Casapalabras 52

Page 1

52

Distribución gratuita

R EV I S T A C UL T U R A L D E L A C C E

Homenaje a Jorge Velasco Mackenzie • Juan Valdano • Eliécer Cárdenas


Atención de lunes a viernes de 09h00 a 14h00

@Librería de la Casa


editorial

Nuevas sinergias

La peor de las crisis económicas es la que viene acompañada de una crisis en cultura.

A

¿Por ? del presente año, Feruéagosto finales qde

nando Cerón asumió las riendas de la Sede Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en medio de una crisis institucional a punto de desbordarse. Cada transición es un espacio de reflexión, en el que las partes implicadas hacen un análisis de las potencialidades y falencias —de lo que se había venido realizando— para contrastar y proyectar la información hacia el futuro. En nuestro caso, hemos llegado a la conclusión de que la Sede requiere una transformación estructural, dado que proseguir el rumbo anterior sólo habría mantenido el mismo estancamiento de las últimas décadas. No es que lo nuevo surja para desmantelar la obra del pasado, sino que se acopla a las edificaciones bien construidas, con la intención de fortalecerlas. Alejarse de esta dinámica, haciendo tabula rasa hasta dejar sólo fragmentos, resulta en aberración. Por consiguiente, con este número nos despedimos de la dinámica de esta revista, en búsqueda de territorios más contemporáneos y atentos a la interacción de las diversidades, de las culturas, del dúctil

y móvil devenir de las personas y sus lenguajes. A partir de esta nueva senda, nos declaramos en rebeldía ante la inexistencia de propuestas editoriales, el provincianismo rampante, la falta de perspectivas, y las prácticas clientelares. Aquellos que en su ceguera se transformaron en capataces, y manejaron a la CCE como si fuera su emporio personal, nos dejaron un espacio en ruinas, a pesar de que en su fuero interno creyeran que actuaban de manera correcta. Transitar a través de un paraje arruinado por la apatía institucional, no es un motivo para sumirse en el desasosiego. No olvidemos que todas las civilizaciones recurren a los cimientos pretéritos para edificar el porvenir. La CCE, en nuestro caso, tiene un legado de casi 80 años, el cual ha resistido los embates de la mediocridad de sucesivas administraciones. Ahora es el momento de desfacer agravios y enderezar tuertos. Es la hora de ejecutar el único mandamiento de las instituciones públicas: ofrecer un servicio público de gran aliento. Diego Yépez S.

La Casa de la Cultura Ecuatoriana recibe actualmente el 0,04% del Presupuesto General del Estado. Y ha solicitado que para el próximo año sea el 0,06%. Casa de la Cultura Ecuatoriana Colaboran en este número:

DEL

Franklin Barriga López, Yuliana Marcillo, Humberto Montero, José María Sanz Acera, Gustavo Salazar, Alexis Zaldumbide.

Edición

de textos

Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones

Avs. 6 de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2565-808 Ext. 463 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito–Ecuador

Ya que existen núcleos como el de El Oro que reciben $ 7.120,30 dólares actividades culturales para todo el año.#Casapalabras D iseño NÚMERO CUARENTA Ypara SIETE · OCTUBRE 2020 Dirección de Publicaciones

Presidente Fernando Cerón

Director Diego Yepéz

Tania Dávila L.

Portada

@casapalabras.cce

Nicasio Duno, El milagro de la casapalabras_cce La condena vidareducción (como el principio, origen a la única y metáfora de la vida), acrílico www.issuu.com institución cultural con presencia sobre lienzo territorial en todo el país. casapalabras.cce.ec@gmail.com

1


índice

03

20

Publicamos un cuento de Eliécer Cárdenas, como homenaje póstumo a su obra y legado.

Nadar de noche, uno de los cuentos más emblemáticos de Juan Forn, fallecido en junio de 2021.

03 10

Fragmento de la biografía de Phillip K. Dick, por Emmanuel Carrére, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2021.

20

Poemas de Ana Luisa Amaral, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2021.

26

El sari verde, relato del autor ecuatoriano Alfredo Noriega, radicado en Bélgica.

34

54 58

Poemas de Paco Urondo, a 45 años de su muerte.

62

La niña, un cuento de Katerine Ortega.

64

Una muestra poética de la guayaquileña Roxana Landívar.

68

Una lectura de la novela Será larga la noche de Santiago Gamboa, por Humberto Montero.

72

Poemas tomados del libro Uzalá, de la quiteña Lucía Moscoso Rivera.

Pablo Neruda: 50 años del Premio Nobel, por Yuliana Marcillo.

40 Dos relatos de la escritora

A 31 años de la desaparición de Gustavo Garzón Guzmán, por Gustavo Salazar.

húngara Ágota Kristof.

44 Poemas de Luis Franco

González, finalista Del Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador 2021”.

40

2

76 78

44

82

Un homenaje en el centenario de Plutarco Naranjo, por Franklin Barriga López.

84

Gustavo Salazar, miembro de la Academia Ecuatoriana de la lengua e investigador infatigable de la literatura, las artes y la historia ecuatorianas, por José María Sanz Acera.

92

Aeropuerto, un relato del legendario e imprescindible Jorge Velasco Mackenzie, escritor ecuatoriano recientemente fallecido.

96

Ensayo de Juan Valdano, escritor, historiador y catedrático, un tributo a la obra y el pensamiento de este gran autor, quien nos ha dejado una enorme legado tras su lamentable partida.

108 Un sentido homenaje a Marisa Créténier.

Una selección de veintidós libros para enfrentar el confinamiento y los tiempos convulsos, por Alexis Zaldumbide.

64

92


Roque Dalton (1935 – 1975)

El compromiso con la poesía y la revolución hasta el f inal de sus días

Eliécer Cárdenas (1950-2021) Novelista destacado de su generación, con títulos como Juego de Márt ires (1976), Diario de un idólat ra (1990), El enigma de la foto perdida (2013). En 1978, su novela Pol vo y Ceni za logró el Premio Nacional Casa de la Cultura Ecuatoriana. Obtuvo, asimismo, el Premio Aurelio Espinosa Pólit, en 1987, con con la obra de teatro: Morir en Vilcabamba. Fue también, periodista y Cronista de la ciudad de Cuenca. 3


Crucero del amor tardío Eliécer Cárdenas

L

a volví a ver casi a los diez años, pero ella me reconoció de inmediato cuando en el Desfile de la Ecuatorianidad en Nueva Jersey yo curioseaba y el acto estaba por empezar y con robustos policías gringos, siempre con sus juegos de esposas colgantes de las cinturas, desviaban el paso de los autos ante la multitud de compatriotas que con las banderas tricolores desplegadas, se hallaban impacientes por iniciar la marcha en ese pegajoso calor de agosto, en mitad del verano americano.

4


recuerdo Conchita —siempre me había pedido que no la llamara «doña Conchita», a pesar de la respetable diferencia de edades que nos separaba— caminó hacia mí en un trotecito, acomodándose sobre el abundante pecho la banda que le otorgaba una suerte de especial distinción en la primera fila del cortejo. Su agilidad parecía desmentir los ochenta y tantos años que tenía. Estampó un perfumado beso sobre mi mejilla y preguntó si participaba en el desfile. Le respondí que solamente pasaba por ahí, nada más. —Te avergüenzas de la tierra en que naciste, mal ecuatoriano —me increpó en son de broma, y sin permitir que yo presentara alguna excusa para esfumarme, me tomó de un antebrazo con un aire imperativo situándome junto a ella a la cabeza del desfile, justo detrás del vehículo que portaba la bandera y el escudo nacionales y que llevaba a las reinas de las asociaciones y sus damitas de honor. Conchita Mera fue condiscípula de mi mamá en la escuela, y desde entonces fueron amigas de toda la vida, eso es exacto porque murió mi madre y ella asistió a sus funerales con el rostro más triste y afligido que los de sus propios familiares. Conchita se había casado joven, por supuesto, y se había separado del esposo, ya no tan jovencita. Fue enfermera diplomada por más de cincuenta años y trabajó como tal incluso cuando se radicó en los Estados Unidos con sus hijas. La última vez que nos habíamos visto fue justamente una década atrás, en una recepción del Consulado de Nueva York, adonde la invitaban con frecuencia porque era un ejemplo de compa-

Conchita —siempre me había pedido que no la llamara «doña Conchita», a pesar de la respetable diferencia de edades que nos separaba— caminó hacia mí en un trotecito, acomodándose sobre el abundante pecho la banda que le otorgaba una suerte de especial distinción en la primera fila del cortejo. triota integrada exitosamente a USA entre cientos de miles de paisanos concentrados en sus respectivas barriadas pobres, monolingües, sin otro porvenir que envejecer en trabajos duros, aguardando siempre una improbable legalización para vivir en un país donde eran necesitados como mano de obra barata, pero no bienvenidos. —Se le ve tan joven, Conchita —lancé mi no tan mentiroso piropo cuando arrancaba el desfile, entre las notas de una grabación del himno nacional y los aplausos del público congregado detrás de las cuerdas que ceñían los flancos de la avenida. —Y eso de qué me sirve — Conchita agitó su encrespada cabellera cana con reflejos azulados gracias al efecto de algún ingrediente de salón de belleza y estilismo—; acabo de divorciarme. ¿Cómo era aquello? Me interesé de inmediato. Y Conchita empezó a referirme su peripecia matrimonial entre las banderitas que se agitaban a nuestro paso en el desfile. 5


—Pues Ubaldo se puso a temblar, como si yo fuera entonces la mismísima emisaria del infierno —se ajusta en la cabeza el sombrerito que una repentina ráfaga de viento había movido—; después, con muchos aspavientos y misterio, sacó un pequeño frasco y lo puso sobre el velador. Ella viajaba con cierta frecuencia a nuestro país, con el objeto de visitar algunos familiares y amistades. En uno de aquellos viajes conoció a un arquitecto ecuatoriano jubilado que había pasado buena parte de su vida en Panamá, donde formó familia, tuvo hijos y enviudó. —Se llama Ubaldo, si es que vive todavía —precisó Conchita en un tono claramente despectivo. A nuestro lado surcó una motocicleta policial. Cuánto debe costar a la alcaldía de Nueva Jersey esta clase de constantes desfiles de latinos, pensé. Conchita prosiguió: Ubaldo, el arquitecto, era mayor a ella con cuatro años. «Pero la diferencia de edad no me pareció mucha. Él era alto, bastante bien conservado en apariencia», dijo ella, si bien, explicó de inmediato, el amor a esas alturas de su vida ya no constituía un sentimiento ni una apuesta al porvenir, ni nada, pero sí un poquito de ilusión. «Para mis últimos años», apostilló con un suspiro. 6

En su siguiente viaje a Ecuador, Conchita y Ubaldo decidieron casarse. Intercambiaron aros, exhibieron ante la respectiva autoridad civil sus respectivos certificados: de viudez él; de divorcio ella. Y firmaron el acta matrimonial con unos testigos de edades también crecidas. Partieron de inmediato en un avión hacia Ciudad de Panamá. Habían decidido que harían su luna de miel en un crucero por aguas del Caribe, que siempre le había ilusionado a Conchita, según dijo. «Cada cual pagó su parte, Javiercito, porque ninguno de los dos queríamos aparecer ante el otro como avarientos o interesados», explicó mientras el Desfile de la Ecuatorianidad avanzaba entre fanfarrias, aplausos, banderas flameando y confeti por aquella avenida flanqueada por agencias para el envío de encomiendas ecuatorianas, restaurantes colombianos, salones de estilismo de venezolanas y uno que otro templo metodista o mormón cuyos fieles eran principalmente peruanos, según pude notar a lo largo de mis recorridos en la zona. En Ciudad de Panamá los hijos de su reciente esposo le miraron con ojos de escasa simpatía pero de todos modos les desearon una maravillosa luna de miel y uno de ellos los llevó hasta Colón en cuyos muelles avistaron las líneas de pisos escalonados y claraboyas uniformes de un inmenso buque de crucero. Abordaron la nave junto a matrimonios de edad, viejos solitarios o en grupos, y unas pocas parejas jóvenes. Los mayores lucían sombreritos flexibles, gafas, equipos fotográficos y se movían afanosos entre los puentes y la


cubierta. Ellos, una vez entregadas las maletas en el respectivo camarote, se apresuraron en posesionarse de unas tumbonas contiguas y servirse de una bandeja, ella un sorbete de melón y Ubaldo un gin and tonic. —El viaje comenzó maravilloso, el servicio de primera, el capitán y la tripulación nos colmaban de atenciones y el baile de gala en la primera noche a bordo fue sencillamente inolvidable — mientras Conchita hablaba advertí que su vanidad de anciana, pero femenina al fin y al cabo, le hacía lucir unas sedosas pestañas postizas allí donde solo quedarían unos escasos restos de las originales—; pero, Javiercito… Aquel «pero» me alertó. ¿Qué había ocurrido en una luna

de miel que comenzó tan bien? A nuestros pies el asfalto de la avenida parecía a punto de derretirse por el creciente calor de la mañana veraniega. Cuando ella y Ubaldo se retiraron a su camarote, él destapó una botella de champán especial que había llevado a bordo. Bebió varias copas él, y ella solamente una. Cuando Conchita creyó conveniente hacerlo se encerró en el baño y se presentó luego ante el esposo con un negligée de encajes que dejaba al descubierto sus piernas —miré hacia sus extremidades inferiores embutidas en un pantalón blanco y, caramba, eran todavía gruesas y bastante armoniosas—; la música que llegaba de atrás la interrumpió unos instantes. 7


—Yo lo lamenté más cuando Ubaldo, todo palidísimo y desencajado, me confesó que padecía epilepsia, de manera que la pastilla azul debió precipitarle el ataque. Usted me conoce, Javiercito, yo soy terneja y le dije entonces a Ubaldo “se acabó nuestro matrimonio, no me sirves de nada”. —¿Y qué pasó entonces, Conchita? —Pues Ubaldo se puso a temblar, como si yo fuera entonces la mismísima emisaria del infierno —se ajusta en la cabeza el sombrerito que una repentina ráfaga de viento había movido—; después, con muchos aspavientos y misterio, sacó un pequeño frasco y lo puso sobre el velador. Me imaginé de inmediato el contenido de aquel frasco. Uno no necesita ser un mago para suponer que un hombre, pasados los ochenta, requiere de algo más que el mero deseo de acostarse con una mujer para hacerlo, y mucho más si ella ya no es una jovencita, ni mucho menos. —Ubaldo sacó del frasquito una pastilla de color azul, y con muchos circunloquios me avisó para qué servía esa medicina. Yo le dije: «Muy bien, tómatela ya, mi amor». Pero él dejó la pastilla azul sobre el velador y con una mano puesta en una mejilla se puso a contemplarla como si se tratara de un bocado imposible de tragar. Así pasó nuestra primera noche de bodas. Pero yo 8

soy muy paciente, como usted sabe, Javiercito. Nada sabía yo por supuesto de su proclamada paciencia. Pero mientras ella me refería su experiencia, las filas que venían detrás nos habían ido rebasando y de pronto nos vimos al lado del carro alegórico de las reinas. Alguien nos ofreció serpentinas que Conchita y yo las arrojamos hacia las muchachas, en largas espirales rosas y verdes, y las jovencitas coronadas con diademas nos agradecieron ofreciéndonos unas encantadoras sonrisas. —El crucero siguió su recorrido. La comida en los almuerzos y cenas siempre de primera. A mí me encantan los mariscos, pero mi colesterol no me permite degustarlos con frecuencia. Pero hice de lado mi dieta de vieja y me atraqué de camarones en coctel, camarones apanados, fritos, de todo. Menos mal que mi salud no me cobró. ¿Sabía usted, Javiercito, que hace dos años me extirparon el bazo? No lo sabía, claro, y me encontraba impaciente porque siguiera refiriéndome la historia

de su luna de miel. El sol golpeaba implacable nuestras nucas desde el firmamento, y el desfile parecía próximo a concluir. Los americanos permiten, pero con cierta parsimonia las reuniones públicas latinas, caso contrario las vías donde se celebran tendrían desfiles interminables. Conchita refirió que el crucero surcó plácido las aguas transparentes del Caribe y al llegar a San Andrés se bajaron de a bordo para disfrutar de las playas y comprar artículos sin ningún recargo. Se iba acercando el día en que el crucero atracaría en el fin del periplo en los muelles de Colón, y Ubaldo, su esposo, cumplía cada noche en el camarote de los dos el exasperante ritual de sacar la pastilla azul, colocarla sobre el velador y mirarla indeciso horas y horas, mientras la furiosa consorte prefería pasarse embarrando su rostro con cremas y pintándose las uñas una o otra vez. —La última noche —dijo Conchita— el capitán anunció que a la mañana siguiente desembarcaríamos. Hubo chiflidos de protesta. Todos, o casi todos, habían pasado cinco días felices con sus respectivas noches, menos yo, Javiercito, en lo que a las noches se refiere. Los camareros nos repartieron en la sala de baile esa noche gorritos de papel, cornetitas y matasuegras, y movimos el esqueleto, mi marido y yo, hasta la madrugada. Cuando fuimos al camarote, en la cara de Ubaldo se veía que, ahora o nunca, tenía que enfrentarse a la pastillita color azul. El desfile desembocaba en una plazuela en cuyo fondo se había instalado una plataforma metálica, adonde treparon las reinas, los organizadores del acto


y dos invitados especiales, un alcalde ecuatoriano que estaba de visita y un ex dirigente deportivo prófugo en los Estados Unidos desde hacía muchos años por lo que sabía, pero que entonces nadie parecía reparar en el pasado del sujeto. Mientras se daban las alocuciones respectivas, Conchita concluyó su relato. —Ya tómala de una vez, ordené a Ubaldo, entregándole un vaso con agua que yo misma se lo llevé del lavabo. Se puso la píldora en la lengua y se la pasó con un buen bocado que le hizo agitar la nuez de su garganta de viejo, toda arrugada. ¿Sabía usted Javiercito, que por las arrugas del cuello se puede calcular la edad de una persona? Lo leí en alguna parte. Yo, puesta mi negligée provocativo y las manos sobre la cintura, guardé impaciente el efecto deseado. Habrían pasado cuatro, cinco minutos como máximo, cuando el pobre hombre cayó al piso entre convulsiones y espumarajos que le salían de la boca. Parecía que iba a ahogarse en sus salivaciones, con la lengua hacia dentro. Yo, como soy enfermera jubilada, lo atendí dándole una toalla a morder entre sus espasmos, y llamé a un médico de a bordo. Los viajeros del tour fueron saliendo de sus camarotes por los gritos que yo debí dar en esos momentos. Al fin llegó uno de los médicos del crucero y el pobre Ubaldo no recuperó cabalmente el conocimiento hasta la mañana. Conchita se calló para tomar aire. El alcalde invitado había concluido su discurso y recibió una condecoración de parte de una de las reinas. Comenté apenado a Conchita que lamentaba lo ocurrido en el crucero.

—Yo lo lamenté más cuando Ubaldo, todo palidísimo y desencajado, me confesó que padecía epilepsia, de manera que la pastilla azul debió precipitarle el ataque. Usted me conoce, Javiercito, yo soy terneja y le dije entonces a Ubaldo «se acabó nuestro matrimonio, no me sirves de nada». Apenas desembarcados en Colón, llamé a uno de los hijos de él y se lo entregué advirtiendo que tramitaría de inmediato el divorcio. Permanecimos en silencio mientras el ex dirigente deportivo

prófugo por corrupción tomaba el micrófono e iniciaba una alocución, ponderando la nostalgia que sentía por la tierra distante. «Quién te cree, sinvergüenza», dijo Conchita en voz alta y luego, dirigiéndose a mí, dijo: —No creas, Javiercito, todavía me quedan esperanzas en cuanto a un amor realizado a pesar de mi edad —sonrió coqueta y se pasó la mano por las puntas de su cabello bellamente cano con reflejos azulados.

Narrador y autor de obras de teatro. Realizó estudios universitarios de Jurisprudencia en la Universidad Central de Quito. Periodista.

Desempeñó diversas funciones

culturales, entre ellas la Presidencia

de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay, director de la

Bienal Internacional de Pintura de Cuenca, así como director de la

Eliécer Cárdenas (Cañar, 1950 -Cuenca, 2021)

Biblioteca Municipal de Cuenca. Entre sus obras destacan: Polvo y ceniza (Premio Nacional de Novela Casa de la Cultura

Ecuatoriana, 1978); Que te perdone

el viento (Premio Bienal de Novela Ecuatoriana, 1992); Una silla para Dios (Premio Diario El Universo,

1997); Relatos del día libre (Premio Joaquín Gallegos Lara); Diario de un idólatra (finalista del Premio

Rómulo Gallegos, 1990); Morir en

Vilcabamba (teatro, Premio Aurelio Espinosa Pólit, 1993), y El pinar de Segismundo (2013). Varias de sus

obras han sido traducidas al inglés,

francés, alemán, italiano, portugués y hebreo.

9


Emmanuel Carrére, PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS DE LAS LETRAS 2021

Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (Fragmento de la biografía de Philip K. Dick)

E

l 16 de diciembre de 1928, en Chicago, Dorothy Kindred Dick dio a luz a una pareja de mellizos prematuros nacidos con seis semanas de antelación y muy flacuchos los dos. Los llamaron Philip y Jane. Dicen que por ignorancia, porque la madre no tenía suficiente leche para alimentarlos y porque nadie, familiar o médico, le aconsejó el uso del biberón para completar la dieta, Dorothy dejó que los bebés pasaran hambre las primeras semanas de vida. Jane murió el 26 de enero. La enterraron en el cementerio de Fort Morgan, en Colorado, de donde era originaria su familia paterna. Junto a su nombre, en la lápida, grabaron el nombre de su hermano, con la fecha de nacimiento, un guion y un espacio en blanco. Poco después los Dick partieron rumbo a California.

10


premio En las raras fotos de familia, Edgar Dick aparece con la cara afilada, un traje cruzado y un sombrero como el de los agentes del FBI en las películas sobre la Prohibición. Era en realidad un funcionario federal, pero del Departamento de Agricultura. Su misión consistía en controlar que el ganado hubiera sido sacrificado tal como declaraban los ganaderos, y, en caso contrario, debía encargarse él mismo de hacerlo; se daba una prima por cada animal muerto, y se cometían fraudes. Recorría al volante de su Buick los campos diezmados por la Depresión, entre gentes maltrechas y recelosas, capaces de agitar rencorosamente en las narices de un inspector la rata que asaban en un brasero improvisado. Su único consuelo durante esos viajes era encontrarse con excombatientes como él. Enrolado como voluntario, de la guerra en Europa conservaba unos recuerdos heroicos, un grado de sargento y una máscara antigás que un día sacó de su estuche para jugar con su hijo de tres años. Pero a Phil no le hizo ninguna gracia. Al ver esas cavidades redondas y huecas y esa trompa de goma negra que colgaba siniestramente, dio un grito de terror creyendo que su padre se había transformado en un monstruo o un insecto gigante. Pasó varias semanas escudriñando la cara que se había vuelto normal, buscando y temiendo encontrar otras secuelas de la transformación. Los mimos aumentaban su desconfianza. Tras ese incidente desafortunado, Dorothy, que tenía ideas muy claras sobre la educación de los niños, levantaba los ojos al cielo y suspiraba furiosamente cada

vez que se cruzaba con la mirada avergonzada de Edgar. Cuando se casaron, después de que él regresara del frente, decían que ella se parecía a Greta Garbo. Los años y una serie de enfermedades la habían transformado en un esperpento desprovisto de toda sensualidad, aunque no de cierta seducción autoritaria. Devoradora de libros, dividía a la humanidad en dos grupos: los que se consagran a una actividad creativa y los que no. Incapaz de concebir que existieran personas de valor fuera de la primera categoría, su vida transcurrió en una suerte de bovarismo puritano, rigurosamente intelectual, sin que nunca llegara a formar parte de ese círculo de elegidos que representaban para ella los autores publicados. Despreciaba a su marido, quien, aparte de temas militares, solo se interesaba por el fútbol. Él intentó iniciar a Phil en su pasión llevándolo al estadio a escondidas de su madre; pero el niño, solidario con ella aun cuando se jactaba de desobedecerla, se negaba a entender por qué los adultos disfrutaban alrededor de un balón ridículo. Su infancia se parece a la de Luzhin de Nabokov o a la de Glenn Gould, su contemporáneo y en ciertos aspectos su hermano espiritual: niños regordetes y taciturnos a los que se hace campeones de ajedrez o pianistas prodigiosos. Se loaba su calma, su gusto precoz por la música. Su mayor placer era esconderse en viejas cajas de cartón y pasar allí largas horas en silencio. Tenía cinco años cuando sus padres se divorciaron, por iniciativa de Dorothy, quien obtuvo

de un psiquiatra la confirmación de que su hijo no sufriría por la separación (se quejaría de ella durante toda su vida). Edgar no quería romper completamente, pero sus primeras visitas fueron recibidas tan fríamente que se desanimó y se marchó a Nevada. Dorothy se instaló con su hijo en Washington, con la esperanza de encontrar un trabajo más interesante y mejor pagado que el de secretaria. Pasaron allí tres años horribles. Phil era muy pequeño cuando vivían en Chicago, y de la Costa Oeste solo recordaba la bendición de su clima, descubriendo ahora con doloroso estupor la lluvia, el frío, la pobreza y la soledad. Su madre trabajaba todo el día en la Oficina Federal de la Infancia, corrigiendo pruebas de manuales pedagógicos. Al regresar de la escuela cuáquera en la que lo habían matriculado, y en la que los alumnos formaban un círculo invocando al Espíritu Santo para que se decidiera a hablar, Phil la esperaba durante horas y horas en la soledad de aquel apartamento triste y sombrío. Como volvía muy tarde y demasiado cansada para contarle cuentos, tenía que contarse a sí mismo los que ya conocía. Su cuento preferido era el de los tres deseos que un hada concede a una pareja de campesinos. «¡Quisiera una espléndida salchicha!», exclama la mujer. Y la salchicha aparecía ante sus ojos, provocando la ira del marido: «¿Estás loca? Derrochar así uno de los deseos. ¡Ojalá la salchicha cuelgue para siempre de tu nariz!» Y he aquí la salchicha que cuelga de la nariz de la mujer, de la que solo el tercer deseo podrá liberarla. A partir de ese modelo, el 11


niño imaginó infinitas variantes. Después aprendió a leer y descubrió Winnie the Pooh. Más tarde, una versión simplificada de Quo Vadis? lo deslumbró. A través de la gracia del relato, todo lo que le enseñaban en la escuela cuáquera cobraba vida. Su madre nunca supo que durante todo el invierno jugó a solas, sin decírselo a nadie, a ser uno de los primeros cristianos escondidos en las catacumbas. En 1938, Dorothy consiguió un puesto en la Oficina Forestal de California, en el campus de Berkeley. Tras el exilio en Washington, madre e hijo volvían a respirar. Se sentían en casa y a la vez en el centro del mundo, como cualquiera que viviera en Berkeley más de una semana. Una vez allí, parecía como si no existiera otro lugar en la tierra. Feminista, pacifista, apasionada de la cultura y de las ideas nuevas, Dorothy alcanzaba su plenitud en aquel enclave donde uno podía ser a la vez funcionario y sufragista sin ofender a nadie. Phil, por su parte, amaba los 12

destellos de la bahía, los prados, el arroyuelo del campus —donde los niños de la ciudad jugaban en plena libertad— y el tiovivo de Sather Tower, que derramaba sobre los techos su tintineo a la vez apacible y alegre, como recompensando las horas que transcurrían tan fructuosamente. La escuela le gustaba menos, pero sufría crisis de asma y taquicardia que con frecuencia lo obligaban a faltar y, aun cuando no estaba enfermo, Dorothy encubría con complacencia sus ausencias dejando que se quedara a jugar en casa. En el fondo le hacía feliz que el niño se pareciera tan poco a su padre, que desdeñara los deportes, el alboroto y todas esas burradas colectivas aptas solamente para formar a esos mentecatos de norteamericanos medios. Era evidente que estaba de su parte, del lado de los artistas, de los albatros a los que sus alas de gigante les impiden caminar. A los doce años le gustaba ya lo que habría de gustarle toda su vida: escuchar música, leer y escribir a máquina. Pedía a su madre que le regalara discos de música clásica, al comienzo los de 78 revoluciones, y cultivó el talento, del que tanto el uno como el otro se sentían no poco orgullosos, de identificar al cabo de algunas notas cualquier ópera, sinfonía o concierto que tocaran o incluso tararearan delante de él. Coleccionaba revistas ilustradas en las que, con el pretexto de la divulgación científica, se hablaba de continentes sumergidos, de pirámides malditas y naves misteriosamente desaparecidas en el mar de los Sargazos. Dichas revistas tenían como título sugestivos epítetos: Astounding,

Amazing, Unknown… Pero también leía los relatos de Edgar Poe y de H. P. Lovecraft, el ermitaño de Providence cuyos personajes afrontaban abominaciones tan monstruosas que no lograban describirlas. Pronto empezó a imitar esos modelos. En Washington había garabateado ya unos cuantos poemas lúgubres que evocaban un gato devorando a un pájaro vivo, una hormiga arrastrando la carcasa de un abejorro, una familia desconsolada enterrando a un perro ciego. La dactilografía liberó su inspiración. Tan pronto como tuvo una máquina de escribir, se convirtió en un virtuoso: nadie, según la opinión de los que lo conocieron, podía escribir tan rápido y durante tanto tiempo; parecía como si las teclas salieran al encuentro de sus dedos. En diez días terminó su primera novela, una continuación de los Viajes de Gulliver cuyo manuscrito se perdió. Sus primeros textos publicados, unos cuentos macabros inspirados en Poe, aparecieron bajo la rúbrica de «Jóvenes talentos» en la Berkeley Gazette. El responsable literario de la revista, que firmaba «tía Flo» y defendía el realismo (la línea Chéjov-Nathanael West), lo exhortaba a escribir sobre lo que conocía, la vida de todos los días, los pequeños detalles verdaderos, a controlar su imaginación. Considerándose incomprendido, Phil fundó su propia revista, de la que era el único redactor. Sé que no suscitaré más que una aprobación distraída calificando de premonitorios el nombre de la revista —The Truth—, la petición de principio que abría su único número: «Prometemos escribir aquí aquello que, sin la más mí-


nima duda, es la verdad», y el hecho de que aquella intransigente verdad adoptara la forma de aventuras intergalácticas, fruto de la imaginación de una pluma de trece años. Una noche, en aquellos años, tuvo un sueño que volvió a visitarlo en varias ocasiones. Se veía en una librería buscando un ejemplar de Astounding que faltaba en su colección. En el ejemplar, muy raro y carísimo, figuraba un cuento titulado «El Imperio nunca dejó de existir». Si hubiese podido apoderarse de él, si hubiese conseguido leerlo, lo habría sabido todo. El primer sueño fue interrumpido antes de que alcanzara la pila de revistas descoloridas en las que, según creía, se hallaba el precioso ejemplar. Aguardó su retorno con inquieto fervor y, cuando se produjo, aliviado de que la pila siguiera allí, volvió a examinarla febrilmente. A cada sueño la pila disminuía, pero él siempre despertaba antes de llegar al último ejemplar. Pasaba los días repitiéndose el título del cuento, cuya sonoridad terminó confundiéndose con la palpitación de la sangre en sus oídos cuando tenía fiebre. Se imaginaba las letras que lo componían y la ilustración de la portada. Esa ilustración, aunque fuera borrosa o tal vez por eso, lo inquietaba. Con el correr de las semanas su deseo se tiñó de angustia. Sabía que si leía «El Imperio nunca dejó de existir» le serían revelados todos los secretos del mundo, pero presentía que ese conocimiento comportaba un peligro. Lovecraft lo había escrito: si conociéramos todo, el terror nos haría enloquecer. Llegó a representarse su sueño como una trampa diabólica y el ejem-

Su madre trabajaba todo el día en la Oficina Federal de la Infancia, corrigiendo pruebas de manuales pedagógicos. Al regresar de la escuela cuáquera en la que lo habían matriculado, y en la que los alumnos formaban un círculo invocando al Espíritu Santo para que se decidiera a hablar, Phil la esperaba durante horas y horas en la soledad de aquel apartamento triste y sombrío. Como volvía muy tarde y demasiado cansada para contarle cuentos, tenía que contarse a sí mismo los que ya conocía. plar escondido debajo de la pila como un monstruo agazapado, dispuesto a devorarlo tan pronto como llegara al final del tobogán que conducía a sus fauces. En lugar de precipitarse como al comienzo, procuró frenar el movimiento de sus dedos que, hojeando un ejemplar tras otro, lo acercaban al terror final. Empezó a tener miedo de dormirse y se entrenaba para permanecer despierto. Sin una razón aparente, el sueño cesó. Esperó su retorno con ansiedad, luego otra vez con impaciencia; a las dos semanas lo hubiese dado todo para que volviera. Recordó el cuento de los tres deseos, en el que cada deseo es derrochado para remediar en el último momento la imprudencia del anterior: primero había

deseado leer «El Imperio nunca dejó de existir»; luego, presintiendo el peligro, había deseado que le ahorraran esa lectura; ahora deseaba de nuevo volver a leerlo; si se negaban a satisfacerlo, pensaba, era quizá por misericordia, porque no tenía derecho a un cuarto deseo. Sin embargo, se sintió decepcionado, puesto que el sueño no volvió. Esperó con ansiedad. Después lo olvidó. Era un chico un poco demasiado gordo, sofocado, que vivía solo con su madre. Se llamaban el uno al otro Philip y Dorothy y se trataban con una curiosa ceremonia. De noche, acostados en sus camas, se hablaban de una habitación a otra, dejando abiertas las puertas del pasillo. Sus temas de conversación preferidos eran 13


Dorothy, por su parte, aseguraba que fue ella la que tuvo que echarlo, puesto que ya no tenía edad para seguir viviendo con ella. Como quiera que sea, Phil trasladó su colección de libros, discos y revistas, y su precioso tocadiscos Magnavox, a un apartamento ocupado por un grupo de estudiantes bohemios bajo cuya influencia sus gustos literarios evolucionaron. los libros, las enfermedades y los remedios que supuestamente debían aliviarlas. Hipocondríaca consumada, Dorothy poseía una farmacia tan extensa como la discoteca de su hijo, abierta igualmente a todas las novedades: cuando, después de la guerra, aparecieron los primeros sedantes, fue una de las pioneras de aquel nuevo eldorado químico. Probó Torazina, Valium, Tofranil y Librium a medida que fueron saliendo a la venta, comparando el sopor que cada uno de ellos producía y elogiando los méritos de estos productos a sus amigos. De vez en cuando Phil se veía con su padre, que se había vuelto a casar y se había instalado en Pasadena, donde trabajaba como locutor de una radio local. El oficio del padre gozaba de gran prestigio para el adolescente tímido que soñaba con tener influencia sobre los demás. Durante la guerra había sido, como todo el mundo, un patriota, pero la propaganda de Goebbels tam14

bién lo había deslumbrado. Se jactaba de ser capaz de admirar la ejecución de un plan que no aprobaba, con tal de que fuera impecable. Un tribuno y un orador dormitaban en él, pero como no podía arrastrar a nadie, se quedaba solo en su rincón. A falta de otra cosa, era eso lo que más le gustaba: quedarse agazapado en su rincón y acumular allí sus posesiones. Regularmente, su madre le rogaba que ordenara su habitación, en la que reinaba el característico desorden de los maníacos que, capaces como Sherlock Holmes de fechar un informe por la capa de polvo que lo cubre, prefieren orientarse por su cuenta: un fárrago invisiblemente clasificado de maquetas de aviones, tanques, juegos de ajedrez, discos, revistas de ciencia ficción y fotos de chicas desnudas, mejor escondidas que las demás cosas. Pues también empezaban a interesarle las chicas. Sin demasiado éxito, debido a su excesiva

inseguridad, pero lo suficiente como para que la ósmosis con Dorothy se viera afectada. Desamparada, la madre advirtió de pronto que la apatía escolar, la introversión y las crisis de ansiedad de su hijo reclamaban los servicios de un psiquiatra. Tenía catorce años cuando lo llevó al primero de una serie casi ininterrumpida hasta su muerte. Al cabo de pocas sesiones, apoyadas con la consulta de libros febrilmente anotados por su madre, el joven Dick hablaba con aplomo de neurosis, complejos y fobias, sometiendo a sus amigos a tests de personalidad de los que sacaba, sin revelarles el secreto de su saber, conclusiones diversamente halagüeñas y diversamente apreciadas. A fines de los años treinta, el progreso de estos tests había modificado considerablemente las ideas que un americano medio tenía sobre lo que ocurría en su cabeza y en la de su vecino. En el momento de la declaración de la guerra, los tests revelaron que de los catorce millones de soldados convocados, más de dos millones padecían problemas neuropsiquiátricos. La cifra, que nadie hubiese imaginado antes de ser confirmada por datos considerados como científicos, hizo que cundiera el pánico y que se realizaran gastos enormes, tanto en el sector de la salud mental como en el fomento de la expansión del psicoanálisis, con la esperanza de convertir a aquellos anormales en ciudadanos responsables y equilibrados. Esta confianza puede parecer inocente, la misma que hizo sonreír al viejo Freud cuando, al desembarcar en Nueva York, se


vanaglorió de llevar la peste al Nuevo Mundo. Pero los psiquiatras y psicoanalistas americanos, menos rigurosos que en Europa sobre las diferencias entre sus disciplinas, habían incorporado el freudismo a sus ideas pragmáticas y se consagraban más a la adaptación a las normas sociales que al conocimiento o a la aceptación de uno mismo. Los tests que hacían pasar por la fuerza a sus pacientes, para evaluar sus progresos, tenían un solo objetivo: que funcionaran normalmente. O, al menos, que dieran la impresión de que funcionaban normalmente. Cuando yo era niño, era miope, y recuerdo que dejé boquiabierto a un oculista recitando de memoria las letras del tablero con el que me medía la vista: argumenté que, como podía leerlo todo, incluidos los caracteres diminutos de abajo, no valía la pena que me aconsejara el uso de gafas (aunque sin éxito). De adolescente, Dick adquirió el mismo tipo de familiaridad con los tests, pero los utilizó con mucho más virtuosismo. Valiéndose de su intuición, de su temprana experiencia y de la rigidez del sistema, aprendió a eludir las trampas que escondían las preguntas y a adivinar las respuestas que esperaban de él. Como conocía, como un alumno que se ha procurado los apuntes del maestro, las casillas que había que marcar en el Woodworth Personal Data Sheet o en el Minnesota Multiphasic para dar una respuesta satisfactoria o identificar un dibujo en cierta mancha del Rorschach que suscitara perplejidad, fue por voluntad propia normalmente normal, normalmente anormal, anormalmente anor-

mal, anormalmente normal (su triunfo), y, a fuerza de alternar los síntomas, acabó enloqueciendo a su psiquiatra. Un psicoanalista de San Francisco, mucho más inteligente, ocupó el lugar de este último: era junguiano, algo que la gente de Berkeley consideraba desde hacía poco como la crème de la crème, reservado a los espíritus creativos. Phil tomaba entonces el transbordador dos veces por semana para cruzar la bahía. A un amigo, intrigado por esos misteriosos desplazamientos, le dijo que frecuentaba unos cursos para superdotados con un coeficiente de inteligencia extremadamente elevado y que —no era necesario decirlo— había hecho trampa para pasar los tests. El amigo se rio burlonamente como se ríen entre ellos los burros orgullosos de serlo, pero Phil le objetó con arrogancia que un impostor que logra hacerse pasar por un genio demuestra más genialidad que un genio auténtico, tras lo cual el amigo lo miró con la misma mirada con que lo había hecho, en los últimos tiempos, su primer psiquiatra. Y, en adelante, lo evitó. Durante su segunda etapa de psicoanálisis, Phil descubrió qué efecto extraordinario causaba la historia de Jane en un experto en psicología y qué grande era la consideración que los expertos prestaban a un trauma de ese calibre. Advirtió que hablar de su hermana melliza muerta lo volvía interesante y pasó largas sesiones preguntándose quién y en qué momento lo había informado acerca del drama. Sin duda, había sido su madre, y sin duda lo había hecho muy pronto. Le parecía que lo sabía desde siem-

pre. Se acordaba de una compañerita imaginaria de la infancia llamada Jane, que tenía el pelo y los ojos negros, y que escapaba de las situaciones más peligrosas con endiablada insolencia, contrariamente a él, el pesado, que vivía escondido entre sus viejas cajas de cartón. Decía recordar también la vez en que su madre, en un momento de cólera, le había gritado que mejor hubiese sido que fuera él quien estuviera muerto y no Jane. Cuando Phil se enteró de que Dorothy era una madre castradora, la revelación le produjo un poco el efecto de una traición (Dorothy le pagaba a ese señor para que le hablara mal de ella), pero no cayó en saco roto, y pronto se transformó en inquietud. Con una madre semejante, un padre ausente y una pasión tan marcada por el arte y lo espiritual, ¿acaso no reunía todas las condiciones para convertirse en homosexual? Fue una de las obsesiones de su adolescencia, pero no la única. 15


Sufría de vértigo y de agorafobia. Tenía temor a los transportes públicos y era incapaz de comer siquiera un sándwich en público. A los quince años, durante un concierto sinfónico, tuvo un ataque de pánico: sintió que se hundía y veía el mundo a través del periscopio de un submarino. En otra ocasión se sintió mal en el cine, durante una secuencia del noticiario cinematográfico en la que mostraban cómo el ejército norteamericano masacraba con lanzallamas a los soldados japoneses en una isla del Pacífico. Lo peor no era tanto el suplicio de los japoneses, sino el entusiasmo de la sala al ver a esos macacos transformados en antorchas. Tuvo que salir a toda prisa de la sala, seguido por una Dorothy abrumada. Pasó mucho tiempo antes de que volviera a poner los pies en un cine. Semejantes crisis no facilitaban la progresión de sus estudios. No asistía ya a las clases, pero trabajaba en casa escuchando discos. Había una materia que prefería a todas las demás, pues se acoplaba perfectamente con ese fondo sonoro: el alemán, que había escogido por puro esnobismo como lengua moderna al final de la guerra, y cuya poesía, hecha para ser cantada, estaba descubriendo. Las melodías de Schubert, Schumann y Brahms entraron en su vida. Desde que las escuchó no pudo imaginar mejor manera de ocupar su vida, y, a los dieciséis años, decidió que aquello se convertiría en su oficio. Encontró un empleo de media jornada en una tienda llamada University Music, donde se vendían discos, radios, tocadiscos y los primeros televisores. 16

También se hacían reparaciones; los técnicos formaban una aristocracia cuyas competencias provocaban la envidia del joven Phil. El verbo inglés to fix, que significa a la vez «arreglar», «preparar» y «sujetar», y que además evoca una estabilidad conquistada tras una ardua lucha, englobaba todo lo que él más estimaba del genio humano; los personajes de sus libros serán eternos técnicos reparadores, pequeños artesanos atornillados a su mesa de trabajo. Esto puede parecer extraño en un chico que leía vorazmente y crecía en la más intelectual de las ciudades universitarias, pero desde muy temprano él había elegido su campo, antes aun de que lo acusaran de despreciar las uvas que no podía alcanzar. Su ambiente preferido no sería nunca ni el de la universidad, ni el de los cafés donde los estudiantes pretenden cambiar el mundo, sino la pequeña empresa, la tienda frente a la cual se barre la acera todas las mañanas, antes de levantar las persianas metálicas y recibir a los primeros clientes. Su trabajo consistía en abrir las cajas de discos de música clásica que los distribuidores enviaban, colocarlos en los estantes, sin saber dónde colocar un disco que reunía obras de compositores diferentes, poder comprar discos con descuento para su propia colección, comparar con los clientes o con los otros vendedores los méritos de las diferentes versiones de La flauta mágica, barrer el suelo y cambiar el rollo de papel higiénico en los baños situados detrás de la cabina de audición número 3. University Music era su mundo, un mundo estable y familiar donde nada malo podía ocurrirle. Allí se sentía protegido

de las crisis de asma y de la agorafobia. Tenía más confianza en sí mismo. Cuando una clienta le gustaba, la invitaba a una cabina a escuchar los primeros discos de Dietrich Fischer-Dieskau, el extraordinario joven barítono que cantaba los lieder de Schubert como nadie los había cantado jamás. Mientras el disco giraba, él le clavaba los ojos de un azul intenso a la chica y acompañaba la música con una voz bella y profunda, algo sorda, que desde hacía poco había reemplazado su falsete de adolescente. Para desarrollar esa capacidad de seducción, soñaba con animar la transmisión que su jefe patrocinaba en una radio local. Pero, desafortunadamente, solo le permitían hacer la programación; el monopolio del micrófono estaba reservado a un tipo de pelo engominado, chaqueta a cuadros y zapatos bicolor al que Phil odiaba profundamente. En una de sus divagaciones preferidas se veía como un astronauta en órbita, girando alrededor de la Tierra, devastada por una catástrofe nuclear. Desde el satélite en el que, a falta de una tecnología que pudiera devolverlo a la Tierra, estaba condenado a girar hasta la muerte, recibía los mensajes de los supervivientes dispersos en el planeta destruido. Él, a su vez, enviaba también mensajes que los de abajo se esforzaban por captar, como los franceses escuchando a Londres durante la Ocupación. Les ponía discos, les leía libros y hacía circular la información. Gracias a él, seguían existiendo contactos entre los grupos aislados, alentados por su cálida voz a seguir aguantando. Para escucharlo se reunían alrededor de radios a galena devotamente construidas,


y que los hombres consideraban como su don más precioso. Sin esas radios y sin aquel disc-jockey solitario que desde las alturas velaba por ellos, hubiesen regresado al estado salvaje. Si la civilización hubiese renacido un día, habría sido bajo su égida. El momento más exquisito de aquel sueño era cuando luchaba contra la tentación de dejarse adorar por los hombres como un dios. Al final conseguía vencerla, aunque por muy poco. Las versiones sobre su abandono del hogar materno son contradictorias. Phil lamentaba que Dorothy se lo hubiese tomado tan mal, amenazándolo con llamar a la policía para impedirle que se fuera y se hiciera homosexual, como de hecho iba a ocurrir cuando ella ya no estuviera a su lado para protegerlo. Dorothy, por su parte, aseguraba que fue ella la que tuvo que echarlo, puesto que ya no tenía edad para seguir viviendo con ella. Como quiera que sea, Phil trasladó su colección de libros, discos y revistas, y su precioso tocadiscos Magnavox, a un apartamento ocupado por un grupo de estudiantes bohemios bajo cuya influencia sus gustos literarios evolucionaron. En aquel ambiente tan cultivado, solo la «alta literatura» tenía derecho de ciudadanía: la moda de considerar con benevolencia los géneros populares surgió más tarde. Dick, cual dócil camaleón, dejó de leer ciencia ficción, escondió las revistas baratas que habían cautivado su adolescencia y se consagró exclusivamente

a Joyce, Kafka, Pound, Wittgenstein y Albert Camus. Ahora su noche ideal consistía en escuchar a Buxtehude o Monteverdi, junto a los poetas de vanguardia, citando de memoria párrafos enteros de Finnegans Wake en los que identificaba las huellas de la influencia de Dante. A su alrededor todo el mundo escribía, y, en medio de un frenético name-dropping, se intercambiaba manuscritos y con-

Desamparada, la madre advirtió de

la virginidad, y al mismo tiempo su temor a la homosexualidad, con una clienta de la tienda que un empleado más espabilado le había incitado a cortejar. Después de negarse a venderle los melifluos cantos natalicios que ella quería comprar, le hizo escuchar en una cabina sus discos preferidos, la llevó al sótano, que los técnicos abandonaban a la hora de comer, y a la semana siguiente se casó con ella, inaugurando sin pompa una larga carrera de monógamo compulsivo. Juntos alquilaron un estudio siniestro, donde Phil descubrió al mismo tiempo la esclavitud de una vida de pareja pobre y las escasas afinidades con su mujer. Se quedaba dormida cuando él le leía Las variedades de la experiencia religiosa de William James o sus propios cuentos, Finnegans Wake le parecía incomprensible y no soportaba los discos que él siempre escuchaba. A las pocas semanas, amenazó con destrozárselos: la ruptura fue inevitable. Dicen que el juez consideró banal el motivo del divorcio, pero la amenaza obsesionó a Dick por mucho tiempo. En 1984, Orwell imagina que la policía, para ejercer una presión personalizada sobre cada ciudadano, se empeña en descubrir qué es lo que más teme la gente: unos temen que los entierren vivos, otros que los devore una rata. La idea de que alguien pudiera destruir sus preciosos discos provocaba en Dick esa forma de horror absoluto. En todos sus libros, las esposas crueles les hacen esa jugarreta a sus desechos de mari-

pronto que la apatía escolar, la introversión y las crisis de

ansiedad de su hi jo reclamaban

los servicios de un psiquiatra. Tenía catorce años cuando lo llevó al primero de una serie casi ininterrumpida hasta su muerte. sejos. En aquella época, aparte de un montón de cuentos que intentó colocar en algunas revistas, Dick escribió dos novelas de las que solo se sabe lo que él quiso contar más tarde. La primera era un largo monólogo interior sobre una imposible iniciación amorosa y sobre los arquetipos junguianos; la segunda describía el complejo enredo de mentiras y de cosas no dichas de un amor a tres en la China maoísta.

Fue entonces cuando perdió

17


Así, en octubre de 1951, la revista de Boucher publicó el primer cuento «profesional» de Philip K. Dick: «Roog». En este relato un perro persigue a los basureros ladrándoles porque ha intuido que no son verdaderos basureros, sino extraterrestres que primero recogen y analizan los desechos de los terrícolas para luego, según se adivina, terminar recogiendo a los mismos terrícolas.

18

dos, y en su penúltima novela el mismísimo Jehová debe recurrir a la misma amenaza para movilizar al protagonista, reacio a secundar su voluntad. El peligro se disipó con su segunda mujer, a la que también conoció en una tienda de discos, mientras ella exploraba la sección de ópera italiana. Entusiasmado, Phil puso a prueba sus gustos, esperando asegurarse, antes de cortejarla, de que le gustaran las mismas versiones que a él. Kleo Apostolides tenía diecinueve años. Era una estudiante de origen griego, guapa, gran lectora y, considerando los futuros modelos dickianos en materia de mujeres, excepcionalmente equilibrada. Se casaron en junio de 1950 y compraron a crédito una casa en ruinas en la parte baja y popular de Berkeley. El techo tenía goteras, la pintura se desconchaba y había que poner palanganas por todas partes para frenar la inundación. Ni Phil ni Kleo tomaban la iniciativa, uno por abandono, porque dedicaba la mayor parte de su dinero y tiempo libre a comprarse discos y a escucharlos, la otra por una elección deliberada a favor de la bohemia y de todo lo que contrastara con el modo de vida burgués. En su condición de militante intransigente del radicalismo local, Kleo vestía vaqueros, llevaba gafas de concha, tarareaba los cantos de La Internacional en los que se hablaba de marchar sobre Madrid, y, con el corazón henchido de odio, hablaba de todo con igual vehemencia, ya porque estaba entusiasmada o porque estaba indignada. Sobre todo le gustaba indignarse. Para pagarse sus estudios de ciencias políticas, ejercía diver-

sos pequeños empleos. Phil, por su parte, pasaba todo el día en University Music. A diferencia de casi todos los que vivían en Berkeley, él no era estudiante. Unos días después de su inscripción en unos cursos sobre el Sturm und Drang y la filosofía de Hume, una crisis de angustia particularmente grave truncó definitivamente su carrera académica. Y como la ambición social no le quitaba el sueño —es lo menos que puede decirse— había despachado el asunto sin ningún problema. Pero viéndose como vendedor de discos a jornada completa, sin otra perspectiva —por lo demás, lejana aún— que la dirección de la tienda, empezó a lamentarse de una elección que con el paso del tiempo podía llegar a convertirlo en una figura pintoresca de Berkeley, tratada con amistosa desenvoltura por distintas generaciones de estudiantes: el viejo vendedor de University Music, tan cultivado, siempre dispuesto a entablar una conversación sobre el idealismo alemán o el do agudo que Elisabeth Schwarzkopf le había prestado a Kirsten Flagstad en el Tristán de Furtwängler. Tuvo entonces un encuentro decisivo, siempre en University Music, con un escritor llamado Anthony Boucher, una suerte de hombre orquesta de la literatura popular que bajo diversos seudónimos escribía, criticaba y editaba novelas policiacas y de ciencia ficción. Para Dick, el hecho de que un adulto, un melómano sagaz, un hombre distinguido en todos sus aspectos, no desdeñara el género del cual él había tomado distancia para no pasar por un subdesarrollado fue primero un motivo de estupor, después de alivio. Su timidez le impedía asis-


tir al taller literario que Boucher dirigía en su casa, una vez por semana, pero Kleo le llevó algunos textos de su marido, entre los que figuraba un cuento de ciencia ficción. La segunda sorpresa fue que ese cuento fue juzgado prometedor. Animado, Dick abandonó sus intentos de psicología sutil y sus monólogos interiores para dejar que su imaginación se disparara hacia las estrellas. Así,

en octubre de 1951, la revista de Boucher publicó el primer cuento «profesional» de Philip K. Dick: «Roog». En este relato un perro persigue a los basureros ladrándoles porque ha intuido que no son verdaderos basureros, sino extraterrestres que primero recogen y analizan los desechos de los terrícolas para luego, según se adivina, terminar recogiendo a los mismos terrícolas.

No le pagaron muy bien aquel texto, pero le pagaron. Dick llegó a la conclusión de que podía ganarse la vida de esa manera. Abandonó su trabajo en University Music y, con una mezcla de angustia y exaltación, se consagró por completo a la escritura. (Tomado de: https://hombreaproxima-

tivo.wordpress.com/2019/02/02/fragmento-de-yo-estoy-vivo-y-vosotros-estais-muertos-por-emmanuel-carrere/)

Director de cine, guionista y escritor francés. Se le considera uno de los

principales autores de la literatura europea contemporánea y un maestro del género de la no ficción.

Su infancia y adolescencia transcurrió en París. Se graduó en el Instituto

de Estudios Políticos en 1979. Después, viajó como cooperante a Indonesia, donde pasó dos años enseñando francés. De regreso a Francia, se dedicó al

periodismo en diversos medios, al tiempo que publicaba sus primeros libros. En ellos se puede distinguir una doble vertiente. En la primera, destaca

la exploración de la biografía de personajes singulares, excéntricos, fuera de lo común. Así, podríamos destacar estudio sobre el célebre novelista

Emmanuel Carrère París, Francia - 1957

norteamericano de ciencia-ficción Philip K. Dick. Titulado Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje en la mente de Philip K. Dick (1993) explora

sus ideas metafísicas y su tremenda influencia cultural. El adversario (2000) es una novela acerca de Jean-Claude Romand, un hombre que asesinó a

toda su familia y después trató de darse de muerte, cuando el vasto edificio de mentiras que había construido a lo largo de su vida se derrumbó.

En Limonov (2012), en el que nos presenta a Eduard Limónov, una especie

de versión soviética de Bukowski, un literato marginal que tras vivir como

exiliado en Nueva York y París, rondando los márgenes de la delincuencia, participar en las guerras que disolvieron la antigua Yugoslavia en el bando

serbio, se convirtió en el fundador de una disparatada organización política rusa, el Partido Nacional Bolchevique, que oscilaba entre el anarquismo, el nazismo y el comunismo.

La otra vertiente de la obra de Carrère es aquella en la que nos narra de

manera novelada diferentes historias o etapas de su vida, de miembros de su

familia o de personas cercanas, como sucede en Una novela rusa (2007), De vidas ajenas (2011), El Reino (2015), en la que además mezcla vivencias personales

con su particular visión de los orígenes del cristianismo y Yoga (2020), donde narraba una crisis depresiva que le llevó a ser internado y tratado con

electroshocks. Este libro suscitó un considerable escándalo, cuando Helène

Devynck, su exmujer, y madre de su única hija, Jeanne, lo acusó públicamente de incluirla en el libro en contra de sus deseos, además de ofrecer una versión delirante de los hechos.

En 2021 se le concedió el Premio Reina Sofía de las Letras.

(https://www.fnac.es/Emmanuel-Carrere/ia21539/biografia)

19


PREMIO REINA SOFÍA DE POESÍA IBEROAMERICANA 2021

Ana Luisa Amaral: UNA DE LAS VOCES MÁS IMPORTANTES DE LA LITERATURA PORTUGUESA

What’s in a name Pregunto: ¿qué hay en un nombre? ¿De qué espesura está hecho si se atiende, en qué guerras se ampara, paralelas? ¿Linajes, suelos serviles, razas domadas por algunas sílabas, pilares de la historia sobre leyes que en fuego y llamarada se forjaron? Extirpado el nombre, quedará el amor, quedaremos tú y yo, aun en la muerte aun sólo en el mito Y aun el mito (¡escucha!), nuestra fugaz historia que unos leerán como materia inerte, quedará para el siempre del humano Y otros habrán de recogerlo siempre, cuando su siglo carezca de él Y entonces, amor mío, mi mayor fuerza, seremos para ellos cual la rosa— O no, cual su perfume: ingobernado libre

20


galardón

Una botánica de paz: visitación Tengo una flor de la que no sé el nombre En el balcón, en común acuerdo con otros aromas: la flor del beso, un rosal, una mata de hierba luisa Pero esos son prodigios de la mañana siguiente; es que esta flor generó hojas de verde asombro, minúsculas y leves No la amenazan bombas

ni románticos vientos, ni misiles, o tornados, ni ella sabe, aunque esté cerca, de la sal inversa que el mar trae Y el cielo azul de otoño fingiendo verano es para ella una bendición, con la poca agua que le dio Debe ser esto una especie de paz: un secreto botánico de la luz 21


La voz Me confunden los peldaños de esta escalera: no sé si sean infierno o cielo, ni por qué espero aquí, si nada me visita ni me mira: solo este pañuelo bordado de blanco Y todo como una acuarela ha mucho olvidada, olvidada como yo, menos en verso Si pudieran oírme como hilo de luz, si del fondo del tiempo me trajeran, y mis memorias, y las de quienes conmigo miraron el horror de haber nacido, para morir ni siquiera enteros Si el regalo entero que mi madre me dio ese día fuera visto por las madres como una cosa tan suya que el dolor se adelantara al dolor de la pérdida Tal vez se calmaran estas voces, que me llenan de dudas y sospechas, y no se callan, no se callan nunca Y sabría yo por fin cómo estas redes pueden destejerse como los tiempos, y vería a dónde me llevan los escalones Y me acostaría por fin, y podría dormir más allá de los versos

Matar es fácil Asesiné (tan fácil) con la uña a un pequeño mosquito que sin tener licencia ni permiso aterrizó en la hoja de papel En tono, era invisible: ala sin consistencia de visión y, ya muerto en la hoja, dejó un rastro de casi nada Pero ese rastro en un resto de magia era pretexto para un poema, y aunque ardió su linfa por un tiempo menor que el de mi vida, no dejaba de ser un tiempo vivo Abatido sin lanza ni puñal, ni sustancia mortal (un digno cianuro o estricnina), murió, víctima de uña, y al polvo regresó como una breve harina triturada Pero ha de ser sustento, tal como sus parientes, de una cosa concreta, será, dentro de menos de cien años, de una sustancia igual a la que nutre tibia de poeta, el rostro que se amó la pulpa del papel en el que estoy el más mínimo punto imperturbable de cola de cometa

22


Sólo un poco de Goya: Carta a mi hi ja ¿Te acuerdas que decías la vida es una fila? Eras pequeña y el cabello más claro, pero iguales los ojos. En la metáfora dada por la infancia, preguntabas del espanto de la muerte y del nacer, y a quién se seguía, y por qué se seguía, o de la total ausencia de razón en esa cadena en sueño de ovillo. Hoy, en esta noche caliente que estalla en junio, tu cabello claro más oscuro, quería contarte que la vida también es eso: una fila en el espacio, una fila en el tiempo, y que tu tiempo al mío seguirá. En un estilo que me agrada, ese de un hombre que un día habló de Goya en una carta a sus hijos, quería decirte que la vida es también esto: un arma a veces cargada (como decía una mujer sola, grande como un jardín). Darte dulce de leche, dejarte testamentos, hablarte de tazones - es siempre mirarte amor. Pero es también enseñarte a la vida, atrincherarnos en fila discontinua de mentiras, en cariño de verso. Y yo quería hablarte de los nexos de la vida, de quién la habita más allá del aire. Y que el respeto entero e infinito no precisa venir después del amor. Ni antes. Que las filas son sólo útiles como formas de mirar, maneras de ordenar nuestro espanto, pero que son posibles puntos paralelos, espejos y no ventanas. Y que todo está bien y es bueno: fila u ovillo, dos cabezas en un mismo cuerpo, o un dragón sin fuego, o unicornio amenazando con llamas muy vivas. Como el cabello claro que tenías en ese tiempo se volvió castaño, pero aún claro, y la metáfora hecha por la infancia se reveló tan cierta en el poema. Se revela tan útil para hablar de la vida, esa que, sin tazones, intactos o partidos, sigue siendo buena, aunque en disonancia de ovillo.

No sé qué te dirán en un futuro más cercano, si quien así habita los espacios de las vidas tiene ojos de gigante o cuernos asombrosos. Porque te amo, deseaba un antídoto igual a un elixir que te hiciese grande de repente, volando, como hada, sobre la fila. Pero al amarte, no puedo hacerte eso, y en esta noche cálida rasgando junio, quiero hablarte de la fila y del ovillo y de todas las formas diversas de amar, pero hechas de pequeños sonidos de espanto, si lo justo y lo humano se abrazan allí. La vida, hija mía, puede ser hecha de otra metáfora: una lengua de fuego; una camisa blanca color de pesadilla. Pero también ese bulbo que me has dado, y que ha florecido ahora, pasado un año. Porque hubo tierra, algún agua leve, y un balcón liberándole los pasos.

Oración en el Mediterráneo En vez de peces, Señor, danos paz, un mar que sea de olas inocentes, y una vez en la arena gente que mire con el corazón abierto, voces que nos acepten El viaje es tan difícil que hasta la espuma hiere y hierve, y es tan alta que ciega durante la entera travesía Haz, Señor, que no haya muertos esta vez, deja las rocas lejos, que el viento amaine y que tu paz por fin se multiplique Que después de la balsa la guerra, la fatiga, tras los brazos abiertos y sonoros, haya, Señor, un poco de pan tierno y un pescado, tal vez, del mar que es también nuestro 23


Hecatombes Fue hoy el salvamento, pasaba de las diez de la mañana, había este jardín: un árbol protegiendo el sol y el suelo en que cayó Miramos la caída: una niña y yo: y un cierto orden en este universo en que mueren galaxias, los meteoros se lanzan al vacío, se desmoronan torres, y la vida: idéntica a la noche tantas veces Hoy, pasaba de las diez de la mañana, una niña pequeña tejió un nido en cinco dedos y le devolvió al vuelo su sonido de campanas Y se salvó un pájaro un filamento humano y provisorio cruzó la oscuridad y tal vez el reloj haya parado un poco en el pulso de quien sea, y tal vez el pulsar se ofrezca al sol y se convierta en faro, tal vez

24

La  mesa Mi patria es este cuarto que da a la terraza, y es también la terraza con sus flores que están ahí meses y meses, y son para mí luminosas incluso cuando toman el color del viento triste Mi patria es el mantel blanco que me cubre, son los platos que sostengo cada día, los brazos que se acercan a mí, hasta el agua donde casi me ahogué, por culpa distraída de la mano que en mi cuerpo la colocó, mano insensata que se olvidó de proteger Muy pronto empecé a conocer a mi patria. Cuando aún era el paisaje perfumado de las maderas, hermanas de nacimiento, el aserradero, el aire cubierto de minúsculas fibras y polvo que olía tan bien, los dedos que después me tomaron, tabla ancha, me acariciaron con cepillos, el barniz, el brillo todo eso fue ya mi patria: pradería de insectos, vientos blancos, la savia viva que corría en mis venas, el agua que yo bebía para sobrevivir, y que me protegía Que la mano que ahora aquí y sobre mí se extiende recuerde esta intacta condición común: venimos del mismo reino, al mismo reino vamos, ella y yo los átomos que me forman y me hicieron pueden haber sido los suyos


Considerada por la crítica como la poeta

portuguesa viva más importante, y cuya obra ha sido comparada con la de Emily Dickinson. Es profesora en la Universidad de Oporto, donde

tiene un doctorado y publicaciones académicas acerca de la poesía inglesa y estadounidense, poética comparada y estudios feministas. Dueña de una poesía con referencias a la mencionada Emily Dickinson o William

Shakespeare, Amaral vincula la lírica anglosajona

Ana Luisa Amaral Lisboa, Portugal - 1956:

con la portuguesa de los modernistas (Pessoa y

Mário de Sá-Carneiro) o posteriores (Jorge de Sena o Sophia de Mello Breyner Andresen).

Amaral también es coautora del Diccionario de la

crítica feminista (2005), y su poesía se ha publicado en Francia, Brasil, Italia, Suecia, Holanda,

Venezuela, Colombia, México y Alemania.

De su obra poética destacan títulos como Minha senhora de quê (1999), Coisas de partir (1993), Às

vezes o paraíso (2000), Imágenes (2000), A génese do

amor (2005), Entre dois rios e outras noites (2008) y la más reciente, What’s in a name (2017).

25


El sari verde Alfredo Noriega

Il suffisait de deux pas pour que le rêve s’écroule

Ananda Devi. El sari verde

L

a mujer me tiende un pedazo de papel. Lo tomo sin saber lo que quiere, ni lo que debo hacer. Me pide un autógrafo. No soy un escritor conocido, e incluso, si lo fuera, ese pedazo de papel arrugado, sacado de su bolsillo, no está como para recibir una firma, que sea o no de un escritor famoso o de un tipo como yo. Le pido que se siente a mi lado. En el papel hay garabatos. Lo firmo y se lo entrego, rogando a Dios que se vaya con mi firma y que esto se termine ahí. Pero la mujer se queda sentada y nerviosa con el

26


cuento papel entre los dedos. Tiene unos cuarenta años, mal vividos, va vestida simplemente, como esas personas que ya no quieren complacer a nadie. —Me gustaría escribir mi historia —me dice. —Qué bien —le respondo. ¿Qué tiene la gente con querer escribir sus historias? ¿No se dan cuenta que ya somos demasiados en ese trajín? Si todo el mundo lo hace, ninguna historia tendrá sentido, propósito, simplemente interés alguno. Es el mal del siglo, supongo, querer escribir todas nuestras miserias. ¡Basta! Dejen esta lamentable costumbre a esos autores que, como yo, no encuentran nada mejor que hacer. Pienso en mi abuelo. Le gustaban los libros. Decía: leer está bien, escribir, eso es una pérdida de tiempo. Y yo intentando contradecirlo. —Mi historia es terrible —me dice la mujer. Me da ganas de responderle: qué historia de vida no es terrible. Pero me callo. Pienso en ese hijo de mi abuelo, que no conocí pues murió cuatro años antes de mi nacimiento aplastado por un camión, tratando de agarrar su balón de fútbol. Mi hermano mayor heredó su nombre, y aunque no lo crean, su talento para el fútbol. De acuerdo con la mitología familiar, mi tío era un crac. Mi hermano también lo fue. El talento del uno fue cortado por las inmensas ruedas de un camión, el de mi hermano por un accidente de moto, del que sobrevivió, pero con las dos piernas rotas. Mi hermano es gay, mi abuelo nunca lo supo, mi hermano salió del clóset después de su muerte. Yo me he vuelto escritor, pero como en la familia ya

había un desviado (como hubiese dicho mi abuelo), no he debido sufrir de sus comentarios más o menos agrios. —Quiero escribirla ­—me dice la mujer. —¿Qué quiere escribir? —pregunto como si no la hubiese escuchado antes. —Mi historia, pero necesito ayuda —me responde. Pretende que además de mi trabajo, tome a cargo el suyo. —Muy bien —le digo—, hable con Pierre. El editor de Onlit, la editorial belga que me publica, y me ha traído a este lugar de Molembeek, a promocionar mi último libro. Él seguramente conoce un taller de escritura. Pienso haber encontrado la respuesta correcta. Me siento librado de la señora. —¿Puede ayudarme, usted personalmente? —me pregunta. —¿Yo? —Sí. —De acuerdo, suelto, vencido. Escribo mi mail en su papel. —Escríbame —le digo. Me levanto y voy al bar, instalado en la librería que nos acoge, diciéndome que la conversación ha durado demasiado, y que una mentira más o menos en mi vida no cambiará el destino de nadie, peor el de esta señora cuyo sufrimiento chorrea por sus ojos marrones y sus manos estropeadas.

El mail llega una hora antes de mi partida al Ecuador. Ese país que me vio nacer y que abandoné sin una onza de remordimiento. ¿De dónde soy?, podría ser mi eterna pregunta. ¿A quién le debo este desinterés por las raíces? 27


Voy al Ecuador porque mi madre está vieja, y aunque los síntomas no se hayan declarado todavía, porque está moribunda. Voy para cerrar lo que queda por cerrar. Ningún negocio que resolver, ningún terreno o propiedad que vender, ni una mujer a quien amar o un enemigo a maldecir. Simplemente una madre abandonada desde hace mucho tiempo y que busca consuelo antes de irse. Necesitamos estar sentados en el mismo cuarto durante algunas horas, supongo, comer la misma comida, escuchar los mismos ruidos, antes de irnos cada uno por nuestro lado de una vez por todas. No abro su correo. ¿Para qué?, me digo, puesto que me voy por un tiempo largo y que, quiera lo que quiera, no podré hacer nada por ella, o muy poco. Termino mis maletas. Solamente cuando estoy en el tren rumbo al aeropuerto de Bruselas, agarro mi teléfono, más por desidia que por otra cosa, y leo su mail. Buenos días señor, escribe, sin nombrarme. Gracias por haber aceptado ayudarme. He aquí el comienzo de mi historia. Siguen unas veinte líneas, que no leo, creyendo así no inmiscuirme en la vida de esta mujer, a quien mentí, cierto, pero a quien no le debo nada, ni siquiera compasión. Mi madre no murió durante mi estadía en Ecuador. Quería que me quedase hasta el día de su muerte. Por ahí iban nuestras conversaciones. Al cabo de un tiempo, decidí volver a Bruselas, porque, aunque las apariencias engañen, ocuparme de los otros no es mi única actividad. 28

Dejé detrás de mí aquel paisaje, cuya amargura invade mis pulmones y seca mi boca, esa ciudad agarrada a la montaña como un viejo ciego a su lazarillo, esa madre que no guarda piedad por sus hijos, pues la abandonaron. Volví a Bruselas. Todos necesitamos un espacio en la tierra donde sentirnos a gusto, o menos mal, quizás más cómodos con nuestras desgracias, ¿cierto? Bruselas es la ciudad ideal para ser un pendejo que no le teme al castigo divino. A todo el mundo le vales madres, y tanto mejor. Agarro el tren para volver a mi departamento en Forest. Estoy mirando por la ventana del vagón las casas de las afueras cuando mi teléfono se pone a vibrar furibundo. No lo cojo, inquieto de lo que puedan guardar esos mensajes encerrados durante tanto tiempo en esa caja. Los escucho en la noche. Hay un solo mensaje de la mujer encontrada en la librería, repetido no sé cuántas veces. No respondo, pero me doy cuenta de que estoy, como dicen los quiteños, cagado. Me levanto temprano, Bruselas, como es su costumbre en esta época del año, carga nubes bajas y una llovizna roza los vidrios de mi departamento. Me pongo delante de la computadora y empiezo a golpear sobre el teclado la historia de la mujer. Trato de mostrar su rostro tumefacto. Estaba recostada sobre un lado de la cama, mirando, como yo ahora, por la ventana. Lloraba, por supuesto. No logro describir su manera de llorar, le doy la vuelta a un par de frases, pero nada qué hacer, ni las sensaciones, ni los sentimientos están.


Me doy por vencido. Me concentro en la descripción de la cara cubierta de moretones. Sigo. Le dio el primer golpe, un chirlazo con la mano derecha bien abierta, de arriba hacia abajo. Estaba sentada en la mesa y se cayó. Se levantó y recibió un segundo golpe que prácticamente la noqueó, precipitándola contra los anaqueles de la pequeña cocina del departamento miserable, donde ella, sus hijos y su marido vivían desde hace seis años, en Molembeek. Todos se pusieron a gritar. Su hijita de cinco años la socorrió. ¿Podemos a esa edad tener semejante reacción?, me pregunto. Según su relato, sí. La niña trató de levantarla mientras los otros lloriqueaban. Busco una metáfora. Ninguna se me viene a la cabeza. Decido concentrarme en las manos pequeñas de la niña agarradas a su madre media noqueada. Sus dedos se perdían entre la lana gruesa de su saco. Tiró con todas sus fuerzas. De pronto hubo un ruido sobre la mesa. Todos se callaron. La mujer sintió el movimiento de las hojas de los árboles del parque, creyendo que había llegado su fin. Cuando abrió los ojos, los niños ya no estaban, su marido tampoco. El departamento estaba vacío, y ella inexplicablemente sola. Releo la frase en voz alta, suena demasiado dramática, me digo. Se debe al adverbio, hay que tener cuidado con su uso. Corregiré luego, me digo. Voy a la cocina a prepararme un café. Son las ocho de la mañana, un rayo de sol entra e ilumina el espejo de la sala, donde aparece mi rostro con una expresión de

despecho y el cabello desordenado. Mi madre me hizo dar cuenta de que ya tenía muchas canas, con entradas profundas, insistió. Me acerco al espejo. Veo a mi madre. La veo en mis rasgos. Mis ojos son más claros, cierto, pero la forma y expresión son idénticas a las suyas. —No te mueras —le digo al espejo. Seguramente es la historia de la mujer que me vuelve emotivo. Regreso a la computadora. La mujer abrió la puerta de la habitación de los niños, todo estaba en su lugar. Fue a su habitación. Igual. Fue al baño, hizo pipi y se miró en el espejo. Tenía un enorme hematoma que ocupaba el lado izquierdo del rostro, ya no se veía su ojo. Le dolía. Bebió agua directamente de la llave. Volvió a su cuarto y se recostó. Durmió horas. Al despertarse, muy entrada la noche, estaba vestida con un sari verde, sin recordar en qué momento se lo puso ni de qué lo tenía. Tuvo un mal presentimiento. Ni sus hijos, ni su marido estaban de vuelta. Se habían ido, ido definitivamente. Salió del departamento, buscó en la ciudad toda la noche, recorriéndola de norte a sur, de este a oeste, perdida en el marasmo de su espíritu, de su pena, de su despecho. Al volver, el sari verde estaba rasgado y sucio. Se lo quitó y lo echó a la basura.

Mi madre murió. No me di tiempo ni siquiera para ir a enterrarla, no tuve fuerza. La familia se encargó del asunto. Nunca me gustaron las despedidas, peor aún las despedidas definitivas. Me deben estar odiando. Los

comprendo, ya soy el hijo que se fue y no se ocupó de ella, de sus manías, de sus problemas de dinero, de sus molestias de salud. Hasta donde sé, ellos tampoco, aunque, a pesar de que no hacían nada por ella, estaban cerca. —Vienen, es cierto —me dijo cuando la fui a ver—, pero vienen para hacerme reproches, eso sí les encanta, los reproches —insistió. Luego de lo cual tomamos café con humitas, con un gusto delicado, ni tan dulces, ni tan saladas. Se me viene el agua a la boca. Estábamos sentados, ella y yo, en la sala. Las fotos de familia colgadas de manera desordenada. —¿Por qué tienes todas esas fotos así? —le pregunté. —Por tu padre —me respondió dejándome con la boca abierta. Hice una siesta, al despertarme, ya no estaba a mi lado sino en su cuarto, tejiéndome una bufanda. Esta es la última imagen que conservo. La imagen de una madre preocupada por su hijo.

Decido ir a Molembeek. No sé si sea una buena idea. Estoy harto de cargar a cuestas la historia de la mujer. El hecho de no frecuentar a menudo ese distrito de Bruselas me impide terminar su historia, pienso. Antes de la presentación de mi libro, había puesto raras veces mis pies en esa área con mala fama. Cuna de los yihadistas belgas, han dicho los periodistas del mundo, después de enterarse de que muchos de los terroristas que cometieron los atentados en París procedían de las entrañas 29


de Molembeek. Un polemista francés propuso bombardearlo para luchar contra el terrorismo islámico. La radio francesa, RTL, declaró que se trataba de una ironía del fulano, uno de esos racistas que abundan por todas partes, también en el país de los «derechos humanos» como se autodenominan los franceses, y al cual esa radio de mierda le da tribuna. Bajo al centro, en el vértice de la rue de Flandre y de la rue Dansaert me meto en el Walvis, ese hermoso café donde me he encontrado un par de veces con Pierre, mi editor, y con Patrick Delperdange, un escritor increíble de novela negra, y me pido una Chimay. Saco el manuscrito. La escena donde se presenta a la policía es un poco clisé. En ese sentido no tiene ningún interés literario, quizás sociológico, pues vemos a los policías bruselenses, medio alcohólicos, xenófobos y misóginos. Igual ocurre con la descripción de la mujer golpeada por su marido, un obrero desempleado al que se le suelta un tornillo, agarra los guaguas y se esfuma. La mujer entró en la comisaría de policía y contó lo que le estaba pasando.

Voy al Ecuador porque mi madre está vieja, y

aunque los síntomas no se hayan declarado

todavía, porque está moribunda. Voy para

cerrar lo que queda por cerrar. Ningún negocio

que resolver, ningún terreno o propiedad que vender, ni una mujer a quien amar o un enemigo

a maldecir. Simplemente

una madre abandonada desde hace mucho tiempo y que busca

consuelo antes de irse.

30

—Tiene pruebas —le interrumpió el policía. La mujer mostró su rostro hinchado. —Pudo haberse hecho eso en cualquier parte —le lanzó el policía. La mujer no quería, pero se puso a llorar. Los agentes recibieron a regañadientes su declaración, luego de lo cual, la dejaron ir. La mujer quedó agotada. Finalmente, no supo si iban a hacer algo. —Ya veremos —le dijo el policía que la condujo a la puerta. La mujer me envió una copia de su declaración que yo puse en una carpeta a la que llamé «cuento Molembeek». Arrastró los pies durante unos meses, el tiempo de vaciar literalmente todas las reservas alimenticias que quedaban en el departamento. El tiempo que el propietario le reclamara los arriendos atrasados. Poco a poco, amigos y conocidos la olvidaron. ¿Qué significa olvidar?, me pregunto. Estos hechos pueden formar parte de cualquier historia de este tipo. Todo es una eterna repetición, la vida de los otros y la mía; con unas ínfimas diferencias. Una tarde (o era anochecer), la mujer se sentó en el banco de un parque. Era el comienzo del otoño, cuando las hojas de los árboles llevan una gama de amarillos y rojos y el viento te pellizca la piel. La mujer no estaba bien vestida, al contrario. Llevaba atado su pelo largo y, por una razón extraña, se había pintado ligeramente los labios. Un hombre se sentó a su lado. La mujer sintió una agrura subiéndole por el esófago. El tipo no se estuvo con rodeos.


—¿Está sola? —le preguntó. —Sí, respondió la mujer. No, en verdad, no —se corrigió. El tipo sonrió, creyendo haber caído con la persona adecuada. —Qué bonito día —dijo, guasón. La mujer vomitó, así, de pronto, sin previo aviso. El tipo se alejó, asqueado, insultándola. Al día siguiente, y durante algunas semanas, la mujer se instaló en el mismo banco del mismo parque, y cada vez un hombre diferente la abordó. Algunos la encontraron bella, bonita, hipnotizante. —¿Hipnotizante? —reaccionó la mujer. —Sí —dijo el tipo. —Pero no nos conocemos. —Por eso mismo —explicó. Ella se sintió acorralada. El tipo le propuso que lo acompañara y ella obedeció. En este punto de la narración, el pathos se vuelve banal. ¿Por qué lo siguió? Quizás sea la naturaleza de los seres debilitados por las desdichas de sus vidas.

La mujer me contó que había tenido noticias de sus hijos. Pero que no los había visto. No sabe dónde están. —¿Y la policía? —le pregunté. Me envió un emoticono al cual le salían lágrimas de tanto reír. Me sorprendió. No utilizo nunca esos cosos para expresarme. Yo hubiera dicho algo así como «ni en sueños se han aparecido esos fulanos» o «¿en qué país crees que estás?» o «los mamiticos tienen otros asuntos que resolver». Miles de alternativas a esa cara riéndose a lágrima viva.

El distrito de Molembeek se levanta delante de mí, justo del otro lado del canal de Bruselas, que le hace de frontera con la zona centro. Pago mi cerveza y cruzo el puente. Hacia la izquierda, a unas cuadras de allí está el MIMA. Todavía tengo en las retinas la exposición de Boris Tellegen, que me trajo recuerdos de las clases de geometría en mi colegio de Quito, y del profesor, un viejo simpaticón que murió atropellado por cruzar una avenida borracho. Decido no ir hacia allá, pues sería estar en terreno conocido, por lo que tomo la chaussée de Gand y me interno en Molembeek sin saber a ciencia cierta lo que busco ni lo que voy a encontrar. La recorro hasta la rue de l’École que me lleva hasta la explanada San Juan Bautista, el santo que completa el nombre del municipio: Molembeek-Saint-Jean. Allí me quedo un buen rato, sentado en uno de los bancos, no lejos de un grupo de hombres, que intuyo son marroquís, y que hablan animadamente. No los veo ser padres de futuros terroristas, me digo, dejándome llevar por esos pensamientos que en ciertos lugares y circunstancias se le vienen a uno, motivados por los miedos. Cuando me dispongo a partir, uno de ellos me dice algo en árabe. —Lo siento —le respondo—, no entiendo el árabe. Se me acerca. —Mi hermano —me dice—, ¿crees que somos dignos de Dios? La pregunta me parece estrambótica. —Sí, somos —le digo, para no entrar en discusiones sin sen-

tido con gente cuyas creencias me son tan extrañas. —Entonces —me dice—, ¿nos merecemos o no tus miradas? —¿Cuáles? —me atrevo a argüir. Los hombres que lo acompañan me muestran ojos inquietos. —Tus miradas inquisidoras. Esbozo una sonrisa. En la vida, a veces, es lo único que queda. Me levanto. —Hermano —me dice—, somos inocentes tanto como tú. —Mi hermano —le digo—, tú y tus amigos son inocentes, se ve a leguas. No sé si sus hijos sean inocentes, no sé si sus mujeres lo sean. Yo, no soy inocente. Hace siglos que no lo soy. Me doy la vuelta, dejándolo a él y a sus amigos nadando en su sorpresa. Agarro por la rue du Comte de Flandre hasta que doy con la plaza del ayuntamiento de Molembeek. Recibo un mensaje en mi teléfono. Es la mujer que me da cita en la esquina de la rue de Courtrai y de la rue Delaunoy. No sé qué responder. Veo en el mapa y me doy cuenta de que estoy, por decir así, a dos pasos de allí. En este punto es tan fácil mentir. Decirle, por ejemplo: lo siento, estoy en Liège, en una lectura, y vuelvo tarde en la noche. O simplemente: no puedo, estoy ocupado. Cualquier pretexto es bueno. Pero me digo que mentirle dos veces es una maldad innecesaria. Cuando mi madre vino a visitarme a Bélgica, la llevé a París y a Roma. Roma le gustó más, y odió París. Es tu lado religioso, le dije. Me lanzó una mirada furibunda. —Los parisinos son pretenciosos, mientras que los romanos, ellos sí tienen clase —me dijo. 31


—¿De dónde sacas eso? Puso su índice sobre la sien. —Ya, solté yo. Así fueron nuestras conversaciones durante su estadía. Nos pasamos en una verborrea barroca. Verborrea y barroca deben ser sinónimos, me digo ahora. Teníamos ganas de hablar tras tantos años de silencio. Las madres lo aguantan todo, hasta nuestra indiferencia, pero, en cuanto se les da la oportunidad, vuelven a la carga, como si los más de cuarenta años no hubieran pasado. Por lo mismo, mentirle a una madre no es buena idea, tarde o temprano te lo hace pagar. Son pozos sin fondo dispuestos a engullirte en todo momento. Estoy cerca, le escribo a la mujer, creo, en parte, para deshacerme del recuerdo de mi madre. Me adentro aún más en las profundidades de Molembeek. La gente entra y sale de sus casas con parsimonia familiar. La noche va a llegar, fría, en esta Bruselas acorralada. El hombre que se la llevó por primera vez dijo «hipnotizante», quizás el adjetivo le corresponda más a esta ciudad que quiere tanto pudiendo poco. Llego a una plaza donde confluyen las calles Courtrai y Delaunoy, lugar de nuestra cita. El sitio me resulta, viéndolo con ojos ecuatorianos, residencial y espacioso, exactamente el contrario de la imagen que me había hecho de su barrio.

La mujer sintió el

movimiento de las

hojas de los árboles del parque, creyendo

que había llegado su fin. Cuando abrió

los ojos, los niños

ya no estaban, su marido tampoco. El departamento

estaba vacío, y ella inexplicablemente sola.

32

Está sentada en un banco. Es la segunda vez que la veo, sin embargo, la reconozco de inmediato. Levanta la cabeza. Me acerco y le tiendo la mano. Me pide que me siente a su lado. Nos quedamos en silencio, el tiempo de ver pasar un carro cuyo conductor nos lanza una mirada fugaz. —¿Cómo le va? —le pregunto. —Bien —me responde. Dibuja una pequeña sonrisa. —¿Cómo están sus hijos? —No sé. —Me dijo que había encontrado su rastro, ¿verdad? —Sí. —¿Cómo? La mujer vuelve a sonreír. —Así —dice, levantando los hombros. No entiendo lo que ha querido decir. Hace frío, me abotono la chaqueta. Busco en mi bolso y saco mi libro, en donde he escrito una dedicatoria. Lo abre y la lee en voy alta. La mujer que ornamenta la tapa se le parece, el pelo negro, espeso, la mirada ansiosa, la tez pálida. Llevan un abrigo parecido. Se lo digo. Mira la tapa, pero no encuentra nada qué decir. —Vamos —dice. —Estoy a punto de terminar —le digo. Se pone de pie, frente a mí. Me tiende la mano, yo la tomo y me levanto. Tengo la impresión de que ha olvidado nuestro «pacto literario». Camina calle arriba. Pasamos junto a unos jóvenes que se callan a nuestro paso. Siento sus miradas intimidantes. Sé, sin embargo, que la mujer me protege. Reina de este territorio, diosa de sus evocaciones nocturnas, me digo, dejándome invadir por una poesía boba donde las mentiras


nos reconcilian con el país y sus cementerios llenos de gente demasiado crédula. ¿Dónde diablos estoy? La pregunta llega demasiado tarde. Me encuentro en el departamento de la mujer. Me parece

mucho más espacioso y cómodo de lo que me había imaginado. Me lleva a la cocina y me propone algo de beber. Tiembla. Yo también. —Tendrás que pagar —me dice—, como todo el mundo.

Es narrador, dramaturgo y

poeta. Fue miembro del taller de literatura dirigido por Miguel

Donoso Pareja, a principios de

los años ochenta, y fundador del

colectivo La Pequeña Lulupa. En 1985 se instaló en París, donde

estudió Lingüística y ejerce como

profesor de español. Ha publicado De que nada se sabe (2002), novela

Alfredo Noriega Quito, Ecuador - 1962

que en 2006 fue llevada al cine

por Víctor Arregui con el nombre Cuando me toque a mí. En la

editorial Cactus Pink publicó

Guápulo (2019) y Bruselas (2021).

33


LUCÍA MOSCOSO RIVERA:

Los orígenes de la ausencia POEMAS TOMADOS DE UZALÁ: Uzalá, animal que habla saborea el disfraz y prueba el artificio la palabra y el silencio ese cazador que arrulla a su presa animalito de ruido Uzalá animalito atento a un discurso que no entiende la dictadura de la memoria universal: ahí estaba el hombre después de la invasión de los gigantes y del caos de origen volcánico que lo dejó abandonado en esa edad de la tierra entonces fuego canto y piedra entonces lanza cueva y leña entonces dios decir dios crear un dios fue cubrir el cielo con espejos y vivir con miedo de la imagen reflejada y contar la crónica del barro tallar en piedra los ídolos del amor naufragar en balsas de nuevos imaginarios rezar con la voz abierta a las estrellas trazar líneas invisibles y fundar territorios creer que algo de todo esto nos pertenece 34

temer temer temer / pólvora y genocidio danzar desde el tambor hacia el gramófono pianos parlantes esquizofrenia brújula vidrio vapor anestesia perpetuar la palabra y esclavizar la memoria ser de dos patas y tener imaginación Uzalá hombre agazapado en su animal en su piel la historia del mundo conjunto de todo lo que existe y existe porque se pronuncia se hizo el mundo en el lenguaje después vino el caos el caos y los diccionarios el caos y las partituras el caos y los calendarios el caos y un mal con su propia cura: la palabra que mata y resucita.


poesía Quinto día en el laberinto

Algo extraño duerme en tu rostro

Miedo al salto y a los huecos el miedo arrugado de la infancia en los otros el miedo desdoblado el miedo a los hombres que llevan dentro todos los miedos susto, pánico, temor, temblor el miedo tiene la edad de quien lo aloja un perpetuo sobresalto miedo animal

Persona: la máscara sin el escenario mareo y arrebato de la imagen

cierra la imaginación y forma una capa con todos tus miedos: cuento las noches y repaso los nombres una melodía surge en la bondad del gas baila Valium concédeme este aire no quiero despertar pero despierto y caigo con el miedo que desata el antifaz cuento los nombres y repaso las noches el miedo es un laberinto de sudor y sangre imploro: mejor olvidar que ser olvidado o en una gresca dejar intacta la dentadura de la revancha

dentro de la palabra vértigo está el origen y en el origen nada el delirio colectivo ¡Corte! la boca pierde su esencia vuelve al cuerpo el lenguaje ¡Corte! la fobia de tener un número y un nombre convierte al silencio en un espejo descuartizado ¡Corte! toda mueca esconde una sonrisa y el antojo de ser despojado grita en la enfermedad letal es la palabra de quien más te conoce ALMAVOGLER letal es la palabra alma ¡Corte!

mejor cortarse la lengua no te arrepientas de nada

el temor es una arruga que se dibuja al nacer olvidar todo el guion y quedarse inmóvil es una audaz interpretación del vacío

las manos que estrangulan también aman.

¡Corte!

la música reemplaza al golpe el golpe sobre la voz que calla

la vida se abre en el llanto comienza la función despierta y observa Persona: algo extraño duerme en tu rostro.

35


Un hombre que duerme

POEMAS TOMADOS DE EL RUIDO ROJO DE LAS

Cuentas las baldosas las motas de tiempo sobre la cama los cuadros de niebla que dibuja tu sueño cuentas las horas y los pasos entre el colchón y la cocina las gotas suicidas sobre los platos sucios cuentas las fisuras de la puerta fisuras de tu pensamiento fisuras en el aire que te obliga a respirar respirar es un acto de humildad callar es un acto subversivo escribir es un acto antinatural morir puede ser un acto de justicia y sigues contando cuentas las cabezas que bordean el río ruedas, ventanas, basureros gestos de civilización bocas cosidas en el eco de una iglesia flores de cementerio cuántas letras tiene Père-Lachaise cuántos acordes se olvidaron de Chopin cuántas arrugas tiene su muerte petrificada cuántas personas visitan una tumba cuántas personas son tumbas que nadie visita cuentas pero contar es inútil los números son cárceles al igual que las palabras

FLORES:

La escritura es una prótesis extensión artificial que me sustituye cuando la voz se tuerce para adentro y el cuerpo se convierte en pretexto pretexto de la sombra escribo la defensa de las flores en contra del lugar común que las marchita escribo para reparar el aire escribo un comunicado sobre el miedo En el principio fue el miedo escribo una carta sobre la enfermedad firma una autómata del abismo escribo listas y manuales de instrucción recetas, contraindicaciones, posologías escribo en el origen de una gotera y cada gota es un sonido más agudo hasta romperse hasta romperse has ro pe

ta m r

se

la escritura, sí, una prótesis de ausencia.

36


Traigo una imagen petrificada de la raíz hasta la sombra imitación labrada del tiempo piedra escondida en la mano que se arroja al borde de la noche (en la vigilia nos anclamos a la tierra pero en el sueño hasta los huesos son celestes) traigo los ojos en elevación qué pájaros son esos que devoran sus propias plumas hacen de la tormenta su nido y sobrevuelan las cenizas qué pájaros son esos o qué extrañas formas del recuerdo. 37


Puedes hablar con las piedras y los muertos

¿Qué recuerdas de la infancia?

el muerto es también una piedra de fundación construimos espejismos verticales sobre fósiles y tumbas extendemos la estirpe del fuego sobre el fango y la fe en la oreja de todo muerto crece una plantita de carbón, memoria o ceniza y el universo vuelve a apostar por uno de nosotros

Árboles, agujeros y columpios canciones para no hablar de espejos la espantosa fascinación de ver mi rostro reflejado en el agua el bucle de preguntar quién soy y buscar la respuesta en todos los rincones del cuerpo el canto parecía un rezo que desinfectaba las horas mi madre parecía un tótem

puedes hablar con las piedras y los muertos el amor siempre fue nómada destruimos amuletos y ofrendas sobre cuerpos que se sueltan destruimos la palabra amor con los dientes y el amor se marcha hacia otras bocas cargando el gélido peso de su belleza dejándonos llenos de furia y de animales imposibles que apenas mastican aire puedes hablar con las piedras y los muertos y puedes perder la vida en la orilla de un río si tu sombra toca el agua.

(todas las madres deberían estar en un museo) Dos pájaros tuertos buscan su sombra en el agua yo bailo en el túnel de sus ojos dañados esto es un cuadro rescatado de un incendio —que arda todo menos la memoria de la luz— que la ceniza no se entierre en mis ojos necesito la mirada mirar es un ejercicio de descomposición quien mira levanta poder sobre el silencio quien es mirado se condensa y se disuelve todo menos el árbol que arda.

38


De insistir en la ausencia tengo las palabras desveladas no logro borrar los rostros en este cementerio de voces las oigo están fuera de mi boca

El vacío es para quien se busca y no se reconoce el vacío es para quien se encuentra y no se entiende el vacío es esta hora en que se mece una luz que no me pertenece el dolor es otra cosa dolor y duelo vienen de lo mismo: un golpe seco en el tiempo no me interesan los pájaros porque tengan alas aquí la metáfora no es el vuelo sino el nido que sostiene el árbol. Nido Nudo Nada y alzo los ojos y abro la boca para rascar una nube nadie puede apuntarte desde tan arriba la mitología celeste es perjudicial para las aves y digo aves como digo lumbre como digo vacío como digo firmamento y pienso: no existe el firmamento para mis hijos porque ellos nunca abrirán los ojos.

todo este dolor es mío apilados los nombres que no supieron ser ceniza y luego viento la ferocidad de los finales que nunca busqué esta madeja de puntos suspensivos… brillan los colmillos sobre la carne de la necedad hay promesas que se ahogan en un charco de aire y sobre todo hay luces apagadas enterrar no alcanza cuando hay cuerpos que levantan los años y ves que algo en ellos sigue respirando.

Dirige la editorial independiente Mecánica Giratoria. Es creadora del proyecto Fonografías: registro de la

poesía ecuatoriana a través del rock. Publica Dictado de

la mano izquierda, libro de poesía, Casa de la Cultura

Ecuatoriana Núcleo del Azuay (2015). Ha colaborado

con letras para el grupo de música andina Yanantín y para la banda de rock La Doble. Publica su segundo

poemario Uzalá &El ruido rojo de las flores con Kikuyo Editorial en Quito (2020), libro que incluye un

material discográfico elaborado por Icazas Trío y la

autora. Actualmente vive en Barcelona y trabaja como

Lucía Moscoso Rivera

responsable editorial en Babelio, red social de lectores hispanohablantes.

Quito, Ecuador - 1983

39


DOS RELATOS DE LA ESCRITORA HÚNGARA

Ágota Kristof

El hacha

—P

ase, doctor. Sí, es aquí. Sí, soy yo quien lo ha llamado. Mi marido ha sufrido un accidente. Sí, creo que es un accidente grave. Muy grave, incluso. Hay que subir a la planta de arriba. Está en el dormitorio. Por aquí. Discúlpeme, la cama no está hecha. Ya me comprenderá, me he asustado un poco cuando he visto toda esa sangre. Yo no sé si voy a ser capaz

40


relato de limpiarla. Creo que mejor me voy a vivir a otro sitio. »—Venga a ver la habitación. Aquí está, al lado de la cama, en la alfombra. Tiene un hacha clavada en el cráneo. ¿Quiere examinarlo? Sí, examínelo. Un accidente de lo más tonto, ¿verdad? Se ha girado en la cama mientras dormía y ha caído encima de esta hacha. »—Sí, el hacha es nuestra. Normalmente la tenemos en el salón, al lado de la chimenea, para partir la leña en trozos. ¡Que por qué estaba al lado de la cama! No tengo ni idea. Él mismo debió de dejarla apoyada contra la mesilla de noche. Igual por miedo a los ladrones. Nuestra casa está tan aislada… »—¿Quiere telefonear? ¡Ah, claro! Una ambulancia, ¿no? ¿A la policía? ¿A la policía para qué? Se trata de un accidente. Simplemente se ha caído de la cama encima de un hacha. Sí, es raro, pero anda que no suceden cosas así porque sí. »—¡Ay! ¿No creerá, acaso, que soy yo quien puso el hacha al lado de la cama para que él se cayera encima? ¡Pero yo no podía prever que se fuese a caer de la cama! ¡Se creerá usted que lo he empujado yo y que luego me he dormido tan tranquila, por fin sola en nuestra cama, sin oír sus ronquidos, sin notar su olor! »—A ver, doctor, ¿cómo va a suponer algo así? Usted no puede… »—Es verdad, he dormido bien. Hacía años que no dormía tan bien. No me he despertado hasta las ocho de la mañana. He mirado por la ventana. Hacía viento. Las nubes, blancas, grises, redondas, jugaban delante del sol. Estaba contenta, y pensé

»—¡Ay! ¿No creerá, acaso, que soy yo quien puso el hacha al lado de la cama para que él se cayera encima? ¡Pero yo no podía prever que se fuese a caer de la cama! que con las nubes nunca se sabe. Lo mismo se dispersan —van tan rápidas— que se agolpan y se precipitan sobre nuestros hombros en forma de lluvia. Me daba igual. Me gusta mucho la lluvia. Por otra parte, esta mañana todo me parecía maravilloso. Me sentía aliviada, liberada de un peso que desde hace tanto tiempo… »—Ha sido entonces cuando, al girar la cabeza, he descubierto el accidente y lo he llamado a usted por teléfono enseguida. Usted también, también quiere telefonear. Ahí tiene el aparato. Llame a una ambulancia. Para que se lleven el cuerpo, ¿no? »—¿Que la ambulancia es para mí, dice? No entiendo. Yo no me he hecho nada. No me duele nada, me encuentro muy bien. La sangre de este camisón es de mi marido, que ha salpicado cuando… (Traducción: Rubén Martín Giráldez)

41


Un tren hacia el norte

U

na escultura en un parque, cerca de una estación abandonada. Representa a un perro y a un hombre. El perro está de pie y el hombre de rodillas con los brazos rodeando el cuello del animal y la cabeza ligeramente inclinada. Los ojos del perro miran hacia la llanura que se extiende hasta que se pierde la vista, a la izquierda de la estación. Los ojos del hombre miran fijamente hacia delante por encima del lomo del perro, contemplan los raíles cubiertos de hierba, por donde no circula ningún tren desde hace mucho tiempo. Los habitantes se fueron del pueblo donde se encuentra la estación abandonada. Aún quedan algunos ciudadanos amantes de la naturaleza y la soledad que se instalan allí cuando hace buen tiempo, pero todos tienen coche. También está el anciano que merodea por el parque y dice que esculpió al perro y que al abrazar-

lo —porque lo quería mucho— él mismo quedó petrificado. Cuando se le pregunta cómo puede ser que aún siga ahí, vivo, de carne y hueso, contesta simplemente que está esperando el próximo tren hacia el Norte. Nadie se atreve a decirle que ya no hay trenes hacia el Norte,

Cuando se le pregunta cómo puede ser que aún siga ahí, vivo, de carne y hueso, contesta simplemente que está esperando el próximo tren hacia el Norte. Nadie se atreve a decirle que ya no hay trenes hacia el Norte, que ya no hay trenes hacia ninguna parte. 42

que ya no hay trenes hacia ninguna parte. Le proponen llevarlo en coche pero niega con la cabeza. —No, en coche no. Me esperan en la estación. Le proponen llevarlo hasta la estación, hasta cualquier estación del Norte. Vuelve a agitar la cabeza. —No, gracias. Debo coger el tren. He escrito cartas. A mi madre. A mi mujer también. He escrito que llegaría con el tren de las ocho de la tarde. Mi mujer me espera en la estación con los niños. Mi madre también me espera. Desde que murió mi padre me espera para el entierro. Le prometí que iría al entierro. También me gustaría volver a ver a mi mujer y a mis hijos, a los que abandoné. Sí, los abandoné para convertirme en un gran artista. He sido pintor, escultor. Pero ahora tengo ganas de volver.


—Pero… todo eso, la carta a su madre y a su esposa, el entierro de su padre, ¿cuándo sucedió? —Sucedió cuando… envenené a mi perro porque no me quería dejar marchar. Se me colgaba de la chaqueta, del pantalón, aullaba cuando me iba a subir al tren. Entonces lo envenené y lo enterré bajo la escultura. —¿La escultura ya estaba allí? —No, la hice al día siguiente. Esculpí a mi perro aquí, sobre su tumba. Y cuando llegó el tren para el Norte, lo abracé por última vez y… me quedé petrificado sobre su cuello. No quería dejarme marchar ni estando muerto. —Sin embargo usted está aquí y espera un tren.

El anciano sonrió: —No estoy tan loco como cree. Sé muy bien que no existo, estoy petrificado y acostado sobre el lomo de mi perro. También sé que los trenes ya no pasan por este lugar. También sé que mi padre está enterrado desde hace mucho tiempo y que mi madre, también muerta, ya no me espera en ninguna estación, nadie me espera. Mi mujer volvió a casarse, mis hijos ya son adultos. Soy viejo, señor, muy viejo, mucho más viejo de lo que cree. Soy una estatua, no me iré. Todo esto no es más que un juego entre mi perro y yo, un juego al que hemos jugado durante años, un juego que ganó de antemano en el momento en que lo conocí.

Huyó de su país en 1956, cuando los tanques soviéticos irrumpieron

en Budapest para aplastar la revolución, y se instaló en Suiza, donde desarrolló una extensa carrera literaria en francés que abarca la

poesía, el teatro y la narrativa. En 1986 publica su primera novela, El gran cuaderno. La secuela titulada La prueba llegó dos años después. En 1991 aparece la tercera parte bajo el título La tercera mentira. La

trilogía novelística, bajo el título Claus y Lucas, recibió importantes galardones, como el Alberto Moravia en Italia, el Gottfried Keller, el Friedrich Schiller en Suiza y el premio austriaco de Literatura Europea.

Ágota Kristof Csikvánd, Hungría, 1935 Neuchâtel, Suiza, 2011

Ágota Kristof recibió el premio europeo a la literatura francesa por El gran cuaderno. Esta novela ha sido traducida a más de 30 idiomas. En 1995 publicó una nueva novela, Ayer. También escribió el relato autobiográfico La analfabeta, publicado en 2004.

Su último trabajo es una colección de cuentos titulada C’est égal, que se publicó en 2005 en París.

43


FINALISTA DEL PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA PILAR FERNÁNDEZ LABRADOR 2021

Luis Franco González POEMAS

De ÁNGELES SODOMIZADOS (2012) -DNada me aterra más que la mano de una niña rebuscando entre mis vísceras a Dios. Yo tenía un romance con querubines a los que penetraba cuarenta veces en un día. Un solo cuerpo con dos cabezas ¿es suficiente? He aquí la victoria: mujer agonizante, incolora y desértica; su nombre es Catástrofe. [Los hijos detrás de la sangre] Adoptando el color necesario: cetáceos, anfibios, cuadrúpedos. Levantemos la piel, sacudamos el disfraz. Yo tenía un ángel polifónico al que besé y amé debajo de los manzanos. Un solo cuerpo con dos cabezas no era suficiente. Yo quería más, asesino-víctima. Para qué nos serviría la historia, lo heleno, lo bárbaro, lo latino: también reposa el silencio en la sabiduría glacial del cobalto. ¿Cuál es el acto reparador de ese NO que mancha las manos? ¿la cruz? ¿la cicuta? ¿la poesía? 44

-F¿Para qué sirve la virilidad del pájaro en las visiones noctívagas del espanto?

Ciertamente vaciamos el vaso y quedamos tendidos en la selva silenciosa de un cuerpo enemigo.

¡Oh primavera sagitaria y perversa!

Hemos llegado lejos sobre nosotros mismos.

La noche extenderá sus brazos encima del mar que aún me espera

totalmente acabado.


lírica

De DETRÁS, LOS PÁJAROS (2015) DOS | Antífonas para retocar El Mito de Sísifo y no herir a T. W. Adorno Antífona 1: la irreductibilidad de este mundo a un principio racional y razonable no se trata de enfrentarse a la envidia que el ser reviste en su única morada o la novela que ha dejado inconclusa porque su padre guardó el traje de novia con el que su madre se pegó dos tiros luego de una raya blanca previa al amanecer no se trata de decir «aquí dejo el universo» y regresar a la orilla del neobarroco a beber agua sucia 45


no se trata de sepultar la otra ternura con las manos aruñadas por el lenguaje se trata de carcomer cada fibra del látigo que nos asegura la restauración es sólo un sueño del que jamás despertaremos con sed y hambre aquí no hay una mentira ni una palpitación que diga que fuimos o somos aquí no se obvia el ritmo como una explicación astrofísica u ontológica esto es un himno que se va destruyendo / que se desmorona / que se enfrenta al destino con la única cara la de la locura + la de la distancia + la del silencio que tengo en esta esquina el resto de la poesía es una judería donde fornican con el prepucio de la palabra cárcel un nacimiento ensangrentado bajo el propio nombre del poeta es la humanidad y su fracaso que abren nuestros ojos para nutrir la idea absolutista de la dictadura así que baja la cabeza y recuerda que la soledad es una e invencible, poeta el alivio es una ramera que los débiles guardan en sus bolsillos tú dibújate otro cuarto para convencerte que te has vencido duerme como si nadie en este mundo te esperara y remolca la piedra, otra vez.

Antífona 2: no se trata de un grito de liberación y de alegría, sino de una comprobación amarga una metáfora más y nos acostamos una metáfora para contradecir lo que calienta esta pequeña línea un golpe oblicuo que estalla en las alas polícromas de esa torpeza la debilidad que tengo cuando estoy frente al computador y no resisto desparramarme como un territorio sin dientes pero el terreno no está dentro de ti él no va dentro de ti tu nación es la jaula donde el sol se acuesta con las piernas hinchadas tu patria es el adjetivo que advierte cómo puede otro gorrión cautivar la tristeza otra metáfora y nos acostamos puede ser que digamos que mañana volveremos menos sucios puede ser que no diles algo que quieran oír para que no reclamen a los muertos su pobre huella centinela que es un animal caído diles algo que quieran oír puede ser que no espero que incluso la piel se extienda como un gusano absorbido por la planta de tu pie espero encontrar el desahogo del acto final 46


la tragedia – por ejemplo – la tragedia pero para todo hay tiempo [mojado y abierto] dicen que detrás de la sonrisa también se puede negar a los hijos en mi sangre no desfila la consumación del loto | ¿a dónde? | ¿quiénes? | ¿cuántos? | ¿cómo? | ¿hombre o mujer? | ¿niño o anciano? | + + + ¿douglaselmarnoexiste? esto se desnuda como una vulva encharcada de estrellas postradas en mi cenicero esto es otra vez volver y no quiero puede ser que no volver a remover las entrañas y querer estancarse en la vida reclamar el sacrificio que la mujer olvida cada día en el panteón mientras Jacinto peina los cabellos del arpa y riega su sangre como un insecto atrapado en orquídeas signos a los que no tenemos a quién dedicar puede ser | puede.

Antífona 3: la diferencia consiste en que no haya guion, sino una ilustración sucesiva e inconsecuente en otra latitud alguien escribirá otro canto quemar detrás del relámpago un quejido que retroceda para buscar su lugar en el policosmosexual ¿dónde quedaron los pasos que nos buscaban? despedirse ante la cabeza caída o el mar que no existe y no oír la luz cuando abre tu jaula / la jaula de los pájaros ciegos convencerse que el secreto no es otra ventana que se agrieta sino creer en las imágenes que la lluvia estampa en el linaje de los peces sí estremecerse ante el dolor de la carne que ya no es un engaño y ahora medir la profundidad de la respiración que lame el otro labio de esta ciudad sí para ya no cantar y sólo puedas ver su cabellera recogida en el insomnio más fiero entre el agua y su obstinación de abrir el vientre para encontrar el estío madre ¿dónde quedó el gemido que la oruga traspasó en la habitación como un halo atrapado en el tiempo que vertió el duelo de tu hermano? ¿y las azucenas que el extraño veló sobre tu pecho como un silbido? aquí yace esta mano que parte hacia la frontera de tu miedo en otra latitud alguien dirá que el destierro no es perderse sino que agotará la última palabra para esta juventud 47


para callar ante el lengua de ojos abiertos para convencerse de su propósito en el mundo de ingresar al útero tan pobres como vinimos descalzo siempre.

Antífona 4: no hay destino que no se venza con el desprecio la arquitectura de la oscuridad se entiende cuando tenemos los puertos en la punta de la lengua en la delicadeza del silencio podrá encarnarse el último botón en los huesos de este mamífero que arde en fiebre y oculta su cabeza una mano con ansiedad que se arriesgue ante el cigarro una mano para la abstracción del viento que huye de lo concebido [mojado y abierto] no hay destino puede ser que no quédate aquí con la madera y los libros para que sientas la añoranza de los conceptos donde la desgracia peina la melena de los árboles de pehuén mientras nos despedimos puede ser que no | puede ser.

48


De FRAGMENTOS PARA ARMAR UNA CIUDAD DEBAJO DE UN ASTERISCO (Universidad Autónoma del Estado de México, 2016) DOGMA DE LAS AVES Creo en el infinito y en sus catedrales que las flores empozan en el silencio en la soledad que es un bucéfalo y no existe Creo que el amor es sólo una estrella sedienta por nuestra carne un elemento asimétrico e hidrocefálico como una cabeza entorpecida que gime incesante Creo en el nombre de cualquier guerra que el cuerpo sostiene o la lanza que busca la carne —bruscamente— para nombrar el día Creo en la geometría del héroe atrincherada por dos vírgenes debajo de la menta Creo en un concepto ideal para el ostracismo en el ensuciarme con los alfileres perdidos en la memoria Creo en insistir por el sembrío que el mar ahorca en sus piernas Creo en olvidarme que existe otro hombro para llorar como un hombre Creo que la soledad es un canto que Clío retuvo en sus ojos tristes y a veces se descosen para alimentar los sonidos del alma cuando furiosa arremete contra la última consonante griega Creo en la fauna que raya el pavimento de la lluvia o en el rostro que se aproxima al hombre para volverlo a apuñalear Creo que el despojo del cadáver no finge otra hazaña ni mucho menos se increpa como la sal en la ola que nunca deja de batir el anonimato Creo en un concepto ideal para el hambre Creo en los bosques y en el perderme en ellos porque todavía existen amantes que regalan sus órganos a cambio de nada sí, eso dicen los poetas mientras sus miradas se pierden sí / eso dicen siempre para dormir aquí / sin pagar.

49


UNO | Epístola para la ciudad No es tan fácil levantarse con este rostro todos los días un rostro que se abre y se cierra en el lomo de la bestia la bestia caída a mitad del signo el signo que las estrellas dibujan cada noche la noche en la que tú no estás la noche de los ojos tristes cayéndose al filo de esta metáfora completamente aburrida los niños me han dicho que yo podría convertirme en una marioneta los niños ______________ podría[n] ____________________ o el decirse♀♂∞ y la ciudad me arroja a ellos como carne empozada detrás de un reflejo que es otra [madre abandonada en la calle pidiendo que no amanezca en su estómago esa apretada lamentación de comerse de comerse esta ciudad y la ciudad me dice que me vaya que me esperan que me necesitan y la ciudad me arrastra desde los cabellos a punto de estampar mi cara en lo vacío de mi [nombre de esta noche sólo me llevo los gritos de esta noche sólo me llevo las últimas sílabas de esta noche sólo el ritual de caerme al revés y reírme de mí si quise conservar mi estado animal para cuando tú llegaras es porque a esta comedia le hace falta un poco de dramatismo le falta abrir a los lectores a un círculo más vicioso esto no es una narración poética porque no es lo mismo acostarse y tener sed todos los días es lo mismo y la sed penetra las hendijas de este vértigo como si fuera un delito estancarme aquí y querer seguir viviendo lucho con el humor y cada día estoy tan ensimismado en ese personaje que la ciudad merece esta ciudad es tan blanca y necesita excusas para hundirse en mi rostro esta ciudad es tan blanca que necesita que fluidos filtren en su nacimiento porque para eso vinimos al mundo para circuncidarlo para herirlo para qué sino para volver lograr que cada flagelo sea un recordatorio de este inmenso amor a los astros y por eso digo no es fácil decir que aquí estuvimos y mañana regresaremos más sobrios a escarbar en el asesinato del lirio que ve con pavor crecer en los ojos de mis hijos [esa pulsación que todos han ignorado y el encuentro de tanto cero en cada cara conocida es un misterio ya resuelto y el encuentro con tanto cuerpo conocido es un misterio ya resuelto pero al final me queda esta línea que puedo golpear hasta la madrugada los muros de Ariel han vestido las tardes teñidas bajo el epílogo que merece este lugar las dos cavernas por donde ingresa la luz en mi cuerpo las dos cavernas han brotado sus raíces y el mar en su libidinoso corazón y luego pintan de azul las últimas muñecas sin cabeza que mi padre me arrebató para que crezca y sea fecunda hay un músculo que se hincha en tu labio derecho 50


hay un diente que se asoma en la punta de tu pie como una banderita blanca que pide la paz y cede cede a mi siniestra para poder coronar de sueños su carne trémula ¿dónde la rebelión de tu malicia vuelve a germinar la varicela de tu dogma? ¿dónde acercarme para no mirar esa hermosa zarza que peina el horizonte de tu mano? la última madeja con la que te amarrarás la lengua porque habré partido sin decirte nada no es fácil no es tan fácil despertar con este rostro todos los días y ver un cero gimiendo por cada detalle que no reconozco y volver después de cada pérdida a este teatro y decir: aquí también el mundo es mío y no me pertenece pero esta ciudad no ha comprendido todo tengo que empujar la suerte hasta mi cráneo y definir el próximo concepto nadar sin descanso descubriendo cada orilla en cada ejemplo y no desvelarse porque este boulevard ha perdido su última guerra contra mi garganta ser sólo alguien que nunca se seca la mueca húmeda que conquista a sus víctimas vaticinar ante el semáforo y apartarse de la luz porque este charco nunca hunde su gesto de odio en mi talón ser sólo alguien que nunca se seca la ciudad que se desgrana en un sonido violento que ha desaparecido las voces que se hilan en la promesa de estar de pie como si despertar fuera una ofrenda ante el silencio o la infancia que se anuda ante su nariz para remover los olores del sacrificio y hacer de este muro un nuevo discurso pero ya no amanecer teniendo que exigir una respuesta a esta cara porque para nombrar cada máscara es necesaria la lujuria de quien retorna al corazón de un pájaro luego de abalearse con [una palabra ajena sin dejar de crecer meciéndose sobre los árboles [los que nunca derribarás sobre mi pecho] y para qué mirar como si nada ocurriera hasta el miedo revienta este sueño hasta el miedo se aúna a este útero al que no pertenecemos y luego como un lobo frota su cabeza ante el cadáver irnos revelando en cada signo que se pulveriza como una flecha inflamada de nombres [ausentes que ahora nos persignan león de Dios / no digas que esto es una petición ni una herencia los jóvenes saben que ante este cuerpo ardiendo alguien estuvo llorando alguien estuvo presionando mis oídos con las criaturas que la niebla oscila en cada carcajada esto no es una petición ni un legado los jóvenes saben que ante este cuerpo alguien estuvo pudriéndose alguien fue entregado al mar para aletear ante la mancha y el desasosiego y luego la próxima esquina que empieza a colgar recuerdo como rameras y luego unos pedazos de luces en esta vida anónima y luego una ciudad de huesos que se licúa bajo una triste recompensa la única esperanza para poder irse seguro con la traidora la única esperanza que todos tenemos para seguir escribiendo la única esperanza grabada en el estómago de alguna alimaña porque el infierno sí existe / y no / ¿existe? / no / existe 51


como un recuerdo que irremediablemente se destruye para ocultarse del cazador si no hay un refugio ante la noche pero en este templo [para despedirme del polvo, musarañas] con el perdón de la piedra que tanto desprecio atravesaré con mis muñecas el precio que hay pagar por este rostro porque ahí no quiero volver no quiero tregua no quiero alimento ni ropa para este viaje esto no heroico no piensen que mañana todos tendremos la culpa de evitar el futuro no piensen que los niños remendarán su oración tardía para el hambre y los escorpiones atemorizados por la fuerza de este ciclón que blande sus alas en el vacío en el abismo donde mezclo este rito de inmolar la última figura que ven mis ojos esta noche la figura que no tiene forma / una mancha remolcando a la ciudad por las piernas extensa como una mujer menstruante bajo el cedro retrocede y apunta / oh dios apunta a mi corazón apunta a mi corazón en la dirección que el azar me convida apunta a mi corazón en la dirección donde mis pies me arrastran esta noche me pide más y luego se marcha como si no fuera posible el amor me dice que este desgaste es necesario Ariel no es un borde que puede tomar forma y es justo que yo llegue hasta donde no llegó y luego el vertiginoso pensamiento de volverme maniquí vestirme como si fuese a un velorio cayéndome en el peligro el defecto tan terrible que me cuesta llevar es respirar prolongadamente y le dije que no es posible el amor que la inversión del producto no es posible y después esquivar el teorema el teorema: la crucifixión de todos los fonemas —que él nunca podrá violar— me ha sustituido la resurrección & el síndrome de Gilles de la Tourette cuando te callas me testifica veinte hijos abajo me redimen pero tú cuando el mundo esté callado como ahora velarás en mí detrás de tus cuatro sombras que son tu paraíso las sombras que amo desde este momento las sombras que son tus palabras agazapadas en esta línea las líneas que nunca se acaban porque para ellos también les dejo el futuro para que lo devoren y hagan de él un homenaje póstumo de la envidia velarás en mí cuando estés callado como el mundo y tengas que repetir mi nombre y llorar de alegría 52


porque fui tu consuelo en ningún vacío yo te di mi nombre para que puedas vivir libre yo te di mi nombre y te llamaste como quisiste porque esta ciudad me arrojó a ti y me dijo que me esperarían todos y él también mintió sobre mí Ariel no les creas y sigue rompiéndome los sueños la geometría de mis piernas en los kilómetros recorridos y luego vete que ahora no es el momento ando conmigo para evitar caer en el peligro para salvarme de él porque no sé qué es el peligro la anáfora que sigue es otro regalo para ti alguien dijo que los escritores viven en lo infinito y desde ahí nos mienten alguien dijo que las olas mueren y nos miran detrás de poetas náufragos y en esta balsa recojo todo lo que me ha dado la vida y la viro para que vuelva donde pertenece por eso te ofrezco el dios que nos aguarda en las vocales las siete cadenas y luego un canto como si nadie jadiara y tú con la llave de este infierno que es un escape a la oscuridad diles que yo fui feliz en tus manos como ayer cuando tú nacías y yo prendía una vela para que vieras en ella este precio de la vida para que me vieras tendido en esta blancura deshecha ya pero recuérdalo recuerda que se acostarán temprano porque los miedos son otros laberintos machacados en los jardines planta verde para tu mano paso firme para tu vejez y ermita donde encuentres también mi cabeza con ese nombre que yo mismo te di y no he vuelto porque esta vez la lengua no nos mentirá.

Docente y promotor cultural. Ha publicado en poesía: Sueños inconstantes

(Santa Elena, 2011); Ángeles sodomizados – Grilla del éxodo (Jaguar Editorial,

2012); Jardines inconexos (Premio Nacional de Poesía Emergente Desembarco; Cadáver Exquisito y Rastro de la Iguana Editorial, 2014); Detrás, los pájaros

(Premio Juegos Florales Hispanoamericanos; Guatemala, 2015); Fragmentos para armar una ciudad debajo de un asterisco (Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen Estrada; Universidad Autónoma del Estado de México,

2016); Hoy no vengo a vencer tu cuerpo (Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos; Editorial Difácil 2019); Cierro mis ojos y el mundo entero cae

muerto (Premio Fondos Concursables para las Artes y la Cultura del MCyP,

Luis Franco González Santa Rosa, Santa Elena, Ecuador - 1988

2019). Su proyecto Addimú: camino de los dioses guancavilcas hasta el sincretismo yoruba recibió en el 2015 los Fondos Concursables para las Artes y la Cultura del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador.

53


IN MEMORIAM

Nadar de noche Juan Forn

E

ra demasiado tarde para estar despierto, especialmente en una casa prestada y a oscuras. Afuera, en el jardín, los grillos convocaban empecinados y furiosos la lluvia, y él se preguntó cómo podían dormir en los cuartos de arriba su mujer y la beba con ese murmullo ensordecedor. Tenía insomnio, estaba en pantalones cortos, sentado frente al ventanal abierto que daba a la terraza y al jardín. Las únicas luces prendidas eran los focos adentro de la pileta, pero la luz ondulada por el agua no conseguía matar del todo la sensación de estar en una casa ajena,

54


homenaje el malestar indefinible con aquel simulacro de vacaciones. Porque, en realidad, no estaba ahí descansando sino trabajando. Aunque el trabajo no implicase ningún esfuerzo en particular, aunque no tuviese que hacer nada, salvo vivir en esa casa con su mujer y su hija y disfrutar las posesiones de su amigo Félix, mientras éste y Ruth remontaban el Nilo y gastaban fortunas en rollos de fotos y guías egipcios sin dientes, a cuenta de una revista de viajes italiana. Para calmarse, para atraer el sueño, pensó que no iba a pisar Buenos Aires en todo el mes. Viviría en pantalones cortos y sin afeitarse, cortaría el pasto, cuidaría la pileta, vería videos y escucharía música mientras su hija crecía delante de sus ojos y su mujer inventaba postres raros en la cocina. Y en todo ese tiempo quizá le dejaran algún mensaje mínimamente estimulante, o al menos catastrófico, en el contestador automático de su departamento. Mientras tanto, a lo mejor Félix y Ruth decidían prolongar su viaje un mes más, o tenían un accidente, o se enamoraban los dos de un mismo efebo andrógino y analfabeto en Alejandría. Un mes podía ser mucho tiempo en algunos lugares; un mes podía ser casi una vida. Para su hijita, por ejemplo. Tenía que empezar a vivir al ritmo de ella, como le había dicho su mujer. Día por día, hora por hora, lentamente. Tenía que asumir la paternidad de una vez, como dirían Félix y Ruth, si es que no lo habían dicho. Entonces oyó la puerta. No el timbre sino dos golpecitos suaves, corteses, casi conscientes de la hora que era. Cada casa

tiene su lógica, y sus leyes son más elocuentes de noche, cuando las cosas ocurren sin paliativos sonoros. Él no miró el reloj, ni se sorprendió, ni pensó que los golpes eran imaginación suya. Simplemente se levantó, sin prender ninguna luz a su paso y cuando abrió la puerta se encontró con su padre parado delante de él. No lo veía desde que había muerto. Y, en ese momento, supo incongruentemente que ya se había hecho a la idea de no verlo nunca más. Su padre tenía puesto un impermeable cerrado hasta arriba y el pelo tan abundante y bien peinado como siempre, pero totalmente blanco. Nunca habían sido muy expresivos entre ellos. Él dijo: «Papá, qué sorpresa», pero no se movió hasta que su padre preguntó sonriendo: —¿Se puede pasar? —Sí, claro. Por supuesto. El padre cruzó el living a oscuras y el ventanal abierto y fue a sentarse en una de las reposeras de la terraza. Desde allá miró hacia adentro, lo llamó con la mano y tocó la reposera vacía a su lado. Él salió obedientemente a la terraza. Dijo: —Dame el impermeable, si querés. ¿Te traigo algo para tomar? El padre negó con la cabeza a ambas ofertas. Después se estiró todo lo que pudo y respiró hondo sin perder la sonrisa. —Va a llover en cualquier momento —dijo—. Qué maravilla. ¿De día es así, también? —Mejor. Para Marisa y la beba, especialmente. —Marisa y la beba. Debes de tener un montón de cosas para contarme, ¿no? Él sintió que se le aflojaba apenas la mandíbula. En los

sueños en que volvía a verlo, su padre siempre estaba al tanto de todo lo que les había pasado a ellos en su ausencia. —Sí, claro —dijo—. Supongo que sí. —Por supuesto, no pretendo que me pongas al día con las noticias. Obviemos la política, el trabajo, el mundo en general, si es posible. Las cosas domésticas, me interesan. Tus hermanas, vos, Marisa, la beba. Esas cosas. A él le sorprendió que mencionara la palabra domésticas. Y mucho más aún que hubiese nombrado a todos menos a su madre, pero no supo qué decir. —Voy a servirme un whisky. ¿Seguro que no querés? —No, no, gracias. A propósito, qué buena idea, las luces adentro de la pileta. —No es mía —dijo él antes de entrar—. La casa, quiero decir. Cuando volvió a aparecer, con un vaso bastante lleno, se frenó detrás de la reposera de su padre y sintió de golpe que todavía no se habían tocado. —Yo creí —dijo, desde ese lugar— que vos veías todo lo que pasaba acá, desde donde estabas. La cabeza de su padre se movió levemente a uno y otro lado, varias veces. —Lamentablemente no. Es bastante distinto de lo que uno se imagina. Él miró la pileta y tuvo la sensación de que no controlaba lo que decía ni lo que iba a decir. —Si supieras la cantidad de cosas que hice en estos años para vos, pensando que me estabas mirando —y se rió un poco, sin alegría pero sin amargura, para vaciarse los pulmones no más—. O sea que no sabés nada de estos cuatro años. Qué increíble. 55


Él negó con la cabeza. Movió un poco las piernas en el agua y miró la base de la reposera, el impermeable, la cara blandamente atemporal de su padre. Pensó en lo reticentes que habían sido siempre en todo contacto corporal y le parecieron increíblemente ingenuos y artificiales aquellos abrazos en los sueños en que aparecía su padre. El padre se reacomodó en la reposera y lo miró de costado. —A lo mejor hay cambios, adonde nos mandan ahora. Si te sirve de consuelo. Él lo miró sin entender. —Hubo un traslado. Voy a estar en otra parte, a partir de ahora. No sólo yo; muchos más. Las cosas allá no son tan ordenadas como se supone. A veces pasan estos imprevistos. Digo, que esté ahora con vos. —¿Y por qué conmigo? ¿Por qué no fuiste a ver a mamá? El padre miró un rato la luz ondulante de la pileta. Su cara cambió muy levemente, hubo un ínfimo matiz de tristeza en su inexpresividad. —Con tu madre hubiera sido más difícil. Una noche no es tanto tiempo, y yo necesito que me cuentes todo lo que puedas. Con tu madre hablaríamos de otros temas. Del pasado, especialmente; de ella y yo, de muchas cosas buenas que vivimos los dos juntos. Y eso hubiera sido injusto de mi parte. 56

Hizo una pausa. —Hay ciertas cosas que son técnicamente imposibles en mi estado actual: sentir, por ejemplo. ¿Entendés? En cierta medida, lo que soy esta noche es algo que no tendría valor para tu madre. Con vos, en cambio, es más simple, para decirlo de alguna manera. Siempre te ubicaste en una posición panorámica en cuanto a las emociones. Con tu madre, con tus hermanas, con vos mismo. En fin. Hizo otra pausa. —También pensé que podrías arreglártelas mejor con los sentimientos que te provoque esta visita. A fin de cuentas, yo nunca fui tan importante para vos, ¿no es cierto? Él sintió algo que hacía mucho tiempo que no sentía. Una especie de sumisión y de necesidad de oponerse a esa sumisión. Supo de pronto que en los últimos cuatro años no había sido esto que era ahora, nuevamente: hijo de su padre. Fue hasta el borde de la pileta, se sacó los moca-

sines y se sentó con las piernas dentro del agua. —Si no hubieras sido tan importante para mí, entonces no habría hecho las cosas que hice para vos, por vos, en estos años. ¿No se te ocurrió pensar eso? —No. Él quedó perplejo. La respuesta le había parecido tan rápida y brutal que sonó sincera. Y justamente por eso inverosímil. Cobarde. Casi injusta. —Y ahora que sabés, qué ––atinó a decir. —Nada ––contestó el padre. Después se levantó, llevó la reposera hasta el borde de la pileta y se sentó con las manos en los bolsillos. —Supongo que no cambia nada. Lo que hiciste, ya lo hiciste. Y me parece que no tiene sentido que te enojes ahora, con vos o conmigo, por eso. ¿No? No sólo era inútil, además empezaba a sentir que no le era lícito, frente a la condición de su padre, cuestionar nada, ni permitirse esa belicosidad insólita. La necesidad de oponerse se desvaneció y sólo quedó la sumisión, no ya dirigida a su padre sino a un estado de cosas, a una abstracción obtusa e inabarcable. —Es cierto ––dijo––. Perdón. Se quedaron callados un rato, hasta que él dijo: —De todas maneras, exageré un poco. No fueron tantas las cosas que hice pensando en vos. El padre soltó una risita. —Ya me parecía. Un relámpago rajó en dos el fondo del cielo. Cuando sonó el trueno el padre se encogió y volvió a oírse su risita. —Ya casi no me acordaba de estas cosas. Es notable cómo fun-


ciona la memoria, lo que conserva y lo que deja de lado. —Los grillos —dijo él—. ¿Los oís? No me dejaban dormir. Por eso estaba despierto cuando llegaste. Después de decir estas palabras dudó. ¿Los grillos? Pero lo pensó mejor y prefirió quedarse con la duda. —Bueno —dijo el padre con voz muy suave—. A lo nuestro. —¿Puedo preguntarte algo, antes? La reposera crujió. Él hizo un esfuerzo para mantenerle la mirada a su padre. —Como quieras. Pero ya sabés cómo es eso: una vez que te enterás, difícil que puedas borrártelo de la cabeza. No es una amenaza. Lo digo por vos, simplemente. —Sí, ya sé —dijo él. Y preguntó, con voz insegura—: ¿Todos van al mismo lugar? ¿No importa lo que haya hecho cada uno? —Eso es algo que podría haberte contestado desde los veinte años, más o menos. Siempre sospeché que importaba más en vida que después. En cuanto a la otra pregunta, no es exactamente un lugar, adonde van. Pero sí: todos van al mismo, en la medida en que todos somos relativamente iguales. El modo de vida de tu vecino y el tuyo, por ejemplo, se diferencian tanto como tu estatura y la de él. Son matices, y los matices no cuentan. Digamos que hay, básicamente, sólo dos estados: el tuyo y el mío. Es bastante más complejo, pero no lo entenderías ahora. —Entonces vos y yo vamos a encontrarnos de nuevo, en algún momento —dijo él. El padre no contestó.

—¿Importa algo estar juntos, allá? El padre no contestó. —¿Y cómo es? —dijo él. El padre desvío los ojos y miró la pileta. —Como nadar de noche —dijo. Y las ondulaciones de la luz se reflejaron en su cara—. Como nadar de noche, en una pileta inmensa, sin cansarse. Él tomó de un trago el whisky que quedaba en el vaso y esperó a que llegase al estómago. Después tiró los hielos en la pileta y apoyó el vaso vacío en el borde. —¿Algo más? —dijo el padre. Él negó con la cabeza. Movió un poco las piernas en el agua y miró la base de la reposera, el impermeable, la cara blandamente atemporal de su padre. Pensó en lo reticentes que habían sido siempre en todo contacto corporal y le parecieron increíblemente ingenuos y artificiales aquellos abrazos en los sueños en que aparecía su padre. Esto era la realidad: todo seguía tal como había sido siempre, y recomenzaba casi en el mismo punto en que quedara interrumpido cuatro años antes. Aunque sólo fuese por una noche. —Por dónde querés que empiece —dijo. —Por donde quieras. No te preocupes por el tiempo: tenemos toda la noche. Hasta que termines no va a amanecer. Él respiró hondo, largó el aire y supo que había entrado en la noche más larga y secreta de su vida. Empezó, por supuesto, hablando de su hija. (Tomado de: https://www.lanacion. com.ar/cultura/juan-forn-la-no-

che-mas-larga-y-secreta-de-su-vidanid21062021/)

Juan Forn Buenos Aires, Argentina 1959 - Mar de las Pampas, 2021

Escritor, periodista, editor, traductor y asesor literario argentino. Su

abuela, nacida en Gran Bretaña, y un vecino que durante su

adolescencia le prestaba libros en

inglés, determinaron su anglofilia. Los autores que tradujo fueron siempre de este idioma.

El primer libro que publicó fue uno de poesía, en 1979. Viajó a Europa y de regreso comenzó a trabajar

en 1980 como editor en Emecé y después en Planeta hasta 1995.

Su novela Frivolidad fue publicada

en 1995. Publicó los libros Corazones (1987), Nadar de noche (cuento,

1991), Puras mentiras (2001), La tierra elegida (2005), María Domecq (2007) y Ningún hombre es una isla (2010).

Tradujo a Yasunari Kawabata (País

de nieve), John Cheever (Bullet Park) y Hunter Thompson (Mescalito).

En 1996 creó el suplemento cultural

Radar Libros del diario argentino

Página/12, que dirigió hasta 2002.

En 2007 obtuvo el Premio Konex de Platino en la disciplina Periodismo

Literario, otorgado por la Fundación Konex, y en 2017 el Diploma al Mérito del mismo premio.

Falleció en Mar de las Pampas el

20 de junio de 2021, a los 61 años de edad.

57


A 45 AÑOS DE SU ASESINATO

Paco Urondo: poesía en la trinchera Carlos Gardel Extranjero del silencio en el mundo arrasado; vertiente de la extrema melancolía y del coraje y de la velocidad del amor y del miedo. Dueño de la ciudad, de su memoria blanda y de la madrugada hambrienta y sin sentimientos y de la suprema cordura de los vagos. Cómplice de los encuentros, de la grapa que nos hizo hablar, loco de la noche, despreocupado amigo del alba, señor de los tristes.

Del otro lado Cuando estuvimos desesperados, alguien contó la historia. No se la puede escuchar serenamente, tiemblan las manos, el corazón se encoge de dolor; da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse. Ocurre lo de siempre. 58


memoria Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada tenía que ver con la certeza, ni con el muslo de la bataclana. No intervinieron traiciones; no es una vulgar historia de fervores o de mantenidas. Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También aquella vez (siempre aquella vez) apagaron las luces y fue necesaria la presencia de tu mano. Nos apretamos las manos en la sala impenetrable, temblamos ante la cólera que aún no se había manifestado, que nunca llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino de otra manera. Nuestras manos procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico; y todo porque Humphrey Bogart había resucitado. Estábamos perdidos en aquel cine y él no era como el redentor; su cruz no era un mandato, era la inteligencia del hombre, era la resurrección de la ciencia y de nuestros queridos finados. Hace mucho que nos pasó esto; la mano fría del cadáver impenitente rozaba los sueños, acariciaba nuestros tiernos rostros despavoridos. Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias, con los muertos que no aceptan su desdichada condición, no sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos encontrar nuestras manos, nuestra tristeza. El mundo inconsistente. Hubo muchas anécdotas como ésta ¿Quién no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo qué hacer, cuando alguien contó la historia. Seguramente al escucharla buscarás una mano; será como antes, pero enseguida intentará olvidar que estuvimos tristes o asustados.

Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre: tendrás ganas de llorar, y nada más. Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable ¿Por qué no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la espesura de la sala? Se derramará sobre tu memoria como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada; la historia sobrevolará tu linda cabecita, será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas, que despeinará cariñosamente tu pelo.

En el sur Vida lenta y extraña; saludable, difícil de reproducir o de aceptar: ¿quién, como antes, no quiere nadar en el agua tibia y aceitosa, a toda vela a todo pálpito a toda imaginación a toda suerte? Nadie puede lagrimear en el Caribe y todo importa. Elegir, saltar: ¿cuándo mis amigos terminaremos con todo esto? ¿Cuándo monos y loros, bichos y cristianos, gritarán de alegría, empezando con sus primeras palabras; cuándo Curitiba saltará conmigo y Santa Fe, mi ciudad, hundirá a los traidores, a los despreocupados? ¿Cuándo caminaremos por el barrio chino o por Miraflores y en todo el Perú y en todo el sur de América y por todo Buenos Aires se pueda caminar? Un yaguareté pasea con su hembra y respiran; sólo el tamaño los diferencia y el ocio; como pumas enjaulados caminan de Iquitos a 59


Manaos, de Manaos a Santa Fe y ya nada los diferencia: nerviosos y parecidos y fuertes y cansados. Es en el Caribe donde nadie puede lagrimear y absolutamente todo importa. Llorar, hijo mío, y pelear para siempre alegremente doloridos; modernos y revolucionarios y sometidos y cristianos. ¿Qué pasa señor mío, dios azaroso de la resignación? aquí no hubo cobardes, nunca tuve idea ni ganas de encontrarte por este mundo ni por el otro. Redentor, dulce Jesús colmado de alabanzas, ¿qué pasa con el Caribe donde nadie quiere lagrimear y todo importa? No se ve a nadie en todo el sur; estamos solos; solos alzamos nuestra esperanza, solos subiremos este pantano, esta mugre: un sarcófago para los muertos, para El Salvador, y también para los arrepentidos.

Fin y principios Estoy en los ruidos de la tristeza, en las tablas de la perdición, en el aire de este tiempo maldito, infortunado; llovizna criminal y sucia. En aventuras, en la queja del muerto y el terror de los vivos y el soplo de los convalecientes. Estoy en el clamor encontrado, fuera de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar la clausura y la ausencia, 60

sin tolerar la conmiseración, o desconocer la alegría o la bondad o el dolor del caído. Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia la esperanza, viviendo a mi manera.

La verdad es la única realidad Del otro lado de la reja está la realidad, de este lado de la reja también está la realidad; la única irreal es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien si pertenece al mundo de los vivos, al mundo de los muertos, al mundo de las fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o de la producción. Los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel cuerpo, ese vaso de vino, el amor y las flaquezas del amor, por supuesto, forman parte de la realidad; un disparo en la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos gritos irreales de dolor real de los torturados en el ángelus eterno y siniestro en una brigada de policía cualquiera son parte de la memoria, no suponen necesariamente el presente, pero pertenecen a la realidad. La única aparente es la reja cuadriculando el cielo, el canto perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso cubriendo la Patagonia porque las masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad, como la esperanza rescatada de la pólvora, de la inocencia estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro como los designios de todo un pueblo que marcha hacia la victoria o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse,


a rescatar lo suyo, su realidad. Aunque parezca a veces una mentira, la única mentira no es siquiera la traición, es simplemente una reja que no pertenece a la realidad. (Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973)

Muchas gracias

Francisco Urondo

Sirve y me inclino ante tu palabra, luz de mi pensamiento. Abrirán las puertas, dejarán entender: los artistas, los intelectuales, siempre han sacudido el polvo de la realidad; descubrieron caminos, emancipaciones que no siempre lograron recorrer: era prematuro en algunos casos, en otros fue distinto —convengamos—, otras palabras son, bajar la corredera de la mira, buscar con el guión y dar justamente sobre algo que puede moverse; un bulto, un meneo a menos de cien metros de tu corazón vulnerable, también enemigo.

Francisco ‘Paco’ Urondo nació en Santa Fe el 10

La suerte ha dejado aquí de andar fallando: se encendió la luz y pudo verse el caos, las flagrancias: esa mano allí, esta codicia; el miedo y otras mezquindades se pusieron en evidencia y el amor no aparecía por ninguna parte. Recompuestos de la sorpresa, rendidos ante los hechos, nadie pudo negar que en este país, en este continente, nos estamos todos muriendo de vergüenza.

cinematográficos de las películas Pajarito Gómez

Aquí estoy perdiendo amigos, buscando viejos compañeros de armas, ganándome tardíamente la vida, queriendo respirar trozos de esperanzas, bocanadas de aliento; salir volando para no hacer agua, para ver toda la tierra y caer en sus brazos.

Santa Fe, Argentina, 1930 – Mendoza, 1976

de enero de 1930. Poeta, periodista, académico y

militante político, dio su vida luchando por el ideal de una sociedad más justa.

Su obra poética comprende: Historia antigua (1956), Breves (1959), Lugares (1961), Nombres (1963), Del otro lado (1967), Adolecer (1968) y Larga distancia (antología publicada en Madrid en 1971). Ha publicado también los libros de cuentos Todo

eso (1966), Al tacto (1967); Veraneando y Sainete

con variaciones (1966, teatro); Veinte años de poesía

argentina (ensayo, 1968); Los pasos previos (novela, 1972), y en 1973, La patria fusilada, un libro de

entrevistas sobre la masacre de Trelew de 1972 . Es autor en colaboración de los guiones

y Noche terrible, y ha adaptado para la televisión Madame Bovary de Flaubert, Rojo y Negro de

Stendhal y Los Maïas de Eça de Queiroz. En 1968 fue nombrado director general de Cultura de

la Provincia de Santa Fe, y en 1973, director del

Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Como periodista colaboró en diversos medios del país y

del extranjero, entre ellos, Primera Plana, Panorama, Crisis, La Opinión y Noticias.

Militante de la organización revolucionaria

Montoneros, Paco Urondo murió en Mendoza, el 17 de junio de 1976, en una emboscada de la dictadura militar.

61


La niña

Quisiera visitarla, pero por ahora me es del todo imposible. Ya le avisaré de mi llegada. Cuídese hasta tanto. Es preferible que no pase usted sola todo el día. Salga, camine. Ver los árboles y los pájaros le hará bien.

Katerine Ortega

Felicia

Querida Felicia: Estamos de acuerdo. Los últimos sucesos seguramente son la razón de este desate, aunque a la niña la escucho desde antes; en la casa anterior también lloraba. En fin. Venga pronto. O mejor, no venga. Nadie debe encontrarme en este estado lamentable. Sofía

Apreciadísima Sofía: Estará usted confundida. Todo es culpa de los últimos acontecimientos. Ha sido particularmente difícil su situación. Iré. Iré a verla pronto. Felicia

Q

uerida Felicia: Decir que está dentro de mí es lo más acertado, porque la escucho en cualquier momento, especialmente en las madrugadas. Su llanto es intenso, pero dura apenas unos minutos y luego sus gemidos se pierden en los ruidos de la noche. Hoy, por ejemplo, quería leer la Caza de Brujas de jotamario al despertar, pero fue imposible porque empezó su llanto. ¿Sabe? Me da pena la pobre, pero no es eso solamente: quisiera ayudarle, que calle para siempre y me deje en paz. Es más bien una cuestión de beneficio propio. Supongo que es hora de levantarme ¡Si supiera usted cuánto me cuesta! Sofía

Estimada Sofía: ¿Ha tomado usted la valeriana que le indiqué? ¿El toronjil? Sus nervios le están jugando una mala pasada. Es eso únicamente, ya lo hemos hablado. 62

Felicia: Hoy la vi. Es azul. Una niña de unos nueve años con la cara redonda, la piel azulada, usa un vestidito azul que le llega hasta la rodilla. Extendió la mano y me dio una pulsera también azul. Ya no lloraba. Dijo que debía entregarla a la niña de la 204. Queridísima Sofía: No olvide las medicinas. Estaremos pronto con usted. Le garantizo que va a estar bien. Tenga calma. Felicia: Tengo la pulsera azul. No he sido capaz de arreglarme para entregarla; pero hoy fui a la biblioteca: es enorme como una basílica. Los libros llegan al techo y aunque es un poco oscura, es hermo-


cuento F: Es el Dr. Shultz. Vengan pronto. Nos ahogamos. Somos siete. La niña está aquí y me ha reprendido. Dice que pidió a otros el favor de la pulsera y nadie es capaz de cumplir. Ha dicho que moriremos. S.

sa. Entrevistaban ahí a un escritor, así que me quedé para escuchar. Entonces empezó la inundación. Hay agua filtrando por las paredes. Me preocupan los libros. Mi querida Sofía: Debo decirle que allí no hay biblioteca. Debe estar confundida. Salga a dar un paseo. Le hará bien. Llegaremos en dos días. Felicia: ¿No me cree? Lo comprendo. Con tanto absurdo mío, le doy la razón. Estoy atrapada en la biblioteca. Intenté salir, no para dar un paseo, sino para entregar la pulsera. Somos varias personas atrapadas aquí. Como el agua ha empezado a subir, hemos escalado los estantes de los libros ¡Ay los libros! Felicia: No esperé su respuesta porque ocurrió algo terrible y quería contárselo: ¡se me cayó la pulsera al agua! Ha venido la niña y le he dicho que iré pronto a dejar el encargo, pero no sé qué hacer. Me asusta un poco esa niña. Sofía querida: Estamos a un día de camino. Llevaremos las pulseras que guste ¿Recuerda el nombre del médico? Necesito escribirle urgentemente.

Doctor Shultz: Escuché ayer a la niña. Claramente. Lloraba sin consuelo. Mándeme algo para dormir. Att. Felicia Lorenz

Doctor Shultz: Le ruego que cuide especialmente a nuestra Sofía. Sé que no habla con nadie, pero mire lo que ha escrito. Le envío sus cartas. Nosotros estamos llegando en unas horas. Esta es la última parada del tren antes de la ciudad, por eso no espero su respuesta. Atentamente,

Felicia Lorenz

Katerine Ortega Quito, Ecuador - 1986

Señora Felicia: Me escribe usted tarde. Esta mañana murieron siete pacientes. Todos ahogados y con libros en las manos. Es insólito porque no presentan síntomas de asfixia, sino de haberse ahogado en agua. Lamento informárselo de esta manera, pero me lleva la policía porque no he sido capaz de explicar lo sucedido. Junto a Sofía estaba, también muerta, una niña que nunca habíamos visto por aquí. Recuerdo que usaba un vestido azul. Dejo esta carta junto a la última de Sofía. Lo lamento mucho. Dr. Federico Shultz Querida F: Logramos salir de la biblioteca. Los siete a dar un paseo, veremos los árboles, y la niña va con nosotros. Nos llevamos algunos libros. Gracias por su ayuda. Espero verla pronto. S.

Escribe cuentos y poemas. Publicó Somos fuego (libro colectivo de poemas), Naranja entera

(micropoemas), La promesa (muestra de videopoemas). Colaboró en

el libro Ciencia y simbólica andina

ecuatorial y en el libro Loma grande:

Memoria histórica y cultural (sección Mitologías). Textos suyos han

sido seleccionados para diferentes

revistas literarias de Ecuador, Chile y España.

Fue parte de los Talleres Literarios

de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores, Kafka

Escuela de Escritores, Casa Carrión, entre otros.

Tiene estudios en Artes de la

Comunicación y en Estudios del Arte. Actualmente cursa una

Maestría en Literatura (Universidad Andina Simón Bolívar).

En 2020 obtuvo el primer lugar en

el concurso de improvisación escrita Párame la mano (categoría lírica) y

publicó su primer libro de cuentos titulado Tarasca.

63


ROXANA LANDÍVAR:

Fractura primaria

Aclaración

Ser escritora

No voy a mentir escribir no me salva es apenas un leve grito una mínima pausa y la mayoría de veces una absurda repetición del dolor

Anne y Plath compitieron por la asfixia Virginia siguió las voces encontró un río una, dos, tres: las llaman numerables

64

Simone no practicó su libro a Goldman la mató el exilio Marceline no aguantó a sus hijos


versos Quizá no fue la demencia con dientes de sierra lo que las desgarró desde lo profundo Quién más Quién más No está mal para una mujer sin duda todas lo comparten Quién más nos toca Qué más nos toca a mí a las que vienen Quizás esto se detenga dejando de hacer fila

Muerte a la musa Quería ser el fantasma entre los poetas llorones quería mi nombre apareciendo en las noches de embriaguez y coleccionar cada poema en mi guarida de lágrimas pero las musas son tan solo instrumentos me rehúso a ser la madre de los poetas a acariciarles la vida cada vez que sufren el amor es hermoso porque muere y no hay que quedarse siempre aunque haya sido promesa

Ficción La cosa no mejoró sucede que me llevo a mí misma a todos lados los libros hacen mucho daño hablan siempre de un lugar que ya no existe

Hay que inventarse las vidas que no se tienen hay que perder el equilibrio y tirarse a morir en cualquier parte Hay que volcar las palabras sobre el papel si es posible en la madrugada con todo el peso del silencio Hay que dejar de romperse tanto el alma no hay nada ahí afuera nunca lo hubo

Carta guardada Madre, lo que he elegido para no volver a ese lugar te espantaría te espantaría mi noche sin rumbo te espantaría lo fácil que se me da quebrarlo todo Muchas veces he soñado que me confieso esa Biblia incrustada en la infancia me hizo pedazos me pienso arrodillada en tu lecho de muerte diciéndote cómo no he vivido la vida ni un poco como querías Madre, si vieras la intensidad con la que merodeo por estas calles tu angustia se tornaría aún más insoportable ¿Qué hice mal? dirás ¿Qué hicimos mal?

Y mi padre se levantará a una hora siniestra de la madrugada para revisar los ruidos de la culpa Madre, no he vivido la vida como querías me sedujeron las manchas más terribles Madre, no he vivido la vida como querías y creo que lo volvería a hacer

No encontré nada en los cafés ni debajo de las bancas en los parques tampoco en los sitios donde ya había ocurrido pero ahora entiendo 65


Terremoto

II

Los escombros sepultaron mi infancia el pueblito se tornó fantasma están los puntos de referencia perdidos y el hogar con un techo que no cubre

Continúo pretendiendo vivir aquí y pareciera que la ciudad confabula

Me conforma una serie de pequeñas demoliciones los objetos familiares destruidos y un lugar que solo existe en la memoria pero quizá son incendios necesarios

es como si buscara todas las formas posibles de expulsarme

(Fractura primaria, Editorial La Caída, 2020)

Quizá son incendios necesarios quizá son incendios necesarios

Poemas inéditos Finales abiertos Queda otro lugar más con los muros pelados sin fotos sin adornos sin pinturas y con justa razón Nadie soportaría realizar el mismo triste ritual tantas veces por año mirar cada objeto con nostalgia y proceder cuidadosamente a guardarlo en una caja sucia Se vuelve preferible andar ligera tirar unas pocas cosas en la maleta Marcharse Desalojar habitación tras habitación abandonar el hogar familiar abandonar el hogar del amor abandonar el hogar de los amigos Desalojar habitación tras habitación desalojar las habitaciones ajenas desalojar la propia habitación 66

Fotos de Florida Es casi medianoche en Florida/ un hombre toca el violín en la esquina /mientras los vagabundos se acomodan para dormir/ Camino a paso lento hasta plaza San Martín /la angosta calle del centro exhibe a los turistas su propio retrato de los años veinte/ una foto que parecería gritar /Fui esto/ casi como el resto de calles en Buenos Aires/ Doy media vuelta y regreso a Viamonte/ hago este recorrido cinco veces cada noche/ y cada vez lo noto con más claridad/ los paseantes avanzan bajo la pálida luz /echándome miradas extrañas/ ancianos de sombrero /mujeres de abrigo largo/ miran hacia abajo /con preocupación y desagrado/ quizá también lo notaron/ mis pies se están quedando pegados/ al suelo de esta ciudad que me hiere.

El Manso Algo queríamos hacer con esa pequeña ciudad / por eso los desvelos hablando de grandes sueños / y de cómo construir un lugar más soportable / algunos amigos pintaron sus muros / incluso


llegaron a colgar obras / en los pequeños museos a los que nadie iba / Mis hermanas gritaron poemas en bares mugrosos / y llenaron por primera vez las calles / de mujeres / de putas / y maricas / Mamá se replanteó varias veces / a la abuela no pudimos llegar / era un poco caso perdido / algunos amigos crearon sin pedir nada a cambio / hicieron lo que pudieron con lo que tenían / sabiendo que probablemente sea olvidado de acá a un par de años / algunos salimos / volvimos / demasiadas veces acordamos en que era inútil / que allá no germina nada / mejor abandonarlo / para siempre / dejar de hacerse mala sangre / Algo teníamos que hacer con esa pequeña ciudad / incendiarla / secuestrar a los autoproclamados dueños / que jamás se renovaban / echarlos al río para que él mismo se haga cargo / Queríamos destruirla y volverla a construir / algunos se cansaron / los poetas envejecieron para leer el periódico encerrados en sus casas / sus casas construidas lejos del centro / en urbanizaciones cerradas / con guardia las veinticuatro horas / algunos incluso tuvieron hijos / pensando ingenuamente que serían la esperanza / Tanto queríamos cambiar las cosas ¿recuerdas? / mira lo que nos hizo esa pequeña ciudad / todos colgamos los guantes / ni nos dimos cuenta.

Herederos de Silva Me son duros mis años y apenas si son veinte ahora se envejece tan prematuramente Medardo Ángel Silva

Hoy tengo veintiuno y soy Medardo / mis amigos también son Medardo / hijos de obreros / huérfanos con los bolsillos rotos / así, en estas condiciones / nos tomamos el arte / aunque no nos pertenece / aunque nos digan / que quién nos salva después / sin herencia ni lugar / donde caer / a morir / Donde nos dijeron que no / hacia ahí corrimos todos / seguidores natos de Medardo / pioneros en malas decisiones / Tendríamos que reconsiderar / quizás no fue tan buena idea / enseñar a Medardo en las escuelas / leerlo sin advertencias / sin manual de instrucciones / como si los lectores ya supieran / acerca de los poemas / de los que no se vuelve / como si no fuera necesario aclarar / que algunos poetas son armas / y por supuesto las usan / casi siempre / contra sí mismos.

Escritora. Estudiante de Letras en la Universidad de Buenos Aires.

Publicó los poemarios: Fractura primaria (La Caída, 2020) y Ciudades cemento (2019) con colaboración fotográfica. Sus poemas también constan en la antología Pedir un deseo, prenderle fuego (Ediciones Continente, Argentina) y en Poesía no consagrada (Ed. Granuja, México). Ha participado en la Feria Internacional de Quito en

2019 y 2020; la Feria del Libro Independiente de la Universidad San Francisco de Quito (2021), y el Encuentro Internacional de

Poesía Ecuatoriana, organizado por el Centro Cultural Ecuatoriano Americano de New York (2021). Formó parte de Chasquis: cartas

Roxana Landívar Guayaquil, Ecuador - 1997

entre escritores atravesados por la migración. Co-creadora en Nika

Turbina, agrupación musical feminista de Pop existencialista y Neonew romance. Fue curadora y gestora de Línea imaginaria, proyecto de difusión de arte ecuatoriano en Buenos Aires y de Resistencia:

espacio feminista de canalización artística en Cuenca. Ha participado en diversos ciclos de lectura en Argentina, Chile y Ecuador. Sus

textos pueden encontrarse en varias revistas y antologías digitales de Latinoamérica.

67


Será larga la noche Humberto Montero

G

olpearse el segundo dedo del pie contra el filo de la cama, a medianoche, hará de esa noche una noche larga. Una noche que irremediablemente tendrá que ser larga, medicada, en vela y con dolor: una noche inquietante hasta que se pueda ver lo negro que se tornará el dedo

en la mañana. Será larga la noche es el nombre de la última novela de Santiago Gamboa: medicada, en vela y con dolor; y negra, absolutamente negra; una novela expectante al ritmo de la lectura que poco a poco va develando el misterio de la narrativa. Y vaya que lo devela hasta mostrar lo negro del conflicto evidente, aunque se deje suspendido el final —sin fin— del conflicto esencial, el de un niño de Colombia, hijo del conflicto de guerras y guerrillas que, en el tiempo de escritura de Gamboa, en nuestro tiempo de lectura, no se sabe qué tan largo y negro ha de ser. El título es el primer contacto significativo del libro, un título que parecería proponer un escenario evidente en la novela, aunque solo se lo marque en la portada, pues de signo descriptivo, poco, pero sí aludido como símbolo de codificación y tan solo al final, antes del epílogo de narración. El pastor miró hacia el cielo, denso y oscuro. —No creo que amanezca por ahora. Hoy la noche tendrá que ser larga. Se abrazaron.

«Inicio», «Protagonistas», «¡Acción!», «Montañas, páramos», «Hombres de negro», «Buscando a Mr. F.»… Santiago Gamboa dispone una variedad de capitulares (dieciocho) que los distribuye en cuatro partes numeradas a lo largo del texto. Y así propone una historia en la que, si bien subraya los tópicos que suelen aparecer en las historias de Colombia, los de conflictos de narcos, guerrilleros, paramilitarismo…, también expone en ella un tema que no es tópico en la literatura colombiana pero sí constante inquietud para el autor: la religión y las congregaciones humanas en torno a ellas (Los impostores, 2003; Necrópolis, 2009; Océanos de arena, 2013). En Será larga la noche (2019), Gamboa narra un conflicto entre iglesias cristianas, pentecostales, que se signan como sociedades definidas por un tipo de mafia en torno al tráfico ilícito de fe. Ilícito en términos de moralidad, y negocio lucrativo por todo lado en que se mire. El conflicto se contamina de una suerte de paramilitarismo subvencionado con el que se blinda a cada iglesia en contra de cualquier enemigo que se entrometa en su porción jugosa de mercado. 68


reseña

Dado este contexto, Santiago Gamboa despliega lo que parecería un cuento enigmático de mafias paramilitares que reparten la ley del hombre, a bala, en una tierra con mucho dios y de todo tipo. «Otro episodio violento», se dice en la novela, «entre los miles que pasan en este país irascible y cruel que, paradójicamente, cuando se lo preguntan, dice ser el más feliz del mundo». Y Gamboa lo despliega a través de una narración secuenciada entre dos de los personajes principales, Julieta Lezama, periodista; y el fiscal Jutsiñamuy —nombre imposible de articular sin dificultad a lo largo de toda la novela, cual si fuera un anagrama conceptual de «mucho y algo de justicia»—. Entre esos personajes surge la respuesta del tópico evidente. —Es una cosa un poco extraña y sobre todo muy delica-

da, Julieta —dijo Jutsiñamuy—. Hubo un combate en una carretera veredal, allá por los lados de Tierradentro. Puede ser una cosa grande. —¿Soldados? ¿ELN? ¿Disidencias? ¿Bandas? —No se sabe aún —dijo Jutsiñamuy—, pero creo que no es de hablar por teléfono. Siguiendo con el hilo de la trama, un niño de etnia nasa, Franklin, el mayor enigma ya no de ficción, sino de realidad (la que carece de final), es testigo oculto de una balacera en una ruta perdida, en el departamento del Cauca, cerca de una hondonada que cruza el río Ullucos. El niño, en una llamada anónima a la policía, da cuenta de lo visto y así despierta la total atención de quien lo escucha. Un puntual relato que mucho se acerca a la realidad, sobre todo por la descripción detallada del

En Será larga la noche, el autor conviene un símbolo contemporáneo codificado en muchos de los personajes, sean estos principales o secundarios: el símbolo de una Colombia como «un país de orfandad». 69


encontronazo entre dos bandos inidentificables, el uso de armamento sofisticado («Armamento pesado para estos tiempos de paz…») e incluso por la inquietante presencia de un helicóptero artillado durante el evento. En las coordenadas del suceso, a simple vista, no se encontrará rastro alguno, pues todo fue limpiado, horas luego de lo ocurrido, con una meticulosidad de barrenderos propios de la mafia. La fiscalía en Bogotá, alertada del suceso, lo considera principal dado que no hay reporte alguno de tipo oficial pero sí mucho silencio de locales. Y es así que se emprende una investigación del hecho con el concurso de la periodista Lezama, muy cercana a Jutsiñamuy, antes de que se decida desplegar un contingente fiscal ya de tipo oficial. Una historia narrada con un paralelismo secuencial entre el fiscal y la periodista, desplegado como técnica de crónica casi epistolar, y que cuenta incluso con un narrador omnipresente que nos transmite los sentimientos más profundos de los personajes. De lo profundo a lo trivial, de lo enigmático a lo evidente, Gamboa se demuestra dinámico en esta narración un tanto esquematizada como si fuera una puesta de escena teatral.

Por ser este un país de huérfanos es que tanta gente

cae de rodillas

en los altares, en las sacristías y en los templos. Todos anhelando un padre. Si usted no es capaz de comprender eso,

mi querida Julieta, no tiene ni idea del

país en que vive.

A veces el fiscal se ponía a mirar esas luces e, invadido por la realidad, imaginaba escenas 70

desgarradoras: niños implorándoles a sus mamás que no se drogaran y les dieran de comer, padres golpeando a esos mismos niños, hombres dando palizas a mujeres embarazadas, hombres ebrios violando a sus esposas delante de hijos menores. No todo era así, claro. La mayoría de esas casas eran hogares en la dura batalla por la vida, gente honesta tratando de salir adelante con trabajos extenuantes y mal pagados, pero su experiencia se obstinaba en mostrarle la otra cara: el rostro salvaje de la ciudad indiferente y feroz, la piel con cicatrices y llagas de esta urbe despiadada que se tragaba a sus hijos más débiles. Y entre estos recursos descriptivos que el autor expone, destaca la voz personal de una Colombia urbana, esa que se mezcla de jerga popular: «El guayabo es un síndrome de abstinencia, jefa. Tómese una cerveza y se le pasa. A eso le decimos “baldear cubierta”». O esta que es propia de mafias callejeras: «Una chumbimba ni la verraca…». O las de tradición atávica: «Ay, juemíchica, a esos se los están bajando como guanábanas del árbol»; e incluso las expresiones malsonantes cargadas de autenticidad; frases del tipo: «¡Machácame, corazón, dame rejo!», «Más duro, papi, empótrame!», «Tan rico que es pichar trabada, bebé», y que Gamboa las define como propias de una «sexualidad gritona». Y a todo esto se suman los aportes técnicos del autor, como uno que él mismo designa con la cualidad de «desgrabado», que consiste en la transcripción sin correcciones, transcripción


cruda, de un testimonio por lo general de tipo coloquial que involucra expresiones pletóricas de cualidades narrativas, pero que muchas veces resultan documentos que exponen una filosofía de vida que solo se la podría describir en lengua hablada. Una de las jóvenes, devota del pastor y de nombre Cindy Raquel, narró lo siguiente. Desgrabo: «El man me alzó y me llevó a un cuartico que tiene en la parte de atrás y que más que cuartico es como una suite de un hotel lujoso, un desnucadero, ¿me entendés? Ahí el pastor se volvió hombre, o macho, babas en los labios, fondo del ojo verde, pupila fija, seguro por el perico, y un poco a la fuerza me tiró al catre, y digo «un poco» porque de todos modos yo sabía a lo que iba, aunque hubiera preferido menos muñeca inflable, alguna güevonada tipo besito o caricia, pero en fin, el man estaba bien urgido, emparolado línea chimpancé, ¿me copiás?, con la artillería lista y apuntando al enemigo, así que sin más me desembluyinó, me descalzonó y me espatarró en la colcha. Y se vino de frente, yo bien pierniabierta y expectante. Evidentemente, desgrabado o no, en el estilo de Gamboa surge como principal el humor. Humor cifrado en el soporte marginal. No obstante, del tema al tópico y del tópico al tema, Santiago Gamboa no banaliza ningún aspecto de la trama. Su palabra es directa con el pensamiento de origen y así lo escribe signando el espacio y tiempo de su tierra natal. Y es que no hay lugar común en esta obra de Gamboa. Tan solo

«Lo demás es pura trama», nos lo dirá el propio autor a partir de los personajes y sucesos, tal como una «horrenda muerte» o «una historia sin final»: pura trama que para Gamboa tan solo forma parte de un ejercicio literario. un hecho común que se simboliza en un profundo estado de reflexión contemporánea. —No se paga nada, carajo. Cobrarle a la justicia por contar la verdad es un delito. Vea a ver de qué lado quiere estar, ¿de la patria o del crimen? El muchacho miró al fiscal, sin amedrentarse. —Yo prefiero estar del lado de los que recibieron un milloncito por decir la verdad, ¿me copia, doctor? El fiscal miró a Laiseca, quien se alzó de hombros. Era ilegal, no podía hacerse. —Eso es imposible, muchacho. ¿Así le paga a su país? —lo reprendió el fiscal. El joven le sostuvo la mirada y dijo: —Mi cucha fue sirvienta toda la vida y hoy no tiene pensión. De mis siete hermanos, dos murieron trabajando de sicarios y la mayor es puta desde los quince y hoy está en tratamiento psiquiátrico por drogas. No le debo nada al país, que yo sepa.

71


Pablo Neruda: 50 años del Premio Nobel Yuliana Marcillo

S

e dice de él que fue un poeta que entendió a la gente. Que su popularidad reside en que pudo expresar lo cosmopolita de una forma sencilla. Que manejaba las palabras con libertad. Que fue un hombre que se expresaba de forma simple. Que fue un poeta nato, que sus versos nacieron por impulsos desde la intuición, de iluminaciones repentinas, de analogías misteriosas, buscando la perfección. Se dice de él que fue el poeta del gran tema universal de todos los tiempos, el amor.

72


crónica Lo comenzaron a leer desde la década del veinte, cuando apenas alcanzaba el mismo número en edad. Lo leían en las plazas, en las cantinas, en los parques, en las casas, a la salida de clases; sus poemas se comenzaron a popularizar con gran rapidez, pronto estaban en la memoria de cientos de chilenos. Sus sonetos eran recitados por los jóvenes de la época. Para entonces era un joven estudiante, pero muy pronto se convertiría en el poeta más popular de Chile, así como en el autor de algunos de los versos más leídos y recitados en el mundo, un bestseller permanente, traducido a todos los idiomas y leído en todos los rincones del mundo, pero sobre todo en América Latina. Este 2021 se cumplen 50 años desde que Pablo Neruda fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Varios homenajes se han realizado en su nombre para recordar su influencia en el ámbito cultural y político de Chile, pero también salió a la luz una nueva revisión en los aspectos personales del poeta, así como una ‘relectura’ de su obra.

Nació como Neftalí Reyes Basoalto Hijo de un ferroviario y de una profesora, Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto (nombre verdadero) nació el 12 de julio de 1904 en El Parral, al sur de Santiago. Desde niño se trasladó a Temuco, fue hijo único y quedó huérfano un mes después de su nacimiento: su madre murió a causa de una tuberculosis.

Se mudó junto a su padre a la comuna de Temuco, para que él pudiera trabajar en la ferrovía de esta localidad. Su progenitor contrajo nuevas nupcias y Neruda creció bajo el cuidado de Trinidad Candia Marverde, a ella le dedicó uno de sus famosos poemas titulado La mamadre. Con tan solo 13 años publicó su primer artículo titulado ‘Entusiasmo y perseverancia’, en el diario La Mañana de Temuco. En la adolescencia escribía para revistas literarias infantiles, dándose a conocer entre sus compañeros. En Temuco escribió su primer libro de poemas: Crepusculario. Recién desde 1920 comenzó a optar por el seudónimo Pablo Neruda para firmar sus escritos, según sus biógrafos, para que su padre, algo descontento por tener un hijo poeta, no se enojara al ver su apellido en las páginas de un libro. En 1921 se trasladó a Santiago para estudiar pedagogía en francés en la Universidad de Chile, donde obtuvo su primer premio literario con el poema ‘La canción de fiesta’, publicado posteriormente en la revista Juventud. Ahí comenzó a publicar algunos libros, entre ellos, el reconocido mundialmente Veinte poemas de amor y una canción desesperada. En 1927 inicia su carrera diplomática y en 1937 publica España en el corazón, donde incluye el poema ‘Canto a las madres de los milicianos muertos’, comenzando una etapa literaria política y social. Hacia finales de la década del veinte, Neruda ya era una figura destacada de la cultura de su país. Fue acusado de agente soviético por fuerzas de la derecha, y

Tenía una colección de botellas, barcos dentro de botellas, juguetes extraños, carteles que recogía de la calle, maniquíes, cuadros de grandes pintores, recuerdo de sus amigos; su casa, que estaba junto al mar, era como un gran rompecabezas que iba armando, sus favoritos eran los mascarones de proa, los conseguía o los compraba a los dueños de barcos.

73


de burgués y sibarita por sectores de la izquierda; fue cónsul, senador, embajador, también fue un exiliado y perseguido político.

Dicen que la muerte de Allende lo había sumido en una profunda tristeza, que murió quebrado moralmente. El recorrido del velorio inició con 15 personas y durante el trayecto se fueron sumando unos 4.000 ciudadanos al cortejo; era la gente de su pueblo.

74

cho no existe otra prueba que las palabras de Neruda, señalan sus biógrafos.

‘Releyendo’ su obra

La historia de su hi ja Malva

Con la ola del feminismo en Chile en la segunda década del siglo XXI, uno de los versos más conocidos del Nobel, ‘Me gusta cuando callas porque estás como ausente’, se transfiguró en consigna: «Neruda, cállate tú». El romanticismo asociado al poeta comenzó a agrietarse debido a que su obra empezó a leerse desde una posición de poder, donde supuestamente el autor abusó de una sirvienta. Desde las memorias del Nobel, publicadas de manera póstuma en 1974, en el libro Confieso que he vivido, que describe un episodio sobre «la mujer más bella que había visto hasta entonces en Ceilán», quien limpiaba su letrina a diario: «Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia». Este hecho ocurrió en 1929, cuando Neruda era cónsul en Ceylán (Colombo). De este he-

También se puso en la palestra el hecho de que Neruda nunca mencionó en sus escritos a su hija, Malva Marina, quien nació en agosto de 1934, fruto del matrimonio con María Hagenaar Vogelzang. La pequeña tenía hidrocefalia y murió al cuidado de unos amigos de la madre a los ocho años. Una de las pocas menciones de Neruda hacia la menor, según sus biografías, es una carta que envía a unos amigos en Argentina, un duro testimonio que se puso a la luz en estos últimos años: «Mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos». También salió a la luz Malva, la primera novela de la poeta neerlandesa Hagar Peeters, en donde se cuenta cómo la protagonista fue víctima de abandono. En esta obra se señala que Neruda nunca tuvo mucha piedad con ella, además de que primero la ocultó y luego la abandonó definitivamente. «La desilusión de Neruda por la enfermedad de su hija no hizo sino crecer. Nunca soportó el hecho de tener una hija enferma. No entraba en sus cálculos. Y así, tras un sinfín de desencuentros e infidelidades con su pareja y madre de Malva, y con un evidente rechazo hacia su hija, en 1936 el poeta las


abandona definitivamente. La niña solo tenía dos años. Las dejó en Montecarlo, ciudad a la que llegaron escapando de la Guerra Civil. De allí, pasando penurias y sin apenas dinero, fueron a Gouda, en Holanda. En esa misma ciudad, en 1943, moriría la pequeña Malva Marina con ocho años», reza en sus biografías. Sobre este libro Roberto Bolaño dijo: «Lo confieso: no puedo leer el libro de memorias de Neruda sin sentirme mal, fatal. Qué cúmulo de contradicciones. Qué esfuerzos para ocultar y embellecer aquello que tiene el rostro desfigurado. Qué falta de generosidad y qué poco sentido del humor». Rodolfo Reyes, sobrino de Neruda, dijo a BBC Mundo que el relato pertenece a unas memorias poéticas y que, por tanto, no se puede tomar literalmente lo que dice. «Además, Neruda era un joven de 24 años en ese entonces, estaba solo en Asia, no se le puede criticar su vida en ese sentido. Y lo que relata hay que verlo en el contexto mismo. Y, si ocurrió, fue en su juventud, con una falta de experiencia total. Después en el mismo relato dice que no lo volvió a hacer, pide excusas en ese sentido», añade. La relectura de este relato se relaciona con el auge de los movimientos feministas, pero también tiene defensores, quienes señalan que «traer a la visión actual lo sucedido es tergiversar la historia poniendo los hechos del pasado a los principios de hoy». En 2018, dos académicas españolas propusieron sacar a Neruda de las lecturas obligatorias. Y en Chile la idea de bautizar el aeropuerto de Santiago con

Recién desde 1920 comenzó a optar por el seudónimo Pablo Neruda para firmar sus escritos, según sus biógrafos, para que su padre, algo descontento por tener un hi jo poeta, no se enojara al ver su apellido en las páginas de un libro. su nombre encontró un elocuente rechazo. Hoy hay quienes sugieren silencio a la obra de Neruda.

Su casa como un teatro En su tierra natal adquirió una casa en Valparaíso, donde acumuló todo tipo de objetos. Allí amplió su faceta de coleccionista y reunió objetos que había adquirido en sus viajes. En el documental Historias de vida – Pablo Neruda, se realiza un recorrido visual por estos elementos, a veces teatrales, escenográficos, objetos raros y las adecuaciones que hizo en su casa, de acuerdo a sus necesidades. «Son mis propios juguetes, los he juntado toda mi vida con el propósito de no estar solo», dijo el Nobel en una entrevista. Tenía una colección de botellas, barcos dentro de botellas, juguetes extraños, carteles que recogía de la calle, maniquíes, cuadros de grandes pintores, recuerdo de sus amigos; su casa, que estaba junto al mar, era como un gran rompecabezas que iba armando, sus favoritos eran los

mascarones de proa, los conseguía o los compraba a los dueños de barcos. No era una casa lujosa arquitectónicamente, sino más bien modesta, a la cual fue llenando con un sinnúmero de objetos que no tenían un gran valor comercial, pero que los juntaba por alguna razón. A Neruda le encantaba recibir a amigos en su casa, las reuniones a veces se extendían semanas, gustaba del buen whisky, vino y de los más exquisitos mariscos. En 1972 se vio afectado por un cáncer de próstata, que se agravó después del Golpe de 1973. Muere el 23 de septiembre de ese año en Santiago de Chile. Tuvo un funeral vigilado y sus casas fueron saqueadas durante la dictadura. Su deceso ocurre 12 días después de la muerte del presidente Salvador Allende, su mano derecha y ‘jefe’. Dicen que la muerte de Allende lo había sumido en una profunda tristeza, que murió quebrado moralmente. El recorrido del velorio inició con 15 personas y durante el trayecto se fueron sumando unos 4.000 ciudadanos al cortejo; era la gente de su pueblo. 75


EN NOVIEMBRE DE 2021 SE CUMPLIRÁN 31 AÑOS DE SU DESAPARICIÓN

Gustavo Garzón Guzmán Gustavo Salazar,

27 de julio de 2021

N

A doña Clorinda Guzmán, madre del escritor

os presentó el entusiasta hacedor de revistas Ramiro Pérez, animador del grupo de la revista La Mosca Zumba. De naturaleza tímida y reservada, su rostro y su trato denotaban generosidad y tolerancia. No desaprovechábamos oportunidades para hablar de la vida o de literatura, pues él perteneció, con su grupo, a los fervorosos lectores de autores «contemporáneos»: estaban con Cortázar, Böll, Frisch, Borges o Vargas Llosa, mientras yo me había quedado —y, treinta años después, sigo— con Gógol, Moravia, Wilde, Eça de Queiroz, Rabelais, Quevedo y Céline, aunque coincidimos en uno u otro autor. En alguna de mis visitas a la librería de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, lugar en el que trabajaba Gustavo —habrá sido en el año 1984—, al comprar algunos títulos de la Colección Básica de Escritores Ecuatorianos, que costaban 12 sucres cada uno, me vendió el último muñeco articulado que había tallado y armado con sus propias manos. Pese a haber transcurrido siete lustros, lo conservo entre mis bienes entrañables; mi hija jugaba con él cuando era niña. En un par de ocasiones fui con mi buen amigo Iván Rodrigo, hermano suyo, a visitarlo en la cárcel —en la que estaba recluido a la espera de juicio por razones políticas— y le llevé algunos libros, ya que seguía empeñado en realizar su tesis doctoral sobre la narrativa de Humberto Salvador aplicando la lingüística de Noam Chomsky, metodología que, lo confieso, jamás he entendido; él estaba interesado en la obra vanguardista del narrador ecuatoriano, mientras que yo superponía su obra paródica y humorística a la militante. A su salida del Panóptico solicitamos a un amigo común, el librero Édgar Freire, que nos ayudase a conseguir las raras ediciones de las obras del autor de Noviembre, empeño que quedó inconcluso ya que poco después «desapareció» nuestro querido Gustavo. Recuerdo la última vez que nos encontramos: habrá sido la tarde del jueves 8 de noviembre de 1990. De casualidad coincidimos en la

76


conmemoración Han pasado más de treinta años y ningún Gobierno en todo este lapso ha respondido qué sucedió con el escritor, clamorosa y continuada dejación de funciones por la que, en los próximos meses, será la Corte Interamericana de Derechos Humanos la que se vea obligada a pronunciarse.

librería Cima, regentada por Édgar, con quien conversamos un rato, y luego, tras despedirnos, Gustavo y yo fuimos a tomar unas cervezas, pues yo disponía de tiempo para recoger a mi pasión de aquel entonces, la que al año siguiente sería la madre de mi hija Sofía, que salía de su trabajo a las 7:30 de la noche; con mi tocayo tuvimos un grato y entrañable diálogo, no puedo decir al calor, sino al frío de unas cervezas. Minutos antes de ir a recoger a mi pareja sentimental le consulté si quería esperarme y asintió, no sin antes llamar por teléfono a su madre desde la cantina en la que estábamos, bajo el «teatro» Capitol, pues habían acordado que se reportaría cada hora para preservar su bienestar y la tranquilidad familiar: ya se veía venir su infausta «desaparición». Nuestra bella acompañante se avino a la «reunión», y pasamos un rato agradable entre risas, libros y cervezas, de las que agotamos varias botellas. Hacia las 9:00 p.m., llegada la hora de partir, lo acompañamos hasta donde se bifurcaban nuestros caminos, el edificio del Banco

Central del Ecuador, frente al monumento a Bolívar: él iba hacia San Juan y nosotros hacia La Ronda; antes del efusivo abrazo y la correspondiente recomendación de que se cuidara, me comentó que el día siguiente, viernes, iría a la salsoteca Son Candela, pidiéndome que, si yo podía, nos viésemos. Tengo entendido que tras salir de allí no se supo más de él. Gustavo había sido miembro activo del grupo subversivo Montoneras Patria Libre, y deseo resaltar que «desapareció» en el período de gobierno democrático de Rodrigo Borja; había sido constantemente vigilado por los cuerpos de seguridad del Estado desde su salida, libre de cargos, de la cárcel. Han pasado más de treinta años y ningún Gobierno, en todo este lapso, ha respondido qué sucedió con el escritor, clamorosa y continuada dejación de funciones por la que, en los próximos meses, será la Corte Interamericana de Derechos Humanos la que se vea obligada a pronunciarse. Con este escueto testimonio me sumo con un saludo cordial a su homenaje. 77


Veintidós libros para aporrear a la peste Alexis Zaldumbide

L

Mayo de 2021

os muertos se apilan en las calles y en los corazones, es un absurdo río de nombres de amigos y parientes que tachamos de nuestras listas de afectos, ausencias que generan un eco profundo. Nuestros cálculos erraron en anticipar este escenario; o tal vez, en un exceso de optimismo, no pensamos que la enfermedad, la miseria humana y política, serían tan abarcadoras. En todo caso, este es el entorno que nos corresponde, la convivencia con lo infausto, devenida en lugar común y punto de convergencia. Bajo este contexto de una opacidad que promueve ascua y asombro, aparece Alfabeto del Mundo, colección de poesía propuesta por Editorial La Castalia y Ediciones de la Línea Imaginaria, sellos editoriales de Mérida, Venezuela y de Quito, Ecuador, que conjugando esfuerzos han construido un mapa expansivo y poderoso, catálogo que aúna a grandes referentes de la poesía de Latinoamérica, el Caribe y España, y que está concebido como un ejercicio de resistencia transfronterizo. Resistir a la enfermedad y al miedo, resistir a la insatisfacción y al asco; resistir con poesía. Una iniciativa original y extraña, que deslumbra, en primer lugar, por apostar por literatura de libre acceso y de excelente calidad, pues los veintidós libros que por ahora conforman este muestrario se distribuyen de manera digital y gratuita en las páginas de ambas editoriales. Algo desconcertante en una época en la que prima la novedad cultural y las modas, donde se prioriza la venta y el rendimiento económico sobre la calidad y el valor artístico de las obras. Otro detalle destacable e inesperado es la estrategia implementada para promover la colección. Los títulos han sido presentados en conjunto, en tres entregas realizadas en el lapso de un año. Entendemos que el interés es enfatizar en las conexiones que se construyen al agrupar a distintas voces poéticas de Iberoamérica, en un solo tejido subyacente que pone en tensión los discursos y el sentido mismo de la literatura, propiciando una lectura más amplia y rica, además de generar una aproximación a la diversidad y brillantez de la poética contemporánea realizada en nuestro idioma. Es sutil, pero constituye un acto de subversión a las prácticas editoriales convencionales, que prefieren dar visibilidad individual a cada

78


colección ejemplar, con lo que el concepto de colección queda relegado a un sentido más funcional de clasificación genérica, restando posibilidad a una propuesta de universo discursivo ampliado, que es lo que promueve Alfabeto del Mundo. Lo hecho por Editorial La Castalia y Ediciones de La Línea Imaginaria resulta apabullante, desmedido y hermoso, tanto por la insubordinación a los usos y costumbres de la gestión cultural habitual, como por la trascendencia y la valía de los textos que nos ofrecen. Si entendemos que la buena literatura no necesita de la dimensión pública, se repliega en sus propios territorios, en su vitalidad, en el encuentro casual que es su verdadera libertad, pero que para discernirla en medio del bullicio digital y de la descomunal producción que inunda las librerías, que en su mayoría es tibia, intrascendente o mala, colegimos que es imperioso contar con lectores responsables y editores inteligentes, que a través de sus recomendaciones puedan alumbrar los caminos y hacer más fácil el encuentro con obras que trasciendan a los contextos infames y perduren como herida en nuestra imaginación, en nuestra conciencia o en los actos de nuestra vida. Esta parece ser la motivación mayor de los curadores de esta estupenda selección de títulos, José Gregorio Vásquez, Aleyda Quevedo y Edwin Madrid, quienes ofrecen con una generosidad encomiable lo que consideran es poesía digna y resplandeciente. No creo que exista acto de amor más grande que este: recomendar un buen libro.

Es notable, además, la búsqueda de la totalidad en la concepción de este proyecto, no es casual el haber elegido como nombre para esta colección: Alfabeto del Mundo, que rinde homenaje al libro homónimo del poeta y ensayista venezolano Eugenio Montejo. Pero que además encaja bien con la pretensión titánica de este ejercicio editorial de mostrarlo todo de una sola vez, un universo poético complejo, enorme y vastísimo. Para el filósofo austriaco Ludwing Wittgenstein, el lenguaje define los horizontes de nuestro universo, lo que no se encuentra nombrado no existe, por tanto, la capacidad expresiva que poseemos determina las fronteras de nuestro conocimiento. La comprensión del mundo está atravesada por el dominio y entendimiento de los sistemas lingüísticos, y por la destreza para conjugar los distintos signos que conforman los alfabetos humanos. Esta idea no es nueva, los antiguos cabalistas hebreos so-

lían utilizar una máxima para enfatizar el poder que tienen las palabras. Incluso, en las consideraciones más clásicas del cristianismo y del judaísmo, el Verbo creador es Dios. La máxima a la que hago referencia, y que explica la capacidad del lenguaje para delimitar las fronteras de nuestra existencia es: ‘Todo está contenido del Aleph al Tau’. Lo que quiere decir que el mundo y sus posibilidades temporales, sus contingencias y sus espurias victorias y felicidades caben de la A a la Z y del Alfa al Omega. El alfabeto viene a ser la puerta de entrada a la comprensión universal, por eso en el mítico cuento de Borges, El Aleph, esa pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor, cuyo diámetro sería de dos o tres centímetros, pero que constituye el espacio cósmico sin disminución de tamaño, recibe el nombre de la primera letra del alfabeto hebreo; simbólicamente Borges nos dice que el lenguaje es el único 79


Una iniciativa original y extraña, que deslumbra; en primer lugar, por apostar por literatura de libre acceso y de excelente calidad, pues los veintidós libros que por ahora conforman este muestrario, se distribuyen de manera digital y gratuita en las páginas de ambas editoriales.

vehículo para aprehender al universo, sería el espacio improbable y privilegiado desde donde podemos acceder a todos los actos y a todos los tiempos que conviven, de forma transparente y sin superposición. Alfabeto del Mundo es la apuesta consciente por hacer visible ese universo poético, de momento. Son veintidós libros para aporrear la crisis, para soportar los embates de la tragedia. O al menos lo han sido para mí, esto sin idealizar a la literatura, tampoco colocarla como un medio privilegiado de evasión. Leer ha sido la única vía posible para conectar con la voz humana y con su elusivo espíritu; en medio del distanciamiento y de las lejanías, de los olvidos que se van acumulando y de los atroces actos de los ignominiosos, leer se convierte en un acto de resistencia, de enojo, de sobrevivencia, para no perder la conexión con la humanidad. La poesía es distinta a la narrativa, su sinceridad e incluso la 80

transparencia son indispensables para que funcione, para que no se sienta como una imposición, como una lucha tonta; el ejercicio poético tiene que ver con esa capacidad de extraer la esencia a las carcasas, a los cuerpos, a las piedras, como una prensa potente que solo saca el jugo básico, lo indispensable y desecha el resto, prescinde de lo que es denso y pesado, apuesta por lo sustancial. Esto queda patente en esta preciosa colección, tan extensa y profunda pero a la vez esencial, que lega una variedad de registros casi inagotable. En esta experiencia diáfana y confrontadora, transparente y humana, encontramos títulos como golpes, versos que reverberan. Refiero unos pocos, aunque todos los libros elegidos tienen calidad uniforme y extraordinaria. Con la poesía de Samuel Vásquez podemos deambular mirando de cara al cielo, preguntándonos por Dios, increpando en un justo odio, el odio que muchas veces he sentido durante este año, en su voz intrincada y solitaria uno se desgañita la garganta y a veces termina compadeciendo la levedad humana. En mi lectura de Ana Lafferranderie encuentro el amor, como un fragmento mínimo, un juguete de hace milenios, de una infancia extraviada, ese bracito que le faltaba a la muñeca, ese casual descubrimiento de lo mínimo que a la vez es tremendamente expresivo. Ayer tenía prendidos estos versos de uno de sus poemas, estaban clavados en mi cabeza acompañando mi ánimo cetrino. Es de lo que hablo, poesía que pervive:


Nacer de nuevo, nacer de otra energía descanso que se sueña con los ojos abiertos, con la mira en un punto imposible. Es la idea de hoy, en un rato se cae en dos días se olvida. Se olvida esta puntual forma del miedo. Miedo que se reconoce al cerrar puertas, se nombra en lenguaje de señas, se alisa en las hojas

En la poesía de Aleyda Quevedo vemos de forma directa el océano y su marina feminidad, pero eso solo a simple vista, en el buceo profundo entendemos un rigor absoluto, una postura de vida que parece inquebrantable, un culto prolijo a la palabra, que provoca envidia y también una profunda reverencia, cariño por la poesía y cariño por las potencias de la existencia. El muestrario es lúcido y a veces nos vaticina tragedias, hay concreción y también soltura, comedimiento con el lenguaje, párrafos largos y versos breves y demoledores. Es increíble encontrar en esta colección nombres tan potentes como el de Curbelo, Courtoisie o Cerón, y libros tan bellos como el de Mayra Santos Febres, y de tantos otros nombres a los que hoy solo puedo rendir admiración. Por esto mi gratitud enorme al trabajo editorial realizado al concebir este sueño, eso y mi defensa absoluta a este ejercicio arriesgado que es un acto de valentía y de verdadero amor.

Escritor y Comunicador

Social. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit (2018). Publicó en

narrativa Habitaciones

con música de fondo, y los

libros infantiles La puerta

Azul (2013) y Las asombrosas

hazañas de Pedro Mayo (2013).

Alexis Zaldumbide Quito, Ecuador, 1982

Varios relatos suyos han sido publicados en revistas de Ecuador.

Pórtico de entrada al Alfabeto del Mundo El proyecto editorial digital de poesía hispanoamericana Alfabeto

del Mundo, creado por las editoriales independientes Ediciones de la Línea Imaginaria de Quito, Ecuador, y La Castalia de Mérida,

Venezuela, cuenta en su catálogo con 22 libros para descarga sin

costo; 22 destacadas voces de América Latina, El Caribe y España, y

pueden descargarse de modo sencillo de dos hermosas páginas web,

donde fotografías de diez prestigiosos fotógrafos de diversos lugares de América, se dan la mano con una curaduría de alta calidad que nos permite acercar a poetas esenciales de la poesía actual: Rafael

Cadenas, Reina María Rodríguez, Juan Calzadilla, Mayra Santos Febres, Rafael Courtoisie, Rocío Cerón, Luis García Montero, Ana Becciú, Samuel Vásquez, Lucía Estrada, Mario Pera, Ana Lafferranderie,

Ernesto Román, Claudia Berrueto, Jesús David Curbelo, Hernán Bravo Varela, Aleyda Quevedo Rojas, Juan Carlos Astudillo, entre otras

voces fundamentales. Se anuncian siete nuevos libros digitales para

septiembre de 2021 y seis libros más para cerrar, en diciembre, el primer

año de este potente esfuerzo editorial independiente, que está inspirado en el amor a la poesía y el fomento a la lectura, así como en la difusión de la mejor poesía escrita en castellano. Las dos editoriales anuncian, además, dos nuevas colecciones: Homenajes, para publicar libros de poetas fallecidos, y que en su primera entrega nos ofrenda el libro X

(Vidas y Milagros) del poeta ecuatoriano Paco Benavides (1964-2003);

y otra hermosa colección dedicada a las traducciones, que en su primer volumen presenta el poemario Tierra Roja de la escritora de Costa de

Marfil-París, Véronique Tadjó, en traducción del francés del destacado poeta y traductor argentino, Leandro Calle.

Para descargar los libros los invitamos a navegar por las páginas: http://lacastalia.com.ve/ https://edicionesdelalineaimaginaria.com/

81


Centenario de Plutarco Naranjo Franklin Barriga López

Dr. Plutarco Naranjo Vargas, Angeloni Tapia Montenegro, Sala de Directores de la ANH

E 82

ste eminente ecuatoriano nació en Ambato, el 18 de junio de 1921 y falleció en Quito, el 27 de abril de 2012. Se graduó de Doctor en Medicina en la Universidad Central del Ecuador, en 1949. Efectuó estudios de postgrado en la Universidad de UTAH, Estados Unidos.

Con bien merecido prestigio en el ejercicio de su profesión, fue director del Instituto de Ciencias Naturales y del Centro de Biología, en la Universidad Central, así como catedrático de los cursos de postgrado, además de profesor en la Universidad Andina Simón Bolívar y en la Universidad Politécnica Equinoccial. Director General de los Servicios Médicos del Seguro Social Ecuatoriano, Ministro de Salud Pública, Presidente del Comité Ejecutivo de la Organización Panamericana de la Salud, Presidente de la XIII Reunión de Ministros de Salud del Área Andina y Presidente de la XLIII Asamblea Mundial de la Salud, Presidente de la Academia Ecuatoriana de la Medicina y de la Asociación Latinoamericana de Academias de Medicina, Miembro de Número de la Academia de Medicina de Chile y de las Academias de Ciencias de Nueva York, Vicepresidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Dr. Honoris Causa de la Universidad Alfredo Pérez Guerrero, Doctor Honoris Causa y Profesor Emérito de la Universidad Andina Simón Bolívar, además de Miembro Honorario de otras sociedades científicas. Embajador ante la Unión Soviética y Concurrente ante la República Popular de Polonia y República Popular de Alemania, Miembro de la Junta Consultiva del Ministerio de Relaciones Exteriores, Premio Universidad Central en cuatro ocasiones, por sus obras de investigación científica; Condecoración Pluma de Oro de la I. Municipalidad de Ambato, Condecoración del Gobierno de Italia y del Gobierno de Rumania, Premio Nacional de Ciencias


centenario (1976), Premio Tobar (Municipio de Quito (1977), Condecoración al Mérito Nacional de Salud, Condecoración Daniel Carrión del Gobierno del Perú, Premio Interamericano de Salud Pública ‘Abraham Horwitz’, Condecoración Al Mérito Gran Cruz (Convenio Andino Hipólito Unanue), condecorado como Héroe de la Salud Pública por OPS/OMS (2001), Condecoración Eugenio Espejo del Concejo Metropolitano de Quito por sus relevantes contribuciones a la Historia (2005). Conferenciante en universidades latinoamericanas, norteamericanas y europeas. Relator y participante en numerosos congresos internacionales. Si bien su lengua materna fue el castellano, hablaba fluidamente inglés, al igual que el italiano, leía y traducía el francés y el portugués. Treinta y siete libros de su autoría configuran su biobibliografía y opúsculos literarios e históricos (como único autor) y también como coautor de 98 libros y folletos médicos y científicos en general, de 29 publicaciones literarias e históricas en revistas, de 298 artículos médicos y científicos en general; de centenares de artículos de opinión publicados en los diarios El Comercio y Últimas Noticias (Quito) y El Universo (Guayaquil). Afirmaba que la ciencia y las letras se complementan, cual el caso, en el siglo XVIII, de Eugenio Espejo, al que admiró como científico y escritor; también su propio caso lo demuestra. Autoridad mundial en materia de alergología, producto de muchos años de estudiar la flora del Ecuador y, en particular, aquella que por ciertas características podían estar relacionadas con in-

fecciones alérgicas. Uno de los aspectos que dedicó bastante atención y trabajos fue a la relación entre clima y altitud y afecciones alérgicas, en particular el asma y la rinitis, habiendo establecido que existen ‘zonas asmógenas’, que corresponden, esencialmente, a las húmedas de la Costa y de la Amazonia y algunas pequeñas de la Región Interandina. Ya sea como funcionario de algunas instituciones o en forma particular, contribuyó a formar especialistas. Organizador de la Asociación Ecuatoriana de Alergología e Inmunología, de la cual fue su primer presidente. Contribuyó activamente a la organización de la Sociedad Latinoamericana de Alergia; fue uno de sus presidentes y vicepresidentes de la Sociedad Internacional (Mundial). Introdujo la enseñanza de la Farmacología en las universidades ecuatorianas, reemplazando a la antigua asignatura de ‘Terapéutica’, pues el descubrimiento de antibióticos y el comienzo de la era de síntesis química, cambió radicalmente el antiguo ‘arte de recetar’ y surgió la nueva disciplina de la Farmacología. Esto y mucho más es posible argumentar en lo que respecta a su excelente contribución a la ciencia. Por muchos años, dedicó atención al estudio de plantas medicinales, recogió material para este tema y realizó publicaciones. Elaboró varios trabajos de investigación en torno a las plantas psicotrópicas, en especial de aquellas que producen efectos alucinantes, entre ellas shanshi, guantug, tagshi y, sobre todo, ayahuasca. Igualmente, merecen especial mención sus investigaciones en la Historia de la Medicina,

singularmente en lo que atañe a nuestras culturas anteriores a la época de los incas. Recibió, en 1986, el máximo galardón ecuatoriano, el Premio Nacional Eugenio Espejo en Ciencias. A su coterráneo, el gran escritor Juan Montalvo, a quien admiró, lo estudió profundamente: recopilador en su más amplia bibliografía, en dos volúmenes, cuya segunda edición se llevó a cabo en Cajica, de México. En esta misma editorial consiguió que se publiquen, por primera vez, las Obras Completas del ambateño cosmopolita. Autor, además, de los Escritos de Montalvo, una Antología de selección bien hecha publicada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2004. Incursionó, de igual manera, en la biografía; publicó algunos trabajos, entre los que destacan los concernientes a Manuel J. Calle, Alejandro de Humboldt, Eugenio de Santa Cruz y Espejo, Pablo Arturo Suárez y varios precursores de la medicina latinoamericana. Fue una de las máximas autoridades en nutrición; sus artículos, orientadores y buscados en la prensa: un acopio de ellos se hizo en la obra Saber alimentarse, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador y la Corporación Editora Nacional, Quito, 2007. Plutarco Naranjo Vargas, quien fue director de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, entre 1999 y 2001, dejó en esta prestigiosa y pluralista entidad una huella de caballerosidad y sapiencia. Su retrato, pintado al óleo por el maestro Angeloni Tapia, reposa en el Salón de Directores de la centenaria y docta entidad. 83


UN HEROINÓMANO DE NUESTRAS LETRAS:

Gustavo Salazar Calle José María Sanz Acera El pasado mes de mayo vio la luz la primera entrega —Sófocles— de las Obras escogidas del P. Aurelio Espinosa Pólit, en edición a cargo de Gustavo Salazar, miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua e investigador infatigable de la literatura, las artes y la historia ecuatorianas. 

H

ace muchos años, de estudiante, conocí a Pere (Pedro, en catalán), un muchacho de Castellón apasionado como yo por la Antigüedad hasta el delirio: juntos, por ejemplo, robamos un día, y lo descolgamos por una ventana de la solemne biblioteca de Clásicas de la alma mater salmantina (un tercer piso), ¡el enorme busto en escayola de Homero que la presidía! Lo tuvimos en mi casa un par de semanas, mientras se organizaba un buen alboroto en toda la facultad de Filología… y luego lo devolvimos y nadie nos pilló, afortunadamente. Pere —cuya presencia en la escena del delito habría podido recordar cualquiera, pues el muy necio se había teñido la cabeza entera de rubio restallante dos días antes, como Tintín— siempre consideró nuestra arriesgada performance como una obra de arte1. 1 Poco después de tener lista esta presentación del Sófocles del P. Aurelio me topé, con gran regocijo, con estas líneas referentes a nuestra estrambótica aventura: «Las paredes [de la biblioteca de Clásicas en el Palacio de Anaya] estaban cubiertas de estanterías; de hecho, las había también en el espacio intermedio: un par de ellas, bajas, que colocadas perpendicularmente servían para “separar ambientes”; había otra, alta, que, enfrentada a la que recorría la pared opuesta a las ventanas que dan a la c/ Palominos, formaba un pasillo. En la parte central de este pasillo, en la que ocupaba la pared, estaba colocado el famoso busto de Homero […]. Este busto fue protagonista de una rocambolesca historia allá por el año 88, cuando desapareció una temporada, secuestrado por personas anónimas que lo mantuvieron como rehén hasta que los profesores adoptaran ciertas sugerencias sobre los métodos de enseñanza. Finalmente los secuestradores atendieron a razones (dice Rosario Cortés que hubo un intercambio de mensajes en el tablón de anuncios de la entrada al Seminario, junto al ascensor, aunque yo no lo recuerdo) y el busto fue devuelto, depositado en Conserjería en una bolsa de deportes —dicen— junto con una carta (por cierto, ¿alguien sabe qué fue de esa carta?)» (Susana González Marín, «Los libros del Seminario de Clásicas de Salamanca», en el blog Notae Tironianae. La actualidad del mundo clásico [«blog colectivo de alumnos y profesores del Departamento de Filología Clásica e Indoeuropeo de la Universidad de Salamanca»], 2 de diciembre de 2019, https://tironiana. wordpress.com/2019/12/02/los-libros-del-seminario-de-clasicas-de-

84


anaquel Otro día los mijines nos presentamos en su casa y él nos propuso leernos sus poemas, pues, naturalmente, era poeta. Nos explicó —estábamos en los ochenta— que el suprimir los signos de puntuación, y hasta conjunciones y preposiciones en poesía, estaba ya muy démodé y olía a cementerio; él, en cambio, a sus obras inmortales había logrado darles una vuelta de tuerca más, que consistía en dejar intactos los conectores y suprimir los versalamanca/). En realidad, con nuestro secuestro del Vate Ciego, Pere y yo nunca nos planteamos —más que como diletantismo pseudopolítico de juventud— «que los profesores adoptaran ciertas sugerencias sobre los métodos de enseñanza»; sólo queríamos divertirnos. Sí hubo un intercambio de mensajes durante el secuestro, si bien este no se produjo «en el tablón de anuncios de la entrada al Seminario», sino mediante una triste hoja pegada a una de las cuatro enormes columnas de acceso al Palacio de Anaya; no sé qué tonterías decíamos en ella, y fue la profesora Ana Agud Aparicio la que, indignada, se rebajó a respondernos, calificándonos en ese papel, muy acertadamente —aunque con otras palabras más elegantes—, de mentecatos. Homero sí volvió a su Ítaca en una bolsa de deportes, aunque evitando en esa segunda ocasión la presencia de Pere —pues nuevamente, con su flamante pelo rubio, le hubiera podido identificar cualquiera—: lo devolvimos yo mismo y una amiga que no nombraré, quien también nos ayudó en el momento del robo; puede ser, por último, que dejáramos una carta junto al busto cuando lo devolvimos, pero soy incapaz de recordar qué clase de majaderías falsamente reivindicativas decíamos en ella.

bos, sustantivos y adjetivos. Con un poco de guasa por semejante ocurrencia, le pedimos que nos hiciese su lectura poética subido a la mesa, mientras nosotros nos arrellanábamos en el sofá; y él, sin pizca de petulancia —le recuerdo con todo cariño precisamente por eso, porque, aunque estaba medio trastornado, era una persona humilde y bondadosa—, se subió y comenzó a declamar. Su poesía consistía en silencios que envolvían monosílabos, como «tras…, ras…, con…, por…», y él nos la 85


Él quería crear cultura, y su mérito estaba en que, en eso, él se apartaba ya de la generalidad de los vivientes de nuestro tiempo, que, sencillamente, viven de espaldas a cualquier atisbo de arte y de cultura, huérfanos de toda educación humanística y atentos sólo a las diversas pantallas con las que el poder quiere neutralizarnos —la de la tele, la de Google, la del Face— y a los escaparates de los centros comerciales. leía con verdadera unción, como se admira una iglesia románica o un cuadro de Velázquez. Creía verdaderamente que sus suspirillos con letras eran arte. Algún tiempo después se fue a estudiar a Alemania, en donde, por fortuna, un compaisano asistió a una... llamémosla representación que anunció en el barrio y dispuso en su casa. Asistieron nuestro amigo común, mitad por curiosidad y mitad por cortesía, y otros diez o doce sesudos estudiantes berlineses. El acto se desarrolló así: Pere recibió a todos en la puerta, con exacta puntualidad tudesca, y los fue guiando por las habitaciones, en cuyas paredes había ora un cuadro, ora un poema en su extraña neolengua, ora dos ollas que representaban a Orfeo y Eurídice… Él iba describiéndolo todo en un alemán supongo que rudimentario y 86

pintoresco, y mi amigo-testigo, según me dijo, no sabía dónde meterse; Pere, en cambio, estaba perfectamente en su salsa. Llegados a la última habitación, en la que había dispuesto una tina de plástico con agua, se sentó, se descalzó, se remangó los pantalones, tomó el jabón… y se puso a lavarse los pies, como si recién hubiese acabado de desherbar la chacra. Mientras tanto, los alemanes y él conversaban sobre la exposición y sobre el significado de los objetos y dibujos que más les habían llamado la atención a lo largo del recorrido: todos ellos eran arte, y el mismo rato pasado, con su estrambote final, era también arte. Aquella decena de centroeuropeos se despidieron a continuación haciéndose lenguas de la creatividad de aquel meridional con alma de Mozart. Comparto con ustedes estos recuerdos para suscitarles evocación y reflexión: aquellas inefables gansadas de mi amigo, ¿fueron arte?; ¿eran cultura?; ¿acaso «contracultura»?; ¿trataban de oponerse a la «cultura dominante» ridiculizándola o dándole la vuelta?; ¿rompían esquemas?; ¿soporta el arte esquemas? Ya he dicho que aquel muchacho era humilde y bueno, y que creía en cuanto creaba. Él quería crear cultura, y su mérito estaba en que, en eso, él se apartaba ya de la generalidad de los vivientes de nuestro tiempo, que, sencillamente, viven de espaldas a cualquier atisbo de arte y de cultura, huérfanos de toda educación humanística y atentos sólo a las diversas pantallas con las que el poder quiere neutralizarnos —la de la tele, la de Google, la del Face— y a los es-


caparates de los centros comerciales. Mi amigo Pere era, muy exactamente, un vocacionado de mejorar la vida de las personas mediante el arte, la expresión y la palabra libres. Bien. Eso es también, y no otra cosa, Gustavo Salazar Calle, cuya edición del primer volumen en dos tomos —de Sófocles— de las Obras escogidas, del P. Aurelio Espinosa Pólit, tengo delante. Es tan humilde como aquel amigo mío y vive a fondo como él — con entusiasmo, como decían los griegos, como «abstraído por un dios»— una verdadera vocación, sólo que diferente a la de aquel guambrito cuyas andanzas he querido recordar ante ustedes. ¿Cuál es la vocación de Gustavo Salazar? La de difusor de nuestra cultura ecuatoriana, de los escritores y artistas que han modelado el perfil cultural de nuestra patria. Él es el hombre de Benjamín Carrión, de Pablo Palacio, de la gran Emilia Ribadeneira… y hoy de aquel filólogo señero que fue el P. Aurelio Espinosa Pólit, otro héroe solitario de su propia vocación. Don Gustavo ha hecho lo que ha hecho, sencillamente, porque no podía hacer otra cosa, porque su destino, su llamada, su camino vital, están marcados en él a fuego por el «dedo de Dios»: «Digitus Dei est hic» (Éx 8, 15; cf. Lc 11, 20). Don Gustavo no tiene títulos académicos —ni falta que le hacen para ser un sabio— porque, como suele decir cuando se lo preguntan, «llegué a matricularme, pero los estudios no me dejaban tiempo para leer, así que los dejé enseguida»: no quería que nada le distrajera de su vocación. Esta consiste, ya lo indiqué, en poner en valor, en hacer visibles

para que calen en nuestra gente los más variados aspectos de la cultura iberoamericana y nacional. Lo suyo no es «abrir caminos», como aquel iluminado pana de mi tardoadolescencia, sino desbrozar las trochas ya trazadas por otros, por los grandes, y hacerlas transitables para el estudiante, para el lector común y para la siguiente generación de soñadores. Por desgracia, no tendrá éxito, porque contra las pantallas y Google al servicio de la dominación de masas los eruditos como él, me temo, van a pasar a ser, son ya, minoritarios, meramente testimoniales. No importa; una vocación como la suya, de servicio público tan humilde y tan incomprendido, se impone a todo. Por eso, él sigue; porque una verdadera vocación es como el cariño acrítico de una madre o como el amor incondicional hasta del perrillo más humilde, que no declinan nunca. Hay que compadecer a don Gustavo porque es un adicto, un heroinómano de la cultura del Ecuador, y nunca podrá ser otra cosa. Disculpen que me haya extendido hablando del heroísmo solitario: es porque, como castellano viejo, yo soy un hijo de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, y reconozco la fidelidad cuando la veo. Transeamus nunc ad paginam. 

Son veinte ya, escoltados por una cincuentena de artículos especializados, los libros dados a la estampa por Gustavo Salazar. El actual está dedicado al P. Aurelio Espinosa Pólit, de cuya altura intelectual ha hecho —en su prólogo a los Ensayos literarios de Gon87


Escribe ahí don Gustavo que el P. Aurelio fue «gran traductor al español de Sófocles y Virgilio, bibliógrafo, riguroso investigador de aspectos de la historia y la cultura ecuatorianas y además el más importante compilador del patrimonio bibliográfico ecuatoriano». Es decir, que nos hallamos ante un verdadero humanista merecedor del más alto reconocimiento por parte del pueblo ecuatoriano, en favor del cual, declaradamente, él hizo cuanto hizo. zalo Zaldumbide, no hace mucho publicados— el mismo Gustavo Salazar un elogio tan justo y bien balanceado que nos basta con citarlo para pasar directamente a meditar sobre la obra objeto de este encuentro. Escribe ahí don Gustavo que el P. Aurelio fue «gran traductor al español de Sófocles y Virgilio, bibliógrafo, riguroso investigador de aspectos de la historia y la cultura ecuatorianas y además el más importante compilador del patrimonio bibliográfico ecuatoriano»2. Es decir, que nos 2 Gonzalo Zaldumbide, Ensayos literarios, Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, Secretaría de Cultura, Centro Cultural Benjamín Carrión (Estudios Literarios y Culturales, n.° 9; edición y prólogo de

88

hallamos ante un verdadero humanista merecedor del más alto reconocimiento por parte del pueblo ecuatoriano, en favor del cual, declaradamente, él hizo cuanto hizo. Atiendan: de cara a este prurito de reconocimiento nacional, estos dos tomos, primeros de la serie de las Obras escogidas del P. Aurelio, podrían ser el aguijón. Pero, ¿por qué Sófocles?; y sobre todo, ¿por qué Sófocles para el P. Aurelio hace más de medio siglo igual que para nosotros hoy? Porque es un clásico, y «clásico —en la conocida definición de Juan Ramón Jiménez3— es, únicamente, vivo»; o bien, como lo explicita nuestro Gustavo en el prólogo a Zaldumbide anteriormente citado, porque «las obras que son clásicas son atemporales, ya que implican un universo que tuvo que ver con la época en la que fueron creadas pero mantienen una vigencia permanente; caso contrario, cada época tendría que inventarse sus propios autores clásicos que queden para cada generación»4. Es decir, que al acometer la reedición de El teatro de Sófocles en verso castellano del P. Aurelio Gustavo Salazar no está haciendo arqueología, no está sacando del tenebroso arcano del pasado una obra curiosa, delectación de pedantes, sino que está ofreciendo al lector ecuatoriano Gustavo Salazar Calle), Quito 2019, p. 11. 3 Juan Ramón Jiménez, Segunda antolojía poética (1898-1918), en «Notas. 1: al prólogo y a la dedicatoria de este libro, 6», Espasa-Calpe (Colección Austral, n.° A-243), Madrid 71991 [= 1976], p. 347. 4 Gonzalo Zaldumbide, Ensayos literarios, p. 12.


una obra digna de ser leída hoy y siempre, por «viva» y «atemporal». Dicho de otro modo: esta traducción —los versos en español del P. Aurelio— es un clásico que traduce a otro clásico —los versos griegos de Sófocles—, y en esta categoría que me atrevo a llamar de las «traducciones cimeras de los clásicos» le acompañan a este Sófocles el Virgilio y el Horacio del mismo jesuita quiteño —que vendrán inmediatamente a continuación en estas Obras escogidas—, tres hitos de nuestras letras que solamente pueden parangonarse con la Ilíada y la Odisea magistral y también «atemporalmente» traducidas, hace ya un siglo, por otro ilustre filólogo de nuestra lengua, mi paisano Luis Segalá y Estalella. Insisto en esto, lo desbrozo más. Tomemos a un lector que no sabe latín ni griego pero quiere acceder a lo más granado del quehacer literario, a los clásicos en su sentido más profundo: si este cohabitante nuestro de la lengua española dedica un año, dos, de su vida a una lectura atenta, morosa, empática de estos cinco volúmenes —la Ilíada y la Odisea de Segalá más el Sófocles, el Virgilio y el Horacio del P. Aurelio—, no sólo habrá dado un paso de gigante en su conocimiento práctico y en la percepción de la belleza de nuestra lengua castellana, sino que, por encima de todo, su vida será mejor, más plena, más «viva»: estas cinco lecturas le habrán capacitado para leer, a continuación, cualquier cosa, pero con un criterio seguro de lo que es verdaderamente clásico, es decir, de lo que es capaz el término exacto, el ritmo perfecto, el lirismo y la emoción en su justa

medida. Mejor «maestría en Literatura» que esta, a mi entender, no puede haberla. Dicho lo cual, me apresuro a reconocer que muchos de los que me escuchan me contradirán, me acusarán de dogmático y me hablarán de Cervantes, de Shakespeare, no sé, de pelmas hiperestésicos inmisericordes tipo Proust o del insufrible lenguaje klingon de un James Joyce… Bueno, pues «si dicen, que dizan, que más dijon de Cristo», que es como se cierra benévolamente un argumento en mi tierra… Yo, a aquel quinteto de clásicos incontestables, sólo les añadiría, como epígono, los versos franceses de Jean Racine, mi gran amor de juventud —«uxor adulescentiae» (Mal 2, 14-15; cf. Sir 15, 2 y Sab 8, 2)— junto al que espero morir; pero es que los versos de Racine sólo los pude comprender de verdad tras haberme dedicado antes plenamente a aquellos otros cinco5. 5 Comparte esta convicción mía el propio P. Aurelio, quien en «Bello latinista», su clarividente y extenso prólogo a la Gramática latina del gran polígrafo venezolano del s. XIX, la expresa así: «Juzgo [...] imposible que ningún lector de lengua española que no pueda leer originales franceses llegue jamás a formarse idea del excelso valor del teatro de Racine. No hay una sola traducción capaz de dar una vislumbre siquiera de la delicadeza y suavidad exquisita de sus versos; para hacerla haría falta un afinamiento filológico y estilístico que [...] difícilmente se adquiere sino por el largo, menudo y exigente aprendizaje literario que imponen los estudios clásicos» (Andrés Bello, Gramática latina y escritos complementarios, Ministerio de Educación (Obras Completas de Andrés Bello, vol. VIII; prólogo y

89


Ambos, desde dos trincheras distintas de la misma batalla, son dos hombres tocados por el «dedo de Dios», dos soñadores intoxicados por una y la misma vocación: la de servir; la del servicio gratuito, por puro amor, al Ecuador y a su cultura.

En todo caso, estimados amigos, más allá de toda escaramuza estéril sobre gustos literarios, no va a ocurrírsenos ahora que Sófocles necesite de largas apologías; y tampoco voy a extenderme defendiendo la excelencia de la traducción de las siete tragedias en que con tanta exactitud poética, con tanta belleza castellana, lo vertió a nuestra lengua el P. Aurelio. A mi entender, dichas exactitud y belleza logró conferírselas por una larga y constante familiaridad con el texto griego, que durante largos años desentrañó, tradujo, interpretó en unión con sus alumnos en prolongados períodos de docencia. Todas las traducciones aurelianas, de hecho, pero muy particularmente las que realizó a partir de las dos lenguas clásicas por antonomasia de nuestra cultura, son, por decirlo así, el precipitado final de un largo proceso: primero estaba la lectura en griego o en latín, con sus discípulos; a continuación la interpretación, el análisis filológico y estilístico también en clase, que comportaba la captación de los matices y la elección del término castellano exacto; viene después, tras esa puesta en común en pie de igualdad con los alumnos, la prelección o comentario personal por escrito ya fuera del aula —Aurelio puro frente a sí mismo desde el texto—, de la que es un ejemplo paradigmático la de Antígona, que figurará en un volumen posterior de estas Obras escogidas; y solamente al final la traducción, incesantemente retocada, como aquella «plata limpia de ganga, refinada siete notas de Aurelio Espinosa Pólit), Caracas 1958, pp. XXXVIIIXXXIX).

90

veces // argentum igne examinatum, separatum a terra, purgatum septuplum» que el salmista (Sal 12 [Vg 11], 7) nos ofrece como ejemplo de pureza. Pues eso, la «plata» de las siete tragedias vertida en joya española, es el meollo de lo que van ustedes a encontrar en estas páginas que, incomprensiblemente, han tenido que esperar más de dos generaciones —exactamente 62 años desde la edición ecuatoriana6 y 61 desde la mexicana7— para afrontar los tórculos de nuevo. Por lo demás, este viejo-nuevo Sófocles de don Gustavo contiene más riquezas, no lo duden, pero las han de descubrir ustedes mismos. 

Es hora de terminar, y lo hago, señoras y señores, como empecé: con un alegato en favor de «la utilidad de lo inútil», que es el título, certero como un dardo, del libro imprescindible —aunque completamente inútil, claro está— que publicó en 2013 el estudioso de la cultura del Renacimiento Nuccio Ordine. En esta obra, que su autor llamó «manifiesto», este profesor italiano quiso —afirma— «poner en el centro de mis reflexiones la idea de utilidad de aquellos saberes cuyo 6 Aurelio Espinosa Pólit, El teatro de Sófocles en verso castellano. Las siete tragedias y los 1129 fragmentos, La Prensa Católica (Publicaciones de la Academia Ecuatoriana de la Lengua), Quito 1959. 7 Aurelio Espinosa Pólit, El teatro de Sófocles en verso castellano. Las siete tragedias y los 1129 fragmentos, Jus (Clásicos Universales Jus, n.° 2), Ciudad de México 1960.


valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista»8. Y lo explicita de este modo, con palabras que, por sí solas, valen más que todo cuanto yo haya podido decir de bueno sobre Gustavo Salazar y esta su última obra por ahora, el Sófocles que acabo de tener el honor de presentar: «Si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida. Y en ese momento, cuando la desertificación del espíritu nos haya ya agostado, será en verdad difícil imaginar que el ignorante Homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad»9. Pues bien: a esa «utilidad de lo inútil», a esa su «fuerza generadora», su fecunda «gratuidad», ha dedicado su vida Gustavo Salazar, compilador de este volumen doble, igual que a esos mismos ideales —los representados ante todo por las litterae humaniores dentro del humanismo en su sentido más lato— consagró la suya el P. Aurelio Espinosa Pólit, coprotagonista, desde el cielo, de la velada de hoy. Ambos, desde dos trincheras distintas de la misma batalla, son dos hombres tocados por el «dedo de Dios», dos soñadores intoxicados por una 8 Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil. Manifiesto. Con un ensayo de Abraham Flexner, Acantilado, Barcelona 2013, p. 9. 9 Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil, p. 24.

y la misma vocación: la de servir; la del servicio gratuito, por puro amor, al Ecuador y a su cultura. Queridos amigos, que esta guerra de ambos, aunque seguramente perdida para la «inmensa mayoría», quede viva y dé fruto en quienes sí creemos —como

parece que dijo Fernando Pessoa en su Eróstrato— que «la literatura, como todo el arte, es la confesión de que la vida no basta». Quito, 15 de julio de 2021,

festividad de san Buenaventura, estudioso y

amante de una forma de belleza plurisecular

Nací en 1966 en la Hija de Yago; mi

patria espiritual es la Castilla Vieja. Siempre me he dedicado a cosas

inútiles pero valiosas. Vivo desde

2013 en el Ecuador, país al que me trasladé por amor a mi mujer, que es ecuatoriana. No me interesan

nada las banderas ni las etiquetas;

sí me interesan mi mujer y mis dos

hijos, Jesús de Nazaret y la filología

entendida como cultivo y amor de la

José María Sanz Acera

palabra bella y libre. Soy sacerdote católico, pero, como me he casado, ahora no puedo ejercer como tal; sueño con que, un día, sí podré. Fuera de eso, soy licenciado

en Filología Bíblica Trilingüe (Universidad Pontificia de

Salamanca, 1990), licenciado en Estudios Eclesiásticos-

Baccalaureatus in Theologia

(Universidad Pontificia Comillas, 2005) y magíster en Historia y

Culturas del Mediterráneo Antiguo (Universidad Abierta de Cataluña, UOC / Universidad Autónoma de Barcelona, UAB / Universidad de Alcalá de Henares, UAH, 2021).

Mis intereses y publicaciones previas

pueden consultarse en mi blog personal: www.syllabaincarmine.wordpress.com.

Correo electrónico: jose.sanz@yahoo.es.

91


Roque Dalton (1935 – 1975)

El compromiso con la poesía y la revolución hasta el f inal de sus días

Foto: Archivo www.eluniverso.com

Jorge Velasco Mackenzie (1949–2021) Escritor y catedrático, uno de los autores más reconocidos del país. Entre sus obras se encuentran: El rincón de los justos, La casa del fabulante, Río de sombras, Hallado en la grieta, La mejor edad para morir, Músicos y amaneceres y en las que una Guayaquil marginal es la principal protagonista. En 1976, fue parte del grupo literario Sicoseo. Ha sido traducido al inglés, italiano, francés y alemán. 92


in memoriam

Aeropuerto Jorge Velasco Mackenzie

A

lejandra con traje estilo sastre, con maletita de mano con iniciales, con pañolón de bolas blancas sujetándole el cabello, desde ahora rubio oxigenado, ríe, y mientras ríe habla del tiempo, del señor cónsul dándole la visa, del sucre al dólar, hasta que la llaman por los altavoces, señorita Alejandra Sánchez, favor acercarse a información, señorita Alejandra Sánchez y ella de golpe suspende la risa. Se suelta rápida del brazo del primo y camina entre el tumulto de gentes que hablan y maletas que se alzan. ¡Dios mío el peso!, dice entre dientes y apura el paso sin decir perdón, sin volver la cara para mirar a la madre hundida en ese cómodo sillón de cuero negro, inconsolable y vaciada de llanto, sin sentir al padre que camina junto a ella, vestido con ropa de domingo, luciendo fuerte, sobreponiéndose a la próxima partida. Todos están de pie, nadie falta, Alejandra tiene tiempo para mirarlos juntos cuando vuelve, el pasaporte y la vacunación en una mano, la otra suelta al viento, cumpliendo el acto de grabar con los dedos los nombres de todos los presentes, Elisa y Julia siempre juntas, el tío Francisco, mejor hubiera sido Europa, la abuela Rita que ha venido enferma, dulces para el avión hijita, tampoco falta el antiguo novio, el que la amó desde la escuela, Pablo y Luis los otros novios, pero hay que mirarlos a todos otra vez, alguien más puede llegar, el vuelo es a las diez y… salir de la ciudad es empezar a amar su música, Alejandra que se agitaba en las kermeses, con dificultad se aprendió el comienzo de un pasillo, ahora, hace una hora nada más lo canta, dejaaaposaaaaarmiiiis labios sobre tu piel de armiñooooo, dicen que la letra la escribió un poeta, y mientras la tararea los ojos se le ponen tristes, los tiene profundos y negros, pero se le ven extraños rodeados de esas sombras púrpuras y verdes. Madre no te preocupes dice a punto de llorar, todo irá bien y ensaya despacito las primeras palabras que dirá al descender «tacsiplis, manjatantri», y luego a celebrar la llegada, porque fue eso lo que le dijo Eugenia en su última carta, días de emociones darling y sin vender tu cuerpo, sin esfuerzo Oh mother. El tío Francisco ha llegado hasta ella, le toma un brazo y Alejandra tiene tiempo para mirar el reloj, oye la voz lejana del tío musitando las recomendaciones, entonces recuerda, tipo raro él, siempre rodeado de libros y hablando de la comunidad de ese Miller, su escritor favorito, pero nunca la voz del tío Francisco le ha parecido tan noble, tan suaves esos pedimentos que la mantienen sumergida pensando, hasta que oye un ruido fuerte, murmullos y al fin la voz ceremoniosa del altoparlante anunciando la llegada del jet. Cuando llegues sigue como si nada, no mires afuera, no llores, le había escrito Eugenia, ella fue quien le enseñó a vivir, le dio esos consejos 93


sabios, pide más, le decía, engorda y Alejandra que era huesos, empezó a tomar emulsiones, a subirse la falda, a beber whisky sin cara de náusea, los hombres deben ser ricos repetía, nada de engrupimientos, porque el amor no entraba en sus planes, Eugenia era la amiga sabia, la calmosa ninfa del diván que miraba a los hombres con aire de artista sueca… ¡Chica, estás linda!, le dice el novio titular que la mira tras sus grandes anteojos verdes, la mira verde de pelo y de sonrisa verde esperanza hasta la punta de los pies, de los zapatos zancos que la mantienen una cuarta arriba del piso y que ahora se mueven y hacen mover a Alejandra que lo besa en la pálida mejilla, adelantada a un regreso tal vez imposible. En la pared los círculos del reloj dan la hora en cien ciuda94

des distintas, París, Dakar, las diez, pero ¿serán las diez allá? ¿estará esperando Eugenia?, sin ella la vida hubiera vuelto a ser la de antes: levantarse, bañarse, irse, volver, comer, vivir asomada a la ventana de rejas, donde noche a noche llegaban a mirarla los hombres a prometerle cosas demasiado hermosas para que existieran. Alejandra lo olvida todo, adopta un aire como de ya estar de vuelta, suspirando se arregla la tira del sostén nuevo que la aprieta, mientras los altavoces vuelven a sonar: pasajeros del vuelo setecientos ocho con destino a Nueva York, sírvanse abordar el avión, y uno a uno los va abrazando a todos, hablando con una voz cortada, adiós Amílcar, adiós Luis, chicas adiós, escriban, con la mirada en la nada porque solo esa nada la asiste, frente al


padre que antes de abrazarla y bendecirla ya le ve cara de olvido, ante la madre que también se llama Alejandra, mandaré por ti mamá Alejandra, sin darse cuenta de que es la primera vez que le dice su nombre, el suyo y de ella, triste, tímida, temblando, dejándose tocar por ellos, por los amigos que la deseaban tanto, por la abuela Rita que es la que más llora, ahora que los altavoces hacen su último llamado en dos idiomas distintos. Camina lento dijo Eugenia, no mires atrás, detente en la mitad de la escalera, te tomarán la foto para el recuerdo ¡sí!, sonríe, pero bajo la luz del flash Alejandra no pudo distinguir a nadie, solo vio manos y pañuelos agitándose entre el humo caliente y el ruido de las turbinas. Adentro todo es azul, le tocó ventanilla como en todos sus viajes, favor ajustarse el cinturón, vamos a despegar dijo otra voz y la nave tomó pista, se movió lenta, corrió veloz y de pronto como de un salto, alzó el vuelo. Arriba Alejandra mira las luces de la ciudad, divisa clarísimo el reflejo del río y la canción le viene solita a los labios, dejaaaaposaaaaarmiiiis labios sobre tu piel de armiñooooo…, cómo sigue mierda, cómo sigue, y la ciudad se queda atrás, perdida definitivamente entre las luces y el sueño que Alejandra siente que viene, haciendo más pesados los párpados con la sombra púrpura, tan pesados como los siente Eugenia al levantarse, lavarse, irse, camino de la factoría en Nueva York cero nueve usa.

Madre no te preocupes dice a punto de llorar, todo irá bien y ensaya despacito las primeras palabras que dirá al descender «tacsiplis, manjatantri», y luego a celebrar la llegada, porque fue eso lo que le dijo Eugenia en su última carta, días de emociones darling y sin vender tu cuerpo, sin esfuerzo Oh mother.

Jorge Velasco Mackenzie (Guayaquil, 1949- Guayaquil 2021).

Obra:

Cuento: De vuelta al paraíso, 1975; Como gato en

tempestad, 1977; Músicos y amaneceres (Premio ‘José

de la Cuadra’), 1986; Clown y otros cuentos, Desde una

oscura vigilia, 1992 (Tercer Premio Concurso Nacional de Cuento ‘Ismael Pérez Pazmiño’; La mejor edad para morir (2006).

Novela: El rincón de los justos, 1983; Tambores para una

canción perdida (I Premio ‘Grupo de Guayaquil’ 1985), 1986; El ladrón de levita, 1990; En nombre de un amor

imaginario (I Premio IV Bienal Ecuatoriana de Novela, 1996), 1997; Río de sombras, 2003; Tatuaje de náufragos (Premio Ministerio de Cultura, 2009).

Poesía: Colectivo, 1981; Algunos tambores que suenan así, 1981.

Teatro: En esta casa de enfermos, 1983.

95


Juan Valdano Morejón (1939 - 2021) Escritor, historiador y catedrático. Ganó el Premio Joaquín Gallegos Lara en tres ocasiones: en 1998 por Anillos de serpiente (Novela), en 2002 por La celada (Cuento) y en 2009 por Juegos de Proteo (Cuento). En 2020 recibió el Premio Eugenio Espejo. Fue miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y miembro Correspondiente de la Real Academia Española. Su novela Mientras llega el día, fue adaptada al cine –en 2004– por Camilo Luzuriaga. 96


pensamiento

Procesos ideológicos de la literatura ecuatoriana: * Del siglo XVI al XXI Juan Valdano Morejón

L

a ideología la entiendo como un proceso colectivo de representación de la realidad, un sistema de ideas y creencias que conforman el pensamiento de una persona o una sociedad y que caracterizan a una época, un juicio de valor frente al presente, el pasado y el porvenir y no como una “falsa conciencia” en el sentido de la teoría marxista. La noción de ideología se acerca al concepto de cosmovisión (Weltanschauungen) propuesto por Wilhelm Dilthey y explicado como una manera de ver e interpretar el mundo. Esto significa que estamos frente a un conjunto de creencias que son distintivas de un período histórico, lo cual genera un estilo común de vida y unas convicciones a partir de las cuales esa colectividad interpreta la realidad y su propia existencia. Las ideologías tienden a conservar o a transformar el sistema social, económico y político existente. Los sujetos de las ideologías son las colectividades; no existe una ideología que pertenezca a una sola persona. Los grupos sociales se convierten en sujetos de la creación cultural. El escritor, como integrante de una clase social, refleja a través de su obra una ideología que se halla implícita en su percepción de la realidad, de tal forma que su obra llega a ser una expresión cultural no consciente de un modo particular de ver el mundo. Sobre este asunto me permito recuperar aquí las palabras que expuse a propósito de mi interpretación de Cumandá, la célebre novela de Juan León Mera. “La visión del mundo —dije entonces— es un concepto clave en el análisis sociológico de la literatura. A partir de ella podemos recuperar una explicación coherente y unitaria de la realidad, tal como

* Ensayo que corresponde el libro "Pensamiento Latinoamericano: de la duda a la creencia", editado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en su colección de Ensayos Antítesis, 2020.

97


una clase social la elaboró en un determinado momento de su evolución histórica. Lejos de ser una abstracción metafísica, la visión del mundo se manifiesta en hechos concretos que van desde el comportamiento (los partidos e ideologías políticas), a la elaboración de estructuras lógicas (los sistemas filosóficos) o la creación de estructuras estéticas de naturaleza simbólica e imaginativa, tales como una pintura o una novela. Desde este punto de vista, Cumandá es la expresión literaria de la ideología de esa clase terrateniente del Ecuador decimonónico, fundamentalmente del grupo social y político que sostuvo a García Moreno en el poder, pues la obra, más allá de la anécdota romántica que narra, refleja todos los rasgos de la cosmovisión que históricamente caracterizó a esa clase”.1 El escritor a través del lenguaje literario crea, por lo tanto, una representación de la realidad, un universo que implica un conjunto coherente de revelaciones, preguntas y respuestas a través de las cuales revela una visión del mundo que se articula en una representación estructurada. Mi interpretación de los procesos diacrónicos de la literatura ecuatoriana se apoya en las investigaciones que he realizado a lo largo de estas cuatro décadas, las cuales se han publicado en varias obras, entre ellas en Ecuador: cultura y generaciones (1985), Identidad, formas de lo ecuatoriano (2005), Palabra en el tiempo (2008) y Generaciones e ideologías y otros ensayos (2010). --------1 Juan Valdano. Véase en este mismo libro el ensayo titulado Juan León Mera: una visión trágica del mundo.

98

*Discurso pronunciado en la sesión inaugural del XIX Congreso de la Asociación de Ecuatorianistas, realizado en la Universidad Técnica Particular de Loja del 19 al 21 de julio de 2017.

Asincronismo y discontinuidad temporal Primero y ante todo es pertinente señalar algo que lo expuse en 1975. Me refiero a la particular circunstancia de que nuestro ritmo histórico ni en el presente ni en el pasado ha sido el mismo de otros países de América Latina como México, Perú o Argentina. Guillermo de Torre señaló (Valdano, op. cit., 1985: cf. nota 3, p.71) como una de las claves de la literatura hispanoamericana su asincronismo y discordancia temporal en relación a las corrientes literarias europeas, en concreto, las procedentes de España y Francia, dos focos de influencia cultural en la América española. En el caso de la literatura ecuatoriana (y de manera general, de toda nuestra cultura) esa asincronía es más honda todavía, porque ya no es solamente un desnivel temporal frente a Europa sino dentro del propio ámbito hispanoamericano. La nuestra es una asincronía en segundo grado. Tal situación puede comprobarse al revisar, de manera comparativa, los límites temporales de vigencia de tres de las más importantes corrientes literarias en Hispanoamérica y en el Ecuador hasta inicios del siglo XX, me refiero al barroco, al romanticismo y al modernismo.


Explicar las causas de esta asincronía nos llevaría necesariamente a la teoría de la dependencia económica y cultural de Latinoamérica frente a Europa, un tema que no me propongo desarrollar en este momento y al que me referí en mi libro Generaciones e ideologías y otros ensayos.2 No todos los pueblos tienen una misma forma de sentir el tiempo y los pueblos de América, sobre todo aquellos que aún mantienen viva la tradición proveniente de las cultura ancestrales, guardan una experiencia patrimonial del tiempo que es radicalmente diferente a la de los europeos, herederos de las fuentes grecolatinas. Así, para el hombre integrado a la cultura andina, un quichua, por ejemplo, el futuro no es esa incógnita que se proyecta hacia delante, el tiempo que vendrá —según la concepción occidental—, sino una fase cíclica de un tiempo que retorna, la vida que regresa. Ello me lleva a afirmar que si bien América Latina comparte con Europa y Norteamérica un mismo tiempo sincrónico, sin embargo no viven en un mismo tiempo histórico.

Los sujetos de la historia cultural Entre los elementos que configuran las ideologías están las escalas de valores, aquellas que fundamentan nuestros juicios acerca de lo bueno y lo malo, lo 2 Para una explicación más detalla de este punto me remito a mis libros: La pluma y el cetro (Cuenca, 1977) o a Ecuador: cultura y generaciones (2005) ps. 43 a 53; Generaciones e ideologías y otros ensayos (2010), ps.13 y ss.

legítimo y lo ilegítimo, lo bello y lo feo. Es justamente en este amplio sector de lo axiológico que tiene cabida lo estético: los cambios de gusto de la gente, esas mudanzas de la sensibilidad para valorar las formas de lo bello, del bien-estar, del bien-pensar y del bien-decir y que nos llevan a preferir unas formas artísticas frente a otras, aquello que hace que releguemos un estilo para preferir otro porque éste y no aquel se ajusta mejor a esas sutiles transformaciones que impone la moda. Son estos valores éticos, estéticos, jurídicos, religiosos o de otra índole, sostenidos y justificados por ideologías, lo que, a mi modo de ver, deben considerarse como sujetos de la historia de la cultura. Los valores estéticos aplicados al arte literario serían los sujetos de la historia de la literatura; los valores estéticos aplicados a las artes plásticas serían los sujetos de la historia del arte; los valores éticos aplicados al ejercicio del derecho, la justicia y la política serían los sujetos de una historia de la institucionalidad de una sociedad; los valores morales aplicados a los dogmas, creencias, ritualidad y más prácticas religiosas serían los sujetos de una historia de las religiones. No se debe perder de vista que tanto las ideologías como los valores se explican en relación con los procesos históricos que los hicieron posibles y con el tipo de sociedad en la que tuvieron vigencia. En el caso hispanoamericano, las ideologías y los valores

En el caso hispanoamericano, las ideologías y los valores estéticos —y, al interior de estos, los valores literarios— han estado casi siempre en confluencia con los procesos de búsqueda de una expresión propia, americana.

99


estéticos —y, al interior de estos, los valores literarios— han estado casi siempre en confluencia con los procesos de búsqueda de una expresión propia, americana. Es necesario, por lo tanto, proponer una teoría de los procesos literarios ecuatorianos a partir de un criterio que sea capaz de identificar los sujetos de la evolución histórica, esto es, las ideologías y los valores estéticos, a fin de observar como estos interactúan en la obra literaria. Este criterio no es otro que distinguir, en el decurso temporal de la sociedad audiencial quiteña y, luego, en la republicana, un proceso de búsqueda de una expresión propia, americana y, en concreto, ecuatoriana. Por ello propongo distinguir las siguientes cuatro etapas en la literatura del Ecuador: I Literatura de la legitimización, II Literatura de la asimilación, III Literatura del reconocimiento y IV Literatura del pensamiento global.

I. Literatura de la legitimización El rasgo fundamental de la literatura legitimizadora es el predominio de lo hispánico como elemento informador de la cultura. Se inicia en 1534 cuando se desencadena el proceso colonizador español y corre hasta la década de 1780, época en la que este proceso entra en crisis. En la recién fundada sociedad indo-española se imponen los valores de lo hispánico: grandeza de la monarquía, triunfo del catolicismo 100

tridentino, fortalecimiento del imperio español. España a través de sus instituciones y leyes tradujo su dominio en legitimidad. Lo español era lo legítimo; lo indígena: lo ilegítimo. Esta legitimidad se

En la Audiencia de Quito dio origen a una forma de literatura pastoral que procuró defender al indio de los abusos de los colonizadores presentándolo como criatura de naturaleza miserable, digna de la piedad cristiana, por lo cual abogaba por la clemencia a fin de no ejercer sobre ellos los rigores de las leyes canónicas y civiles. manifestaba en todos los órdenes: en lo jurídico, social, moral, religioso y estético. América era el indio, el mestizo, el negro, el mulato, el criollo: la ilegitimidad. Lo español era la tez blanca, el apellido hispano, el catolicismo, la música y el arte que llegaba de Europa, el idioma castellano. Lo

americano: la tez cobriza, la piel morena, el nombre de procedencia nativa, el quichua, la música y el arte popular. A lo largo de casi tres siglos la naciente sociedad indo-hispana emprende un camino de búsqueda de legitimidad. Para ello no había sino un camino: la identificación con lo español. La cultura literaria fue una expresión de este proceso legitimador. La literatura fue un medio del criollo para ascender socialmente. Como instrumento de legitimización, la literatura fue una máscara para ocultar ese lado ilegítimo del criollo y del mestizo y, a la vez, una forma de ostentar fidelidades hacia la Metrópoli. El claustro conventual, el aula universitaria fueron los hogares naturales de esta literatura preponderantemente especulativa, ergotizante y dogmática. De ahí su contenido preferentemente teológico, místico y filosófico. Cuando al final de este proceso la literatura se desacraliza y pasa a ser tarea, por igual, de profanos y laicos, este proceso legitimizador llega a su fin. Con todo lo profano se da, no obstante, ocupa un lugar reducido y mucho de ello está dedicado a celebrar una sociabilidad intrascendente: encomios lisonjeros a un amigo o al clérigo que deslumbra en el púlpito, trenos por la muerte de una reina lejana o de algún alto personaje, sátiras ingeniosas. De todo ello estuvo llena la poesía barroca de este período. Aquello también se debió a que lo íntimo y lo privado del individuo no se


lo veía entonces o no se quería verlo. Y si no se lo veía era porque formaba parte de ese lado oscuro e íntimo del criollo y del mestizo, el rostro que cada uno quería enmascarar, cubrir y encubrir, echarlo a de los sótanos del inconsciente. Parte fundamental de la ideología de este período se expresó en el pensamiento humanista que afloró a partir de la Conquista española. Este se manifestó de manera dispersa, asistemática y ocasional y sus expresiones deben buscarse no solo en los tratados de naturaleza especulativa sino también, y de un modo implícito, en la evolución de las formas literarias y artísticas. Tres son los momentos del humanismo colonial: el humanismo de la salvación, el humanismo del encubrimiento y el humanismo del autodescubrimiento. El humanismo de la salvación fue una expresión propia del siglo XVI y tuvo su origen en la defensa del indio por fray Bartolomé de las Casas. Su objeto fue doble: defender al indio americano de las doctrinas que desvalorizaban su condición humana, por una parte y, por otra, procurar su salvación en un triple sentido: como hijo de Dios, como vasallo del rey y como individuo miembro de esa comunidad unida por la cultura española o, como diríamos hoy, de la hispanidad. El humanismo del encubrimiento se manifestó en los siglos XVII y parte del XVIII. Se expresó como una eventual salida de ese malestar de la conciencia mestiza que niega o encubre su origen indígena. En la Audiencia de Quito dio origen a una forma de literatura pastoral que procuró defender al indio de los abusos

de los colonizadores presentándolo como criatura de naturaleza miserable, digna de la piedad cristiana, por lo cual abogaba por la clemencia a fin de no ejercer sobre ellos los rigores de las leyes canónicas y civiles. El humanismo del encubrimiento se expresó, por igual, en las estructuras metafóricas del arte poético o en las metonímicas del arte plástico a través de las cuales la realidad menospreciada de lo mestizo emergió de una manera casi vergonzante y furtiva entre los rasgos aún imprecisos del rostro americano. El arte barroco quiteño se lo comprende mejor como un arte de la legitimización en el que la contradicción y desajuste, propio de lo americano, se pone de manifiesto, pues si bien ostenta una explícita declaración de fidelidad a la metrópoli, por otra parte, encubre una forma y una sensibilidad mestiza. Por fin, hacia 1770 se encuentra ya definido con claridad una tercera forma de humanismo que lo he llamado humanismo del autodescubrimiento y con el que se llega a la conciencia de la propia identidad. Se sustenta en el racionalismo y en el movimiento de la lustración y busca fundamentar una racionalidad americana sobre la base de la observación crítica de la realidad. Para ello parte, de manera implícita, de las preguntas ¿qué somos como país?, ¿qué somos como pueblo? Las respuestas darán como resultado una visión coherente del conjunto del país, la primera teoría sobre este ente histórico y geográfico conocido, desde tiempos inmemoriales, como el Quito, opinión que se expresará en la obra de un científico como Pedro Vicente Maldonado (1704101


1744): el Mapa de la Audiencia de Quito, de un historiador, el padre Juan de Velasco (1727-1789): la Historia del Reino de Quito y de un polemista y precursor de la independencia como Eugenio Espejo (1747-1792). Comienza a gestarse una utopía, aquella de la sociedad política independiente y el estado soberano. Durante este largo período, la literatura y el arte no tenían un valor por sí mismos, eran medios de ligitimización del criollo y del mestizo. Los valores estéticos estaban al servicio de los morales; más aún, el valor estético no se lo buscaba sino solo como un apoyo a la verdad dogmática. Afirmar el dogma, como vemos, fue otra forma de legitimización del americano. El barroco fue, en general, el triunfo de lo artificiosos sobe lo natural. Esta actitud del barroco coincide con la íntima urgencia de enmascararse que define al mestizo hispanoamericano. El enmascaramiento y el sentimiento de orfandad son —como lo he expresado en otras ocasiones— dos actitudes definidoras de ser ecuatoriano. Cuando la impostura sobre la que se asienta la cultura de esa sociedad se hace evidente —mediante la crítica racionalista y cáustica de un genio corrosivo como el de Eugenio Espejo—, el proceso legitimador de esta literatura entra en crisis y se buscan otros valores referenciales. Las consecuencias de esta actitud las

Son los tiempos heroicos de Andrés Bello y José Joaquín Olmedo. La utopía es ahora convertir lo americano en un

referente de valor

universal, tarea en verdad harto difícil en

el siglo XIX cuando la vieja Europa pasaba por ser la madre y

maestra de toda forma de civilización.

102

sacará la próxima generación: el rechazo de lo hispánico; pero entendamos: de lo hispánico como estructura de poder, no como modelo de vida ya que, para entonces, no era concebible otro paradigma de civilización que el europeo. Por la década de 1780 el mundo colonial resbala hacia una declinación definitiva. La literatura de la legitimización concluye cuando lo americano empieza a ser sentido como un valor por sí mismo. América será, en el futuro, la fuente de una nueva legitimidad. La americanidad ya no se la esconde, al contrario, se la ostenta. Surge un neologismo para expresar que en América ha nacido un pueblo nuevo cuyos integrantes empiezan a ser conocidos como los “hispanos de América”, término acuñado por un jesuita peruano desterrado en Italia: el abate Viscardo. Desde el primer tercio del siglo XVIII hasta hoy, inicios del siglo XXI, esto es en un lapso aproximado de doscientos setenta años y, en total, de dieciocho generaciones, considero que en el Ecuador han culminado los procesos utópicos de tres ideologías a las que llamo Conciencias. I. La conciencia de la propia identidad, II. La Conciencia de identidad regional y III. La Conciencia de la identidad nacional.

II. Literatura de la asimilación A partir de 1780 el paradigma hispánico empieza a desdibujarse en el horizonte colonial y comienzan a brillar otros modelos de vida y pensamiento. La


Ilustración había penetrado en los espíritus más despiertos. La crítica de la razón y la crítica al sistema colonial habrían de llevar a la ruptura con la antigua matriz legitimizadora. América es ahora la fuente de toda legitimidad y se convierte en la ansiada referencia del nuevo pensamiento y la nueva literatura. Son los tiempos heroicos de Andrés Bello y José Joaquín Olmedo. La utopía es ahora convertir lo americano en un referente de valor universal, tarea en verdad harto difícil en el siglo XIX cuando la vieja Europa pasaba por ser la madre y maestra de toda forma de civilización. Se había logrado la independencia política; lo que se pretendía ahora es alcanzar eso que Juan Bautista Alberdi llamaba la “independencia mental”. A lo largo de este período se gesta y culmina una nueva ideología, la de la Conciencia de la identidad regional, aquella que elaboró la utopía de una sociedad liberal y el triunfo del Estado laico. Desde la perspectiva de los ilustrados europeos, la historia americana parecía una mera continuación de la historia europea. Para Hegel, América vivía con alma ajena, Europa le había prestado el espíritu. La visión hegeliana recalca en algo que es obvio: la colonización de un pueblo implica siempre una enajenación del pasado y aún de su futuro. Si América debía convertirse en un valor trascendente lo debía ser por asimilación de la cultura europea. Tal fue la ideología dominante durante este período. Esto significó un proceso de traslado y apropiación de los modelos europeos a fin de dotarles de nuevo contenido, en este caso americano. La literatura de asimilación

se inicia hacia 1780, perdura todo el siglo XIX y avanza hasta la década de 1920. José Joaquín Olmedo fue el escritor de tránsito de la legitimización a la asimilación. Su amigo y colega, Andrés Bello había dado las pautas para el nuevo oficio poético: hacer de América el gran asunto de los poetas del Nuevo Mundo. Para llevar a buen término este ideal no había entonces sino un camino: asimilar las formas literarias (géneros, técnicas, experiencias, ejemplos…) que la prestigiosa literatura europea ofrecía al escritor hispanoamericano y verter en ellas un nuevo contenido: la grandeza de la naturaleza americana y su historia reciente llena de grandes episodios épicos. Juan Montalvo, Juan León Mera, todos nuestros románticos del siglo XIX siguieron este camino. En otras palabras, si el búcaro era importado de Francia, la flor que estallaba en él procedía de la exótica flora americana. Si bien es cierto que el ideal de este período es la afirmación de lo nacional, no obstante, persiste en los escritores la obsesión de limpiar todo rasgo de barbarie implícito en el concepto de lo americano. Se buscó idealizar la realidad terrígena que, para el gusto europeo, era demasiado tosca, demasiado primitiva, lo que, por otro lado, resultaba atractivo a no pocos viajeros del siglo que buscaban en América lo exótico, lo remoto, el ideal romántico de la naturaleza edénica. Esta es una de las razones que mueven a Montalvo para justificar y tratar de ennoblecer el uso de cierto vocabulario ecuatoriano de raíz popular y quichua.

Paso importante de la literatura asimiladora fue liberarse de la tutela eclesiástica y del tema religioso —un proceso laicizante que caminó paralelo al de las artes plásticas—. Con excepción de fray Vicente Solano y Federico González Suárez no se encuentran a lo largo de este período —que corre por algo más de ciento cuarenta años— a escritores eclesiásticos de valía. La literatura deja de ser considerada exclusivamente en función de la enseñanza moral; con más frecuencia pasa a ser medio de expresión de otras búsquedas entre las que se incluyen las políticas (fundamentalmente en el ensayo y en el periodismo) o las estéticas (apreciables en cierta prosa montalvina y en la poesía de los decapitados, epígonos de un pensamiento pasatista y asimilador). El paso de Gaspar de Villarroel a Juan Montalvo, el paso de la oratoria sagrada propia de la Colonia al periodismo y al libelo no solo es el salto de un período a otro, de una sociedad a otra, sino también el salto de la littera sacra a la littera profana, de una visión teocéntrica y barroca de la vida a otra antropocéntrica y liberal.

III. Literatura del reconocimiento Después de siglos de visión enajenada —en la que lo europeo fue, por lo general, un valor paradigmático— el pensamiento ecuatoriano llega, a través de la literatura, el arte plástico y las ciencias sociales y por un proceso paulatino de interiorización y búsqueda del ser nacional, al encuentro de la realidad propia —ahora despo103


jada de todo idealismo retórico— y al reconocimiento de sus raíces como únicos fundamentos de la cultura nacional. Fue un vuelco hacia un nacionalismo cultural entendible entonces por dos razones: primero, por una búsqueda de afirmación de lo propio a partir del análisis y aceptación de las raíces étnicas y culturales del pueblo ecuatoriano y luego, porque el nacionalismo fue en esos años —la década del treinta— el gran ventarrón que agitó las banderas de las naciones, a este y al otro lado del océano, pueblos que vieron en esta doctrina un medio para afirmar sus identidades colectivas. La década de 1920 fue, en el Ecuador, un período de transición en la vida del país. La Revolución liberal había abierto las posibilidades de romper con el pasado. Los años treinta fueron de inestabilidad política y crisis institucional. La década del cuarenta se inicia con la guerra ecuatoriano-peruana, los consiguientes fracasos y la humillación nacional. Desde los años cuarenta se empieza a hablar de un cambio radical de la sociedad. Se reflexiona en la construcción de la nación ecuatoriana, en un reencuentro con la tradición del país, en el afianzamiento en los valores morales y culturales de la nación. Bajo la idea de la gran-

deza cultural de la pequeña nación se funda la Casa de la Cultura Ecuatoriana. En lo político se busca ampliar las libertades individuales, la justicia social, la participación de la mujer en los asuntos del Estado. Se organizan las fuerzas políticas en partidos

un país tan dependiente como el Ecuador influyen notablemente las circunstancias internacionales: las revoluciones mexicana (1910) y la cubana (1959), la Guerra Mundial (1939-1945). Las ideas positivistas que habían estado vigentes hasta los años veinte ceden el paso a las nuevas ideas propugnadas por el marxismo. En los círculos universitarios no solo se lee y comenta a Marx, también se debate sobre Freud, Bergson, Proust, Joyce. El existencialismo de Sartre y Camus estuvo presente entre nosotros a partir de los años cincuenta y sobre todo en los sesenta. Los movimientos ideológicos que empezaban a ganar terreno en un país mestizo y con importante presencia indígena como el Ecuador fueron aquellos que valoraron los aportes de la tierra, el paisaje, el hombre nativo, en una palabra, el terrigenismo. El indigenismo y el criollismo literario fue una expresión de esa corriente ideológica que defiende el significado del indio, el montubio y el negro y su cosmovisión como elementos de la cultura ecuatoriana. Frente a la noción de Hispanoamérica se enarbola el término Indoamérica, en el que se subraya la herencia indígena como determinante de la identidad de América. La lite-

...ser universales no es ser

cosmopolitas al talante del

siglo XIX, tal como lo entendía un hispanófilo como Juan Montalvo, ni tampoco a la

manera del decadentismo

afrancesado de don Gonzalo Zaldumbide. Ser ecuatoriano

es un modo de ser americano, y como tal, una forma de ser universal, pues nada de lo

104

humano nos es ajeno.

estructurados, se crean nuevos movimientos como el partido socialista, surge el populismo con un líder carismático: José María Velasco Ibarra. Los sectores obreros, sindicales y estudiantiles tienen una mayor presencia en la vida nacional. Por otra parte, en


ratura indigenista de esa época es una visión sobre el indio escrita por los no indios. Es una literatura de mestizos que escriben sobe el indio, una tergiversación de lo indígena, una impostura literaria. La auténtica literatura indígena está aún por escribirse. A partir de entonces ya no será Europa la referencia forzosa ni el paradigma estético que deberá seguirse sino América, sino por primera vez el Ecuador, país de la mitad del mundo, país andino y tropical y ceñido por el imaginario cinturón del ecuador geográfico, latitud cero. Ecuador, país con nombre geográfico que sugiere sol vertical, claridad meridiana, país que luego de siglos de orfandad y extravío al fin se encontraba a sí mismo. Desde este ámbito de ideas germinó y se consolidó una poderosa corriente de pensamiento del que surgió una nueva utopía, una ideología a la medida de las necesidades del siglo XX: la conciencia de la identidad nacional. Superada la etapa en la que primaba la visión localista y regional, característica del siglo XX, paulatinamente se impuso a finales del XX la idea nacional, la visión del Ecuador como un país multiétnico y plurinacional, legado que pasará a ser punto central de la cosmovisión ecuatoriana en el siguiente período. La literatura del reconocimiento surgida al calor de la década de 1930 marcó la expresión literaria ecuatoriana a la largo de sesenta años aproximadamente. Hacia la década de 1990 otras eran las preocupaciones de las generaciones literarias ecuatorianas y otras las circunstancias sociales, económicas, políticas y culturales que vivían los pueblos latinoamericanos.

IV. Literatura del pensamiento global Llegar a trascender más allá de nuestras cosas y de nuestro tiempo, más allá de la circunstancia andina ha sido, para nosotros, aspiración permanente, un impulso secular nunca desmentido y cuyo inicio se lo halla en una conciencia histórica que, tímida y vergonzante, germinaba en la penumbra de la Colonia. Toda filosofía es filosofía de un tiempo, sabiduría de un pueblo que interpreta su ser y circunstancia. La visión que tenemos de nosotros ha partido, por lo general, de un pensamiento prestado, fruto de proyectos de otros pueblos con experiencias y valores diferentes a los nuestros. Por ello, no es extraño que al buscarnos en espejos distantes no nos hallemos. La inautenticidad prevalece; la mascarada prima. Esta es nuestra soledad esencial, nuestra orfandad existencial. Todos cargamos, queramos o no, el lastre de una tradición. Que ella nos aliente a reconocer lo que somos, mas no debería ser tan pesada que nos aplaste y hurte la libertad. Hoy en día, escribir en clave nacionalista es ponernos del lado del pasado, es excluirnos de esa nueva cultura que tiene un carácter global y una vocación verdaderamente universal. La tradición no debería ser aquella experiencia que nos predispone al hábito, ni la voz del pasado que nos impele a persistir en lo trillado. La tradición es positiva si, a partir de ella, podemos ser libres, el puerto del que nos fugamos en busca de otros horizontes. Es positiva cuando, sin amarra alguna, nos

permite tentar lo desconocido: la aventura del desacato, el riesgo de la herejía. La tradición no debería ser determinismo. Solo entonces las sociedades cambian y el arte camina. En materia literaria ha habido de lo uno y de lo otro: la tradición que inmoviliza y la que abre caminos. El nacionalismo literario condenó a nuestros escritores a fijarse solo en la realidad local y sus personajes nativos: el indio, el montubio, el negro. Realismo social y socialismo militante: una pócima indigerible hoy en día. La tendencia se convirtió en tradición esquilmante que inmovilizó las letras nacionales por media centuria. Tal fue el “síndrome de Falcón” del que habló Leonardo Valencia pues, para entonces, “cualquier transgresión a esa regla no escrita fue vista como un desvío burgués o una pretensión cosmopolita”. Han corrido décadas y la tradición nacionalista parece persistir en esa obsesión onfálica de maravillarnos de nosotros mismos. Con idéntica terquedad se sostiene que el ecuatoriano debe, ante todo, hablar de lo suyo, de su ámbito y sus cosas; solo así dejaremos de ser invisibles, una realidad tan imaginaria como la línea que nos cruza y nos marca, latitud cero, el ‘ónfalo’ del mundo. En un mundo globalizado como el presente, en un siglo en el que los localismos tienden a diluirse, considero que a los ecuatorianos no solo nos corresponde hablar de lo nuestro, de lo que nos pertenece y supuestamente nos define; también estamos llamados a abrazar como propio todo lo que el mundo puede darnos. Más aún hoy que 105


El nacionalismo literario condenó a nuestros escritores a fijarse solo en la realidad local y sus personajes nativos: el indio, el montubio, el negro. Realismo social y socialismo militante: una pócima indigerible hoy en día. participamos de una civilización globalizante. El universo es ahora nuestro patrimonio. “Creo que nuestra tradición —decía Jorge Luis Borges— es toda la cultura occidental, y creo que también tenemos derecho a esa tradición”. En definitiva, ser universales. Y ser universales no es ser cosmopolitas al talante del siglo XIX, tal como lo entendía un hispanófilo como Juan Montalvo, ni tampoco a la manera del decadentismo afrancesado de don Gonzalo Zaldumbide. Ser ecuatoriano es un modo de ser americano, y como tal, una forma de ser universal, pues nada de lo humano nos es ajeno. Este debate sobre nacionalismo y universalismo fue planteado ya en el siglo pasado. Por entonces, el mexicano Alfonso Reyes manifestó: “La única manera de ser provechosamente nacional consiste en ser generosamente universal, pues nunca la parte se entendió sin el todo”. Surgió así su idea de la “inteligencia americana” y a la que definió como un “descubrir el Mediterráneo por cuenta propia”. Borges partió de la idea de Reyes cuando en la revista Sur escribió: 106

“…manejamos la cultura de Europa sin excesos de reverencia”. El concepto de identidad no se reduce a estereotipos anecdóticos sino a la particular experiencia del hispanoamericano que vive en las periferias de Occidente, en la nostalgia de lo universal. Esta misma sensación está latente en la nueva literatura ecuatoriana que está surgiendo en estos días, al inicio de este siglo. Se la palpa en su novela, en sus cuentos, en el nuevo ensayo literario, en su nueva poesía. No quiero mencionar nombres, ustedes los conocen. Los localismos ya no inciden por ser singulares sino por sus contenidos humanos y, por ende, universales. Al asumir esta nueva realidad, el escritor hispanoamericano conferirá otro significado, esta vez universal, a su circunstancia local. A nosotros, actores de esta nueva literatura, nos ha tocado dar un giro en nuestra visión del mundo: sin dejar de ser ecuatorianos e hispanoamericanos estamos abiertos a otras visiones. La voz de la comarca ya no clama con la urgencia de otros tiempos; desde otros linderos del extendido universo nos llegan otras voces. Con palabra nuestra castellana y americana a la vez, audazmente nos apropiamos de la historia universal y con libertad creativa hacemos nuestro ese legado que nos corresponde, aquel que nos llega a través de la utopía de Cervantes, de la visión superada y complementaria de lo mestizo del Inca Garcilaso de la Vega y del sentido agónico de la existencia de Miguel de Unamuno. A partir de esta universalidad, el escritor latinoamericano es parte de un proceso que impone la creciente modernidad del mundo contemporáneo.


casalibros

Libros recibidos En clinch, demasiado cerca Autor: Santiago Páez Género: Novela Editorial: Cactus Pink Año: 2021

Fisuras Autora: Manuela Gallegos Anda Género: Novela Editorial: Eskeletra Año: 2020

3 flamígeras o el frío ardido Autor: Juan Miranda Ponce Género: Poesía Editorial: PUCE Año: 2020

En clinch, demasiado cerca es una historia sobre la venganza y el castigo. La novela muestra que hay acciones que no se perdonan y que el rencor puede permanecer latente durante años hasta que un día es libre de exteriorizarse.

«La novela Fisuras, de Manuela Gallegos Anda, es un experimento narrativo muy bien logrado, que sorprende por la libertad inusual con que está escrito. Apartada de tradicionales normas y pactos convencionales, elige contenidos y formas inesperados que de tanto en tanto producen sobresaltos al lector… Una ficción extraída de la vida cotidiana desde las primeras líneas y mediante indicios que se van revelando paulatinamente, nos vuelve cómplices del enigma que entrelaza a los personajes y desemboca en las verdades del arte y la vida». IA

«Si bien 3 flamígeras o el frío ardido es el rito que Juan ha desplegado para transfigurar sus textos dramáticos en versos, sabemos que este proceso no ha sido una imposición lírica, porque desde un principio la vena poética estaba fraguada con delicadeza en ellos. Por eso, la lectura de este libro no solo implica un goce literario, sino, también, una experiencia de movimiento, una predisposición a volver biología —no solo razón y sentimiento— cada poema, para que pueda ser expresado en danza o acción dramática, sin problemas, como cuando dice: Su hilo de plata danza a contraluz en el movimiento y la quietud». DASB 107


tributo

A Marisa Créténier Y SU PRESENCIA EN EL TEATRO ENSAYO Foto: ht tps://www.elapuntador.net/ portal-escenico/marisa-crtnier

108

M

arisa Créténier, la amiga y compañera, la maestra, la mujer y artista, está aquí. Ahora, ya más allá del tiempo. Lo está de la única manera que se puede estar siempre: en lo que creó junto a nosotros. En sus aportes a la danza y al teatro ecuatorianos, pero sobre todo, en su amor, para que aprendiéramos a ser humanos comprometidos y artistas solidarios; a dolernos por lo que está pasando, pero no con lamentaciones y quejas, sino con fuerza y con esa incomparable entereza suya con la que se enfrentó desde los más pequeños retos (los ensayos cotidianos, las giras, etc.) hasta los más grandes y recientes, como fue el tiempo de la pandemia, cuando supo, a través de sus metas coreográficas, contener lo que —de otra forma— podía ser solo desaliento, hasta la manera en que logró enfrentarse a su propia y temprana trascendencia. Marisa querida: te vamos a encontrar en todo: hoy veremos El éxodo de Yangana y tu mano está aquí. Está en tu capacidad prodigiosa para hacer la fragua de una campana. Allí, donde no hay campana, habrá un fuelle, los noques, barro y majada. Únicamente con tus coreografías, que están más allá de la danza y más cerca del juego de los niños. Y un río turbulento y la selva impenetrable… será, al mismo tiempo, nuestro espacio de búsqueda y encuentro, en el silencio que tanto habla y en el que todos viajamos, hasta las tres campanadas de cada entrega y presentación. Solo nos queda decir: ¡Gracias por todo, maestra Marisa!


La peor de las crisis económicas es la que viene acompañada de una crisis en cultura.

¿Por qué?

La Casa de la Cultura Ecuatoriana recibe actualmente el 0,04% del Presupuesto General del Estado. Y ha solicitado que para el próximo año sea el 0,06%.

DEL

Ya que existen núcleos como el de El Oro que reciben $ 7.120,30 dólares para actividades culturales para todo el año. La reducción condena a la única institución cultural con presencia territorial en todo el país.


Avs. 6 de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2565-808 Ext. 110 www.casadelacultura.gob.ec


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.