Harry Potter y la sombra de la serpiente (I)

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Urquhart soltó una exclamación de burla, mientras Goldstein y Cadwallader se acercaban a Harry, mirando la gárgola con curiosidad. — ¿Este es el despacho de McGonagall? — preguntó Cadwallader con curiosidad —. Nunca había estado aquí antes... — El despacho está detrás de la gárgola, idiota — dijo Goldstein. — Ya lo imaginaba, ¿vale? — respondió Cadwallader con acritud. — Así no vamos a ninguna parte — les interrumpió Harry, observando la gárgola. Nunca había entrado en el despacho de Dumbledore, ahora de McGonagall, sin saber la contraseña. ¿Bastaría con llamar a la puerta? Vacilante, alargó una mano para golpear la pared como si fuera una puerta. Dio un respingo cuando la gárgola aparentemente sin vida abrió un ojo para seguir con la mirada el puño de Harry. — Eh... disculpe — dijo Harry, sintiéndose bastante tonto. La gárgola parpadeó —. ¿Podría... eh... avisar a la directora de que queremos verla? La gárgola cerró de nuevo los ojos, y en ese momento, para asombro de Harry y de sus tres acompañantes, se apartó a un lado y la pared que había tras ella se partió por la mitad. Antes de que se hubieran repuesto del sobresalto, la profesora McGonagall surgió del hueco abierto en la pared. — ¡Potter! — exclamó, desconcertada —. Y Goldstein, Urquhart y Cadwallader... ¿Qué hacéis aquí vosotros? Los otros tres permanecieron en silencio, echándose imperceptiblemente hacia atrás para quedarse al márgen, en un inconfundible gesto que quería decir que Harry tenía ahora toda la responsabilidad. Éste se aclaró la garganta. — Er... verá, profesora McGonagall — empezó, vacilante —. Queríamos hablar con usted, si... si no le importa. McGonagall los miró de uno en uno, con los labios apretados pero una expresión de

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