Revista Universitaria N°142: Especial Violeta Parra

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En su pintura religiosa, los espacios centrales vacíos se ciernen, en cambio, sobre los personajes empequeñecidos, proyectados por una fuerza centrífuga hacia los bordes. Así lo denota la obra “La Cena”, cuya mesa del banquete ha mudado en catafalco y la traición tiene el rostro policromo de una mascarada disuelta en el abandono, previo a la Pasión. El Hijo del hombre padece en los cuadros de Violeta. Desde entonces, a Violeta no le bastan sus afinadas cuerdas vocales para expresarse y la prolongación de su sonido en las de la guitarra. Ahora son hilos los que anuda y teje, como si hubiese entrelazado en su aguja la estela de los quipus, las tramas y urdimbres de los ponchos mapuches y la saturación de puntadas de reposteros, colgaduras, estandartes y alfombras de herencia hispano-morisca. Estos que antiguamente recubrían los muros enlucidos solo de barro, el suelo de tierra de las casas o animaban el paso de la procesión en las fiestas. El arte intensamente expresivo de Violeta debe a ellos su inspiración, más que a los cuidados bordados de mano de monja. La pulcritud, el canon y el modelo, tienen poco o ningún espacio en sus arpilleras y telas. Como las antepasadas que poblaron esas tierras hace cientos de años, ella tiene sus piezas ya compuestas; tatuadas en los huesos y en la piel. La tejedora chilota o la locera pomairina no necesitan los diseños previos; sino que los lle46

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van como la madre de la madre de su madre. Con lana y arpillera, la artista registra entre 1960 y 1962, un conjunto de animados motivos populares en tapices de amplio formato. Imagina, abstrae, despliega en estos personajes el ritmo musical de sus canciones y poemas, ondeando las texturas en el borde, ensartándoles ligeros elementos que quedan suspendidos, en vibración. Con hileras de puntadas de ida y vuelta, en cruce y fuga, atraviesa la forma y la desmenuza en pequeños planos cromáticos. El color se abre, se multiplica, ofrece sus tonalidades exuberantes o secretas y vibra, cromáticamente, en un acontecer musical. Dando un salto mortal sobre la lógica, y al modo surrealista, hilvana en una misma superficie motivos sin ilación. Liviana de equipaje navega Violeta al Viejo Mundo y llega a París en 1964. Expone sus obras en el Museo de Artes Decorativas del Palacio del Louvre. Es el año de la gran exposición, “El mundo de los naifs”, dirigida por Jean Cassou (primer director del Museo de Arte Moderno de París).


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