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Levantarse por amor a servir

Aunque en las noches los dolores se vuelven insoportables y la poca fuerza en sus piernas hace que camine con dificultad y hasta se caiga, Marzory Herman se levanta todos los días con la motivación de atender su comedor comunitario Mi Antojito, en el barrio Petecuy, en el que alimenta a cerca de 120 personas.

“Este comedor para mí ha sido una gran bendición porque cada día sé que tengo un propósito que me hace levantar con más ánimo. Es mi motivación para ponerme de pie todos los días con amor para servir”, cuenta Marzory, sentada en la cocina de su casa.

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Esa motivación de la que habla es fundamental, pues para ella, ser gestora implica un enorme esfuerzo físico. Hace siete años, como consecuencia de una inflación en la médula espinal, sufrió una parálisis en sus extremidades inferiores, que la obligó a usar silla de ruedas por varios meses.

Aunque los diagnósticos eran poco alentadores y los médicos no esperaban que caminara pronto, la determinación de Marzory, la fe en Dios y el apoyo de su familia lograron que poco a poco empezara a recobrar su movilidad.

“Los médicos me dijeron que yo ya no tengo cura. El neurólogo dijo que yo tenía que aprender a vivir con mi discapacidad. Yo no tengo fuerza en las piernas, entonces camino muy pasito, con ayuda. Los dolores en las noches son horribles y en el día quiero estar ocupada para mantener en calentamiento… Sin embargo, yo cocino, hago de todo, no me quedo quieta, mi comedor no va a decaer”, señala.

Desde el 2021 Marzory tiene el comedor comunitario en su casa, pero esta no fue su primera labor social, se ha dedicado a este tipo de obras desde hace varios años, sea a través de la olla comunitaria o gestionando recursos para ayudar a los más vulnerables. Su vocación viene desde niña, quizás desde que supo en carne propia lo que era no tener qué comer.

Marzory es una de las más de 2000 gestoras que hacen parte el programa de comedores comunitarios Corazón Contento, y que con su trabajo contribuyen diariamente a que unas más de 85.000 personas en estado de vulnerabilidad puedan acceder a un plato de comida.

Pese a su condición, Marzory se ha convencido a sí misma de que nada puede detenerla, y ha encontrado en el comedor comunitario esa satisfacción que le hincha el corazón de alegría.

“Ha sido muy satisfactorio para mí el ver la felicidad de las personas con su alimento, preparado con mis manos, y el apoyo de la Arquidiócesis y la Alcaldía, quie- nes me han acompañado y han hecho esto realidad”, afirma. Marzory es un ejemplo de fortaleza y resiliencia, para ella rendirse no es una opción, y desde su comedor comunitario sigue llevando un mensaje de esperanza.

“Siempre se puede, por eso estoy dando mi testimonio para que vean que una persona como yo, en vez estar sentada esperando que le den, antes doy de mí para los demás”, concluye Marzory con una sonrisa.

El programa de comedores comunitarios Corazón Contento hace parte de la alianza entre la Arquidiócesis de Cali, a través de la Pastoral Social, y la Alcaldía Distrital, por medio de su Secretaría de Bienestar Social.