Yo Dona - Artículo Women´s Way

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Cielo, montaña y agua En esta página, de arriba abajo: El lago Phewa, en Pokhara (Nepal). Pasang Lhamu Sherpa, de 23 años, colaboradora de El camino de las mujeres y Viajes Sanga, es la única mujer nepalí instructora de montaña y, patrocinada por Expediciones Sanga, coronó el Everest el 17 de mayo de 2007. Dos jóvenes monjes budistas atraviesan el puente que cruza desde el dzong de Punakha, en Bután, hasta la villa del mismo nombre. En la página anterior: Sereh, guía de montaña y porteador, regresa a su casa después de haber subido al mirador de Sarangkot –a 1.592 metros de altitud–, desde donde se ve uno de los más bellos atardeceres del Himalaya.

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Si el día está tranquilo, el agua del lago Phewa se convierte en un espejo que rebota las montañas con un efecto tan hermoso que nos hace enmudecer.

Tras unos días en Katmandú, volamos hacia Pokhara con Yeti Airlines, nombre mítico donde los haya. Los miembros del grupo ya se conocen e intercambiamos charla, bromas y sitios en el avión para ver mejor la espectacular cordillera del Himalaya. De la ciudad a la que nos dirigimos parten grupos de aficionados al trekking o de escaladores avezados con ánimo de coronar alguna cima de los Annapurnas. Su perfil en el horizonte es imponente y da la impresión de que comienzan a un palmo de distancia. Entre ellos se alza el Annapurna I, el primer 8.000 escalado por un ser humano, en 1950. Pokhara se extiende a lo largo del lago Phewa, el segundo mayor del país, que recorremos en barca una soleada mañana. En mitad del lago, una parada en una pequeña isla para ver el templo de Barahi, la diosa del agua. De regreso, si el día está tranquilo, el agua se convierte en espejo que rebota las montañas con un efecto tan hermoso que nos hace enmudecer. Otra visita ineludible es al mirador de Sarangkot. Es interesante hacerla coincidir con el atardecer o pasar la noche en uno de los hoteles para ver amanecer en él. Espectacular. Volvemos a Katmandú para, desde allí, volar hasta Bután, el reino del dragón, un país que se nos antoja misterioso. En el aeropuerto se presenta nuestra guía, una butanesa llamada Edén. Tras llevarnos a comer y probar por primera vez los omnipresentes chilis con queso –el plato nacional–, nos conduce a un campo de tiro con arco –el deporte nacional–. Los participantes, todos hombres, separados en dos equipos, cantan y bailan cuando el contrario se equivoca, y lanzan gritos lastimeros si acierta. Antes de que caiga el sol partimos hacia la capital, Thimpu, en autobús. En Bután no hay trenes y el único aeropuerto es el de Paro. Se trata de un país eminentemente rural, en el que las montañas dan Z


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