Revista Universitaria n°157

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Fotografía Reuters

después del estallido. “Tengo la impresión, lamentable, de que hay que sufrir a fondo las consecuencias de todo esto para que se adquiera cierta sensatez histórica”, explica el filósofo.

“Cualquier observador de las últimas décadas de la historia de Chile puede darse cuenta de una aguda conflictividad interna, lo que me indujo, justamente, a tratar de entenderla para vislumbrar caminos conducentes a una convivencia colectiva fructífera, no destructora”.

la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile donde se formó, casualmente, bajo la dirección un andaluz y un vasco: Francisco Soler Grima –discípulo de Julián Marías y de José Ortega y Gasset– y Cástor Narvarte. A lo largo de medio siglo, su extensa obra está publicada en medios de una decena de países. No le parece casual que fuera el español José Ortega y Gasset, portador de una nacionalidad desgarrada, el filósofo que se sumergiera en ese problema. —¿Cuál podría ser la forma de modificar esa constante chilena, tan poco creyente en sus creadores y tan entusiasta por los modelos ajenos? —No basta con salir del paso. Uno puede decir que Francia debiera ser nuestro referente, por el esfuerzo de Macron por enfrentar las causas del malestar y recuperar el diálogo, pero esas son respuestas de corto plazo, temporales. —¿Qué sería algo más duradero, en Chile? —Creo que la clase política debiera apuntar a la educación, la elemental, donde veo un déficit enorme. Comenzar por triplicar o cuadruplicar los sueldos de sus profesores. 72

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Sabemos que Acevedo asigna una alta responsabilidad a un sector cuyo mismo nombre está hoy día desprestigiado: las élites. Pero, le parecen insoslayables: “Yo sé que es una palabra que ahora no se puede usar, lo que habla muy mal de nuestra opinión pública que así genera mucha autocensura, lo que no es bueno porque limita la libertad de expresión e impide el debate. Yo creo, como Ortega justamente, que una sociedad es una conjunción donde cada uno debe cumplir roles y ninguno tiene ‘la verdad’. Declarar que unos u otros la tienen, a veces, en función de las audiencias más populares, tampoco es bueno. No le echo toda la culpa a la clase política, porque todos somos un poco marionetas de lo políticamente correcto, pero ahora hay algo diferente más complejo”. —¿Por la calle o por las redes sociales? —Las dos se han acentuado fuertemente en estos últimos años; aunque la opinión pública siempre ha sido gravitante, ahora rebasó los límites razonables. —¿Llegamos a una sociedad sin liderazgos? —Nuevamente, hay roles que cumplir. No basta, aunque sea necesario, contar con una minoría de imaginación creadora, capaz de inspirar visiones de un mejor futuro para orientar los cambios, una minoría eficaz y no corrupta. También se necesitan las mayorías receptivas, abiertas en el buen sentido de la palabra, capaces incluso de crear mitos. —Algo escaso en Chile… —Aquí, por el contrario, se tiende a desmitificar, lo que es bueno en ciertos aspectos, pero en otros es muy nocivo, esto es algo que ha corroído el cuerpo social chileno. Personas como Pablo Neruda o Gabriela Mistral son despojadas de la admiración y estima que las rodea. Para eso, se exploran y se ponen de relieve los aspectos más problemáticos de sus vidas. Ninguno era perfecto, eran seres humanos, pero había algo en ellos, digno y valioso, que merecía ser cultivado. Como, según Ortega y Gasset, el mito es la hormona psíquica –lo que pone en movimiento, lo emocionante–, la ausencia


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