Café de Grano, crónicas

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CAFÉ ENTRE PARES Hay sitios donde se juntan las personas que comulgan con inéditos ideales y se buscan para estrechar lazos fraternales y compartir sus sueños y esperanzas. Uno, llega a un espacio predestinado para tales fines y, sin llamar con campanillas, ni a viva voz, le siguen otros, que deambulan sin destino por la ciudad. A poco andar se forma la cofradía, sus integrantes inicialmente silenciosos y recatados, quizás, inquietos que algún otro tome una escoba y, como indeseables, los haga desaparecer. Luego, más envalentonados, toman posesión, nombran directiva y cuídese el malito que quiera botarlos a la calle. Son dueños y señores, se hacen servir y si alguien está ausente lo pregonan por toda la ciudad. Qué mejor espacio que un café. Con la bebida, consumida con gotario, se prolonga la permanencia por horas, y se adquiere así el derecho a la inmovilidad. Están pegados a las sillas, a los confortables sillones –algunos muy buenos para dormir y roncar- que, encadenados en superiores y enigmáticos temas, se olvidan de sus quehaceres ciudadanos. En este lugar, más precisamente en el Café Tavelli, de calle Andrés de Fuenzalida, nos encontramos con Cecilia –que, fumando espero…-nos saluda y nos invita a compartir su mesa. Está impaciente a nuestro veredicto de su novela todavía en barbecho Así nos encontramos hojeando un libro que no existe, palpitante en la memoria después de leerlo, en cuidadosas fotocopias. En un santiamén – y sin mayor preámbulo-, van quedando en tierra, heridos, guillotinados o muertos los personajes de la historia, que minutos antes vigorosos y aparentemente inmortales vivían en las hojas corcheteadas…Con los ojos suplicantes, Cecilia pregunta si alguien se salva…El café, aparentemente, enrojecido con tanta sangre, me sabe amargo, a pesar de las cuatro dosis de azúcar en sobre, esperanzados en endulzar la conversación… Por momentos, pensamos que nuestra amiga va a llorar, o salir corriendo, sin antes recibir certeros y justos golpes de venganza por nuestras ácidas palabras. Estamos dispuesto a todo, hasta cumplir una condena por desacato en cinco años y un día.. Lamentamos que en este largo y sepulcral silencio no recurriera alguno de los personajes de la novela – maltrechos o heridos a muerte- y pedir su protección. Pronto a arrepentirnos de los acusadores comentarios recién dichos, nos ilumina su maravillosa sonrisa, que no sólo ilumina sus propias facciones sino que le dan vida a nuestro marchito corazón: -Gracias, por tus comentarios, me estimulan a seguir trabajando con mayor ahínco… Poco a poco se va llenando el recinto de nuestros pares, aglutinados en las sendas de café y cada uno ya tiene una hoja manuscrita, un libro abierto o bien haciendo tribuna donde todos hablan y nadie escucha. Desde lejos, con mayor entusiasmo, se despide Cecilia, levantando su diestra en alto, en espera del próximo encuentro.


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