Zen Trading Magazine - Ed 19

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Desde entonces, se dedica a expandir este mensaje en conferencias y charlas que dicta a personas de Ciudad Bolívar, empresas, colegios y todo aquel que quiera saber por qué un colombo japonés, que podría darse la gran vida en el país asiático, vive enamorado de Colombia. Precisamente, antes de dar una de estas charlas a una compañía en Bogotá, nos sentamos a tomar un café con Yokoi Kenji en el que hablamos sobre su historia y sobre esas herramientas que los latinos podemos aprender de la sabiduría del país del sol naciente para poder lograr nuestras metas.

Yokoi, ¿qué recuerdos tienes de tu infancia en Latinoamérica?

Viví en Costa Rica, Panamá y Colombia, pero los recuerdos más profundos que me marcaron y que conservo son de la época en la que viví en Ciudad Bolívar con mis abuelos. Mis vivencias ahí fueron muy importantes: el hecho de acompañar a mis amigos a vender pasteles por los barrios Candelaria, San Francisco, Juan José Rondón; la quebrada de San Francisco; los niños que recogían periódico y lo vendían por peso. Fue toda una odisea vivir en Ciudad Bolívar. Para mí fue una experiencia mágica.

¿Y de Panamá y Costa Rica?

En Panamá estudiaba con los hijos de los embajadores, esas amistades se daban gracias a la empresa en la que mi padre trabajaba, ese era un estrato social distinto y una realidad diferente. Lo mismo pasó en Costa Rica donde me dejaban con familias japonesas durante una semana para que aprendiera su cultura y el idioma. Eso fue bonito, pero nada me marcó tan profundamente como Ciudad Bolívar.

¿Por qué tu abuelo, con quien viviste en Ciudad Bolívar, fue tan importante para ti?

Se llamaba Jaime Gómez y le decían ‘El Paisa’ en el barrio San Francisco. Era todo un personaje. Siempre se paraba al frente de su almacén de zapatos y telas y a todo el que pasaba le decía ‘Juancho’, así hacía amistades. Era un hombre dedicado al comercio que no dejaba de hablar con las personas. Cuando el falleció casi 500 personas del barrio asistieron a su funeral. Yo pensaba que él sanaba con la palabra a la gente. Esas vivencias me marcaron y las recordaba mucho cuando, con 10 años, llegué a Japón a una cultura de tanto silencio.

¿Fue ahí donde decidiste sumergirte en las actividades sociales?

En Japón, en el colegio, los maestros les pidieron a los niños que me ayudaran porque yo no entendía el idioma, cada uno debía enseñarme una palabra, pero ellos se cansaron, empezaron a hacerme bullying y a enviarme al salón número 8. Yo pensaba que lo que querían decirme era “váyase para el infierno”, pero el salón 8 sí existía y ahí estudiaban los niños con síndrome de down. Yo no pude volver a salir de ahí, ese era mi salón porque enseñaban los colores, los animales, los números. Además, ayudaba a la maestra a cuidar y a jugar con los niños. Esto lo guardé como un recuerdo vergonzoso en mi adolescencia, ni le conté a mi mamá porque iba a poner el grito en el cielo. Sin embargo, siento que eso que partió del bullying fue mi primer paso hacia lo social.

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