Roberts, nora trilogia de las llaves 01 la llave de la luz

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NORA ROBERTS

La llave de la luz

a la vez, en la mesa era un arte genial y misterioso. —¿Flynn? —Estoy trabajando —soltó sin alzar la vista. —No eres el único. Rhoda cerró la puerta a su espalda, atravesó el despacho y se sentó en una silla. Cruzó los brazos sobre el pecho y apuñaló con la mirada a Flynn a través de sus gafas de montura cuadrada. Pero sin el público, listo para consumir el arte y deseoso de hacerlo, el arte queda reducido a sobras endurecidas de las que hay que deshacerse... —¡Mierda! —exclamó Rhoda. Flynn se despegó del teclado. —¿Qué? —Has eliminado tres centímetros de mi artículo. A Flynn le entraron unas ganas irrefrenables de coger el muelle Slinky y de enrollarlo en la reseca garganta de Rhoda. —Dijiste que iba a ocupar treinta centímetros. —Y lo que me diste fueron veintisiete centímetros de sustancia y tres de relleno. Y yo suprimí el relleno. Era un buen texto, Rhoda. Ahora es un texto mucho mejor. —Quiero saber por qué estás siempre metiéndote conmigo, por qué estás siempre recortando mis reportajes. Apenas pones un pero al trabajo de John o Carla, mientras que a mí me los pones todos. —John se ocupa de los deportes. Lleva cubriendo los deportes una década. Para él son como una ciencia que domina bien. «Arte y ciencia», pensó, e hizo una anotación rápida para recordar ampliarlo en la columna. Y el deporte... Cualquiera que se fijara en cómo un lanzador de béisbol da forma con el pie al barro del montículo hasta que tiene la forma exacta, la textura, la inclinación... —¡Flynn! —¿Qué, qué? —Volvió a la realidad y rebobinó la cinta de su cerebro—. Corrijo a Carla cuando lo necesita. Rhoda, tengo el tiempo justo para acabar un artículo. Si quieres que sigamos con esto, concertemos una cita para mañana. La boca de Rhoda se redujo a una simple línea. —Si no solucionamos esto ahora, mañana no vendré. En vez de coger su figurita de Luke Skywalker e imaginar que el caballero Jedi blandía su espada láser y borraba la mueca de superioridad de la cara de Rhoda, Flynn se recostó en la silla. Decidió que había llegado la hora de que la borrase él mismo. —De acuerdo. En primer lugar, te diré que estoy hasta las narices de que me amenaces con irte. Si no eres feliz aquí ni con el modo en que llevo el periódico, entonces vete. Rhoda se puso de color escarlata. —Tu madre jamás... —Yo no soy mi madre. Ahora me toca a mí. Yo dirijo El Correo. Hace ya cuatro

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