De la Urbe 58

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La entrevista imposible Alfonso Buitrago Londoño fonso.buitrago@gmail.com

Opinión

Destruir la casa Heiner Castañeda Bustamante heiner.cb@gmail.com

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s cierto que abundan las razones para estar inconformes; es cierto que el océano en el que vivimos no es de aguas calmadas; es cierto que por todas las esquinas se filtran las inequidades; es cierto que no es éste un tiempo que invite a quedarnos callados; es cierto esto y todo aquello que aluda al compromiso que tenemos de hacer que el mundo que vivimos se parezca más al que soñamos. Por eso aquí en la Universidad es donde las voces divergentes tienen que hacerse oír. Pero no, el estallido cotidiano de petardos y bombas artesanales silencian a las unas y a las otras, rompen el hilo de la conversación, aniquilan todo aquello que se parezca al debate civilizado. Se dirá que los reclamos hechos a punta de palabras llegan a oídos sordos y que por lo tanto las explosiones son un mejor lenguaje, pero después de tantos años de escucharlas, de padecerlas, de ignorarlas, de maldecirlas, de intentar descifrarlas, de sobrevivirlas, de reparar sus daños, apenas queda un registro en los titulares de los medios de comunicación que hablan de vidas perdidas, de extremidades amputadas, de denuncias hechas, de rabias contenidas, de destrozos varios, de declaraciones vacuas, de señalamiento públicos y de oídos más sordos. Lo anterior podría incluso asimilarse con el objeto de encontrar caminos que deriven en una probable compresión de estos métodos. Sin embargo, lo que no es posible comprender es el daño colateral que trae zaherir la casa que nos cobija en nombre del todo vale cuando las cosas no están como creemos que deben estar. A todas estas quiénes son el objetivo de la disputa: la estudiante desprevenida que sale del museo, la señora aseadora que trastabilla nerviosa, el vigilante que abandona la portería, el profesor que declara terminada la clase o el policía uniformado que se hace ‘universitario’ impulsado por los señuelos de los petardos. Cuáles son las reglas de este juego en el que la casa y sus huéspedes son las principales víctimas; cuál es el sentido del rebelde que quema su cama en señal de protesta porque no tiene sábana; quién es el otro bando sino nosotros mismos los que contemplamos nuestro propio destrozo. No es fácil resignarse a saber que esto ocurre en la Universidad de Antioquia, no es fácil reducirlo todo a ‘fuerzas oscuras’ que nos hacen daño; no es fácil entender que un lugar hecho para el conocimiento y la creatividad sucumba ante la rudeza de la fuerza; no es fácil suponer que solo un manual de buenas intenciones habrá de redimirnos como universitarios; no es fácil suponer que ‘así es la vida’ y que no hay otra posibilidad. No puede ser suficiente comportarse como los meros observadores de un institución lesionada, expertos en cerrar los ojos y hacer de la estridencia de los explosivos un asunto anecdótico que se traduce en otra tarde ‘libre’ para comentar la aventura que significó escapar una vez más de la última refrega plagada de gases lacrimógenos, de guijarros lanzados sin dirección ni juicio, y de estampidas humanas buscando escapar, quien lo creyera, de la barbarie, en un lugar cuya naturaleza debería estar representada precisamente por la civilidad, la confianza y el respeto. Para habitar esta casa no basta con entrar y salir por sus puertas, no es suficiente asumir que un carné nos representa, ni admitir que por ser nuestro este espacio tenemos el derecho a lapidarlo por más razones que existan para la sublevación, porque se trata del refugio, de la hoguera que reúne, del techo que cobija, de la madre que enseña. Entonces, cabe preguntarse si son la universidad y sus instalaciones el objetivo militar y político de foráneos que la desprecian, o si aquí adentro sin darnos cuenta y en nombre de su defensa se están dando las condiciones para su propia ruina. Al menos esa es la interpretación de todos aquellos que pensamos que destruir la propia casa bajo cualquier bandera es la mejor ofrenda para quienes de verdad quieren devastarla.

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l periodista estadounidense John McPhee, citado por Norman Sims en el libro Los periodistas literarios, enumera los aspectos que un escritor de no-ficción no hace: “Uno no inventa diálogos. Uno no hace personajes mixtos (…), uno no se mete en sus cabezas y piensa en su lugar. Uno no puede entrevistar a los muertos”. En Colombia, tendríamos que explicarle a McPhee, pareciera que necesitáramos escuchar a los muertos y pedirles explicaciones; aunque a ellos no les importe, como dice Thomas Lynch en El enterrador. En estos días de marchas patrióticas, de golpe es como si los miles de muertos de la Unión Patriótica hubieran salido a la calle a gritar sus consignas. “Marcha Patriótica y Unión Patriótica suenan a lo mismo”, dijo Antonio Navarro Wolff en El Espectador (23 abr. 2012). Al mismo tiempo, para explicar las formas explosivas de recientes protestas estudiantiles, uno quisiera que algún estudiante desaparecido o alguno de los que ha muerto con sus propias ‘papas’ bomba contaran lo que les pasó. Pues, mire usted, señor McPhee, solo los muertos conocen el desenlace final, aunque no les importe. Pero para hablar con los muertos alguien tiene que entrevistarlos y aquí en Colombia una periodista, llamada Patricia Nieto, se puso a hacerlo. Esa conversación, que usted proscribe, señor McPhee, quedó registrada en el libro Los escogidos, que le recomendamos. Los muertos con los que conversó son desaparecidos que fueron a dar al cementerio de Puerto Berrío, después de viajar a la deriva por el río Magdalena, donde los lanzaron sus asesinos. Los habitantes del pueblo los escogen para intercambiar favores con ellos. Y los rezan y les ponen nombres, como a Milagros. La periodista se ve tentada a escoger el suyo, pero duda: “¿Será frío el vínculo con los muertos. Con cuál lenguaje se les hablará… Seré capaz de conversar con el ánima de un desconocido. Soportaré la familiaridad con el más allá… Para qué ingresar en el mundo de los muertos de la guerra arrullados por el agua?” Y entonces, “trayendo a Milagros a su boca”, se plantea la entrevista imposible, la entrevista a un muerto. No hay respuestas, tiene razón, señor McPhee; pero, mire usted, uno oye a Milagros. Ella habla y uno entiende. 1. ¿Quién te dejó en este pabellón de los olvidados? 2. ¿Llegaste en carreta, bestia o coche fúnebre? 3. ¿Qué dijo el médico cuando exploró tu pupila? 4. ¿Fue Pacho, el dueño de los muertos pobres, quien recompuso tus facciones? 5. ¿Alcanzaste la bendición del cura? 6. ¿Alguna mujer te rezó un responso? 7. ¿Quién divisó tu cuerpo tendido en un recodo del río? 8. ¿A qué horas se sorprendieron los niños con tu cuerpo como toro desollado? 9. ¿Cuántas horas permaneciste en ese pozo oscuro? 10. ¿Se alimentaron los peces de tu carne? 11. ¿Sorprendiste a los pescadores cuando emergiste del lecho frío? 12. ¿Sabe a hierro la tierra después de la lluvia? 13. ¿Te acompañó la luna? 14. ¿Ya se ponía el sol cuándo te mataron? 15. ¿Viste la cara del asesino? 16. ¿Cómo se llama aquel que ordenó tu muerte? 17. ¿Suplicaste piedad? 18. ¿Percibiste el sudor oxidado del que te tapó los ojos? 19. ¿Buscaste compasión en el rostro feroz que te apuntaba? 20. ¿Te hirió las muñecas el alambre dulce con el que las amarraron? 21. ¿Rasgaron la piel de tu cuello cuando te enlazaron como si fueras una fiera? 22. ¿Se quebraron tus dientes con el primer culatazo? 23. ¿Oíste el quejido de tus costillas cuando se partieron? 24. ¿Te obligaron a caminar sobre leña encendida? 25. ¿Te ataron a la cola de un caballo? 26. ¿Le dieron fuete al caballo para que volara? 27. ¿Te negaron el tiro de gracia antes de cortar tus carnes? 28. ¿El pánico te secó las lágrimas? 29. ¿Llamaste a tu mamá en el último minuto? 30. ¿Y tu alma? ¿Abriste la boca para que se fuera? ¿Sentiste cuando cayó en tus manos el hilito de san gre con wque estaba amarrada a tu corazón? 31. ¿Dónde quedaron tus ropas y tus alhajas? 32. ¿Ha salido tu hermano mayor a buscarte? 33. ¿Dónde quedaron tus hermanos niños? 34. ¿Sigue en pie tu casa? 35. ¿Ha florecido tu jardín? 36. ¿Era dulce el perfume de tu padre? 37. ¿Te gustaba la leche recién hervida? 38. ¿Cómo se llamaba el perro que te meneaba la cola? 39. ¿Eran azules tus días? 40. ¿Jugabas en el regazo de tu madre? 41. ¿Cómo te nombró ella?

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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