Posada del dragon volador

Page 35

falsa esperanza de que el propietario pudiera, si quería, encontrarles un hueco. Subí a mi coche y me dirigí, a la máxima velocidad que permitieron mis caballos, alHôtelduRéservoir.Pero encontré la entrada igual de abarrotada. El resultado fue el mismo. Aquélla era una situación irritante, pero ¿qué se podía hacer? Mientras me hallaba en el vestíbulo de este hotel hablando con uno de sus inten-dentes, mi postillón había logrado con excesivo celo hacer avanzar los caballos, poco a poco, a medida que los otros carruajes iban retirándose; ahora se hallaba ante la escalinata del hotel. Aquella maniobra resultó muy útil para subir al vehículo. Pero, una vez en él, ¿cómo salir de allí? Había coches delante y detrás, y no menos de cuatro hileras al otro lado. Por entonces yo tenía una vista extraordinariamente buena. Si ya antes había estado impaciente, adivinen cuáles serían mis sentimientos cuando vi pasar por el angosto margen que quedaba al otro lado de la calzada una calesa descubierta, en la que estaba seguro de haber recono-cido a la condesa, cubierta con el velo, y a su marido. Su coche había tenido que aminorar la marcha debido a un carro que ocupaba toda la anchura del camino y avanzaba con la lentitud propia de tales vehículos. Habría sido más inteligente por mi parte saltar a la acera y dar un rodeo por delante de los carruajes detenidos delante de la calesa. Pero, desgraciadamente, yo era más un Murat que un Moltke y preferí una carga directa sobre mi objeto antes que recurrir a ninguna táctica. Atra-vesé como una flecha el asiento trasero de un carruaje que estaba al lado del mío, no sé cómo; hice lo propio, dando una voltereta, en una especie de cabriolé, en la que un anciano y un perro estaban echando una cabe-zadita; salté repartiendo disculpas incoherentes por encima de un coche abierto, en el que había cuatro caballeros enfrascados en una discusión muy animada; tropecé al apearme y caí sobre los lomos de un par de caballos, que al instante se encabritaron y me hicieron morder el polvo de la calle. A quienes observaran mi intrépida carga sin estar al corriente de mi secreto debí de parecerles un demente. Por fortuna, la calesa que me interesaba había pasado antes de la catástrofe, y, cubierto como estaba yo de polvo y con el sombrero aplastado, pueden imaginarse que no deseaba realmente presentarme así ante el objeto de mi quijotesca devoción. Permanecí unos instantes en medio de una tormenta de insultos, desagradablemente atemperados con risotadas; y, en medio de todo aquello, mientras me esforzaba por sacudirme el polvo de la ropa con un pañuelo, oí una voz que me resultó familiar: -MonsieurBeckett! Volví la cabeza y vi al marqués mirando por la ventanilla de un carruaje. Fue una visión agradable para mí. En un periquete me encon-tré junto a la portezuela. -Lo mejor es irse de Versalles -dijo-; ya ha visto que no hay ni una sola cama libre en ninguno de los hoteles; y puedo añadir que no hay una sola habitación libre en toda la ciudad. Pero no se preocupe: he encontrado algo para usted que le puede convenir. Diga a su criado que me siga, y usted suba y siéntese a mi lado. Afortunadamente, acababa de abrirse una brecha en medio de aquel conglomerado de carruajes, y el mío estaba acercándose. Indiqué al criado que nos siguiera, y, tras dar el marqués unas órde-nes a su cochero, nos pusimos rápidamente en movimiento. -Le voy a llevar a un lugar confortable, cuya existencia sólo cono-cen muy pocos parisienses, y donde,


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.