Yorokobu Octubre 2010

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Cucharas, aviones, sombreros, coches, relojes,

velas, uvas, prismáticos, calcetines, botellas, sellos de correo, campanas, violines, árboles... cualquier objeto puede acabar formando parte de las ilustraciones de Lorenzo Petrantoni. Y no es que tenga el síndrome de Diógenes. ¿O tal vez sí? En todo caso, sería uno muy especial que le lleva a recorrer las bibliotecas y viejas tiendas de libros en busca de ediciones antiguas, normalmente llenas de polvo y olvido. Una vez detectado el ejemplar, este ilustrador y director de arte italiano lo hojea con cuidado y va seleccionando las imágenes que más le gustan. No importa el tamaño. Ni el objetivo para el que fueron creadas. Si le gusta una, se hace con ella. Una vez en su poder, Petrantoni hará que pierda la función divulgativa y didáctica para la que fue creada y adopte una nueva, una relacionada únicamente con la estética. “Unos van al campo a buscar setas y yo voy a Francia a buscar viejos libros de finales del siglo 19”, señala Petrantoni. Y de esa afición ha hecho su oficio. Por eso, cada vez que puede se escapa de Milán para hacer un recorrido por los ‘bouquinistes’ franceses. Allí pasa días, si es preciso, hasta encontrar el libro que le gusta. Y de ahí obtiene su materia prima. Esta forma de trabajar ha hecho que se gane el calificati-

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vo de ‘artesano de la imagen en blanco y negro’. Aunque el resultado es un collage absolutamente contemporáneo, no deja de ser la parte más romántica de su trabajo, y la más sorprendente en un mundo en el que la tableta del ordenador ha sustituido casi por completo al lápiz y el papel. “Los últimos años de 1.800 son los que más me gustan, es mi periodo histórico favorito. Todo el conocimiento estaba en efervescencia y esos años están repletos de invenciones, descubrimientos y novedades que quedaron plasmadas en libros”, explica Petrantoni. “Olvidados en esas viejas tiendas llenas de polvo he descubierto historias alucinantes y personajes que casi nadie conoce pero que, sin embargo, cambiaron nuestras vidas”. En aquellos años se editaron multitud de diccionarios y enciclopedias, la mayor parte ilustrados a mano. Pluma, tintero, papel y mucho talento para, con escasos medios, no dejar ni el más mínimo detalle de los objetos dibujados. Estos dibujos, mezclados con tipografías muy cuidadas han dado como resultado un estilo que el propio autor bautizó como ‘collages enciclopédicos’. Quizás por eso mirar sus obras es como buscar en un baúl de los recuerdos. Uno lleno de figuras, tipografías y signos de una época pasada que, colocadas estratégicamente, producen


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