Casapalabras 40

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CONTEXTOS CULTURALES EN EL ECUADOR DE LOS SIGLOS XIX y XX

Museo de Arte Moderno CCE, Quito Avs. 12 de Octubre y Patria Frente al Hotel Tambo Real

EXPOSICIร N PERMANENTE Sala Pedro Leรณn Horario de atenciรณn: 09h00 a 17h00 de martes a sรกbado


editorial

Camino a Loja

E

l Festival Internacional de Artes Vivas de Loja puede considerarse, sin lugar a dudas, el mayor evento artístico que se realiza en el país. Si a este se suma el proyecto denominado Camino a Loja, adquiere una proyección y una participación nacional al sumarse al proyecto varias provincias con el valioso aporte de la Casa de la Cultura y sus Núcleos Provinciales. Precisamente la edición 2019 de este evento tiene una especial particularidad que resulta de la promulgación de la Ley Orgánica de Institucionalización del Festival Internacional de Artes Vivas de Loja, publicada en el Registro Oficial 405 del 14 de enero de 2019, que será «un espacio de encuentro y fomento de las expresiones culturales e identidad del Ecuador». Este es el primer año que la organización del ‘Camino a Loja’ está a cargo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, que durante sus 75 años de vida se ha constituido en la primera institución cultural del país con cobertura en las 24 provincias. Cañar, Tungurahua, Santa Elena, Santo Domingo de los Tsáchilas, Pastaza, Sucumbíos y Morona Santiago son las provincias que participarán este año y serán un referente de las artes escénicas en el interior del país en busca del fortalecimiento del quehacer cultural en las provincias. En esta edición hemos buscado fomentar el desarrollo de nuevos productos artísticos, con el talento de los artistas de cada provincia, que se estrenarán en el marco de la programación de Camino a Loja. Temas como el amor, el arte, la cotidianidad, las tradiciones y la memoria histórica de los pueblos; los mitos y las leyendas; la naturaleza, su diversidad y la relación con la gente; la cultura ancestral, la inmigración y el mestizaje; las relaciones interpersonales e interculturales; la vida y la muerte… se darán cita en estas ocho semanas entre septiembre y noviembre, que serán a puro arte vivo en las ocho provincias seleccionadas.

número cuarenta • agosto 2019

Presidente Camilo Restrepo Guzmán Director Patricio Herrera Crespo Editor Patricio Viteri Paredes Colaboran en este número: Jorge Basilago, Mercedes Cachago, Víctor Hugo Gallegos, Natalia García, María Fernanda García, Etza Jara, Fernando López, Yuliana Marcillo, Sonia Montenegro, Huilo Ruales, Antonio Sacoto, Gustavo Salazar, Max Vega, Rodrigo Villacís. Edición de textos Katya Artieda Diseño Tania Dávila L. Portada José María Velasco Ibarra y Benjamín Carrión, 1952. Foto: Archivo CCE

Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Avs. 6 de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2565-808 Ext. 463 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito–Ecuador. casapalabrascce @casapalabrascce casapalabrascce@gmail.com

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índice

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A 200 años del nacimiento de Herman Melville, Yuliana Marcillo esboza su vida y obra.

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Poemas de Blanca Varela, gran escritora peruana, a diez años de su fallecimiento.

Primeros capítulos de la novela Edén y Eva, de Huilo Ruales. Piscis Bar Blues, relato de Patricio Viteri Paredes. Poemas de Susana Thénon, escritora argentina que falleció en 1991. Poesía de Sonia Montenegro. Utopía, ensayo del escritor cubano Roberto Fernández Retamar. Los endemoniados, cuento de Max Vega. Relatos de Natalia García, fotografía de María Fernanda García.

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Poesía de Efraín Barquero, excelente poeta chileno.

Patricio Herrera Crespo hace una sinopsis histórica de la Casa de la Cultura Ecuatoriana por los 75 años de su fundación.

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Discurso de Camilo Restrepo Guzmán, Presidente Nacional CCE.

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Discurso de Juan Fernando Velasco, Ministro de Cultura y Patrimonio.

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Directores de la Casa de la Cultura Ecuatoriana a nivel nacional.

Saludo del Presidente de la República, Lenín Moreno, por los 75 años de la CCE .

Poemas de Etza Jara.

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Exposición de Mercedes Cachago: Extracción de petróleo en zonas de naturaleza vulnerable.

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Jorge Basilago estudia la vida y obra de Truman Capote, a 35 años de su muerte.

La entrevista como género literario, ensayo de Rodrigo Villacís Molina.

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Pedro Salinas sigue publicando, estudio de Gustavo Salazar sobre el gran poeta español.

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Muestra pictórica de Fernando López Guevara.

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Capítulo de la novela Paraíso, de Toni Morrison, Premio Nobel 1993.

Ensayo de Antonio Sacoto sobre Égloga trágica, novela de Gonzalo Zaldumbide. Artículo de Víctor Hugo Gallegos sobre el Teatro Ensayo de la CCE. Alejandro de Humboldt en el Ecuador, por el Dr. Walter Sauer. Homenaje por los 250 años del nacimiento del científico alemán.


aniversario

Herman Melville (Nueva York, 1819) Autor de Moby Dick, es recordado por ser el autor de uno de los libros más populares de la literatura universal, por sus aventuras como marinero. Celebramos los 200 años de su nacimiento, haciendo un recorrido por su vida y obra. Poeta, ensayista y novelista norteamericano, pasaría a la inmortalidad por escribir el clásico universal Moby Dick, aunque el libro fue un fracaso en su época, no fue sino hasta la década del veinte, que fue reconocida su obra literaria.


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Yuliana Marcillo


«L

lamadme Ismael. Hace unos años —no importa cuánto hace exactamente—, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez

que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como

Melville fue calificado como inestable, imprevisible, atormentado, misterioso y retraído, sus biógrafos también le atribuyen tendencias homosexuales reprimidas. Su escritura, para la época, fue considerada como «rara» e «inclasificable». A medida que avanzaba con la producción de su obra, era menos la aceptación de sus lectores.

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La novela parece inspirarse en un hecho real que conmovió el imaginario colectivo a comienzos del siglo XIX, según sus biografías, cuando un gigantesco cachalote fue avistado cerca de la isla de Mocha, cerca de Chile. «Durante años, aventureros y marinos intentaron dar muerte a ese gran cachalote blanco bautizado como Mocha Dick, que hundió a unos cuantos balleneros. pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala».

Así inicia la historia de la ballena blanca más famosa de la literatura universal. Novela estadounidense, crónica viajera, libro filosófico, tratado sobre cetáceos, ensayo metafísico, o como es mundialmente conocida: Moby Dick (1851), de Herman Melville, novelista y poeta norteamericano, una de las principales figuras de la historia de la literatura. En este agosto de 2019 se cumplen 200 años del nacimiento del autor de Moby Dick, que murió abandonado por el público y la crítica, considerado uno de los padres de la literatura estadounidense.

«Hacer algo por mí mismo»

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Herman Melville nació en el 1 de agosto de 1819. Su padre, Allan, era un hombre culto que había viajado por Europa y su madre, Mary Gansevoort, una mujer refinada. Durante los cinco primeros años de matrimonio vivieron en Albany, pero después se trasladaron a Nueva York para abrir un negocio de lencería francesa. Allí nació Herman, el tercero de once hijos.

En 1830, el negocio familiar quebró y Allan enloqueció y se suicidó, dejando endeudada a toda la familia. Melville no tuvo otra opción que abandonar los estudios. Trabajó en un banco, un almacén, una granja y, a los diecisiete años, se embarcó en un navío con rumbo a Liverpool. Años más tarde, escribiría: «La necesidad de hacer algo por mí mismo, unida a una natural disposición para el vagabundeo, conspiraron dentro de mí para lanzarme al mar como marinero». Después de su primera aventura marítima, trabajó como maestro de escuela. luego regresó al mar. En 1841 zarpó en el barco Acushnet, con destino al Pacífico. Debido a sus modales y conocimientos, no pudo encajar con la tripulación, por lo que pasó en aislamiento, recluido de toda posibilidad de vida social. Melville fue calificado como inestable, imprevisible, atormentado, misterioso y retraído, sus biógrafos también le atribuyen tendencias homosexuales reprimidas. Su escritura, para la época, fue considerada como «rara» e «inclasificable». A medida que avanzaba con la producción de su obra, era menos la aceptación de sus lectores. En el mar, Melville vivió nu-


merosas aventuras/pesadillas: fue capturado por una tribu caníbal en Nuku Hiva (Islas Marquesas), fue vendido a otros marineros e incluso lo encarcelaron en las Islas de la Sociedad. Todas estas experiencias se trasladaron al papel. La primera fue Taipi: un edén caníbal (1846), que le proporcionó ingresos y algo de fama. Al experimentar el éxito, escribe la secuela Omú (1847): un relato de aventuras de los mares del sur. En 1849 Melville volvió al mar para embarcarse en un viaje a Europa que le inspirase a escribir Moby Dick, libro que le llevó casi dos años redactarlo.

Incomprendida Debido a la extensión y enorme cantidad de detalles, la obra no tuvo el efecto que esperaba. Las páginas de Moby Dick están llenas de reflexión sobre el hombre, sus anhelos y frustraciones: «cualquiera que sea la vanidad que el bebé-hombre saque de la ciencia y de su habilidad, y cuales sean los progresos que él se enorgullezca de hacerles

cumplir en el futuro, siempre, hasta el día del Juicio, la mar insultará, lo aplastará, reducirá a cenizas la fragata más robusta y la más majestuosa que se pueda construir», señala el autor. La novela parece inspirarse en un hecho real que conmovió el imaginario colectivo a comienzos del siglo XIX, según sus biografías, cuando un gigantesco cachalote fue avistado cerca de la isla de Mocha, cerca de Chile. «Durante años, aventureros y marinos intentaron dar muerte a ese gran cachalote blanco bautizado como Mocha Dick, que hundió a unos cuantos balleneros. Hubo que esperar hasta 1859 para que una tripulación sueca matase a ese monstruo marino, cubierto de cicatrices raras», apuntan; al final la historia fue inmortalizada por Melville, aunque fue un fracaso en ventas. En Estados Unidos se publica una edición de 3.000 ejemplares. En el Reino Unido, sólo salen a la luz 300. Ninguna de las dos ediciones se agotó mientras estuvo con vida. Eso lo destrozó. ¿Incomprendida? Según sus biógrafos, en 1851, cuando apareció la novela, no estaban pre-

Hay un tipo obsesivo en cazar al animal más grande de todos. Una bestia de un blanco abrumador. Un blanco que ciega, un blanco que deja abiertas todas las posibilidades entre el bien y el mal. La travesía relata la historia del barco ballenero Pequod, comandado por el capitán Ahab, quien junto a Ismael y Quiqueg, se lanza a la obsesiva y autodestructiva persecución de una gran ballena blanca.

parados para aceptar recursos hoy tan habituales como la narración fragmentaria, la mezcla de estilos, la suntuosidad imperfecta y el exceso delirante de la novela. Desde entonces, la vida del escritor estuvo marcada por numerosos problemas físicos y psicológicos hasta morir, en 1891, a causa de una insuficiencia cardíaca; su fama literaria estaba completamente en el olvido. Abandonado por el público y menospreciado por la crítica, se refugió en la poesía. Desmotivado, decidió que su carrera había terminado. Aunque escribió cuatro libros de poesía, a lo largo de 20 años. Sus creaciones líricas circularon en pequeñas ediciones costeadas por su propio bolsillo. Moby Dick solo empieza su camino hacia el estrellato en la década de los veinte del pasado siglo.

Blanco perturbador Hay un tipo obsesivo en cazar al animal más grande de todos. Una bestia de un blanco abrumador. Un blanco que ciega, un blanco que deja abiertas todas las posibilidades entre el bien y el mal. La travesía relata la historia del barco ballenero Pequod, comandado por el capitán Ahab, quien junto a Ismael y Quiqueg, se lanza a la obsesiva y autodestructiva persecución de una gran ballena blanca. ¿Por qué un hombre se hace a la mar? El mar como bala y pistola. El mar como puerta y escape, el mar como liberación y muerte. La historia transcurre en el océano, en medio del terror, la furia, la claridad y oscuridad, el silencio y la desesperación, el ruido insostenible de las noches que lo revelan todo, donde no existe Dios, y si existiera, no habría hecho más que abandonar al hombre al más terrible de los sufrimientos.

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Casa de cuervos porque te alimenté con esta realidad mal cocida por tantas y tan pobres flores del mal por este absurdo vuelo a ras de pantano ego te absolvo de mí laberinto hijo mío

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no es tuya la culpa ni mía pobre pequeño mío del que hice este impecable retrato forzando la oscuridad del día párpados de miel y la mejilla constelada cerrada a cualquier roce y la hermosísima distancia de tu cuerpo tu náusea es mía la heredaste como heredan los peces la asfixia y el color de tus ojos es también el color de mi ceguera bajo el que sombras tejen sombras y tentaciones y es mía también la huella de tu talón estrecho de arcángel


memoria apenas pasado en la entreabierta ventana y nuestra para siempre la música extranjera de los cielos batientes ahora leoncillo encarnación de mi amor juegas con mis huesos y te ocultas entre tu belleza ciego sordo irredento casi saciado y libre con tu sangre que ya no deja lugar para nada ni nadie aquí me tienes como siempre dispuesta a la sorpresa de tus pasos a todas las primaveras que inventas y destruyes a tenderme —nada infinita— sobre el mundo hierba ceniza peste fuego a lo que quieras por una mirada tuya que ilumine mis restos porque así es este amor que nada comprende y nada puede bebes el filtro y te duermes en ese abismo lleno de ti música que no ves colores dichos largamente explicados al silencio mezclados como se mezclan los sueños hasta ese torpe gris que es despertar en la gran palma de dios calva vacía sin extremos y allí te encuentras sola y perdida en tu alma sin más obstáculo que tu cuerpo sin más puerta que tu cuerpo así este amor uno solo y el mismo con tantos nombres que a ninguno responde y tú mirándome como si no me conocieras marchándote como se va la luz del mundo sin promesas y otra vez este prado este prado de negro fuego abandonado otra vez esta casa vacía que es mi cuerpo a donde no has de volver

A media voz la lentitud es belleza copio estas líneas ajenas respiro acepto la luz bajo el aire ralo de noviembre bajo la hierba sin color bajo el cielo cascado y gris acepto el duelo y la fiesta no he llegado no llegaré jamás en el centro de todo esta el poema intacto sol ineludible noche sin volver la cabeza merodeo su luz su sombra animal de palabras husmeo su esplendor su huella sus restos todo para decir que alguna vez estuve atenta desarmada sola casi en la muerte casi en el fuego

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Puerto Supe

a J.B. Está mi infancia en esta costa, bajo el cielo tan alto, cielo como ninguno, cielo, sombra veloz, nubes de espanto, oscuro torbellino de alas, azules casas en el horizonte. Junto a la gran morada sin ventanas, junto a las vacas ciegas, junto al turbio licor y al pájaro carnívoro. ¡Oh, mar de todos los días, mar montaña, boca lluviosa de la costa fría! Allí destruyo con brillantes piedras la casa de mis padres, allí destruyo la jaula de las aves pequeñas, destapo las botellas y un humo negro escapa y tiñe tiernamente el aire y sus jardines. Están mis horas junto al río seco, entre el polvo y sus hojas palpitantes, en los ojos ardientes de esta tierra adonde lanza el mar su blanco dardo. Una sola estación, un mismo tiempo de chorreantes dedos y aliento de pescado. Toda una larga noche entre la arena. Amo la costa, ese espejo muerto en donde el aire gira como loco, esa ola de fuego que arrasa corredores, círculos de sombra y cristales perfectos. Aquí en la costa escalo un negro pozo, voy de la noche hacia la noche honda, voy hacia el viento que recorre ciego pupilas luminosas y vacías, o habito el interior de un fruto muerto, esa asfixiante seda, ese pesado espacio poblado de agua y pálidas corolas. En esta costa soy el que despierta entre el follaje de alas pardas, el que ocupa esa rama vacía, el que no quiere ver la noche.

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Aquí en la costa tengo raíces, manos imperfectas, un lecho ardiente en donde lloro a solas.

Strip tease

quítate el sombrero si lo tienes quítate el pelo que te abandona quítate la piel las tripas los ojos y ponte un alma si la encuentras


Primer baile: V Hay un lugar lejos de toda ciudad. No hay un cielo sino varios, superpuestos, espejeantes, horribles. ¿Qué significará el amanecer para quien no conoce sino la noche y el sueño que sucede al sueño? Despegar los parpados significa morir, desprenderse de una estrella. El ritual es breve, la entrega absoluta. Se grita con los ojos cerrados, empapados de sudor o crujiendo de frío: te amo porque tu latido ocasiona catástrofes, huracanes, guerras. Te amo porque te bañas en un inmenso vacío, te alimentas de tinieblas. Nado en tus redondas pupilas ciegas como en un estanque infernal. Tus propiedades no tienen número y abundan las especies innominadas, estériles pero eternas. Te amo porque eres una ficción malvada y saludable. Si cesaras se extinguiría mi existencia de inmediato. Te podría hacer desaparecer en un abrir y cerrar de ojos, pero, luego, ¿cuál sería el castigo?

Vals del ángelus Ve lo que has hecho de mí, la santa más pobre del museo, la de la última sala, junto a las letrinas, la de la herida negra como un ojo bajo el seno izquierdo. Ve lo que has hecho de mí, la madre que devora a sus crías, la que se traga sus lágrimas y engorda, la que debe abortar en cada luna, la que sangra todos los días del año. Así te he visto, vertiendo plomo derretido en las orejas inocentes, castrando bueyes, arrastrando tu azucena, tu inmaculado miembro, en la sangre de los mataderos. Disfrazado de mago o proxeneta en la plaza de la Bastilla, Jules te llamabas ese día y tus besos hedían a fósforo y cebolla. De general en Bolivia, de tanquista en Vietnam, de eunuco en la puerta de los burdeles de la plaza México. Formidable pelele frente al tablero de control; grand chef de la desgracia revolviendo catástrofes en la inmensa marmita celeste. Ve lo que has hecho de mí. Aquí estoy por tu mano en esta ineludible cámara de tortura, guiándome con sangre y con gemidos, ciega por obra y gracia de tu divina baba. Mira mi piel de santa envejecida al paso de tu aliento, mira el tambor estéril de mi vientre que sólo conoce el ritmo de la angustia, el golpe sordo de tu vientre que hace silbar al prisionero, al feto, a la mentira. Escucha las trompetas de tu reino. Noé naufraga cada mañana, todo mar es terrible, todo sol es de hielo, todo cielo es de piedra.

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¿Qué más quieres de mí? Quieres que ciega, irremediablemente a oscuras deje de ser el alacrán en su nido, la tortuga desollada, el árbol bajo el hacha, la serpiente sin piel, el que vende a su madre con el primer vagido, el que sólo es espalda y jamás frente, el que siempre tropieza, el que nace de rodillas, el viperino, el potroso, el que enterró sus piernas y está vivo, el dueño de la otra mejilla, el que no sabe amar como a sí mismo porque siempre está solo. Ve lo que has hecho de mí. Predestinado estiércol, cieno de ojos vaciados. Tu imagen en el espejo de la feria me habla de una terrible semejanza.

Sin fecha Suficientes razones, suficientes razones para colocar primero un pie y luego el otro. Bajo ellos, no más grande que ellos ni más pequeña, la inevitable sombra que se adelanta y voltea la esquina, a tientas.

A Kafka

Suficientes razones, suficientes razones para desandar, descaer, desvolar. Suficientes razones para mirar por la ventana. Para observar la mano que cuenta a oscuras los dedos de otra mano. Poderosas razones para antes y después. Poderosas razones durante. La hoja de afeitar enmohecida es el límite. Lasciate ogni speranza voi ch’entrate. No se retorna de ningún lugar. Y la regla torcida lo confirma sobre el aire totalmente recto, como un cadáver. Y hay otras. Palidez, sobresalto, algo de náusea. Misterioso, obsceno chasquido del vientre que canta lo que no sabe. La luz a pleno cuerpo, como un portazo. Adentro y afuera. No se sabe dónde. Y las demás. ¿Existen? Infinitas para la duda, evidentes para la sospecha. Dejarse arrastrar contra la corriente, como un perro. Aprender a caminar sobre la viga podrida. En la punta de los pies. Sobre la propia sombra. No más grande que ellos ni más pequeña.

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Uno, dos, uno, dos, uno, dos, uno. Uno atrás, otro adelante. Contra la pared, boca abajo, en un rincón. Temblando, con un lívido resplandor bajo los pies, no más grande que ellos ni más pequeño.


Tal vez, tal vez la estancada eternidad que algún alma inocente confunde con su propio excremento. Malolientes razones en la boca del túnel. Y a la salida. A la postre tantas razones como cuellos existen. Defenderse del incendio con un hacha. Del demonio con un hacha, de dios con un hacha. Del espíritu y la carne con un hacha. No habrá testigos. Se nos ha advertido que el cielo es mudo. A lo más se escribirá, se borrará. Será olvidado. Y ya no existirán razones suficientes para volver a colocar un pie y luego el otro. No obstante, bajo ellos, no más grande que ellos ni más pequeña, la inevitable sombra se adelantará. Y volteará la misma esquina. A tientas.

Blanca Varela (Lima, Perú, 1926-2009) En 1943 ingresó a la Universidad de San Marcos para estudiar Letras y Educación; allí conoció a quien sería su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo. En 1947 empezó a colaborar en la revista Las Moradas, que dirigía Westphalen. En 1949 se radicó en París, donde conoció a Octavio Paz y a figuras de la talla de Sartre, Simone de Beauvoir, Michaux, Giacometti, Léger, Tamayo o Martínez Rivas. Posteriormente vivió en Florencia. Entre 1957 y 1960, el matrimonio y sus hijos se instalaron en Washington D.C., donde Varela se dedicó a la traducción y el periodismo. De 1974 a 1997 representó en el Perú a la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica. Además ha colaborado en numerosas revistas del Perú y el extranjero. Murió el 12 de marzo de 2009. Entre sus obras destacan Ese puerto existe (1959), Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993), Concierto animal (1999) y El falso teclado (2001). Entre los más importantes, obtuvo el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2001), Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2006) y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2007). 13


(inicio de la novela) Huilo Ruales Hualca

I. The End Todo bien, Ma. Solo estoy sangrando. Bob Dylan

A los Kitos Infiernos, por favor

D

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icho y hecho. Eva la Loca se sube al taxi como la cenicienta en la calabaza. Taxi de lujo kitsch. Felpa rosada hasta en el volante, virgen fosforescente codeándose con la Madonna en látex, megalogo del Barcelona bordado a mano, monumento a la Mitad del Mundo dentro de un cubo de resina, para la suerte un zapato blanco de bebé colgando del retrovisor, borlas de lana tricolor en todas las ventanas, cuatro parlantes imitación oro, cenicero metálico en cada espaldar, vidrios oscuros, aunque a medianoche para qué. Por qué no el pucho número mil, se dice la Eva y lo enciende. ¿Cómo

se baja esta ventana? pregunta, soltando la primera bocanada encima del chofer de lujo: patillas a lo Elvis, gomina a lo Travolta aunque semicalvo en la coronilla, chaqueta de cuero sintético y cara de matón masticando chicle. En este bólido todo es automático, reinita, pero está bloqueada. ¿Quién, yo?, dice Eva la Loca, soltando su risa que suele fascinar hasta a los animales. Aunque esta vez se trata de una risa de putita borracha o más bien de actriz esnifada a gusto. No, mi reinita, la ventana es la bloqueada, usted más bien está calibrada. Tremenda carcajada del matón. Pero fume sin problema que el humo

no me molesta. Es más, también yo voy a fumar. ¿Le gusta la salsa? La vida es un carnaval en el vozarrón de Celia Cruz acompañada por la Sonora Matancera, instalan un ambiente de salsoteca. Al llegar a la Colón el taxi dobla hacia la izquierda como si nada. La Eva no se percata de ello porque anda flotando en otras aguas. Mejor dicho, en un capullo de algodón y alambre de púas, todo púrpura, a fuerza de bareteo, polveo, tragueo, montones de palabras oídas, casi todas huecas, algunas para guardar. Cuando el taxi circunvala la plaza Artigas y toma la Coruña, la Eva parpadea a mil la hora como si despertara


novela

a los años y sus ojos color laguna ven desfilar árboles hirsutos, casas sucias, calles desoladas. ¿Dónde estoy?, se pregunta y no se responde. ¿Dónde estamos?, pregunta. En mi bólido, dice el taxista soltando una risotada con bigote cerdoso, mirándola por el retrovisor. Pero ella no ríe, se levanta el pelo de la cara, iza su cuello de reina egipcia, se despierta, se inquieta, es evidente que quiere salir del capullo. Oiga, adónde va, le pregunta al chofer patilludo y de mofletes inflados masticando chicle. Le dije que me lleve a los Kitos Infiernos. O es que no sabe dónde queda. O es que no sabe que se halla en pleno

corazón de la Tuentifor. A usted le digo, pendejo, o es que es sordo, le dice topeteándole el hombro. O es que no sabe dónde queda el Hogar de los Poetas sin Hogar. O es que no sabe dónde está el Ara. Cosas así pregunta y no pregunta Eva la Loca. El taxista, tamborileando en el volante al ritmo de la salsa, sigue su camino, muy fresco, aplastando una nada el acelerador. Fuma, se empina triple sorbo de la lata de cerveza y sube el volumen hasta que la voz de Celia Cruz se mete en el cerebro. Adónde me está llevando este man, dice a media voz. Oye, oye, adónde me llevas, grita. Pero el taxista está en su galaxia donde rei-

na la salsa, con su majestad la Celia. Déjame aquí, grita, emergiendo del capullo, apagando el cigarrillo contra la ventana. Ay, reinita, pero cómo le han educado, allí tiene cenicero para usted solita. Frena aquí, que quiero bajarme, dice en tono de Cleopatra a un esclavo. El taxista, impasible, sigue obedeciendo a su bólido. La Floresta es todo un cementerio, salvo por algunos perros y mendigos que fraternalmente escarban los basureros. Eva la Loca intenta a dos manos abrir la puerta para lanzarse como en las películas. Todo es automático en este bólido, mi reinita, y el seguro está bloqueado. ¡Para, cabrón, abre la puerta!,

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grita. El chofer silba, tamborilea, obediente a las tumbas cubanas. El taxi, de vidrios oscuros, se enrumba como yate en aguas dormidas. En el redondel donde muere La Floresta, un grupo de jóvenes beben, guitarrean, se sacuden la noche. La Eva grita pidiéndoles ayuda, pero su voz casi hace burbujas como si gritara debajo del agua. Como si dentro del taxi sus chillidos y golpes fueran un chorro de pececillos devorados por el tiburón de la música. Doblan hacia la Vicentina Baja, entran por la primera calle, giran hacia la derecha, giran hacia la izquierda y desembocan en la eme donde se hacinan los burdeles más tristes del mundo. Con todo cariño para usted, reinita, dice el taxista, sin hacer caso de sus insultos, sus golpes de algodón, sus fallidos intentos por arañarlo. Óscar de León y su Llorarás se adueñan de la pista mientras el taxi pasa besando los burdeles y bordeando el tramo donde muere el barrio: kioscos abandonados, decrépitas villas, talleres de mecánica sin techo y con aceras rotas untadas para siempre de aceite quemado. Eva la Loca, agitada, escarba a dos manos en su bolso en pos de un revólver, un cuchillo, un espray de pimienta, pero lo que palpa es el trajinado librito Letters home de Sylvia Plath, el estuche de las pinturas, un paquete de pañuelos desechables, la carterita de documentos y fotos, el monedero, la agenda de direcciones y citas y conatos de poemas. También palpa los cuatro o cinco diminutos personajes chinos que son sus amuletos y, por último, el cepillo metálico de cabo terminado en punta. Lo empuña por el lado de las cerdas, se pega al espaldar para tomar vuelo, levanta el brazo y asesta el golpe dirigiéndolo hacia el ancho gaznate del matón. Un relámpago en el retrovisor hace que este eluda con las justas el golpe y al mismo tiempo agarre el puño de

seda. No sea tan mamavergas, reinita, no vio, por poco me estampo en la peña. Además, ya no falta nada para llegar. Adónde me llevas, hijodeputa, suéltame la mano que me haces daño. Pues, a los Kitos Infiernos, como usted me lo pidió, y ya viaje tranquila, que me puedo cabrear, verá que yo soy el diablo, le dice, soltando la estrujada mano. Doscientos metros más adelante se termina el mundo. Tal es la oscuridad que la Eva se siente arrojada en el cosmos. El taxi se para, las puertas se abren, la voz de Óscar de León se expande hasta el cielo. Dos bultos brotan de la nada. Cómo te demoras, huevón, hace un pacheco que muerde. Se encienden las luces dentro y fuera del auto. Buenas noches, muñeca. Uno de los gorilas con cara de cerdo bigotudo se apropia del bolso en el que no encuentra casi nada: tres billetes medianos, una pila de monedas, dos baretos achatados, una tarjeta bancaria y un par de anillos. Dónde dejó los aretes, la cadena de oro, los diamantes, muñeca, usted ha venido casi desnuda. La Eva no hace ni dice nada. Tirita, mira por la ventana la sombra de una peña y detrás sobre fondo azul, el espectro negro del Cotopaxi. En el asiento delantero que no lo ocupa nadie, se imagina a Jonathan, apuesto, hermoso, sonriente, presenciándolo todo sin mover un dedo. Odio, siente, un odio que se mezcla extrañamente con el miedo. Casi no oye la ensordecedora música, pero golpean en sus venas los latidos de la percusión. Oye, loco, de dónde sacaste este tronco, si es nada menos que miss-universo. ¿De qué país vienes, gringuita? Ay, chugcha, esta aniñada sí que muerde. Pórtate fresca, loquita, que más te conviene. Pero agárrenla bien, soplavergas. Quieta, flaca, quieta. Guau, pero miren esta potra. Apuesto que eres sueca. Quieta, quieta, cabroncita. Esta carne es


brasileña, toca, es hule puro. ¿No hay una luz mejor que este mechero para verla mejor? Para comerte mejor, mmm, mamacita, qué ricura. Además, estás pluta, zorrita. Mírenla, está sonadísima. Ay, hijadelatripleputa, suelta, suelta. Gringa conchetumadre, toma. Quieta, te digo, grancabrona, toma, toma. Ya, ya, tranquila. Eso, abriendo la boca, glotoncita. Separando las piernas. Ahora sí, puedes moverte, sabrosura. Cosas así, dicen y hacen los tres gorilas con el cuerpo de Eva la Loca, mientras ella en su capullo de algodón con púas rueda mojada de lodo y de sangre. 333

...yo podría, a pesar de todo, hacerla muy feliz. Dios, cómo la amo. ¿Tiene algo qué hacer esta noche? Bartleby y compañía. Enrique Vila-Matas

Cinco y media de la mañana A esas horas el parque del Itchimbía tiene un aire selenita. La neblina enzarzada entre árboles y matorrales parece una infinita manada de borregos abrevando. El silencio sería absoluto si no fuera por cierto alboroto de pájaros medio dormidos y algún aullido en el otro lado del mundo. Tampoco en las calles aledañas hay indicios de vida, aparte de los pasos torpes de algún borracho solitario huyendo de su destino o buscando al tacto su casa. Y aparte de Milo el Grafitero, quien viene de terminar su trabajo en una pared blanca de doscientos metros. Mochila al hombro, chaqueta guerrillera, zapatones de soldado, camina circunvalando el parque rumbo a la escalinata que

une cielo y tierra. De pronto, el rabillo de su ojo izquierdo percibe algo así como un flameo de capa de vampiro en el parque. Intrigado, más que asustado, se detiene, otea el ambiente hasta distinguir una silueta negra apareciendo y desapareciendo entre los árboles y la neblina. Parece bruja o gitana o viuda o quién sabe es un alma en pena, se dice Milo el Grafitero. Y también se dice, esta aparición no es conmigo, pero en lugar de irse cruza hacia el parque y caminando casi a gatas detrás de los arbustos se enrumba hacia la misteriosa aparición.

Al tenerla cerca y contemplarla en la medida que lo permite el alba, se le desorbitan los ojos, la mandíbula inferior se le descoyunta, el corazón se le acaballa. No puede ser, se dice. No puede ser, se repite una y mil veces. Estoy alucinando, se dice, pellizcándose una oreja. Tal parece el resultado de una cópula entre la Kim Bassinger y el inca Rumiñahui. Con qué cuidado y gusto y desenfreno deben haberse echado un polvo mundial para que haya brotado de la mera nada esta maravilla. ¿Pero qué hace aquí a estas horas y tan hecha mierda? ¿Cómo puede, así de pronto, caerme del cielo en pleno Itchimbía la mujer de mis sueños que al despertar siempre se me borra? Así se dice Milo el Grafitero, siguiendo a la muchacha enlutada que camina zigzagueando por entre los árboles, arrastrando un chal gitano como cola de novia y dejando al paso un perfume a café, a miel, a hierba, a esperma, a extraños efluvios que lo emboban como los espíritus del bosque a los niños extraviados. No puede ser, se dice y sigue diciéndose para siempre. Señoras y señores, aunque ustedes no lo crean, esta es la mujer de mis sueños que al despertar

siempre, todo un siempre, se me ha borrado. Mírenla, es ella, en versión vaporosa, se dice el Grafitero, sintiendo un súbito doble nudo marinero en la garganta. Es ella, en versión borracha, semillorosa, enlutada y desecha, como si recién emergiera de un naufragio sin agua, y tan pálida como si viniera de un fornique con Nosferatu. Me salvé, se dice, agazapado tras un árbol milenario, temblando y sosteniendo a dos manos el corazón, no vaya a ser que se le salga. Y también se dice, por dónde empiezo mi nueva vida, señoras y señores, mientras se encamina derecho hacia ella, hipnotizado, por no decir, alelado. —Hola, ¿de dónde vienes, dónde están tus papás? —le pregunta, con aire de inspector ante alumna escapada del colegio. —A vos qué te importa —responde ella, haciendo una mueca oblicua, babosa, divina, y al mismo tiempo levantando del rostro su cabello, sus miles de serpientes castañas—. Quítate de mi paso —le dice, haciendo el gesto de ladearlo. Milo el Grafitero no obedece. Ella se asusta, retrocede, por poco se cae. —Qué quieres, pendejo —le dice. —Debes salir de aquí, este parque es superpeligroso. —No me jodas —dice y, sorteándolo de un codazo, escapa casi al trote rumbo al interior del bosque. El Grafitero ha visto que, además de su hermosura, la borrachita tiene sangre seca detrás de la oreja, en el cuello, en la mano. También tiene un pómulo tumefacto y la falda manchada como si en ella se hubieran estrellado una bandada de pájaros. En pocos trancos la alcanza, para decirle de la manera más idiota: —Oye, estás herida. Si te han

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Por primera vez en la vida, siente algo así como un mar golpeándose contra el arrecife de sus sienes. Esto es amor, damitas y caballeros, se dice. Esto es la vida. Adorar de golpe como si vinieran de abalearte y quedarte sin cabeza.

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golpeado, si te han ultrajado, puedo ayudarte. Sé de primeros auxilios, tengo contactos en Derechos Humanos, incluso en Amnistía Internacional. —Puta madre, te digo que me dejes en paz —le grita, desatándose en un llanto con tembladera y emprendiendo la huida hacia las entrañas del parque, como si le persiguiera Freddy Krause. —No seas loca, lo que quiero es ayudarte —le grita, trotando detrás de ella. —Lárgate, cabrón —grita ella a todo pulmón mientras corre tambaleante por entre los árboles. —Entonces, jódete, huevona, que estás entrando en la boca del lobo —le dice, y cesa de perseguirla. En verdad, el prestigio del parque huele a Martes trece. Allí dentro se halla siempre lista el ara de los sacrificios, la matriz del crimen, la suite cinco estrellas de los asesinos en serie. En uno de estos árboles lo encontraron pendido al Tuco González, ese pintor exquisito que andaba siempre en la cuerda floja. En el graderío de las canchas de minifútbol, una atleta famosa fue violada en minga y abandonada con un tajo enorme y perfecto, como si los asesinos, comedidos, la hubieran dejado lista

para la autopsia. Cuántas parejas necesitadas de sombra para un polvitoexprés eran a diario estruchadas, violadas y despedidas. Cojuda, ya mismo te das de manos a boca con el temible Desdentado del Pichincha. Te estás enfilando solita a las fauces del Barbosa. O, quién sabe si eso mismo andas buscando, tarada de mierda. Así va pensando y perorando Milo el Grafitero, cuyo corazón para entonces, como los metales en el imán, se ha pegado en esa criatura de cuento. Con el dolor latente y dulcísimo en el hueco del pecho, la sigue a cierta distancia para que no se aloque de miedo. Pero cuando la gitanita da un paso en falso y pierde el equilibrio, Milo el Grafitero da dos saltos de canguro y ya está presto para ayudarla a levantarse. —Mierda, qué quieres —le dice rechazando la ayuda y poniendo una expresión de disgusto y miedo que solo se ve en el cine. —Tienes que salir de este sitio —le dice con el mismo aire de inspector, aunque esta vez le sale una voz de flautín. —Ya no me jodas —le grita, sollozando, sacudiendo la cabeza y empujándolo para escapar del acoso. —Pendeja, no ves cómo tiritas, no ves que estás manchada de sangre. Estás herida, déjame ayudarte. Aquí, abajo, está Emergencias del hospital Eugenio Espejo. Así le grita, dejándola irse. No toca más que sacar el circo, se dice, pensando en que lo mejor para la mujer de sus sueños, que al despertar todo un siempre se le ha borrado, es darle confianza. Mostrarle quién es Milo el Grafitero. Un buenagente que quiere ayudarle, protegerla. Una mezcla de Spiderman y Chapulín Colorado, pero efectivo. Sacar el circo, sería, por ejemplo, ponerse delante de ella y dar varios saltos mortales, caminar de manos, hacer acrobacias en las


ramas y si la gitanita no se da por aludida, de frente, lanzarse en el laguito artificial cubierto de natas verdinegras siguiéndola a nado pegado a la orilla, tirando agua por la boca como delfín, volver a tierra firme chorreando agua sucia de sus botas de cauboi y renacuajos de los bolsillos, seguir brincando y haciendo piruetas de mico en feria. Seguro que la preciosura terminaría tranquilizándose y hasta disfrutando de sus payasadas. Por suerte, nada de eso resulta necesario porque a la borrachita se le empieza a secar el tanque de reserva y su trote por medio del bosque se vuelve un desastre, un enredo de piernas y faldón de gitana. Trastabilla, tambalea, recula, ya mismo se le doblan las rodillas, más bien parece una tora a punto de caer sin necesidad de descabello. Hasta que cae. Mejor dicho, se sienta en una banca, junto a la entrada del Jardín de Plantas y poco a poco se va desparramando toda entera. Al instante se queda yerta. Entonces sí, ayudado de la luz matutina que va limpiando de sombras el desolado parque, el cielo, los nevados y a los pies del Itchimbía la ciudad entera, Milo el Grafitero puede contemplar a plenitud la hermosura de la borrachita. Tiene el mismo cuello fino y largo que en los sueños, la piel de seda color té con leche, el potito trompudo que está más trompudo por su posición fetal, las pantorrillas genuinamente sicilianas y desnudas. Con las yemas temblorosas palpa un racimo de los miles de bucles castaños que le cubren una buena parte de su mejilla, entrevé el perfil, el pómulo golpeado, la boca carnosa y entreabierta. Con el amanecer también se puede ver la flacura del grafitero, su melena lacia, sus lentes redondos que son algo así como una microbicicleta parqueada al través en su picuda nariz. Un rostro que en algo

recuerda al de Johnlennon. Se quita la chaqueta, la dobla y, levantando con cuidado la cabeza de la bella durmiente, se la pone de almohada. Entonces sí, todo un príncipe de cuento, se prosterna ante ella para velar su sueño. Por primera vez en la vida, siente algo así como un mar golpeándose contra el arrecife de sus sienes. Esto es amor, damitas y caballeros, se dice. Esto es la vida. Adorar de golpe como si vinieran de abalearte y quedarte sin cabeza. Puro corazón y paladar. Y no caminar al tacto, buscando día y noche la salida. Cosas así, se sigue diciendo, mientras su vista lame a la gitanita desde los dedos de los pies que sacan la cabeza por las trenzadas sandalias escarlata, hasta la frondosa cabellera. Sí, juro, se dice, por nada del mundo permitiré que la mujer de mis sueños, esta vez, la concreta, se me borre. En eso está divagando, como si orara, cuando oye un crujido de ramas, pasos y voces. Gira el cuello hacia atrás como pájaro de rapiña y ve que desde el fondo de un sendero se encaminan hacia ellos tres siluetas uniformadas. Se pone de pie como un resorte. Despierta, le dice a la gitana, sacudiéndola casi con rudeza. Levántate, pendeja, que viene un trío de gorilas. Pero ella, aparte de gemir como gata en falda de abuela, parece muerta. Sin otra alternativa, la toma en los brazos, se la echa al hombro como matarife una media res y sale embalado del parque. Toma la primera callejuela, dobla en la esquina, cruza la calle Armijos, llega a la escalinata que une el Itchimbía con la ciudad y baja las doce mil gradas hasta aterrizar en La Alameda con el corazón a punto de reventarse. Taxi, grita, taxi, taxi, pero al verlo jadeante, chorreando sudor y cargado de ese cuerpo de gitana muerta, se hacen los gringos los taxistas putos.

Huilo Ruales Hualca (Ibarra, 1947) Su obra abarca cuento, novela, poesía, teatro y crónica. Ha obtenido varios premios nacionales e internacionales. Una parte de su obra ha sido traducida al alemán y al francés.

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El primer poema El primer poema fue una mano abriéndose a la luz con el estremecimiento de una serpiente al reptar de un rayo al cruzarnos el rostro. El primer poema fue escrito de una sola manotada y el hombre de una mano fue estampado en la piedra con esa herramienta de minero sin casco. El primer poema fue una mano estampada en el muro la palma de una mano unos dedos abiertos aguardando el amanecer la sombra de otro hombre unas líneas escritas con los ojos cerrados con el sueño más terrible o más dulce. Y es mi mano cuando la mido con la suya haciéndola más grande que el cuerpo de un hombre que el cuerpo de un bisonte. Cuando la asumo haciendo retroceder las tinieblas. 20


poesía No te escucho, te veo eres una sola palabra carnal como un hombre eres una sola imagen palpitante reflejada en un grano de cuarzo donde no estás tú ni yo sino el mundo surgiendo de la oscuridad. No puedo pensar en ti sino al verme a mí mismo al ver brotar mis manos en el amanecer y preguntarme a qué pertenecen, a qué se asemejan a qué raíz de árbol, a qué arma sagrada a qué querella del origen, a qué unidad perdida. El hombre se levantó y dijo algo qué dijo dijo algo que resonó muy lejos y él miró en esa dirección un largo rato qué dijo con un suspiro ahogado con que se dicen todas las cosas con una sonrisa con que se descubre todo lo oculto. Porque en ese corto soplo estaba todo el hombre que nunca estuvo en parte alguna. Háblame y la tierra habló al mezclarse con el agua. Ámame y muda la mujer se hizo amar. Canta tú y cantó el pez convirtiéndose en pájaro. Llora dijo el llanto ríe dijo la risa mordiendo una manzana escarlata. Y los labios del hombre se abrieron como si alguien lo llamara y no pudiera responder. Pero todo calló al animarse su cara. Y el silencio de la creación cupo en su boca.

La lluvia caía sobre toda la vastedad sin distinguir una hoja de otra. El hombre apareció al mismo tiempo que su lámpara. El fuego, antes de verlo arder. El hombre midió primero el arco midió primero el grano y después lo que se esfuma. Alimentó su lámpara con su doble soplo y después con su conjuro. Nadie recuerda ese paso que damos hacia el fuego ese paso tan largo que borra todos los otros. Y estalla su cáscara adentro del árbol adentro del fuego como una flor de piedra. Nombrado seas tú, nombrado sea yo porque nombrados volvemos a ser el mismo hombre. Y somos otra vez ese puñado de ceniza arrojado hacia arriba buscando la ceguera deslumbrante o la ceguera ciega esas dos llamaradas del fuego del hombre. Haz la máscara, dijo un hombre muy viejo palpando largamente mis manos con sus manos frías. Hazla para que me veas un día con mis propios ojos. La máscara fue hecha para mirar como un halcón adentro de su presa y en dos se partió al enterrar la primera lanza con un grito nunca oído hasta entonces. Aún sentimos su mirada en nuestro cuello desnudo con un escalofrío. Aún nos muerde la mano cuando nos adueñamos de una vida. Sus ojos chupan como las plantas la luz y la sombra. Nunca está sola de ella misma y vacía es como un cráneo mondo. La máscara fue hecha para mirar adentro de los otros adentro de la muerte. Pero yo la arranqué para ver el verdadero rostro del hombre. Y al hacerlo se iluminaron los muros con un destello de lámpara o de copa de piedra.

Cuando aún no existía el hombre existía un nudo en el viento y una vaga exclamación en el espacio. Todo era demasiado grande y tenebroso para que existiera una sola gota a punto de caer y dos árboles unidos por una telaraña. Existía el tiempo sin término pero no el hilo roto con que tejen los pájaros su paso de la luz a la sombra. Cada día despuntaba sin el recuerdo de la víspera. Y el primer animal nació y murió sin salir a buscar su presa. La tierra era como un sepulcro vacío.

(El poema en el poema)

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Tema 1 La casa es como un animal de la sombra humeante pirรกmide sin huecos esfinge con mi rostro, corcel con mi silencio mi propio abismo a medias lleno con un รกrbol es un nombre con un pรกjaro un canto con un hombre adentro un lugar despoblado que uno viste con la ropa de los muertos sus puertas se han abierto con el rumor de los dormidos sus ventanas se han roto con el silencio de la noche. 22


yo soy la abeja de este gran silencio, de esta noche inmensa yo soy el comensal, el que guarda intactos los seres engullidos. Todo gastó a los moradores cómo envejecieron de mirar hacia afuera en qué lecho tan blanco durmieron sin pliegues sin desordenar el aire de las cosas cuerpos, cuerpos, manos, rostros esos dientes de la sombra a una hora buscamos el sitio más profundo adentro de otros viviremos, cada vez más adentro cómo al partir un fruto creo prolongar mi nacimiento. El fondo de los hombres es un sueño un sueño confiado a una piedra antes de estar solos estuvimos reunidos antes de ser esposos fuimos desposados nuestros hermanos fueron como viejos conocidos. Extraña es esta casa cuya sombra nos fecunda una piedra era al final su rostro lo exterior del paisaje, su intimidad profunda la estación transitoria, su más pura experiencia la inclinación del sol, su más colmado hallazgo. (Epifanías)

Puertas de China Extranjero, detente en mis murallas contengo tantos muertos que entera soy de cal y espinas mi tempestad será de cenizas extinguidas hace siglos te quemaré como al caballo de la estepa.

Como las rocas, está detrás de sí misma débilmente alumbrada por las cosas por la tierra que remueve con sus manos por la tierra cavada más alta que sus muros bajo ella está el agua verdadera el hueso parecido de los frutos. Todo está a la vez iluminado, todo en tinieblas todo está ordenado en los armarios en la memoria de los ausentes los años vienen a beber en mi boca

Sarmentosa soy como la más pura claridad fiera como un terrible leprosario no verás mi desnudez que el viento cuida conmigo dormirás sin conocerme en mis rodillas dormirás el sueño devastado del invierno oirás sólo el tifón el puñado de los huesos enemigos que en mí no encuentran el reposo. Para ti seré ausencia de raíces un río turbio, un fruto descarnado en mi manto hay un tambor que batiré por ti mientras existas hueso contra hueso morderás el arroz podrido del esclavo. Olvidarán los hijos y los padres todo aquel que en mi pecho exprimido se formó

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en ti seré este fragor del tifón en las estepas milenarias la sequedad, el frío de mis uñas el coro de mi hambriento en tus oídos. En el hombre encontrarás refugio en el templo hallarás el aire que te niego junto a Buda la oscuridad de mi memoria de mí saldrás como has venido no verás sino mi anchura inabarcable no tendrás otra cosa que el silencio. (El viento de los reinos)

El bocado

Alimento extremadamente humano eso es lo tuyo, hermano eso es lo que ganaste cuando las garzas ya no fueron perseguidas porque amas la luna como odias la ciega turbación de los hombres a la orilla de un río donde el cielo humedece tus acciones de un río donde no cesan de pasar tus muertos. Eres de carne y de sangre más que de huesos eres de dos pedazos de un pan arrebatado con tus hijos atragantados en tu boca con tus padres desnudos en la espalda. Lo que vive de la miel secreta lo que vive en la blandura de la lengua, en el aceite del reposo fue turbado antes que comprendieras el pez sangriento de la nieve tú el más desnudo de los seres de la tierra el pan sin cáscara, el mendrugo frío sin buey labraste sin armas defendiste el corazón del cielo. Tu fiesta fue sorprender el arroz recién sembrado tu vino fue callar ante la noche tu trabajo fue vivir disuelto en lo que hacías por eso amaste el fondo húmedo del tiempo donde todo se agrupa sin violencia. Tú inventaste la tierra tú que en la arcilla tocaste todo el dolor humano tú inventaste el pan tú que apenas nacías eras devorado por las aves tú inventaste el silencio para poblar el duro corazón de dios. (El viento de los reinos) 24


Donde la noche es tan grande Allá en la tierra donde los hombres surgen de la sombra tan naturalmente como si fuera su casa y las mujeres, como los ojos de la sombra, miran a través de las ventanas el fulgurante verano y unos y otros se restriegan los ojos cuando llega alguien, cuando alguien se despide como si hubiera mucho humo o vapor en las cocinas y mucho sueño en la lluvia, mucho silencio en las cosas. Parece que uno fuera de la sombra a la luz muchas veces en una sola tarde y tuviera como el recuerdo de la vida. Porque todos se sientan a comer a la mesa donde aprendieron a leer y a escribir a la hora en que las mujeres se ocultan y los hombres se lavan recordando la tarde anterior. Esa es la hora en que brilla lo blanco del reloj de pared. Esa es la hora en que se fijan los rostros en la memoria y en que somos iguales a los retratos del salón. (Mujeres de oscuro)

La primera casa (fragmento)

Al acercarme a este lugar alguien me nombra son las piedras piedras de monte y de río que no quieren ser piedras después de haber sido mi casa. Es el barro anónimo del cual venimos todos que no quiere ser barro después de vivir la suerte del hombre. Cuando mueren los que levantaron una casa -haciendo en ellos mismos un hueco antes ocupado

por la noche

o por un río desde el comienzo del tiempo el lugar no sólo cambia sino que se vuelve más grande. (El poema en el poema) 25


La semilla

Cuando veas inclinarse a dos hombres y depositar un puñado de tierra en la mesa, están haciendo un trueque más viejo que la sal y la semilla deja de ser semilla para convertirse en el largo sueño de las lechuzas que nunca duermen. Y al fondo de la tierra vuelve de nuevo como esos granos comidos por los pájaros sin saber si son pájaros o son gotas de lluvia. Tócala. Todos la tocamos para que sea la semilla. Es suave y áspera como el dorso y la palma de la mano. La acariciamos con respeto haciéndola más libre guardándola sin respirar en nuestro soplo. Y quisiéramos mojarnos la frente y los labios con ella como en esa fuente de donde nacen todos los ríos, acostando la cabeza en esa tierra alada para soñar con todos los que hicieron lo mismo. Es inasible. Es el polvillo de las viñas cerniendo y se deshace entre los dedos como la plumilla de cardo o los granos de aromo, esos visitantes nocturnos que perfuman la lámpara y las tinieblas del hombre. Y es la simiente guardada debajo de la lengua cuando en la noche escuchamos nuestro aliento. Es el puñado de polvo que queda de nosotros y que alguien quisiera soplar alguna vez con un fugaz, irresistible y oscuro deseo de sentir que la ceniza vive en la ceniza del pan. Y es la semilla posada en el hueco de la mano como el pájaro que vuela en busca de la primavera. Que vuela antes de ser nombrado por el viento cuando el sol cumple los años de la noche. (La mesa de la tierra)

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Trances mortales (fragmento)

Entró en la muerte y la sombra oscureció los ojos del que lo vio morir aclarando el rostro del dormido con esa luz de los espejos donde nadie se ha mirado. El que ve la muerte amanecer sobre un rostro nunca más ve la luz de la misma manera. El que ha visto morir se acuerda de ello cuando ve nacer cuando el sol ese día no se oculta. Al abrirse por primera vez los ojos de un niño se abre ese ojo tenebroso que tuvimos en la frente. Y en las mujeres al dar a luz se abre en sus entrañas el vacío que separa la vida de la muerte. Cuando me acerqué él se incorporó en su lecho mirando a todos lados. Se apaciguó al verme al saber que existía otro hombre que seguiría siendo un hombre al convertirse en polvo. Palpó lentamente mis manos, mi cara, miró mi sombra. Me pidió que le dijera algo antes de morir. Yo lo llamé por su nombre ante su gran asombro como si lo hubiera olvidado y le recordara tantas cosas. Él mismo lo pronunció entonces como dándoselo a otro. (El poema en el poema) (Tomado de: http://www.efrainbarquero.net/poesia-2/poemas-2/)

Efraín Barquero (Piedra Blanca, Chile, 1931) Estudió en el Liceo de Talca, Derecho en la Universidad de Chile y Pedagogía en Castellano en el Instituto Pedagógico. En 1955 entró como secretario de redacción a La Gaceta de Chile, que dirigía Pablo Neruda. En 1962 viajó a China. Fue agregado cultural en Colombia durante el gobierno de Salvador Allende. Tras el asesinato del presidente tuvo que ir al exilio, a Francia, donde trabajó desde 1975 a 1990. Ha viajado y residido en países del Extremo Oriente, América Latina y Europa. Ha publicado: Árbol marino (1950), La piedra del pueblo (1954), La compañera (1956), Enjambre (1959), El pan del hombre (1960), El regreso (1961), Maula (1962), El viento de los reinos (1967), Epifanías (1970), Arte de vida (1971), El poema negro de Chile (1974), Bandos marciales (1974), Mujeres de oscuro (1992), A deshora (1992), El viejo y el niño (1992), La mesa de la tierra (1998), El poema en el poema (2004), Premio Altazor (2005), El pan y el vino (2008) y El pacto de sangre (2009). Premio Nacional de Literatura 2008.

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Patricio Viteri Paredes

A

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I

Paloma la mataron un jueves de abril a la misma hora en que yo, abrazado a un poste, vomitaba sobre la calle Mount Pleasant. Eran las once y media de la noche y la náusea que me retorcía el estómago dejaba un rastro de arena mugrienta en mi boca y mis ojos desorbitados buscaban un hilo de esperanza entre los focos. Cuando me enderecé, una ráfaga de aire helado me devolvió a la extraña lucidez de los alcohólicos y mientras bajaba hacia la Columbia Road urdía planes para exterminar las palomas de esta mierda de ciudad. Cómo odio a esas ratas con plumas que acuden a las manos de viejas sarmentosas que las alimentan con pan duro y rancio como su mismísima puta vida. Cuando llegué a la calle 18 se me ocurrió la mejor manera de exterminar a estos bichos repugnan-

tes: llenarme los bolsillos de grandes alfileres o agujas de tejer, agarrar a cada uno de esos sucios animalejos y reventarles los ojos: volarían despavoridos de mis manos para estrellarse contra las fachadas, los coches, los árboles y la gente. Cientos de miserables bestias adoloridas surcarían el cielo hasta caer espachurradas en el asfalto, tembloroso su cuerpo carroñero y con las cuencas de sus ojos vacías y sangrantes.

II Despierto a mi día de gusano, entreveo la maligna luz filtrándose por las persianas y una vez más maldigo el estar vivo. Enciendo el televisor y miro un talk-show. La gente no es más que un pedazo de mierda y la TV es la cerda que pare la mierda. Huelo a tigre y debo ducharme antes de que las cucarachas


cuento me nazcan de las axilas. Hoy están hablando sobre unas zorras que se follan a los novios de sus mejores amigas. La piara discute, comenta, arguye, da consejos; las cornudas lloran junto a las zorras; el conductor del programa jode como ladilla; los machos tratan de justificarse, pero en sus ojos se nota que volverán a tirarse a la que se les ponga enfrente. Apago la TV y de pronto veo a Pam tirada en el suelo, junto al sofá, patas arriba y con los brazos extendidos sobre su cabeza como si desde el techo un cabrón le estuviese apuntando con una pistola y ella desde su sueño levantara las manos. Ojalá le disparen, le metan una bala por el ojo y se quede en el suelo reventada como una rata. No me conviene: las paredes quedarían manchadas de masa encefálica y yo tendría que limpiarlas. Mejor que la maten en un callejón y que ni su puta madre se acuerde de recogerla en la morgue. La cabrona del piso de al lado ha vuelto a poner esa canción de Whitney Houston para que otra vez no se le oigan los gritos que da cuando su macho le está jineteando y ella brama que se lo meta más adentro y a mí me da asco por lo fea que es ella y pienso que su negro debe tener la pinga negra enroscada como la de un cerdo y supongo que siempre que oiga la maldita canción I will always love you me recordará a una negra a la que están sodomizando, y cada vez me da más asco y me levanto y vomito a la entrada del baño y espero que ojalá cuando se despierte Pam se resbale y caiga de cara sobre mi vómito. Y ahora suena el asqueroso teléfono y debo correr a trompicones para que esta zorra no se despierte y levanto el auricular de donde sale la voz ronca de Pedro que me dice que han matado a Paloma, que la encontraron ayer en el río con dos puñaladas en el cuerpo y que antes de suicidarse le va a cortar los huevos al asesino y me-

térselos por la boca hasta que muera asfixiado ese negro hijo de puta, porque debe ser negro el cabrón que mató a Paloma, pero me lo voy a cargar, lo voy a torturar hasta que me suplique que lo mate, Santiago, Santi, han matado a Paloma, la han matado los muy hijos de puta, y Pedro empieza a llorar como un crío en el teléfono y le pregunto que dónde está. Estoy en casa, me dice, la policía ya me interrogó y me soltaron. Espera, le digo, en veinte minutos estoy contigo. Encontré a Pedro doblado en el sofá gimiendo como un perro y sin querer mostrarme su cara por un buen rato, nada más cubriendo con sus manos su rostro y repitiendo millones de veces «Paloma está muerta, Paloma está muerta, Paloma está muerta», como si invocando su nombre pudiese devolverla a la vida y a su lado. Esperé con paciencia a que las lágrimas cesaran y me contase más detalles. Cuando su llanto disminuyó y oí nada más que suspiros, me acerqué, lo abracé y al sentir su humanidad estremecida por el dolor no pude más que remorderme los labios para aguantar esas malditas lágrimas que también eran para Paloma, pero más bien para este animal que sufría como aquel caballo de Nietzsche. Debíamos sobrevivir así fuese solo por la venganza, sí, sobrevivir, porque no quedaba otra salida, porque es mejor estar en la tierra para hacer que los demás paguen sus crímenes, sus vidas rastreras, su mediocridad infame. Entonces, haciendo esfuerzos para que no se me notase mi voz a punto de quebrarse, le dije a Pedro que encontraríamos al desgraciado que la mató, que Paloma no te quiere ver llorando, que ella esperará tu venganza, que hay que ser fuerte y, antes que nada, debes ducharte, vestirte y hacer los preparativos para que enterremos a tu novia como Dios manda y luego ya veremos cómo nos las arreglamos.

Cuando llegué a la calle 18 se me ocurrió la mejor manera de exterminar a estos bichos repugnantes: llenarme los bolsillos de grandes alfileres o agujas de tejer, agarrar a cada uno de esos sucios animalejos y reventarles los ojos: volarían despavoridos de mis manos para estrellarse contra las fachadas, los coches, los árboles y la gente.

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Y ahí está el gringo idiota y blanco en todo su esplendor: el inmundo WASP rebuscando en el recipiente de periódicos para rescatar una sección del diario del día y leer algo durante el viaje a su inmunda oficina; con su traje de quinta mano, su carita de «yo-pagomis-impuestos» y sus zapatos Pay-less, semeja un mono albino agarrado con las manos en la masa.

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III Cuando Paloma se mudó al barrio, a los pocos días ya conocía todas las tiendas latinas a lo largo de la Columbia Road y la Mount Pleasant, y luego, con los del grupo de latinoamericanos que nos reuníamos en el Piscis Bar, aprendió que la calle 16 era el límite hasta donde podía alejarse, que nunca fuera sola hacia el este donde estaban los negros y sus guetos malditos; Dupont Circle estaba lleno de maricones, casi todos de plata, pero era una zona segura, como Woodley Park, donde había un restaurante mexicano y otro afgano que conocíamos, muy buenos los dos. Eva, con quien congenió enseguida, le enseñó el mejor camino al zoológico, bajando por la Harvard y cruzando el puentecito, para luego subir por el parque mirando los animales y salir a la Connecticut y dar toda la vuelta por el puente Duke Ellington hasta volver a la Calvert y llegar a casa. Fue en esa caminata por el zoo que Eva se enteró (y todos nosotros) de que Paloma Vasconcelos tenía una licenciatura en periodismo, llevaba seis años en este país y trabajaba en el Post desde hacía siete meses. Se había casado a los veinticuatro años con un gringo que trabajaba por contrato para Pdvsa, divorciada a los veintisiete, sin hijos, una leve sospecha de que era estéril pero no se había hecho ningún examen, tres o cuatro novios que no duraron. Eva le fue detallando la vida en Washington, su propia historia y los detalles de cada uno de los del grupo. De mí dijo que era «un genio de la computación pero una bala perdida en todo lo que tenga que ver con mujeres. Ve un poste de luz con faldas y para allá va directito a estrellarse. Me extraña que todavía no te haya propuesto nada». A su maridito, claro, lo puso en los cielos y con aureola de san-

to, y puteó y reputeó a la exesposa, Miriam, la loca que se fue con su hijo donde los zapatistas y le sacaba plata como si ella fuera una aspiradora y Roberto una pobre alfombra que soltaba dólares en vez de pelos. La muy celestina le vendió a Pedro como al hombre ejemplar y, según sus propias palabras, como el «chico que te conviene», pues era dueño del bar, tenía un buen dinero ahorrado, era guapo y no era mujeriego. De Antonio comentó que era el alcohólico más amoroso del mundo aunque, eso sí, le ponía los cuernos a Rosi cada vez que podía. Del Javi y la Tere chismeó que el grupo los había aceptado porque faltaba algo lúmpen y que era muy gracioso oírle a la gordita relatar cómo su marido rompía huevos y dientes en los conciertos de rock o de salsa. «Ricardo es siempre algo confuso. De pronto puede ser el tipo más amable y encantador, pero otros días ni te saluda. Tiene un montón de plata, lo quiero, pero a ratos me enerva». Julio era un vagabundo a quien Pedro había medio rescatado dándole el trabajo de limpiar el bar por las noches. Lori: una mujer chévere e izquierdosa, buena gente y tal, «pero un poco rarita, no sé si por judía o porque no tiene novio». Luego le fue detallando los personajes y sitios del barrio: ese famoso periodista de Telemundo que se había convertido en homeless y que andaba jodiendo a todos los latinos y gringos para sacarles unos dólares o unas cervezas y dormía en una casa abandonada en la calle 15 con todos los demás vagabundos centroamericanos asquerosos; los latinos que pinchaban líneas telefónicas en plena calle y te alquilaban los aparatos, como si fueran suyos, para hacer llamadas internacionales a menos de la mitad del precio; el bar Millies & Al’s donde había una buena pizza y se podía beber todo lo que uno quisiera sin que te desplumen; el Heaven & Hell, con


música dura a todo volumen y jóvenes rockeros y borrachos; la tienda La Abejita donde se conseguía plátano frito, tamales de pollo, yuca con chicharrón y conservas de Latinoamérica; la banda de mexicanos que vendían marihuana, crack, cocaína o papeles falsos; José, el dueño del Mixtec, a quien para sacarle de casillas había que discutirle la receta del mole poblano y decirle que en su restaurante no se vendía comida mexicana sino tex-mex; el peligro de los negros en la calle Euclid y más allá de la calle 16...

IV Cómo pueden ser tan puercos estos negros, y tan tontos; esos dos gordos se han colocado junto a la puerta del vagón, no se mueven ni un ápice cuando la gente sale o en-

tra y les importa un culo que tengan que pasar en fila y algunos de costado para no rozar esas humanidades amenazantes y repelentes; y esa adolescente negra, que no pasará de los dieciséis años, con un bebé que berrea en sus brazos y el otro de dos años corriendo como animal por los pasillos del metro y ella, mientras lo putea, dirige una mirada asqueada a todos los viajeros, como si tuviéramos la culpa de su mierda de vida. Y cuando salgo al andén, en L’Enfant Plaza, delante de mí van varios negros y negras que no me dejan pasar porque son tan gordos y lentos como inmensas babosas chamuscadas; y mientras los hombres se rascan los huevos, las mujeres se acomodan las bragas o se restriegan el culo y mastican chicle y arrastran los pies. Y ahí está el gringo idiota y blanco en todo su esplendor: el inmundo WASP rebuscando en el recipiente de periódicos

para rescatar una sección del diario del día y leer algo durante el viaje a su inmunda oficina; con su traje de quinta mano, su carita de «yopago-mis-impuestos» y sus zapatos Pay-less, semeja un mono albino agarrado con las manos en la masa: me he detenido frente a él y lo he mirado con sorna y se ha hecho el tonto o el orgulloso e ignorándome se ha largado por la escalera mecánica que baja al segundo nivel, hijo de la gran puta, whitetrash, pedazo de mierda pinchada en un palo alejándose con su maletincito y su terno Salvation Army. Me asquean todos, todos estos maricones y lesbianas y negros y blancos y latinos de mierda, todos me dan vómito. Espero mi tren en el andén y veo al trío de rusos venir desde el fondo; siempre vienen a este sitio y hablan en ese idioma del que no entiendo ni jota, pero la señora rubia tiene un culo al que se debería perennizar en

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Tenía miedo al mañana, a las brutales pesadillas que me asaltaban apenas dormía, a los ruidos extraños que pueblan en la noche los pisos y paredes y techos, temía los sonidos de la calle, las voces apenas susurradas, el enloquecido eco de las sirenas, desconfiaba de los pasos recorriendo el pasillo, de las ardillas que habían anidado en mi ventana, del ruido del ascensor y de los pájaros que chillaban al atardecer, y el pavor de que tocaran en mi puerta, de que la policía o los loqueros vinieran a secuestrarme, a torturarme o encerrarme en una celda acolchada.

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molde: redondo, bonito, firme, saliente, pese a los 50 años de la dueña; y su boca cuando habla ruso es tan linda que dan ganas de caerle a patadas y mordiscos, pero siempre la acompaña una cosa que debe ser su marido y otra mujer fea, una que nunca dice nada, y el tipo es un bigotudo de mierda, alto y con aires de cosaco indigestado. Y claro, son las siete de la mañana y por ahí viene la rubia que se baja en el Pentágono y nunca se sienta porque solo es una estación, pero más bien no se sienta para que todos los machos y hembras observemos su gran par de tetas y sus vestidos caros, sus joyas, sus zapatos de tacón alto y fino, su nariz revulsiva de judía y sus bolsitos Pierre Cardin, la muy zorra, con sus ojos azules fijos en la puerta del vagón, en la oscuridad bajo tierra y luego, al salir al Potomac, el tren va

siguiendo sobre el río y mi mirada se clava en las aguas, en los aviones que salen del National, en ese botecito con dos pescadores que agotan su paciencia esperando el milagro y en ese tren de mercancías, largo, larguísimo, como de un kilómetro, que va pasando hacia el norte y donde quisiera subirme y largarme, largarme de esta inmundicia y nunca llegar a ser alguien que sintiera a esta masa como suya o se identificase con su dolor o angustia. Pero no, no soy humano y esta fauna me importa un rábano: nada perdería la especie si todos estos hijos de la gran puta desaparecieran. En el Pentágono se bajaron un montón de negros, latinos y la vieja rubia; por fin pude estirar las patas, pero cuando quise apoyar mi cabeza en la ventana vi una mancha pringosa en el vidrio y seguro era una negra que se había puesto jelly por un tubo para simular que su pelo era liso y no ensortijado y asqueroso y seguro que la muy bruta se quedó dormida y dejó esa nube grasienta y repugnante entre el cristal y el borde de la ventana; pero también se subió la fea, esquelética y pobretona mujer blanca, cuarentona y ajada prematuramente, con sus maxifaldas de segunda mano, sus zapatos de tenis blancos o azules y, lo que es peor, durmiendo y roncando en el trayecto de sólo seis estaciones para luego despertarse asustada al llegar al metro de King Street, donde yo también me bajo, y la mujer sale con sus pasitos presurosos y voy tras ella y en las escaleras un adolescente negro se me adelanta y va descendiendo paso a paso con sus pantalones a mitad del culo y sus zapatazos con los cordones sueltos, con gusto lo degollaría y dejaría que su inmundo cuerpo rodase por las gradas hasta estrellarse en la entrada por donde vienen subiendo esos latinos tan repelentes y feos que no se sabe de qué infierno salieron. En el andén de la estación de


buses veo a todos esos inmigrantes centroamericanos, esos negros, chinos y blancos, y me dan ganas de vomitar, pero los bellos ojos negros de una árabe me rescatan de la náusea y voy caminando a trancos largos hasta llegar a mi oficina donde no saludo a nadie y me encierro y miro la ventana, el cielo ceniciento. Hay días en que se debería salir con un rifle de asalto a la calle y eliminar toda la basura humana que se arrastra sobre el planeta, o quizá, igual que a las palomas, agarrar unas tijeras afiladas y sacarles los ojos para que, tambaleantes y aullando, caigan bajo las ruedas de los trenes o de los camiones, destrozados también sus cuerpos carroñeros, sus vidas insensatas, sus futuros miserables.

V Algo me pasó después de la fiesta de cumpleaños de Eva, cuando ya era claro que Pedro y Paloma se habían enamorado. El repugnante verano de Washington había empezado y pedí quince días de vacaciones, con la pretensión de irme a Nueva York o a Asheville, en Carolina del Norte, a visitar a mi amigo Sean. Pero ni siquiera me fui a Rehoboth Beach con Martha Elena, mi novia colombiana ‘oficial’ a quien había prometido unos días de playa. Desconecté el teléfono, cerré las cortinas azules, compré dos cajas de whisky y seis cajas de cerveza, veinte gramos de crack, varios cartones de cigarrillos, leche, papas y filetes de carne. Le mentí a Martha Elena que mi empresa me mandaba a Pittsburgh a instalar un nuevo sistema de computación y conexión satelital para un cliente importante, que me demoraría dos semanas, que pronto la llamaría y que había solicitado la desconexión de mi teléfono por si acaso al manager de mi edificio se le ocurriera hacer llamadas a larga distancia. Cinco días

me encerré a devorar libros, escuchar rock y emborracharme. En las madrugadas me fumaba unos joints mientras veía la televisión sin sonido, solo las imágenes bailando, y yo les ponía palabras a los diálogos y a las propagandas, y a las voces les metía acentos de Kansas, de Louisiana, de negros de Anacostia y de latinos de Mount Pleasant, así, como un ventrílocuo, inventando cualquier mierda para no pensar en Paloma ni en mi vida tirada al barranco, para no sentir que ya era hora de largarme de este hermoso y terrible país, para no dejar que la amargura y la desesperación me sumieran en el fango. Tenía miedo al mañana, a las brutales pesadillas que me asaltaban apenas dormía, a

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los ruidos extraños que pueblan en la noche los pisos y paredes y techos, temía los sonidos de la calle, las voces apenas susurradas, el enloquecido eco de las sirenas, desconfiaba de los pasos recorriendo el pasillo, de las ardillas que habían anidado en mi ventana, del ruido del ascensor y de los pájaros que chillaban al atardecer, y el pavor de que tocaran en mi puerta, de que la policía o los loqueros vinieran a secuestrarme, a torturarme o encerrarme en una celda acolchada. Por fin, de tres a cinco de la mañana, con los ojos escociéndome por tanta tele, me dormía unas dos horas en el sofá o en la cama, y de nuevo me levantaba sudando, angustiado, con unas náuseas secas que me arrancaban lágrimas y me dejaban temblando, acurrucado como feto y con mis dedos clavados en el colchón. A tientas iba al baño y la náusea continuaba destrozándome el estómago y la garganta, me lavaba la cara con agua fría durante un par de minutos hasta que veía mi rostro demencial, mis ojos rojos espantados, mi barba rala y descuidada, el temblor de mi cabeza y mis pelos sucios y alborotados. No me duché durante esos cinco días, tampoco limpié el apartamento ni lavé los platos. Desayunaba un vaso de leche y a la media hora ya empezaba con las cervezas, por lo menos dos packs caían todos los días, me fumaba dos paquetes de cigarrillos y a las tres o cuatro de la tarde freía un filete y lo acompañaba con papas fritas o puré, nada más, y seguía con el whisky y más noche con el crack, cinco días y sus noches, tirado en la cama o el sofá, bebiendo, leyendo a T.C. Boyle o el Washington Post que me lo dejan a las seis de la mañana, e intento no pensar porque la caída es larga y no hay nadie quien me pueda sacar de este infierno ni pegarme un tiro para aliviarme esta miseria, y luego, con una revista Granta en

la mano, voy y vuelvo por la sala de mi estudio hablándole a mi madre, explicándole el orden de cosas, los viajes, los fracasos, los proyectos futuros, mi muerte y la suya, pidiéndole ayuda, fuerzas para la travesía, un norte susurrado, una razón para no suicidarme, y sí, le escucho pronunciar dos o tres veces mi nombre, Santiago, con una voz linda y triste, pero no dice nada más, solamente mi nombre murmurado desde algún rincón del techo o bajo un dintel, y me quedo paralizado buscando el origen de las palabras y pregunto «Madre, ¿dónde estás?», pero ya es de noche y nadie responde y mis pasos frenéticos me llevan de pared a pared y me acurruco en un rincón y me pongo a llorar como un imbécil hasta que me levanto y voy a la cocina a ponerme un doble de whisky para bebérmelo de un sorbo y empezar a putear a Dios, al mundo y a la vida, porque si hay Dios no debe ser más que un pedazo de bazofia abandonado en el infierno y yo sigo en esta bebedera y fumadera que dura no sé cuánto y a mí me vale un culo porque le compré la pistola a mi compadre Emigdio y solo espero que el manager y la policía me encuentren antes de que mi cadáver empiece a apestar. Tres noches tuve la pistola en mi velador, la limpié y puse cuatro balas en el cargador. Luego sacaba las balas, ponía el cañón en la sien derecha y disparaba en seco, imaginándome cómo volarían mi cerebro y los huesitos de mi cráneo contra la almohada o quizá las paredes y cómo quedaría mi rostro, mi boca, mis ojos y el agujero en la cabeza, y si yo llegaría al infierno con la manos extendidas y con los sesos chorreándome por las orejas y el cuello, pero qué infierno iba a haber si Dios ya había creado uno para mí en este quinto día de encierro cuando empecé a ver a las arañas subiéndome por las piernas y esas sombras humanas

que se deslizan hacia la cocina o mi dormitorio y estas voces mezcladas con risas que salen del baño y de los armarios para rasparme el alma con un puñado de clavos oxidados, y no, mierda, no, no puedo más, madre, ya no puedo más, le juro que ya no puedo más. Al sexto día desperté a las cuatro de la tarde, me duché, me afeité malamente y me cambié de ropa. Me fui a la 18 a sentarme en un bar y ver pasar las hembras y fue entonces que conocí a Pam, una negra flaca y algo bonita que solía pasearse por el barrio. Le hice señas para que se sentara a mi mesa, bebimos cerveza hasta las ocho de la noche y no recuerdo lo que hablamos, sólo sé que le di cincuenta dólares para que comprara crack y luego nos fuimos a mi casa a follar y fumar hasta la madrugada. Nunca supe a qué hora se fue, pero revisé la casa y no se había llevado nada. Volvió a la noche siguiente, esta vez con su hermana de unos quince años con quien también me acosté, pero tuve que darle veinte dólares; con Pam lo hacíamos a cambio de crack. Así pasó otra semana y yo ya no sabía ni el día ni la hora en que me encontraba y fue una de esas noches en que Pam me contó que había visto a mi amigo Ricardo salir de un cabaret sadomasoquista que quedaba en la calle U, cerca de Dupont Circle.

VI Paloma salió del bar y fue bajando despacio por la Columbia Road. Alzó el cuello de su chaqueta negra de cuero, apretó su cartera bajo el codo derecho y se fue mirando los pocos transeúntes y los rótulos de neón. Vestía una falda de cuero negro y botas de tacón alto del mismo color. Caminaba como gata. Cerca del Safeway dos vagabundos negros la miraron asombrados y murmuraron algo, pero ella solamente apre-


suró el paso. Pocos metros antes de llegar a la calle 18, se encontró frente a frente con Susan y Cathy, dos compañeras con las que había trabajado en una agencia de publicidad en Georgetown. Se saludaron con alegría, abrazos, risas, ojos brillantes. No se habían visto más de un año y convencieron a Paloma para ir a tomar una copa o un café en un sitio cercano que ellas conocían. Tomaron un taxi y se fueron por la Connecticut arriba, por Cleveland Park, hasta el restaurante Alero. Cuando se acomodaron en una mesa junto al gran ventanal, Paloma divisó a Ricardo, que la miraba sentado en un taburete a un extremo de la barra, en compañía de un joven negro de unos veinte años. Ricardo saludó a Paloma con una sonrisa y un pequeño gesto de su mano. Ella le devolvió la sonrisa, dijo un «Hola» musitado y continuó conversando con sus amigas. Casi una hora estuvieron ellas

contándose sus cosas y tomándose los tres capuchinos que ordenaron. Cuando pagaron la cuenta y salieron, Ricardo las esperaba en la puerta. —¿Qué tal Paloma, cómo estás? —preguntó él, mientras se acercaba a darle un beso en la mejilla. —Bien. Te presento a Susan y Cathy. Él es Ricardo. El hombre les dijo que se iba a su casa y preguntó si deseaban ellas un ride. Las dos chicas contestaron que vivían cerca e irían caminando. Paloma titubeó un poco, pero luego aceptó. Las amigas se despidieron con promesas de llamarse y verse el fin de semana. Paloma sintió algo extraño cuando él, en lugar de ir por la Connecticut, viró por la calle Porter. —¿Por qué vas por aquí? —preguntó extrañada. —Es más corto y hay menos tráfico —respondió, mirándola con unos ojos azules brillantes y raros. Ella permaneció en silencio, mi-

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Paloma despertó cinco minutos después. Observó la noche, los árboles, las luces lejanas. Penosamente se incorporó. Dio unos pasos vacilantes contemplando un punto fijo en el horizonte, como si fuese necesario ir a ese sitio. Al llegar al arroyuelo tropezó. Allí quedó su cuerpo, recostado sobre el lado derecho, las piernas en el agua, su torso en la otra orilla y sus ojos abatidos mirando la arboleda.

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rando los autos y las casas, ya casi segura de haber cometido un error al subirse a ese coche. Cuando vio que el auto no iba hacia Mount Pleasant sino que se dirigía a Rock Creek, dijo con voz firme: —Déjame aquí —y lo miró con dureza. —Solo vamos a dar una vuelta, te gustará —repuso el hombre, con una sonrisa sarcástica. —¡Si no paras me tiro por la puerta! —respondió ella con una rabia creciente. —Tranquila gatita... Si lo haces con todos, ¿por qué no conmigo? Paloma lo miró con furia, le dio un fuerte bofetón en la boca y trató de abrir la puerta. Ricardo, sin dejar de conducir el BMW, respondió con un revés y la nariz de Paloma empezó a sangrar. Metió el auto en un descampado que conocía, cerca del riachuelo que corre por la parte baja del zoológico. El hombre salió del auto y al empezar a abrir la otra puerta Paloma la empujó violentamente, hizo tambalear al tipo y corrió por la hierba, hacia la carretera, pidiendo auxilio con desesperación. Ricardo la alcanzó pronto y agarró su brazo. Ella se dio la vuelta dispuesta a sacarle los ojos con las uñas, pero solo dejó sus arañazos en la mejilla izquierda del animal que la estaba atacando. De pronto, una navaja se abrió en la mano del hombre. Ella quiso cubrirse con la cartera, pero él se la quitó. Como en un sueño, Paloma vio cómo se hundía la daga en su pecho y la borraba de la vida. Su cuerpo de muñeca rota se desgajó sobre el césped. El asesino tenía la mano ensangrentada; con un pañuelo se limpió las machas y envolvió el cuchillo. Volvió al auto, se secó el sudor con la manga de la camisa y se alejó velozmente hacia el norte. Paloma despertó cinco minutos después. Observó la noche, los árboles, las luces lejanas. Penosamente se incorporó. Dio unos pa-

sos vacilantes contemplando un punto fijo en el horizonte, como si fuese necesario ir a ese sitio. Al llegar al arroyuelo tropezó. Allí quedó su cuerpo, recostado sobre el lado derecho, las piernas en el agua, su torso en la otra orilla y sus ojos abatidos mirando la arboleda.

VII El detective Brian McGee, sentado frente a una vieja computadora IBM, intentaba terminar su informe. Había sido un caso relativamente fácil y todas las pruebas y evidencias eran concluyentes. Ningún abogado defensor podía hacer ya nada por Thomas. Pena de muerte sin lugar a dudas. Diez días antes, una extraña testarudez o un insensato presentimiento había llevado a McGee a concentrase en Pedro Márquez como el principal sospechoso. Asignó a dos oficiales novatos para que lo siguieran a todas partes y, más tarde, él y Leckey interrogaron a los que estuvieron en el bar ese día y a los que restaban de ese grupo de latinoamericanos que se conocían desde hacía algunos años. Tuvieron que admitir que no tenían ninguna pista. La solución llegó, providencialmente, el día martes: Cathy Reinhard había visto la foto en el Post, llamó a la policía y contó a la pareja de detectives todos los detalles de esa noche con Paloma, desde que la encontraron hasta que se despidieron a la entrada del restaurante. Volvieron a interrogar a Pedro Márquez, Santiago Illinworth y Antonio Rivera. Ellos no habían mencionado a Ricardo simplemente porque no estaba ahí esa noche, no lo habían visto como hacía tres semanas y él no formaba parte habitual del grupo. Richard Thomas —conocido


como Ricardo en el Piscis Bar—, 44 años, rubio, ojos azules, 5’9”, soltero, corredor de bolsa en Georgetown Brokerage Company, hijo de una brasilera y de un capitán del ejército norteamericano que había muerto de un derrame cerebral poco después de la invasión a Panamá. Lo arrestaron a las siete de la mañana del miércoles, cuando salía de su casa y abría el auto. Todavía tenía marcas de arañazos en la mejilla izquierda. Durante las primeras dos horas de interrogatorio lo negó todo y pidió un abogado. Los detectives siguieron presionando hasta que se derrumbó, lloró como un crío y vomitó toda la inmundicia acumulada en años y años, incluso lo que no debía decir, su sadomasoquismo, las putas y maricones a los que pegaba hasta casi matarlos, la heroína consumida, Paloma, su madre... Al día siguiente llegaron los dos informes. Las huellas de los neumáticos que se hallaron en Rock Creek coincidían con las del BMW Cabriolet que había comprado Thomas hacía un año. Pese a que alguien había hecho una limpieza minuciosa del coche, los de laboratorio hallaron dos cabellos de la occisa en una hendidura del asiento delantero. Encontraron las huellas dactilares de él en la cartera de Vasconcelos. Bajo las uñas de la víctima encontraron piel y sangre que seguramente corresponderían al ADN de Thomas. El detective McGee miró el informe en la pantalla, hizo una revisión de la ortografía y luego imprimió cuatro copias. Cuando estaba firmando el último de los documentos, sonó el teléfono en la oficina. Leckey atendió la llamada. Escuchó la voz al otro lado y únicamente preguntó un «cuándo» y un «cómo». Miró al gordo del escritorio del frente, hizo una mueca y le dijo. —Era Kenny, de la cárcel de

No le dije nada sobre este último mes, cuando el suicidio era un cuervo parado en el espaldar de mi cama y ya no solo graznaba en la inmensa noche sino que revoloteaba y picoteaba mi cerebro todo el día.

DC. Thomas se ahorcó en su celda con una sábana, esta madrugada... Parece que anoche varios negros lo violaron... McGee sólo musitó «¡Mierda!», y se puso a pensar si eso significaba que tendría que modificar el maldito informe que tanto trabajo le había costado.

VIII Hace dos semanas llamó Pedro, desde Santiago de Compostela. Había estado viviendo un tiempo con su madre y hermana, pero se alquiló un piso grande, con tres habitaciones, en una hermosa calle cerca de la catedral. «Vente pa’ España —insistió—, deja ya de perder el tiempo en Washington, no seas gilipollas». Fue extraño y agradable hablar con él, ocho meses después de que vendió el bar y se despidió de todos diciendo que se largaba a sembrar mortadela en Extremadura. Ocho meses le tomó salir del infierno y durante ese tiempo ni llamó ni escribió a nadie. Le conté que, poco tiempo después de su partida y del cierre del Piscis, Rosi y Antonio se divorciaron, vendieron el aparta-

mento y ya nunca volvieron por el barrio; que a Roberto lo trasladaron a Boston y se fue con Eva a principios de septiembre; que a Julio lo había visto de homeless vagando por la calle 15; que Martha Elena se hartó de mi ‘compromiso’ para casarnos y me mandó al carajo, y que Filomena seguía limpiando mi casa una vez por semana. Y bueno, la que quedaba en el barrio era Lori, pero era lesbiana, judía y flaca, y eso sí no tenía arreglo ni redención. No le dije nada sobre este último mes, cuando el suicidio era un cuervo parado en el espaldar de mi cama y ya no solo graznaba en la inmensa noche sino que revoloteaba y picoteaba mi cerebro todo el día. La llamada de Pedro fue un bálsamo. No es bueno quedarse en un mismo lugar por mucho tiempo. Me largo, ergo existo. La patria es la infancia: yo no tuve infancia: yo no tengo patria. Ayer Pedro me dijo que me recogería en el aeropuerto de Madrid. ¿Qué extrañaré de esta ciudad? Nada, creo que nada. Tal vez la sala española y las obras de Durero en la National Gallery, el valle de Shenandoah, las tetas de Leigh, mi primera novia gringa hace ya tantos años. Nada más. Mi vuelo sale a las 2:30 de la tarde... ¿Cómo será Europa?

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Nada

Mis ojos se ennegrecen ante estos días de luz y risas ajenas, de sal, de muerte hueca en la sangre. Quisiera desnudar mi grito en la calle, volcarlos en las esquinas, atravesar paredes y canciones, golpear en lo más bajo, trepar los pensamientos, devorar las raíces del asombro. Mis manos se marchitan abrazando la nada como esas hojas turbias que se aferran al árbol. La burla sopla su clarinete y mi niebla se desenrosca, me pide libertad, se marcha y se estrangula las horas. t 38

Ahora La vida es prosa coagulada en barro, en piel, en rojo tumefacto. La vida es esta cosa doméstica que manoseo todos los días con indiferencia, con la pasividad de un ave de corral, sin sueños. La vida no tiene ese color


remembranza

que se presiente de lejos, nos hipnotiza con su arcoíris de impúdica esperanza. ¿Y después, después qué? Pero ahora pienso en la vida. Esa prostituta.

Quién ¿Quién caerá primero? ¿Quién estará solo primero? ¿Quién se resistirá inútilmente al cielo que avanza? t

t 39


Juego

Despojémonos de todo aquello seguro que se proyecta al exterior con trazos lentos y definitivos. Todos empleados en la tarea de ser, vivir, sentir sin otros lazos. Y quien no atine a sofocar su amor por lo prohibido, reclame su derecho al dolor, su penitencia. Despojémonos de todo cuanto nos conformó a imagen y semejanza nuestra y gustemos sabiamente para el recuerdo el minuto absurdo y libre. De Edad sin tregua (1958) 40

tt

4.

hay un país (pero no el mío) donde la noche es sólo por la tarde (pero no el nuestro) y así canta una estrella su tiempo libre toda la muerte pensaré ya que morir no es mío y aún alumbro con sangre deslumbrada (hay un país) el sueño de caída (hay un país) y yo conmigo (y siempre) de amor inmóviles


20.

otra vez a pesar de las nubes ciegas (me quemaba) te amé di sangre por tus flores te llamé tierra soplé coronas hilo de un tiempo en retroceso morí para nacer te alzaban mis hombros sí temblor sueño carnívoro fuiste la mañana oí tus letras suavemente en la habitación como pasos

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7.

tu paso nunca otro y tu boca roída por el viento criatura individual en un mundo de nombres que ya apenas pronuncias y que apenas te hieren dulce materia viva en tierra enferma criatura individual entre flor y flor oscura tu paso nunca otro y tu boca roída por el viento

vomitar sueños croar de pena de lejanía llevar alimento a una torre abrir dos ojos a la vez aunque la cuerda salte y algo llore en la noche del ropero De Distancias (1984)

t

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soy yo, me dije, y añadí: hace muchísimo que no sabemos nada yo de mí ni mí de yo

me he casado me he casado me he dado el sí un sí que tardó años en llegar años de sufrimientos indecibles de llorar con la lluvia de encerrarme en la pieza porque yo —el gran amor de mi existencia— no me llamaba no me escribía no me visitaba y a veces cuando juntaba yo el coraje de llamarme para decirme: hola, ¿estoy bien? yo me hacía negar

¿quiero venir a casa?

Canto nupcial (título provisorio)

llegué incluso a escribirme en una lista de clavos a los que no quería conectarme porque daban la lata porque me perseguían porque me acorralaban porque me reventaban al final ni disimulaba yo cuando yo me requería me daba a entender finamente que me tenía podrida y una vez dejé de llamarme y dejé de llamarme y pasó tanto tiempo que me extrañé entonces dije ¿cuánto hace que no me llamo? añares debe de hacer añares y me llamé y atendí yo y no podía creerlo porque aunque perezca mentira no había cicatrizado sólo me había ido en sangre entonces me dije: hola, ¿soy yo? 42

sí, dije yo y volvimos a encontrarnos con paz yo me sentía bien junto conmigo igual que yo que me sentía bien junto conmigo y así de un día para el otro me casé y me casé y estoy junta y ni la muerte puede separarme

Aquí clávate, deseo, en mi costado rabioso y moja tus pupilas por mi última muerte. Aquí la sangre, aquí el beso roto, aquí la torpe furia de dios medrando en mis huesos.

Ella de madrugada (ella se tocó las manos). De madrugada, apenas. Ella recuerda que nada importa aunque su sombra siga corriendo alrededor de la noche. Algo se detuvo en algún momento, algo marchaba débilmente y se detuvo en algún momento. Ella tembló como un sonido congelado entre los labios de un muerto.

10-IV1986


Ella se deshizo como un recuerdo convocado hasta la saciedad. Ella se inclinó sobre su respiración y comprendió que aún vivía. Se tocó la libertad y la dejó escurrirse como una pequeña noche. Se anudó la angustia alrededor del cuello y recordó su color extraviado. Ella mordió a ciegas en la oscuridad y escuchó gritar al silencio. Y aprendió a reírse del olor a tiempo que despedía su sangre. De noche (ella se cortó las manos). De noche, apenas. Ella recoge su pequeño crepúsculo. Ella sueña en la erección de la rosa. De ‘Habitante de la nada’, 1959

está en reposo y cada uno sabe lo que le espera en la soledad de su cuarto. De ‘De lugares extraños’, 1967

Búsqueda Me acaricio el instinto y lo largo junto a los otros perros. Me duelo, pruebo la muerte con la punta del miedo. De ‘Poemas inéditos I’, 1952-1967

dame la libertad, abre las puertas de mi jaula, dame ser aire, espacio: extraño el mar, tengo sed de su mirada, tan alto es mi deseo que como un techo él desciende sobre esta cárcel. He arrojado la máscara sin saber que ella era el mundo Y que detrás del mundo, en derredor, otro mundo de sombra se aprestaba a atacar, que galeotes seremos de oscuras libertades. No hay esperanza, ya lo sé: dame entonces el engaño de ver estas cadenas como apretadas ramas en la paz de tu selva. Concédeme el error, la locura, el sueño de que soy un estambre adormecido sobre tu piedra, al sol. no es fácil encontrar lo que se te parece: hay que salir, hay que alejarse de los caminos y llegar a la tierra; hay que buscar entre las hojas y la arena, treparse con fervor a los abedules; cuando el humo se aleja de las casas y nadie grita ni lejos ni cerca y nadie tiene sed, sino que el mundo

Susana Thénon (Buenos Aires, Argentina, 1935-1991) Poeta, traductora y fotógrafa. Junto a Alejandra Pizarnik, publicó en la revista literaria Agua Viva (1960). Entre 1970 y 1982 se dedicó exclusivamente a la fotografía. En 1958 publicó su primer poemario, Edad sin tregua; al año siguiente Habitante de la nada (1959). Hasta 1970 no volvió a publicar poesía con De lugares extraños (1967), en 1984 Distancias, y en 1987 Ova completa.

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Paraíso (fragmento) Toni Morrison

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a historia es la siguiente: mi abuelo fue al colegio un solo día en toda su vida para decirle al maestro que no volvería porque tenía que trabajar. Su hermana mayor, dijo, le enseñaría a leer. Era uno de los detalles que aparecían en el relato de la historia de la familia, pero no tardé mucho en preguntarme dónde podría encontrarse ese ‘colegio’. Mi abuelo había nacido en 1864, un año después de la Proclamación de Emancipación. A mediados del siglo XIX, en la Alabama rural, ¿dónde podría estar situada esa escuela? ¿En el sótano de una iglesia? ¿Bajo los árboles de un bosque? ¿Quién podría ser ese maestro tan osado? El lugar tendría que estar oculto porque se ponían trabas, incluso violentas, a la educación de los negros en general y a la enseñanza de la lectura en particular, y en gran parte del sur había sido ilegal enseñar a leer a los afroamericanos. La ley de Virginia de 1831 resulta representativa y reveladora: «Cualquier persona blanca que reúna a los negros libres para enseñarles a leer o a escribir será objeto de una multa de hasta cincuenta dólares y podrá ser encarcelada por un período inferior a los dos meses». «Por lo cual, se promulga que si un blanco, a cambio de una cantidad de dinero, congrega a esclavos para enseñarles a leer o a escribir, será multado por cada uno de los delitos a discreción de la justicia...»

con una cantidad comprendida entre los diez y los cien dólares. En definitiva, no era posible enseñar sin castigo a los negros, libres o esclavos, pagando o sin pagar. Sin duda, cualquier maestro o maestra conocía los riesgos que corría. Sin embargo, la hermana de mi abuelo consiguió su objetivo y, contra todo pronóstico, este terminó aprendiendo. La siguiente pregunta es cómo pudo poner en práctica esas habilidades. ¿Qué libros tenía a mano? ¿Había algún libro en la pobre granja de Greenville, Alabama? Poco probable. ¿Alguna biblioteca? Por supuesto que no. Sin embargo, sí tenía a mano un libro: la Biblia. Supongo que por ese motivo, entre otras hazañas legendarias, mi abuelo alardeaba de haber leído entera cinco veces, de cabo a rabo, la versión del rey Jacobo. Mi familia valoraba la importancia de leer y escribir, no solo por la información y el placer que podría proporcionar, sino también como gesto de desafío político, puesto que históricamente se había puesto un gran empeño en impedirnos el acceso al aprendizaje. Mi madre se apuntó a la Literary Guild en los años cuarenta. Estábamos suscritos a periódicos dedicados exclusivamente a noticias y opiniones relacionadas con el mundo afroamericano: los ejemplares de The Pittsburgh Courier y el Cleveland Call and Post, tras pasar por numerosos lectores y lecturas, terminaban hechos jirones. Igual que otros periódicos étnicos, los nuestros suscitaban debates, preguntas y comentarios apasionados. Nos volcábamos sobre la obra de J.A. Rogers, Las almas del pueblo negro de Du Bois y cualquier obra que nos confortara e informara sobre el hecho de ser negro en Estados Unidos. Así pues, fue inevitable que cuando edité The Black Book, un complejo registro de la vida afroa-


homenaje

mericana compuesto de recortes procedentes de numerosos coleccionistas, llegara a sentir fascinación por los periódicos antiguos, especialmente los ‘de color’. En ellos se mostraba en fotografías y en letra impresa gran parte de la historia afroamericana: triste, irónica, resistente, trágica, orgullosa y triunfante. Me resultaron especialmente interesantes los impresos en el siglo XIX, cuando mi abuelo vivió los pocos minutos de su vida escolar. Supe entonces que hubo una cincuentena de periódicos negros en el sudoeste de Estados Unidos tras la Emancipación y el violento desplazamiento de los americanos nativos del territorio de Oklahoma. La oportunidad de establecer ciudades negras generó un frenesí tan febril como las ansias de los blancos por ocupar la tierra. Los periódicos ‘de color’ fomentaban ese entusiasmo enfebrecido y prometían una especie de paraíso a los recién lle-

gados: tierras, gobierno propio, seguridad; incluso hubo movimientos en firme para establecer un estado propio. En relación con estos periódicos me intrigaba un asunto en concreto. Tanto en los titulares como en los artículos destacaba una advertencia clara: «Venid preparados o no vengáis». Estos avisos contenían dos órdenes implícitas: en primer lugar, si no tienes nada, no vengas. En segundo lugar, esta nueva tierra es una utopía para pocos. Lo que, traducido, equivalía a decir que en el paraíso que estaban construyendo, los antiguos esclavos pobres no eran bienvenidos. ¿Qué podría significar eso para los ex esclavos —refugiados agotados y amenazados— sin recursos? ¿Cómo se sentirían cuando, tras haber recorrido todo el camino, desde las cadenas hasta la libertad, les dijeran: «Esto es el

La oportunidad de establecer ciudades negras generó un frenesí tan febril como las ansias de los blancos por ocupar la tierra. Los periódicos ‘de color’ fomentaban ese entusiasmo enfebrecido y prometían una especie de paraíso a los recién llegados: tierras, gobierno propio, seguridad; incluso hubo movimientos en firme para establecer un estado propio.

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La idea del paraíso ya no se puede imaginar o, mejor dicho, se ha imaginado demasiadas veces, lo que equivale a lo mismo: se ha convertido en algo familiar, comercializado, incluso banal. Históricamente, las imágenes del paraíso en la poesía y en la prosa intentaban describir una idea grandiosa pero accesible, algo situado más allá de la rutina pero abarcable con la imaginación, tan seductor como si fuera un recuerdo.

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Paraíso, pero no podéis entrar»? También advertí que los dirigentes de las poblaciones que aparecían en las fotografías eran siempre hombres de piel clara. ¿El color de la piel también influía en la separación? ¿Replicaban así el aborrecido racismo de los blancos? Quise profundizar en estos asuntos explorando el fenómeno inverso: la exclusividad de aquellos que tenían la piel muy negra, la construcción de una forma de ‘urbanización privada’ que negaba la entrada a una raza mixta. Teniendo en cuenta la necesidad de engendrar progenie para perdurar, ¿qué papel tenía el patriarcado y en qué medida el matriarcado podía constituir una amenaza? Para describir y explorar estas cuestiones necesitaba, en primer lugar, examinar la definición de paraíso; en segundo lugar, investigar sobre el poder de la discriminación basada en el color de la piel; en tercero, dar forma dramática al conflicto entre patriarcado y matriarcado, y, por último, alterar el discurso racial

indicándolo primero y después borrándolo. La idea del paraíso ya no se puede imaginar o, mejor dicho, se ha imaginado demasiadas veces, lo que equivale a lo mismo: se ha convertido en algo familiar, comercializado, incluso banal. Históricamente, las imágenes del paraíso en la poesía y en la prosa intentaban describir una idea grandiosa pero accesible, algo situado más allá de la rutina pero abarcable con la imaginación, tan seductor como si fuera un recuerdo. Milton nos habla de «los más hermosos árboles, cargados de las más exquisitas frutas. Flores y frutos brillaban con los reflejos del oro [...] mezclados con alegres colores esmaltados [...] y perfumes nativos». De «la fuente de zafiro de la que manaban los rumorosos arroyos y luego saltaban entre perlas de Oriente y arenas de oro» [...]. «El néctar surgía en cada planta y alimentaba flores dignas del Paraíso» [...]. «Bosques cuyos árboles destilaban olorosas resinas y bálsamos; otros cuyos frutos, de luciente oro, pendían apetitosos [...] y tenían sabor exquisito. Entre ellos se extendían los prados, con rebaños que pastaban la verde hierba» [...]. «Flores de todos los tonos y rosas sin espinas». «Grutas frescas tras parras cubiertas de vides purpúreas en las que crecían exuberantes...». En el siglo XXI podemos identificar ese territorio beatífico y lujoso como algún tipo de finca cerrada, propiedad de los adinerados y envidiada por los que nada tienen, o bien como uno de esos parques maravillosos que visitan los turistas. En nuestros días, el paraíso de Milton está hasta cierto punto disponible, si no de hecho, al menos como deseo irreprochable. El paraíso moderno tiene cuatro de las características del de Milton: belleza, riqueza,


reposo y exclusividad. La eternidad parece haber quedado relegada. La belleza es una naturaleza benévola y controlable combinada con metales preciosos, mansiones, joyas y adornos. La abundancia, en un mundo de excesos y avaricia que vuelca los recursos hacia los ricos y fuerza a los demás a la envidia, es un rasgo casi obsceno del paraíso contemporáneo. En un mundo en el que la riqueza se acicala, se alza y se pavonea ante los desposeídos, la mera idea de ‘abundancia’ como utópica debería hacernos temblar. La abundancia no tendría que parecernos una situación exclusivamente paradisíaca, sino algo normal, cotidiano, propio de la vida humana. El reposo como un descanso del trabajo o de la lucha por obtener lujos o recompensas es algo cada vez menos común en estos tiempos. Es una ausencia de deseo que sugiere un tipo especial de muerte sin morir. El reposo puede sugerir aislamiento, unas vacaciones sin actividad placentera o relajante. En otras palabras, castigo y/o pereza voluntaria. Sin embargo, la exclusividad sigue siendo un rasgo atractivo del paraíso, incluso irresistible, porque muchos —aquellos que no son dignos— no están en él. Los límites son seguros: ahí están los perros guardianes, los sistemas de seguridad y las puertas para verificar la legitimidad de los habitantes. Proliferan tales enclaves separados de las atestadas zonas urbanas. Así pues, no parece posible ni deseable que una ciudad se conciba —y menos aún que se construya— de modo tal que pueda acomodar a los pobres. La exclusividad no es solo un sueño hecho realidad para los ricos: es un objetivo popular entre la clase media. Se tiene la idea de que las ‘calles’ están ocupadas por los indignos, los peligrosos. Los

jóvenes que pasean por las calles son vistos como merodeadores dispuestos a hacer algo malo. El espacio público se controla como si fuera privado. ¿Quién disfruta de un parque, una playa, la esquina de una calle? El término ‘público’ es en sí mismo un tema de debate. (Fragmento del prefacio de la novela

Paraíso (1998), de la Premio Nobel norteamericana Toni Morrison. Tomado de

https://www.megustaleer.com/libros/paraso/MES-056768/f ragmento).

Toni Morrison (Lorain, Ohio, Estados Unidos, 1931-Nueva York, 2019) Cursó estudios en la Universidad de Howard, donde se incorporó a un grupo de teatro universitario y se graduó en 1953 con una licenciatura en inglés. En 1955 fue admitida en la Universidad de Cornell, donde realizó un curso de posgrado de Literatura inglesa. Escribió una tesis sobre el suicidio en la obra de William Faulkner y Virginia Woolf. Además dio clases en las universidades de Texas y de Howard. En 1964 empezó a trabajar en la editorial Random House de Nueva York. En 1987 entró como profesora visitante en el Bard College. Desde 1989 se desempeña como profesora de letras en la Universidad de Princeton. Entre sus obras están: Ojos azules (1974), Sula (1975, nominada al National Book Award), La canción de Salomón (1977), La isla de los caballeros (1981). En 1987 publicó Beloved, que se convirtió en otro éxito de crítica y ganó el Premio Pulitzer de ficción y un American Book Award. A continuación publicó Jazz (1992) y Jugando en la oscuridad (1992). En 1988 fue galardonada con el Premio Pulitzer, en 1993 obtuvo el Premio Nobel de Literatura, en 2016 recibió el Premio PEN/Saul Bellow. Toni Morrison falleció el lunes 5 de agosto de 2019 en un hospital de la ciudad de Nueva York. 47


Solo poesía Sonia Montenegro

I Viajeros que se esconden en las piedras en el salmo de la luz no hay paso no hay eternidad pierdo la humedad se pudre el instinto del sentido y uno se pregunta por este cuerpo si es la oscuridad el ocaso o la noche si es el bendito amanecer el relámpago petrifica el ruido de nuestros ecos no podemos esconder el puente los bosques la espada o el corazón el tiempo eclosiona en una pirámide ríspido lunar pasa el cráneo de Adán como un oráculo los demás cráneos en las nubes llevan tan despacio a la muerte y tenemos que estar muertos quizá para Bob Dylan porque lo dijo en sus versos porque lo dijo su música hacer el esfuerzo por dejar de reír ser el rito de paz.

II

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Llega el alma con su destino reluce su Edén en el paisaje de Cagnes (modiglianico vislumbramiento) el amor está en un nombre y lo guardo en un laberinto como un especial regalo un sámara por un grano de arena pasa todo el desierto pasa el sueño vestido de viento y mi rostro a la orilla del destino y de pronto me recuerda el gato negro y se me va la suerte el


lírica color que el sol logró deshacer a lo largo de la noche y está máscara se esconde detrás del escritorio pide perdón al asesino (Raskolnikov) y yo te llevo como el mar entre nuestras venas el monstruo cierra la puerta contigo te recuerdo como un gato blanco y se me viene la suerte de seguir viva de respirarte en el enigma y el vacío.

III

Desde ti: anticuario antifaz rebota tu aliento onírico en mi arco de velas serpentean en el oleaje de tu cornisa; rastro único lugar donde resopla la lucidez como una piedra angular chispea su letanía en el interludio…

IV Tal vez la costumbre se vuelva una fecha el bienestar se lo reparten en el café defienden al intruso y al bastardo no hay una mano donde no esté en la paz del tirano pero sé que eso dicen las palabras yo las sé seguir yo las sé entender que no se confunda el mar con una gota de agua no hace falta el alcohol pero sí los barcos; se pintan con el mantra de la ridiculez y cada vez su herida es intrascendente siguen aplaudiendo a la carne y a su criminal siguen pasando los burgueses como un mostrador en feria terminamos siendo rehenes del depredador mutamos en la maléfica y subsidiaria desilusión, hay que saber que aquí hasta el cielo se fuga sus promesas son un desastre; su ostracismo es un eufemismo se enaltecen y van cómo un cordón de autómatas no perciben más que su pecaminoso deseo desatan las lenguas que callan mi única lengua una soledad que no conoce la amistad en un banquete donde nada más queda la venganza no hay ciudades pero sí hay futuro y de pronto quieren llegar hasta nuestro esqueleto hay que considerar sólo queremos nuestro lado que ni siquiera queremos oponernos y de pronto nos salen con su domingo 13 aceptar una marca aunque nos duela la piel nos profanan con su turismo nos desintegran con su invasión dejar el culto por industrializar el sentido; nos contemplan con aspereza, lo mítico va perdiendo su acento, la ira hace una moneda interrumpe nuestra oscuridad; se creen extraños cuando no saben qué hacer con nuestra desesperación; porque nunca nos entregaremos a brillar cómo una moneda por eso nos condenan, no se dan cuenta de su vida nos ofrecen una neurosis donde hay poca sangre; nos falsifican la génesis nos enfurece y nos choca es un contravenir con nuestra poesía que no es una respuesta capitalista profesan en lo perverso la voluntad trastocada el desvelo del desengaño cómo un fósil en su encarnación afrodiana en el tragaluz entre las minucias semanales en la cornisa del insomne con su dejavú radiactivo llegando al inoperante fin persistiendo como un rayo luminiscente entre un lado de lo confuso y al otro lado lo implacable

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Roberto Fernández Retamar

La utopía de América

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uando aparecen ante la mirada de Europa textos como los de Cristóbal Colón, Américo Vespucio y Pedro Mártir de Anglería, que hablan de una nueva tierra ‘descubierta’ que acabará llamándose América, sobre la base de esos textos y como expresión de la entonces emergente burguesía europea cuyo florecimiento inicial será el humanismo, empiezan a surgir allí nuevas utopías, la primera de las cuales es llamada así, Utopía, obra de Tomás Moro que dará nombre al género. Quevedo traducía tal palabra como «no hay tal lugar». Se trata de la descripción imaginaria de sociedades ideales en cuya existencia, a partir del siglo XVI, América tuvo un papel incitador. Hay también una utopía de elaboración americana, y quizá el primer libro que fue leído como una utopía fue Comentarios reales, del Inca Garcilaso de la Vega. Pero esa obra no fue escrita como una utopía, sino leída como tal por muchos. Sin embargo, la utopía va a desempeñar un papel grande en

América. Gastón García Cantú escribió el libro Utopías mexicanas (1973); y Félix Weinberg otro titulado Dos utopías argentinas de principios de siglo (1973). Con frecuencia no se trata de utopías a la manera de Moro y otros, sino de intentos de llevar a la realidad sociedades utópicas, como hizo en México el obispo Vasco de Quiroga. Alfonso Reyes, sobre todo en su obra póstuma No hay tal lugar y en otras páginas del tomo XI de sus Obras Completas (1960), estudió la vida del pensamiento utópico en nuestra América. Pero puede decirse que el tema entra en grande en nuestro pensamiento cuando en 1922 Pedro Henríquez Ureña (1925) da a conocer en la Universidad de La Plata su trabajo fundador, La utopía de América. Dicho texto está muy vinculado a otro del autor, Patria de la justicia. Henríquez Ureña los publicó conjuntamente en 1925, en La Plata. Algunas influencias históricas en el utopismo en Henríquez Ureña fueron la Guerra Mundial que tuvo lugar entre 1914 y 1918; la Revolución Mexicana de 1910 en la que, en cierta forma, participó el autor; la Revolución


evocación

Rusa de 1917; el movimiento de Reforma Universitaria iniciado en Córdoba, Argentina, en 1918; y pienso que algunas cuestiones que lo afectaron en lo personal: concretamente, la deposición por Estados Unidos de su padre como presidente constitucional de la República Dominicana. El 23 de mayo de 1976, el crítico argentino Juan Carlos Ghiano hizo publicar en La Nación ‘Una página inédita de Pedro Henríquez Ureña’. En ella, el gran dominicano presentaba sintéticamente su biografía intelectual. Al concluirla, afirmó: «Finalmente, a veces he escrito de política. Por ejemplo, para defender a mi país contra coerciones injustas de fuera en 1916 y años subsiguientes, o

para declarar cómo concibo el compromiso moral de nuestra América en el futuro: la utopía de América». Que Henríquez Ureña tenía una concepción de izquierda de la utopía de América lo revela no sólo su trabajo así llamado, sino también Patria de la justicia, donde expresa: Si nuestra América no ha de ser sino una prolongación de Europa; si lo único que hacemos es ofrecer suelo nuevo a la explotación del hombre por el hombre, y por desgracia esa es hasta ahora nuestra única realidad; si no nos decidimos a que esta sea la tierra de promisión para la realidad cansada de buscarla en todos los climas, no tenemos justificación. Sería preferible dejar

desiertas nuestras altiplanicies y nuestras pampas si sólo hubieran de servir para que en ellas se multiplicaran los dolores humanos que la codicia y la soberbia infligen al débil y al hambriento (Henríquez Ureña, 1925).

No es extraño que el crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot, en el centenario del nacimiento de Henríquez Ureña (1983), escribiera para la revista Casa de las Américas: «Pedro Henríquez Ureña, dominicano y cubano, sembró en la Argentina las semillas de utopía que Ernesto Guevara devolvió a Cuba». En esta línea utópica van a inscribirse grandes figuras, como Alfonso Reyes, ya mencionado, amigo

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tra un vocero». Y añade: «Tú eres la realización de la generación del centenario. El escritor que queríamos ser eres tú» (Henríquez Ureña y Reyes, 1986). Pero en Reyes no era tan patente el costado enérgico que revelan líneas anteriormente citadas de Henríquez Ureña. En quien sí se manifestó ese costado fue en el argentino Ezequiel Martínez Estrada. Una de las pistas para la comprensión cabal de su obra es sin duda la perspectiva utópica, que él explicita en un texto algo anterior a su muerte que publicó en 1963 en la revista Cuadernos Americanos. Se trató de ‘El Nuevo Mundo, la Isla de Utopía y la Isla de Cuba’. En este ensayo brillante, Martínez Estrada compara hasta el delirio la imaginaria isla de Utopía con la isla de Cuba, subrayando lo que considera un parentesco puesto de relieve por la Revolución Cubana de 1959. Aunque el talante de Martínez Estrada era similar al de Vasconcelos, no tuvo la involución de este. Por José Carlos Mariátegui el contrario, se radicalizó cada vez más y abrazó con entusiasmo la entrañable de Henríquez Ureña, causa de la Revolución Cubana, a la que dedicó páginas notables. quien fue un poco el hermano maEn esta misma línea de utopisyor y el mentor de Reyes. En un mo se podría situar el caso del cudeslumbrante epistolario que manbano José Lezama Lima, como lo tuvieron, Henríquez Ureña dijo al ha estudiado su compatriota Abel mexicano: «Las obras intelectuales Prieto a propósito de una serie de no son creaciones individuales ni textos que Lezama publicó con el tampoco sociales. Son obras de un nombre Sucesivas o coordenadas hagrupo que vive en alta tensión creabaneras. Dijo Prieto: dora, y ese grupo a veces encuen-


Si Lezama deslumbró a los talentosos creadores que lo seguirían en el esfuerzo origenista con las primicias de un sistema poético sólido, totalizador, en aquella sorprendente aglutinación funcionó otro aspecto más político que estético. El sistema de Lezama presuponía un esquema utópico aún innominado, ni siquiera consciente todavía para el propio poeta, que emplearía treinta años más en su completamiento, pero no por ello menos vigente en el proceso de organización del grupo Orígenes, en el establecimiento de las bases invisibles de su fundación (Casa de las Américas, 1985: 14-19).

Quiero mencionar otra utopía más reciente: el libro de Darcy Ribeiro Utopías salvajes. Nostalgias de la inocencia perdida. Una fábula es una réplica de la Utopía de Moro, en estilo esperpéntico. Darcy, que fue un gran antropólogo y un gran narrador, interviene él mismo y dice: Pero no piense el lector que abogo por el retorno a la barbarie. Lejos de mí tamaño disparate. Lo que tengo es una nostalgia incurable de un mundo que bien podría ser pero jamás fue (Ribeiro, 1995).

Es decir, se trata de una manera nueva de concebir la utopía, no como Moro, que piensa en una ciudad futura, sino como lo que pudo haber sido un pasado que nunca existió. En cierta forma, el libro es una versión moderna de Macunaima, de Mario de Andrade; y en general de los modernistas brasileños encabezados por Oswald de Andrade, que se llamaron ‘antropófagos’. Ellos postulaban devorarse la cultura occidental como los antropófagos devoraban a los seres humanos para engendrar otra cultura distinta.

En este momento en que se manifiestan esos primeros grandes marxistas hay que incluir también la insurrección comunista en El Salvador, de fuerte impronta campesina, que provocó una matanza terrible en la cual fue fusilado Farabundo Martí, quien había peleado junto a Sandino. En un texto agresivo, ‘La utopía contraataca’, el venezolano Luis Britto García, después de citar a su frente la famosa frase de Víctor Hugo «La utopía es la verdad del futuro», afirma: La utopía [...] es el único instrumento para resituar antropocéntricamente —vale decir, humanísticamente— el conjunto de discursos referenciales puros emanados de la racionalidad abstracta, científica o técnica, cuya aplicación descontextualizada o amoral ha producido los efectos perversos de la llamada «razón instrumental de la modernidad», pues la utopía es el campo de encuentro integral de las funciones del hombre.

Y concluye: En el momento cuando la postmodernidad académica ha agotado todo lo que tenía que decir, o sea nada, la utopía tiene la palabra (Britto García, 1995).

El pensamiento de derecha hegemónico había decretado, entre tantas muertes, la de la utopía. Eso explica reacciones como la que se acaba de citar de Britto García. Sin embargo, no hay que olvidar que, desde la perspectiva marxista tradi-

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cional, los términos ‘utopía’ y ‘utópico’ eran peyorativos. Ahora bien, hasta cierto punto, ello se debía a una esquematización del marxismo que ha estudiado e impugnado el hispano-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez en su ensayo Del socialismo científico al socialismo utópico (1971). Ya el Che, en El socialismo y el hombre en Cuba (1965), había hablado del «escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista», y de la presencia en ella de «un dogmatismo exagerado». El fracaso último del experimento socialista europeo, y los aportes de los que combatieron sus estrecheces, como el Che y Sánchez Vázquez, han abierto el camino para una visión desprejuiciada de la utopía.

Surge un nuevo pensamiento social (en torno al marxismo latinoamericano) Aunque insuficientemente estructurado, un pensamiento social fue barruntado en nuestra América desde los primeros momentos, y de manera muy clara desde la emancipación. Entre los que podríamos llamar, en una terminología más moderna, integrantes del ala izquierda del pensamiento de la emancipación, hubo no sólo una voluntad política de secesión sino un deseo de justicia social que encontró continuación. Se vio entre los revolucionarios haitianos, en

Hidalgo y en Morelos, en lo mejor de Bolívar, en Simón Rodríguez, en Bilbao, en Juárez y desde luego en Martí, a quien considero el primer pensador moderno de nuestra América. Con respecto a él, véase cómo en Nuestra América afirma: «Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores» (Martí, 1891). Y mucho se han cantado sus versos: «Con los pobres de la tierra/ Quiero yo mi suerte echar». No en balde los primeros marxistas cubanos se remitieron a él, como veremos. Caso similar fue en Perú el de Manuel González Prada, de filiación anarquista, hombre rebelde que también faci-


litó la inserción de un pensamiento social moderno en nuestra América. De manera paralela, a finales del siglo XIX comienza entre nosotros la divulgación de ideas marxistas, a menudo vinculadas confusamente con otras, desde México hasta Argentina. En este último país, sobre todo entre inmigrantes que importan ideas marxistas un poco a la manera de los primeros marxistas estadounidenses, que se expresaban en alemán. Pero ya en 1895 el socialista Juan B. Justo traduce el libro primero de El capital. Se trata de la primera traducción de la obra hecha desde una perspectiva nuestra, aunque Justo no era en rigor un marxista, sino un socialista amplio. En el caso de Cuba, su primer pensador marxista, Carlos Baliño, no era una figura mayor, pero desempeñó un importante papel al haber estado junto a Martí en la fundación del Partido Revolucionario Cubano en 1892, y en 1925 junto a Mella en la fundación del inicial Partido Comunista Cubano. Hay un cambio grande en el acercamiento al marxismo a partir de la Revolución de Octubre de 1917. El impacto de tal revolución se va a recibir en nuestra América mezclado con las reverberaciones de la Revolución Mexicana de 1910. Y, en el mundo colonial, tuvo un impacto también grande la Revolución China de 1911, con Sun Yat-sen a la cabeza. En su importante antología del marxismo en América Latina (1980), el brasileño-francés Michael Löwy habla de dos períodos en el marxismo latinoamericano que siguen a la Revolución de Octubre: uno revolucionario, que sitúa entre 1921 y 1935, y otro de hegemonía estaliniana, más o menos entre 1938 y la víspera de la Revolución Cubana de 1959. Como todas las divisiones de este tipo, es esquemática. Esos períodos incluyen a su vez subperíodos, según el propio Löwy.

Para Löwy, el marxismo en nuestra América ha estado amenazado por dos tentaciones opuestas, que él llamó el «exotismo indoamericano» y el «europeísmo». El primero, según él, tiende a absolutizar la especificidad de América Latina como si fuéramos una especie única; y, el segundo, que según Löwy es el que ha hecho más estragos, es otro avatar del mimetismo de buena parte de nuestra América. El período revolucionario se manifiesta primero no tanto en textos de nuestra América, sino en textos sobre nuestra América. Tales son los casos de algunos documentos sobre América Latina emitidos por la Tercera Internacional entre 1921 y 1923. De textos como esos se pasa a documentos que son ya de América Latina. Löwy menciona un texto del dirigente obrero chileno Luis Emilio Recabarren: ‘La Revolución Rusa y los trabajadores chilenos’. Otro ejemplo es el del argentino Aníbal Ponce, que pronuncia en 1926 su conferencia ‘La Revolución de Octubre y los intelectuales argentinos’. Van apareciendo así los primeros marxistas relevantes de nuestra América. Dos de ellos son cubanos: Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena. Y la figura central de este conjunto, incomparable por su dimensión y su intensidad, es el peruano José Carlos Mariátegui. En este momento en que se manifiestan esos primeros grandes marxistas hay que incluir también la insurrección comunista en El Salvador, de fuerte impronta campesina, que provocó una matanza terrible en la cual fue fusilado Farabundo Martí, quien

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El propio Flores Galindo escribió un libro llamado La agonía de Mariátegui (1980), donde se asiste al combate del gran peruano con lo que iba a ser conocido después como estalinismo. Postuló que el socialismo debería ser en América creación heroica, no calco y copia. Sus lecciones han llegado frescas a nuestros días. había peleado junto a Sandino. Y también hay que incluir la insurrección de 1935 en Brasil encabezada por Luiz Carlos Prestes. En torno a él se creó la Alianza Nacional de Liberación, un frente liderado por comunistas pero formado no sólo por ellos. Para Löwy, a partir de este momento comienza lo que él llama la hegemonía estaliniana. Como sabemos, el movimiento comunista en la Unión Soviética ha sufrido para entonces grandes traumas, y comienza una osificación del movimiento marxista internacional, incluyendo la Tercera Internacional, que empobrece notablemente al movimiento marxista mundial y también, en consecuencia, al de nuestra América. Un ejemplo de tal osificación fue la llamada política de clase contra clase de la Tercera Internacional, que facilitó el acceso de Hitler al poder. Pero a esta política se le hace una rectificación después, y se propugnan los frentes populares, que no siempre tuvieron una encarnación positiva en nuestro continente. Pero sí la tuvieron en Chile, donde en 1938 se instaura un importante Frente 56

Popular, cuyo joven ministro de Salud Pública fue el doctor Salvador Allende. En general, sin embargo, este momento está marcado por situaciones muy difíciles. Por ejemplo, el pacto germano-soviético, de repercusión naturalmente negativa en nuestra América. Y más tarde, a raíz de la llamada Segunda Guerra Mundial, la negativa influencia de Earl Browder, secretario general del Partido Comunista de Estados Unidos, quien plantea la tesis de que no deberíamos combatir al imperialismo, sino que era posible una alianza no ya táctica sino estratégica con él. A esto se llamó el browderismo, que fue aceptado por la mayor parte de los partidos comunistas de nuestra América, con lo cual quedaba mellada el arma que más nos unifica: el antiimperialismo. Ello terminó tras una famosa carta abierta de Jacques Duclos, secretario general del Partido Comunista Francés. Se inició también la Guerra Fría. Y el último capítulo traumático que impacta a todo el movimiento de izquierda y en particular al movimiento comunista fue el informe de Jrushov en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956, donde se reconocieron los crímenes de Stalin. Löwy habla luego de un nuevo período revolucionario que se abriría con la Revolución Cubana y del que se hablará después. Para Löwy, el marxismo en nuestra América ha estado amenazado por dos tentaciones opuestas, que él llamó el «exotismo indoamericano» y el «europeísmo». El primero, según él, tiende a absolutizar la especificidad de América Latina como si fuéramos una especie única; y, el segundo, que según Löwy es el que ha hecho más estragos, es otro avatar del mimetismo de buena parte de nuestra América. Ejemplo de lo primero fue en Perú el APRA, de Víctor Raúl Haya de la Torre, con


quien polemizó Mariátegui, el cual, no obstante, tomó en consideración de manera positiva la cuestión indígena en su país. El segundo peligro para Löwy fue en gran medida el estalinismo, que afectó muy negativamente a muchos de los partidos comunistas de nuestra América. La aplicación creadora del marxismo a la realidad latinoamericana implicó el sobrepasamiento de aquellas dos tendencias, y esto es lo que propusieron las primeras figuras representativas del surgimiento del marxismo en nuestra América, ya mencionadas. Así, Recabarren, un viejo líder obrero radicalizado. O Ponce (discípulo de José Ingenieros), un intelectual erudito, quien pagó caro su temprana adhesión al marxismo, que lo llevó a abandonar la Argentina y trasladarse a México, donde murió. Ponce influyó en el pensamiento humanista del Che. O Mella, de vida fulgurante pero breve, porque fue asesinado a sus veinticinco años por sicarios a las órdenes del tirano Gerardo Machado: su obra organizativa y escrita es la de un genio, segado en flor. Se ha dicho con razón que encarna a esa figura tan frecuente en nuestra historia, sobre todo a partir de este momento, que es el joven estudiante radicalizado. En él parece inspirarse Carpentier para su personaje del estudiante que aparece en su novela El recurso del método. A Mella está vinculado otro joven comunista cubano, Rubén Martínez Villena, quien editó en 1927 la revista América Libre, en cuyo número inicial se publicó el importante trabajo de Mella, Glosas al pensamiento de José Martí, inicio de un marxismo martiano que llegaría a nuestros días. También él, como Mariátegui, impugnó el aprismo de Haya de la Torre, y además apoyó con vehemencia la causa de Sandino. Pero por grandes que hayan sido esas personalidades, el hombre

solar, para utilizar la imagen que Martí le dedicó a Bolívar del naciente marxismo en nuestra América, fue el peruano José Carlos Mariátegui. Como Mella logró enlazar su pensamiento social con el de Martí, Mariátegui lo hizo con el de González Prada, a quien llamó «precursor de una nueva conciencia social». A Mariátegui, según dijo el peruano Alberto Flores Galindo, lo nutrió «el mismo ambiente intelectual de esos jóvenes que, como Gramsci, Korsh, Lukács, Bloch, optan por un marxismo crítico». Es decir, no se formó en el marxismo anquilosado sino en el momento en que el marxismo echaba chispas en figuras como aquellas. Frecuentemente se le ha comparado con Gramsci, a quien sin embargo probablemente no pudo leer. En vida, Mariátegui sólo publicó dos libros, y, de ellos, su obra maestra fue Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928). Desde 1926 hasta su muerte, en 1930, dirigió la paradigmática revista Amauta. Fundó además el Partido Socialista peruano y el quincenario Labor. Se preocupó vivamente por la cuestión indígena, y a la vez fue una antena sensible para las novedades políticas e intelectuales de su momento. Al defender al marxismo, no vaciló en recurrir a fuentes diversas del mismo (como, después de todo, había hecho Marx en El capital). El propio Flores Galindo escribió un libro llamado La agonía de Mariátegui (1980), donde se asiste al combate del gran peruano con lo que iba a ser conocido después como estalinismo. Postuló que el socialismo debería ser en América creación heroica, no calco y copia. Sus lecciones han llegado frescas a nuestros días. (Tomado de: http://biblioteca. clacso.edu.ar/clacso/formacionvirtual/20100721123604/7Lec5.pdf )

Roberto Fernández Retamar (La Habana, Cuba, 1930 – 2019) Poeta, ensayista, diplomático y profesor universitario cubano. Estudió Humanidades en la Universidad de La Habana, donde recibió el doctorado en Filosofía y Letras. En 1952 obtuvo el Premio Nacional de Poesía. En 1960 fue designado consejero cultural de Cuba en París, y un año después, delegado en la XI Conferencia General de las Unesco. Fue colaborador de la revista Orígenes. En 1965 comenzó a dirigir la revista Casa, órgano de Casa de Las Américas, de la que fue presidente desde 1986 hasta su fallecimiento. En 1971, publicó Calibán. Apuntes sobre la cultura de nuestra América, hoy considerado uno de los más importantes textos ensayísticos de la literatura y lengua española del siglo XX. En 1977 fundó y dirigió hasta 1986 el Centro de Estudios Martianos y su anuario. Fue miembro de la Academia Cubana de la Lengua, que también dirigió. Se le otorgó el Premio Nacional de Literatura en 1989. También fue diputado de la Asamblea Nacional del Poder Popular e integró el Consejo de Estado de la República de Cuba entre 1998 y 2013. Premio ALBA de Letras 2008. Murió en La Habana el 20 de julio de 2019, a los 89 años. (Tomado de: https://www.literatura. us/roberto/)

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Patricia Noriega Rivera

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C

onocer a Mercedes Chachago ha sido para mí un acto sobrecogedor. No solo por aproximarme a su obra, sino a su vida. Una vida llena de arrecifes, de huecos, de procesos ásperos que fueron construyendo su esencia como mujer y como artista. En su juventud conoce a Gonzalo Endara Crow, quien le enseña

No me arrebates

a pintar y mira en ella una factura única en su cromática. Se introduce en el mundo del realismo mágico, luego de que su maestro le regalara un libro que marcó su vida para siempre: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Sin embargo, esa fantasía a la que se aproximaba, para ella era algo tangible en su vida de la niñez. Seguramente por ello, su


paleta

Atracción a la muerte

inclinación hacia este estilo permanecería por muchos años.

Expresionismo y figuración Ha sido un verdadero desafío para Mercedes desapegarse del fascinante realismo mágico; sin embargo, ahora presenta una propuesta distinta. Nace de una problemática punzante en Ecuador: el

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La esencia de vida

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Pesca en Lofoten

irrespeto hacia la vida en la selva. La autora denuncia los impactos globales en el cambio climático; el egoísmo y corrupción de los políticos de turno; la extinción de las especies: animales y árboles de cientos de años; las necesidades de los pueblos originarios de la amazonía; además, hace una comparación entre la riqueza y la pobreza y, sobre todo, entre las actitudes políticas ante la extracción de petróleo: en Noruega, cuidan la vida y conservan el petróleo bajo la tierra y bajo el mar, mientras que en Ecuador lo extraen sin criterios de supervivencia de las especies. Pinta en lienzos con óleos y acrílicos, y narra historias llenas de conceptos surreales, que no ocurren aún, pero que podría suceder. Un niño está sobre un árbol derrumbado, y su inocencia encuentra la felicidad en la hoja de un gran ár-


bol y en una gota de agua. Utiliza colores fríos y cálidos sin temor. Su dibujo es decidido, inquebrantable. La figura humana es propositiva, se complementa con la soledad y el vacío que puede ocurrir en la selva, si el ser humano no dice ¡basta! Dibuja manos que sostienen una pequeña porción de paraíso, lo demás es la nada. Sin embargo, queda la esperanza de un ave multicolor que sobrevuela, aferrándose aún a la vida. También aparecen mujeres o niñas waoranis vulnerables, que son acechadas por hombres mestizos que explotan la selva. Los animales del sector lloran sangre. Así mismo plasma a cazadores aborígenes que ya no tienen qué perseguir, porque todo se ha destruido. La vida se apaga lentamente para la autora. Sus mariposas son atraídas por la luz que brota de la quema del petróleo y son consumidas en el fuego. Buscan la luz y van directo a la muerte. En su nueva propuesta también intercala paisajes y elementos que representan a Ecuador y Noruega: montañas, ríos, águilas, cóndores, zorros del norte, florestas y selvas, así como la aurora boreal. Mercedes Cachago, maestra del arte ecuatoriano, aborda el escenario vivo y desgarrante de la problemática ecológica. Nutre la obra con la esencia de su vida y de su espíritu, y propone una lectura apocalíptica de la Amazonía. Su palabra, su arte, están llenos de denuncia y fuerza. No se conforma con mirar lo que pasa en su país natal, grita desesperada para que todavía exista una esperanza de supervivencia en uno de los países más megadiversos del planeta. Mercedes Cachago presenta más de 60 obras en las salas Eduardo Kingman, Oswaldo Guayasamín y Miguel de Santiago de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Es un especial momento de entender que la modernidad puede traer muerte, si no existe conciencia.

La vida antes del petróleo

Dolor e impotencia

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Los endemoniados Max Vega

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¡M

irad!, han traído otro condenado para que limpie la ruina que vamos a provocar —exclama uno de los cautivos mientras la yugular de su presa corta con una daga que mantiene escondida. Enseguida, con una hoz abre la carne, y a sus compañeros empieza a repartir los pedazos, aún tibios. —No iban a esperar que sea yo quien recoja los huesos, sucias y malolientes criaturas —musita a lo lejos el carcelero que viene trayéndome de un brazo, y yo, extrañamente, no hue de sentir grima por lo que veo, sino más bien es un acto natural de supervivencia.

—¡Oh! Ha sido un memorable banquete —dice el primero con la boca llena, haciendo rechinar el filo de su daga en el muro de piedra—. Ahora nuestro descanso debemos retomar. —Tu primera tarea —me ordena inclemente el carcelero— será recoger toda la porquería y dejar impecable el pasillo. —Sí señor —respondo sin atreverme todavía a poner mi humanidad cerca de aquel indecoroso espacio. Los engreídos comensales dan por terminado el banquete y se aprestan a regresar contentos a sus celdas. No en vano a estos hombres los tienen confinados en un oscuro y pestilente calabozo. Además de ser unos bárbaros, deplorables son sus modales. Tuve que limpiar un nauseabundo muladar: trozos de carne sanguinolenta y huesos esparcidos pululaban en el empedrado, junto con una materia cartilaginosa que, al no poder ser engullida por completo, utilizada fue como suerte de bandeja para allí servir los intestinos de su presa. Se dice que sus ánimas al Maligno fueron ofrecidas; empero, seguro es que ostentan extrema crueldad, y jamás habrán de salir de aquella subterránea mazmorra. Los endemoniados empiezan a devorar poco antes del ocaso; el festín apenas dura un soplo y a mí, la limpieza me ha llevado hasta el anochecer. Me siento exhausto y quiero retirarme a mis viles aposentos. Mañana me espera ardua jornada. Me ha costado trabajo encontrar al carcelero y mucho más despertarlo para que me conduzca a mi nicho. Con virulenta mirada y la boca llena de saliva, me extiende una llave y únicamente me señala la escalera por donde he llegado. No he sido provisto de ningún candil y siento que ese ‘descuido’ no ha sido azaroso, con el afán de que yo no pudiera distinguir detalle alguno


relato de la colosal prisión. Construida a más de setecientas varas bajo la tierra, parece un lugar más bien habitado por espectros que por seres humanos. A tropezones, arribo a las escaleras y, mientras asciendo, me percato de una pequeña puerta de hierro. Sin mayor expectativa, introduzco la llave en la cerradura y muy despacio empieza a abrirse. Siento temor y aquel impulso es una cosa verdadera, cosa mía, cosa ignominiosa. Como preveía, en mi pieza no hay atisbo de luz, y de un camastro o cualquier objeto se encuentra carente, con excepción de un deteriorado Pentateuco (en feo libro está saber no feo) y un Escapulario Verde que guardaré para mí. La habitación angosta y húmeda es. Entonces aspiro un aroma penetrante de mirra añeja. El lugar, asimismo, carece de ventanas. Esta suerte de santuario apenas iluminado está por la luz mortecina de la luna que se cuela por las rendijas, así fue como pude apreciar un aterrador lirio, el cual parecía un roedor, y que, por efecto de las húmedas condiciones de esta recámara, fosilizado está y se confunde con las piedras. De la humedad ha nacido y en medio de los escombros se yergue el lirio, noble flor. Me lo guardaré. Su belleza en modo alguno me atrevería a desdeñar, empero, presiento que este prominente lirio bien podría ser el adagio de un crápula desasosiego. He de comprender que para mí tampoco existe esperanza y aquí habré de sucumbir. Empero sé que para mi hermano Ramón sí la hay. Corre sangre española por nuestras venas, empero nuestros padres y abuelos nacieron en Roma y a ambas naciones nos debemos. El ilustre apellido, Ruiz, ha quedado maldito por nuestra rebelde acción. Pero no habremos de arrepentirnos jamás de enfrentarnos vivamente a las fuerzas del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Luis IV de

—¡Mirad!, han traído otro condenado para que limpie la ruina que vamos a provocar —exclama uno de los cautivos mientras la yugular de su presa corta con una daga que mantiene escondida. Baviera, quien osó invadir Madrid y Roma, depuso a nuestro líder espiritual, el altísimo Papa Juan XXII, y tomó prisioneros a centenares de nosotros, llevándonos para ser juzgados en sendo Concilio, en la ciudad de Magdeburgo. Esperaba que, de ser yo condenado, fuera puesto prisionero en esta demoníaca fortaleza, donde confinan a todos aquellos que han cometido atrocidades o profanado el nombre del Emperador o del antipapa. A todos ellos se los considera endemoniados. Seguro estoy que han encerrado a Ramón aquí. He venido en su ayuda, y si mi pobre hermano aún se encuentra en algún rincón de este averno, yo habré de dar con él. Por esta razón he llegado, incluso, a permitir la inefable humillación de mi gran enemigo, el antipapa Nicolás V, proclamado en triste ceremonia en la Basílica de San Pedro, quien personalmente me ha afrentado declarándome culpable de herejía y condenándome al pabellón de los endemoniados. Por ahora no tengo más que dormir, y aguardar hasta el amanecer. Mucho antes de la salida del sol han tocado con hostilidad a mi

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Tuve que limpiar un nauseabundo muladar: trozos de carne sanguinolenta y huesos esparcidos pululaban en el empedrado, junto con una materia cartilaginosa que, al no poder ser engullida por completo, utilizada fue como suerte de bandeja para allí servir los intestinos de su presa.

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puerta. Sé que el próximo llamado no será tan amable, así que, con estos mismos harapos, me apresto a salir. Nada atisbo. Bajo la mirada y descubro una charola con un pedazo de carne seca, pan y un vaso de agua. También yace, además, una nota que transcribe: “a los calabozos”. La fortaleza es más gigantesca de lo que he percibido anoche en la penumbra. Extrañamente, en el día, varios rayos de sol se cuelan entre los andamiajes de la construcción, iluminando el centro de la nave principal del subterráneo, aquella que conduce a dos patíbulos: el primero, donde habitan los endemoniados más afables e inofensivos, y, el segundo, donde purgan (no hallo modo diferente de decirlo) los prisioneros más cruentos y temibles. Haber caído prisionero aquí es un hecho tremebundo, cruento, abominable. Allí, en la nave principal, el carcelero espera por mí. Me comunica que ellos comen una vez al día; los endemoniados del primer sector lo hacen en la mañana y los del segundo, en la tarde. No me ofrece una explicación razonable e intuyo que no debo indagar. Mi quehacer consiste —además de la limpieza— en socorrerlo a alimentarlos. Me acerca un costal con panes, una vianda con pedazos de carne seca y una bota gigante con agua. Más adelante, abre la puerta y procede a mostrarme a los cautivos. Para tratarse de tan ajada cárcel, sus ocupantes la mantienen en relativo orden. El pabellón no es otra cosa más que un largo corredor empedrado que culmina con el acceso a la siguiente ergástula. Al lado derecho del pasillo, se apostan las celdas de rectangular forma, y, al lado izquierdo, aparecen otras de circular apariencia. Nuestra labor sencilla y rápida es en apariencia, pero dicha impresión lejos se encuentra de la verdad. Ahora veo que mi arduo cometido no solo consiste en

suministrar el alimento, por separado, a cada cautivo, sino, además, y sobre todo, hacerlos comer; eso es lo que en esta prisión se acostumbra y hace. Podrían dejarlos morir, pero los mantienen alimentados por una razón, la cual prefiero desconocer. Algunos devoran su ración con prontitud, pero otros tardan en demasía, por lo que apenas llegaré a tiempo al otro compartimiento. Percibo, asimismo, que todos son unidos, tal como una familia. Ojalá Ramón se encuentre aquí. Mi recorrido ha iniciado con Enrique. Un viejecillo que no recuerda ni su nombre ni su origen. Poco es lo que habla y debido a su escasa dentadura lento es en engullir el trozo de carne que le he brindado. Cuenta el carcelero que en la Catedral de Magdeburgo lo hallaron agonizante, y lo trajeron como alimento para los perros, pero, oh sorpresa, se empeña en no morir a pesar de las precarias condiciones de su existencia. Bajo pútrido sayo está el que sufre, noble ser. La segunda celda tiene como habitante a Bruno. Un rechoncho lombardo que vive para devorar. Su instante de deleite llega a la hora del alimento. Tampoco he podido comunicarme con él. Resulta imposible no sentir grima viéndolo embucharse para luego expulsar un chorro de sangre de su boca. Podridas tiene sus encías, por lo que solo traga. Fue traído aquí al ser acusado de pirata normando, aunque, pienso que este parroquiano es un hombre de bien, un hombre de principios, un hombre de hogar. Antonio, si bien palabrea algo más que sus predecesores, apenas profiere cortas oraciones, por lo general, cruentos quejidos. Convencido está que ha muerto. Como la vasta mayoría de los endemoniados, no goza de privilegio alguno, empero ha rogado le faciliten una lata pulida para que pueda ver su reflejo, ofreciendo, a cambio, un


dedo cualesquiera. Y lo han complacido. Cada día mira en su reflejo una piel putrefacta carcomida por gusanos. Tuve que llenarme de paciencia para que algo de pan tuviera a bien servirse. Una invernal tarde del año 1328 d.C., lo encontraron vituperando y mofándose de la dinastía Wittelsbach y del nombre del Emperador Luis IV de Baviera. Después de lo cual, a rastras lo trajeron para nunca más dejarlo salir. Gerónimo, a pesar de todo, el más ecuánime del clan. Un romano que engulle más rápido aún que Bruno, poseedor de un apetito más voraz, un paladar menos refinado. No conforme con aquello, inmediatamente me exigía otra ración, porque creía estar perjudicado, al recibir menos fiambre que el resto. El carcelero hubo de mostrar un gesto de desaprobación, y, con

sorna, cuenta que Gerónimo tiene la vista azorada; mira a la gente y a las cosas del tamaño de un minúsculo alfiler. Lo sorprendieron, a plena hora del meridiano, profiriendo soeces epítetos contra la integridad de Nicolás V. Menudo castigo se ganó porque no le espera un tormento más ignominioso, ni una agonía más lenta. Piedad, la única doncella de este claustro, apenas come cada cuatro o cinco días, cuando su hambre se vuelve rabiosa como la de un perro de caza. En esta ocasión no he logrado que a bien tuviera la voluntad de abrir la boca. Parece enferma de tristeza. Una perversa plaga cobró la vida de su infanta. Cada vez que le hablan apenas ha de pronunciar el nombre de la pequeña acompañado de un lastimero llanto. La consideran hija de Lucifer por ir en

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Di unos pasitos hacia el frente en busca de Ramón, con la esperanza de encontrarlo yaciendo en una de las postreras cámaras. Mis pisadas han despertado a uno de los endemoniados, quien me ha jalado a sus barrotes. No es más alto que yo, pero despliega una fuerza descomunal. Poseedor de la furia más reprimida, el hedor más repugnante.

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contra del cristiano precepto que reza: la mujer al marido debe subyugarse. Antes de perder a su pequeña, Piedad una tenaz luchadora era para que su género también sea visto como ser humano. En la sexta celda yace Hugo, como el médico también conocido. Posiblemente el único paria que merece habitar en este averno. Otrora un galeno de ascendencia lombarda; hoy un crápula acusado de mutilar extremidades sanas de sus pacientes para luego abusar de ellos. Hugo solo habría de sentir deseo hacia quienes carecían de alguna parte de su cuerpo. Es otro de los pocos que embucha complacido y luego pide más para sus cinco concubinas que, según él, compañía le hacen en ese húmedo calabozo. Lázaro come de milagro. Le han dado la mazmorra más oscura y apartada. Por una razón. Tiene la piel sumo delicada; cualquier contacto con la luz podría quemarlo o cualquier fuerte golpe cercenarlo,

en el músculo que fuese. No deja de quejarse, pero ya sin esperanza. Se acerca antes de que me retire, pidiéndome encarecidamente que termine con su sufrimiento. Así en aspecto ruin vive alma no ruin. Se acerca más y me dice: «huid como podáis, aquí comen gente, yo los he denunciado y por eso me han encerrado, no me embuchan porque mi piel marchita está, pero la tuya, que se ve fresca y jugosa, sin duda será un gran festín». El carcelero pudo tranquilizarme al decir que ese estribillo tenía preparado para cada nuevo incauto que le creyese. El ocupante de la última cárcel es Basilio. Su apetito y dicción normal hube de encontrar. Al principio, fácil no me ha resultado comprender por qué lo habían traído. Procura no mostrar ansia por su encierro y gusta de contar a todo aquel que tenga a bien prestarle atención, su teoría: Basilio piensa que el alma no se halla atada a ningún cuerpo por toda la eternidad. Dada la finitud de nuestro envoltorio de carne, al perecer su esencia ocupa otra entidad, con el fiel propósito de mejorar lo realizado en la anterior vida, hasta llegar a una suerte de perfección y entonces, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, el que nació de una Virgen, habrá de reconocerla y elevarla junto a su merced. Con Basilio por poco y se ha terminado la primera ración que el carcelero me ha dado, pero asegura que aún nos quedan provisiones para alimentar a un par de prisioneros del segundo sector, mientras él iría por dos costales más. Calmo y sereno, abro la puerta del segundo compartimiento y cruzo aquel umbral como si estuviese entrando a otro mundo. El ambiente cambia pese a mi sensación de haber estado antes en ese muladar. Empero no hay forma de comprobarlo por la idéntica naturaleza de cada nave del coloso.


Sus ocupantes duermen en plácida armonía. No esperan se les despierte, pero debo ser condescendiente con mi labor y brindarles la cena. El lugar se mantiene quieto; el silencio se ha visto cortado por unos leves ronquidos provenientes del fondo del pasillo. El segundo pabellón ostenta el mismo esquema del primero, salvo unas diferencias: I. Junto al muro de cada celda pende un instrumento cortante, único en su especie, que bien podría ser utilizado según el castigo a implantar para quien cometiese una atroz falta: tijeras, hoces, hachas, cuchillos, serruchos, sierras y dagas. Todas oxidadas pero con cortante filo. II. Los barrotes a otro sistema de cerradura responden, el que parece activar todas las puertas de las celdas a la vez. III. Las paredes manchadas de sangre y excremento están, y percibo un tremebundo hedor a carne y heces. IV. Resplandeciente e intensa es la iluminación del corredor, debido a la presencia de un amplio tragaluz apostado en todo el centro del cielo raso. Di unos pasitos hacia el frente en busca de Ramón, con la esperanza de encontrarlo yaciendo en una de las postreras cámaras. Mis pisadas han despertado a uno de los endemoniados, quien me ha jalado a sus barrotes. No es más alto que yo, pero despliega una fuerza descomunal. Poseedor de la furia más reprimida, el hedor más repugnante. Sujetando mi sayo, me habla acariciando el lunar redondo junto a mi boca: —Lindos ojos azules. ¿Tú venís con nuestra comida? —Sí, pero apenas quedan unos cuantos trozos de carne, el carcelero fue por más. —Oh, entonces tenemos que esperar por su pronta llegada, como de costumbre.

—Mientras tanto, tal vez tú podéis ayudarme. Busco a un joven bajo, cabello castaño, ojos negros, un pulgar atrofiado y una mancha rosada en su muñeca izquierda. —Oh sí, imposible olvidar menuda descripción. Estuvo ayer aquí. Tú mismo pudiste verlo en parte. Habéis llegado tarde. Él cumplía la misma labor que tú. Pero lo han reemplazado. Por desgracia, a todo aquel que encargan vuestro trabajo, muy poco es lo que dura y pronto lo reemplazan. —¡Y por qué lo habrán reemplazado! Decidme, ¿dónde está él? —¡Al fin llega el carcelero! Y ahora con vuestro reemplazo, mira, tiene una cicatriz de trueno como tú, ¡pero más robusto! —Me dijo soltando mis vestiduras y sacando una daga que tenía oculta en su abdomen—. La redención es solo para los justos y creyentes en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, el que nació de una Virgen. —¡Por nuestro redentor! ¡Decidme dónde está mi hermano! —¡Mirad!, Han traído otro condenado para que limpie la ruina que vamos a provocar. —No iban a esperar que sea yo quien recoja los huesos, sucias y malolientes criaturas —musita a los lejos el carcelero que viene...

Max I. Vega (Quito 1981) Licenciado en Comunicación y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Máster en Estudios de la Cultura en la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha publicado Las máscaras extrañas (2013) novela ganadora del Segundo Premio del XV Concurso Nacional de Literatura Ángel Felicísimo Rojas, y La decimotercera forma (2019), relatos. Ahora trabaja en un nuevo texto donde sigue a algunos de sus personajes, en el mismo ambiente de un Quito siniestro. Organizador, promotor y presentador del ciclo anual de Poesía, música y arte ‘Maldita Ginebra Ecuador’.

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Una laguna* Texto: Natalia García

Fotos: María Fernanda García

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quí todo es verde y después se pudre. Cuando los niños nos metemos en la laguna los dedos se nos arrugan tanto como las hojas de las plantas cuando se marchitan. Si nos quedaríamos todo el día ahí, podríamos morir de envejecimiento. Por eso vienen nuestras madres a gritarnos cuando nos ven dentro. A veces nos miran nadando desnudos y se echan a llorar. Gimen al unísono como un coro, un coro de madres celestiales que nos llama desde otro mundo. Pero nosotros no escuchamos y chapotea-

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mos y nos movemos dentro como si jamás nadie nos hubiese sacado del líquido amniótico. Por las mañanas atrapamos carpas que saltan fuera del agua y después de tocarles la piel escamosa, fría de no amar, las dejamos volver a sumergirse hasta el fondo de la laguna a donde un día planeamos llegar. Por las noches nos arrepentimos y juramos por Dios no volver a la laguna. Cuando nuestros padres se enteran que hemos ido nos ganamos azotes de los que no hablamos jamás.

* Estos textos corresponden a Guagua, Proyecto en curso/Correspondencia/Texto-Fotografía. Fotos: María Fernanda García, Texto: Natalia García. El proyecto consta de creaciones entrelazadas, nacidas de la mutua inspiración entre escritura y fotografía y busca reflexionar acerca de la infancia como territorio, como patria, como lugar. Parte de un sentir autobiográfico, pero busca alejarse de la mirada del yo para construir un mundo de ficción que refleje la infancia, tanto en las narraciones como en la fotografía.


narrativa

Pero la brisa se vuelve densa, el calor nos agota y cuando las ramas de los árboles serpentean oímos el susurro del agua, es la laguna que nos llama y emprendemos viajes a su vientre. Cada noche y cada madrugada vamos a ella. Nos sumergimos a hablar dentro del agua.

Un azote es un secreto guardado en el fondo de la piel. Un día tendremos la piel de lagarto. Pero la brisa se vuelve densa, el calor nos agota y cuando las ramas de los árboles serpentean oímos el susurro del agua, es la laguna que nos llama y emprendemos viajes a su vientre. Cada noche y cada madrugada vamos a ella. Nos sumergimos a hablar dentro del agua. El sonido no nada. En la laguna sepultamos nuestras voces de niños. Fue ayer cuando los vimos aparecer en la superficie. Un montón de peces carpa flotaban rodeados por erupciones de burbujas. Estaban de perfil, muertos como un tronco. Antes de que saliera el sol los atrapamos con una red y corrimos a esparcirlos sobre las plantas de la ciénaga. Resucitaron por un momento. Dos o tres espasmos y luego las aletas se debilitaron y las escamas brillaron con la primera luz del sol, centelleó la ciénaga y luego se los tragó. Las enredaderas fueron aprisionándolos y los peces se sumergieron para formar parte de esa gran masa de agua estancada que está en el corazón de nuestro pueblo.

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Una abuela

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La última vez que la abuela Gironda murió iba con un tupé alto que parecía un ala de pájaro petrificada hacia el lado derecho de la frente. El resto del pelo lo llevaba en rulos. Ayúdenme que me muero, dijo como siempre cuando se moría. En la velación encontrábamos todas las veces al mismo muchacho de lentes que no era de la familia y que se reía por lo bajo mostrando las encías. La última vez que la abuela Gironda murió ese muchacho ya estaba viejo. Y ya no reía. Cuando la abuela Gironda estaba agonizando le dejamos claro que era la última vez, que estábamos cansados, que si la volvíamos a ver viva haríamos como quien puse y no aparece. La abuela Gironda nos sacó la lengua. Las tórtolas torcazas que la abuela Gironda criaba en la lavan-

dería se pusieron como locas y se clavaron las garras unas a otras en el pecho, pero las alas estaban intactas. Madre dijo que era la pena. Padre dijo, dios mío, cállate ya. Cuando llegó el cura y le dio la unción le dijo: caramba, Gironda, si te vuelves a escapar te mueres en pecado, que subir tanto hasta aquí me ha dañado las rodillas. La abuela río mostrando los dientes rotos todos convertidos en colmillos. Todos nos vestimos de negro y madre nos obligó a usar velos bordados en la cabeza por donde veíamos el mundo a retazos. En el cementerio encendimos las velas de todas las tumbas y robamos flores y las lanzamos en la cara de la abuela mientras descendía con el ataúd abierto y el tupé tan duro que lastimaba verlo. Vete, le decíamos. Vete de una vez. Al llegar a casa tapiamos todas las puertas y pusimos veneno en las canaletas. Toda precaución es poca contra los majaderos.


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Patricio Herrera Crespo Fotos: Archivo Marcelo Arellano

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ue después del gran dolor nacional de los años 1941 y 1942. Años malvados para mi tierra, para América, en que dos pueblos —Ecuador y Perú— hermanos por todas las dimensiones de la historia y de la geografía y sobre todo hermanos por su común destino, se fueron a las manos. Mi pequeña patria sufrió en su carne y en su esperanza. Y nuestra misión, la de los fundadores de la Casa de la Cultura, fue la de conseguir que no pereciera su optimismo, su certidumbre nacional, su fe». Ese era el pensamiento y el sueño de Benjamín Carrión que se hacía realidad en la noche del 9 de agosto de 1944, cuando el presidente, investido de poderes supremos a raíz de la revolución del 28 de mayo del mismo año, llamada La Gloriosa, expedía el decreto Nº 707 cuyo primer artículo dice: «Créase con sede en la capital de la República la Casa de la Cultura Ecuatoriana con el carácter de instituto director y ordenador de las actividades científicas y artísticas nacionales, y con la misión de prestar apoyo efectivo, espiritual y material a la obra de la cultura en el país». Se extinguía el Instituto Cultural Ecuatoriano.

Según Irving Zapater, la fundación de la Casa se basaba en dos ideas sustentadas por Carrión, que fuera por la cultura que los ecuatorianos recobraran su autoestima, mellada a raíz de la suscripción del Protocolo de Río de Janeiro en 1942 y resumida en la simbólica frase de «volver a tener patria», y la de la «pequeña gran nación», inspirada en la necesidad de hacer fuerte al país por su cultura ya que no podía serlo en otros ámbitos.

CREACIÓN El Presidente de la República, el 22 de agosto nombra, por única vez, a los miembros del directorio: Pío Jaramillo Alvarado, Antonio J. Quevedo, Víctor Emilio Estrada y Alfredo Pérez Guerrero, por las Ciencias Jurídicas y Sociales; Aurelio Espinosa Pólit y Jorge Bolívar Flor, por las Ciencias Filosóficas y de Educación; Benjamín Carrión, Enrique Gil Gilbert, Leopoldo Benites Vinueza, Eduardo Kingman y Segundo Luis Moreno, por la Literatura y Bellas Artes; Jacinto Jijón y Caamaño, Abel Romeo Castillo y Juan Morales y Eloy, por las Ciencias Históricas y Geográficas; y, Jorge Escudero, por las Ciencias


Miembros fundadores de la Casa de la Cultura. Al centro, Benjamín Carrión.

Biológicas. Othón Castillo, quien desempeñaba las funciones de Jefe de la Sección de Extensión Cultural y Publicaciones del Ministerio de Educación, haría de secretario. El 28 de agosto, los miembros titulares se instalaron en sesión inaugural en el despacho del Ministro de Educación Pública, Alfredo Vera Vera, y bajo su presidencia se elige presidente de la Casa a Benjamín Carrión y a Jacinto Jijón y Caamaño, vicepresidente, dos importantes representantes del socialismo y del conservadurismo, respectivamente, que reflejaba el pluralismo ideológico de la nueva entidad.

LA CASONA Y EL ARTE Entonces comenzó esta larga y fructífera trayectoria de 75 años. Uno de los momentos importantes fue la donación de los terrenos para construir la sede, pues había co-

menzado funcionando en dos casas ubicadas una en la García Moreno 1635 y Santa Bárbara y la otra en la Montúfar y El Vergel. Esta donación se cristalizó gracias a los alcaldes Humberto Albornoz y José Ricardo Chiriboga Villagómez. El arquitecto Alfonso Calderón Moreno fue el autor de los planos de la Casona cuya construcción se terminó en 1947. Hoy, a más de una larga historia, guarda tesoros artísticos como los alto relieves de cemento en la fachada realizados por el maestro Jaime Valencia, que representan La luz de la cultura, El teatro y la danza y La música y la poesía. En el vestíbulo central, coronado por una bóveda, cuelga una hermosa lámpara de madera tallada en San Antonio de Ibarra y cuatro murales realizados por Diógenes Paredes y José Enrique Guerrero. En las salas de exposiciones se encuentran los murales La conquista, de Oswaldo Guayasamín, y Los for-

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Primera Sede de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en las calles Montúfar y El Vergel, en Quito.

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jadores de la nacionalidad, de Galo Galecio. En el vestíbulo del aula Benjamín Carrión está el vitral sobre las nacionalidades, de Oswaldo Mora Anda. Adjunto, está la edificación de la editorial Pedro Jorge Vera. El proyecto editorial es el más importante de la Casa desde su fundación. En 1945 adquiere los equipos gráficos de Editorial Colón y en ese mismo

año publica el primer número de Letras del Ecuador, cuya publicación continúa hasta hoy. Siempre han estado ligados a su trabajo importantes escritores como Alejandro Carrión, César Dávila Andrade, Alfredo Pareja Diezcanseco, Pedro Jorge Vera, por nombrar algunos, y ha editado y edita a los mejores escritores del país, así como da cabida a jóvenes que empiezan su carrera literaria.


NUEVOS EDIFICIOS En los terrenos adyacentes se planificó desde un inicio la construcción de edificios para otros servicios culturales. Así plantea el arquitecto René Denis Zaldumbide el hoy llamado Edificio de los Espejos, donde funciona el Museo de Arte Moderno que en su vestíbulo tiene el mural Historia de la

humanidad, de Carlos Rodríguez, y cuenta con alrededor de 2.551 piezas; el Museo de Instrumentos Musicales Pedro Pablo Traversari, considerado el mejor de América, con instrumentos que datan desde antes de la Colonia; tiene 1.318 instrumentos. Se alberga aquí, asimismo, la reserva de Arte Colonial con 1.597 piezas de enorme valor, y el museo Etnográfico Pío Jaramillo Alvarado, con 625 piezas, se ubica también en el Edificio de los Espejos. La cinemateca, así mismo, tiene más de cuatro mil películas ecuatorianas y está allí la Consulta Pública, la Biblioteca, el Teatro Nacional, el teatro Demetrio Aguilar Malta, la sala de cine Alfredo Pareja Diezcanseco, la Radio AM y la nueva radio FM; el Conjunto de Cámara, la Camerata, el Teatro Ensayo y el Coro ocupan sus respectivos espacios en este edificio. Además, catorce grupos de teatro y danza habitan también en él; y, el Museo Nacional, en 5.000 metros cuadrados cedidos al Gobierno para su funcionamiento. El tercer edificio corresponde al teatro Prometeo, una joya de la arquitectura moderna, planificado por el maestro Oswaldo Muñoz Mariño, cuya forma circular da cabida a 350 espectadores. En el Centro Histórico, en la esquina de las calles Cuenca y Mejía, está el Museo de Arte Colonial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, creado en 1938 y fundado en 1945 por el presidente José María Velasco Ibarra. Este museo es poseedor de una de las más importantes colecciones de arte colonial, cuenta con obras de Miguel de Santiago, José Olmos (Pampite), Manuel Samaniego, Manuel Chili (Caspicara), Bernardo de Legarda, entre otros. Este sucinto relato demuestra que la Sede Nacional no es solamente la matriz desde donde nació y se desarrolló la Casa de la Cul-

«Fue después del gran dolor nacional de los años 1941 y 1942. Años malvados para mi tierra, para América, en que dos pueblos —Ecuador y Perú— hermanos por todas las dimensiones de la historia y de la geografía y sobre todo hermanos por su común destino, se fueron a las manos. Mi pequeña patria sufrió en su carne y en su esperanza. Y nuestra misión, la de los fundadores de la Casa de la Cultura, fue la de conseguir que no pereciera su optimismo, su certidumbre nacional, su fe». Benjamín Carrión

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Vista panorámica de la Sede Nacional en Quito. Avenidas 6 de Diciembre y Patria.

tura, sino que desde ella se dirige la más amplia red cultural del país, pues es y guarda el patrimonio arquitectónico y artístico que pertenece al Estado y, por supuesto, a todos los ecuatorianos.

DESARROLLO NACIONAL

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La historia de la Casa es rica en actividades y acontecimientos, ferias y exposiciones. Los más altos exponentes de la música, la literatura y la pintura, así como personajes de la historia política de varios países de América Latina han estado en la Casa, Juan David García Bacca, Omar Rayo, Víctor Paz Estensoro, Arnold Toynbee, José Luis Cuevas y, últimamente, Haruki Murakami, junto a otros grandes escritores y premios Nobel como Miguel Ángel Asturias, José Saramago, Mario Vargas Llosa, y Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz. Óscar Vargas Romero, asimismo, dio inicio en la Casa a las acti-

vidades del Coro, y Fabio Pachioni, a las del Teatro. Esta labor comenzó a extenderse en el país con la creación de los Núcleos Provinciales, iniciando con Guayas y Azuay. En los años cuarenta se fundan los núcleos de Loja, Manabí, Esmeraldas Tungurahua, y en los años cincuenta, Chimborazo, Imbabura, Bolívar, El Oro, Cotopaxi, Carchi, Cañar, Los Ríos. Posteriormente vendrían El Oro, Morona Santiago, Napo, Orellana, Pastaza, Sucumbíos, Zamora Chinchipe, Galápagos y, por último, Santa Elena y Santo Domingo de los Tsáchilas, provincias nuevas, y Pichincha, creado con la Ley de Cultura. La Casa de la Cultura, entonces, se convierte en la primera institución cultural con presencia en todo el país, más aún cuando en todas las provincias existen extensiones en cantones y parroquias.

ÉPOCA ACTUAL En junio de 2017, Camilo Restrepo Guzmán es elegido presi-


...la fundación de la Casa se basaba en dos ideas sustentadas por Carrión, que fuera por la cultura que los ecuatorianos recobraran su autoestima, mellada a raíz de la suscripción del Protocolo de Río de Janeiro en 1942 y resumida en la simbólica frase de «volver a tener patria», y la de la «pequeña gran nación», inspirada en la necesidad de hacer fuerte al país por su cultura ya que no podía serlo en otros ámbitos. Primer número de la revista Letras del Ecuador.

Mural La conquista. Autor: Oswaldo Guayasamín.

Mural Los forjadores de la nacionalidad. Autor: Galo Galecio.

dente nacional, con una votación mayoritaria de 22 votos de 24 integrantes de la Junta Plenaria; inicia así un trabajo importante de institucionalización de la Casa, acorde con su nueva realidad de conformidad con la Ley Orgánica de Cultura aprobada por la Asamblea Nacional en diciembre de 2016. De esta manera y en este período, se ha efectuado un proceso de reformas y cambios en cuanto a su estructura, que se reflejan en la aprobación de la Matriz de Competencias y el Modelo de Gestión Institucional, en la implementación del Plan Estratégico, el Manual de Puestos y la Planificación de Talento Humano, y se está trabajando en el Manual por Procesos; de esta manera, se busca fortalecer la oferta de bienes y servicios culturales y mejorar y estandarizar la oferta a escala nacional. Se ha intensificado la política de puertas abiertas a todas las manifestaciones culturales, y la prestación de servicios a grupos y colectivos, que han podido cumplir con sus proyectos camino a una más amplia difusión cultural. 77


Camilo Restrepo Guzmán, Presidente Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

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uando el país entero coincide en evidenciar —sobre todo hoy— que uno de los aspectos críticos de nuestra organización social constituye la dificultad de lograr establecer una consistente y perdurable institucionalidad, debido a múltiples circunstancias y características históricas, organizativas, políticas y económicas, la conmemoración de los 75 años de la CCE, surgida de la iniciativa ciudadana en 1944 y consolidada por Benjamín Carrión, constituye objetivamente un hito y ejemplo nacionales, cuya historia debemos estudiarla detenidamente para comprender dicha trayectoria y desentrañar las virtudes de su supervivencia institucional, en cuyo

proceso ha sabido superar múltiples intentos, provenientes de diversas fuerzas, felizmente frustrados, por desaparecerla o adscribirla como organismo gubernamental, quitándole el alma, que es lo que significa la autonomía, para ejercer su misión con libertad de pensamiento y creación, sin más límites que la ética, las leyes y la responsabilidad con los más altos intereses de la Patria. Ahora mismo constatamos hechos que abonan el sentimiento de desesperanza, frustración, desconfianza, incredulidad y apatía, de gran parte de nuestra población. Pero una vez más es grato confirmar que con su generosa presencia, la de la ciudadanía y la de los representantes de las más altas funciones y organismos del Estado, están dándonos la razón de que la cultura es uno de los instrumentos más aptos para invitar, convocar y suscitar un encuentro amplio y transparente, para construir el tejido social que la patria necesita para enfrentar las difíciles horas que atraviesa, y alcanzar consenso para un tipo de orden o transformación social. Gracias por su presencia, gracias por su participación que nos alienta en esta ardua pero hermosa tarea. Permítaseme resaltar que la designación de Presidente Nacional de la Casa de la Cultura proviene de la ciudadanía inmersa en el campo de la cultura. Han trascu-


La asambleísta Amapola Naranjo, a nombre de la Asamblea Nacional, entregó la condecoración ‘Vicente Rocafuerte’ al mérito cultural, a la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión.

rrido dos años desde mi elección, que los hemos dedicado a impedir su desaparición, dura tarea como compleja responsabilidad, que me honra comunicar la hemos cumplido, sin dejar de atender con suficiencia la marcha normal de todos los servicios de la Institución, a pesar de las significativas reducciones presupuestarias, que representaron alrededor del 20% durante los años 2017 y 2018. Con este mismo objetivo, nos dedicamos a preparar e implementar la respectiva y necesaria estructura legal, administrativa y técnica, con la que hoy contamos, para superar el estado de ‘informalidad’ institucional subsistente durante muchos años. En cuanto a los lineamientos prospectivos, es reconocido por todos que el actual panorama y contexto sociocultural del Ecuador presenta nuevas características y condiciones, determinadas por factores de naturaleza interna; y, sobre todo, de carácter exógeno, correspondientes al fenómeno de la globalización, mundialización, transnacionalización y movilidad humana, que se manifiesta en múltiples dimensiones organizacionales, generacionales, tecnoló-

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1.500 personas colmaron el Teatro Nacional en la Sesión Solemne por los 75 años de vida institucional.

Tanto o más que en otros órdenes del convivir mundial, el respeto y ejercicio de los derechos culturales constituye una permanente e impostergable necesidad, pues la cultura es el mejor espacio para aprender a cohabitar, a coexistir, a comprenderse y disfrutar colectivamente de la hermosa diversidad que aún contiene y produce la especie humana. 80

gicas, educativas, ideológicas, lo cual exige definir y adoptar nuevas políticas y acciones, particularmente por parte de la CCE, en tanto constituye, sin lugar a dudas, la más importante institución cultural, no gubernamental, a escala nacional. Para ello es necesario reconocer la trascendente conceptualización de cultura, a la que arribó la Unesco en la ‘Conferencia mundial sobre las políticas culturales’, reunida en México, en 1982, cuya declaración fundamenta el pensamiento y la acción cultural en todo el orbe. Desde entonces comprendemos que «la cultura es el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y creencias». Basados en estos conceptos, nos hemos propuesto emprender y priorizar los siguientes lineamientos de trabajo de acuerdo a nuestras capacidades y posibilidades institucionales en los próximos dos años —correspondientes al período para el que fui elegido—, tendientes a satisfacer los requerimientos de esa nueva realidad y de las nuevas demandas socioculturales ecua-

torianas, que siempre deben tener como objetivo y destino esenciales, construir una mejor sociedad y un país decoroso, que se muestre orgulloso ante el mundo y contribuya a cimentar la humanidad planetaria de bienestar y confraternidad que todos anhelamos, y coadyuve al respeto y ejercicio de los derechos culturales, enmarcados en la Constitución y en el ordenamiento jurídico internacional. Tanto o más que en otros órdenes del convivir mundial, el respeto y ejercicio de los derechos culturales constituye una permanente e impostergable necesidad, pues la cultura es el mejor espacio para aprender a cohabitar, a coexistir, a comprenderse y disfrutar colectivamente de la hermosa diversidad que aún contiene y produce la especie humana. En la Declaración sobre la Diversidad Cultural de 2001, la Unesco reconoció y exaltó la diversidad cultural, elevándola a la categoría de Patrimonio Común de la Humanidad. Recordó también que los derechos humanos son garantes de la diversidad cultural y reconoció que son necesarios e inseparables de la dignidad de las personas y, por lo tanto, debe garantizarse su accesibilidad a todos los individuos. Nuestro lema es: ‘Cultura de todos, para todos’. Así, en el contexto de profundizar el apoyo a las manifestaciones de las ‘culturas vivas comunitarias’, en el proceso mundial de conceptualización y comprensión de la cultura, encomendado a la Unesco, durante el presente siglo, sin lugar a dudas, el continente latinoamericano en su conjunto es el que más ha aportado, teórica y prácticamente, a la redefinición y emprendimiento de nuevas políticas, a tono con nuestras realidades históricas, sociales y políticas. El concepto de ‘cultura viva comunitaria’ constituye, entonces, una


El grupo folclórico de la Casa de la Cultura recibe a los invitados en el Teatro Nacional en la Sesión Solemne por los 75 años.

categoría creada para dar nombre, sentido y visibilidad a las dinámicas culturales que han permanecido invisibilizadas, por una parte, y a las nuevas que han surgido en la región, por otra. Uno de sus principales objetivos es sensibilizar sobre las distintas formas de convivencia social y la importancia de sus manifestaciones culturales, así como fortalecer las capacidades de gestión y la articulación de las organizaciones culturales de base comunitarias y de los pueblos originarios, para mejorar el desarrollo de sus iniciativas y su participación en los modelos de gestión de políticas culturales. Se sustenta y apuesta a la cultura como vínculo fundamental para transformar realidades, buscando reconocer y potenciar las iniciativas culturales de las comunidades en los lugares donde ocurren. Autonomía y reconocimiento social son, en este sentido, palabras clave de este proceso continuo que inspira a cada vez más países, no sólo en nuestro continente, que asume a las culturas y sus manifestaciones como un bien universal y como un

pilar efectivo del desarrollo humano y social. Este proceso de reconocimiento de las manifestaciones culturales constituye una transformación desde abajo hacia arriba, y también horizontal, que da fuerza y reconocimiento social e institucional a organizaciones de la sociedad civil que han desarrollado y desarrollan actividades culturales en sus comunidades. De esta manera, «relacionando cultura y territorio, cultura e identidad, se va construyendo una nueva historia de políticas públicas». Respaldados y convencidos de estas correctas políticas, la ‘Nueva Casa’ —que propusimos desde el inicio de nuestra gestión, adoptando como lema: ‘cultura de todos, para todos’— ha emprendido, auspiciado y promovido, entre otras, valiosas y creativas iniciativas, a través de la ejecución del proyecto, por ejemplo, ‘Los diablos se toman Quito’, ejecutado desde una perspectiva antropológica, con la finalidad de difundir y promover el patrimonio inmaterial de nuestro país. La presencia simbólica de este per-

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Grupo de Karina Clavijo y las Damajuanas.

Claudia Oñate con Ecuador Sinfónico.

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sonaje, el diablo, aparece como respuesta al sincretismo religioso que se genera luego de la conquista española y se hibrida con la cosmovisión andina. Esta acción llegó a más de 300 mil personas en el sur de Quito, en la Mariscal y en la CCE, en un conversatorio sobre el origen, vestimenta, ritualidad, gastronomía festiva, música, contado desde la voz de los propios colectivos culturales y a partir de tres desfiles que convocaron a miles de familias e individuos de Quito y el mundo. Igualmente, la conmemoración del ‘Inti Raymi’ se constituyó en un espacio para vivir la interculturalidad, desde los ámbitos académico, cultural y urbano. Participaron

alrededor de 10 mil personas, que vivieron el sentido espiritual del mundo andino, en la fiesta más importante de este rincón de los Andes, con contenidos rituales de agradecimiento al Sol y a la Tierra por las cosechas recibidas. Qué grato fue organizar, conjuntamente con las universidades Salesiana, Central, Andina, Politécnica, iaen y otros centros educativos de la ciudad, en una interacción de la cultura, la academia y la ciudadanía, tan magno evento que fusiona y hermana a dos culturas en un mismo tiempo, aquí y ahora. La Casa de la Cultura contribuyó también con la presencia de otras manifestaciones ancestrales que celebran el Inti Raymi, como la presencia de los Danzantes de Zámbiza, las Rucas de Alangasí, los Danzantes de Pujilí y otros grupos de música, para acompañar a los miles de estudiantes y demás personas que vivieron la fiesta. En cuanto a las nuevas expresiones y colectivos culturales urbanos, podemos destacar el proyecto ‘Destrabe de las tribus’, coproducido con los creativos grupos culturales del Sur. Uno de los prioritarios retos culturales de nuestra sociedad y su consecuente atención, es el alto grado de desinterés y la pérdida generalizada del acervo y memoria histórica del Ecuador, cuya deplorable realidad no sólo atañe a la valoración y empoderamiento del pasado, o a la necesidad del conocimiento y desentrañamiento del proceso de nuestro devenir y su actual configuración socioorganizativa, encarada a construirse como unidad en la diversidad, sino también, y sobre todo, a disponer de esa historia, resumida y encarnada en el presente, para imaginar y proyectar alternativas de futuro. Como expresó acertadamente el articulista y crítico pensador Fabián Corral: «vivimos con tan-


ta extraña intensidad que cada día parece el último…, la mediocridad es la reina…, no hay futuro, porque la coyuntura barre con él…; la vida sin densidad, sin pesos específicos, es, finalmente, una comedia llena de eventos divertidos, de disparates anecdóticos y nada más… En el Ecuador hay, al menos, dos hechos espectaculares cada semana, que conmueven momentáneamente y pasan sin pena ni gloria. »La respuesta es el cansancio, la indiferencia, la filosofía del ‘así mismo es’; es decir, el cinismo… No hay espacio para el pasado ni el recuerdo, no hay tiempo y todo se va al sótano de la vida. Y sin pasado, no hay historia personal ni colectiva». Consecuente con el lineamiento anterior, nos proponemos suscitar el libre ejercicio del pensamiento crítico y propositivo, reconociendo y comprendiendo que se ha convertido en ‘ausencia dolorosa’, como acertadamente la identificó, analizó y caracterizó nuestro destacado amigo y maestro filósofo y Premio Espejo 2015, Fernando Tinajero, quien encontró que la excelente Historia de los intelectuales en América Latina, editada en 2008, llegó a Quito cuatro años después, y que fue escrita por un equipo de 58 especialistas de casi todos los países de este continente, ninguno del Ecuador. Esta ausencia debemos superarla mediante la constitución de Colectivos Ciudadanos Especializados Permanentes, para el análisis y concertación de propuestas de los principales temas y problemas que afronta nuestro país. El primero de ellos se centrará en el tema ‘Cultura y Educación’. En coherencia con las anteriores políticas institucionales, la CCE continuará impulsando el establecimiento de relaciones de cooperación con la institucionalidad gubernativa del país, destinadas a fomentar, conjuntamente, el desarrollo cultural de nuestra sociedad.

Los directores Édgar Palomeque, del Núcleo de Cañar, y Juan Merino, del Núcleo de Morona Santiago, junto a Valeria Salazar, Directora de Comunicación.

A partir de julio de 2017 iniciamos el cumplimiento de este vital componente mediante Convenios suscritos con la Confederación Nacional de Gobiernos Parroquiales Rurales del Ecuador, Conagopare; con el Consorcio de Municipios Amazónicos y Galápagos, Comaga; con el Instituto de Patrimonio Cultural y Natural, del Convenio Andrés Bello, con el Instituto de Altos Estudios Nacionales, con el Hospital Carlos Andrade Marín, con la Academia Nacional de Historia; con la Academia de Medicina y muchos otros. Hoy queremos informar, anunciar y celebrar la suscripción del Convenio con la Presidencia de la República, el Ministerio de Cultura y Patrimonio, el Ministerio de Educación y vuestra Casa de la Cultura ‘Benjamín Carrión’, a la cual se le ha encomendado la ejecución del Proyecto Nacional ‘Arte para todos’, a través de sus 24 Núcleos Provinciales. Este Proyecto, nacido desde la sensibilidad del Presidente de la República, es una responsabilidad que nos honra y nos compromete ante todo el país, a la vez que nos distingue como la columna vertebral e histórica del quehacer cultu-

ral ecuatoriano, sobre todo, porque llegaremos a la ciudadanía, a sus barrios, a sus comunidades, a sus escuelas y colegios, y lo haremos con los hombres y mujeres de la patria dedicados al arte y la cultura en todos los rincones del país y así, estaremos activando el Sistema Nacional de Cultura, en el ejercicio diario, en el trabajo cultural, que es la mejor manera de dialogar y construir identidad, como lo venimos haciendo con el Proyecto Festival de las Artes Vivas de Loja, ahora Ley de la República, cuya elaboración apoyamos y somos parte del mismo, particularmente en el llamado ‘Camino a Loja’, para sensibilizar al país sobre el indispensable rescate de nuestras raíces culturales. Ante ustedes, prometemos aquí, no defraudarlos. En cumplimiento del mandato legal contenido en la vigente Ley Orgánica de Cultura, que reconoce a nuestra, y vuestra Casa, como «espacio de encuentro común, de convivencia y de ejercicio de los derechos culturales, en el que se expresa la diversidad cultural y artística, la memoria social y la interculturalidad», hemos considerado que se ha convertido en indispensable y oportuno, emprender de manera efec-

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Se sustenta y apuesta a la cultura como vínculo fundamental para transformar realidades, buscando reconocer y potenciar las iniciativas culturales de las comunidades en los lugares donde ocurren. Autonomía y reconocimiento social son, en este sentido, palabras clave de este proceso continuo que inspira a cada vez más países, no sólo en nuestro continente, que asume a las culturas y sus manifestaciones como un bien universal y como un pilar efectivo del desarrollo humano y social.

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tiva y responsable esta finalidad y competencia de nuestra Institución, sustentada y respaldada en su justa y bien preciada autonomía, autonomía que, en esencia, resume la plena libertad de pensamiento, de opinión, de imaginación, de creación, en fin, de contribución idónea, en bien de la sociedad y del país hacia el encuentro del espacio común que nos designe como un todo cultural libre y diverso. Iniciaremos el cumplimiento de esta propuesta con la realización del Tercer Congreso Latinoamericano de Gestión Cultural, a efectuarse desde el 23 de octubre del presente año, organizado conjuntamente con la Universidad Politécnica Salesiana y la Red Latinoamericana de Gestión Cultural. El Congreso abordará la temática: ‘Democracia, participación y comunidad’. Otros aspectos serán la consecución de adecuados locales físicos para los Núcleos fraternos que aún no tienen Casa, para atender a los ciudadanos que habitan los territorios a su cargo: Galápagos, Santo Domingo de los Tsáchilas y Sta. Elena. Es importante destacar que el sello editorial de la Casa ha alcanzado un alto prestigio nacional e internacional, más aún ahora que iniciaremos con la edición digital, cuyo primer patrimonio, la obra completa del gran escritor y ensayista Antonio Sacoto Salamea, ha sido donada a nuestra institución. Gran satisfacción me embarga al manifestar que hemos consolidado la radio AM, con la participación de 200 creadores independientes, miembros de colectivos culturales que producen 74 programas pedagógicos pero sobre todo llenos de la alegría propia de la juventud. Así mismo, estamos ya al aire, con equipos propios con la radio Cultura FM, y próximamente implementaremos una Red de distribución multimedia con todos los Núcleos Provinciales, que permiti-

rá la producción de contenidos culturales a escala nacional. Finalmente, estamos construyendo la propuesta de un sistema de estacionamiento público subterráneo, adjunto al espacio de la Sede Nacional, para paliar y prevenir el congestionamiento vehicular, y dar solución también al problema determinado por la congestión de la ubicación de servicios públicos y privados, existentes alrededor de este espacio: universidades, instituciones públicas, hoteles, a fin de permitir una visita adecuada y segura a los miles de ciudadanos que acceden a las actividades culturales que ofrecemos. Soñando en el futuro, es un gran aporte a la movilidad de Quito, es la conexión con la modernidad del siglo XXI, que es también lo que significa el Metro de Quito. Este proyecto ya está siendo consensuado con las autoridades del Distrito Metropolitano de Quito. Finalmente, deseo manifestar que queremos seguir caminando por la senda de la utopía, que no es para nosotros como la Isla de Tomás Moro, sino como la Casa fundada por Benjamín Carrión hace 75 años, una Casa soñada y todavía no alcanzada, por la que han transitado miles de artistas, intelectuales, creadores, científicos y soñadores. Nuestro ideal es, tal como lo expresó Eduardo Galeano: «la utopía en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos, y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces, para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Gracias, mil gracias Señoras y Señores. Caminemos juntos para construir la Patria. Señoras y Señores. Camilo Restrepo Guzmán

PRESIDENTE NACIONAL CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA


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stimadas autoridades, queridos trabajadores de la Casa de la Cultura ‘Benjamín Carrión’, amigos de las secciones de la Casa, compatriotas todos: ¡Qué orgullo festejar 75 años de existencia de esta noble institución! De esta institución emblemática de las artes plásticas, escénicas, las letras y las ciencias, pionera en el país y en el continente. De esta Casa aprendimos la importancia de promover e incentivar la cultura y todas las actividades de la creatividad humana. Y, como gobierno, también nos empeñamos en respaldar a quienes hacen del arte su razón de vida. Precisamente, el 8 de agosto lanzamos las medidas para impulsar las actividades artísticas y culturales en Ecuador. Y, antes de

ayer, convocamos a los artistas y gestores culturales de todo el país a participar del gran proyecto que hemos llamado ‘Arte para todos’. Y si queremos que sea ‘para todos’, los Núcleos de la Casa de la Cultura tienen que ser los grandes coejecutores de este gran empeño. En el campo de la cultura, por su particular dinamismo, siempre podremos mejorar, siempre hay cómo mejorar los procesos y optimizar los recursos y en ello trabajamos todos los días, cada día trabajamos en ello. El gran Benjamín Carrión, a quien tuve el gusto de conocer, impulsador, gestor y artesano de valores e ideales, soñó con un Ecuador de paz, con un Ecuador de cultura. Él decía en sus libros, «si no estamos destinados a ser una potencia económica y militar, seamos para

aquello para lo cual parece habernos puesto el destino: ser un pueblo culto, un pueblo que brille por su cultura». Y no solo que no se equivocó, sino que nos dejó la tarea de hacer de este país una potencia cultural y no podemos defraudarlo. No podemos y no debemos hablar de desarrollo sin involucrar necesariamente la creatividad, el fomento y la difusión cultural, absolutamente conscientes del inmenso espectro, del gran abanico que abarca la cultura. Para impulsar las actividades que apuntan en esa dirección, hemos exonerado ya del iva a diez servicios culturales que involucran todas las artes, museología, bibliotecología e investigación patrimonial. Además, hemos eliminado los aranceles a los insumos destinados a la producción artística. Amigos y amigas, el arte no vive del mecenazgo sino de la libertad para crear. Nada como hacer arte en libertad. Por eso, seguiremos apoyando los esfuerzos institucionales y profesionales, de artistas, productores y gestores culturales. La querida Casa, nuestra Casa, tiene que seguir siendo referente y parte medular del Sistema Nacional de Cultura. Por ello, una vez más, felicidades por los 75 años de vida institucional, a sus autoridades y trabajadores, a todos los miembros de la Casa Matriz y de los Núcleos Provinciales y Cantonales. Un abrazo profundo, de inmensa gratitud, en nombre de la Patria entera, por todo lo que hacen. Le debemos a la historia que los sueños y el pensamiento de Manuel Benjamín Carrión se mantengan enteros y vibrantes, por eso cuenten siempre con nuestro cariño, cuenten siempre con nuestro apoyo. Muchas gracias. Lenín Moreno Garcés

PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR

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uerido Camilo Restrepo, Presidente Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, estimados y estimadas autoridades, actores, autores, artistas, cantantes, músicos, gestores culturales, escritores aquí presentes, colegas, amigos y amigas, todos y todas. Una gran escritora en algún momento dijo de la Casa de la Cultura: «No hay nada más importante para el ser humano que tener una casa, es el lugar al que podemos volver, el lugar que sentimos propio, el lugar al que pertenecemos y en donde, a fin de cuentas, podemos ser quienes verdaderamente

somos». Quiero decir, una casa más que un lugar es un abrazo, un refugio, una identidad. La Casa de la Cultura es desde hace 75 años, y tiene que seguir siéndolo, el lugar donde todos los artistas, y me incluyo, sienten que tienen un hogar, una Casa a la que pertenecen y les pertenece. Benjamín Carrión, nuestro gran visionario, antes de que siquiera en el mundo hubiera una Declaración Universal de los Derechos Humanos, ya estaba pensando en garantizarnos a todos los ecuatorianos y ecuatorianas el derecho inalienable al acceso a la


cultura, al disfrute, a la belleza y a la creación. El fomento a la cultura se construye por el camino de los derechos. No es una priorización discursiva, sino el cumplimiento estricto de la ley. Constituye el reconocimiento profundo de los procesos de creación, gestión y circulación cultural, artística y patrimonial, desde el hacer, el saber hacer, que es conocimiento. Como país nosotros tenemos ya un camino recorrido, los derechos culturales son para cumplirlos y ser implementados en la gestión de todos y cada uno de nuestros proyectos. El escenario cultural ecuatoriano no tiene un sinnúmero de autores y procesos complejos, diversos y dinamizadores de nuestra identidad. Nuestro primer principio de ley establece el derecho al ejercicio de construir y mantener una identidad cultural propia, la pertenencia a comunidades culturales y sus expresiones, tanto en la difusión como el acceso a todas las condiciones para lograrlo. Es así como el derecho a la cultura también supone, en primera instancia, la garantía del derecho humano a la igualdad. Como todos conocemos, la igualdad, en tanto derecho humano, tiene una historia de largo aliento que implica el reconocimiento de luchas sindicales, gremiales, organizaciones sociales y comunidades que, a lo largo del tiempo, con su accionar, han sido el argumento para continuar con un trabajo intenso y el compromiso real para eliminar la exclusión. Cabe recordar que con el esfuerzo de 50 naciones en un escenario de postguerra, en 1948, se genera esta Declaración Universal de los Derechos Humanos para promover la paz, cuidar nuestras generaciones futuras y el compromiso de cooperar entre países. De esta experiencia podemos aprender la capacidad de coadyu-

…el derecho a la cultura también supone, en primera instancia, la garantía del derecho humano a la igualdad. (…), la igualdad, en tanto derecho humano, tiene una historia de largo aliento que implica el reconocimiento de luchas sindicales, gremiales, organizaciones sociales y comunidades que, a lo largo del tiempo, con su accionar, han sido el argumento para continuar con un trabajo intenso y el compromiso real para eliminar la exclusión. var al bien común; es decir, construir procesos culturales diversos, a través de la democracia, que en nuestro campo, el de la cultura y las artes, significa y representa el trabajo colectivo en diversidad. Nuestros derechos culturales se centran en la identidad cultural, en la protección de los saberes ancestrales y el diálogo intercultural, en el uso y la valoración de los idiomas atávicos y las lenguas de relación intercultural, en la memoria social, en la libertad de creación y el acceso a los bienes y servicios culturales y patrimoniales, en la formación en artes, en cultura, en patrimonio; en el uso, el acceso y disfrute del espacio público, del entorno digital para la innovación sostenible, la creatividad, los derechos culturales de las personas extranjeras y las personas en situación de movilidad, el derecho a disponer de servicios culturales públicos; todos, derechos establecidos en nuestra ley, que marcan un escenario absolutamente propicio para que la cultura tenga el reconocimiento y el libre ejercicio que nos merecemos como país.

Esto es posible y necesario con el reconocimiento pleno de que las nuevas generaciones tienen que ser incluidas, en condiciones de igualdad, en procesos culturales, y mejor aún, como actores estratégicos del Sistema Nacional de Cultura. La práctica de la democracia y la pluralidad es fundamental para la ética del trabajo cultural, y la cultura es trabajo digno, así como el pilar de la memoria social del Ecuador. Quedan grandes retos y desafíos después de estos primeros 75 años: lograr construir espacios cada vez más democráticos y participativos, reconociendo a las nuevas generaciones en ese proceso transformador para nunca dejar de ser, como decía aquella gran escritora, «ese lugar al que pertenecemos y en donde podemos ser quienes verdaderamente somos». Muchas gracias. Juan Fernando Velasco

MINISTRO DE CULTURA DEL ECUADOR

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Camilo Restrepo Guzmán Presidente Sede Nacional

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Anabel Catalina Rodríguez Erazo Directora Provincial Núcleo de Zamora Chinchipe

Juan Antonio Merino Jaramillo Director Provincial Núcleo de Morona Santiago

Carlos Fidel Intriago Zambrano Director Provincial Núcleo de Manabí

Julio Abel León Bazán Director Provincial Núcleo de Los Ríos

Diego Fabricio Naranjo Hidalgo Director Provincial Núcleo de Loja

Luis Alberto Serrano García Director Provincial Núcleo de El Oro

Édgar Palomeque Cantos Director Provincial Núcleo del Cañar

Ernesto García Cañas Director Provincial Núcleo de Pichincha

Efrén Wilfrido Gómez Gómez Director Provincial Núcleo de Sucumbíos

Luis Esteban Chávez Larrea Director Provincial Núcleo de Bolívar

Félix Javier Lavayen Orrala Director Provincial Núcleo de Santa Elena

Luis Fernando Naranjo Espinoza Director Provincial Núcleo del Guayas

Fernando Rafael Cerón Córdova Director Provincial Núcleo de Tungurahua

Luis Fernando Revelo Cuaspud Director Provincial Núcleo de Imbabura

Germánico Alvear Escobar Director Provincial Núcleo de Cotopaxi

Nicolás Paucar Pilamunga Director Provincial Núcleo de Orellana

Graciela Honorina Torres Largo Directora Provincial Núcleo de Santo Domingo

Pablo Martín Sánchez Paredes Director Provincial Núcleo de Azuay

Guillermo Alonso Montoya Merino Director Provincial Núcleo de Chimborazo

Ronnie Magno Bennett Caicedo Director Provincial Núcleo de Galápagos

Jilma Isabel Yumbo Grefa Directora Provincial Núcleo de Napo

Wagner Yamandú Tello Alarcón Director Provincial Núcleo de Pastaza

Jorge Ramiro Almeida Revelo Director Provincial Núcleo del Carchi

Yurqui Extalin Minota Campos Director Provincial Núcleo de Esmeraldas


lírica

Inventario Ante el sol desplumado de cantos junto al musgo voy a desclavar la cortina del miedo. Hacer mi inventario de días trajinados sobre la piel del río. La página de luz doblando las pupilas matando el respirar en un crecer de angustias archivando los miedos para estrellar la sangre en las retinas. Las mejillas se quiebran escondiendo temores y se rasgan las sombras ocultadas de arpegios.

En este lagrimar de miedos en este palpitar de infiernos donde la angustia anida el temor a la vida bordea las palmeras. Encuentro que mis tiempos de infancia que matizaron sueños bordados de infinitos, se han perdido en la bruma se han quemado en el alba. El susurro suave que bordó la esperanza ha enredado el silencio. En esta soledad de cantos ya sin notas las alondras se fueron cuajadas de inocencias. Término este inventario desfalcada de sueños.

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Palabra Encadenada a mí desde los sueños dibujada en llanto de cucardas se diluye, se desliza, se rebela en el rincón del alma, para volverse queja, lamento, o cristal bajo la lluvia. Me transporta a la magia musical de los cometas o al encuentro cercano con la muerte. Palabra aguda humana lejana ausente me posee no tengo escapatoria

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1. Me duele la distancia de tus manos me duele el grito del silencio me duele el dolor de despedida. Me duele la noche que transita en la fría presencia del recuerdo. Me duele el tiempo que se agita volviendo mis ojos marejadas me duele la distancia de tus brazos me duele dolor que me acompaña.

2. Fuimos fuego en la noche desbordé de pasión a mediodía éxtasis azulado en la tarde mirada desvestida en la caricia humedad quemando las entrañas hoy; silencio en perpetua despedida. Débil susurro en agonía y soledad muriéndose en la noche.

3. Tus manos me buscaron en la niebla recorrieron los caminos imantaron mis vertientes encendieron los fuegos volvieron mi quietud en marejada treparon las montañas humedecieron las noches caminaron los desvíos ardieron en mi fuego inundaron los deseos


4.

Ansiedad

Cardé mis sueños suavicé la tarde, tejí la noche atrapé la luna, interpreté con estrellas las romanzas, dormida quedó la primavera cuando la pasión arcoíris se volvía, las arterias fluían como ríos pasaste a mi recóndito secreto arrugaste mis sábanas bordadas. La lluvia nos ahogó en el silencio, florecieron nardos en el alma.

Yo que juré sobre la lluvia en llamas no amarte, ni detener las horas de mi andar lunero. Sin embargo mi piel grita muy hondo acariciar el pétalo azul de tu regazo. mis labios, ya varias lunas no te nombran adquirieron la humedad del cactus para no beber de ese delirio. Sin embargo la sed de tu ternura está matando mi aurora quedamente, de solo presentir tu cercanía mi mar se enciende como higuera buscando llegar como ola al puerto para alcanzar el acantilado de tus besos y anclar en el sabor de tus encantos. Voy a romper el juramento que construyó mi orgullo y tu silencio para volverme otra vez tu prisionera en la matadora libertad de tu descuido.

Etza Jara León (Salcedo-Cotopaxi, 1953) Realizó estudios en Derecho en la Universidad Técnica de Loja, cursó francés en la Facultad de Lenguas Vivas en la Universidad de Louvain la Neuve en Bélgica. Entre sus obras publicadas constan: Ausencia, Voces en la Ventana, Desde el corazón, Entre cometas y burbujas, Ríos lunares, Lejanas lejanías, Por los caminos, Silencios, Balcones en la bruma. Consta en varias antologías nacionales e internacionales, entre ellas Pícaras, rebeldes y místicas, editada y traducida a varios idiomas por la Universidad Autónoma de México. Ganadora del Concurso de Cuento Corto en Toluca-México con la narración Los mil y un insomnios. Ha participado en varios encuentros literarios nacionales e internacionales; obtuvo premios de poesía en California, Argentina, Perú, Puerto Rico, Brasil, México; ha sido reconocida dentro y fuera del país, y ha dictado conferencias en Universidades nacionales e internacionales.

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Jorge Basilago

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los once años, Truman Capote —que entonces no llevaba ese nombre— decidió participar de un concurso literario convocado por la página infantil del periódico Mobile Press Register. Había aprendido a leer a los cinco, escribía historias desde los ocho y amaba llamar la atención e inquietar a los vecinos con relatos orales truculentos, anónimos o inventados por él mismo. Reunió todo eso en torno a un chisme local y lo envió por correo: obtuvo el segundo lugar; no le dieron premio pero publicaron su texto y lo ayudaron a desatar un escándalo en el pequeño y conservador pueblo de Monroeville, Alabama, donde vivía. La mayoría de la población le retiró el saludo. El cuento se titulaba Old Mrs. Busybody —algo así como ‘La vieja señora metiche’— y dos de los personajes eran los padres de su amiga Nelle Harper Lee, quien también perseguía un destino de letras impresas. Por esa época, la masculina Nelle solía proteger a puño limpio al pequeño y frágil Truman, contra los abusivos que intentaban aprovecharse de él. Pero, para nuestro personaje, lograr que el comadreo alcanzara rango de literatura siempre sería más fuerte que la amistad. «Los escritores, al menos los que están dispuestos a correr verdade-


geografías ros riesgos, los que se aventuran a todo, tienen mucho en común con otra raza de solitarios: los que se ganan la vida jugando al billar y a los naipes», argumentaba.

Escritor consumado Agudo, irónico, brillante y autoconvencido de su genialidad, Capote era apenas un adolescente cuando se definió como un «escritor consumado». De hecho, abandonó las aulas al finalizar los estudios secundarios porque «no tenía motivos para ir a la universidad». «Aquí está el incomparable Truman Capote. Nunca hubo nadie como yo, y no habrá nadie igual cuando yo me vaya», era una de las formas en que le gustaba presentarse en público. Pero detrás de esa coraza de seguridad en sí mismo, vivía en realidad un hombre atormentado por demasiados demonios. Había nacido como Truman Streckfus Persons, en New Orleans, el 30 de septiembre de 1924. Sus padres — Lilly Mae Faulk y Archulus Persons— no lo deseaban y jamás le hicieron demasiado caso: desde los 6 años lo criaron unas primas de su madre, solteronas y en extremo beatas para un niño que dejó ver su homosexualidad chillona y llamativa desde muy temprano. Su infancia fue un largo escalofrío de tensión, violencia contenida y abandono. Los chismes, las leyendas y los cuentos fueron la mejor forma de no hablar de sí mismo, o de hacerlo sin desnudarse por completo, oculto tras infinitas máscaras ficticias. Lo ayudaron en ese camino su habilidad natural para memorizar largas conversaciones —con el ejercicio continuado alcanzaría un 95 por ciento de precisión, según sus propios cálculos— y una asombrosa capacidad de comprensión lec-

tora. Al filo de la juventud, su lista de influencias y autores favoritos constituía una pequeña multitud: Iván Turgénev, Willa Cather, Isak Dinesen, Anton Chéjov, Jane Austen, Marcel Proust, Henry James, Guy de Maupassant, Edgar Allan Poe, George Bernard Shaw, James Agee, Rainer Maria Rilke, E. M. Forster y Gustave Flaubert. «Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse», admitiría sobre su oficio. Bajo ese riguroso castigo desarrolló un estilo rico en imágenes y símbolos, donde lo verosímil va por encima de lo verdadero y la crudeza y las candilejas comparten protagonismo.

Elementos autorreferenciales Desde el primer relato con el que llamó la atención masiva —Miriam, publicado en 1945 por la revista Mademoiselle—, no solo sorprendió por la extraña madurez de su prosa, sino por la permanente inclusión de elementos autorreferenciales: con mayor o menor claridad, su familia y su círculo de amistades afloran todo el tiempo desde sus páginas. Por caso, la protagonista que da nombre a este texto es una niña inquietante que altera con sus repentinas apariciones la existencia rutinaria de una viuda madura, y parece reflejar la relación que Truman tuvo con su madre. Años después, en su novela Desayuno en Tiffany’s (1958), Capote retomaría elementos de la personalidad materna para componer al personaje de Holly Golightly. Desde el nombre real de la despistada y vana Holly —Lula Mae Barnes,

«Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse».

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Los chismes, las leyendas y los cuentos fueron la mejor forma de no hablar de sí mismo, o de hacerlo sin desnudarse por completo, oculto tras infinitas máscaras ficticias.

esta; Lillie Mae Faulk, su madre—, hasta su incapacidad de hacerse cargo de nada más que de sí misma, sin olvidar por supuesto sus sueños de alcanzar fama y celebridad como actriz de cine. «Era guapa y muy inteligente, pero no quería vivir. Tenía muchas razones, al menos ella lo creía así. Pero, al final, el único motivo fue su marido, mi padrastro. Era un hombre que se hizo a sí mismo, muy próspero; ella lo adoraba, y él era verdaderamente un buen tipo, pero jugaba, se metió en líos, malversó un montón de dinero, perdió su negocio y lo llevaron a Sing-Sing», evoca el escritor sobre Lillie —quien se suicidó con una sobredosis de tranquilizantes luego de ofrecer una gran fiesta en su casa— en su relato Un día de trabajo. Otro tanto sucedió con su primera novela, Otras voces, otros ámbitos (1948), en la que un adolescente gay emprende un viaje en busca de su padre, al que no conoce, y finalmente lo halla travestido. El libro provocó escándalos no solo por la temática y el tratamiento que se le daba, sino también por la andrógina fotografía de contratapa de su autor, que parecía subrayarlos. Para entonces, Truman llevaba un buen tiempo viviendo en New York y había encontrado algo parecido a una imagen paterna: el segundo esposo de su madre, un empresario de origen cubano llamado Joseph García Capote, quien lo adoptó legalmente y le dio el apellido por el cual sería conocido.

Ejercicio combinado

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Inquieto, impulsado por el ejercicio combinado de la literatura y el periodismo —durante años sus reportajes o perfiles aparecieron, alternativa o simultáneamente, en The

New Yorker, Esquire, Harper’s Bazaar y Playboy, entre otras publicaciones destacadas—, pronto comenzó a buscar algo más para enriquecer el abordaje de sus textos. «Durante diez años experimenté con casi todos los estilos y formas literarios, intentando dominar una variedad de técnicas, lograr un virtuosismo tan fuerte y flexible como la red de un pescador», reflexionaba. El objetivo, como de costumbre, era utilizar esa red para capturar historias. Y luego, contar lo verdadero con las herramientas y la perspectiva de la ficción: «Quería realizar una novela periodística, algo a gran escala que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa, y la precisión de la poesía», explicó. La primera gira por Rusia de una compañía de artistas afroamericanos, para representar la obra Porgy and Bess de George Gershwin, le dio la oportunidad de experimentar en ese sentido. El resultado recibió el título de Se oyen las musas (1957), pero no satisfizo por completo al autor: el tono general se acerca más a la parodia y a la sátira, temas que se le dan muy bien a su pluma ágil y cáustica —con los chismorreos entre bambalinas que tanto le gustaban—, pero Capote necesitaba un drama humano que le permitiera probar su peso específico como autor. Una noticia mínima, sobre el asesinato de una familia en un pequeño pueblo de Kansas, llegó en su auxilio. Pasó casi seis años allí, investigando la sinrazón de un crimen múltiple que ni siquiera tuvo la justificación del robo. Su amiga Nelle Harper Lee —que acababa de presentar su novela Matar a un ruiseñor, por la que obtendría el Pulitzer— viajó con él, le ayudó a organizar toneladas de información y a vencer el hermetismo de los vecinos: al igual que en Monroeville,


su estampa de gay sofisticado, histriónico y citadino, despertaba demasiada desconfianza. Con el lanzamiento de A sangre fría —primero por entregas en The New Yorker, y en 1966 como libro— alcanzó su consagración definitiva. Pero el proceso le dejó huellas profundas en el alma, que incluso se traslucen en la novela: cierta atracción erótica por uno de los dos asesinos, Perry Smith; y el peso de haber presenciado la ejecución de este y su cómplice, Dick Hickock, en la horca. «Nadie sabrá nunca lo que A sangre fría se llevó de mí. Me chupó hasta la médula de los huesos. Por poco acabó conmigo. (…) El recuerdo de todo aquello no deja de resonar en mi cabeza», lamentaba.

Estrella desenfrenada Del lado positivo, aquel trabajo no solo acabó de configurar el género narrativo de ‘no-ficción’ que venía gestándose desde algunos

años antes, sino que consolidó a su autor como la estrella que siempre había deseado ser. Exultante por el suceso de ventas —300 mil ejemplares en poco más de tres meses—, Truman dio una fiesta para 500 invitados del jet-set en el Plaza Hotel de New York, respondió cientos de entrevistas y se entregó con gusto al consumo desenfrenado de drogas y alcohol. A lomos de ese éxito también firmó contrato con Random House para publicar su siguiente novela, Plegarias atendidas, a la que siempre anunciaba como su «obra maestra». Se trataba, según su autor, de un fresco sobre la clase alta estadounidense; como si el chisme de sociedad se volviese arte, o como si Marcel Proust reescribiese En busca del tiempo perdido cinco décadas más tarde. Recibió jugosos adelantos económicos que despilfarró metódicamente, y los pocos capítulos que alcanzó a redactar —publicados en Esquire entre 1975 y 1976—, se reescribieron tantas veces como los sucesivos e incumplidos acuerdos con la editorial.

Ese fue el comienzo de su debacle final y absoluta. Aquello que Capote consideraba una joya proustiana, a ojos de sus protagonistasvíctimas lucía como cotilleo barato y de la peor calidad. Sintiéndose traicionados, quienes le habían brindado su confianza y protección le voltearon la espalda. Lo condenaron a la soledad y el ostracismo, como sus vecinos de Monroeville tras aquel primer chisme publicado que acabó en escándalo. El teléfono dejó de sonar y las adicciones lo convirtieron en una caricatura patética y balbuceante de sí mismo. Su reloj se detuvo un día de agosto de 1984, a causa de una falla hepática producto del cáncer y los excesos. Le faltaba un mes para cumplir 60 años y mucha tinta y papel para culminar su obra maestra. En el prefacio a su último gran libro, Música para camaleones (1980), pareció despedirse sin sombra de reproche o arrepentimiento: «Mientras tanto, heme aquí solo, sumido en mi oscura locura, completamente solo con mi mazo de naipes y, por supuesto, con el látigo que Dios me dio».

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Rodrigo Villacís Molina

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s antigua la discusión sobre el carácter literario del periodismo. Unos sustentan esa tesis y otros la niegan de plano. Incluso suele decirse que el ejercicio del periodismo es pernicioso para el escritor. Humberto Vacas Gómez, por ejemplo, sostiene que el periodismo asfixió al poeta que había en él. Pero al revés, también se afirma, con pruebas del tamaño de algunos premios Nobel, que el periodismo ha sido el mejor caldo de cultivo de muchos escritores. Yo creo que todo depende del sujeto. «La razón fundamental de mi éxito —dice por ejemplo Oriana Fallaci, en el prólogo de su Entrevista con la historia— es que soy escritora, he llevado la escritora al periodismo…». Esto significará que para ser buen periodista hay que ser primero escritor, querer ser escritor. Esto último, sobre todo, la voluntad, determina una actitud a partir de la cual se puede cuadrar en términos literarios un texto destinado a publicarse. Sin embargo hay escritores que nunca pudieron hacer buen periodismo; tal es, por ejemplo, el caso de Alfredo Pareja entre nosotros. Mientras periodistas como Alejandro Carrión dejaron, también, una excelente obra literaria en los campos de la ficción, el ensayo y la poesía. Empero, el mismo Carrión intentó sin éxito la entrevista, como lo demuestran las que alguna

vez publicó en la revista Diners, y Gabriel García Márquez declaró, a su vez, a Playboy, que no practica la entrevista porque «éstas exigen al entrevistador un trabajo demasiado extenuante». El escritor Julien Green se preguntaba «¿cómo se puede reproducir una conversación, si las palabras y el gesto se evaporan?». Ahí está ciertamente el punto; porque no se trata de transcribir preguntas y respuestas intercambiadas en ciertas circunstancias y según cierta lógica, sino de hacerlo según una lógica distinta, impuesta por el género entrevista. Lo efímero se convertía entonces en duradero. Por eso, según Barry Golson, de la ya citada revista de las conejitas, «mientras un escritor talentoso no es necesariamente un buen periodista, un hábil entrevistador para la prensa escrita es siempre un buen escritor…». En otras palabras, el periodismo es literatura cuando lo practica un periodista-escritor. En caso contrario puede ser cualquier cosa menos literatura. Pero concentrémonos en ese género en el cual no ha incursionado el premio Nobel colombiano. Algunos estudios creen que la entrevista no es sino «una conversación llevada a la letra impresa», y otros consideran que está emparentada con el género epistolar, «porque —según Charles Ruas— son como cartas dirigidas a una persona, a sabiendas


magnetófono de que las pondrás en circulación». Siguiendo este razonamiento, podríamos decir que la entrevista es paradójicamente una forma de comunicación confidencial destinada a hacerse pública. Lo de confidencial porque el buen entrevistador puede penetrar a fondo en la intimidad de la vida ajena, traspasando a veces las fronteras de la discreción. Es la ética la que, a la hora de publicar, determina los límites. Viene a cuento aquí, a propósito de ‘intimidades’, la entrevista que hice para una publicación de IBM, a una empleada que ganó un premio de la empresa. El caso era especialmente interesante porque ella había alcanzado esa distinción sobreponiéndose a cierta circunstancia muy delicada que en su momento estuvo a punto de causarle el despido. Off the record y entre lágrimas ella me contó la historia completa; pero cuando me puse de pie para despedirme, me dijo sorprendida: «¡Oiga! Yo le he contado todo ¿y usted quiere irse sin contarme nada…?». Todo buen entrevistador tiene lo suyo de psicoanalista. Por algo la televisión francesa mantenía un programa de entrevistas con el revelador título de El diván, en el cual el periodista buceaba ante el público más allá de la conciencia del entrevistado. El entrevistador español Manuel del Arco, en cambio, trataba la cosa en términos taurinos, porque hablaba de darle al entrevistado «unos capotazos de tanteo, a fin de ver cómo entra», para decidir entonces qué clase de lidia había que darle. En todo caso, subraya: «siempre con autoridad: templando y mandando», para que el sujeto de la entrevista hable no de lo que le interesa a él, ni siquiera de lo que le interesa al entrevistado, sino de lo que le interesa al lector. ¿Pero qué se supone que le interesa al público? Eso desde luego es

lo que le toca saber al entrevistador; es parte fundamental de su oficio. Si no puede captarlo, no puede ser periodista. Mas hay personajes famosos que, gracias a su experiencia (como los ‘toros jugados’, para volver a la metáfora taurina), pretenden usar al entrevistador en su beneficio, involucrándolo en su propio juego. Ellos fingen ignorar el sentido de las preguntas, se van por las ramas, se salen por la tangente; han desarrollado una gran habilidad para insistir en sus ideas fijas, para retirar en todo lo que les conviene a fin de hacerse o de mantener una imagen a su gusto y sabor. Ese es un desafío para el entrevistador, quien debe ser necesariamente el que maneje la entrevista; el que la oriente y la lleve a feliz término por su cuenta. Porque él es el autor, por más importante famoso o genial que sea el entrevistado. El entrevistador tiene que preparar cada entrevista, investigando a fondo el personaje; pero sobre todo debe poseer una amplia cultura general para no sentirse en inferioridad con respecto a su entrevistado. Y también porque nunca se sabe por dónde va a saltar la liebre. Muchas veces una declaración inesperada, un dato sorpresivo, y hasta un lapsus, nos dan pie para incursionar en terrenos que no habíamos imaginado y donde, quizá, está lo mejor de la caza. Pero es importante decidir, al momento, si es mejor reorientar el diálogo, dejarle al entrevistado que haga una digresión y hasta alentarlo en ese sentido, o impedirle que se salga del tema principal. Pues algunos se dispersan con habilidad evitando ciertas áreas (¿peligrosas?), que pueden ser precisamente las que el entrevistador quiere explorar. Además es necesario observar el lenguaje gestual del entrevistado: rostro, manos, etc. Eso debe

El entrevistador tiene que preparar cada entrevista, investigando a fondo el personaje; pero sobre todo debe poseer una amplia cultura general para no sentirse en inferioridad con respecto a su entrevistado. Y también porque nunca se sabe por dónde va a saltar la liebre.

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ser captado por el entrevistador y procesado instantáneamente, en función del diálogo. Un profesional experimentado sabe aprovechar también esas señales involuntarias para conducir su entrevista. La periodista española Rosa Montero, de El País, afirma que para ella «la entrevista es (por la acción) como un juego teatral, dramático. Tú vas (tú adoptas el papel…, quiere decir) de entrevistador sagaz, y el entrevistado normalmente va de personaje lucidísimo y encantador…». El quid está en la puesta en escena. Otros estudios del género han dicho que la entrevista es un enfrentamiento de inteligencia; o la han comprado con un juego de ajedrez, con un encuentro de esgrima y hasta con un partido de fútbol, en el cual unos entrevistadores le ponen zancadillas al entrevistado y otros le envían la bola a sus pies para que remate el gol. Pero en este caso estaríamos hablando solo del

Además es necesario observar el lenguaje gestual del entrevistado: rostro, manos, etc. Eso debe ser captado por el entrevistador y procesado instantáneamente, en función del diálogo. Un profesional experimentado sabe aprovechar también esas señales involuntarias para conducir su entrevista.

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primer tiempo, y el partido se decide en el segundo. O sea en el trabajo de edición de la entrevista, que es donde entra la literatura, porque exige el talento creativo del escritor. Se trata de armar la entrevista y de reorganizar el diálogo para que sea técnicamente eficaz. Antes de la computadora esta labor era muy ardua, y más o menos todos hacíamos lo que revelara Alex Hayley (cuando entrevistaba para Playboy): «Una secretaria me transcribe la cinta, y una vez reunido el material tomo las tijeras y empiezo a cortar. Muchas veces corto solo un párrafo o un renglón, otras veces una página entera, y lo que saco lo voy poniendo en cajas de cartón. Luego vuelvo a esas cajas, veo de nuevo el material y lo despliego en el suelo —que es donde realmente se confecciona la entrevista—. Después armo las piezas, como hacen en las salas de montaje con las películas, y redacto todo a máquina». Actualmente la magia del procesador de palabras nos facilita ese trabajo; «pero siempre hay que tener en cuenta —como advierte Michael Lennon, compilador de las entrevistas hechas a lo largo de veinticinco años a Norman Mailer— el derecho del lector a una sintaxis correcta». Lo cual obliga al entrevistador a corregir los errores que en ese campo haya cometido el entrevistado, muy corrientes, además, en el lenguaje oral. Volviendo al momento del diálogo, hay quienes recomiendan al entrevistador observar una absoluta neutralidad frente al entrevistado; pero la Fallaci confiesa que no puede mantenerse fría ante lo que escucha, porque le afecta personalmente, obligándola a tomar posición. Yo creo que eso depende del temperamento de cada entrevistador, del personaje y del tema de la entrevista. En mi experiencia personal, casi todas las entrevistas se han desarro-


Otros estudios del género han dicho que la entrevista es un enfrentamiento de inteligencia; o la han comprado con un juego de ajedrez, con un encuentro de esgrima y hasta con un partido de fútbol, en el cual unos entrevistadores le ponen zancadillas al entrevistado y otros le envían la bola a sus pies para que remate el gol. Pero en este caso estaríamos hablando solo del primer tiempo, y el partido se decide en el segundo. llado en un clima cordial, que me parece el más favorable. Y quisiera decir algo de esa experiencia: Me he encontrado con personas demasiado entrevistadas, que ya tienen «la entrevista hecha», como un cassette en la garganta, y que nos dan la falsa ilusión de ahorrarnos todo el trabajo. Son los entrevistados más difíciles, porque se necesita mucho dominio del oficio para sacarles algo nuevo. El pintor Oswaldo Guayasamín era, entre nosotros, uno de esos personajes. Hay otros con respecto a los cuales nos hemos hecho ilusiones, a partir de lo que hemos leído de ellos acerca de ellos; pero que a la hora de la verdad no funciona como pensábamos. Así era Raúl Andrade, maestro indiscutible del arte de escribir, pero irreconocible frente a la grabadora: lento, divagante, a veces monosílabo, desesperante. Yo tuve que volver a sus libros y a sus artículos en busca de las respuestas, y conversar de nuevo con él a base de ese material, para hacer luego un paciente, laborioso, trabajo de edición. La palabra de Benjamín Carrión era por el contrario caudalosa, fluía inagotablemente y de manera incontrolable. Lo difícil resultaba en su caso seleccionar entre el

oceánico material recogido y organizarlo. En cambio Jorge Carrera Andrade, a quien entrevisté poco tiempo antes de su muerte, me habló con tranquilidad en la medida exacta, dejándose conducir dócilmente, en la seguridad de que él ya estaba sobre el bien y el mal… En todo caso, debemos conseguir que el lector tenga la sensación de que está asistiendo al diálogo y como si compartiera el ambiente en el cual se desarrolló. De manera que se quede con la impresión de que el entrevistado es un conocido suyo, porque ha estado respirando junto a él. Pero todo esto, me pregunto yo mismo ¿prueba que la entrevista es un género literario? No sé. Mas cuando tengo en la computadora todo el material recogido en el curso de una entrevista, y comienzo a editarlo; quiero decir a seleccionarlo, a reorganizarlo, si se pudiera diría también a gramatizarlo, a redactarlo, en fin, a mi manera; quiero decir, con mi estilo, siento que estoy haciendo un trabajo creativo, que estoy haciendo, en una palabra, literatura.

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Gustavo Salazar Calle

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Para ella, Alicia

arlos García (Buenos Aires, 1953), que firma habitualmente sus publicaciones como Carlos García Hamburg, es, desde hace casi tres décadas, un reconocido especialista en estudiar y editar epistolarios (Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Alberto Guillén, Alfonso Reyes, Alberto Hidalgo y Guillermo de Torre, entre varios otros), algunos de ellos en colaboración con otros expertos. Acaba de publicar, junto con la investigadora española Juana María González, su última obra, la Correspondencia 1927-1950 (Madrid, 2018) entre Pedro Salinas y Guillermo de Torre. Uno de los grandes aportes de García a nuestra cultura ha sido difundir la amplia correspondencia borgeana de juventud, con la que ha contribuido a dimensionar verdaderamente la génesis de las amplias facultades de creador de Borges; y ello sin necesidad de recurrir a las alabanzas gratuitas que el argentino no requiere. Este último volumen trata de la relación epistolar entre dos autores españoles con ciertos vínculos con el Ecuador. El primero, Pedro Salinas, el gran poeta, a quien bastaron dos títulos inspirados en su pasión por la estudiante estadounidense Katherine R. Whitmore —La voz a ti debida (1933) y Razón de amor

(1936)— para cubrir el ámbito de la lírica amorosa en lengua española; y, el otro, Guillermo de Torre, destacado crítico literario —casado con Norah, hermana de Jorge Luis Borges—, quien en su juventud fue uno de los ejes de la vanguardia poética a través del movimiento Ultra; en 1923 publicó su poemario Hélices. Como ejemplo de su influencia en nuestro medio, bastaría mencionar que la más importante revista de vanguardia en el Ecuador se denominó Hélice (1926) —a la que estuvieron vinculados grandes creadores como Camilo Egas, Raúl Andrade, Pablo Palacio, Alfredo Gangotena y Gonzalo Escudero— y que uno de los mejores poemarios de renovación del último de los citados se tituló Hélices de huracán y de sol (1933). Las relaciones entre ambos autores y el Ecuador, aunque esporádicas, fueron interesantes. Recordemos que De Torre, en su juventud, inició sus colaboraciones en la revista Cervantes (1919) de Madrid, dirigida por el quiteño César E. Arroyo y Rafael Cansinos-Assens, y que en los años cuarenta conoció Quito y comprometió a Benjamín Carrión con el estudio El pensamiento vivo de Montalvo, que tardaría tres lustros en publicar la editorial Losada de Argentina, para la cual trabajaba el crítico español (1961). Además, en la segunda edición de su clásica Historia de las literaturas de vanguardia (1971) citó a nuestros poetas Hugo Mayo y Gonzalo Escudero. Cuando Jorge Carrera Andrade publicó Boletines de mar y tierra (1930), con prólogo de Gabriela Mistral, uno de sus primeros comentaristas fue Pedro Salinas, relación amistosa que se estableció cuando el ecuatoriano estuvo en España y se consolidó cuando ambos líricos residían en los Estados Unidos: el español, ya en el exilio, como profesor, y el quiteño como diplomático de su país.


variaciones Mientras ejercía de profesor en Baltimore, en 1947 Salinas decidió hacer un periplo por Sudamérica. Este viaje inicialmente contempló un ciclo de conferencias en Colombia (Bogotá, Cartagena y Medellín) y el Perú (Lima). El 25 y el 27 de agosto dio charlas en Bogotá sobre García Lorca y Garcilaso de la Vega, respectivamente; lo propio hizo en Cartagena y en Medellín. La visita que Pedro Salinas realizó a continuación a Ecuador en septiembre del mismo año, al no estar planeada con la debida anticipación, estuvo rodeada de algunas circunstancias excepcionales. Una carta desde Bogotá (del 28 de agosto de 1947), en la que Leopoldo Benites Vinueza exponía sus reparos a Benjamín Carrión a propósito de la invitación que la Casa de la Cultura Ecuatoriana había hecho al poeta español, como expositor de la poesía de Garcilaso,1 afortunadamente no tuvo eco en su destinatario. Al abandonar Colombia, desde Cali, a inicios de septiembre, tuvo de compañero de viaje en avión hasta Quito a Carrera Andrade, como lo registraron ambos, el uno en una carta íntima a su compañero de ruta en la poesía y en el exilio, Jorge Guillén,2 y el otro en su autobiografía El volcán y el colibrí.3 La estadía del poeta español se dio mientras el Ecuador atravesaba, como con mucha frecuencia ocurre en nuestra historia, un proceso de cambios drásticos. José María Velasco Ibarra, luego del derrocamiento del presidente Carlos Alberto Arroyo del Río —mediante el movimiento denominado con el aparatoso nombre de La Gloriosa del 28 de mayo de 1944—, fue elegido democráticamente presidente constitucional de la República; después, al intentar declararse dictador en 1947, fue defenestrado por su ministro de Defensa, el coronel Carlos Mancheno Cajas, quien

Uno de los grandes aportes de García a nuestra cultura ha sido difundir la amplia correspondencia borgeana de juventud, con la que ha contribuido a dimensionar verdaderamente la génesis de las amplias facultades de creador de Borges; y ello sin necesidad de recurrir a las alabanzas gratuitas que el argentino no requiere. asumió el poder por seis días, del 25 al 31 de agosto; a su vez, este último fue sustituido por un triunvirato de dos días (1 y 2 de septiembre) que entregó el mando a quien fuera el vicepresidente de Velasco Ibarra, el doctor Mariano Suárez Veintimilla, quien se mantuvo en el gobierno por catorce días (3 a 16 de septiembre) y terminó nombrando presidente interino, a partir del 17 de septiembre, a Carlos Julio Arosemena Tola. La presentación de Pedro Salinas en Quito, el jueves 11 de septiembre, antes de dar su conferencia sobre ‘Garcilaso de la Vega y el amor’, en la Universidad Central del Ecuador, corrió a cargo de Benjamín Carrión. Esa breve introducción probablemente fue improvisada, ya que entre los textos publicados y los manuscritos del fundador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana no existe ningún comentario relacionado con el creador de Razón de amor. El tema de la conferencia de Salinas al día siguiente versó sobre el cuarto centenario del nacimiento de Cervantes. Hemos obtenido las versiones impresas de dichas conferencias y podemos constatar que los temores

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de Benites Vinueza ventajosamente fueron infundados; la lectura de ambos textos setenta años después es muy ilustrativa.4 Se conservan dos fotografías de los actos en la Universidad Central del Ecuador. En la una, reproducida en al menos tres ocasiones en la revista Letras del Ecuador, constan, aparte del protagonista, Benjamín Carrión e Isaac J. Barrera; y en la otra acompañan a Salinas Pío Jaramillo Alvarado, Benjamín Carrión,

A su llegada a Lima —en donde repetirá la conferencia sobre Garcilaso el 17 de septiembre—, en carta a Jorge Guillén, Salinas dejó registrado: «Quito, que es imponente. Lo mejor de América que he visto, tan grande como México, intacto, puro, con unas iglesias barrocas todas de oro, delirantes. ¡Y a 3.000 metros de altura, en un rincón del mundo!». 102

Isaac J. Barrera, Jorge Escudero y Bolívar Flores. Ambas imágenes fueron realizadas por el clásico fotógrafo de Quito, Luis Pacheco. En efecto, las circunstancias excepcionales acompañaron al gran poeta del amor, quien en su carta sentó para la posteridad que en Quito pasó tres días maravillosos. El cicerone del autor español en su recorrido por las plazas y calles de Quito fue Alejandro Carrión, como lo registró en una de sus clásicas crónicas el articulista lojano. A su llegada a Lima —en donde repetirá la conferencia sobre Garcilaso el 17 de septiembre—, en carta a Jorge Guillén, Salinas dejó registrado: Quito, que es imponente. Lo mejor de América que he visto, tan grande como México, intacto, puro, con unas iglesias barrocas todas de oro, delirantes. ¡Y a 3.000 metros de altura, en un rincón del mundo!5.

Guillermo de Torre, en alguna de sus visitas al Ecuador, conoció la Casa de la Cultura Ecuatoriana y al referirse a ella en un escrito expresó: «El autor de Atahuallpa ha logrado hacer de esa colmena del espíritu un caso de eponimia espiritual»; y en otra estancia quiteña conoció a Gonzalo Zaldumbide, según se lee en una carta al autor de En elogio de Henri Barbusse. 0 0 0 0 0

Carlos García, viejo y entrañable amigo argentino que reside en Alemania desde hace muchos años, nos da el producto de su última labor —bien acompañado por su colega Juana María González—, este volumen en el que recoge la correspondencia entre estos dos importantes creadores españoles. Los autores señalan: Este epistolario es indispensable


A lo largo de estas 31 misivas de ida y vuelta se descubren las vicisitudes editoriales del poeta, las diversas colecciones en las que la editorial argentina Losada publicó varios de sus importantes libros: su versión del Poema de Mío Cid (1940), su Poesía junta (1942), su gran estudio sobre el creador del modernismo La poesía de Rubén Darío (1948); como asimismo, en Sudamericana, Todo más claro y otros poemas (1949).

para conocer el importante papel que desempeñó Torre en la difusión de la obra creativa de Salinas desde el comienzo del exilio de este en 1936.6

A lo largo de estas 31 misivas de ida y vuelta se descubren las vicisitudes editoriales del poeta, las diversas colecciones en las que la editorial argentina Losada publicó varios de sus importantes libros: su versión del Poema de Mío Cid (1940), su Poesía junta (1942), su gran estudio sobre el creador del modernismo La poesía de Rubén Darío (1948); como, asimismo, en Sudamericana, Todo más claro y otros poemas (1949). Esta obra pone al día interesantes aspectos acerca del proceso de creación y realización editorial que enlazó a ambos autores españoles; y nos motiva a volver a leer al gran poeta y al excelente crítico. En estas últimas décadas la epístola, como un género literario, ha recuperado su espacio, con la aparición de estas misivas, varias de ellas hasta su aparición en este volumen estaban inéditas. Es por ello que deseamos que Pedro Salinas siga publicando.

NOTAS: 1 «Oí ayer a Jaime Ibáñez que había escrito a Alejandro para que la Casa de la Cultura invite a Salinas. Creo que sería un gran error y va mi voto negativo. Sus temas son, además de este célebre que le expongo, un descuartizamiento cuidadoso de Garcilaso de la Vega, hecho con una saña retrospectiva que pretende ser admiración. Digo saña porque pone a Garcilaso como los prestidigitadores a la mujer descuartizada. Y a expensas de Garcilaso hace una serie de malabarismos verbales de mala clase y unos esquemitas, muy norteamericanos, como si quisiera hacer un Garcilaso en tiras gráficas. Entre el admirable poeta y el conferenciante hay una distancia astronómica». Gustavo Salazar (editor). Correspondencia I. Cartas a Benjamín. Prólogo de Jorge Enrique Adoum. Quito, Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, 1995. p. 204. 2 Pedro Salinas-Jorge Guillén. Correspondencia (1923-1951). Edición,

introducción y notas de Andrés Soria Olmedo. Barcelona, Tusquets, 1992. pp. 424425. [Carta de Salinas a su amigo Jorge Guillén, desde Lima, el 14 de septiembre de 1947].

3 Jorge Carrera Andrade. El volcán y el colibrí. Autobiografía. Prólogo, esbozo

biográfico y bibliografía por J. Enrique Ojeda. Quito, Corporación Editora Nacional, 1989. pp. 146-147, 181. (Colección Testimonios, n. 3).

4 Pedro Salinas. Ensayos completos. Edición, introducción y notas de Enric Bou

y Andrés Soria Olmedo. Madrid, Cátedra, 2007 (nota 15 a la sección ‘Notas a Del Cid a Sor Juana’. p. 1523). (Obras completas; 2). (Biblioteca Aurea). El texto consta entre las páginas 1.108 y 1.117.

5 Pedro Salinas-Jorge Guillén. Correspondencia (1923-1951). (Ed. cit. p. 425).

[Carta de Salinas a Guillén, desde Lima, el 14 de septiembre de 1947].

6 Pedro Salinas-Guillermo de Torre. Correspondencia 1927-1950. Edición de Juana

María González y Carlos García. Madrid, Iberoamericana / Vervuert, 2018. p. 10.

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Morada con pájaros

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s siempre difícil hablar de un artista que recién comienza, y más aún tratándose de un joven grabador que ha escogido una de las disciplinas más difíciles en el arte. En su obra representa diferentes matices, en los cuales se puede apreciar una verdadera vocación y magníficas posibilidades. Pienso que a Fernando López, con toda

seguridad, le espera un futuro brillante si continúa con la misma mística de trabajo». Nelson Román

Quito, febrero de 1984

En el Ecuador dos viejos maestros, cada uno con conceptos y técnicas diferentes, trabajan hasta hoy día (1984) con el grabado: Galo Galecio y Kurt Muller. Y debo pre-


boceto sentar la obra de Fernando López. Joven artista que nos ofrece, con la honestidad del verdadero artista, toda su trayectoria de cuatro años como grabador. Desde sus primeras xilografías y linóleos trabajados linealmente con influencia figurativa, a la búsqueda metódica, con minucioso burilado en la punta seca o los hallazgos en el barniz blando, hasta la superposición mixta de técnicas para poder incursionar en el inmenso campo del expresionismo. Su verdad es la verdad diaria del hombre y artista comprometido con la subjetivización de la belleza; de la obligación de entregarnos su mensaje humanizado a pesar de las imposiciones del mercado; la lucha

por la permanencia de su obra frente al desproporcionado egoísmo de la crítica. Carlos Villacís Endara

Quito, 15 de marzo de 1984

Como quiera que sea, en nuestro medio puede hablarse ya de un exuberante acervo de grabado. Entre sus más valiosos cultores consta Fernando López. La fuerza, el espontaneísmo, la rotundidad de sus grabados —que por cierto han merecido varios premios—, se debe acaso a que son directos. Bástale un tamiz para volcar sus ideas debidamente contrastadas, equilibradas, dotadas casi siempre de ritmo

Quito centro

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y mensaje. Buen observador como buen artista que es, ronda plazas y portales donde teatreros, titiriteros, faquires y nigromantes de pacotilla congregan transeúntes que muestran una insólita gama de gestos. De allí extrae Fernando López sus grabados, de una cotidianidad en la cual se amalgaman las pequeñas alegrías con el arduo y doloroso oficio de vivir. Por allí hay una muchacha encaramada en una escalera espiando la soledad de su amante cautivo. Otro en el que predomina una descomunal huella represora abatiendo un grupo de obreros. O una meretriz inexpresiva y vacía, esperando que ocurra el milagro de la vida. O ese homenaje a Bolívar tramado con evidente aliento poético. De todo eso puede inferirse que en manos de Fernando López el grabado se ennoblece y asume inocultables calidades artísticas. Marco Antonio Rodríguez

El Comercio, Quito, 25 de noviembre de 1990

Ternura

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Alfonsina y el mar


Técnicamente los trabajos de Fernando López demuestran el gran dominio que tiene de la pintura: acuarela, témpera, lápices de color, pasteles y óleo; en dibujo: plumilla, caña (que es el trabajo que se realiza con un palillo de dientes alcanzando resultados excepcionales), aguas tintas; en gráfica: grabado, litografía, aguafuertes, aguatintas, barniz blando, xilografía, linografía. Piedad Escobar

La Hora-Cultural, Quito, 5 de enero de 2000

Mitología

Fernando López Guevara (Ibarra, Ecuador – 1957) Pintor, grabador y dibujante, con estudios en el Colegio de Artes Aplicadas Daniel Reyes de San Antonio de Ibarra y dos años en la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador. Especializado en pintura, su fuerte es el grabado; desde 1978 ha participado en 27 exposiciones individuales, 149 colectivas, cinco de arte-acción, subastas, bienales y trienales de importancia, en Nuevo México, Puerto Rico, Brasil, Argentina, Cuba, Bélgica, San Salvador, Estados Unidos, México, Japón, Uruguay, Perú, Australia, Alemania, España, Francia, Rumania y Ecuador, López está catalogado como un artista multitécnico, merecedor de 15 premios, 110 publicaciones o entregas en medios de comunicación de prensa escrita. Muchas de sus obras pertenecen a museos y colecciones privadas, ha ilustrado literatura nacional e internacional. Tiene vasta experiencia en impartir talleres de dibujo, pintura y grabado para niños, jóvenes y adultos, tanto en planteles educativos como en talleres particulares. En la actualidad trabaja en el área de Museografía de los Museos de la Casa de la Cultura Ecuatoriana ‘Benjamín Carrión’, Quito. 107


Antonio Sacoto, Ph.D.

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gloga trágica, de Gonzalo Zaldumbide, se escribe en 1911,1 se publica por entregas en 19162 y sólo en 1956 se da a la estampa en forma de libro completo.3 Nosotros manejamos la edición de 1958, publicada en Madrid por Cultura Hispánica, con el prólogo de José María Pemán de la Real Academia de la Lengua Española y como apéndice el extenso y profundo prólogo del padre Miguel Sánchez Astudillo.4 Los juicios sobre las preciosidades de estilo de unos críticos, al igual que la valoración de otros que apuntan problemas de asunto y forma, se dan a conocer en el texto del análisis. Agustín Cueva, con la agudeza crítica que le caracteriza, hace una disección sociológica e ideológica de la novela, tras sacar a luz el perfil decadente, su alegoría ficticia y su presentación tanto de temas y personajes, como reflejo del feudalismo en retirada. Cueva dedica 25 páginas de su libro al análisis de Égloga trágica, más páginas de las que dedica a Mera (15) y a Icaza.5 Hernán Rodríguez Castelo, en su libro,6 en siete líneas hace un elogio descollante de la novela, aunque no fundamenta sus juicios. Más precisos son los estudios del padre Miguel Sánchez Astudillo y de Francisco Guarderas, que vale la

pena cotejarlos para presentar dos visiones del mismo objeto. Abdón Ubidia penetra en la obra con una visión y metodología más contemporáneas.7 La historia de la novela se desarrolla en la hacienda El Pinar, cercana a Ibarra, en la provincia de Imbabura y allá regresa Segismundo, el joven de 26 años, después de seis de estadía en París, donde ha enriquecido su espíritu y dado escape a sus sentidos; «vida de placeres vacíos de vano refinamiento»,8 dice Galo René Pérez. De regreso contempla el paisaje embellecido por la naturaleza y lo describe con logros de estilo, pero ampuloso. Allí la soledad a la que él voluntariamente se aferra, comienza a minar su espíritu. Conoce a la gente que está a su servicio en la hacienda: mayordomo, huasicama, mama Chana —una especie de ama de casa y de cocinera— pero principalmente a una indiecita de servicio,9 Mariucha…, una adolescente de 15 años que despierta cierto interés cuando en sus caminatas por el río, escondido entre árboles y matorrales, Segismundo divisa a la indiecita de ‘servicio’ bañándose casi desnuda. La contempla tan profundamente que, podríamos decir, la viola con la vista, previo al estupro. Transcurridos unos días le rapta a Mariucha de un velorio indígena y termina en otra

violación. Terminado el mes de servicio la indiecita regresa a su choza en la montaña. Marta es hija de la loca Dolores, una mujer que se sumergió en su desgracia hasta enloquecer, luego de que su padre la descubriera en relaciones íntimas con un gringo a quien lo acribilló con dos disparos y lo mató. Marta, fruto de estos amores clandestinos ingresa a la vida de Segismundo. Juan José, tío materno de Marta se ocupó del cuidado y bienestar de ésta y su madre; cuando los tres viven en El Pinar, Segismundo empieza a enamorarse de Marta. Juan José es tío de los dos, nunca ninguno de los personajes menciona una palabra de amor, Juan José se vuelve arisco al verlos a los dos en continuas tertulias y es que él también está enamorado de Marta. Para evitar riñas, el desafío casi a muerte de Juan José a Segismundo, éste decide abandonar El Pinar y regresar a París. Marta, que también encierra un amor profundo por Segismundo, decide dejarse morir. Segismundo que ha regresado a los tres días, tras recibir la carta de Juan José y otra de Marta, es testigo de esta tragedia y allí se quedarán, él y Juan José, como espectros del tiempo perennizado. La obra se desarrolla en dos partes claras: el regreso y la visión eglógica del campo, recuérdese que églogas son los poemas amorosos de los pastores al estilo de Juan Boscán y Garcilaso de la Vega en la España del siglo XVI (el dulce lamentar de los pastores) y la segunda, soliloquios de amor a Marta pero que nunca se exteriorizan y luego la tragedia. Segismundo, de triste lamentar en los soliloquios de amor de Calderón de la Barca en La vida es sueño, encarna en gran medida al protagonista de las primeras novelas ecuatorianas, es abúlico, pasivo, sin voluntad ni carácter: en La Emancipada, Eduardo, en vez de jugarse las cartas del


crítica amor por Rosaura, que todo lo echó al traste por él, éste esconde el bulto y termina por meterse de fraile; igual Carlos en Cumandá; Reinaldo en Entre el amor y el deber; Luciano de A la Costa; los hombres que le explotan sexualmente a Carlota; es decir, el protagonista de las primeras novelas ecuatorianas es frívolo, cobarde, pasivo, abúlico y, siempre que tenga oportunidad, es un explotador sexual. Segismundo, quien a su retorno de Europa, a su lugar natal, El Pinar, donde se encuentra la hacienda de El Upinar, de don Gonzalo Zaldumbide, embelesado ante el hermoso y paradisíaco paisaje, persiguió con ‘derecho de amo’, usurpó el honor y amor de Mariucha, la hermosa indiecita, quien después de sucumbir a las exigencias de Segismundo se retira a su choza solitaria. Quizá el autor quiso escribir un idilio amoroso, una égloga, que pronto cambió de rumbo (el vástago de este estupro aparece en la ficción ecuatoriana en El pinar de Segismundo de Eliecer Cárdenas, al igual que Gonzalo Zaldumbide el autor de Égloga trágica). El amor como una fuerza animal, incontrolable, devastadora, «amor biológico de aliento fatal y ciego… (que sería el amor a Mariucha) hasta la llegada del amor depurado con la aparición de Marta» nos quiere hacer creer el padre Sánchez Astudillo; nosotros pensamos que Segismundo es incapaz de amar ni a Mariucha víctima de abuso sexual, ni a Marta que en las mil horas que están juntos nunca dio una señal de amor, ni con palabras, ni con hechos: tacto, beso, rozar su piel, tocar su mano, una mirada y cuando se ve desafiado por Juan José huye, sí huye. Ídem Juan José nunca da una señal, una palabra y sí, él también huye; primero se ha vuelto arisco hacia ellos y luego se ausenta a la montaña. Igual Marta que nunca balbucea una palabra, los tres son personajes

de cartón, del mismo molde, ergo superblandos y planos. El problema esencial de la novela no es el asunto mal tratado, ni los personajes acartonados sin dimensión interior, sino el manejo no-técnico, el arts operandi de la novela. Toda la narración se lleva a efecto desde un solo punto de vista, el de Segismundo, ergo del autor; no existe el monólogo interior ni directo ni indirecto que socavaría la interioridad de sus personajes; hay un solo narrador en primera persona, Segismundo; en fin, no se asimilan técnicas narrativas universalmente utilizadas desde La poética de Aristóteles (como la catarsis, el descubrimiento, etc.). Obedece a lo dicho el que la visión sobre el indígena sea tan aferrada a la visión del terrateniente que cree que es la situación mísera pero irremisible, capta su vida, su historia, «como un sino sin esperanza». «Tras la fatiga diuturna que lo embrutece teniéndole con los ojos y la mente oscura clavados en el surco que va regando con el sudor de su frente, el indio, por un momento, olvida su mísera condición, liberta su anhelo recóndito, en la rústica melodía. Su triste y salvaje música parece decir a un tiempo su pena y su pobre esperanza. Sus sentimientos cautivos se exhalan todos, oscuros y hondos, en esas notas de inconsciente melancolía siempre igual, resignada y tarda. Parecen mecerle y adormecerle, como cantándole: Hijo de la gleba, vástago de florida estirpe, antes dueña y señora del suelo, hoy pisoteada y servil; tendrás hasta el fin de tus días que arar la tierra que ya no es tuya y cosechar para el amo; e igual que penaron tus padres y tus abuelos penarán tus hijos y así será mientras el blanco fiero beba de tus fuentes, viva de las mieses que tú cultivas, regale su vista en la abundancia de los rebaños, pobre indígena desposeído» (81).

Galo René Pérez, que con gran habilidad crítica trata de justificar esta deplorable visión sobre el indígena, cayendo él también en la misma, dice: «…los ilotas del campo, cuyo único bien es la resignación, especie de triste felicidad, felicidad de los infelices que ignoran, callan y pasan…»;10 Francisco Guarderas, prologuista de la edición de 1956, dice: «Esta novela solo lo trae episódicamente, como elemento nativo del paisaje circundante». A esta visión obedece el brutal desfloramiento de Mariucha, la indiecita de quince años, que está cumpliendo el satánico deber de ir a la casa de hacienda en servicio por treinta días, costumbre que prevaleció en algunos sectores de la Sierra, como en Colta, hasta mediados del siglo pasado. Allí, en servicio y cumplimiento de esta disposición, se encuentra la indiecita Mariucha, quien servirá como objeto sexual para «el hastío (de Segismundo…) para llenar en algo su tiempo» (75). «¡Qué frialdad!, ¡Qué indiferencia! ¡Qué crueldad interior!», «Cumplido su mes de servicio, se iría hoy mismo» (191). «—¿Te vas hoy mismo?» «—Sí, niñu» (191). «De mi hamaca vi que partía. Partióse sin volver los ojos… camino de su choza distante» (192). Desde la comodidad de su hamaca y con sangre

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fría, la ve marcharse a Mariucha, solitaria y humillada. Qué contraste con el dolor que causa una despedida; como por ejemplo la del Doctor Zhivago, cuando Lara tiene que ausentarse, él, en el desierto de su casa cubierta de nieve, nieve congelada, corrió como loco desesperado al piso alto para ver cómo se iba perdiendo en lontananza la figurilla de Lara; rasguñó el hielo de los vidrios, desesperadamente, y los rompió para divisarla, para entonces la diminuta figurilla iba desapareciendo y perdiéndose en el amplio campo cubierto de nieve y abrazado de una espesa neblina. Aquí en Égloga trágica no hay amor ni poesía cuando Mariucha se va. Él sólo la ve cómodamente desde su hamaca a la criatura de agrietados pies. Todo esto luego de haberla usado sexualmente y no una vez. «A cierta distancia, en un recodo por donde pasaba, bajo follajes profusos, la acequia en que se vertía

el agua del estanque, vi un torso de mujer, una cabellera azabache destrenzada sobre una espalda cobriza. Observé inmóvil algún rato. Era la longa servicia que tomaba su baño, al aire libre. Estaba casi desnuda, al amparo del tupido matorral que la resguardaba mejor del lado del sendero solitario. Cauteloso, el corazón ya latiéndome, me acerqué a mirar. De pie, en medio del raudal, cogía el agua en un mate grande y, enderezándose, lo volcaba sobre su cabeza. Al inclinarse a llenar la rústica aljofaina, la escotada camisa de lienzo que le servía de traje de baño, dejaba resbalar una hombrera, y aparecían los pechos plenos, estallando de lozanía, de inocente voluptuosidad. El agua rebotaba en pequeñas cascadas de la cabeza a los hombros, por la espalda y los muslos fuertes y en la piel lisa rielaba al sol» (85-86). «Así desnuda y alhajada, parecía un ídolo indígena. ¡Era la virgen América!» (86).


«Riendo, riendo ardientemente, me llegué a ella, que sintiendo el poder del hombre, retrocedía. La lucha fue breve y ficticia». «Cuando me alejé, persistía en mis labios el temblor del beso sápido como un mordisco, y en el alma, una emoción antiquísima» (86-87). En otra ocasión, cuando la arranca de un velorio indio, la lleva al vado de la quebrada: «Arisca hasta el fin sin darse cuenta, parecía querer, sin quererlo, defenderse todavía. La vencí como esperan ser vencidas las de su raza. Y así, bajo el cielo ciego, la india y el blanco se enlazaron en el misterio de la noche americana» (191). Antes de esta violación hay un minidiálogo falaz, por decir lo menos. «Me acerqué a besarla. Se defendió hurtándome su boca. Nunca el blanco besa a las runas, sus caricias no son para ellas sino un brutal empuje» (189), de ahí la pregunta fatua y tan fuera de tema: ¿Te asusta la muerte? Alzó los hombros, no sabía (189). Mariucha no tiene respuesta y eso le lleva a él a la conclusión de que ella no comprendería ni una palabra de tal cosa, luego viene la violación como se cita en el párrafo anterior. Siguen más de 200 páginas dilatadas del triángulo amoroso: Marta, el núcleo, Segismundo y Juan José. Cientos de páginas, miles de horas de encuentro, conversaciones, meditaciones donde ninguno de los tres exterioriza sus emociones, por ello nos parece cansino. Se emanan juicios con una dosis de filosofía gastada y absurda. Yo los encuentro de un valor ínfimo, si no insignificante, y no edificante. Al margen de la historia se dan a conocer los amores del gringo y Dolores, progenitores de Marta y cómo aquel fue victimado por el padre de Dolores, por desafiar los moldes tradicionales del amor. «Los sorprendió, juntas las bocas, apretados los brazos, enlazados.

Poca luz de luna alumbraba a medias al grupo sobre el diván destartalado. Sin darles tiempo a desligarse, don Gerónimo echó la mano izquierda al cuello del extranjero, lo arrancó de entre las manos a su hija, lo derribó de un empujón al suelo y antes de que pudiera enderezarse le descerrajó dos tiros certeros, a las sienes, al corazón. Quedó tendido pataleando» (117). Esta historia del gringo y Dolores está bien escrita, porque es corta, directa y precisa en la narración de los hechos. El triángulo amoroso no tiene sustento porque los actantes, actores no se manifiestan, más bien se describe la emoción y admiración que Juan José despierta en Segismundo, con matices claros de homofilia: «Juan José se destacaba sobre el animal como continuándolo en inteligencia, vigor hermoso: fue un magnífico grupo de bronce, en un instante de inmovilidad»... «Tomó luego su ducha al sol. Fornido, esbelto, fino de junturas, blanquísimo, era un hombre bello. Sus cuarenta años no se aposentaban sobre ninguno de sus miembros ágiles. Sin la tristeza del rostro fiero, de tan intensa expresión de superioridad moral, habríasele tomado por un atleta. Tal expresión ennoblecía no sólo sus facciones sino su cuerpo todo, de suyo erguido» (48). A causa de este supuesto amor, los tres mueren: Marta se suicida, Juan José se deja morir, Segismundo se queda como espectro viviente de esta tragedia. Cómo se recibe la noticia y cómo trasciende en ellos, es frío, ficticio, artificial, calculado: «¡Marta ha muerto! Ha muerto para que vivamos Juan José y yo. ¡Triste privilegio, para este par de infelices! Muerta, ya la menos infeliz de los tres era Marta» (322). «Muerta Marta, Juan José me llama. Muerta, podremos amarla juntos, Juan José y yo. Junto a su tumba los dos, mantendríamos a Marta viva, incólume, imperecedera» (323). «Y

Mama-Chana fue a tenderse en su lecho, a dormir… ¡Pobre vieja! Con ella se acababa la vida antigua. Quedábamos tan sólo Juan José y yo, supervivientes de nosotros mismos» (330). Luego las frases acuñadas del romanticismo rancio: «Mísero Juan José». «Mísero de mí. Nada podía yo por él, nada él por mí. Siempre y en cualquier parte, todo hombre está solo, es solo. Se es solo…» (331). Al fin cayó, árbol gigante, resecado de las raíces a la copa.

NOTAS: 1 Abdón Ubidia, La Égloga trágica en Palabra suelta, N° 15. 2 Ibid 3 Alejandro Carrión, Diccionario de la literatura latinoamericana. Ecuador (Washington, 1962), p. 163. 4 Égloga trágica (Madrid: 1958). 5 Agustín Cueva, Entre la ira y la esperanza (Quito: 1967), págs. 109-133 6 Hernán Rodríguez Castelo, Literatura ecuatoriana 1830-1980 (Otavalo: 1980), p. 73 7 Ubidia, Op. Cit. 8 Galo René Pérez, Literatura del Ecuador (400 años) (Quito: Abya-Yala, 2001) p. 158 9 ‘India de servicio’, obligación impuesta a las campesinas de las haciendas de prestar servicio un mes al año. 10 Galo René Pérez, Op. Cit.

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Víctor Hugo Gallegos

El éxodo de Yangana, 2017.

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incuenta y cinco años es toda una vida, y eso es el Teatro Ensayo: una vida que se multiplica en la de todos cuantos hemos transitado en él y generado el arte del teatro, ejerciéndolo artísticamente como parte del pueblo ecuatoriano, para indagar los misterios de la existencia, para indagar en la historia y no dejar que el cotidiano nos disuelva; narrando desde la ficción teatral el avatar político, la épica de la lucha popular, investigando su lenguaje, desarrollando el teatro en pos de

entablar el diálogo en el marco de una cultura propia, promoviendo su compresión y su crítica; ser, en suma, un aporte para el desarrollo de la relaciones artístico-sociales de nuestra cultura y constituir los elementos de la condición humana. Trayectoria siempre fructífera la del Teatro Ensayo, para todas las promociones de actores y actrices que hemos trabajado en él. Podríamos decir, con un poquito de exageración, que venimos desde el fondo de los tiempos, desde cuando el reóstato (que guiaba la intensi-


tramoya dad de las luces) era un tanque con agua sal y las resistencias, pernos amarrados a los extremos de los alambres eléctricos manejados por un técnico malabarista con los dedos de pies y manos; los reflectores, de 100-200 watts, tacos de latón pintados de negro, con papel celofán de colores para los filtros, hasta llegar al tiempo de LED, el tablero de control electrónico y eficientes instrumentos de iluminación. La anécdota y los sujetos de la anécdota somos parte de esta muestra. Todos fuimos aprendices de los maestros de la tramoya: martillo en mano, clavos sostenidos en las comisuras de los labios y martillazo en los dedos para aforar escenarios, levantar tinglados, armar escenografías; estibadores para cargar y descargar la madera, los telones, las cuerdas, los rollos de alambre eléctrico, los de amarre, y nuestros propios rollos, en las parrillas de carga de los buses, de las volquetas, en los aviones de la segunda guerra; maquilladores para dar con el rostro imaginado, con el personaje, o para, cosa imposible, mejorar la cara propia. Viajamos por la geografía y por el tiempo cargando baúles de ficciones, seres imaginarios, dramas cómicos y trágicos, listos y dispuestos a teatrizar la vida sobre un escenario, para que nazca la teatralidad cuando el espectador se reúna, por designio propio, alrededor o al frente del dispositivo escénico: el escenario de plaza, de calle, de parque, de colina paramera punzada por el silbido del viento y el batir de ponchos rojos, en las salas; lugares todos para agitar conciencias, encender ánimos, encarar dictaduras, sufrir su retaliación, o provocar la exaltación de la vida, apresurar la comunicación, recocer su urgencia. Entonces, se trató siempre de descubrir y asumir diariamente la verdad cambiante del teatro, las transformaciones que produce el

camino; lo que en ciertos procesos fue válido, en otros no. Ahí, entonces, a crear nuevas herramientas; ahí, herreros de los dioses, todos, actrices y actores estuvimos en la fragua y en el yunque, elaborando, cambiando, destruyendo, bruñendo herramientas, descubriendo aleaciones, triunfando perentoria o fugazmente para volver enseguida al taller a profundizar en un teatro con el que pueda contar la gente. Esto fue prioritario en cada etapa. En el Teatro Ensayo, donde siempre tuvimos una muy saludable vida, muchos hombres y mujeres hemos llegado a abuelos, otros frisan los años de su madurez —algunos abuelos nos saltamos esa etapa— y otros, finalmente, viven una gloriosa juventud. Son los que ahora guían la carreta y llegan, con cierta condescendencia, a dos pasajeros señeros: José Ignacio Donoso y Antonio Ordóñez, que no quieren saber nada de años dorados ni hacer fila en los programas de las Manuelitas. Dos hombres de teatro: José Ignacio Donoso, gran actor y director cuya huella está en el corazón de todos cuantos trabajamos con él; huella de palabra sabia, de oficio de hermano. Antonio Ordóñez, el gran director, el carpintero, el pionero, el maestro, el poeta; siempre listo a oír, debatir, colaborar con sus actores y actrices en cada momento creativo. «Tengo la fortaleza de un roble», decía y mostraba sus bíceps. Siempre acatamos de buen agrado sus sugerencias. Y hay una actriz insigne, maravillosa, cuya vida en el Teatro Ensayo constituye una cornucopia: es dramaturga, actriz, la de las ideas iluminadas para resolver cuanta situación difícil pueda presentarse en la creación de situaciones y personajes, en el vestuario, en la escenografía, en la iluminación o en la vida de cada uno de sus compañeros; mujer del arte, Isabel Casanova, que ahora plasma la me-

El Teatro Ensayo latió y generó su trabajo en la vena popular de nuestro país. Allí surgieron sus ficciones para que la vida se vuelva pública, objeto y sujeto del teatro, allí busca y reconoce sus signos, crea la metáfora del teatro.

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Estuvimos en festivales internacionales con destacado éxito; fuimos a enseñar y a aprender, dimos y recibimos talleres, intercambiamos experiencias y bagajes teatrales. Creemos siempre en la libertad del teatro para contribuir a la libertad social.

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Los cuadernos de la Tierra, 2017.

moria del Teatro Ensayo en unas preciosas cerámicas. Todos aprendimos a desbordar el alma cuando las sequías de la realizad querían imponerse. Si una dictadura nos echaba de la CCE y de un viserazo abolía en la institución el presupuesto de teatro, enseguida continuábamos los ensayos al frente, en el parque El Ejido o en la casa del director, en salas prestadas. Vivimos por algún tiempo en el teatro de la Escuela Municipal Espejo, gracias a que Antonio fue alumno destacado de ella, en galpones de algunas facultades de la Universidad Central, y cuando la persecución política cundió por América Latina y los atentados criminales de las dictaduras contra sus pueblos obligaron al destierro, aquí nos juntamos con actores y actrices de Chile, Argentina, Colombia e iniciamos trabajos de gran calidad, solidarios, fraternos, americanos, combativos. Estuvimos en festivales internacionales con destacado éxito; fuimos a enseñar y a aprender, dimos y recibimos talleres, intercambiamos experiencias y bagajes teatrales. Creemos siempre en la libertad del teatro para contribuir a la libertad social. Grandes obras del repertorio universal, de América Latina y del Ecuador, fueron realizadas por el Teatro Ensayo, obras que nos movilizaron y nos pusieron a prueba: Shakespeare, Molière, García Lorca, Brecht, Beckett, Lope de Vega, Cervantes, Strindberg, Dürrematt, Ceuzzani, Ionesco, Díaz, Lizárraga, Roa, Martínez Queirolo, Adoum, Dávila Andrade, Icaza, Marco Ordóñez, Isabel Casanova. En los últimos tiempos, el Teatro Ensayo genera su propia dramaturgia textual, obras todas que han sido llevadas a escena con la misma dedicación que exige el laboratorio y la experimentación. Se ha incorporada la danza en busca


El Popol Vuh, 2016.

de enriquecer los medios teatrales expresivos y en ello juega un papel muy importante la maestra Marisa Créténier. Por otro lado, durante toda su trayectoria, el Teatro Ensayo ha mantenido talleres de formación y producción teatral. Ahora mismo tiene una escuela permanente de teatro en la cual los actores y actrices son sus maestros, es decir, sostiene y enriquece los vínculos reales con la sociedad como fue su propósito desde que arrancó, allá por los años sesenta, mediante el concurso motivador y creador de dos grandes ecuatorianos: Benjamín Carrión y Edmundo Ribadeneira, y el acompañamiento y dirección artística de Fabio Paccioni, además de la participación de jóvenes poetas e intelectuales que se entregaron a descubrir y hacer teatro. El Teatro Ensayo latió y generó su trabajo en la vena popular

…cuando la persecución política cundió por América Latina y los atentados criminales de las dictaduras contra sus pueblos obligaron al destierro, aquí nos juntamos con actores y actrices de Chile, Argentina, Colombia e iniciamos trabajos de gran calidad, solidarios, fraternos, americanos, combativos. de nuestro país. Allí surgieron sus ficciones para que la vida se vuelva pública, objeto y sujeto del teatro, allí busca y reconoce sus signos, crea la metáfora del teatro. El teatro no es un misterio, no es un privilegio, es de todos, y diríamos que en este propósito del Teatro Ensayo estamos todos, porque como manifiesta Lautréamont: «La poesía debe ser hecha por todos, no por uno».

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Dr. Walter Sauer

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a voluminosa obra de Humboldt, Viajes a las regiones equinocciales en el Nuevo Continente, guarda la cosecha de las investigaciones científicas realizadas por el famoso naturalista desde el mes de julio de 1799 hasta fines del año 1800 en las zonas tropicales de Venezuela y Guayana, especialmente en la cuenca hidrográfica de los ríos Orinoco y Casiquiare, con la colaboración de su fiel amigo, el botánico francés Aimé Bonpland. Su propósito inicial fue unirse con el capitán Baudin para concluir

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en su compañía su viaje alrededor del mundo. Con este fin salió para Cuba y permaneció unos meses allí esperándole. Cuando le llegó la noticia de que Baudin arribaría pronto a la costa occidental de la América del Sur, Humboldt se apresuró a embarcarse en un pequeño navío de apenas veinte toneladas, a fin de llegar oportunamente a Panamá. El mal tiempo impidió la realización de tal propósito: después de una aventurada travesía en la minúscula embarcación, Humboldt tuvo que tomar tierra de Cartagena. Frus-

* Conferencia dada el 6 de mayo de 1959 en la sesión solemne conmemorativa que tuvo lugar en el Paraninfo de la Universidad Johann Wolfgang Goethe, de Frankfort, Alemania. –Versión castellana de José Ignacio Burbano. Este texto fue publicado en el Boletín de Informaciones Científicas Nacionales, No. 90, mayo – diciembre de 1959, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito.


conmemoración trada así su esperanza de concluir la vuelta al mundo, cambió definitivamente sus planes a favor de otra importantísima empresa que luego había de rendirle en beneficio un nuevo caudal de conocimientos científicos. Las grandiosas cordilleras de los Andes le abrieron la perspectiva de avanzar en el camino de la solución de múltiples problemas físico-climatológicos geológicos y especialmente vulcanológicos. Decidió, pues, viajar por tierra a Santa Fe de Bogotá, y desde allí a Quito y a Lima. Humboldt, en una carta al director del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, don José Clavijo, escribía: «El deseo de ver al célebre Mutis nos ha hecho preferir la horrible ruta por tierra a la de Panamá y Guayaquil». Conocemos los acontecimientos de este viaje por su autobiografía y sus cartas y en primer lugar por las obras: Escritos menores (Kleinere Schiften), Aspectos pintorescos de las cordilleras (Pittoreske Ansichten der Cordilleren). Los Escritos menores fueron editados muy tarde en 1850. Felizmente se remontan en su mayor parte a los diarios y ofrecen, por otro lado, una compilación de trabajos anteriormente publicados en revistas y otras obras poco accesibles, dejando de lado investigaciones de resultados ya anticuados y superados por teorías posteriores, que, como en el caso de la curiosa teoría del levantamiento mecánico de los volcanes, han significado más bien un retroceso en la ciencia geológica. Las convicciones geognósticas adquiridas originalmente por Humboldt gracias a sus perspicaces observaciones y deducciones, hasta ahora no han perdido su valor, a pesar de que sus ‘Reminiscencias geognósticas de las cordilleras sudamericanas’ fueron publicadas en los Escritos menores, cincuenta años después del viaje de exploración, porque reproducen literalmente sus

observaciones en concordancia con las anotaciones de los diarios. Dos meses permaneció Humboldt en Bogotá, donde encontró al famoso botánico Mutis, gran discípulo y amigo de Linneo. Realizada una serie de investigaciones en los alrededores de la ciudad, Humboldt salió a principios de setiembre de 1801 para el sur, hacia los Andes volcánicos del Ecuador que habían de ser objeto de una exploración científica detenida. Su espíritu, incansablemente dedicado a la investigación, le había inducido a rehusar la cómoda ruta marítima, no sólo por conocer a Mutis, sino por no perder la oportunidad de hacer los nuevos descubrimientos científicos que le ofrecía la vía terrestre. Aparentemente, influyeron también en esta decisión su gusto por lo extraordinario y el deseo de poner a prueba su fuerza física juvenil. Contaba en aquel tiempo sólo 31 años. A pesar de que ya había comenzado el período lluvioso, no tardó en atravesar la cordillera central entre Ibagué y Cartago por la ruta de las fragosas montañas de Quindío, afamada por las inmensas fatigas que entonces causaban sus selvas impenetrables. La expedición estaba compuesta de un número de mestizos e indios conocedores del camino, además de 12 bueyes cargados de instrumentos, colecciones y provisiones. Los bueyes eran los únicos animales capaces de pasar los lodazales en que las lluvias continuas convertían las trochas de otro modo intransitables de la selva. Humboldt prefirió ir a pie, para no ser estorbado en su actividad de observar y coleccionar. Le repugnaba viajar cargado a la espalda de un indio, mirando hacia atrás, como era costumbre de los viajeros que transitaban por esas regiones desiertas. Después de pocos días sus botas empapadas quedaron completamente hecho pedazos. Humboldt

El mes de diciembre de 1801 Humboldt con Bonpland puso pie en el territorio ecuatoriano. En Ibarra le salió al encuentro el sabio granadino don Francisco José de Caldas. Con él llegó a Quito en los primeros días de enero de 1802.

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Humboldt y Bonpland al pie del Chimborazo.

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siguió la marcha descalzo como los indios, andando cuesta arriba y cuesta abajo, vadeando ríos y chapoteando lodazales, hundiéndose hasta las rodillas en los camellones llenos de lodo de los angostos senderos, y así, desafiando las lluvias casi incesantes y a pesar de tantas fatigas pudo recoger una abundante colección de especies botánicas útiles y raras. Habiendo entrado ya al ancho valle que se extiende longitudinalmente entre las cordilleras Central y Occidental, los viajeros pudieron seguir más cómodamente a caballo su camino por Popayán y Pasto hacia el sur. Felizmente mi estimado amigo, el meritísimo historiador y etnólogo don Carlos Manuel Larrea, ha proporcionado unos preciosos tes-

timonios contemporáneos que dan extraordinaria vida a los relatos ya conocidos acerca de la estadía de Humboldt en Quito y en el Ecuador. El mes de diciembre de 1801, Humboldt con Bonpland puso pie en el territorio ecuatoriano. En Ibarra le salió al encuentro el sabio granadino don Francisco José de Caldas. Con él llegó a Quito en los primeros días de enero de 1802. Se sabe por tradición que éste fue un acontecimiento que conmovió a toda la sociedad. Dice Caldas, en una carta al egregio botánico don José Celestino Mutis, que visitas importunas venían a interrumpir las conversaciones en las que el joven alemán derramaba raudales de conocimiento sobre todas las ciencias. Es que la sociedad toda de Quito quería conocer al sabio natu-


ralista y las familias se disputaban por agasajarle y atenderle. Se alojó en casa de unos antepasados del señor Carlos Manuel Larrea: los Montúfar y Larrea, una de las familias más pudientes de esa época. Allí contrajo íntima amistad con don Carlos Montúfar, hijo del Marqués de Selva Alegre. En su casa y en su hacienda de Chillo, Humboldt y Bonpland fueron tratados espléndidamente y hasta se les distrajo con representaciones dramáticas de una compañía de teatro que el Marqués organizó para su recreo. Humboldt escribe a su hermano: «El Marqués de Selva Alegre ha tenido la bondad de instalarnos en una casa excelente, donde después de las fatigas soportadas en nuestro viaje, encontramos todas las comodidades que sólo en París o Londres se podrían exigir». El severo y taciturno sabio Caldas se quejó en una carta dirigida a Mutis, criticando esta vida social, que le pareció demasiado intensa: «…El aire de Quito está envenenado: no se respira sino placeres: los precipicios, los escollos de la virtud se multiplican y se puede creer que el templo de Venus se ha trasladado de Chipre a esta ciudad… Los trabajos matemáticos se entibian». En un hermoso artículo dedicado al Barón Federico Enrique Alejandro, el ilustre polígrafo ecuatoriano fray Vicente Solano escribe así: «Decía Fontenelle, hablando de Leibniz, que era un hombre que llevaba delante todas las ciencias. Se puede aplicar este dicho a Humboldt, con mucha razón. Humboldt a los veinte y ocho años de edad era un sabio completo… Las ciencias le deben mucho, y principalmente su viaje a América le transmitirá a la posterioridad… Particularmente la botánica fue enriquecida por él, de suerte que hizo conocer a Europa

más de cinco mil especies y géneros, incógnitos antes de su viaje… Si como sabio es apreciable, lo es también como viajero. ¡Con qué moderación no habla de los usos y costumbres de los americanos! Muy diferente en esto de otros viajeros… En Humboldt todo se reduce a la ciencia… Los americanos jamás deben olvidarse de Humboldt: los escritos de este sabio les han hecho conocer el país en que viven… Merece una estatua en América». En los escritos de Mutis se leen iguales frases de elogio, no sólo a la ciencia del joven barón sino a su espíritu ecuánime y justiciero. Hay una muy interesante carta de Humboldt a don Sebastián López Ruiz, en la que reconoce a Mutis como el descubridor de la quina en el Nuevo Reino de Granada; pues se creía que esa planta sólo existía en el Ecuador. Dice González Suárez que «Mutis obsequió a Humboldt más de cien láminas grandes de las mejores de sus flores, las que fueron remitidas por el ilustre viajero al Instituto Nacional de Ciencias de París». Estas láminas fueron pintadas por el grupo de artistas ecuatorianos mandados desde Quito para colaborar en la célebre expedición botánica. Humboldt apreció grandemente este obsequió e hizo extraordinarios elogios de la habilidad de los artistas-pintores quiteños. En muchos lugares de sus obras Humboldt dedica palabras de muy alta estima a la memoria de don Francisco José de Caldas y de don Carlos Montúfar, quienes terminaron sacrificando sus vidas en la noble lucha por la independencia de su patria. Humboldt, conocedor del mundo, quedó sorprendido por la grandeza de los tesoros de arte, que se le presentaron en la arquitectura de los templos y en las obras de pintores y escultores afamados en toda la América Latina. Más le impresio-

El severo y taciturno sabio Caldas se quejó en una carta dirigida a Mutis, criticando esta vida social, que le pareció demasiado intensa: «…El aire de Quito está envenenado: no se respira sino placeres: los precipicios, los escollos de la virtud se multiplican y se puede creer que el templo de Venus se ha trasladado de Chipre a esta ciudad… Los trabajos matemáticos se entibian».

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Humboldt no quiso ausentarse definitivamente de Quito sin haber explorado el cráter del Pichincha. Esta vez, para la organización de la segunda ascensión cuenta con la ayuda de Xavier Ascázubi, quien solía ir de caza por las faldas del Pichincha y conocía, por consiguiente, también las elevaciones occidentales más altas que albergan el cráter. El día 26 de mayo de 1802 pusiéronse en el camino por la Chorrera.

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nó al naturalista experto la belleza extraordinaria del paisaje de Quito. En su sentir, «la provincia de Quito es una de las regiones más admirables, preciosas y pintorescas del mundo». Disponiendo en Quito de una cómoda base de operaciones, Humboldt efectúa muchas excursiones a los volcanes del norte del país, preferentemente al Pichincha y al Antisana. En la organización de estas empresas fue efectivamente ayudado por el noble Carlos Montúfar, quien también acompañó a Humboldt en sus posteriores viajes a Lima, México y Europa. Detenidos estudios geológicos y botánicos, mediciones de temperatura y tensión eléctrica de la atmósfera, determinaciones de altitudes, todo ilustrado por dibujos y croquis, rellenan los diarios del incansable explorador, y van completados por sus geniales deliberaciones sintéticas. Además, herboriza con Bonpland y recoge muestras de rocas, aumentando continuamente sus ricas colecciones. Aquí en los Andes ecuatorianos se le ofrecieron a Humboldt, para el estudio comparativo, de manera única, los numerosos volcanes de diferente forma y estructura, suministrándole importantes conocimientos que le acercaron a la solución de los problemas del vulcanismo. La agrupación característica de los volcanes en hileras, como pudo observar por primera vez a lo largo de la depresión interandina, le hizo figurarse que la disposición geográfica de los volcanes no depende de la configuración superficial del globo sino de condiciones que rigen a mayores profundidades. Anticipando el concepto moderno, pensaba en la formación de largas grietas de la corteza terrestre que sirvieron de conductores para las masas lávicas fluidas llevadas del interior del globo terrestre a la superficie. A principios del mes de abril

de 1802 Humboldt, acompañado de Bonpland y Montúfar, hizo una ascensión al Antisana. Logró penetrar en la región de la nieve perpetua a altitudes considerables. La corriente de lava relativamente muy fresca, denominada Antisanilla, cerca de Pinantura, llamó la atención especial de Humboldt. Se había derramado, a partir del zócalo del gran volcán, unos doscientos años antes de la llegada de Humboldt, rellenando por la extensión de muchos kilómetros el valle glaciar antiguo de Guapal. La primera ascensión al Pichincha la emprende Humboldt el 14 de abril de 1802, en compañía de Bonpland y un séquito numeroso de gente curiosa. Por falta de un guía perito no fue posible llegar al cráter mismo como era el propósito. Sin embargo, esta excursión sirvió mucho de primera orientación acerca de la topografía y situación de las diversas cumbres y picachos del macizo volcánico. Antes de repetir la ascensión al Pichincha, Humboldt, a principios del mes de mayo, se dirigió al Cotopaxi. Había tenido la oportunidad de admirar ya desde lejos la forma simétrica del cono volcánico, cubierto de una capa dentada de nieve blanca, cuya magnificencia le había fascinado y que «al ponerse el sol resplandece con brillo deslumbrador, contrastando con el azur de la bóveda celeste», como se expresaba Humboldt, al dejar pasar delante de sus ojos el panorama grandioso de los Andes, contemplando los nevados desde la terraza de la hacienda La Ciénega, propiedad del Marqués de Maenza… «Se ve —según sus palabras— al mismo tiempo y en proximidad estremecedora, el colosal volcán Cotopaxi, los picos titánicos de los Illinizas y el nevado Quilindaña. Es una de las vistas más majestuosas e imponentes que me han ocurrido en ambos hemisferios».


Cráter del Guagua Pichincha

Con Bonpland sube a las faldas surorientales del Cotopaxi y llega hasta el límite de la nieve perpetua. Ha observado que la estructura del cono del Cotopaxi no corresponde a la teoría del levantamiento mecánico, sino que desde un principio de lava derramada ha construido el edificio del cono, superponiéndose un manto lávico sobre otro. Alternando con capas de ceniza y arena expulsadas por las erupciones explosivas. Humboldt no quiso ausentarse definitivamente de Quito sin haber explorado el cráter del Pichincha. Esta vez, para la organización de la segunda ascensión cuenta con la ayuda de Xavier Ascázubi, quien solía ir de caza por las faldas del Pichincha y conocía, por consiguiente, también las elevaciones

occidentales más altas que albergan el cráter. El día 26 de mayo de 1802 pusiéronse en el camino por la Chorrera. Atraviesan las quebradas del Palmascuchu y Verdecuchu y, después de muchos subibajas difíciles, llegan a la falda exterior del cráter mismo, constituida por una superficie muy inclinada, cubierta de cascajo flojo de piedra pómez. En sus Escritos menores, Humboldt relata dramáticamente cómo superaron las múltiples dificultades al trepar por los empinados declives cubiertos de nieve en las últimas alturas, coronando al fin el peñasco borde del cráter, abruptamente colgado sobre el precipicio interior de la inmensa abertura. Humboldt rebosa de entusiasmo cuando puede distinguir a través de las vertiginosas nubes de vapor sulfuroso, los

detalles del fondo del abismo. Dice Humboldt que «no es posible describir con palabras el aspecto caótico que ofrece la gigantesca boca del fuego del Guagua Pichincha», que en los Escritos menores erróneamente está denominado Rucu Pichincha. En la tarde del 27 de mayo se sintieron en Quito unas sacudidas vehementes que hicieron suponer el estallar de nuevas erupciones. Humboldt decide repetir al instante la ascensión, esta vez con Bonpland, Caldas y Montúfar, los cuales habían regresado de los Chillos a Quito. A las cuatro y media del día siguiente encontramos a Humboldt con sus compañeros saliendo apresuradamente de Quito para ascender por tercera vez al volcán, llenos de la febril expectativa de presen-

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Volcán Antisana.

«Se ve — ­ según sus palabras— al mismo tiempo y en proximidad estremecedora, el colosal volcán Cotopaxi, los picos titánicos de los Illinizas y el nevado Quilindaña. Es una de las vistas más majestuosas e imponentes que me han ocurrido en ambos hemisferios». 122

ciar fenómenos extraordinarios. A mediodía ya están en el borde del cráter sin haber sido estorbados por la nieve como en los días anteriores. En la oscura profundidad del cráter se observan luces azuladas que se mueven de un lado al otro, causadas por la deflagración del azufre. Pero lo que, en primer lugar, caracterizó la reavivada acción del cráter era el hecho de que desde la una y media de la tarde la peña del borde, donde los observadores habían tomado puesto, fue sacudida por temblores vehementes sin que se oyeran truenos subterráneos. Los temblores no fueron sentidos en Quito, por eso Humboldt deduce que ellos se originaron muy cerca de la superficie terrestre y difirieron completamente de los terremotos que nacen a mayores profundidades y consiguientemente se propagan a grandes distancias. Después de cada sacudida vehemente aumentó el olor penetrante de ácido sulfuroso. Todos estos acontecimientos inte-

resantísimos han satisfecho a Humboldt en muy alto grado. Empero, más al sur le esperaban al gran naturalista otras empresas como la investigación de las selvas de Quina en la región de Loja y del curso superior del Amazonas, y principalmente la importante observación astronómica del pasaje de Mercurio por el disco solar, que había de realizarse el 9 de noviembre de 1802, en Lima. A principios de junio Humboldt deja la hospitalaria tierra de Quito. Con Bonpland y Montúfar marcha a Nueva Riobamba, gozando por última vez de la magnífica vista de ambas cordilleras. El aspecto fantástico del Chimborazo, rey de los Andes ecuatorianos, detiene a Humboldt por largo tiempo en Riobamba. Tenía que determinar la altitud absoluta del coloso volcánico, cuya forma y estructura geológica eran de investigar, correlacionándolas con la nueva teoría del levantamiento de


los volcanes. La posibilidad de llegar a alturas todavía no alcanzadas prometía nuevos conocimientos sobre las propiedades físicas de la atmósfera. Humboldt prepara la ascensión. Con un telescopio potente revisa detenidamente el flanco del cerro, en frente de Riobamba. Sobre el resultado del reconocimiento relata lo siguiente: «Habíamos examinado con atención el manto nevado del cerro y descubierto algunas cuchillas exentas completamente de vegetación que se prolongaban hacia la cumbre, en forma de estrechas bandas negras, levantadas sobre las nieves perpetuas, cuchillas que nos han procurado alguna esperanza de que en ellas se podría poner pie firme, en la región de las nieves congeladas». El 22 de junio Humboldt sale de Riobamba, con un séquito numeroso, para intentar la ascensión. Pasan una noche en Calpi, y el 23 de junio, bien de madrugada, la caravana de excursionistas avanza hacia el Chimborazo. Se compone de Humboldt, Bonpland y Montúfar, además de un guía y unos indios, todos a mula. A la carrera atraviesan los llanos escalonados y llegan en corto tiempo al pie del zócalo del gigantesco cerro. Monótonamente trasmontan las empinadas lomas del páramo. Siempre a lomo de mula avanzan por cuestas poco difíciles, hasta el límite de la nieve perpetua. Humboldt toma la presión barométrica y demás mediciones necesarias para el cálculo de la altitud. El resultado del cómputo dio, en aquel entonces, 4.815 metros de altura. La cuchilla libre de nieve y hielo, reconocida desde Riobamba con el anteojo, hace posible a los primeros andinistas seguir a pie la ascensión en la zona glaciar. Los indios, empero, rehúsan avanzar más. No se dejan conmover ni por ruegos ni amenazas y regresan al

lugar donde han quedado las mulas. Humboldt, Bonpland y Montúfar, sólo acompañados de un mestizo del pueblo de San Juan, suben en fila la estrecha cresta empinada, trepando los escalones escarpados como cuadrúpedos. «A la izquierda, el precipicio estaba cubierto por un plano de nieve despeñadiza, que parecía vidriado por la congelación. La superficie espejeante mostró una inclinación de 30 grados. A la derecha, la vista se perdía en una profundidad horrorosa de unos trescientos metros de la cual emergían peñones verticales». Además, Humboldt anota en su diario: «Es una característica propia de todas las excursiones por las cadenas de los Andes que encima del límite de la nieve perpetua los hombres blancos se encuentran en las situaciones más arriesgadas, sin guías siempre y aun sin conocimientos del lugar. Allá uno está siempre en el primer puesto». La mayor parte del tiempo la cumbre de Chimborazo está escondida detrás de las nieblas. Aumentan más y más las molestias causadas por el soroche y la dificultad de respirar. Humboldt registra científicamente los síntomas que le sobrevienen a él mismo y a las demás personas. De repente se parten las nubes y aparece la cúpula resplandeciente del Chimborazo «El aspecto gradioso crea nueva esperanza de llegar a la cumbre y estimula las fuerzas decaídas». Los hombres se reaniman y avanzan por la cuchilla, a trechos menos empinados, hasta que de improviso se abre un profundo barranco intransitable que corta transversalmente la cuchilla y pone a la empresa un término insuperable. No fue posible rodear la quebrada. A la una y media del día Humboldt midió en este sitio la presión barométrica. Habían llegado a la altura de 5.610 metros (5.879). Sólo corto

tiempo se detienen en la triste soledad envueltos en nieblas densas, después de haber recolectado una cantidad de fragmentos de roca porque «hemos previsto se nos pediría en Europa, en cada oportunidad, un pedacito del famoso Chimborazo». Regresan de prisa y al anochecer los excursionistas ya se encuentran en Calpi. Prescindiendo de su valor científico, la ascensión efectuada en sólo un día hasta la altura de 5.610 (5.880) metros efectivos, representa también un éxito andinístico respetable, si se toma en cuenta que Humboldt, en el camino, ha ejecutado observaciones y mediciones, además de herborizar y recoger muestras de rocas. Entre las ilustraciones de los Aspectos pintorescos de las cordilleras se hallan los grabados en cobre del Cotopaxi y del Chimborazo que fueron ejecutados según los dibujos de la mano de Humboldt. Humboldt prestó también su atención a las ruinas volcánicas grandiosas del Carihuairazo y del Altar. Con la investigación de la selva de Quina en el sur del país termina su estadía en el Ecuador. Al regreso de Lima, Humboldt por última vez puede admirar desde la costa al Chimborazo. Escribe en Aspectos pintorescos de las cordilleras: «La forma más majestuosa de las cumbres altas de los Andes es la del Chimborazo… Cuando el aire, después de las abundantes lluvias infernales, de repente adquiere una transparencia inverosímil, se ve de la lejanía de la costa del Mar del Sur al Chimborazo, como una nube blanca en el cielo. Desprendido completamente de las elevaciones vecinas se alza por encima de toda la cadena de los Andes, igual al majestuoso domo, obra del genio de Miguel Ángel, que se levanta sobre los monumentos antiguos alrededor del Capitolio».

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Seguridad y defensa en la historia ecuatoriana Tomo I y Tomo II Autor: Paco Moncayo Género: Historia Editorial: CCE Año: 2019

«Los dieciséis temas que se desarrollan a lo largo de los dos tomos del libro tienen una obvia secuencia cronológica, pero cada uno ha sido escrito de modo que pueda ser leído como una unidad, conforme al interés del lector por un determinado período de la vida de los pueblos que formaron las distintas organizaciones político-administrativas, de las que fue parte el territorio del actual Estado ecuatoriano... Culmino esta introducción destacando la importancia del estudio de la historia para obtener de ella enseñanzas que ayuden a terminar con nuestra patológica capacidad de reincidir en el cometimiento de errores que han impedido e impiden un mejor desarrollo de nuestras capacidades como país». PM

Historia y antología de la literatura ecuatoriana Tomo VIII-A: La Generación del 60. Poesía y narrativa Autor: Varios autores Género: Ensayo Editorial: CCE Año: 2019

Ecuador es un país de alta cultura literaria, que requiere ser mejor estudiada y conocida por las nuevas generaciones. Esa ha sido la motivación que ha llevado a la Academia Nacional de Historia a preparar esta Historia y antología de la literatura ecuatoriana, concebida originalmente en 14 volúmenes en cuya elaboración han participado más de 60 académicos y escritores de reconocido mérito. Va nuestra gratitud para la Casa de la Cultura Ecuatoriana cuyos representantes, Camilo Restrepo Guzmán y Patricio Herrera Crespo, presidente y director editorial, respectivamente, han brindado su generoso respaldo para la publicación de esta obra.

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F(h)ilos de agua Autora: Carmen Váscones Género: Testimonio Editorial: CCE Año: 2019

20 historias que parecen cuentos Autor: Handel Guayasamín Género: Testimonio Editorial: CCE Año: 2019

Ciencias Jurídicas No. 9 Revista de la Sección Académica de Ciencias Jurídicas de la CCE Época II, año 2019

«F(h)ilos de agua es un libro que ahonda en la H de hembra, de hombre, de herida, de historia de himen, de hierro, de humo, de hijo, de hija, de humus, de hilo conductor hacia una vida sin hecatombe, sin hache muda... La obra está dividida en ocho libros: libro I, Mosaico. Libro II, Narciso, Edipo o la culpa del deseo. Libro III, Des/nudo de agua. Libro IV, Útero. Libro V, Firma. Libro VI, Ni fábula ni alegoría. Libro VII, Bisabuela, abuela, mamá, deshojar. Libro VIII, Refugio, éxodo y exilio». CV

«América es el continente donde ocurren las historias. Las ciudades de Quito, Lima, el Cusco, Juliaca, La Paz, Río, Brasilia, Buenos Aires, Santiago y San Diego, en California. 20 historias que parecen cuentos tiene la virtud de captar, con gran precisión, el espíritu de cada ciudad, a través de los personajes que las habitan y, de esta manera, no solo se cuentan las historias personales, también son las historias de nuestra gente».

Esta nueva entrega contiene artículos muy actuales que servirán para el desarrollo del debate jurídico: ‘El fenómeno del femicidio’, de Walter Enríquez Vásquez; ‘La supresión de la independencia judicial, un manejo político contra los jueces y una arbitraria acción extraordinaria de protección’, de Alejandro Ponce Martínez; ‘Julio César Trujillo Vásquez: un ser humano íntegro, justo y honrado’, de Hernán Rivadeneira Játiva; ‘El centenario de Isabel Robalino Bolle’, de Raúl Moscoso Álvarez, y ‘Acciones sucesorias y su incidencia en el tráfico inmobiliario’, de Rodrigo Salgado Valdez.

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Como la vida Autor: Fabián Guerrero Obando Género: Poesía Editorial: El Ángel Editor Año: 2019

«Comprimidos filosóficos que en tan solo tres versos encierran hallazgos estéticos que abruman por su precisión semántica, son los que, como virtuales relámpagos, rasgan el velamen de melancolía que cubre a Como la vida, poemario en el cual Fabián Guerrero Obando, poeta de primera línea, demuestra hasta la saciedad que las señas de identidad más hondas que caracterizan a la existencia, solo son susceptibles de ser duplicadas en el corpus llagado de la verdadera poesía». SMV

Ese otro yo Autor: José Méndez Ruales Género: Autoayuda Editorial: Gobierno de Pichincha Año: 2019

Sonetos verdes Autor: Jorge Núñez Sánchez Género: Poesía Editorial: CCE Núcleo de Bolívar Año: 2018

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Pensar que muchos años deben transcurrir para descubrir que todo lo que se hizo tuvo algún sentido, si todo lo que se va viviendo y todo lo realizado deja una que otra satisfacción. Esos elementos con los que se tropieza a cada momento y luego de cada experiencia, pasan a formar parte del diccionario de la mente. Los términos que han de servir al individuo para actuar o dejar de actuar, le han de servir para adoptar una determinada actitud para cada nueva circunstancia.

«Son poemas que nos transmiten una atmósfera hecha con recuerdos de nuestros Andes, de los patios, del clima, de las chacras de maíz, de las tradiciones y de las personas que llenaron esa época. Estos son expresiones poéticas de ese mundo reflejo de la vida del autor, que nos sumergen con mucha sensibilidad en tan diversos aspectos como la lengua, los valores, las creencias y costumbres que forman parte de lo que somos y de nuestra herencia cultural». LEChL


Génesis de ausencia Sara Montaño Escobar

Mi señor de las manos Paúl Chimbo Torres

Género: Poesía Editorial: Viz-k-cha Editorial Independiente Año: 2017, 2019

Cabeza introducida en un saco Patricio Vega Arrobo

En Viz-k-cha Editorial Independiente tienen espacio todos los géneros literarios. Hasta el momento, Viz-k-cha Editorial Independiente ha editado 12 poemarios, dos libros de cuentos y dos antologías (una de cuento y otra de poesía). Los libros de Viz-k-cha son elaborados con hojas de papel reciclado de caña. Los dibujos de las portadas son creaciones de artistas plásticos lojanos, mientras que los prólogos de las obras son una colaboración de escritores locales y nacionales.

Palabra de Mujer Revista de la CCE, Núcleo de Imbabura Mayo 2019/Edición No. 22

Casa de la Cultura Ecuatoriana Extensión del Cantón Mejía 25 años Autor: Ramiro Caiza Género: Testimonio Editorial: Cultura Mejía Siglo XXI Año: 2018

La revista trimestral Palabra de mujer resalta los pensamientos, sentimientos y acciones de mujeres amas de casa, artesanas, religiosas, profesionales, intelectuales, políticas, gobernantes, etc., que desde sus diferentes ‘trincheras de lucha’ como guerreras, heroínas y lideresas en el hogar, trabajo y comunidad, han hecho realidad sus sueños, demostrando que no existen límites para los hombres ni para las mujeres, porque no somos ciudadanos de un solo lugar sino de todo el mundo.

«Más allá de la política partidaria, Ramiro Caiza logra emitir un testimonio comprometido con su tiempo. Luego de 25 años, su memoria intacta le permite acercarnos a los pasos fundamentales de la construcción de la Casa Carrión en el cantón Mejía, con un discurso serio y alentador en el ámbito de la gestión cultural colaborativa y autogestionaria». CMC

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BIBLIOTECA DE LA CASA DE LA CULTURA, GANADORA EN PROGRAMA ‘IBERBIBLIOTECAS’ La Biblioteca Pública de la Casa de la Cultura Ecuatoriana ‘Benjamín Carrión’, con el proyecto ‘Creación del servicio de extensión bibliotecaria para la Red de Bibliotecas de la CCE’, es una de las ganadoras de la Séptima Convocatoria de Ayudas 2019, del Programa Iberoamericano de Bibliotecas Públicas, Iberbibliotecas, seleccionado de un banco de 135 propuestas. El proyecto propone una Biblioteca Activa, que incluye una metodología pedagógica y lúdica para el desarrollo de las actividades de mediación de lectura en espacios no convencionales. Consiste en entregar una caja de madera con llantas, que permita su movilidad, y decorada singularmente con los colores y la representación de fauna y flora de cada provincia. En su interior transportará un lote de libros para público infantil, juvenil y adulto, y recursos de audio para personas con discapacidad visual. El compromiso de formación a bibliotecarios y mediadores de lectura es fundamental para la sostenibilidad del proyecto. El desarrollo del proyecto generará un nuevo proceso de trabajo, articulado en la red de Bibliotecas Públicas de la CCE, bajo un innovador enfoque para la gestión bibliotecaria ecuatoriana. Otro ganador de Ecuador fue el proyecto ‘Biblio Azuay: implementación de la biblioteca móvil y fomento de la lectura para la provincia del Azuay’, propuesto por el Núcleo de la Casa de la Cultura del Azuay.

ANTONIO SACOTO DONÓ LOS DERECHOS DE SU OBRA A LA CCE El doctor Antonio Sacoto (Biblián, 1932) donó los derechos de autor de su vasta obra a la Casa de la Cultura, con el fin de que sean digitalizados. El escritor hizo toda su carrera universitaria en Estados Unidos, donde recibió su B:A., Master of Arts, y el Ph.D en Columbia University. Ha ejercido la cátedra de Literatura Hispanoamericana y la Dirección de Estudios Latinoamericanos, es Director del Departamento de Lenguas y Literatura y profesor del Centro de Graduados. Además ha sido profesor en varias universidades del país. Sacoto es autor de varios libros entre los que destacamos: La actual novela ecuatoriana y otros ensayos; Juan Montalvo, estudios y antología; Siete novelas maestras del boom hispanoamericano; El cuento ecuatoriano 1970 – 2010; La novela ecuatoriana 1970 – 2000; Nuevos temas literarios; El ensayo ecuatoriano, entre otros. 128


panel FESTIVAL NUESTRO PASILLO Veinte dúos se clasificaron a la semifinal del Festival Nuestro Pasillo, organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana. De conformidad con lo que establece el reglamento, el 2 de septiembre se anunció a los clasificados además de los temas asignados para interpretar y el orden de participación de cada dúo. La Casa de la Cultura Ecuatoriana convocó desde el 1 al 26 de agosto de 2019 a cantantes de todo el país a inscribirse en el Festival Nuestro Pasillo, proyecto emblemático que reúne a los mejores dúos mixtos del país, con el objeto de interpretar pasillos consagrados. La convocatoria nacional, realizada a través de distintos medios de comunicación, logró un alcance notorio, se inscribieron un total de 130 dúos (260 cantantes) interesados en esta macroproducción de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Un jurado conformado por siete expertos de la música ecuatoriana calificó y escuchó a los dúos mixtos a través de los audios enviados como parte de la documentación de inscripción. Analizaron afinación, dicción y ritmo, entre otros factores. Ellos participaron en las semifinales del Festival programadas para el 22 y 29 de septiembre en el Teatro Demetrio Aguilera Malta de la Sede Nacional de la CCE, con entrada libre para el público. Claudio Jácome, director musical del Festival, mencionó que «se trata de algo histórico. Nunca antes en la historia de los festivales nacionales de este tipo de música, se han inscrito tantas personas como en esta ocasión». Por su parte, Carlos Páez, director de Fomento Artístico y Cultural de la CCE, agradeció a todos quienes se sumaron a la realización de esta producción. Además, destacó la importancia de que haya dúos variados en edad y de distintas provincias del país como Pichincha, Imbabura, Cotopaxi, Loja, Chimborazo, Orellana, entre otras, pues, esto confirma el cumplimiento de los objetivos institucionales y del Festival. Posteriormente los 20 dúos clasificados se presentaron en las semifinales y luego en el grupo de 12 finalistas que disputaron el primero, segundo y tercer lugar en la Gran Final del Festival en el Teatro Nacional de la CCE.

Claudio Jácome, director musical; Celia Salgado, Carlos Paez, director de Fomento Artístico; y Andrea Aguirre.

III ENCUENTRO NACIONAL ETNOGRÁFICO ‘LOS DIABLOS SE TOMAN QUITO’ Más de doscientos diablos y sesenta músicos participaron por tercer año consecutivo del Encuentro Nacional Etnográfico ‘Los diablos se toman Quito’. El Teatro Prometeo fue el espacio para que los siete colectivos participantes disertaron ante más de doscientas personas sobre el origen de la presencia simbólica del diablo en sus fiestas locales, así como su representación, mitología, vestimenta, danza ritual y gastronomía festiva. En la noche del mismo día, se realizó la toma simbólica de las calles del barrio La Mariscal, con la presencia de más de seis mil espectadores, para luego terminar el recorrido en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, con la presentación escénica de los Aya Uma de Alangasí, los diablos del colectivo La Gallada de Píllaro, los diablos de hojalata del colectivo los Puruhaes de Riobamba, los diablos de Semana Santa de Alangasí, los Aya Uma del Instituto ITI, los diablos de Cantuña y el colectivo Relatos del Curupí de la ciudad de Quito. Uno de los objetivos principales de la Casa de la Cultura es revalorar y difundir el Patrimonio Inmaterial del Ecuador, y se consigue gracias al apoyo de instituciones como la Administración Zonal La Mariscal del Municipio del Distrito Metropolitano de Quito.

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feria

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a FIL Quito 2019 tendrá lugar del 13 al 17 de noviembre en el Centro de Convenciones Metropolitano de Quito, ubicado en el Parque Bicentenario. Este año la Feria busca destacar el talento nacional que ha ganado reconocimiento en el exterior. Mónica Ojeda, Carla Badillo, Lupe Rumazo, Sabrina Duque, Solange Rodríguez, Jorge Martillo, Diego Falconí, Mauro Javier Cárdenas, María Fernanda Heredia, María Auxiliadora Balladares, Javier Vásconez, Abdón Ubidia, Salvador Izquierdo, Alicia Ortega, Yuliana Marcillo, Liset Lantigua, Siomara España, Sandra Araya son algunos de los escritores ecuatorianos que figuran en la lista de más de 50 confirmados, entre nacionales y extranjeros, que se darán cita durante cinco días en la capital. Entre los invitados internacionales están: Samantha Schweblin, Alberto Chimal, Rodrigo Blanco Calderón, Michelle Roche Rodríguez, Katya Adaui, Rafael Courtoise, Betina González, Agustina Bazterrica, Juan Carlos Méndez Guédez, Boris Muñoz, Alejandro Morellón, Magela Badouin, entre otros La programación literaria estará estructurada alrededor de temáticas como la diáspora: escribir desde un país lejano; el Primer Encuentro Internacional del Cuento Pablo Palacio; Un viaje al Centro de la Tierra: horror, fantasía y ciencia ficción; Loco afán: una mirada a la literatura queer latinoamericana desde sus protagonistas, y el Primer Encuentro Nacional de Promotores de Lectura del Plan de Promoción del Libro y la Lectura José de la Cuadra.

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