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Letras en primera persona

PRESENTACIÓN

En esta sección pretendemos que el lector/la lectora se inmiscuyan en nuestra/vuestra publicación con relatos de un par de folios (los escritos no muy extensos, por lo tanto) para dar a conocer vivencias particulares, cercanas, que se narrarán en primera persona intentando aportar la máxima verosimilitud a lo que se nos refiera. Buscamos textos de calidad, con atractivo, que enganchen. Quizá demos con talentos que, gracias a ese anhelo os dejamos los canones de las colaboraciones que aquí vamos a recibir. Estaremos encantados de disfrutar con vuestras aportaciones. Gracias.

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Catedral

Hace muchos años que tenemos un tiempo compartido en el Catedral, los departamentos son muy lindos, luminosos, bien diseñados y con buen gusto. Antes veníamos con los chicos, pero ahora ellos prefieren Punta Cana, Itaparica o cualquier otra playa de Brasil.

Mi marido y yo amamos el Sur y no faltamos jamás, nos encanta ir al vivero de tulipanes, a tomar el té a tantos lugares divinos desparramados por todas partes, ir a leer en los montecitos al lado de los arroyos o comer en el kiosco eterno de Tage.

Alejandro, mi marido, va a llegar el viernes próximo, vinimos juntos hasta Neuquén en avión.

Yo seguí hasta Bariloche y él fue al Norte a casa de un nieto porque va a ayudarlo a hacer unas cosas y después bajan todos juntos para pasar las vacaciones acá.

Por primera vez en años el departamento de al lado está ocupado. No sé quién lo habita.

Me preparo para bajar a la pileta, ya tengo el bolso listo con todo, son como tres millones de cosas, llevo libros, si tres, ya sé, ¿para qué? ¡Qué sé yo!, es así. Un bordado, es el segundo año que lo traigo sin dar ni una puntada, pero está en el bolso, de porfiado no más.

La pileta está climatizada y todo el lugar está con paneles de vidrio para protegernos de los vientos, es muy agradable estar, y generalmente la gente es un amor.

Estamos conversando dos o tres señoras, cinco hombres de los cuales dos tienen a sus mujeres en el campeonato de canasta que se juega en el hotel.

Nos sorprende que de improviso los hombres se queden paralizados, con la quijada que se les cae y los ojos desorbitados. No es para menos, termina de llegar una mujer morocha de ojos verdes, que es odiada por todas las mujeres en ese acto. Solo de largo de piernas tiene como 1 metro 32 centímetros, ¿se imaginan la altura? Para mejor comparación les cuento que yo mido 1 metro cincuenta y cinco, total. Con eso está todo dicho.

Cada mujer retiró a su marido del borde de la pileta y empezó el duelo entre los dos viudos momentáneos. ¡Qué estúpidos, pero qué estúpidos son los hombres en tren de conquista! Más pavos no pueden ser.

La morocha, muy avezada en esas lides, se ríe graciosa, se hace la tímida en tanto calibra con cual se va a quedar.

Una de las jugadoras quedó fuera del campeonato y viene muy apresurada a rescatar a su marido.

El ganador, por abandono de su oponente, camina sacando pecho y conteniendo la respiración para parecer más sexy. Y sabe que es un buen mozo.

La morocha entre caritas y mohines se lo lleva de la pileta.

Nos preguntamos en qué lugar está alojada, si en el hotel o en los dormis. Nadie sabe.

Realmente no hay derecho a que una mujer así nos amargue las vacaciones, pero ya está.

A las ocho subo para cambiarme y bajar al comedor, estoy cansada y voy a descansar un ratito. Y por primera vez, en años, me doy cuenta de que la cabecera de mi cama, apoyada en la pared de troncos que hace de muro divisorio, da con la cabecera de la cama del departamento de al lado.

PRESENTACIÓN

En esta sección pretendemos que el lector/la lectora se inmiscuyan en nuestra/vuestra publicación con relatos de un par de folios (los escritos no muy extensos, por lo tanto) para dar a conocer vivencias particulares, cercanas, que se narrarán en primera persona intentando aportar la máxima verosimilitud a lo que se nos refiera. Buscamos textos de calidad, con atractivo, que enganchen. Quizá demos con talentos que, gracias a Letras de Parnaso, comiencen una andadura cargada de interés. Con ese anhelo os dejamos los canones de las colaboraciones que aquí vamos a recibir. Estaremos encantados de disfrutar con vuestras aportaciones. Gracias.

No hace falta que explique nada sobre todo lo que se escuchaba, confieso que me quede escuchando. No lo podía creer, era llamada de amor indio a la enésima potencia. Era como si yo tuviera la cabeza entre los dos del otro lado. Me daba vergüenza ajena, propia y prestada. Y reconocí la voz del hombre de la pileta, sí, el que se había ido con la odiosa.

Después calma, el ruido de la puerta de entrada que se cierra y el tipo que se va presuroso.

Lo peor de todo es que no se lo puedo contar a nadie. En el comedor el adúltero le hace mimos a su mujer. Estoy indignada, tengo ganas de pegarle.

Al día siguiente, antes de bajar, veo que el adúltero enfila para los dormis, me quedé un rato y comenzó el ritual. Salí corriendo de mi dormy como si yo fuera culpable, ese día bordé por todos los años que no había tocado el bordado con una velocidad inusitada.

No sabía si quería volver o sacar una habitación en el hotel hasta que llegara Alejandro.

Esa noche en el comedor estaba la morocha con su marido que hacía diez minutos que había llegado, por supuesto era un hombre bastante mayor, elegante, demasiado serio por ser que estaba de vacaciones. Ella era todo mimos, a él no se le movía un músculo de la cara en la menor sonrisa, si vi que tomaba demasiado, había llegado con un whisky en la mano, siguió con vino tinto, y ahora tomaban champagne.

Se retiraron temprano, yo los seguí. Había silencio. ¿Qué pasaría al lado? Me acosté, ya me dormía y la voz de ella mimándolo. Parecía que él respondía tibiamente, pero la harpía sabía qué tenía que hacer y lo enloqueció, bah, eso creía yo.

Escuché la voz del hombre cargada de ira, sin perder el control comenzó a decirle que sabía todo, que era el momento de su venganza, que iba a hacerle de todo. Ella lloraba y le pedía perdón. Él era una fiera enjaulada. Yo petrificada. No me voy a olvidar jamás de esos sonidos guturales, salidos de las entrañas de un hombre librado a sus bajos instintos. Ella dejó de llorar. Cuando él dio por finalizado todo, escuché un grito apagado, propio de una bestia, no de un ser humano.

Le tuve lástima, me imaginaba su indignación, tanta que dejó su esencia humana.

Escuché que se bañaba. Y silencio.

Yo estaba en shock, no podía moverme.

Llegó el día, las mucamas del comedor están llevando el desayuno porque no todos bajan al salón.

Y el alarido más alarido sale del departamento de al lado y la mucama que pide auxilio, salimos varios y corrimos, entramos y sobre la cama está la mujer desnuda, con las manos atadas a la cabecera de la cama con esposas, sus ojos desorbitados, el cuerpo mordido y todo arañado y lastimado hasta la carne. El marido no estaba.

Todos los pasajeros se agolparon para ver entre horrorizados y morbosos esa escena terrible.

Vino la policía, interrogaron a todos, a los vecinos linderos nos preguntaban qué habíamos escuchado, yo me mantuve en que nada, que dormía, que no la conocía. Dos veces me llamaron, no dije nada nuevo, me mantuve en mis trece. Después de todo que investigaran ellos, que eran los policías. Cuando salí del destacamento fui a la Galería del Sol a tomar café, me sentía mal, estaba sola y no podía llamar a Alejandro para contarle, ya que nunca le iba a contar. Estoy temblando, ya llego al bar, unos metros más, levanto la vista y en el espejo se refleja la imagen del marido, que con una mano se toca el ala del sombrero y me hace un gesto como dándome las gracias y se va.

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