VUELTA DE TUERCA 54

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el ser humano está sujeto a tensiones biófilas y necrófilas cuya mixtura supera aquella lectura sexualizada[20]. Cada uno de nosotros es al mismo tiempo biófilo-necrófilo y tiene libertad para decidir qué tanto sus tensiones constructivas (éxito, constancia en fabricar el presente y distancia de la pesadilla de la salvación celestial), superan a las destructivas (fracaso, evocación del pasado y esperanza de que la muerte se convierta en el gran camino hacia el cielo). Nuestro necrófilo interior permite entender por qué la guerra es, para la mayoría de nosotros, una fiesta antes que una trágica forma de vivir. Algunos estudiosos han puesto al desnudo la guerra como una trágica solución, zafándola de su perversión festiva gracias a la cual matarnos unos a otros se percibe como una celebración. Sólo lo peor de nosotros encuentra en la guerra el único motivo para estar unidos y liberarnos de nuestra pesada insolidaridad, permitiendo que se nos conduzca cual borregos a darlo todo a cambio de algo, no importa si ese algo es la propia vida[21]. Se trata de un juego suicida donde los peores de nosotros, buena parte de ellos "doctores", maquinan la forma en que mientras ellos financian la fiesta guerrera, guardan sus ahorros y sus hijos en el extranjero, asegurándose de que los muertos sean cobrados entre la masa. Sin importar cómo quede muerta esa masa, si vestida de camuflado insurgente o envuelta en la bandera de la patria, el grito festivo retruena: ¡e viva la morte! Cohonestamos el fracaso (corruptor) Junto con nuestro amor a la guerra, nuestra proclividad mesiánico-narciso-necrófila favorece el fracaso colectivo. Criticamos los huecos y los trancones pero también las obras que los solucionan. Conspiramos contra quienes pretenden resolver los problemas y favorecemos a quienes gobiernan mediante cortinas de humo. Existe, por supuesto, otra forma de ver las cosas. Gobernar una sociedad de amantes del progreso resultaría más retador porque cada obra terminada estimularía emprender otras mayores y mejores. Pero como lo peor de nosotros ama el fracaso, no favorecemos ninguna medida constructiva sino que, por el contrario, estimulamos todo tipo de críticas conspirando para que las obras no avancen o, cuando avanzan, para que nunca se terminen. En un ambiente de tal degradación cunde la corrupción. Los, entre nosotros, políticos, burócratas, empresarios o ciudadanos venales, navegan a placer en medio de este ambiente destructivo. La mayoría necrófila resulta su mejor cómplice porque, antes que criticar a los corruptos, lo peor de nosotros critica al gobernante.

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