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No peace beyond the line

Los corsarios atlánticos y el descubrimiento de América

Juan V. Martín Devesa Historiador

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La piratería existe en el Mediterráneo desde tiempos de griegos y romanos. De hecho, el concepto pirata fue acuñado en la antigua Grecia para designar a los salteadores de barcos, los merodeadores de los mares. Los corsarios aparecieron mucho después.

Los corsarios son piratas selectivos, es decir, que no asaltan indiscriminadamente a cualquier embarcación con la que se encuentran. Sirven a un país determinado o poseen licencia de un estado para ejercer tal actividad. Este peculiar derecho nació en la Edad Media a partir de la denominada

Comisión de Represalia, la autorización real para resarcirse de los daños causados por marinos de otra nación. El origen de las armadas modernas se encuentra en estas comisiones que a lo largo de la Edad Media fueron pasando al servicio permanente de la corona.

El rey Jaume I de Aragón autorizó por primera vez en 1250 estas comisiones de represalia, por lo que se le considera el padre de los corsarios mediterráneos. A partir de ese momento hallamos numerosos ejemplos de estos documentos, como los otorgados a los corsarios castellanos durante la Guerra de los dos Pedros en 1369. Incluso

Benedicto XIII, el Papa Luna, llegó a armar una flota corsaria con base en Peñíscola a principios del siglo XV. Debemos atribuir al Mediterráneo el dudoso honor de la invención de los corsarios, pero fue en el Atlántico donde alcanzaron su desarrollo máximo.

El origen del corso atlántico hay que buscarlo en la Bula Intercaetera y el Tratado de Tordesillas (1494) que estableció el meridiano a 370 millas de las Islas de Cabo Verde como límite entre Castilla y Portugal y les otorgaba el dominio de las tierras recién descubiertas en América, sobre las que establecieron un monopolio comercial. La práctica de todas las actividades mercantiles y militares al oeste de la línea del Tratado de Tordesillas significó para las naciones excluidas del Atlántico un cambio en sus estructuras legales y económicas. Sin embargo fue Francisco I de Francia quien de forma más directa expresó la cuestión en esta carta a Carlos V:

“... ¿Cómo habían partido entre Carlos V y el Rey de Portugal el mundo sin darle parte a él? Que mostrasen el testamento de nuestro padre Adán, si les dejó a ellos solamente por herederos y señores de aquellas tierras que habían tomado entre ellos dos sin darle a él ninguna de ellas y que por esta causa era lícito robar y tomar todo lo que pudiese por la mar...”. Quedaba claro que la Bula InterCaetera no eran argumento suficiente para negar a Francia, Inglaterra o los Países Bajos el acceso a las nuevas tierras, así como el libre comercio con ellas. Solo había que buscar la justificación legal que permitiese romper el bloqueo. El instrumento legal que unió a las tres naciones fue la comisión de represalia, pero que va transformándose en patente de corso, es decir, en el reconocimiento por parte del Estado de las acciones que los corsarios lleven a cabo en el mar. Estos debían depositar su correspondiente fianza para responder de asaltos que no se ajustaran a derecho. El paso siguiente fue la creación de compañías que no solo armarán barcos en corso sino que llevaran a cabo expediciones de contrabando y con el tiempo hasta crearán colonias estables en América.

El primer corsario de la aventura americana fue Jean Florin, bajo la protección de Francia. Se trataba de un marino florentino al servicio del armador normando Pierre d’Ailly, en poder de una autorización real para llevar a cabo comisiones de represalia. Sin embargo el rey pagaba una pensión de 4000 ducados a Florin para que hostigara el comercio marítimo extranjero. Esta actividad se sitúa a medio camino entre lo medieval y lo moderno, entre el corso y una sociedad por acciones.

Desde el punto de vista financiero, el armador y el rey aportaban el capital de la empresa, esto es, barco y sueldo. El corsario era el equivalente socio gestor, sin embargo, la corona no recibe de esta actividad más beneficio que el de la desestabilización del comercio extranjero, en esencia una misión militar que el rey delega. Cuando en 1521 Florin capturó uno de los barcos que transportaba el tesoro de Moctezuma le regaló al rey algunas piezas del botín como deferencia, ya que no estaba obligado a ceder ningún porcentaje de la presa. Cuando en 1526 se reanuda el conflicto hispano-francés las comisiones de represalia se multiplican, tomando el carácter de apoyo a la marina real para hostigar al enemigo. Los armadores organizaban sus ataques en expediciones conjuntas contando incluso con barcos de la Corona. La primera patente de corso de características modernas se otorga en 1553 a François Leclerc, a raíz del enfrentamiento entre Enrique II de Francia y el emperador Carlos V por el control de Italia. El corsario francés capturaba barcos y también saqueó diferentes puertos españoles de América y las Canarias. Una vez terminada la guerra con la Paz de Vaucelles en1556, fue nombrado noble por los servicios prestados. La cada vez mayor inestabilidad en el comercio atlántico propició el establecimiento del sistema de convoyes comerciales a partir de 1561, la conocida Flota de Indias. De esta manera Castilla le complicó la tarea a los corsarios en alta mar, que necesitarían una fuerza numérica importante,

y por tanto costosa, para asaltar El primer corsario de la aventura americana fue Jean Florin, bajo la los galeones cargados de metales preciosos. Sin embargo el sistema de flotas agravaba el desabastecimiento de protección de Francia. las plazas americanas, ya que los comerciantes de Sevilla retrasaban la partida de las flotas para mantener los precios altos y obtener un mayor beneficio con el que mantener el coste de la defensa del viaje. Esta escasez crónica de los puertos americanos era el incentivo del contrabando. Por muchas sanciones que se imponían al comercio con otras naciones, nada podían hacer contra las necesidades de las poblaciones. A mediados del siglo XVI Inglaterra inició su aventura americana. Los primeros marinos que encabezaron esta expansión fueron contrabandistas, como John Hawkins. Hawkins había heredado de su padre el negocio de comerciante de vinos, esclavos, telas... entre la costa de África y Canarias, pero en 1562 consigue romper el bloqueo de América. Se presentó ante distintos puertos españoles con la excusa de que una tormenta le había desviado y necesitaba hacer reparaciones en su barco. Las autoridades no ponían reparo, pero Hawkins añadía que para poder pagar la reparación debía vender parte de su carga, cosa a la que evidentemente se negaba el gobernador de la plaza. Hawkins amenazaba entonces con atacar el puerto por negársele el comercio con una nación en paz con la suya. Al final con ataque o sin ataque obligaba a los españoles a comprarle sus mercancías, eso sí, pagando religiosamente las tasas correspondientes: el almojarifazgo y los derechos de introducción de esclavos.

Así, manteniéndose en los límites de la legalidad, al menos teóricamente, conseguía comerciar con aquel mercado ávido de todo. Como premio a su maestría John Hawkins fue nombrado Sir en 1565.

Este comercio disfrazado fue el procedimiento habitual del contrabando y proliferaron las compañías comerciales, que agrupaban a comerciantes y accionistas. Fueron tan lucrativas que la propia reina Isabel I de Inglaterra, como accionista particular, aportó uno de sus barcos, el Jesus of Lubeck, tristemente famoso por ser el primer buque en introducir esclavos africanos en América.

Durante el año 1568, en una de estas expediciones comerciales, Hawkins dio un paso más y asaltó la ciudad de Veracruz para hacerse del cargamento que esperaba embarcar en la Flota de Indias. La operación fue un desastre, pero Hawkins había señalado el nuevo camino a seguir. Desde aquel momento Drake, Raleigh, Cavendish, Cumberland, Frobisher, Davis... miembros de la pequeña nobleza y de familias de medianos propietarios rurales del West Country, alcanzaron en el mar títulos de nobleza, grandes posesiones y cargos políticos. Eran los privateers, los perros de mar de Isabel I, los odiosos piratas que los cronistas españoles describían como auténticos demonios. Sin embargo y más allá de la gloria militar había un sistema de financiación privada perfectamente organizado que repartía los beneficios de asaltos y saqueos. Para completar el panorama del corso en el Atlántico debemos hablar de los Mendigos del Mar, los corsarios holandeses. Con el fin de perseguir el protestantismo, el Duque de Alba instituyó en 1567 el Tribunal de los Tumultos, lo que supuso el principio de la rebelión de los Paises Bajos contra la Monarquía Hispánica. Una de las primeras reacciones fue la de los llamados Mendigos del Mar, marinos autorizados por Guillermo de Orange a llevar a cabo comisiones de represalia contra los navíos españoles. En realidad, además del apoyo militar a la rebelión, era una actividad económica bien reglamentada: un diezmo de la presa era para la tripulación, otro para Guillermo y el resto para el armador. El salto a América se produjo en 1585 a partir del cierre de los todos los puertos de la Península Ibérica a los holandeses. El rey Felipe II ordenó además el embargo de la flota de la sal, con la intención de ahogar la industria de la salazón. La reacción holandesa fue organizar un convoy que pudiera cruzar el Atlántico para conseguir sal gema en América, consiguiendo así burlar el bloqueo y además sin tener que pagar la tasa real. Cuando terminó la rebelión con la firma de la Tregua de los Doce Años, la flota de la sal siguió cargando la sal gema antillana, pero realizaba contrabando a la ida, sin que la Corona Castellana pudiera evitarlo.

A lo largo del siglo XVI los contrabandistas y corsarios europeos habían roto el monopolio de América e incluso habían abierto nuevas rutas atlánticas para continuar con sus ataques. El propio Francis Drake consiguió realizar la vuelta al mundo, aunque fuese para atacar los puertos españoles del Pacífico. Las actividades de contrabandistas y pequeños comerciantes franceses fueron un paso más allá, asentándose en enclaves americanos como Tortuga o Vieques, islas menores del

A mediados del siglo XVI Inglaterra inició su aventura americana. Los primeros marinos que encabezaron esta expansión fueron contrabandistas, como John Hawkins.

Caribe, el interior de Brasil y el Canadá. Estos aventureros franceses solían ser cazadores, además de pequeños comerciantes que traficaban con esclavos y contrabandeaban con poblaciones españoles, portugueses o indígenas. La Corona Francesa empezó a plantearse una colonización oficial a gran escala con fines militares. El objetivo era establecer una base estable en La Florida desde donde hostigar el tornaviaje de la Flota de Indias y a ser posible, capturarla. Este proyecto, dirigido por el Almirante Coligny, fue abandonado en 1582 por el estallido de las Guerras de Religión. Por su parte, los corsarios de la reina Isabel de Inglaterra también colocaron la primera piedra del proyecto de asentar población inglesa en América y Walter Raleigh fundó la Compañía de Virginia en 1584. A través de esta concesión real junto con la de Maryland y Plymouth, de las que la corona era una accionista más, se emprende la colonización privada de Norteamérica y se sentarán las bases de las 13 colonias que dos siglos después se convirtieron en los Estados Unidos. En 1608 los franceses fundaron la Compañía de Quebec, dirigida por la propia monarquía, apoyando al capital privado, que en su mayoría eran pequeños accionistas. En las mismas condiciones se creó en 1626 la Compañía de San Cristóbal para expandir el dominio francés por las islas del Caribe como San Cristóbal, Martinica o Guadalupe. En la misma época se fundó la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales que unió en una sola sociedad el comercio, la colonización, las actividades militares y el corso. La compañía inició entonces los asentamientos sobre América del Sur, en Brasil y el Caribe: Santa Cruz (1625), Recife (1630), Tobago y Curasao (1634). Incluso llegaron a establecerse en la desembocadura del rio Hudson, en la colonia de Nueva Ámsterdam, rebautizada años después por los ingleses como Nueva York. Los hombres de negocios y el Consejo de los XII, regían los destinos de la compañía, mientras los marinos holandeses gobernaban las naves. Estas tentativas de colonización crearon una nueva clase de colonizadores: los alistados. Se trataba de colonos que tras tres años de trabajo en los territorios de la compañía accedían a tierras y aperos para establecerse. Sin embargo los que lograban sobrevivir a esta explotación podían perderlo todo a manos de la especulación y las malas condiciones de vida en el Nuevo Mundo. Muchos de ellos terminaron uniéndose a los cazadores-comerciantes que deambulaban durante largos periodos de tiempo por los bosques de Norteamérica y solo se acercaban a las poblaciones para comerciar. En el Caribe, muchos de estos cazadores se convertían en bucaneros. Su nombre se debe al método de ahumando que usaban para conservar la carne, boucan en francés. Se dedicaban al comercio de carne y pieles con los barcos que transitaban la zona o incluso podían enrolarse en

sus tripulaciones. Así, estos cazadores-comerciantes se convirtieron en una peculiar cantera de mercenarios para las naciones que luchaban por el control del mar. Para completar el panorama del corso en el Pero estos bucaneros también actuaban por libre, armando pequeñas embarcaciones con Atlántico debemos hablar de los Mendigos del Mar, las que asaltar cualquier barco, convirtiéndose en auténticos piratas y denominados los corsarios holandeses. popularmente filibusteros. Así nació el refugio de La Tortuga, organizado como una república pirática independiente. Hacia 1640 este reducto filibustero era tan importante que los franceses utilizaron todos los medios para someterlo a su control a través de un gobernador. A mediados del siglo XVII, parecía que la actividad corsaria perdía su importancia por el coste cada vez mayor de las expediciones. Pero en 1655, con la conquista de Jamaica por el Almirante Penn, Inglaterra consiguió una importante base naval y se inició la época dorada de los Piratas del Caribe. Los filibusteros, convertidos en corsarios ingleses, sustituyeron a la armada británica, con el apoyo del gobernador de Jamaica, que los utilizó como fuerza naval organizada para hostigar a sus enemigos. A la vez podía respetar, al menos nominalmente, el tratado de 1667 con España. Así es como los filibusteros se convirtieron en una pieza clave en la defensa del emergente monopolio inglés. El filibustero más conocido fue el capitán Henry Morgan. Consiguió organizar diversas expediciones de saqueo de extrema crueldad sobre Maracaibo, Panamá o Portobello, lo que le valió riquezas y honores militares. En esta coyuntura tan concreta los filibusteros, actuando como corsarios, jugaron un importante papel que les brindó la última oportunidad de reconocimiento y ascenso social. Morgan fue nombrado caballero, llegó a ser teniente de gobernador de Jamaica y murió como un gran terrateniente de la isla. Gran Bretaña alcanzó finalmente el control de las rutas atlánticas unos años después, cuando el Tratado de Utrecht le otorgó diferentes privilegios comerciales como el monopolio del tráfico de esclavos en América. Entonces empezó a perseguir a la piratería cuando, caprichos del destino,

El filibustero más también había corsarios españoles conocido fue el capitán en el Atlántico. Culminaba así el proceso que iniciara 150 años atrás

Henry Morgan. el contrabandista John Hawkins. Contrabandistas y corsarios consiguieron romper el bloqueo comercial de Castilla y Portugal sobre América y sirvieron de avanzadilla de sus respectivos países en la colonización del Caribe y Norteamérica. Aunque en 1856 se firmara en París el acuerdo internacional para prohibir el corso, hoy en día, se siguen desarrollando actividades ilícitas en el mar. También en el ámbito de las nuevas tecnologías navegan piratas y los estados siguen usando agentes delegados para desestabilizar al contrario y romper monopolios. Mirando atrás, el papel de los piratas y corsarios más famosos de la historia no es muy distinto del actual.