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“Maite Defruc, conocimiento y amor” por Juan Tomás Frutos

Maite Defruc, conocimiento y amor

La vida pasa muy deprisa. Es algo que sabemos, y con los años lo percibimos más. Todo transcurre a un ritmo trepidante. Nada permanece, como decía Heráclito. Lo constatamos recurrentemente. Conforme nos hacemos mayores nos damos cuenta de que el peaje que hemos de afrontar con el feliz hecho de la existencia es padecer la ausencia de seres queridos, que se nos van de esta dimensión y nos dejan, como señalaba Goya, “muy solos a los vivos”.

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Ahora se nos ha marchado Maite Defruc, María Teresa Bastida Sáez, una escultora excepcional y aún mejor persona. Nacida en la diputación cartagenera de La Palma ha desarrollado una imponente labor, con reconocimientos dentro y fuera de la Región. Únicamente un puñado de artistas como ella han tratado el bronce. Es la única mujer que ha realizado a nivel europeo todo el proceso del modelado conocido como “a la cera perdida”.

Podemos hallar sus obras en los cinco continentes. Ha sido galardonada, de hecho, en multitud de rincones del mundo. No obstante, lo más importante no han sido los premios recibidos, sino el merecimiento que se ha esgrimido en su concesión. Un aspecto añadido que debemos destacar es su colaboración con organizaciones no gubernamentales de todo tipo. Su estima por su cercana ONG “Prometeo” fue siempre patente.

Conviene igualmente que hagamos hincapié en su perfil docente. Muchos lugares del planeta han saboreado su pedagogía. En Lo Ferro, en Torre Pacheco también. La Universidad Popular de Cartagena la recordará sempiternamente, en esencia por su talento, pero de manera especial por ser una buena persona, y no sólo con algunos, con los cercanos, sino con todos cuanto la conocieron.

El Melón de Oro y el Molino de Lo Ferro se han quedado huérfanos de autoría, pero, como sucede ya en tantos ámbitos de la vida de Maite, los que la hemos conocido asumimos el compromiso de cuidar sus pasiones, entre las que se encontraba el flamenco.

Humanidad y pedagogía

Medito unos instantes. Fijo como entrañables nuestros encuentros en el Festival del que ella también formaba parte. Hubo varias conversaciones que, por humanas y didácticas, jamás olvidaré.

Espiritualmente estuvimos muy cerca durante su larga y compleja enfermedad, que le arrancó la vida, sí, pero que nunca la doblegó. Fue una mujer fuerte, capaz de todo cuanto se proponía. Las obras en relación al flamenco nos han iluminado y nos gustan bastante, pero, si me piden que me quede con una específicamente, ésta es y será el Cristo de Verdún, que rememora la batalla del mismo nombre, el de una localidad donde murieron unos 800.000 soldados alemanes y franceses. Su idea del equilibrio, de la paz y de la eternidad se resumen en un bronce hermoso, intenso y firme en su debilidad.

Ahora nuestra dulce Maite se nos ha ido. Nos deja su legado, sus creaciones, así como su chispa, su talento y su sonrisa. Se trata de un gran patrimonio para administrar, para deleitarnos. Lo haremos con gusto y con responsabilidad, dos aspectos que eran innatos a ella.

Dios de vez en cuando nos brinda oportunidades de descubrir conocimiento y amor. Con muestra embajadora del arte nos llegaron ambos a raudales. Nuestro afán será ahora multiplicarlos como nos relata la Parábola de los Talentos. Prometo y juro que así será. Y, por su puesto, su recuerdo será imborrable. ¡Gracias, Maite, por tanto!

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