furia con la que sus encendidos vecinos se entregaban al sensible arte de coger.

Fue entonces cuando al abrir su

ventana para golpear con una escoba el vidrio

con la intención de callarlos, que

perdió el equilibrio y cayó en el pestilente contenedor, que parecía tener la boca abierta para recibirla como un desperdicio más. Pobre mujer, la Beata más ortodoxa del barrio. La misma que alguna vez fui antes de apostar por mi libertad. Antes de reconocerme como un ser lleno de deseos insatisfechos. Siempre al servicio de una moral heredada cuyo traje nunca fue hecho a mi medida y negándome siempre al placer, como primer mandamiento de la santa ley divina. Bendigo el día en el que, al morir como humana, elegí regresar a mi condición animal y no seguir ascendiendo en la espiral “evolutiva”. Ahora tengo seis vidas más para gozar y no pienso desaprovecharlas. Saciarme y saciar, esa es la consigna; la única que hoy le da sentido a mi existencia.

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Por fin llega la noche. Silencio, mis patas de gata perciben la vibración de otras que no andan lejos. La luna brilla intensamente, mi piel se eriza. Sí, presiento que el infierno y sus oropeles están cerca…

Víctor Hugo Perea Ochoa

FRANCOTIRADOR El exigente público consideró de mal gusto que la marioneta continuara hablando después de que el ventrílocuo cayera fulminado por la bala.

ALZHEIMER SURREALISTA Olvidó que se había suicidado. Disparó otra vez.

CUENTO DE HORROR Por las noches los fantasmas se reúnen en el bosque, prenden una fogata y cuentan historias de humanos. Algunos reviven del susto.

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LA CREACIÓN DEL MILLALOBO G. Lorcan

Apoyó la espalda contra la puerta, a punto de desvanecerse. Por su rostro corría una mezcla de lluvia, lágrimas y sudor frío. No sabía qué estaba pasando. Se trataba de tontas supersticiones, ¡nada podía salir mal!, era sólo un juego. Como aquella vez que convenció a su hermano menor de acompañarla en la búsqueda del perverso enano que vivía dentro del buzón central, entre restos putrefactos de niños que visitaban el parque y jamás regresaban a su casa. La experiencia le había dado la certeza de que no les podía suceder nada y era por eso que tanto le gustaba “cazar leyendas”. Según el mito que los locales habían contado, a la luz de la luna llena sería posible ver el Caleuche, hogar de las almas que se perdieron en el mar. Convenció a su hermano menor -y único cómplice- de que esperaran a su padre jugando a las escondidas en la playa. Pasaron las horas. El aire resultaba casi eléctrico, pero sabía que aquello no significaba nada. Los entes sobrenaturales no necesitaban de efectos dramáticos para aparecer y el hecho de que la atmósfera resultara la adecuada tampoco era una garantía de que habría avistamiento alguno. Contando por decimoctava ocasión mientras su hermano se escondía. Había perdido toda esperanza cuando un rayo dibujó la soberbia silueta del navío, destacándola entre la niebla y los nubarrones grises que desde el atardecer presagiaban una tormenta. Nerviosa, gritó el nombre del niño, pero no hubo respuesta. Sin atrever a moverse de su lugar lo buscó con la mirada, segura de que no tardaría en aparecer, pero su atención seguía enfocada en el mar. Deseaba que otro rayo lo iluminase y el Caleuche hubiese desaparecido, pero cada vez lo veía más próximo, más real. Finalmente las nubes liberaron su carga y con ella se desató una tormenta de arena. La crecida marea volvía peligroso seguir en aquél punto de la playa. En contra de su voluntad volvió a la cabaña sólo a comprobar que su hermano no estaba ahí. No podía creer que minutos atrás se encontraran riendo y rememorando viejas “cacerías”. Se acercó al ventanal que tenía enfrente. Saldría a 29


buscarlo en cuanto la tormenta lo permitiese. Pero no tenía idea de que al correr las cortinas encontraría la figura de una mujer con la vista fija en las olas. Incrédula, salió del lugar y corrió a encontrarla. A pesar de que no recordaba su rostro sabía quién era. Gritó su nombre y la mujer volteó a verla, revelando al pequeño niño que sostenía entre sus brazos. Sonrió y le dio la espalda, retomando su camino al mar. —¡No, madre, él no! –—suplicó tratando de alcanzarla. Siguiendo la silueta que cada vez se adentraba más en el agua tropezó con un pequeño bulto que de inmediato reconoció. Lo tomó entre sus brazos, reseco y frágil. Se tiró en la arena, incapaz de hacer nada más que llorar. Volver a la cabaña sólo serviría para confirmar lo sola que se encontraba, pero no podía abandonar el cuerpo de su hermano. Debía hacerse cargo de él. Volvió su mirada al mar: el Caleuche y las almas que albergaba seguían ahí, esperándola. Quizás, después de todo, no tendría que afrontar el resto de su vida sola.

EL TUÉ TUÉ Ingel Lazaret

Muchas noches de campo, tremendamente oscuras, silenciosas, quietas, pueden impulsarle a uno, dando vía libre a la imaginación y al ser sorprendido por ciertos sonidos que no se escucharían de día, donde la variedad y la intensidad de los ruidos es mayor, a fabularse situaciones fantasmagóricas, sobrecogedoras e intimidantes. Ese silencio, esa quietud campesina sumados a esos efectos sonoros a los que me refiero y muchas veces influenciados por el comentario asustadizo de quien en ese mismo momento esté escuchando cerca nuestro el acontecimiento, y es creyente de esas cuestiones más propias del paganismo que de cualquier otra teoría, hará de esa

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noche en la imaginación de un niño un momento en verdad tétrico y siniestro, inspirador de temor. Donde el chico se imaginará rodeado de males, de amenazas, hasta de presencias fatales, de seres del “más allá”, llegados de repente a ese lugar, quién sabe por qué motivo. O tratando de ocasionar algún mal o tal vez simplemente con la misión de asustar, obedeciendo en el mandato de algún demonio o de cierta entelequia indiscutiblemente maligna. Siendo yo muy chico, recuerdos de una noche otoñal, después de apagar las lámparas de kerosene y habiéndonos ido a dormir todos en el rancho. Sumergidos en la profunda oscuridad de la noche y en las insondables tinieblas de la mente, que con sus miedos a cuestas cabalgaba expeditivamente por los campos más fértiles del terror y el espanto en la mente de cualquier niño asustadizo, aunque acostumbrado a escuchar a sus mayores relatar leyendas y mitos campesinos, casi todos fatídicos. Acostado ya en mi tibio camastro. Casi sobre mi cabeza, muy cerca de la media noche, casi dormido, me sorprendió un fuerte ruido que nunca pude definir. Un graznido, un gruñido, un rugido, un resoplido, un rebuzne, un gemido, nunca entendí qué fue, pero imaginé un grito emitido por un pájaro (intentando que se me entienda mejor, voy a hablar únicamente de “graznido”), calculado de respetable tamaño por la potencia de ese retumbo. Ese desagradable grito fue como un: …¡tueeeeeeé… tué tué tué!… ¿Un pájaro graznando a la medianoche? Ese graznido inexplicable me intimidó tanto que grité espantado a mi padre en busca de protección, él ya dormía plácidamente junto a mi madre. Mi padre, un buen hombre a quién interrumpí su sueño, me respondió desde su habitación: … ¡pongan las alpargatas en cruz, abajo del catre!... Eso hice, y el sonido no se volvió a escuchar, tal vez porque la indicación de mi padre fue la apropiada y dio resultado o simplemente porque el pájaro ya no tuvo ganas de seguir molestando a esas horas. A partir de allí se me dificultó conciliar el sueño, logrando dormirme muchas horas después. Al día siguiente, aún pensando en lo sucedido la noche anterior, pregunté a mi padre sobre el origen del graznido que habíamos escuchado… él me lo explicó de esta cruda manera: …es el “tué tué”, un pájaro que en realidad es un brujo, en algunas medianoches se le desprende la cabeza del cuerpo, porque el hombre de brujo tiene sólo la cabeza,

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entonces deja su cuerpo, que no necesita y la cabeza, transformada en pájaro, sale volando por la ventana sólo para ir a asustar a la gente. Cerca del amanecer vuelve, entra en su habitación y se coloca en el lugar que le corresponde, para seguir al otro día con su vida, transformándose de nuevo en una cabeza humana, viva y normal… Pasaron muchos años. No volví a escuchar ese graznido hasta después de mucho tiempo. Fue en una noche veraniega de muchísimo calor. Era ya yo un adulto. Tenía mi propia familia. Mi padre era un anciano y mi madre no vivía. En el rancho ya no había lámparas de kerosene, sino una moderna instalación eléctrica. Había televisores en las principales habitaciones de esta casa modificada, en lugar de ese impresentable rancho que había en aquellos tiempos. Fue en ese momento, no hace mucho tiempo atrás, que volví a escuchar ese lúgubre graznido, ese: …¡tueeeeeeeeeé…. tué tué tué!… Nuevamente se me escarchó la sangre en las venas. Nuevamente, como aquella noche que aún recordaba, el miedo se apoderó de mí, pero ya no era un niño, era un hombre que casi no temía a casi nada y que le encontraba a todo su explicación… Esta vez no le grité aterrorizado a mi padre como lo hiciera hace tantos años atrás, esta vez no le pediría auxilio… ya era muy anciano, indefenso, casi menesteroso… Esta vez fui a su dormitorio para ver si era él quién tenía miedo y a contarle mi sorpresa al escuchar nuevamente el graznido. Abrí la puerta… vi la ventana al patio abierta de par en par en la noche veraniega… mi padre estaba acostado en su cama… tapado… cómodo… quieto… Le faltaba la cabeza…

CABEZA DE CABALLO Andrés Galindo

A Martha Franco

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Esto es como una montaña rusa: durante años trabajas para construir una felicidad, una felicidad pequeña si quieres, pero una felicidad al cabo. Luego, un día, te saboteas. A partir de ahí, la caída en picada no se detiene. Cuando estás cerca de los cuarenta, solo y revolcándote en tu propio vómito, el problema no es deshacer el nudo del hilo de Ariadne. El problema es lograr que tu ontológica propensión al fracaso sea menor que tu espíritu de supervivencia. La mayoría cree que encontrando el hilo de Ariadne encontrará la felicidad. Algunos simplemente se cansan y se atan la soga al cuello. Los menos, los que están condenados a vagar por un desierto interior, los que por las noches lloran por una carta que jamás llegará, los que tienen por oficio ser fantasmas del desengaño, esos, esos son la verdadera base del universo. Hace mucho tiempo, Antropos Calixtus, mi padre, soñó un caballo que era hombre o un hombre que era caballo. ¿Qué significará eso?, se cuestionaba. Y la resolución de sus inquietudes le trajo días y semanas de desasosiego e insomnio. No habiendo llegado a ningún lado en sus reflexiones, tomó la firme determinación de imponer a la realidad el producto de sus fantasías. Pensó que si hablaba sobre su bestia -a quien cariñosamente llamó Cabeza de Caballo- como una historia antigua y procedente

de una geografía lejana y exótica, terminaría por

imponer entre los hombres su creación, como un hijo más entre ellos, si bien bestial, condenado al desprecio y a la incomprensión. Se acercaba el día del juicio final, al menos para uno de los hijos del dios del fuego. Supe entonces que Cabeza de Caballo era uno entre los hijos del Señor. Aunque algunas veces la mente y sus laberintos solía jugarme una broma: ¿cómo saber que esa bestia, a la que pese a mis esfuerzos nunca logré enseñarle a emitir sonido inteligible, era materia de la realidad o un vano producto de la fantasía humana? Alguna vez soñé que me llamaba con tristeza. Emitía un doloroso sonido incomprensible a oídos humanos. Yo quise interpretar su desarticulado lamento como el llamado de un hijo a su padre. —¡Esas no son más que fantasías —vociferaba el inquisidor Torquemada—, producto de nocturnos coloquios con el demonio! Seguramente alguna vez habrás visto a un hombre y al día siguiente a un caballo. Es natural que el maldito te indujera a bestiales fantasías.

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—¡Cabeza de Caballo es real! Tan real como sus hermanos, los hombres, que todas las noches sueñan con seres alados antropomorfos

y

con mujeres lejanas y

hermosas en campos de leche y miel. —¡Sacrílego, morirás en la hoguera! —Moriré en la hoguera, pero un día tú serás condenado al exilio de la memoria. Tus ángeles y tu tierra prometida no distan mucho de ser tan reales o tan ficticios como mi hijo. ¡Tú ya eres también producto de mi imaginación y ahora te condeno al olvido! —Todavía puedes arrepentirte. Una hora tardará en redimir tu cuerpo el fuego del Señor. —No entiendes. A estas alturas alguien tendrá que mirar hacia arriba para recordar tu nombre. Ya no existes, nunca exististe. No hay quien en sueños te llame. Ahora ve y recoge los restos de tu soledad. Intenta construir un mundo nuevo. Cuando estás cerca de los cuarenta, solo y revolcándote en tu propio vómito, el problema no es soñar hombres que son caballos o campos de leche y miel o legiones de ángeles con espadas llameantes. El problema es lograr que tu llanto se imponga a los hombres como una sonrisa que se esconde en la oscuridad.

LA PUERTA Miguel Lupián

Ángeles, lenguados, boquinetes y mariposas. Cofres, globos, chivitas, jureles. Damiselas, loros y pargos. Mojarras, trompetas, una chapa enmohecida. Alejandro deja de aletear, dispersa las burbujas. Una puerta. Limpia el visor con las yemas de los dedos. Una puerta deseando ser abierta. Sale a la superficie, llena sus pulmones de aire y desciende ahuyentando con las manos a los peces de colores que habitan el arrecife. Gira la chapa y jala. Se levanta una nube de burbujas y arena blanquecina. Una luz ambarina se refleja en el visor. Se lo quita. Sus ojos dilatados se confunden 34


con el azul marino. Se deshace del bañador dejando al descubierto un lunar heptagonal en la pierna derecha.

Cruza el umbral. La puerta se cierra. Los peces

regresan al arrecife mirando para todos lados con sus ojos saltones. Del otro lado del planeta, en una ciudad remota sin salida al mar, nace un niño de ojos azulados. Tiene un extraño lunar en la pierna derecha, y sus padres lo llamarán Alejandro.

JORNADA ONÍRICA #18 Lacolz González

El lunes fui al mercado volando. Te vi sentada sobre un oso negro. Llevabas el pelo corto, arriba de los hombros. Yo te recordaba más bien con el pelo largo y con un grillito siempre al hombro1. Llevabas el uniforme del Pumas y lucías contenta. Tan contenta que me dieron ganas de que me contagiaras. Aterricé frente a ti. Cuando quise besar tu mejilla para saludarte el puma dorado en tu pecho rugió y me mostró su inexistente dentadura. Aun así me atemorizó, sobre todo su mirada. Esas cuencas vacías pueden llegar a atemorizar a cualquier domador. Y yo, lo sabes bien, ni a domador llego. Cuando extendí la mano para saludarte el oso negro despertó y me la arrancó de un tirón. Tú apretaste tus labios2 y desapareciste en medio de una nube cremosa con olor a nívea3. A mí se me salieron unas lagrimillas de felicidad4 y me fui a hacer mis compras: volando, sin una mano y sin siquiera haberte podido saludar5. La próxima vez que te sueñe ya no te saludaré6.

1 Aunque he de confesar que me gustas más con el pelo corto, hasta el hombro. 2 ¿Reprimías una carcajada, una sonrisa o un saludo? 3 Me parece que es la Nivea, la del bote azul, la líquida. 4 Obvio que no eran de felicidad. 5 Debajo de mí escuchaba a la gente decir: “Oh, ¿está lloviendo?” 6 Es mejor que no apostemos nada. Al fin y al cabo, sabes que ganarías. 35


AUTÓMATAS

PORTADA Stregoica.B (México, D.F.) +Artista visual, no visual y surrealista, navego en dibujos, oleos, acrílicos, acuarelas, temple y grabado. Divago con artistas surrealistas y expresionistas. Me sumerjo en mis ideas fantásticas y eróticas.+ [+Dos participaciones colectivas con obras al oleo y acrílico en La Casa de Cultura de Tamaulipas, México. Participación colectiva en "DIBUJOS AL DESNUDO " en el Centro Cultura de la Secretaria de Hacienda y Crédito Púbico, México. Participación colectiva con diseños digitales en "MORGUE" proyecto Verde Mutante+] http://stregoicadark.deviantart.com/ http://historias-atrapadas.blogspot.mx/ http://mc-berenice.blogspot.mx/

TEXTOS Paulina Monroy (Querétaro, 1982). Fervorosa de la literatura de la imaginación. Es egresada de la Escuela de Escritores SOGEM del Estado de México. Acreedora del Premio Alejandro César Rendón en la categoría de Cuento y finalista en el II Premio Internacional de Microrrelatos Museo de la Palabra. Está antologada en los libros Póker de Ases

y Morir en la

Pobreza. Sus sitios son: www.escribiroflexia.blogspot.com y https://www.facebook.com/escribiroflexia

Adrián "Pok" Manero, tras años como lector asiduo, decidió que el siguiente paso en su manía consistía en elaborar sus propias ficciones. Ha publicado cuentos en la Segunda antología Caligrama de cuentos de Horror, Fantasía y Ciencia Ficción, El séptimo círculo (resultado del taller La escena narrativa de la escritura: Un trazo subjetivo de la violencia, impartido por Eduardo Antonio Parra) y en la revista electrónica Entre cronopios. También escribe reseñas para el sitio de internet de Pánico de masas y en su blog personal, vinetaspalabrasyfotogramas.blogspot.com. Se dedica compulsivamente a leer comics y libros y a ver películas, quisiera ser como los gatos y disfruta escribiendo sobre sí mismo en tercera persona.

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Ana Paula Rumualdo Flores Abogada confesa. Expía sus culpas a través del cine y la literatura de género. http://elferetro.posterous.com/ @elferetro

Erath Juárez Hernández nace un 12 de julio de 1970 en Jalacingo, Veracruz, México. Desde hace 22 años reside en la Isla de Cozumel, Quintana Roo. Pertenece al Taller literario internacional Forjadores.net. Padre de seis hijos, sus relatos están esparcidos en la red en sitios como: Axxón, Forjadores.net, Alfa Eridiani, NGC3660, NM, Ediciones Efímeras, Aurora Bitzine, Minatura, H-horror.com y MIASMA. http://www.erathjuarez.blogspot.com @theonlyerath

Bernardo Monroy nació en 1982 en México D.F. y actualmente vive en León, Guanajuato. Es periodista y ha publicado el libro de cuentos “El Gato con Converse” y la novela “La Liga Latinoamericana”, así como la novela electrónica “Slasher”, disponible gratuitamente en el portal http://www.zonaliteratura.com/ Es aficionado a los videojuegos, los cómics y los géneros de terror, fantasía y ciencia ficción, y escribe porque está frustrado, ya que nunca pudo ingresar a la Escuela de Jóvenes Dotados del Profesor Xavier. Sus textos han sido traducidos al klingon y al élfico.

David Rubio Esquivel Estudiante de Psicología Social en la UAM-Iztapalapa. Escritor amateur. Cinéfilo, bibliófilo y amante de la (buena) música.

Georgina Montelongo L. estudia la carrera de Comunicación en la UNAM y se dedica por algún tiempo a la investigación, a la docencia y al periodismo electrónico. En el año 2000 crea la Compañía de Teatro Infantil “Teatro, Maroma y Cuento” presentando sus espectáculos en diversos foros. Ha pertenecido a los talleres de Beatriz Novaro, Estela Leñero y Gabriela Inclán. Tiene escritas diez obras de teatro, dos publicadas. Actualmente prepara el montaje de su más reciente monólogo y la publicación de su primer libro de cuentos.

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Ingel Lazaret Escritor – Periodista – Artista plástico Páginas en Facebook: Ingel Lazaret – Círculo Latinoamericano de Escritores (CLE) – Mar de Artes lmaproduccions@hotmail.com

Mi

nombre

argentina

es

y

Diana

tengo

Beláustegui,

impresos

soy

cuentos

en

textos

es

distintas antologías de mi país. El

blog

donde

publico

los

www.elblogdeescarcha.blogspot.com Mail: beladiana@arnet.com.ar

G. Lorcan Correo electrónico: g.lorcan@hotmail.com Estudiante de Licenciatura en Letras Españolas y cantante lírica nacida en la ciudad de Chihuahua. Con una única publicación en la edición electrónica titulada

“Ciudad

errante”

de

la

Revista

Traspatio.

Mariano F. Wlathe (Ciudad de México, 1986) Lenón de letras. Títere inconforme de musas ninfómanas. Arrítmico involuntario del devenir cotidiano. Entretiene sus ocios de hedonista exhausto, como un dios, creando

y

destruyendo

mundos.

Investigador obseso del universo erótico y la mística. Prisionero de una tesis infinita.

Andrés Galindo Hispanista. Asiduo lector de literatura fantástica y ciencia ficción, cree que los mismos anónimos mitos y leyendas refieren los temores y deseos de toda la humanidad, moldeados según cada región, cultura y época, motivo por el que toda literatura está obligada a reinterpretarlos bajo una nueva luz. Todo sueño es una literatura, toda literatura es un sueño. La realidad pretenden, sólo pretenden, escribirla los historiadores.

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Víctor Hugo Perea Ochoa Una vez me referí a mi mismo en tercera persona del plural. 23 años. @Execrabilitos http://microrrelatosexecrables.blogspot.mx

Miguel Antonio Lupián Soto (1977) Ex alumno de la Universidad de Miskatonic, feligrés de la iglesia Cthulhiana y devoto de San Lemmy. www.mortinatos.blogspot.mx http://www.mortinatos.tumblr.com @mortinatos

Lacolz González (1987) nació y vive en Torreón, Coahuila. Estudió la licenciatura en Filosofía de modo virtual en la Universidad

Autónoma

de

Chihuahua

(UACH).

En

la

actualidad trabaja como editor y corrector de estilo en Palabracadabra imágenes,

y

Amanuense

fotografías,

pinturas

Editorial. y

Le

grabados

gusta para

ver luego

cambiarles los títulos. En su vida pasada fue un perro y en esta una calaca. Blog personal: http://letrashuerfanas.blogspot.mx/

DIRECCIÓN, DISEÑO Y EDICIÓN

SELECCIÓN

Miguel Antonio Lupián Soto

Ana Paula Rumualdo Flores Adrián “Pok” Manero Miguel Antonio Lupián Soto

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