EL EMPELICULADO

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-¡A ver si se pone las pilas mijito, porque usted ya no es ningún adolescente! ¡Usted ya es un viejo de treinta años! Bueno, pues en realidad tenía 28, (mi madre siempre tuvo problemas con los centros; era una extremista como yo. Si le preguntaba por el tiempo, exageraba la hora real entre 20 y treinta minutos, y dos horas), pero de alguna manera, ella tenía razón, yo ya no era ningún adolescente y había tenido unas cuántas buenas oportunidades en la vida, las cuales había desaprovechado. Por primera vez tuve noción de mi edad y de mi situación en el mundo. ¿Debería cambiar de emisora y escuchar música para viejitos? ¿O cambiar el género? Sintonizar algún programa de deportes. O de economía. ¿Un costurero? Apagar la radio y ¿poner algún reporte meteorológico? ¿Necesitaba un televisor? ¿Debía ponerme a leer la Biblia acaso? ¡Bah! De todas maneras, siempre me era fácil olvidar quien era. Apagué la radio y puse un casette de los Strokes eternamente adolescentes y luego otro de Misffits, cuyas letras nunca quise aprender muy bien. William Zapata M.

Fundido a Negro Producciones


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