Duele Mas El Viento - Joaquín Guerrero-Casasola

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Duele Más El Viento

—Aquí en la casa —aclaró Chele—, cuando Jacinto y el señor don Dani y los demás salieron a Guazapa. Mismo sitio donde yo los estuve esperando, pero yo del otro lado, por eso nunca los vi llegar. No porque Jacinto no estuviera dispuesto a buscarme. Además, si no llegó fue porque esos hijueputas de los cuilios le tendieron la emboscada. —¿Usted también estuvo en Guazapa? —Ardelio miró a Rosen. —Cabal —Chele volvió a tomar la palabra—, fue el último en ver con vida a Jacinto, pero ¿qué pasó con esa ‘jervecita prometida? Ardelio fue del otro lado de la barda, que separaba la cocina de la estancia. Abrió la puerta del refrigerador y se agachó a sacar la cerveza, mientras Rosen miraba alrededor, tratando de reconocer los rincones. —¿Pilsener o Corona? —se dejó oír la voz de Ardelio. —¡Nacional! —gritó Chele, sonriéndole a Rosen como un niño que se sale con la suya—. ¿Qué marca es el perrito? —preguntó, mirando al perrazo echado en el suelo. —Medio pastor y medio nada —respondió Ardelio. —Y medio caliente —dijo Chele, al ver que el perro tenía el pene encarnado. Ardelio regresó con tres botellas de cerveza. Rosen volvió a negarse. —¿Conocieron a Wellis, el periodista norteamericano? Vino a tomar fotos de la casa. Salieron en el Times. En los cuartos encontraron ropa de los compas y unas cartas que, según dicen, escribió Jacinto. Yo digo que eran falsas porque estaban muy en verso, que yo sepa Morazán no era poeta. Dalton sí. Por cierto, a los dos los mataron los traidores. A uno, los soldados, al segundo, la propia guerrilla. Por eso perdimos, porque ellos nos mataban a nosotros y nosotros a nosotros mismos... ¿Y usted, Rosen? ¿No se va a beber esa cerveza? Mírela, le está guiñando el ojo. 41


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