8 Memoria
Dar clase, Capítulo Antioquia
el arma de los profesores en la batalla por la 13
Después de quince años de la Operación Orión, De la Urbe cuenta una historia, una de las tantas que relatan lo que significó para la comuna 13 el poder guerrillero y la intervención paramilitar y estatal a principios del siglo XXI.
Laura Cardona Estudiante de Periodismo laulccp@gmail.com Fotografías: Juan David Tamayo Mejía
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ocos meses después de graduarse como licenciado en Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia, Gabriel Rendón empezó a trabajar como profesor en una institución recién inaugurada, ubicada en la comuna 13 de Medellín, llamada La Independencia. Se encontró con un colegio sin terminar, apenas cuatro aulas y todo el resto en construcción activa. Era 1996. Los primeros meses tuvo que dar clase en medio del polvo y el ruido de los instrumentos de construcción. Cuando se terminó el edificio, fueron los enfrentamientos armados y el temor a la muerte los que interrumpieron sus clases. Desde los primeros meses de clase, Rendón identificó quiénes eran los estudiantes que pertenecían al CAP, Comandos Armados del Pueblo, no solo por los rumores o por los comentarios de los otros estudiantes, sino porque ellos se identificaban como milicianos. Esta fuerza guerrillera tenía el poder en la comuna. Y pronto esa realidad intentó reproducirse en el plantel: de afuera entraban grupos de milicianos uniformados y armados. Interrumpían clases y actos cívicos para dar discursos ideológicos. En una ocasión, en la celebración del Día del Profesor, los milicianos irrumpieron y dieron su discurso habitual, con un final diferente: señalaron a los profesores de Ciencias Sociales como los encargados de explicar a los estudiantes cómo el pueblo estaba siendo explotado por el
Estado. El problema para los profesores no era enseñar a los estudiantes que había problemas entre la ciudadanía y el Estado, que había unos derechos, unos deberes incumplidos, que había corrupción… El problema era que la información, el método, la educación, la intención debía estar en manos de ellos, en manos de una entidad neutral para la cual esta información significaba educación y no más jóvenes para el ejército subversivo. Cada día después de clases los profesores debían quedarse en reuniones, al principio por la falta de coordinador y rector en la Institución —lo que los reunía a discutir asuntos administrativos—, después por la insoportable situación con los milicianos. Ya no solo eran actos cívicos, ya estaban pendientes de la disciplina en el colegio. Si había peleas, malentendidos, algún miliciano llegaba, hacía preguntas, regañaba a los profesores e intentaba tomar por sus manos, según sus reglas, el castigo. El colegio no podía dejar de ser estatal, manejado por personal civil, no podía convertirse en un formador de jóvenes según la ideología y reglas de los CAP. La primera decisión fue ir a Secretaría de Educación, pero allí no creyeron la gravedad de la historia. Volver y no prestar atención, esa fue la orden. El alcalde de la época (2001-2003), Luis Pérez Gutiérrez —hoy gobernador del departamento—, aseguraba que nada pasaba. Y muchos amigos y familiares de Gabriel Rendón también lo creían así. Cuando él les contaba todo lo que sucedía en su lugar de trabajo se sorprendían; producía desconcierto la idea de que un barrio de Medellín estuviera viviendo una dictadura guerrillera. Los profesores tomaron la decisión de hablar ellos mismos con los CAP y asegurar su posición como autoridad en la institución, pero era mucho más fácil decidirlo en una reunión que expresarlo delante de quienes tenían el poder total de las armas y de la fuerza en la comuna 13.
No. 88 Medellín, diciembre de 2017 - enero de 2018
La reunión fue informal, a mitad de un pasillo, con una mayoría de milicianos rodeando a los profesores. Además de uniformes, destacaban las armas de los foráneos. La reunión no avanzó hasta que uno de los compañeros de Gabriel decidió decir: “¿Cuál es la cuestión de ustedes con esas armas? Nosotros estamos desarmados, si quieren hablar con nosotros entonces vayan y guarden esas armas, dejen de ser visajosos”. El comentario causó gracia y la discusión pudo realizarse sin armas a la vista. En la reunión los profesores pusieron un límite: las milicias mandaban en la comuna por las razones que fueran, sí, pero la institución era otro territorio y allí los únicos con autoridad debían ser los profesores; de lo contrario no trabajarían más. Pudo ser por la tenacidad, por el valor, por la decisión en las palabras de los profesores, pero el resultado fue que las milicias aceptaron y los profesores fueron por varios años la única representación del Estado en la comuna. Con el tiempo hubo un incidente que generó nuevamente tensión entre profesores y milicianos. Un joven de las CAP entró al colegio y llamó a Gabriel y a otra profesora en un tono autoritario: —Profesores, vengan. Cómo así que un estudiante le reventó la cabeza a otro con una piedra. ¿Ustedes qué están haciendo aquí? Gabriel confiesa que tuvo temor y no supo qué responder, pero la profesora que lo acompañaba tuvo las palabras: —¿Usted de parte de quién viene? ¿De los CAP? ¿Usted no sabe lo que nosotros hablamos hace días con su jefe? Nosotros quedamos en que ustedes no se iban a meter al colegio, que las situaciones del colegio las resolvemos nosotros. Si hay algún problema vaya hable con su jefe y que él venga a hablar con nosotros.