La Gualdra 201

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LA GUALDRA NO. 201

De los segundos consejos que dio Don Quijote a Sancho

Literatura

Por David Alberto Valerio Miranda*

“Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir para adorno del cuerpo”. Son las líneas con las que termina el capítulo cuarenta y dos de la segunda parte de la magna obra de Cervantes, capítulo en el que don Quijote da los consejos del alma a Sancho Panza sobre el cómo gobernar y culmina con las ya expresadas líneas, dando pie a los segundos consejos, los que pertenecen al cuerpo, éstos ya expresados en el capítulo cuarenta y tres, de los cuales me ocupo en escribir la siguiente reflexión. Los consejos hacia la manera correcta de gobernar prosiguen, emitidos desde el caballero hacia su amigo escudero; aquí se observan algunas curiosidades como el hecho de que sea un texto en el que Cervantes, a través del Quijote, fungiera

como un Maquiavelo y Sancho Panza como un Lorenzo de Médici a quien le dedican tan célebre obra para auxiliarse en el arte de gobernar. El caballero andante aconseja a su amigo que está próximo a asumir el poder de un ínsula, le hace recomendaciones concernientes al cuerpo, a la imagen -pues le sugiere un buen vestir- y a su aroma -prohibiéndole comer ajo y cebolla para no tener mal aliento, además de que esos alimentos eran catalogados como vulgares en tal contexto-; también le sugiere reglas de compostura como no eructar ni rascarse en público. Algunos consejos llaman mi atención más que otros; por ejemplo, le aconseja que escuche y deje hablar a su pueblo, que no sólo se oiga su voz, lección que sin duda vendría bien en el presente. Considero es-

pecial uno de los consejos que le da, casi de los primeros de este segundo coloquio: el caballero de la triste figura aconseja al amigo Sancho que antes de tomar el poder, primero se gobierne a sí mismo y su casa, que nunca se olvide de trabajar; lo hace con una elegancia y brillantez literaria característica en la obra de Cervantes pues lo dice de la

siguiente manera: “En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer…”. Tomemos en cuenta que, en ese contexto, dejarse las uñas largas era señal de que no se hacía trabajo manual, que no se trabajaba; la indicación parece lógica si pensamos que para unas manos trabajadoras que requieran ser ágiles las uñas largas resultan un estorbo. El autor, refiere al trabajo físico como imprescindible en las labores del gobernante, algo que en contextos posteriores parece olvidarse, pues en el presente a los gobernantes se les atribuye de todo, pero con dificultad que verdaderamente trabajan. * Twitter: @Valeriomirand

La enfermedad crónica de la edición

Libros

Por Edgar A. G. Encina Han rasgado el cartoncillo, quizá es el paquete recién llegado, quizá es una caja, quizá… Han rasgado el cartoncillo, pues han querido ver lo que hay debajo, detrás, al fondo... Han rasgado el cartoncillo y se han encontrado con poco pero muy esclarecedor, no es la misma superficie porosa, manchada y arrugada, esta es liza, suave, tersa. La portada de La cara oculta de la edición (Édition, l’envers du décor, 2009) de Martine Prosper está arrancada y luego de una o dos o tres capas aparece la abrillantada y bruñida superficie sobre la que el título se firma. Son apenas 101 páginas, traducidas por Gabriela Torregrosa, que Trama Editorial [www.tramaeditorial.es] publicó en español en 2012. Es un libro ágil que parte de la experiencia personal para (uno) desempolvar la imagen del editor, (dos) hablar del sector-oficio como negocio y (tres) anotar algunos problemas de la edición futura. Es un libro que parte de la experiencia personal luego de que Prosper trabajara en Gallimard Jeunesse, Bordar y Casterman, y fuere directora de la Conféderation Française Démocratique du Travail. Es un libro que parte de la experiencia personal en defensa del libro y su intolerancia a la injusticia, en atención de los sindicalistas que luchan contra la precariedad, como muralla en defensa de los profesionales con compromiso colectivo y en alusiva advertencia a todo aspirante a hacer la mar en la aventura editorial. Nadie lo hace, nadie lo haga. El valor de la editorial, sin importar tamaño, es frágil con líos en la comercialización y de acceso. Sin embargo, esa fragilidad es su grandeza, en su vocación “ilustrada” de enorme riqueza humana se ha hecho una actividad rentable que se ha fijado la única empresa de hacer que se lea y en vender, por tanto, libros. Sin embargo,

Nadie lo hace, nadie lo haga. Todo lo referente al mundo editorial tiene su magia, “está revestido de una aureola de gloria, ha construido el mito y ha sabido hacerlo prosperar” y ahora cree que puede con todo. Se ha puesto el saco de empresario genial que pone siempre su resto apostando por las ideas, a sabiendas de que ganará poco. Se ha puesto y las ideas valen junto con las finanzas. ¿Sabe usted que casi el 80% de las publicaciones son resultado de un encargo por el editor a un escritor determinado? Nadie lo hace, nadie lo haga. Entre más libros vea usted en la librería entienda que habrá más devoluciones; entre más novedades mayor volumen de producción; entre más concentración en librerías y cadenas, “saturación derivada de la sobreproducción y la afirmación creciente de la distribución bajo demanda”, y eso, por tanto volatiliza la “calidad” que se ha venido denunciado desde el siglo XIX. Nadie lo hace, nadie lo haga. Nadie ponga en duda que la editorial es la mayor industria cultural en Europa, aunque los galeristas no la ponen fácil, ni las disqueras tampoco. En Francia emplea más menos a 135.000 personas con un volumen próximo a los 23.000 millones de euros. Nadie ponga en duda que todo se va al carajo, que:

esa fragilidad es su destrucción que maltrata a todo aquél que trabaja en este sector porque “la crisis suele dar donde más duele: vida media de los libros cada vez más corta, tasas de devolución en aumento, agravación de las dificultades de los libreros…”.

“El libro está en crisis”, “Cada día se lee menos”, “Los demasiados libros acabarán con el libro”. En resumidas cuentas: ¡el libro tiene los días contados! Para quien comenzó su carrera en los años 80, el libro siempre ha estado en crisis y su muerte, anunciada. Hasta el punto de que quizá deberíamos preguntarnos si no se trata de otro mito inventado para asustarnos y, de paso, calmar los ardores reivindicativos.


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