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Ensaimadas

Ensaimadas

Debería existir una norma no escrita que permitiera reservar para el invierno el negro en los duelos. Pero en un pueblo a todos rendimos cuentas y a nadie explicamos la verdad. Hoy es la cita con el notario y decido salir con tiempo de casa. Coincido en la sala de espera con el chico que regenta la panadería. Me sonríe y, por inercia, le devuelvo la sonrisa. Tiene una curiosa manera de apartarse el flequillo de los ojos. A mi marido le encantaba ir los domingos a su panadería y comprar ensaimadas. Nos sentábamos en el jardín y yo con mi café americano, él con su té con leche; yo quitando el azúcar a las ensaimadas, él riéndose por esa manía mía, pasábamos la mañana –sin hablar de lo que realmente importaba–. Si la vida no quiso darme hijos, yo no quería azúcar. Cuando la secretaria dice el nombre de mi marido, ambos nos levantamos. Ese flequillo… Salimos de allí también juntos. Insiste en invitarme a tomar un café y charlar; sabe que me gusta americano. Terminamos pidiendo unas ensaimadas y hablamos tanto que incluso olvido quitarles el azúcar.

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Beatriz Díaz Rodríguez Barberà del Vallès (Barcelona)