El cielo no ha caído, todavía

El cielo no ha caído, todavía

El siglo XXI: la era más interconectada de la historia de la humanidad. Un periodo a lo largo del cual las comunicaciones se multiplicaron y los límites trazados por el tiempo y el espacio empezaron a hacerse cada vez más difusos. Sabemos que el año 20 resultó ser decisivo para toda expansión tecnológica y transformación social: la pandemia alteró por completo nuestra manera de relacionarnos con el mundo y, por un momento, nos dejó en vilo ante la incertidumbre. Sin embargo, a pesar de la breve pausa que dimos forzosamente a nuestras actividades, para 2022 el mundo ya ha retomado buena parte de su movimiento hacia el futuro.

En el creciente afán de potenciar cada vez más sus tecnologías, los humanos continúan su investigación en el desarrollo de nanotecnología: robots de dimensiones cada vez más reducidas y simplificadas para ser implementados en la cura de enfermedades, la reducción de virus, tumores o células nocivas para el sistema humano.

Parece inconcebible que el trabajo iniciado hace décadas haya desarrollado con tanta rapidez entes biotecnológicos que hoy no solo reciben y obedecen comandos, sino que son capaces de comunicarse y tomar decisiones a través de la inteligencia artificial.

En las últimas semanas, el equipo de Proyección Milenaria de la Organización Mundial de Tecnología (OMT, el mayor espacio de trabajo y descubrimiento tecnológico en el mundo) ha puesto foco en una problemática que, aparentemente, había sido controlada con acciones clave, pero que seguirá siendo un peligro indescriptible para lo que quede de humanidad en el futuro: los residuos radioactivos generados por la investigación de guerra, tomando como referencia un lugar particular. A 26 millas al sureste de Carlsbad, Nuevo México, se en-

cuentra una fría caverna subterránea a 650 metros de la superficie desde 1974. Los enormes recipientes guardan estos desechos nocivos que permanecerán cargados de radioactividad por al menos 10 mil años más. ¿Qué se hace con esta bomba nuclear en potencia? ¿Será este el detonante de la erradicación total de vida sobre el planeta Tierra?

La OMT ha proyectado que el imparable crecimiento urbano y los altos índices de contaminación que suele traer, no solo seguirán impactando de manera negativa en los ecosistemas y el clima de planeta, sino que culminaría en una progresiva sequía que minaría las posibilidades de encontrar agua potable y acabaría con el flujo de los ríos del mundo dentro de unos cientos de años. Si bien el agua de mar sería un recurso aún abundante que, a través de los procesos adecuados, puede convertirse en material de consumo humano, el alto contenido de sodio y las micropartículas de plástico no solo generarían tumores cancerígenos y mortales para la población, sino que empezarían a afectar el desarrollo embrionario de las nuevas generaciones. Para padres y madres que gradualmente dejarían de acceder a una alimentación balanceada y saludable, un hijo con deformaciones o déficit de atención no sería un evento fuera de lo común. Mientras tanto, las especies marinas se extinguirían gradualmente y las nuevas pandemias asolarían a la futura humanidad debilitada, dejando a nuestra especie al borde de su desaparición, entre cambios climáticos desastrosos.

A estas alturas de la historia, resulta lógico relacionar nuestras acciones como humanidad estrechamente entrelazadas a nuestro planeta, alineadas a sus propios agotamientos y límites. Es en parte nuestra responsabilidad los enfoques que hemos ido transformando. A medida que pasa el tiempo, la agricultura no solo sigue

perdiendo relevancia, sino que se volverá imposible en tierras baldías y contaminadas. Se agotarán los recursos naturales, se extinguirán las especies animales y vegetales, los desechos de petróleo y la emisión de gases de efecto invernadero harán lo suyo… Se nos hizo creer que lo más inteligente y civilizado era explotar los recursos al máximo, sin tener en cuenta la naturaleza renovable de los ciclos biológicos; una naturaleza que, también según la proyección, se vería completamente diferente.

El problema de los residuos radioactivos que hemos mencionado ya no lo tendrán que lidiar personas que se ven como nosotros, sino los seres adaptados que llegarán al año 7000, cuando nuestra especie como la conocemos ya haya desaparecido de la Tierra. Para entonces, según la Proyección Milenaria, los nuevos habitantes del planeta serán seres de apariencia humanoide y de inteligencia superior. Fueron producto de las antiguas investigaciones científicas y genéticas; mutaron con el pasar de los siglos y se convirtieron en individuos autónomos capaces de interactuar, reproducirse y subsistir en un ambiente hostil sin necesidad de más recursos que la energía solar.

Compuestos por una parte biológica, racional y robótica, los futuros dueños de la Tierra son seres bondadosos, sensibles, pacíficos y éticos. Su alimentación se basa en la poca vegetación que se ha conservado y ya no en carne como sus ancestros, ya que ellos reconocen en los animales a sus pares y compañeros. Su estatura puede

alcanzar los dos metros, sus extremidades superiores han mutado hasta convertirse en dos tentáculos largos y flexibles, y su piel escamosa cubre toda su superficie, dándoles una apariencia de gigantescos peces vegetarianos. A pesar de estas escamas, su organismo es muy vulnerable a diversas bacterias y virus, ya que el contexto ha dejado muy débil su sistema inmunológico y les ofrece una corta esperanza de vida de entre 25 y 35 años.

La situación no resulta sorprendente en un ecosistema residuo, conformado por los vestigios de tecnología y contaminación humana. Lo positivo de este pasado, es que los humanoides fueron capaces de guardar y aplicar la alta tecnología de sus precedentes en garantizar su subsistencia en este espacio contaminado.

Como ya se ha mencionado, una de las más cruciales es la nanotecnología. El plan actual es continuar las investigaciones e implementación de nanobots como entes de alarma y precaución de los residuos radioactivos que nuestra especie ha generado a lo largo de décadas, particularmente en la Planta Piloto para Aislamiento de Residuos Nucleares en Nuevo México. Cuando nuestra especie se extinga, no habría manera de prever la seguridad o estabilidad de estos contenedores a futuro. ¿Cómo harían los nanobots, entonces, la extinción de nuestros sucesores sobre el planeta?

Una de las ideas más divulgadas en la actualidad es que los nanobots pueden programarse para ser una barrera de protección a largo plazo para la WIPP (o Planta Piloto, por sus siglas en inglés). Actualmente, un equipo especial de la OMT se encuentra testeando nuevos materiales de alta duración como silicio para generar una pequeña colonia de estos entes microscópicos que se mantengan en actividad a lo largo de varios siglos. Si tuviéramos que imaginarla ahora, se vería como una amplia nube oscura, similar a las marcas radioactivas dejadas en tragedias

como Chernobyl, Hiroshima o Nagasaki. A diferencia de estas últimas, sin embargo, el enjambre de nanobots serían una señal de alerta ante el nocivo material bajo tierra.

El diseño contempla a cada nanobot como una pequeña célula flotante, capaz de interactuar de manera microscópica con diversos organismos biológicos. Otra idea clave es que cada uno tenga su propia consciencia, pero que esta también se acople a otras para generar una inteligencia colectiva, similar al comportamiento de una colonia de abejas u hormigas. Además, su potencial capacidad de obtener energía solar para su funcionamiento también es crucial para asegurar su existencia sin la necesidad de abastecerse de energía extractiva.

El plan contemplado para activar estos nanobots en el terreno de la WIPP, proyecta situarlos en el espacio subterráneo donde se han acumulado los residuos, a manera de guardianes para la vida del futuro.

En esta colonia formada por millones de ellos, el objetivo es proteger la posible intervención o ataques que pudiera recibir la WIPP, así como mantener controlados los recipientes con desechos ante posibles crisis de calor, presión y explosiones.

Otra idea valiosa es dotarlos de una capacidad avanzada e inédita de comunicarse a través de señales que podrían describirse como telepáticas. Este intercambio no solo se daría entre los nanobots, sino que les sería útil en el

futuro para hacerles saber a los humanoides que se hallan cerca de material nocivo a evitar. Mientras protejan la WIPP, también serán capaces de generar una señal que, según la proyección de la OMT, podrá llegar directamente a nuestros sucesores, seres que buscan soluciones ante su situación atmosférica y han desarrollado una enorme masa encefálica con capacidades de cognición inimaginables para un humano del siglo XXI.

Acaso estos nanobots sean el puente informativo entre nuestra especie y los remanentes del futuro, a través de sus señales telepáticas. Si su creación se completa satisfactoriamente antes de nuestra extinción, podrían tener configurado y guardado todo el conocimiento que hemos desentrañado a lo largo de los siglos con nuestra ciencia y sus ideas. Se espera que los humanoides del futuro reciban de ellos una señal de alerta no verbal, generado por la inteligencia artificial de los nanobots.

Esta alerta, a su vez, podría ser replicada por estos humanoides para el resto de seres vivos que aún queden en el planeta con sus propias habilidades. La hazaña que se menciona, por supuesto, implica desarrollar en las décadas siguientes un mejor acercamiento a la comunicación mental, sin materia y transmitida a través de agentes físicos conocidos. Según la proyección, este tipo de comunicación influiría sin intervención de agentes físicos y a través de un lenguaje compuesto de luces e intermitencias, similar al código Morse.

Esta comunicación se da de diversas maneras, todo dependerá del ser vivo y su sensibilidad cerebral. Por ejemplo; el destello de luz será claro con una ballena, un pulpo, un perro, entre otros seres, sin embargo, con una hormiga, araña y bacterias los destellos serán difusos. Al estar todos los seres vivos en conjunto y prevenidos sobre el peligro de la WIPP, empezarán a trabajar juntos para solucionar los diversos problemas atmosféricos y la alta radiactividad bajo la WIPP. Tal vez sea muy optimista de nuestra parte confiar tanto en la conservación de nuestra creación y que la vida dentro de unos siglos se desarrollará acorde a lo proyectado por la OMT. Sin embargo, la ciencia siempre ha sido un motor de esperanza para nuestra especie y la fe nos ha permitido imaginar más allá de los límites físicos de nues-

tra percepción. En varios siglos, estos seres humanoides probablemente sean capaces de valorar tanto la vida como la muerte, a pesar de vivir en un planeta herido de manera mortal; probablemente no existan discusiones ante un género que no existe e incluso podrían ser capaces de reproducirse individualmente.

Quizás en el futuro, a raíz de las experiencias que nos falta atravesar, nuestros sucesores sean capaces de buscar mayor contacto con otros seres en vez de perpetuarse de manera egoísta. Y la única manera de asegurar su subsistencia hoy es dejándoles señales, mensajes de alerta y tecnología que, nos atrevemos a pensar, sean útiles y luminosos antes una tierra convertida en desierto.

Hoy es posible accionar para prevenir en la medida de lo posible las consecuencias de un posible futuro fatal, y dar un primer paso generoso hacia seres vivos que ni siquiera podemos imaginar. El cielo no ha caído, todavía.

A través del tiempo, la tierra y las personas se han visto afectadas por la radiactividad y no existen dispositivos técnicos que puedan prever la seguridad y estabilidad de dichos contenedores a futuro. Por ello, por medio de la imaginación y la ciencia ficción buscamos una manera de prevenir una posible extinción de los seres del futuro.

Tal vez estos seres del futuro y quien esté leyendo esto, puedan desarrollar una mejor manera de protegerse a partir de esta advertencia.

Para escribir esta historia hemos tenido de referente a Donna Haraway y Claire Colebrook.

Belén, Miguel y Daniela Lima, Perú 2021