Pregón 2005

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PREGÓN DE LAS FIESTAS EN HONOR DE SANTA QUITERIA

Huete, año de 2005


PREGON SANTA QUITERIA AÑO 2005 Sean mis primeras palabras para el agradecimiento. Agradecimiento a las personas que pensaron en mí para dirigiros las palabras que son pórtico de las fiestas de 2005. Agradecimiento a todos vosotros por vuestra presencia esta noche. Y agradecimiento a los miembros de mi familia –ya desaparecidos- que supieron inculcarme el amor a esta singular fiesta, el orgullo de sentirme miembro del barrio de San Gil y sobre todo la devoción a Santa Quiteria. Estoy aquí para invitaros a una fiesta, que es vuestra fiesta, tamaña osadía jamás se ha conocido ¿Cómo voy yo a deciros vivid, alegraos, disfrutad de lo que hoy, ahora comienza, si vuestra presencia aquí es signo elocuente de vuestra disposición? Puedo regalaros los oídos con algo que ya sabéis, es fiesta, nuestra fiesta, los mejores días del año que los quiterios podemos vivir. Puedo contaros lo que yo sé de la Santa, lo que sé del Barrio, lo que sé de la celebración, pero no me atrevo por que tendríamos que intercambiar los papeles, vosotros subiros aquí y yo bajarme allí para aprender lo mucho que todavía me tenéis que enseñar. Por eso, creo que en breves retazos, para que luego no vayáis por ahí diciendo lo pesado que se ha puesto el pregonero de este año, os cuente y hasta os cante, pensamientos, sensaciones, expresiones y toda serie de emociones que por mi cabeza pasan cuando se acerca, llega y culmina la celebración de Santa Quiteria; algún que otro consejo desgranaré y tomarlo solamente en la vertiente del afecto con que lo lanzo, nunca como reproche, ya que pocos o ningún pero se le puede poner a esta peculiar vivencia, tan solo ratificar el fruto del buen trabajo y el ánimo a continuar en esta línea. Ejemplo de ello es la decisión que tomó la comisión de festejos de nombrar Miembros de Honor de


la Mayordomía de la Santa a sus altezas reales, los Príncipes de Asturias, nombramiento que viene basado en el convencimiento de que el hecho de haber escogido la fecha del 22 de mayo para contraer matrimonio, va a contar con una especial bendición y cuidado de ese enlace, el que le va a proporcionar Santa Quiteria. Quién concede honor, honra y se honra. Cada año, el devenir del tiempo, apaga los rigores invernales, enciende luces en la incipiente primavera y cuando alcanzamos el ecuador de ésta, se produce el milagro de la tradición en el barrio de San Gil. Los colores que reventaron en abril, se han asentado en las postrimerías de mayo. Los fuertes amarillos de las retamas, la efusión cromática del rododendro, el blanco y malva de la lila, el morado del lirio, quieren servir de imaginaria alfombra para que las suaves plantas de una dulce niña que ofreció su garganta por amor a Cristo, no rocen suelo alguno mientras empujada por manos llenas de devoción e impulsada por cientos de corazones se hace reina en las calles de su barrio, Zacatin, La Solana, la del Caño y la del Choroo, Olmillo, Monjas, calle de la Cruz, de Santa Ana, Otero, Cuesta del Mercado, la Carrera, la plaza de San Gil. Pero este escenario no estaría completo sin tener en cuenta el crisol en el que se funden todos los verdes, que pone frescos aromas, que abre su corazón y sus largos paseos, como venas que portan vida, al paso de la Santa, el parque de La Chopera es emblema de Huete, testigo de la vida de generaciones de quiterios, sujeto de orgullo de un pueblo. Un pueblo que es vieja y rancia ciudad, cuyas raíces se hunden en la prehistoria. Aquí han estado hombres del Paleolítico, los de la Edad del Bronce y del Hierro, los íberos, romanos y árabes. Tantas y tantas culturas que nos precedieron han forjado la tierra que hoy vivimos, que os ha visto nacer a muchos de vosotros, que a otros nos recibió como cuna paterna que es, y que a todos nos ha formado.


Nunca dejéis de decirle a quienes vengan a vivir la fiesta con vosotros, que estamos orgullosos de esta ciudad, de sus barrios, de sus calles, de la grandeza pasada que nos cuenta la historia y de la que son ejemplos mudos los nobles edificios que se conservan y hasta los que tan solo han dejado visibles escasos restos, sin olvidar aquellos que su existencia viene demostrada por los nombres de las calles y parajes que tan familiares nos son. Huete es foco de saberes, cuna de hombres ilustres que escribieron la historia de España, fortaleza de preciado peso que siempre fue querida por quienes no la poseían, residencia de un buen número de órdenes religiosas y parroquias. En fin, una insigne ciudad, pero por encima de todo es nuestro pueblo. Hoy es la víspera de los días más intensos que se pueden vivir en Huete. Vivir la fiesta que San Gil prepara en honor de Santa Quiteria es una experiencia única, lo puedo asegurar por que la obligada emigración de mi familia, hizo que allí donde estuvimos, dejáramos largo serial de lo que en Huete ocurre en torno al 22 de mayo de cada año. Debimos hacer buena prédica, ya que no ha habido año que no nos acompañe alguien, hemos arrastrado a gentes foráneas hasta los muros de la Ermita y allí los he visto, contagiados por vosotros, que en torno a la Santa vivís estos días, explotar en sentimientos que ellos mismos no han sabido explicar. Todos y cada uno de los que hasta San Gil han llegado, se han empapado de tradición, de fervor, de unión, de exaltación de los valores familiares en torno a un sentimiento. Dentro de unas horas, cuando la noche rinda su reino a la fuerza de un nuevo sol renacido, empezaremos a sobar los minutos, alargándolos hasta casi hacerlos horas, es una mañana que nunca acaba. Decirles a quienes a vuestro alrededor tengáis, que no pasa nada, que tan solo estáis esperando la llegada de la música, que han tenido que pasar, nada más y nada menos, que trescientos sesenta y un días para que nuevamente sones y acordes llenen este nuestro barrio, y decirles también, cuan importante es la música, que es expresión sonora de nuestra


alegría, de nuestra devoción y hasta de nuestro callado llanto, cuando íntimamente recordamos a los que ya cumplieron su camino aquí y se fueron junto a Quiteria allá arriba, donde lo que para nosotros es techo estrellado para ellos es alfombra de luz. Y conste que no es precisamente la tristeza la dueña de nuestro corazón, cuando rayando el mediodía, la calle Mayor vibra al son de las marchas que aprendimos antes que supiéramos andar, no fue padre ni madre, sino la abuela, quien en las postrimerías de abril, a los pies de nuestra cuna, cambiaba las dulces nanas por las vigorosas marchas del galopeo. Si otrora fueron aguerridos militares los que desde la meseta trajeron sus bien ensayadas composiciones, ahora es el cálido sur peninsular el que trae la savia que mueve la fiesta, el tiempo ha pasado pero aún es posible percibir, entre la claridad de sus uniformes, el olor del azahar sevillano. Poco tiempo ha sido necesario para lograr la plena integración de la Banda de música de la Asamblea Provincial de Cruz Roja, lo que viene a afirmar lo que en voz alta pregono: Este barrio, que no es otra cosa que las gentes que lo habitan, hacen que conceptos como extraño, ajeno, de otro sitio, pierdan todo su significado. Será el tercer año que esta banda de música nos acompañe, y en esta ocasión lo hará blasonada con la mayordomía de honor que les fue otorgada el 29 de mayo del pasado año. Un nombramiento que ha sido acogido con expresiones como: “satisfacción, agradecimiento y orgullo”, o esta otra, “siempre Santa Quiteria, patrona del barrio de San Gil de Huete, estará en nuestros corazones, al igual que todos los quiterios”. Y en este punto, quiero levantar mi voz por lo que creo que es la canción íntima de la fiesta. Si el galopeo mueve los cuerpos festivos, anima a la participación un tanto enloquecida, enfervorizada, hay otra música, otra expresión, que enriquece aún más, que gana en sentimiento, que comunica y une, que es correa de trasmisión que nos vincula con los que nos precedieron y nos obliga a enseñar a los que vienen detrás las esencias de la celebración, como seguro ya habéis supuesto, me refiero a las


dulzainas, al galopeillo, a ese baile vivo y rico en sentimiento, que ocupa los momentos más extremos de las jornadas, el alborear de cada día y en la anochecida, con los cuerpos cansados, nos lleva en singular procesión hasta la Ermita. Diego, Francisco, Jesús y Arturo, van a poner, otra vez, el ritmo a esta íntima canción. Y al igual que la banda de música de la Asamblea Provincial de la Cruz Roja de Sevilla, también lucirán la mayordomía de honor. Concluido el día de la víspera, este barrio se envuelve en galas para su solemne manifestación de fe, rendir devoción a la imagen de Santa Quiteria. Al igual que se hereda el color de los ojos y la tonalidad del pelo, en San Gil heredamos, casi por el mismo procedimiento genético, una especial imantación hacia la Ermita. El día de la Santa, sin que nadie avise, sin que nadie pregone, sin sonido que convoque, los quiterios, poco a poco, vamos acudiendo a sus pies, en tan señalada fecha. La plaza, solitaria en los albores del día, es puro gentío cuando llegan hasta ella los sones de la música que acompaña a las autoridades. Dejó escrito Juan Pablo II en su testamento: “Sanguis martyrum – semen christianorum” (La sangre del martirio es la semilla del cristianismo). No de otra forma se ha de entender la devoción que profesamos a Santa Quiteria, esa sangre que brota de su garganta cercenada, dibuja el camino que, como cristianos, debemos recorrer, teniendo como norte el lucero de la joven gallega a la que veneramos. Ella, desde su altar o desde el trono en el que va a procesionar, nos enseña en el color de sus vestiduras y en los atributos que luce en sus manos lo que fue su breve paso por este mundo, el manto rojo, color litúrgico del martirio y la palma que lo acredita, y el lirio junto a la blancura del vestido símbolos ambos de pureza, por que Santa Quiteria murió virgen y mártir, y junto al Padre está. Por confusas y escasas que puedan llegar a ser las noticias de la Santa, un algo al que puede que le falte explicación, la confirman en el reino de los cielos, ese algo, somos todos sus devotos, los que tuvo, los que


tiene y los que tendrá. Ahí estamos todos, muchos, pero como uno solo actuamos. Mediada la mañana, el alborozado campanil, lanza al viento sus repiques, anuncia a Huete entero que la bella doncella abandona su casa camino de la parroquia, lugar en el que según cuentan las viejas crónicas recibió culto y adoración tras su entronización en este pueblo. Elevada en trono que es vergel florido, flanqueada por ángeles que arrobados la miran, hace Santa Quiteria su triunfal paseo anual, en su rededor los hombres y las mujeres de su barrio, engalanados para la ocasión, son escolta de honor al bien preciado. Larga es la carrera, pero sin aparente desmayo, conscientes de los valores familiares, del soporte de heredada tradición y de fe, todos la concluiremos cuando los relojes digan que la tarde ha entrado. Como pasan las cuentas de un usado rosario, se suceden las etapas procesionales, a cada recodo se atisban los mismos rincones, las mismas fachadas, iguales imágenes que todos los días del vivir cotidiano, pero hoy parecen iluminados con luz especial, cada uno de nosotros guarda en su corazón un determinado lugar del recorrido y al llegar a él afloran vivencias que durante el año están como dormidas y ahora se hacen presentes, el ayer es el hoy mismo. Ya estuvimos en la parroquia, recorrimos las calles previstas, la Chopera nos recibió como cada año, en la plaza de la Ermita de San Sebastián, al ver a los nuevos quiterios encaramados en las andas, pensamos en la añeja fotografía que cada uno tenemos en el álbum de los recuerdos. La procesión va tocando a su fin y es en estos momentos cuando entra en la nervadura de las callejuelas del Barrio, donde desde ventanas y balcones, la proximidad a la Imagen invita a entablar íntima conversación con Ella, esas peticiones susurradas que desembocan en atronadores vivas. Ya en el dintel de la Ermita, el campanario derrama a la plaza el incesante repiqueteo, las gargantas casi quemadas


roquean vivas incesantes, todos somos conscientes de que esto toca a su fin y nos atrevemos a tutearla con expresiones que son corazón y alma, conjuntamente ofrecidos: Qué sino son esas voces que gritan ¡Hermosona, hasta el año que viene!, nunca un aumentativo fue tan fiel reflejo de un sentimiento. Las notas y las estrofas de “Las aldeanas” sirven de despedida a la mañana que no es tal, sino tarde bien entrada. En la tercera jornada llega el día en el que las casas rompen puertas y ventanas, el barrio es pura calle, no conoce fronteras interiores, Nadie es extranjero en Huete y la mejor demostración es que amigos, familiares, vecinos, conocidos y desconocidos, avenidos y desavenidos, los de aquí, los de allí y los de más allá, encuentran en cada casa quiteria, cobijo, lugar para el descanso y mesa puesta para el refrigerio. Quienes la fiesta han estudiado, buscando el origen perdido en los tiempos, nos cuentan que esta buena costumbre, puede arrancar desde cuando se ofrecía descanso a los danzantes que, oferentes ante Santa Quiteria, no conocían de tiempos y de agotamientos. Cierto es que la evolución nos ha llevado a unos momentos poco propicios a la expansión generosa, pero es costumbre tan admirada por las buenas gentes que hasta aquí han llegado para vivir con nosotros la celebración, que creo que bien vale el esfuerzo. Y ahora el cuerpo me pide emocionarme, permitirme que lo haga y no me importaría que me acompañaseis, os invito a recordar un corro, no uno más de los muchos que durante los galopeos formamos, es uno especial por muchos motivos, tal vez el primero sea su tamaño, es el mayor corro que se organiza, el corro de todo el barrio, el corro en el que juntamos mano con mano, yo y tú, aquel y el otro, el conocido y el desconocido, y entre ese contacto físico de piel junto a piel, cabe y está presente quien por primera vez nos empujo a formar parte de él, impulsando fuerzas que vencieran nuestra timidez inicial ¡Qué agradable y qué triste a la vez, ese recuerdo! Que es fotografía viva de quienes nos abrieron el camino, de quienes con su ejemplo


pusieron mullida alfombra bajo nuestros pies para seguir la senda del buen quiterio. Es egoísta, lo sé y por ello os pido disculpas, pero las sayas siempre negras, el mandil siempre gris, de mi abuela Mariana, las blancas y suaves manos de mi tía Carmen que con tanto amor bordaron una de las banderas que nos preceden y mi padre que tanto y tanto me habló de Santa Quiteria, son los que yo, ahora, traigo a esta tribuna, vosotros pensad en los vuestros, que son también los míos, no hay fronteras en estos días, ni Dios permita que las haya. Todos los días, son días de calle, pero este de “santa quiterilla”, lo siento más de aire libre, hacemos casa del barrio y sobre todo de La Chopera, este parque que tanto verde ha puesto al calor de la danza, que año tras año, edición tras edición, nos acoge para que en él vivamos, expresemos y enseñemos nuestras esencias. Antes de llegar a este símbolo quiterio, hemos pasado por las puertas de Santa María de Castejón para recordar que fue parroquia de nuestro barrio. Danzando al son de dulzaina y tambor, lanzamos castañuelas al aire de las que prenden madroños de colorida lana, por nada y por nadie nos cambiaríamos en tan alegres momentos. Del arca han salido refajos, camisas, corpiños y cintas de seda para vestir nuestros cuerpos y hasta bordados mantones que cubren los hombros, son fiel reflejo de una tradición que se mantiene viva. De esta guisa recorremos las calles precedidos del cuadro, ese cuadro que tanto sorprende a los que por primera vez lo contemplan, es una forma de hacer presente lo que es el núcleo, el pilar que sostiene y el eje sobre el que gira toda la fiesta, Santa Quiteria en imagen. La mañana estará preñada de actos, el “pasacalles”, la misa en la Plaza de San Gil, el beso a la reliquia, la “Loa de las Cautivas”, el baile de “El Paloteo”. Todo ello para desembocar en que nuevamente será la tarde la que nos vea regresar a nuestras casas. Estos son días de romper con todo horario, hay que estar en la fiesta, vivirla y disfrutarla.


La jornada terminará con galopeos, verbenas, galopeillo y como broche final los fuegos artificiales pondrán la nota de color a la noche cerrada. Amanece el cuarto día y ya estamos solos, quienes vinieron para acompañarnos han retornado a sus sitios, como también lo han hecho la mayoría de los de aquí, que la vida los ha llevado a otros lugares, las obligaciones laborales se cobran su tributo. La primera parte de este último día está presidida por el sosiego, ha llegado el momento de honrar, primero a los que ya no están físicamente entre nosotros, pero que transformados en recuerdo nunca desaparecerán de nuestras vidas, los fieles difuntos tendrán nuestra oración en la celebración de la Eucaristía. Después a la Banda de Música de la Asociación Provincial de la Cruz Roja de Sevilla, lo que para ellos han sido agotadoras jornadas se van a transformar en la atención de todo el Barrio a un concierto, que no me cabe la menor duda ha sido preparado con todo el esmero posible, composiciones del maestro Guerrero, de Albéniz, de Chueca, de Alonso y del siempre añorado don Antonio Iglesias Santamaría, autor del Himno a Santa Quiteria y del que este año se cumple el quinto aniversario de su fallecimiento, serán interpretadas con maestría y contarán con nuestro reconocimiento. Llegada es la hora de las despedidas, la fiesta va tocando a su fin, con un galopeo lo hacemos de las bandas, con otro de las dulzainas y el tamboril, y como remate la traca en honor de nuestra Santa, en ella, con cada explosión de pólvora se dice un “adiós”, y se abre un “hasta el año que viene”. Nuevamente, entre alegrías, hemos dado cumplimiento a un deber celebrar y homenajear a Santa Quiteria la del Barrio de San Gil, y hemos dejado prestos los cuerpos y las mentes para cantar el “alegraos muchachos que pronto llega, el 22 de mayo, Santa Quiteria”.


Debemos mantener lo que hemos recibido, pues se sustenta en mucho esfuerzo, en mucho cariño, en muchos desvelos, en trabajos nunca agradecidos y a veces criticados, en tiempo robado a la familia. No somos protagonistas ni imprescindibles y aunque seamos el rostro actual de una tradición, que ella nos cambie a nosotros nunca nosotros a ella, antes que nosotros hubo otros. Para ir concluyendo quiero desgranar en voz alta una serie de peticiones: Decimos que es la “Blanca Paloma”, y a ella le pido que todos los hogares de nuestro Barrio estén iluminados por su blancura y reine la paz de la que la paloma es símbolo. La llamamos el “Jardín Florido”, que nunca falte un flor en las vidas de todos y cada uno de los quiterios. Se la conoce por la “Vencedora Española”, que nos ayude a vencer a triunfar sobre el decaimiento que a buen seguro nos afectará en algún momento del año que falta para el reencuentro con Ella. Es un “Lirio de Pureza”, que la inocencia que ello representa se apodere de nuestros actos, de nuestras relaciones, de nuestro trabajo. La vitoreamos como la “Flor sin Espinas”, que puesto que las espinas, tarde o temprano aparecen en nuestra vida, haga lo más liviano posible el dolor que producen. Como “Reina del Cielo” y “Esposa de Cristo” que es, le ruego interceda ante Él, pidiendo por todos nosotros, que sea nuestro pastor en esta vida. A ti “Mártir Quiteria” te imploro, que cualquier oración de los muchos y buenos devotos que sabes que tienes en este Barrio caiga en tierra fértil y germine con la intensidad con la que es pronunciada. Tú, que eres de “Singularísima Hermosura”, haz que la belleza interior presida nuestras vidas, que sepamos desechar la fealdad allí donde se nos aparezca.


“Estrella brillante del firmamento”, “Flor de entre las flores”, “Hermosa heroína”, cuida de todos nosotros, danos salud o entereza para soportar la enfermedad. No olvides nunca a este rebaño que formamos todos tus devotos. Pregonar es anunciar y yo os anuncio que un año más, nosotros y junto a nosotros los que nos precedieron, y los que ahora, a nuestra vera, en su día han de continuar la labor que hemos heredado, comenzamos a celebrar lo que es la esencia y pilar de este barrio, la fiesta en honor de la mártir Quiteria. Disfrutad, ser felices y muchas gracias por vuestra atención.

Alejandro de la Cruz Ortiz


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