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Francisco Rguez. Herrera

Extensidad Del Beso

Beso en las arenas restregando la orilla. Columpio de medusas blancas. Fuerza y llama del pan adolescente, oh, noche de luna espontánea. Guitarra que siembra en la esperanza el nuevo acorde, oh, pájaro de madera, otoño de troncos imprevistos, ramas como lazos, aguas en el bosque al morir un caimán en los oídos: una cascada de trigo que chorrea en los labios. El amor, la muerte. El amor...

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Esta es la última vez que me enamoro. Quisiera recordar cuando mi cabello era niño, cuando se alzaban en él resumen de peine que la abuela con ternura desenredaba, ella carmenaba la tristeza familiar y se enfrentaba a sus demonios. La abuela era rosa en la caligrafía de sus jardines, una musaraña en el triángulo de su delantal, un churrete risueño.

A ellos dos no les gustaba mostrar su alma (estaban enamorados, yo lo sabía, y un silencio de luna salvaje, angular de peces, entraba por la ventana), no les decían a nadie lo que sentían. Pero yo lo advertí. Intenté tocar esas ascuas de amor encendido. No pude tocar la brújula del desafío, pero la presentía en ellos. Nacía el sol corpulento para mojar la sed de la luz, mas ese afecto,

Canto Final

esa inclinación hacia la playa no era suficiente para los que caminan allí descalzos. Pero si el sueño es sueño, se marchita al desatarlo del mundo de las realidades, así el sueño es realidad (¡porque el amor tal vez no es del hombre, sino del alma que lo eleva por encima hasta esas cordilleras que oyen, respiran hojas frescas, buscan voces, abrazos, y coquetean y conquistan el corazón horizontal que aprende a sobrevivir en las espesuras del aire!).

Esta es la última vez que me enamoro, decían. Y yo lo repito ahora en mí. Querían y no querían salir de los manantiales de la tierra. Andaban con miedo para tratar de buscar la libertad que ilustra el universo y abre la carne; pechos desbordados de iniciativas, inmersos entre continencias. Subían y bajaban la escalera que la casa tenía.

Oí notas de besos desparramados, y comprobé lo explícito del deseo. Los vi besarse una noche de diciembre en aguardiente de cielo.

De la obra: “Cuando la luna es celeste”

La luz traspasa el cristal de la memoria, busca en rayos invisibles un mar, la glosa inacabada para pretenderla en olas hasta la arena. Un cielo baja y conduce desde el sigilo azul testimonio de dioses. El alba es mecenas de la epopeya virgen, medran en los templos y los jardines, odiseas precisas, en las bodegas ocultas que embriagan el silencio.

De la obra: “Los Pétalos del verbo”