DÉJAME ENTRAR (John Ajvide Lindquist)

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John Ajvide

Déjame Entrar

Sí. Dentro del corazón de Virginia se está desarrollando un pequeño cerebro independiente. Este nuevo cerebro, durante su formación, ha dependido del cerebro grande. Ahora es autosuficiente, y lo que Virginia sintió durante un terrible instante es totalmente cierto: que viviría aunque su cuerpo muriera. Virginia abrió los ojos y supo que estaba despierta. Lo supo aunque el hecho de abrir los párpados no supusiera ninguna diferencia. Estaba igual de oscuro que antes, pero se despertó su consciencia. Sí. Su consciencia le hacía guiños a la vida al tiempo que otra cosa se escondía. Como... Como llegar a una casita de verano que ha estado deshabitada durante el invierno. Uno abre la puerta, alarga la mano buscando el interruptor de la luz y en el mismo instante en que ésta se enciende se oye el rápido chasquido, los arañazos de pequeñas patas en el suelo; uno capta el rastro de una rata que desaparece bajo el fregadero. Uno se siente molesto. Sabe que ha vivido allí mientras él estaba fuera. Que considera la casa como suya. Y que va a salir de nuevo tan pronto como apague la luz. No estoy sola. Sentía la boca como papel. No tenía tacto en la lengua. Siguió tumbada, pensando en la casita que ella y Per, el padre de Lena, alquilaron durante algunos veranos cuando Lena era pequeña. El nido que habían encontrado debajo del fregadero. Habían roído en trozos pequeños algunos cartones vacíos de leche y un paquete de cereales y construido una casita, una construcción fantástica de trozos de papel de distintos colores. Virginia sintió una especie de remordimiento cuando aspiró la casita. No, más que eso. Un sentimiento supersticioso de transgresión. Cuando pasó la trompa fría y metálica de la aspiradora sobre aquella edificación tan frágil y delicada, a la que la rata había dedicado todo el invierno, sintió como si estuviera expulsando de allí a un espíritu bueno. Y así fue. Como la rata no caía en las ratoneras y seguía alimentándose de la comida de ellos, Per puso raticida. Discutieron a causa de ello. Habían discutido por otras cosas. Por todo. A principios de julio la rata murió, en algún sitio dentro de la pared. A medida que el olor del cuerpo muerto y putrefacto de la rata se extendía por todas partes, también su matrimonio fue descomponiéndose aquel verano. Habían vuelto a casa una semana antes de lo previsto, puesto que no soportaban ni el hedor ni el uno al otro. El espíritu bueno los había abandonado. ¿Qué habrá sido de la casa? ¿Vivirá alguien allí ahora? Oyó un chillido, agitación. ¡Es una rata! ¡Entre las mantas!

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