EL DIARIO DE ANA FRANK

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Diario

Ana Frank

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plumón, sábanas, almohadas y mantas. En la habitación de al lado se oye un chirrido: es el catre tipo armónica de Margot. Nuevamente hay que extraer mantas y almohadas del sofá: todo sea por hacer un poco más confortables las tablitas de madera del catre. Arriba parece que se hubiera desatado una tormenta, pero no es más que la cama de la señora. Es que hay que arrimarla junto a la ventana, para que el aire pueda estimular los pequeños orificios nasales de Su Alteza con la mañanita rosa. Las nueve de la noche: Cuando sale Peter entro en el cuarto de baño y me someto a un tratamiento de limpieza a fondo. No pocas veces -sólo en los meses, semanas o días de gran calorocurre que en el agua del baño se queda flotando alguna pequeña pulga. Luego toca lavarme los dientes, rizarme el pelo, tratarme las uñas, preparar los algodones con agua oxigenada que son para teñir los pelillos negros del bigote- y todo esto en media hora. Las nueve y media: Me pongo el albornoz. Con el jabón en una mano y el orinal, las horquillas, las bragas, los rulos y el algodón en la otra, me apresuro en dejar libre el cuarto de baño, pero por lo general después me llaman para que vuelva y quite la colección de pelos elegantemente depositados en el lavabo, pero que no son del agrado del usuario siguiente. Las diez de la noche: Colgamos los paneles de 178


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