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En Lima, con la OCSHA

Por D. José María Calderón. Director N Nacional d de O OMP

He tenido la suerte de compartir unos días con un grupo no muy grande, pero sí significativo, de sacerdotes españoles que fueron enviados como misioneros a Latinoamérica. Treinta y cinco sacerdotes, entre ellos cuatro obispos, que un día partieron de sus diócesis de origen a “hacer las Américas”. El motivo de este encuentro ha sido la reunión continental de sacerdotes de la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA), que se celebra cada dos años, esta vez en Lima, Perú.

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No son héroes, no son superhombres..., ¡son misioneros! Viven su vocación, la llamada de Dios, que les ha puesto esa inquietud en su corazón. Son personas a las que miramos con respeto, porque están viviendo –con limitaciones y fragilidades, sin duda, pero con deseos de vivirla bien– esa llamada del Señor a ser su luz y su amor en lugares donde su presencia, si no imprescindible, sí es importante para que Cristo sea conocido y amado.

Un sacerdote que lleva ¡59 años! en Argentina, junto a otro que lleva cuatro meses en Moyobamba, Perú. Uno que trabaja en el templo peruano más visitado, el santuario del Señor de los Milagros, junto con otro que realiza su labor en la selva del vicariato de San José del Amazonas, donde tiene que desplazarse en una lan- cha para llegar a los pequeños pueblos a él encomendados. Cada uno con su apostolado, con sus dificultades y sus riquezas, pero todos con el deseo de hacer presente a Cristo en el lugar que la Iglesia les ha encomendado.

Uno de los días tuvimos la suerte de recibir la visita de otros misioneros españoles –religiosos y laicos, sacerdotes y obispos–, con los que pudimos vivir ese lugar apartado a descansar”. Apartarnos del mundo, pero no para abandonarlo, no para olvidarnos de él o para no padecer sus dolores, sino para fortalecernos, para recobrar energía y paz en el corazón, y afrontar con más ilusión los desafíos y tocar con más amor las heridas de nuestros hermanos, los hombres.

No, no son héroes, porque es el Señor el que les ha llamado a

“sentido de Iglesia” que es tan importante; esa sinodalidad de la que el Santo Padre Francisco nos habla tanto. Creo firmemente que en la misión se ve la comunión entre las personas y entre los diferentes carismas de modo mucho más evidente y natural. Unos y otros comparten una misma inquietud e ilusión: hacer presente el Reino de Dios en este mundo nuestro, que vive con tanta angustia y con tanto dolor.

Unos días de comunión, de descanso y de oración. Un regalo que da Dios a los suyos para que recobren el entusiasmo evangelizador que la Iglesia del siglo XXI necesita. Recordaba aquel pasaje del Evangelio de san Marcos (6,31) en el que Jesús invitaba a los suyos: “Venid, vayamos a un vivir lo que viven, y les ha dado la fortaleza y el ánimo para poder hacer lo que están haciendo, vivir lo que están viviendo. Pero sí es gente de la que podemos aprender a entregarnos, a acoger con generosidad la llamada que el Señor puede estar haciéndonos, a renovar nuestro deseo de llevar el fuego del amor de Dios hasta los confines de la tierra...

Ojalá los bautizados no perdamos nunca ese entusiasmo misionero y, si lo hemos podido perder o desgastar por las pruebas de este mundo, le pidamos al Espíritu Santo que nos zarandee un poco el corazón y el alma, y volvamos a escuchar al Señor que nos dice: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Mc 16,15).

El papa Francisco ha visitado del 31 de enero al 5 de febrero la República Democrática del Congo y Sudán del Sur, dos países martirizados por la guerra, el expolio y la pobreza. Su voz se ha alzado para pedir justicia y paz.

Pocos días antes de la visita del Santo Padre Francisco a Sudán del Sur, 60 jóvenes de la diócesis de Rumbek, católicos y protestantes, recorrieron a pie los 350 kilómetros que separan esta ciudad de la capital del país, Yuba. Al frente de esta peregrinación estaba su obispo, el joven comboniano Christian Caslassare quien, dos años antes, nada más ser nombrado pastor de la diócesis, sufrió un atentado que casi le costó la vida y del que tuvo que reponerse tras varios meses en hospitales.

Como este puñado de católicos, cientos de miles, incluso millones de personas, se movilizaron en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur para ver al profeta que vino a clamar por la paz y a denunciar la explotación que sufre el continente. Como preludio para anunciar su mensaje principal, antes de acudir al aeropuerto, el 30 de enero, el papa Bergoglio visitó en Roma, junto a su limosnero el cardenal Krajews- ki, a una decena de inmigrantes y refugiados de ambos países sostenidos por el Centro Astalli, el centro italiano del Servicio Jesuita a Refugiados.

¡Retirad vuestras manos de África!

“Estamos convencidos de que el Papa pondrá la situación del Congo en el centro de la atención de la comunidad internacional”, dijo el cardenal Fridolin Ambongo, arzobispo de Kinshasa, dos días antes. No se equivocó. Nada más aterrizar en el país centroafricano, en un discurso de marcado tono político, en presencia de las autoridades y el cuerpo diplomático, Francisco denunció con fuerza el “colonialismo económico” que “se desencadenó en África tras el colonialismo político”. Deploró que “este país, ampliamente saqueado, no consigue aprovechar suficientemente sus inmensos recursos”. Y clamó: “¡Retirad vuestras manos del Congo, retirad vuestras manos de África! Este continente no es una mina para explotar ni una tierra para desvalijar”. Sus palabras resonaron fuertemente en un país inmensamente rico, en el que dos tercios de su población –de unos 100 millones de habitantes– viven con menos de dos dólares al día. “Mirando a este pueblo, se tiene la impresión de que la comunidad internacional casi se haya resignado a la violencia que lo devora. No podemos acostumbrarnos a la sangre que corre en este país desde hace décadas, causando millones de muertos sin que muchos lo sepan”, concluyó.

Al día siguiente, el Papa celebró la eucaristía en una gran explanada del aeropuerto internacional de Ndolo, donde acudieron algo más de un millón de personas. Muchos de los fieles habían pasado la noche en una vigilia de oración con tintes festivos, que dio paso a una larga misa celebrada en rito zaireño, con danzas y con guitarras eléctricas fusionadas con los tambores. Francisco centró su homilía en la paz y llamó a los que cometen actos de violencia a dejar las armas y escuchar a los pobres: “Romped el círculo de la violencia, desmontad los complots del odio”; y también invi- tó a los congoleños a encontrar la fuerza para perdonar.

Tras la alegría desbordante de la mañana, la tarde estuvo marcada por las lágrimas y el dolor, en un encuentro con víctimas de la guerra. Debido a problemas de seguridad, el Santo Padre no pudo visitar Goma, en el este del país, como estaba inicialmente programado en julio del año pasado, cuando tuvo que retrasar su viaje por problemas de salud. En las dos semanas previas a este viaje, al menos 200 civiles fueron asesinados por grupos rebeldes en las provincias horror contadas a Francisco por niños y mujeres. Como la de Leonie Matumaini, una alumna de la escuela primaria de Mbau, en el territorio de Beni: “A los pies de la cruz de Cristo vencedor dejo este machete idéntico al que mató a todos los miembros de mi familia delante de mí”. El Pontífice tuvo para ellos palabras de esperanza y denunció que “los medios de comunicación internacionales no mencionan estos lugares casi nunca”.

“Vuestras lágrimas son mis lágrimas, vuestro dolor es mi dolor. A cada familia en luto o desplaza- de Kivu del Norte y de Ituri, y decenas de miles de personas siguen huyendo de la zona, donde los ataques no han cesado, mientras que más de millón y medio permanecen en las provincias del este como desplazados internos.

Algunas de estas víctimas se encontraron con el Papa en la Nunciatura, donde compartieron sus historias de dolor. Violaciones, mutilaciones, asesinatos... Escenas de da a causa de poblaciones incendiadas y otros crímenes de guerra, a los supervivientes de agresiones sexuales, a cada niño y adulto herido, les digo: estoy con vosotros, quisiera traeros la caricia de Dios”, les dijo Francisco, conmovido por los testimonios de las víctimas. “Causa vergüenza e indigna saber –tronó el Papa– que la inseguridad, la violencia y la guerra que golpean trágicamente a tanta gente, son alimentadas no solo por fuerzas externas, sino también internas, por intereses y para obtener ventajas”.

No se anduvo con contemplaciones el Santo Padre al condenar esos conflictos “que obligan a millones de personas a dejar sus casas, que provocan gravísimas violaciones de los derechos humanos, que desintegran el tejido socioeconómico, que causan heridas difíciles de sanar... Es la guerra desatada por una insaciable avidez de materias primas y de dinero, que alimenta una economía armada, la cual exige inestabilidad y corrupción. Qué escándalo y qué hipocresía: la gente es agredida y asesinada, mientras los negocios que causan violencia y muerte siguen prosperando”, clamó Francisco.

Contra la corrupción

La jornada del 2 de febrero comenzó con un encuentro con unos 80.000 jóvenes en el Estadio de los Mártires. Dos horas antes del comienzo, el lugar ya estaba abarrotado de una multitud que cantaba y bailaba. El Papa les hizo un llamamiento a apartar sus diferencias y construir un nuevo futuro. Centró su discurso en la parábola de los cinco dedos. En un relato al antiguo estilo africano, Francisco fue desgranando los cinco símbolos profundos que encierran los dedos de la mano: “Oración, comunidad, honestidad, perdón y servicio”.

Haciendo referencia al concepto africano del “ubuntu”, señaló a la comunidad como un pilar fundamental para escapar de “la droga, el ocultismo y la brujería, que te atrapan en las garras del miedo, de la venganza y de la rabia”. Y les alertó contra la tentación de ser esclavos de la realidad virtual: “La vida no se escoge tocando la pantalla con el dedo. Es triste ver jóvenes que están horas frente a un teléfono. Después de que contemplaran tanto tiempo la pantalla, los miras a la cara y ves que no sonríen; la mirada está cansada y aburrida”.

Cuando el Papa habló contra la corrupción, una buena parte del público coreó lemas. A algunos no les salió gratis. Un sacerdote, el padre Guy Julien Muluku y cinco jóvenes que habían lanzado gritos contra la corrupción fueron detenidos por la policía y acusados de haber criticado al presidente, hasta ser puestos en libertad 34 horas después.

En la Jornada dedicada a la vida religiosa, en la fiesta de la Presentación del Señor, Francisco quiso compartir la tarde con los consagrados del país. Fue en la catedral de Kinshasa, Nuestra Señora del Congo. Allí se encontró con una representación de los más de 5.000 sacerdotes, 12.000 religiosas y religiosos, 3.000 seminaristas. Algunos de los presentes le ofrecieron testimonios de su quehacer apostólico, sin ocultar los “enormes desafíos” –como los calificó el cardenal Ambongo– para vivir el compromiso sacerdotal y religioso en el país con mayor número de católicos de toda África. El Santo Padre les advirtió de las tres tentaciones que considera especialmente per- niciosas para los sacerdotes y religiosos: “la mediocridad espiritual, la comodidad mundana, la superficialidad”.

Para hacerles frente, el Papa desgranó algunos consejos. Entre ellos, “ser fieles a ciertos ritmos litúrgicos de oración que acompasan la jornada, desde la misa al breviario”, como la celebración eucarística cotidiana, no descuidar la liturgia de las horas, no olvidar la confesión y reservar cada día un tiempo intenso de oración –“para estar con nuestro Señor, corazón con corazón”–.

En el país más pobre del mundo

Francisco quiso acudir a Sudán del Sur –el país que vio nacer a Josefina Bakhita, santa y esclava canonizada en el año 2000– para cumplir una promesa que realizó en 2019, durante un retiro espiritual en el que hizo de mediador entre el presidente Salva Kiir y su eterno rival, Riek Machar. Su presencia tuvo una consecuencia inmediata nada más aterrizar en la capital, Yuba: Salva Kiir anunció que retomaba las negociaciones con los grupos armados que no estaban incluidos en el proceso de paz de 2018 y que han sido facilitadas por la Comunidad de Sant’Egidio. También indultó a 71 presos, entre ellos a 36 condenados a muerte.

El segundo día en Yuba se abrió con un intenso encuentro con obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la catedral de Santa Teresa. Allí les dijo: “No somos los jefes de una tribu, sino pastores compasivos y misericordiosos; no somos los dueños del pueblo, sino siervos que se inclinan a lavar los pies de los hermanos y las hermanas; no somos una organización mundana que administra bienes terrenos, sino la comunidad de los hijos de Dios”. Evocando a Moisés, subrayó que “nuestro primer deber no es el de ser una Iglesia perfectamente organizada, sino una Iglesia que, en nombre de Cristo, está en medio de la vida dolorosa del pueblo y se ensucia las manos por la gente”. Al salir de la catedral, tuvo lugar un hecho que ha quedado grabado como uno de los símbolos más elocuentes de esta visita: se le acercó un niño, alargó la mano y dio al Papa un billete de una libra sursudanesa, equivalente a 0,007 euros.

A continuación, por la tarde del sábado, Francisco, el primado anglicano Justin Welby y el moderador de la Iglesia presbiteriana de Escocia, Iain Greenshields , celebraron una oración ecuménica ante unas 50.000 personas en el Mausoleo de John Garang, el padre de la nación. El ecumenismo tiene una especial importancia en Sudán del Sur. Se calcula que, de sus 14 millones de habitantes, el 35% son católicos y el 20% anglicanos.

El Papa insistió en que los que se llaman cristianos deben elegir bando. “Quien sigue a Cristo elige la paz, siempre; quien desata la guerra y la violencia traiciona al Señor y niega su Evangelio. Cada uno, en Jesús, es nuestro prójimo, nuestro hermano, incluso el enemigo; tanto más los que pertenecen al mismo pueblo, aunque sean de etnia diferente”, afirmó el Santo Padre ante un pueblo que sufre la guerra entre etnias y que acumula heridas de muertes y violencia desde hace décadas. La guerra más reciente estalló en diciembre de 2013, apenas dos años después de la independencia. Aunque hay unos acuerdos de paz firmados desde 2018, aún no se han aplicado en firme.

Bergoglio insistió en que “la herencia ecuménica de Sudán del Sur es un tesoro precioso; una alabanza al nombre de Jesús; un acto de amor a la Iglesia, su esposa; un ejemplo universal hacia el camino de unidad de los cristianos. Es una herencia que ha de ser custodiada con el mismo espíritu”.

África, “en el mapa”

En el mismo lugar de esta oración ecuménica, el Mausoleo de John Garang, donde en 2011 se declaró la independencia de Sudán del Sur, el domingo 5 de febrero decenas de miles de fieles acompañaron a Francisco en la misa conclusiva de este viaje, que ha vuelto a poner a África en el mapa de muchos medios internacionales. Tanto el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, como el mo- derador de la Iglesia de Escocia, Iaian Greenshields, acompañaron a Francisco en la misma.

Comentando las lecturas del día sobre la sal de la tierra y la luz del mundo, se preguntó el Papa: “¿De qué sabiduría nos habla Jesús?”. Apuntó a las bienaventuranzas: “Son la sal de la vida del cristiano y llevan a la tierra la sabiduría del cielo; revolucionan los criterios del mundo y del modo habitual de pensar”, recordó el Santo Padre. “Ellas afirman que para ser plenamente felices no tenemos que buscar ser fuertes, ricos y poderosos; más bien, humildes, mansos y misericordiosos. No hacer daño a nadie, sino ser constructores de paz para todos”.

Concluyó Francisco: “Nosotros, cristianos, aun siendo frágiles y pequeños, aun cuando nuestras fuerzas nos parezcan pocas frente a los problemas y la violencia, podemos dar un aporte decisivo pa-

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