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Y todos bajaremos juntos

Trace Miller

Es un hecho bien conocido que las líneas no existen. Las líneas, como los puntos, son infinitesimales. Y lo infinitesimal –como lo infinito– no existe: es un concepto. Así como los puntos son infinitamente pequeños, las líneas son infinitamente delgadas: no tienen un ancho. Se puede imaginar o dibujar una línea; pero en realidad, entre el lado derecho y el lado izquierdo, no hay nada, es decir, no hay nada definido, no hay nada sustancial, no hay nada más que una noción sin ancho, un concepto abstracto, una convención. Ahí hay una línea, pero la línea no está ahí: la línea no es.

Lo que te duele más no es que tu papá se haya matado, sino que nunca sabrás si se mató. Claro, vino la policía la noche de ese miércoles para decirle a tu mamá que encontraron el cuerpo de su esposo en su carro (no sabes dónde) pero no oíste cuando se lo dijeron a tu mamá, estaban afuera. Claro, tu mamá, jadeando, llorando, te encontró sentado en el sillón dorado en la sala de estar para decirte —lo siento muchísimo, lo siento muchísimo, papá se mató— (no sabes cómo) y tú, jadeando, llorando, girando hacia abajo, girando hacia abajo hacia no sabías dónde, sólo pudiste decir —tenemos que decirles a Cris y Kata, tenemos que despertar a Cris y decirle a Kata cuando vuelva de babysitting—. Claro, viste al sepulturero sobre tu hombro al caminar al carro para ir al funeral, al sepulturero que estaba tirando tierra sobre el ataúd de tu papá después de haberlo puesto en el agujero, esa última vez que viste a tu padre que no fue la última vez porque no viste a tu padre (todavía no sabes cómo se ve muerto) sino a su ataúd.

Claro, leíste la carta de suicidio que tu papá había dejado debajo de su almohada, la carta que dice estoy aburrido y nada más. Pero sabes que esa no era la verdad. Tu papá no estaba aburrido. Había perdido su trabajo hacía poco y no sabía qué hacer con su vida si no podía cumplir el objetivo principal del hombre, que es el de tener un trabajo y escalar la escalera corporativa. (Pues ese es el objetivo principal de un hombre como tu papá, tal y como sus padres se lo habían enseñado.) Tu papá tenía miedo. Estaba agotado. Pero bueno, había perdido su trabajo y con él las ganas de vivir; deprimido había estado durmiendo por tres meses hasta el día en el que les dijo que iba a comprar clavos para un proyecto y había desaparecido por tres días hasta que la policía lo encontró pero no lo resucitó. Claro que no pudieron resucitar.

Y entonces toda la gente, la familia y los amigos, con comida y regalitos y abrazos y besitos y lo-siento-muchísimos y tu-papá-y-yo-éramos-muy-buenos-amigos-y-te-puedo-decir-que-tu-papáfue-un-hombre-muy-fuerte. Todo era muy extraño y un poco emocionante por extraño y muy interesante por extraño y emocionante. Te interesaban los lo-siento-muchísimos porque no hacían nada más que limpiar la conciencia de la persona que te los decía y hacer que se sintiera un poco recto y poderoso. Te interesaban las historias y los epitafios de los amigos de tu papá porque siempre después de escucharlos te preguntabas si era honorable decirle mentiras a tu familia y matarse. Te respondías que no estabas seguro.

Y entonces toda la gente se fue y la casa se volvió silenciosa y todo quedó muy extraño pero no tan emocionante porque se había ido, con toda la gente, la atención –la comida y los regalitos los abrazos y los besitos. Mientras tanto, poco a poco, te estabas dando cuenta de que nunca volvería tu papá: que nunca lanzarían juntos otra vez la bola de fútbol, que nunca verían fútbol en la televisión otra vez, que nunca entraría tu papá en la casa por la puerta trasera otra vez, que nunca cenaría con la familia otra vez. Se había ido. Nunca volvería.

Ahí más o menos empezaron los sueños. Siempre aparece tu papá en esos sueños. A veces hablas con él, pero nunca le has preguntado por qué. A veces solo lo ves a él (está caminando, o corriendo, o hablando con otra persona, o algo así) pero desde lejos; tratas de llamar su atención, pero sin resultados. Cada mañana después de tener uno de estos sueños, al despertarte, no puedes decidir si lo que te ha pasado a ti es la realidad, una memoria, o un sueño. Tienes que preguntarle a tu mamá o a tu hermano si has estado durmiendo de verdad toda la noche. Tienes que convencerte de que tú has estado durmiendo y soñando y que tu papá todavía está muerto.

Después de su muerte, te habías puesto un poco paranoico. Creías que tu mamá o uno de tus hermanos iba a morir. Tenías tanto miedo que estabas temblando casi todo el tiempo, pensando en las muertes potenciales y posibles de tus amigos o tu familia. Cada vez que salías de la casa anticipabas regresar y ver una nueva muerte, el encuentro con otro cuerpo. Cada vez que salía tu mamá, salías con ella para morir con ella y no tener que sobrevivir a otra muerte familiar. Pero no era que estuvieras paranoico (o no crees que estés paranoico, la verdad es que no sabes qué estás, quizá confundido o algo así). Porque viste a tu padre hace poco. Viste a tu padre vivo. Y ya no sabías qué estaba pasando, solo que odias al hombre que se llama tu padre y que sientes como si pudieras morir de la ira, de la tristeza, de la vergüenza.

Mira, sabes que se va a decir que estabas soñando, que estabas durmiendo y tuviste un sueño que ahora has confundido con la realidad. Pero la verdad es que estás seguro que viste lo que viste, que no lo soñaste, que no lo imaginaste. De hecho, habías dormido muy bien la noche anterior. Habías soñado que estabas hablando con tu papá, tomando cervezas y hablando sobre la depresión. “Entiendo que la depresión es una tristeza muy profunda, por eso te mataste, para escapar la tristeza, la ansiedad y depresión de una vida sin sentido, sin esperanza”. “No, no es así”, te respondió, “la depresión es no más que la pérdida de la perspectiva”. Una pausa. “No lo entiendo”, dijiste. “Está bien”, se rió. Justo después, te habías despertado y preguntado a tu hermano si habías estado durmiendo de verdad; te había dicho que sí. No desayunaste. Tu mamá iba a ir a hacer las compras, le dijiste que querías ir con ella; te dijo vale, está bien.

Todo eso es decir que estabas despierto cuando estaban yendo camino al supermercado. Ahora, el supermercado queda al suroeste. Desde tu casa, siguen derecho al oeste hasta llegar a una intersección bastante grande en donde doblan a la izquierda; luego siguen derecho hacia el sur hasta llegar al supermercado. Llegaron a la intersección, ocho carriles en total en ambas direcciones. Estaban en el carril más a la izquierda porque iban a dar la vuelta. Acababa de cambiar la luz, tuvieron que parar y esperar a que cambiara la luz otra vez. Tu mamá estaba hablando por teléfono, tú estabas mirando el tráfico por la ventana. Cuando lo viste. Estaba manejando un carro nuevo, un Toyota Camry gris. Tu padre. Lo viste.

Mamá, gritaste, mira, es papá, está por allí. Un segundo, te respondió, no ves que estoy hablando por teléfono. Lo sé, chillaste, “pero mira, es papá, allí está, mira, por favor”. Pero ya estaba pasando por la intersección (qué estás diciendo, te respondió tu mamá, “papá está muerto, cómo es posible que lo veas, dónde está”) ya había pasado por la intersección, estaba manejando un Toyota gris, dijiste, yendo al norte, lo vi, mamá, lo vi, yo te prometo, lo vi. Y tu mamá bien confundida y mientras tanto tú gritando en tu cabeza, papá, papá, adónde vas, papá, por qué no vuelves, papá, vuelve, papá, ven, papá, ven. Y ahora tienes que ir a terapia porque tu mamá cree que la pena por la pérdida de tu papá te está causando las alucinaciones y mientras tanto tú –que ya no puedes llorar– te preguntas a ti mismo cómo es posible que el cielo esté tan negro, que la tierra esté tan vacía, que tu papá esté tan vivo pero tan ausente.