Edición nº4

Page 18

Pág. 18

Letras para Relatos La Tierra “Otra vez” -se despachaban lenguas vecinas, bocas abiertas de corazones cerrados, que tras un leve saludo consentían. Raquel cruzaba veloz la calle, camino de las afueras. Mechones morenos en las mejillas intentaban ocultar lo que gritaba el miedo. Se adentraba en el pinar para llorar, olvidar y hacerse atardecer. Dejaba que los brazos de luces y sombras la amarraran a una tierra que constantemente le negaban –deseaba yacer en ella. La esencia del pinar y el sol que ardía, y con él momentáneamente sus penas, llevaban a Raquel a fundirse en un cielo de rosas, rojos y amarillos. Después de haber cedido paso a los últimos rayos de sol, apenas quince minutos de gozo al día, salía a un campo abierto dónde el pinar bruscamente vomitaba una parte de la claridad que se había tragado. Volvía temblorosa a una casa que nunca sintió como suya. Sus paredes robaron la enorme mirada de mundo en sueños que había preparado para acoger la vida. Nada. No era nada ni nadie. Las espléndidas atardecidas se iban sucediendo en un otoño caluroso que, de no ser por los colores ocres y

amarillos, hubiera pasado por una bella primavera. Hasta que un día el ocaso no terminó. Aquel día, no era sol, era fuego. Cogió el móvil con intención de pedir ayuda. Enseguida las campanas de la Iglesia voltearon dolor, peligro y socorro; los vecinos corrieron a salvar su monte, pues todos tenían parte, todos menos ella. Y fueron, precisamente, las ropas de la chica las únicas que ardieron. Luces y sombras, esta vez no sólo la abrazaron sino que la amarraron para siempre. Pero no fue el atardecer quien la ató con una soga al árbol. El atardecer no es malo ni tiene manos de hombre como su marido. De ella no quedó nada, salvo un móvil roto y una cadena. Todo acabó en una noticia de prensa: En el incendio muere una joven que ayer por la tarde se perdió en el pinar. ¿Perdida? bien que lo conocía, y bien que lo amaba. Por eso, se hizo polvo y ceniza. Se hizo tierra. Porque era parte de ella, porque el pinar era ella y ahora ella era pinar. Lucía Santamaría Nájara, Lda. en GEOGRAFÍA E HISTORIA y Escritora.

Erotismo de cloaca Llevaba varios días sentado, apenas sin moverse, en el rincón más lejano del último nivel del alcantarillado. Sin moverse y sin dormir. No podía continuar. De frente la pared negra rezumando hedor, pero no podía distinguir en donde nacía la podredumbre que durante las primeras horas le atrapó todo el oxígeno. De los niveles superiores del alcantarillado, a veces, le llegaban ecos de pasos y restos de palabras envueltas al vacío. A ratos, todavía escuchaba sonidos de armas ateridos, que le trasmitían el miedo negro que retumbaba en las paredes. Si daba marcha atrás… Sólo le quedaba continuar allí. ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo?, se preguntaba, sin querer preguntarse. ¿Cuánto tiempo puedo permanecer sin comer? ¿Cuánto tiempo sin beber? Le bullían las preguntas en su cabeza, raspando hasta sangrar los espacios donde las ideas se agitan. Sí, comer mucho tiempo. Mucho tiempo sin comer. No sé. Mucho tiempo. Pero beber menos…, dos, tres, cinco días. No sé, pero poco tiempo. Quizás aquel laberinto de

preguntas, o el miedo seco que le llegaba de los disparos, dejaron en su garganta una fina tela ennegrecida por el ambiente que le pedía beber. Decidió pasar la lengua por las paredes donde la humedad se resbalaba. La primera vez, cuando atisbó la idea, vomitó. Pensó en su chica y por primera vez lloró. En medio del llanto sacó la lengua con fuerza y la movió con rapidez por encima del labio superior. Le dio placer y la alegría de aquello también le dio buenos frutos. Y movió la lengua mecánicamente, con rapidez, disfrutando como si lo hiciera con ella. Pedro Portugués Zamorano, Escritor y Librero


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.