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Las montañas de las flores

LAS MONTAÑAS DE LAS FLORES

En el litoral de Tarragona, a medio camino entre la capital y el Delta del Ebro, existe un territorio pequeño, intenso, oloroso, donde la blanca luz del Mediterráneo alimenta flores y arbustos, retamas y plantas aromáticas que nos abren las puertas de las fragancias más exquisitas que podamos imaginar. Paraíso de la flora mediterránea, tan promiscua en colores y olores, la Serra de Vandellòs alberga un inmenso patrimonio vegetal que explota cada primavera para emborrachar al caminante. El sotobosque mediterráneo destapa entonces su tarro de mil esencias únicas, acompañadas de otros tantos brochazos de color. Tiñen los campos romeros y brezos, tomillos y madreselvas, amapolas y orquídeas, jaguarzos y rosales silvestres…

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Es una lista tan interminable como embriagadora, que convierte esta pequeña sierra litoral en un paraíso para naturalistas y fotógrafos adictos a la botánica, y en un oasis de relajación y aromaterapia para el senderista que disfruta con la soledad de la naturaleza. Si es cierto, como se dice, que los buenos perfumes se guardan en frascos pequeños, aquí tenemos uno que contiene el mejor perfume que existe: el propio aroma de la naturaleza.

DESDE LA COSTA…

Situado en la comarca del Baix Camp, al sur de la provincia de Tarragona, el municipio de Vandellòs i L’Hospitalet de l’Infant está atravesado, de sudoeste a nordeste, por la llamada Serralada Litoral catalana, que acompaña a la línea de costa a lo largo de toda Cataluña.

Visto el territorio desde el mar, lo primero que encontra-

mos es la franja litoral, donde se concentra la mayor parte de la actividad humana e industrial del municipio. Numerosas edificaciones, industrias, líneas de alta tensión e infraestructuras diversas (como las ferroviarias) han acabado confluyendo en esta zona a lo largo de décadas. El resultado, muy similar al existente a lo largo de toda la costa mediterránea, es una línea litoral con un alto grado de degradación y con muy pocos ecosistemas naturales bien preservados.

Aún así, por fortuna, existe en el municipio una zona costera poco dañada por la presencia o por la actividad humana. Se trata del catalogado por la Generalitat de Cataluña como espacio de interés natural (EIN) de La Rojala-Platja del Torn. Este paraje natural, de 211 hectáreas, comprende el tramo de unos tres kilómetros de costa que hay entre Cala Bea, al norte, y Cala Gestell, al sur, y la pequeña montaña de La Rojala, bajo la que se asienta. Entre Cala Bea y el inconfundible Illot del Torn, se despliega una playa ancha con no demasiada presión turística, ya que es nudista. Hasta la línea de playa, las laderas descienden suavemente acogiendo un bosque de pino carrasco (Pinus halepensis), salpicado de matas de romero (Rosmarinus officinalis) y numerosos ejemplares de palmito o margalló (Chamaerops humilis), entre otras especies características de la costa.

Al sur del Illot del Torn, la playa desaparece para transformarse en una abrupta zona de acantilados rocosos que el mar erosiona sin cesar, creando cavidades tan interesantes como la Cova del Llop Marí, cuyo topónimo probablemente haga referencia a la foca monje (Monachus monachus), que habitaba todo el Mediterráneo y que desapareció de nuestras costas hace ya algunas décadas.

De gran belleza paisajística, este tramo finaliza en la pequeña Cala Gestell, extremo meridional del espacio protegido, donde encuentran su espacio vital numerosas especies de plantas adaptadas al medio salino, como el taray (Tamarix canarien‑ sis), o el lirio de mar (Pancratium maritimum).

…HASTA LAS CUMBRES

Pero es justo detrás de la fachada marítima, con la Serralada Litoral atravesando el municipio, donde se desarrolla el fantástico espectáculo de floración que tiene lugar en primavera, y que bien podría dar a esta sierra el sobrenombre de la Serra de las Flores.

El territorio limita en el norte con la Serra de Santa Marina, la Serra de Montalt y las estribaciones de las sierras de Tivissa y Llavería, con lugares tan emblemáticos como la Mola de Genesías, la Punta de Jobara y el Coll de Fatges.

Existe desde tiempos inmemoriales un corredor natural creado por el río Llastres que, en su camino desde el Coll de Fatges hasta su desembocadura en L’Hospitalet de l’Infant, ha labrado en la roca meandros de curvas interminables y cañones impresionantes. Asomarse al río

entre las poblaciones de Mas Boquera y Mas Riudoms es garantía de asombro y admiración. En su recorrido, ha dado forma al paisaje del llamado Vall de Llors (‘valle de los laureles’), en el que se alternan cultivos, frutales, bosque y ribera.

Las autoridades administrativas han sabido reconocer su valor natural al dotar a estas sierras de una protección legal, catalogándolas dentro de dos espacios de interés natural (EIN) diferenciados. El primero corresponde al EIN Muntanyes de Tivissa-Vandellòs, de una extensión de 14 000 hectáreas, de las que aproximadamente la mitad (6709 ha) pertenecen al municipio de Vandellòs i L’Hospitalet de L’Infant. También están protegidas con igual figura legal otras 347 hectáreas pertenecientes al EIN Serra de Llavería. En total, y contando el EIN mencionado anteriormente de la Rojala-Platja del Torn, el municipio cuenta con 7267 hectáreas de parajes protegidos, un 70 % de la extensión del municipio, lo que significa un reconocimiento importante a su naturaleza.

Como queriendo compensar sus modestas dimensiones geográficas y altimétricas —su punto más alto, Puntaire, se eleva 727 metros sobre el nivel del mar—, las laderas de la Serra de Vandellòs empiezan a crecer en L’Hospitalet de l’Infant, justo donde las olas acaban su cíclico vaivén. Lo hacen con abruptas pendientes que crean montañas agrestes y vigorosas, donde se contempla el mar desde una perspectiva más natural y, por eso, más humana que la del tópico asociado a nuestra costa mediterránea.

El fuerte desnivel da lugar a varios pisos climáticos que ocupan a la perfección las diferentes especies de plantas. Estas, como en cualquier otro ecosistema, ocupan sus nichos en función tanto del tipo de suelo, como de la altitud a la que se encuentran, como de las variaciones locales del clima.

EL SUELO QUE ALIMENTA AL BOSQUE

Los acusados desniveles de sus laderas recogieron las lluvias durante milenios, formando un sinfín de barrancadas que la fuerza del agua abrió sin contemplaciones en remotas épocas.

Ahora, los aparentes caprichos del clima permiten que la vegetación colonice barrancos y rieras, llenándolos del verdor perenne del bosque mediterráneo. Solo la brusca meteorología asociada a las tormentas otoñales reinunda cauces y pozas, creando ruidosos arroyos y sacando a

La abundancia de flores es acompañada por multitud de insectos.

Un paraíso para botánicos y fotógrafos

la luz olvidadas surgencias por donde el agua parece brotar, y así es, de la misma roca.

El clima es una de las variantes que determinan el tipo de plantas presentes en la zona. Esta disfruta de un clima típicamente mediterráneo, con veranos calurosos e inviernos suaves, y en el que el parámetro más determinante para las especies vegetales es la precipitación, escasa y mal distribuida a lo largo del año, con prolongados periodos de sequía y precipitaciones casi concentradas en las tormentas de finales de verano y primeros de otoño.

El otro factor atmosférico de importancia es el mestral o viento del noroeste. Su intensidad es más que notable durante una buena parte del año y las crestas de la Serra de Vandellòs, cuyos lugares más notables son El Tossal de l’Alzina, Puntaire y La Portella, apenas pueden frenar a sotavento los azotes de este viento sostenido, fuerte e incluso violento en muchas de sus rachas. Su acción continuada reseca constantemente las laderas de campos y sierras, acelerando la evaporación de las ya de por sí escasas precipitaciones, lo que limita aún más el necesario aporte hídrico que las plantas necesitan para su desarrollo.

Todo lo anterior conlleva que las plantas que preferentemente encontraremos en el territorio sean especies típicas del monte mediterráneo, adaptadas a las condiciones climáticas predominantes.

La escasez de precipitaciones, los fuertes vientos y la presencia del hombre en el medio han sido, durante décadas, espoletas para la nefasta propagación de incendios forestales. Estos — que, en otras latitudes más húmedas y con bosques con un mayor poder de regeneración, pueden ser beneficiosos para la propia naturaleza— plantean serios problemas medioambientales en el bosque mediterráneo, debido a su lento ritmo de regeneración. Después de años de continuados incendios y periodos climáticos de sequías prolongadas, es visible la falta de masas arbóreas, especialmente en la cara sur de la sierra. Antaño cubiertas por amplios rodales de pinos y encinas, ahora predomina la flora arbustiva, compuesta esencialmente de brezo (Erica multiflora), aulaga (Genista scorpius), romero

(Rosmarinus officinalis) y tomillo (Thymus vulgaris). Sin embargo, este tapiz arbustivo cumple el necesario cometido de ser un perfecto ecosistema de transición hacia un nuevo establecimiento del bosque.

Además de la propia riqueza botánica de los arbustos, estos sirven como protección para que decenas de otras especies vegetales de todos los tamaños se instalen bajo su cobijo, prosperen y den un nuevo impulso de vida cuando las primaveras traigan sus flores de infinitos colores.

Si la mayor insolación, la sequedad ambiental que impone el mestral y el resultado de los incendios forestales configuran la vegetación que se encuentra en las laderas meridionales, en las septentrionales encontramos una vegetación claramente diferenciada. En el norte de las crestas de La Portella y Puntaire, los cortados son imponentes y caen hacia las frondas de las Obagues de l’Irla. Allí, la Serra de Vandellòs conserva en sus umbrías la humedad que las precipitaciones estacionales dejan en las oquedades de la roca caliza de estas sierras.

Ello permite el crecimiento de algunas especies de árboles habituados a climas más húmedos, como el tejo (Taxus baccata), el mostajo (Sorbus aria), el serbal (Sorbus domestica), el arce (Acer opalus), el roble valenciano (Quercus faginea), e incluso el acebo (Ilex aquifolium) que es habitual en la ladera norte de La Portella.

Es en esta zona donde encontramos especies endémicas muy localizadas, como una especie de tomillo (Thymus willkommii) y otra de sauce rupícola (Salix tarraconensis) de gran interés botánico.

Por debajo de la línea de cumbres, las aguas escurren violentamente durante las tormentas estivales. Allí la fuerza del agua y la relativa fragilidad de la piedra caliza han creado un cañón natural magnífico: La Barrancada.

En sus angostas paredes, al abrigo del mestral y con un microclima más benigno, madroños (Arbutus unedo) y rosales silvestres (Rosa canina) forman un bosque tupido que limita la erosión y sirve de refugio, abrigo y lugar de cría para numerosas especies animales que comparten territorio con nuestro bosque mediterráneo.

El otro contrafuerte rocoso que limita La Barrancada son Els Dedalts de Vandellòs y los Graus de Castelló. Sus acantilados forman una muralla rocosa visible a espaldas de las localidades de Vandellòs y Mas Boquera. Acogen una buena variedad de especies de plantas rupícolas, algunas tan interesantes como Potentilla caulescens y Asplenium ruta‑muraria.

Es allí donde se atisban, en otoño, los espléndidos colores de los arces, que tiñen de espectaculares tonos ocres, amarillos y rojos algunas zonas de la sierra. Sus manchas de colores, esparcidas entre el verde omnipresente de los pinos, dan una dimensión cromática inusual a estas tierras tan mediterráneas.

Porque, si es en primavera cuando el color y el olor llenan el bosque, corresponde al otoño enseñar frutos y bayas por todos los rincones. Los dulces madroños, que por estos parajes llaman, acertadamente, cerezas de pastor; las codiciadas y negras zarzamoras; el escarlata escaramujo del rosal silvestre, que hace las delicias de un sinfín de aves; bayas de madreselvas, hiedras, ruscos y lentiscos; también los llamativos frutos del bosquecillo de tejos del Racó del Beltrán, al abrigo de paredes calizas de insondable verticalidad. Alimento, en fin, para una fauna que vigila de reojo a un caminante que busca setas en los senderos o, simplemente, el silencio del bosque, o tal vez el frescor de las nieblas agarradas al terreno.

PATRIMONIO DE LA

HUMANIDAD Con más de 865 especies diferentes de plantas, sin duda la botánica es la parte más vistosa y apreciada en el estudio de la gran biodiversidad que acoge la Serra de Vandellòs; de mayor interés aún si tenemos en cuenta su superficie relativamente pequeña.

Y tanta naturaleza no ha pasado inadvertida para los legisladores. Con los espacios de interés natural citados anteriormente, no se pretende proteger solo el paisaje en sí y su riqueza botánica; la fauna también tiene una gran importancia en todo el ecosistema de la zona.

Como especie emblemática, tanto por su porte como por su delicada situación, sobrevuela sus lindes la escasa águila perdicera en busca de proteínas que le permitan sacar adelante una nueva generación de rapaces. Águilas reales, halcones peregrinos, búhos reales y milanos comparten su espacio aéreo.

Por tierra, una abundante fauna asociada al sotobosque

mira los planeos de las rapaces: jabalíes y tejones, zorros y ginetas, perdices y conejos, alacranes y tarántulas, ranas verdes y culebras de escalera.

Y qué decir de la fauna más pequeña asociada a las mil flores de las laderas. Sorbiendo su néctar, una marea de incontables insectos, a cual más bello y sorprendente, parece apurar la última gota de aroma de sus pétalos. La contemplación de su incansable trajín hace cortas las horas, y dispara la emoción del naturalista y el obturador de las cámaras.

Pero tienen, además, estas sierras un título, si cabe, de mayor abolengo, ganado con todo merecimiento, que hace referencia a tres abrigos naturales en los que el hombre paleolítico dejó muestras de su pintura rupestre: la Cova del Racó d’en Perdigó, la Balma d’en Roc y la Cova de l’Escoda han merecido su inclusión en la relación de abrigos que conforman, como patrimonio de la humanidad, el conjunto llamado Arte Rupestre del Arco Mediterráneo de la Península Ibérica.

GEOLOGÍA

A FLOR DE PIEL Es obvio pues, que ya nuestros antepasados lejanos aprovecharon por aquí lo que la Madre Tierra formó a base de constancia… y tiempo. Y si hay algo que hace aún más especiales estos parajes, es sin duda su condición intrínseca de abierto libro de geología.

Levantado hace… ¿cuánto tiempo? El sustrato, antes marino, ahora nos muestra a flor de piel todos sus detalles. Las formaciones —inmensas— de estratos calcáreos aparecen por doquier enseñándonos sin tapujos la fuerza de la Tierra, con cabalgamientos y pliegues que desafían la lógica y los conocimientos de los legos en esta ciencia. Unas veces entre sus resquicios y otras de forma aislada, aparece toda la fauna fósil que una vez fue reina de estos lugares. Belemnites, variedades incontables de ammonites e infinidad de moluscos se ofrecen a la vista del caminante relatando vidas perdidas en antiguas eras geológicas. Su pétrea belleza es, a la vez, muy delicada, por lo que es necesario contemplarla y respetarla como si de seres vivos se tratara. Eso fueron, al fin y al cabo, en un tiempo lejano.

El suelo que acoge estos restos fósiles está formado casi exclusivamente por rocas de origen sedimentario: calizas, formadas de carbonato cálcico, y dolomías, una variante de las calizas, pero con un alto contenido en magnesio. Ambos tipos de rocas son fácilmente erosionables por el agua, tanto de lluvia como de escorrentía, lo que da lugar a numerosas figuras geológicas de interés, desde abrigos usados por el hombre desde antiguo, hasta zonas kársticas en las que el agua se filtra creando oquedades de significativo tamaño.

La alta solubilidad de la roca caliza, unida a su relativa facilidad erosiva, ha conformado el paisaje, colmándolo de abrigos y cuevas, surgencias y cañones, tormos y rocas foradadas tan espectaculares como la de Lleria.

En cualquier rincón, el paisaje nos enseña sus encantos más agrestes y primitivos, recordándonos que, en la Tierra, la esencia de la vida descansa sobre una fina y frágil corteza de tierra. Es una lección más que aquí, en estas montañas tan cercanas como desconocidas, tan rudas como aromáticas, el visitante tiene la suerte de aprender rodeado del mejor perfume natural.

Fotografías y texto de

Roberto Bueno

robertobueno.com

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