Escritura creativa con La tejedora de la muerte

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Escritura creativa con La tejedora de la muerte, de Concha Lรณpez Narvรกez La historia de la tejedora desde el punto de vista de la tejedora 1ยบ A y 1ยบ B de IES de Candรกs


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EL DIARIO DE LA TEJEDORA Aquí estoy, delante de la vieja casona de mis padres. No sé qué decir cuando me abran la puerta. Mi marido me ha abandonado, no tengo dinero… No me queda nada. Entonces, después de mucho pensarlo, pico a la puerta, y al minuto me abre mi madre. Ella se queda pálida por unos instantes; era normal, hacía unos diez años que no veía. Aunque yo no quería reaccionar de esa forma, pues tenía la intención de pedir disculpas, la ira me controló por completo. Ya no quería hablar más del pasado, ni de por qué mi marido me abandonó o en donde nos escondimos durante estos últimos años. Y así pasaron los meses, en mi antigua habitación cada día, sin relacionarme con nada ni nadie. Aunque mi hermana Claudia a veces me hablaba, yo nunca le respondí a las preguntas que me hizo. Tal vez ellos me hubieran perdonado por todo lo que hice, pero me daba igual. La ira y el rencor se habían apoderado de mí. En la primavera de ese mismo año, mi madre falleció. Había tenido una fiebre muy alta, y después de semanas en cama, se fue de este mundo. Mi padre también falleció en aquel año, acercándose el invierno. Antes de morir, escribió su herencia: Claudia heredó la Casona, y yo la vieja casa de la iglesia. Aunque una parte de mí se sentía satisfecha, la furia hizo que a los pocos días estuviera viviendo sola y triste en la casa que acababa de heredar. Todos los días los pasé siempre en la vieja casa, sentada en mi mecedora, al lado de la ventana. Nada me alegraba. Ninguna persona o niño pasaban por delante de mi casa. Quería vengarme de todos por la mala suerte que tuve en mi vida. Mi único trabajo era tejer. Tantas franjas, tantos años. Así pase el resto de mis días, hasta que la muerte llegó a mi puerta. Estoy segura de que nadie en el pueblo lloró por mí. Aunque mi cadáver estaba lleno de maldad e ira, mi espíritu se dirigía a la vieja casona donde había vivido desde pequeña. Ahora, allí vivía mi nieta, La tejedora de la muerte

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de diez años. Ese fue la última labor que hice, con diez franjas exactamente; y qué antes de volver a mi cuerpo, tendría que acabar. Entré en su habitación, y ella no advirtió mi presencia, no puede verme. Me acerqué lentamente por detrás, con mis agujas en la mano. Mi última labor, mi última venganza. Cuando estaba a punto de clavárselas, entró su madre y la criada, Rosa. Por desgracia, ellas sí me pudieron ver en el fondo de la habitación. Entonces, la madre para proteger a Andrea, mi nieta, se lanzó hacia mí arrebatándome las agujas de las manos. Por un momento, mi cuerpo se quedó inmóvil, sin ni si quiera parpadear. Me empecé a encontrar mal, a marearme… Cerré los ojos. Cuando los volví a abrir me encontraba como otra persona diferente, si ira ni furia en su interior. Ahora, la paz circulaba por mi cuerpo. Estaba sola en esa habitación, Andrea salió llorando al ver a su madre tan asustada. Desde aquel momento, la paz, tranquilidad y serenidad era lo único que poseía. No entendía qué sentido tuvo tanta furia, ira y venganza durante todos aquellos años. Las agujas que mi cuerpo aún sujetaban en el ataúd, desparecieron. Ya no las necesitaría para nada. Mi cuerpo y mi espíritu, por fin, habían encontrado la paz. Alicia Villa Vázquez, 1ºB

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LA TEJEDORA DE LA MUERTE, SU HISTORIA INTRODUCCIÓN: Esta historia es una ampliación del libro original, en la que se cuenta la historia desde el punto de vista de la tejedora de la muerte Este texto ha sido encontrado en su antigua vivienda junto con unas agujas de tejer y una labor de 10 franjas. HISTORIA: Cuando me marché con mi marido, no dejaba de pensar en mi familia y que me había equivocado, pero con el paso del tiempo esa nostalgia se fue convirtiendo en envidia y odio, todo gracias a las quejas habituales de mi marido, hasta que un día me harté y escapé. Cada día que pasaba me sentía más furiosa y deseosa de venganza y eso me llevó a cometer el mayor error de mi vida: hacer un pacto con el diablo. Una noche hice un ritual para invocarlo y él vino a mi llamada, me ofreció unas agujas de tejer y la forma de tejer con ellas ya que, si se tejía de una forma especial y pensando en alguien con ellas, se sabía cuándo iba a morir o, a veces, hasta mataban a alguien. El diablo me dijo que nunca fallaban y que todos los que me conocieran se asustarían de mí, yo estaba cegada por la ira y acepté sin pensar que tendría sus consecuencias. Volví al pueblo y me quedé a vivir con mi familia, aunque yo ya no los consideraba mi familia, mi familia solo eran las agujas, sólo podía pensar en ellas y en tejer hasta que dieron la herencia, era lo único que quería de mi familia, aunque, ¡no me dieron nada! En ese momento llegué a un nivel de enfado inimaginable pero ahora entiendo por qué estaba así la distribución de la herencia. En ese momento una fuerza diabólica se adueñó de mí y me llevó a encerrarme en una casucha tejiendo y colgando mis labores para atemorizar a los habitantes del pueblo, mi vida no tiene nada más interesante hasta el día de mi muerte. Ese día estaba tejiendo la labor de una niña muy especial, porque sabía que era mi descendiente y aún no había acabado cuando me llegó el fin de la vida, y el La tejedora de la muerte

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comienzo de algo peor porque unos minutos antes de morir el diablo me dijo que la agujas estarían conmigo para siempre y que, además se convertirían en agujas normales porque había fallado con mi última labor de punto, la de diez franjas. Guiada por la ira y la frustración, en el entierro salí de mi cuerpo para matar a la niña que yo pensaba que me había condenado. Quería matarla antes de que no pudiera intervenir en el mundo de los vivos directamente, es decir por mi misma y sin ayuda de otro cuerpo. Estaba ya en su habitación acercándome a ella con una falsa felicidad creada por la ira y la desaparición de la frustración, ya que había una posibilidad de seguir atemorizando gente toda la eternidad, cuando su madre me quitó las agujas de las manos (bendita sea su madre por lo que hizo) y me liberó de ese gran peso. Primero pensé que iba a explotar por la rabia acumulada pero después sentí una extraña sensación que no sentía desde hacía mucho tiempo: la tranquilidad; y me di cuenta de todas las desgracias que había causado y de que ahora la forma de compensarlas era desaparecer de este mundo, y así lo hice. Jesús García 1º A

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Hola, soy Elisa Hola, soy Elisa, aunque vosotros me conozcáis como la tejedora de la muerte y os voy a contar mi breve vida: Desde pequeña, mi hermana Claudia ha abusado de mí, pero mis padres nunca me creyeron. Yo no fui a la universidad pero mi hermana sí, porque mi madre y mi padre decían que yo no era demasiado lista. Años más tarde, encontré un trabajo, me despidieron por matar a mi jefe (lo maté porque me hacía la vida imposible), y desde entonces mis padres no me volvieron a hablar. Cuando murieron, la herencia fue para mi hermana y a mí me quedó una sucia y triste casa al lado de la iglesia. ¡Ah, se me olvidaba! Me casé una vez, pero abandoné a mi marido, y desde entonces, vivo sola. En mi pobre y vieja casa, empecé a tejer el mal, porque como me dejaron sola y aburrida por miedo a que les matara, yo les guardé todo mi rencor. Entonces tejía y tejía sin parar y cuando paraba, moría gente. Esto me gustaba y fue mi pasatiempo favorito toda mi vida. Cada día moría alguien diferente, un niño, un adulto o una persona anciana. Cada vez que enterraban a alguien, yo era feliz y eso lo sabían los que pasaban por delante de mi casa al ver mi cara. Cuando me aburrí de este pasatiempo, me dediqué a matar a personas con mis propias manos. Esto sí que me divertía, les asesinaba con cuchillos por detrás y nadie se enteraba. Una vez ya vieja, me trastorné y decidí suicidarme con mis agujas de tejer. Y bien, esta fue la vida de una viejecita como yo. Por Javier Fernández Alonso, 1º B

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Mi padre se ha muerto y hoy leeremos el testamento, seguro que me deja la casa grande y a Claudia la pequeño que hay junto a la iglesia... ¡Maldición! ¡La casa grande es para Claudia! ¿Por qué? ¿Porque se casó con un buen hombre, tiene hijos para que la hereden y siempre ayudó en casa? Yo soy la mayor, ¡la casa es para mí, y no esa casucha que está al lado de la iglesia! Y encima los vecinos tan cotillas que hay en este pueblo andan diciendo que mi hermana ayudaba más que yo, que yo solo sabía tejer y criticar... ¡Qué sabrán ellos! Y como soy muy orgullosa y aunque Claudia me haya me haya ofrecido quedarme en su casa, me iré a la mía, pero volveré, ¡aunque sea después de muerta! Me parece increíble lo que andan diciendo por ahí de mí, que si tejo la muerte, que mis labores no son más que telas de colores, unas veces largas y otras cortas, según la edad del que se muera... ¡Cómo si tuviera algo que ver! Simplemente se cuando muere alguien por las campanas de la iglesia, que doblan su repiqueteo y la edad porque al vivir al lado de la iglesia te enteras de todo. Pero el caso es que tienen algo de razón, siento algo dentro de mí, como ansia o algo parecido y no sé por qué es. Sea lo que sea eso que está en mí, me obliga a tejer con mis agujas una tela sin forma, alargada, pero con diez franjas. ¡Diez franjas! ¡Oh, Dios, eso significa que voy a matar a un niño!

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Me parece que estoy muerta porque me han metido en una caja muy pequeña, sin apenas espacio, como un ataúd. Pero estoy con los ojos abiertos, ya que las monjas de la iglesia no han podido cerrármelos por más que lo han intentando. El cortejo fúnebre que me lleva está pasando por mi antigua casa, pero se han parado de repente y aquella ansia que antes sentía en mi interior cada vez se agranda más, y no lo puedo controlar, necesito... ¡Necesito matar a esa niña! Mi espíritu vaga hasta mi antigua habitación, donde ahora hay una niña leyendo un libro y parece ser ella, sí es ella a la que debo quitar la vida con mis agujas. Justo cuando me dispongo a clavar en su cuerpo mis agujas, aparece su madre y haciendo unos movimientos con las brazos, consigue quitarme las agujas de tejer y tirarlas al suelo. En ese mismo momento, esa ansia que estaba dentro de mí desaparece y por fin siento mi alma tranquila. Con ella también se va mi espíritu, pero antes de irme para siempre, me aseguro de cerrar los ojos a mi cuerpo fallecido. Ah, también quito la tela de lana y la llevo a la habitación de esa niña, como recuerdo...

Fin Carla Menéndez Romero 1ºA

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La tejedora de la muerte Una chica llamada Andrea ya tiene 20 años. Yo, la tejedora ya he muerto hace bastante tiempo y soy un espíritu. La chica, Andrea, ha venido a la casa donde yo vivía para hacer una especie de experimento. Se ha venido a vivir aquí porque quiere saber por qué mi hermana, o sea, su madre se puso histérica la noche de la tormenta. Su madre era una persona nerviosa, pero no se había puesto nerviosa por la tormenta. Andrea se quedó unos días más a dormir en la casa y ya se fue dando cuenta de por qué había gritado aquella noche. Su madre había gritado porque me había visto y también vio la mecedora moverse de un lado a otro porque yo estaba en ella. Así que ahora Andrea ya lo sabe todo. Ahora está todo tranquilo, porque los padres de Andrea murieron, su hermano y ella ya son mayores, se han ido de la casa y yo ya puedo descansar en paz. Marina Bordallo, 1º B

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LA TEJEDORA DE LA MUERTE Tal vez si tuviera una segunda oportunidad y pudiese dar marcha atrás en el tiempo, mi vida sería muy distinta, pero ahora, solo soy un espíritu que espera encontrar la paz en la muerte. Antes de aterrar al pueblo y ser conocida como ”la tejedora de la muerte”, yo tenía una vida y una familia que me quería y a quien yo también quería. Mi nombre es Elisa y vivía en una gran casa con unos padres que me adoraban y con mi hermana pequeña Claudia. Siempre tuve un fuerte carácter y era bastante cabezota; quizá eso fue el principio de mis desgracias. A los veinte años conocí a un hombre que no simpatizaba a mis padres porque bebía, jugaba a las cartas y no era muy sensato, pero yo me empeñe en casarme sin el consentimiento de ellos. Creo que fue por llevarles la contraria. Después de la boda nos marchamos del pueblo y lo que iban a ser unos días de viaje de novios se convirtió en años. Mi vida cambió por completo, yo no era feliz, mi marido cada vez bebía y jugaba más y tenía que pedir dinero a mis padres; íbamos de un lugar a otro sin tener sitio fijo. Después de diez años de un matrimonio desastroso, mi marido me abandonó y regresé a casa de mis padres. Yo ya no era la misma, tantos años de amargura habían dejado su huella; mi hermana Claudia se había casado con un hombre bueno y trabajador; yo me había aficionado a tejer y dentro de mí comenzó a nacer el rencor y la envidia. Al morir mis padres dejaron la casa grande a mi hermana, cuando era a mí a quien pertenecía. Repartimos a partes iguales el dinero y las tierras y me fui a vivir a una casa al lado de la iglesia, pero solo pensaba en vengarme.

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Llevo muchos años viviendo sola alejada de mi familia, cada vez siento más odio, me he convertido en una persona mala y despiadada, por el pueblo dicen que tejo la muerte. Ha llegado la hora de mi muerte y mi espíritu sigue con el mismo rencor, las agujas de tejer forman parte de mí. Solo soy un fantasma y estoy en la casa grande, en ella vive el hijo de mi hermana con su esposa y su hija Andrea ¡por fin ha llegado la hora de mi venganza! He llegado a la habitación de la niña y he tejido diez franjas, la misma edad que ella tiene, me acerco para clavarle las agujas, pero su madre me las quita de las manos. Al momento siento que mi odio está desapareciendo, ya no queda rencor, es como si las agujas fueran el símbolo de mi maldad y al quitármelas siento una gran tranquilidad. ¿Será posible que al final mi espíritu encuentre la paz? David Galbán Méndez

1º ESO- A

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LA TEJEDORA DE LA MUERTE Se me había metido entre ceja y ceja casarme con él, por supuesto en contra de la voluntad de mis padres, que me advirtieron lo que podía dar de sí un hombre de esa clase. Poco después de la boda, nos marchamos del pueblo porque todo el que podía quería hacer el viaje de novios, pero ya no regresamos. Pasamos varios años dando tumbos por ahí, no le decíamos a nadie dónde nos encontrábamos ni con qué nos manteníamos, solo escribíamos para pedir dinero. Mi hermana se casó con un buen muchacho según decían. Un día volví y les dije: ¨Me fui y aquí estoy¨ Poco después murió mi padre, mi madre ya había muerto. En el testamento se decía que la casa grande era para Claudia, aunque a mí me dieron una casa al lado de la iglesia y todo lo demás nos lo repartieron el mitades iguales. Me fui de aquella casa pero al salir juré que volvería a aquella casa aunque fuera muerta. Todos decían de mí que tejía la muerte, tejía durante todo el día al lado de la ventana con una labor de punto que no tenía forma. Lo que en realidad tejía era una estrecha tira de lana que estaba formada por franjas del mismo tamaño. Mi labor era de larga o corta según la edad del que se moría. Cuando terminaba mi labor, la desgracia ocurría. La tejedora de la muerte

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Cuando me morí y me llevaban en el ataúd, pasaron enfrente de la casa de Claudia. Hubo una extraña tormenta de un solo trueno. Los hombres, asustados, dejaron caer el ataúd: estaban viéndome muerta con las manos cruzadas sobre el pecho y con los ojos cerrados. Estaban asustados porque, cuando me enterraron, tenía los ojos abiertos como dos lunas llenas y llevaba conmigo entre los dedos las agujas de hacer punto con una labor ya terminada que tenía diez franjas, pero ahora ya no estaba. Por fin cumplí mi juramento: regresé a la casa de Claudia, aunque muerta.

Faisa, 1º B

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Todo empezó cuando, mi marido y yo nos fugamos. Éramos muy felices juntos, hasta que pasó un año. Nos fuimos distanciando y él me abandonó y volví a mi hogar, con mi familia. Años después, mis padres se murieron y, leyendo su testamento, descubrí mi herencia y la de mi hermana. A mí me había tocado una casa al lado de la iglesia y a mi hermana una familiar en la que vivíamos actualmente, ya que ella tenía un buen marido trabajador e hijos. Ella me ofreció quedarme, pero cogí mis maletas y me fui. Yo juré que volvería a esta casa, aunque fuera muerta. Me abandoné por completo en mi casa, y todos los días tejía en la ventana. Los niños, sus padres, todos me tenían miedo porque, cuando moría alguien, siempre terminaba mi labor y tenía exactamente el mismo número de franjas que años tenía el difunto. La gente creía que llamaba a la muerte y que ella me obedecía. Aunque, simplemente, sabía cuándo iba a morir alguien. Un día, mi vida se acabó, y realizaron una marcha fúnebre hasta la iglesia. Era un día soleado y, cuando pasábamos por la casa en la que vivía Andrea actualmente y yo nací, la marcha se

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detuvo. De repente, sonó un gran trueno y empezó a llover. El ataúd se cayó y se abrió. Yo estaba con los ojos cerrados y las manos cruzadas en mi pecho, o por lo menos mi cuerpo. Mi espíritu se encontraba en la mecedora de la habitación de Andrea. Allí se encontraban Andrea, su madre y Rosa (una amiga de la madre de Andrea). Rosa y la madre de Andrea me veían acercándome a ella con la intención de clavarle las agujas en su cuerpo, pero su madre me tiró las agujas al suelo y mi ira desapareció por completo. Desde entonces, estoy en calma y mi cuerpo descansa en paz. El secreto que todavía no os he desvelado es la clave de toda la historia: Andrea es mi nieta, y yo soy su abuela Elisa. Quería matarla porque, desde que mi marido me abandonó, no soy feliz y no quiero que mi familia lo sea. Patricia García 1º B

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