EL EMPELICULADO

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de un grupo social. En términos francos, un intento de suicidio da cuenta de la salud mental del entorno en el que vive un paciente. Mejor dicho, un intento de suicidio nos dice que algo alrededor anda mal. Los suicidas, como los alcohólicos y los locos, no son los que están enfermos como cree la mayoría de la gente. Los suicidas son el síntoma y la sociedad es la enfermedad. Los delincuentes, los que se salen del carril, son simples sensores, una alarma que se activa y que se pone en alerta cada vez que pasa lo que pasa y nadie debería culparlos de ser más sensibles que los demás. Un intento de suicidio, mejor dicho, es la supra-conciencia de un emblema nacional. En el caso de Paula, y el mío propio, el cuadro clínico estaba claro: estábamos buscando nuestra propia bandera. El símbolo que nos llevara a la nación de los paraísos perdidos. Nada sería la vida sin hedonismos. Ante una juventud dotada de sensaciones extremas, la perspectiva de una adultez llena de recuerdos dolorosos se mostraba insoportable. El caso de Paula, y mío, era muy grave. Mucho peor que el caso de Sid and Nancy, o que el de Kurt y Courtney. Ellos morían por apatía. Nosotros por sobrestimulación, por suprasensibilidad. Mucho perico, mucha marihuana, mucho éxtasis, muchas imágenes mass-mediáticas. Por eso nos interiorizábamos cada vez más y pasábamos días enteros tumbados en la cama, sin querer movernos, sin comer, sin apagar la tevé, sin William Zapata M.

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