La palabra escrita de Manuela Sáenz

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La palabra escrita de Manuela Sรกenz

Victoria Villanueva Chรกvez


La palabra escrita de Manuela Sรกenz

Victoria Villanueva Chรกvez



Indice

Introducción 6 Antecedentes 10 Una criolla en la América convulsionada 17 Ciudadana en la Patria Grande 25 Errante, forastera y peregrina 49 Un exilio más, esta vez en Paita (1835-1856) 63 Los saberes de Manuela, para seguir viviendo 72 Visitas que dejaron huella 84 La palabra escrita de Manuela en su lucha por la libertad 94 Bibliografía 100 Sobre la autora 106



Introducción

En el proceso de recuperación de la historia de las mujeres, los diarios, las cartas y los testimonios escritos y orales, son fuentes directas y fundamentales para conocer la multiplicidad de sus sentimientos, ideas, acciones e intereses. De este modo, es posible acercarse también al pensamiento que sobre ellas tenían otras personas y, lo más importante, saber cómo se percibían a sí mismas. Este es el caso de Manuela Sáenz (1797-1856). Sus diarios y sus cartas hacen posible conocerla tal cual era ella o, más bien, cómo ella vivía su singular personalidad, manifestando abiertamente sus anhelos de libertad para el continente americano, sin renunciar a la suya. Manuela Sáenz nos permite también conectarnos con el pasado en su propio ritmo, imaginar el convulsionado siglo XIX en América desde su mirada y, al mismo tiempo, vincularnos con otras personas de su entorno, especialmente mujeres, que no llegaron a ser reconocidas por la historia. Los diarios y las cartas de Manuela Sáenz dan cuenta de más de cuarenta años de su vida. Muchos de estos documentos se han deteriorado, son ilegibles o han acabado dispersos, pues Manuela vivió en muchos lugares, a veces en la clandestinidad, tratando de esquivar no solo los riesgos políticos, sino también las propias inclemencias del clima y los problemas de su salud. Sin embargo, la huella de Manuela se percibe en sus escritos, en su particular estilo, directo y querendón, amistoso y altivo. Escribía en tiempos largos, cuando las distancias eran reales, pero escribía siempre, por eso hoy podemos ingresar a ese controvertido mundo del siglo XIX donde las batallas dejaban tiempo también para las pasiones.


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El diario de Quito y el diario de Paita , así como la correspondencia con Simón Bolívar a lo largo de ocho años están contenidos en un 2 trabajo editado por el ecuatoriano Carlos Álvarez Saá , quien organizó 3 el Museo Manuela Sáenz en la ciudad de Quito y, sin lugar a dudas, constituye una fuente muy importante para reconocer los pasos de Manuela Sáenz a lo largo de su vida. 1

En esta búsqueda de la palabra escrita de Manuela, ha sido fundamental el encuentro del Epistolario de Manuela Sáenz con Juan José Flores, Presidente del Ecuador mientras Manuela estaba exiliada en Paita, cuyo estudio y selección estuvo a cargo del Doctor Jorge Villalba F., S.J. en una edición del Banco Central del Ecuador. También fue posible conocer a Manuela Sáenz a través del abundante material historiográfico sobre Simón Bolívar, especialmente las Memorias que escribieron Juan Bautista Boussingault y Daniel Florencio O’Leary, quienes formaron parte del entorno inmediato de Bolívar durante largos años. Ellos dejaron registrada su propia mirada sobre Manuela. Lo mismo ocurre con biografías como Bolívar. El caballero de la gloria y de la libertad, de Emil Ludwig, que cierra un largo estudio sobre Bolívar y hace referencia al destino de Manuela. Algo similar sucede con la biografía de Bolívar hecha por Salvador de Madariaga. Este recoge las osadías de Manuela en Bogotá, en circunstancias en que se resquebrajaba la unidad americana y se atentaba contra la vida de Bolívar. La biografía Manuela Sáenz, de Alfonso Rumazo González, también resultó un texto fundamental para entender a Manuela pues destaca el contexto de sus primeros años presenciando la revolución de Quito en 1809 y las contradicciones políticas que enfrentaron sus padres.

1 El Diario de Paita recoge la palabra escrita de Manuela Sáenz del 25 de julio de 1840 al 19 de mayo de 1846. 2 Álvarez Saá, Carlos, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995. 3 El Museo Manuela Sáenz está ubicado en la Calle Junín 709 y Montúfar, Quito.


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Manuela también fue motivo de asombro e incentivó la creación de novelas que la ubican como la amante inmortal, la amable loca o, simplemente, Manuela. Son estudios interesantes que recuperan la historia desde la vida de Bolívar o desde la de ella. Gabriel García Márquez en El General en su laberinto revive los ricos diálogos que a la distancia sostuvieron Bolívar y Manuela, plenos de fina ironía; la historia oficial queda transformada así en una punzante novela. Carlos Hugo Molina en Mi amable loca… se ubica en el Alto Perú, hoy Bolivia, adonde llegó Manuela con Antonio José de Sucre y Simón Rodriguez y donde, según Molina, Manuela logró iniciar sus sueños periodísticos en el Diario El Cóndor de Bolivia. También Molina comparte el menú de una cena que había hecho muy feliz a Bolívar, así como la correspondencia entre Manuela y Juana Azurduy. En este recorrido, no ha tenido la misma suerte la búsqueda de información sobre Jonatás y Natán, dos hermanas-amigas-esclavasnegras que, como veremos a lo largo de esta historia, estuvieron con Manuela desde la infancia. Fueron dos activas combatientes en las luchas independentistas, y acompañaron a Manuela hasta pocas horas antes de su muerte. No obstante, Jonatás y Natán, con excepción de un trabajo de Argentina Chiriboga, apenas son conocidas y no han logrado un lugar en la historia oficial.



Antecedentes

Manuela Sáenz nació y vivió en la primera mitad del siglo XIX, época de gran convulsión en América y en Europa. Se entregó con pasión y valentía a la lucha libertadora para hacer realidad el sueño de la Patria Grande, una América libre y unificada. Al mismo tiempo, desafiante y retadora, Manuela se permitió amar libremente a Simón Bolívar, sin mordazas ni barreras, ejerciendo su derecho de amar a su manera. Probablemente fue esa relación la que le otorgó un lugar en la historia oficial, aunque su historia no comenzó ni terminó con él. Este hecho no llama la atención, aún hoy es poco común que las mujeres aparezcan en la historia con voz propia. Por lo general, las encontramos subsumidas en la historia de otros y su tránsito por la vida, sus sentimientos e intereses difícilmente llegan a ser visibles. A pesar de todo, y contra todo, podemos encontrar los nombres de algunas mujeres presentes en los distintos momentos de la historia, en diferentes lugares, con características propias, de acuerdo con el entorno y con el tiempo que les tocó vivir. En las grandes convulsiones sociales, en los mismos instantes, ahí estaban ellas como insurrectas. En la Europa del siglo XVIII marchan las mujeres hacia Versalles en octubre de 1789, en París, y «en las sublevaciones de la primavera de 1795 son ellas quienes redoblan el tambor en las calles de la ciudad, quienes se burlan de las autoridades y de la fuerza armada, quienes arrastran a los viandantes, quienes penetran en tiendas y talleres y se trepan a las plantas altas de las casas para forzar a los recalcitrantes a marchar con ellas a la Convención»4. 4 Godineau, Dominique, Hijas de la libertad y ciudadanas revolucionarias, en Georges Duby y Michelle Perrott, Historia de las Mujeres en Occidente, Madrid, 2000, p. 34.


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Durante la revolución inglesa, las mujeres presentaban «peticiones al Parlamento, movilizándose e iniciando motines en las ciudades y los pueblos, cuando se violaban justas reivindicaciones y las autoridades no cumplían con su deber pues los precios del grano o del pan subían demasiado, los impuestos eran injustos, se cercaban los campos, se 5 cometían humillaciones religiosas» . En América las mujeres estuvieron presentes en acciones colectivas, en movilizaciones, revueltas, motines, participando con increíble valor; sin embargo, no han sido objeto de público interés y, por ello, sus nombres, lo reiteramos, no son reconocidos en la historia oficial a pesar de su contribución y aportes al quehacer nacional e internacional. En la lucha emancipadora reconocemos, en primer término, a Micaela Bastidas, que ”perteneció a la Junta Revolucionaria, y cumplió funciones militares y políticas en el gobierno de Tungasuca (...) presionando inútilmente al líder de la sublevación para que marchara 6 al Cusco sin ningún resultado» . Micaela es considerada la primera gran figura femenina peruana en la lucha política y militar. Otras mujeres indígenas estuvieron también presentes en este proceso. Tomasa Titu Condemayta, Cacica de Acos, provincia de Quispicanchis, Cusco, se unió al movimiento de Túpac Amaru y «dirigió una brigada de mujeres que defendió con éxito el puente Pilpinto (provincia de Paruro) de las tropas españolas. Tomasa Titu Condemayta fue condenada a muerte en 1781, y su cabeza fue enviada a Sangarará». Así mismo, Cecilia Túpac Amaru de Mendigure, hermana de Túpac Amaru y casada con el español Pedro Mendigure, fue una combatiente ejemplar, considerada por los españoles más peligrosa que la misma Micaela Bastidas. Por ello «fue humillada en las calles del Cusco, montada en un burro, semidesnuda, y condenada a recibir 5 Davis, Natalie Zemon, Mujeres y política, en Duby Georges y Michelle Perrot, Historia de las mujeres en Occidente. 3. Del Renacimiento a la Edad Moderna, Madrid, 2000, p. 238-239. 6 Guardia, Sara Beatriz. Mujeres peruanas. El otro lado de la historia, cuarta edición, Lima, 2002, p. 115.


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doscientos azotes. Murió en la cárcel a causa de los maltratos el 19 7 de marzo de 1783, antes de ser desterrada» . Al mismo tiempo, Juana Azurduy, Bartolina Sisa y Gregoria Apaza fueron valientes guerreras del Altiplano mientras que Policarpa Salavarrieta Ríos, conocida como La Pola, luchaba en Colombia y murió fusilada en Bogotá, el 14 de noviembre de 1817. Estas mujeres del siglo XVIII se adelantaron a su época, ingresaron a la lucha por convicción propia, decididas a terminar con la dominación española, pero murieron en plena rebelión, previa a nuestra emancipación. En el siglo XIX, en la lucha por la Independencia, tenemos una deuda con muchas mujeres que quedaron en el anonimato como la señora Quirós, compañera de armas y de vida de un montonero indio, Cayetano Quirós (1820-Ayacucho). La señora Quirós, cuyo nombre real no ha pasado a la historia, murió en combate como segunda comandante de la montonera y su actuación tuvo un significado muy importante para los montoneros. Ventura Ccalamaqui – o Buenaventura Fernández de la Cueva o Munive, más conocida como «Ccalla Maqui» - es otra joven mujer que en 1814 se puso a la cabeza de un regimiento de mujeres. Armadas de garrotes y palos amenazaban tomar el cuartel Santa Catalina en Huamanga, Ayacucho, ocupado por los españoles que seguían las órdenes del Virrey Fernando de Abascal. De igual modo, no puede olvidarse la historia sobre las hermanas Toledo, llamadas también las heroínas Toledo. El relato difundido señala que doña Cleofé Toledo, junto a sus hijas María e Higiena Toledo, encabezaron a un grupo de pobladores de Concepción para impedir el ingreso de las fuerzas enemigas al mando de Ricafort y Valdez, y derribaron el puente sobre el río Mantaro para evitar su avance. Sin embargo, Carlos Hurtado Ames, basado en una versión de las Memorias de Arenales, señala las ambigüedades del hecho e 7 Guardia, Sara Beatriz, Mujeres peruanas. El otro lado de la historia, cuarta edición, Lima, Perú, 2002, p. 125.


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incluso de una supuesta proclama de doñá Cleofé Toledo pues no se 8 encuentran las fuentes que sustenten estos hechos . A pesar de todo, en la región hay anualmente una conmemoración por la acción de las heroínas Toledo e incluso se han levantado estatuas suyas. En Ayacucho, María Parado de Bellido, acompañada de sus hijas, trabajó también por la causa libertadora informando a las fuerzas patriotas de los desplazamientos y poderío bélico realista y «gracias a los datos proporcionados por ella los patriotas pudieron abandonar el pueblo de Quilcamachay, un día antes que el enemigo los 9 sorprendiera» . Identificada y detenida debido a una misiva enviada con su nombre, y a pesar de que María era analfabeta, la amenazaron y torturaron para que diera los nombres de sus cómplices. Ante su rotunda negativa, fue fusilada. Ese silencio sobre la vida de las mujeres, según interpreta Sara 10 Chambers , tendría su sustento en la presunción de que eran seres apolíticos, a quienes solo les estaba permitido actuar como espías y seducir a los soldados para hacerlos cambiar de opinión. Las mujeres de la élite contribuían a la causa donando su dinero y sus joyas y participando en las tertulias donde se discutía sobre política y también se conspiraba. Las mujeres de origen más humilde seguían a sus esposos, padres y hermanos a los campos de batalla para ofrecerles apoyo y tomar las armas cuando fuere necesario. Sin embargo, concluye Chambers, aun cuando sabemos lo que hicieron las mujeres, poco sabemos sobre lo que ellas pensaban. Un recorrido por la historia es, pues, una aventura y mientras más penetremos en ella, desde diferentes esquinas, más nos sorprenderemos de aquello desconocido. Hoy la historia está llenándose de vida. No son más solo batallas, héroes y fechas importantes para 8 Hurtado Ames, Carlos, Las mujeres de Jauja en el Proceso de la Independencia. El caso de las Toledo, en Las Mujeres en los procesos de Independencia de América Latina, Lima, 2014, p. 169. 9 Pachas Maceda, Sofía, ¿Y las heroínas peruanas? El lienzo de María Parado de Bellido en la Sala de patriotas del Museo Bolivariano, en Las mujeres en los procesos de Independencia de América Latina, Lima, 2014, p. 220. 10 Chambers, Sara, Hispanic American Historical Review 81.2 (2001) 225-257.


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memorizar; hoy interesan los procesos, las transformaciones, que nos llevaron a nuevos modos de vivir y a distintas formas de gobernar. En aquella otra historia, rara vez las mujeres ocupamos un primer plano; sin embargo, ahí estamos, en la retaguardia, entre bambalinas, en escritos de los hombres sobre las mujeres, no figuramos como sujetos históricos sino, casi siempre, acompañando a algún personaje donde somos vistas en relación con ese otro, satisfaciendo los deseos de los otros, como el modelo de Sofía en el Emilio de Rousseau, una mujer comprensiva, responsable y amorosa, en contraposición 11 a Emilio, el ideal de hombre racional .¿Y qué pasó con Sofía, con sus aspiraciones y posibilidades? Su final poco feliz, lejos de ser un hecho individual conllevó también la infelicidad de Emilio, ambos sin poder lograr una vida plena. Hoy todavía nos asombra la ausencia de una mirada a la vida cotidiana, a la vida de mujeres y hombres, de gente común y corriente, a esa vida que transcurre entre personas que han sido silenciadas o ignoradas muchas veces por su audacia, porque se atrevieron a pensar y a proponer ideas diferentes. El movimiento de mujeres, con sus propias y auténticas inquietudes, ha dado un impulso decisivo para que otras mujeres y otros hombres investiguen y analicen esas vidas, las relaciones que establecieron. Se inicia así un importante rescate de la vida diaria, de la manera de vestir, comer y amar, de tantas luchas alrededor del mundo. Esta nueva mirada permite recuperar estimulantes experiencias de la vida privada y, por tanto, de los sentimientos y afectos que movilizaron a hombres y mujeres, llevándolos por diversos caminos. A pesar de estos esfuerzos, los estudios realizados son aún incompletos. En este quehacer, las dificultades surgen en parte porque las fuentes directas sobre la vida de las mujeres son escasas y de difícil acceso. Marguerite Yourcenar refería la «imposibilidad de tomar como figura central un personaje femenino; de elegir, por ejemplo, como eje de mi relato, a Plotina en lugar de Adriano. La vida de las mujeres es más limitada, o demasiado secreta. Basta con que una 11 Duby, Georges y Perrot, Michelle, Escribir la historia de las mujeres, en Historia de las Mujeres en Occidente, Madrid, 2000, p. 23.


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mujer cuente sobre sí misma para que de inmediato se le reproche que ya no sea mujer. Y ya bastante difícil es poner alguna verdad en 12 boca de un hombre» . Y Yourcenar apenas si pudo ofrecer rasgos de Plotina, esa emperatriz con pesadas trenzas, la amiga de Adriano que, finalmente, definió su destino. La otra Plotina quedó en el misterio. Este ensayo, pues, es sobre la vida de Manuela Sáenz, pero es sobre todo un recorrido por su historia basado en el punto de vista de su protagonista, es también un esfuerzo por encontrar más acompañantes y voces en este camino.

12 Yourcenar, Marguerite, Cuaderno de notas a las “Memorias de Adriano”, en Memorias de Adriano, Buenos Aires, 1995, p. 303.



Una criolla en la América convulsionada

«Difícil me sería significar el porqué me jugué la vida unas diez veces. ¿Por la Patria libre? ¿Por Simón? ¿Por la gloria? ¿Por mí misma?»

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Mientras América del Sur se debatía entre la monarquía y la independencia, Europa observaba con atención los acontecimientos que aquí se desarrollaban. Inglaterra continuaba su proceso de expansión intensificando su producción textil. En España, en 1778, Carlos III otorgaba el decreto de Libre Comercio y abría nuevos caminos hacia América del Sur; los puertos de Caracas y Buenos Aires se vieron beneficiados con el ingreso de las nuevas ideas que llegaban de Europa con Bolívar y San Martín. En Francia e Inglaterra el naciente feminismo liberal planteaba cambios estructurales y daba lugar a la aparición de las mujeres en la escena política. La acción para la liberación de las mujeres emergía con fuerza provocando transformaciones en la perspectiva de sus vidas, dotándolas a su vez de un protagonismo político que tenía características de ciudadanía en construcción. Los supuestos planteados por la Ilustración se fundamentaban en una distinción esencialista binaria: en un lado, los hombres, sujetos racionales, civilizados, participantes activos como trabajadores y como ciudadanos en la sociedad; en el otro lado, las mujeres, dependientes, que debían ser protegidas y mantenidas. El hombre estaba identificado con el espacio público, y a la mujer le correspondía la esfera privada. En ese contexto nació Manuela Sáenz. Corría la última década del siglo XVIII.

13 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 44.


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Mi patria es todo el continente americano Su madre era Joaquina Aizpuru, quiteña, hija de Mateo José de Aizpuru, vasco, Oidor de la Corona, propietario de la Hacienda Catahuango, en Quito, en ese entonces la Gran Colombia, lugar donde nació Manuela y donde vivió durante su primera infancia. El padre de Manuela era español, Simón Sáenz de Vergara, Regidor del cabildo de Quito, casado y con cuatro hijos. Simón Sáenz y Joaquina Aizpuru no solo no estaban casados sino que eran muy diferentes, mientras Simón Sáenz era un funcionario leal a la Corona, Joaquina participaba en las conspiraciones de la época contra España. ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo amenguaron sus discrepancias? La información encontrada es incierta. Manuela era, pues, hija ilegítima de un español. Era una ilegitimidad formal, propia de relaciones extraconyugales que gozaban de cierta permanencia, y en las que el embarazo era una consecuencia no deseada ni prevista, situación bastante generalizada en nuestra región. En relación con la fecha del nacimiento de Manuela hemos encontrado dos versiones. Por un lado, Álvarez Saá manifiesta que Manuela nació en diciembre de 1795 y que su madre murió el 25 de enero de 1796, “según consta en la partida rubricada por Máximo Parra en el libro de Defunciones No. 6, folios 15 de la parroquia “El 14 Sagrario” . Mientras tanto, Víctor von Hagen dice que “en la noche de Santo Tomás, Manuela fue llevada al rector de la iglesia de una parroquia de la periferia quiteña, quien procedió a bautizarla el 29 de diciembre de 1797, nacida dos días antes, una criatura espuria cuyos 15 padres no son nombrados” . Según esta información, Manuela debió nacer el 27 de diciembre de 1797. Lo cierto es que Manuela nunca manifestó preocupación alguna porque se conociera información detallada sobre la fecha y lugar de 14 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 21. 15 von Hagen, Víctor, La Amante Inmortal, Caracas, p. 26.


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su nacimiento. Por el contrario, ella declaraba que su patria era todo el continente americano pues había nacido bajo la línea ecuatorial. Sobre la historia de su madre se dice que murió al poco tiempo de nacer Manuela y que el padre tuvo que tomar decisiones sobre el futuro de la niña aunque, al parecer, pasó los primeros años de vida en el campo, en la Hacienda Catahuango, propiedad de la familia materna, a 15 kilómetros al sur de Quito, en las lomas de Turubamba. Eran los albores del siglo XIX y en América la abolición de la esclavitud estaba distante. La población negra había llegado a inicios del siglo XVI luego del desastre demográfico sufrido por la población indígena. Para suplir esta escasa mano de obra, se recurrió a la zona árabe de África del Norte. Ingresaban como esclavos por África Subsahariana, allí eran vendidos a daneses, portugueses, franceses, holandeses y luego trasladados hasta Cartagena de Indias, donde eran nuevamente vendidos. En el Perú, la población negra se ubicó en la campiña costera. Se dedicó a labores agrícolas, mantuvo el status jurídico colonial y no fue vista como una amenaza para la clase dominante. Sólo en 1854, se dio la manumisión de los esclavos negros por acción de Ramón Castilla, siendo presidente de la República Rufino Echenique. En ese contexto, el padre de Manuela salió en busca de compañía para su hija de ocho años de edad. Refiere Alfonso Rumazo González que Jonatás, su esclava, era cuatro años mayor: “Es negra retinta, esclava, comprada entre las negrerías del Chota. Fiel, discretísima, inquieta y conversona, caprichosa, inteligente, hace las delicias de su “patronita” Manuela. Plácele principalmente imitar a los animales – más tarde remedará a las personas -, y lo hace con grande acierto: maulla, gruñe, ladra, hasta canta y silba de cuando en cuando. Si le mandan a la calle, vuelve llena de noticias; si le llevan a misa, reza más que todos, puestos los ojos en blanco. Parece vergonzosa, ríe sonoramente. Detesta el trabajo; ama lo sensacional. Para Manuelita es un ser íntimo, casi una compañera indispensable. Juntas se pasan buena parte del día, conversan, discuten, pelean, juegan, se enojan y vuelven a amistarse. Y así van creciendo, unidas por el destino. Y unidas se quedarán hasta la hora 16 en que la una le acompañará a la otra al sepulcro” . 16 Rumazo González, Alfonso, Manuela Sáenz, Quito, 2003, p. 31.


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Jonatás y Natán, las dos esclavas de Manuela, tenían una larga historia de fugas y aprendizajes con nuevos amos y nuevos nombres, diferentes misiones y demandas variadas, nada diferente del destino de las esclavas sin historia que llegaron a las costas de América Latina, sin saber realmente dónde habían quedado sus madres o cuál era el nombre que tendrían que usar en estas tierras. En ese trayecto llegaron a Catahuango, ese lugar escondido en los andes donde se encontraba Manuela. El futuro en ese ambiente y con una niña de su misma edad fue seguramente más que alentador. Debían acompañarla diariamente y aprender a vivir en el campo, donde estaban obligadas a dar las largas caminatas, a diferenciar las épocas de siembra y de cosecha, a ambientarse tanto a las heladas como al brillante sol y a los días largos. Por su parte, Manuela aprendió a montar a caballo, como amazona, estableciendo un diálogo con ese animal traído por los españoles y perfectamente adaptado a las alturas de las montañas andinas. Más tarde, este fue su fiel compañero, la condujo tanto por los sinuosos caminos de la geografía sudamericana, como por aquellos de la guerra. Como toda niña de su época, no pudo evitar el aprendizaje del bordado y la repostería, pero Manuela, Jonatás y Natán solían escaparse para compartir comidas, ritos, canciones y danzas, época feliz que no duró mucho tiempo. Era de suponer que Manuela hiciera sus estudios regulares. A inicios del siglo XIX las aspiraciones educativas se ampliaron, aunque continuaron restrictivas para las mujeres y peor aún, estructuradas según la clase social. Fue así que Manuela, hija ilegítima, pero de una familia importante, pudo ingresar al internado de una institución religiosa en Quito, mientras sus dos esclavas negras estuvieron impedidas de acceder a la educación formal. No ha sido posible establecer con seguridad lo ocurrido con la educación de ellas, solo encontramos una referencia en la novela de Argentina Chiriboga, Jonatás y Manuela. Sobre la estrecha amistad de las niñas y sobre el misterioso refugio que compartían, ella escribe:


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“Manuela, con su mano sobre la derecha de Jonatás, le enseñó a dibujar las vocales. Muchas horas pasaron escribiendo el resto del alfabeto; la maestra Sáenz creyó perder la batalla, ideó técnicas y ambas mantuvieron fuerza de voluntad. Así, con el poder de convicción, inculcado por su esclava, convirtió el refugio en escuela. Ambas sentían placer al enseñar 17 y aprender” .

Conociendo los Conventos por dentro Manuela ingresó primero al Monasterio de las Conceptas, allí fue criada por Sor San Buenaventura y cuando esta muere por Sor Josefa del Santísimo. En 1813 Manuela es internada en el Convento de Santa 18 Catalina , ambos conventos son de monjas dominicas. Su padre pagó una considerable suma de dinero para su ingreso. En el Museo Manuela Sáenz, en Quito, se encuentra “un retrato que representa a una monja con dos niñas: Manuela con una hermana y, posiblemente, 19 Sor Teresa Salas, su tutora, quien le enseñó las primeras letras” . Es probable que al lado de Sor Teresa, o bien con la monja San Buenaventura, Manuela haya adquirido el gusto por las letras que la acompañó toda la vida, aunque, sin duda, también en los conventos fue entrenada para el rezo, la confesión y la comunión. La mayoría de conventos de ese entonces, eran de clausura para las monjas, pero abiertos para sus estudiantas, que tenían personal de apoyo para la limpieza y la lavandería. Mientras tanto, las alumnas salían sólo una vez por semana, aunque a través de sus ayudantas podían recibir información sobre lo que acontecía en sus casas y en la calle, y también podían enviar y recibir mensajes. La clausura no era rigurosa pues la portería se abría muy temprano y se cerraba en la noche.

17 Chiriboga, Argentina, Jonatás y Manuela, Quito, 2003, p. 132. 18 Villalba F., S. J.,Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 204. 19 Álvarez Saá, Carlos, Manuela. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 22.


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En realidad, como dice Patricia Martínez, los conventos eran espacios de libertad y de subversión y: “Más allá de la vida propuesta en el Perú de los siglos XVI y XVII, más allá de los monasterios para mujeres, de las casas de recogidas para las indias, de los sermones de sumisión para la raza india y negra y de los preceptos de poder para los blancos existió la libertad de invertir el orden 20 y de crearlo de nuevo" .

A comienzos del siglo XIX, la situación en Quito no debió ser muy diferente. Como los matrimonios debían ser convenidos por las familias, los raptos, las fugas, las huídas, se hicieron muy comunes. Se cuenta que una noche, en la última etapa de Manuela en el convento Santa Catalina, ella se fugó o fue raptada por Fausto d´Elhuyar, hijo de un químico y descubridor del tungsteno. Permaneció ausente durante unos días y cuando regresó al convento fue expulsada. Nela Martínez, sin embargo, rechaza esta versión pues dice que no existe un solo documento sustentador de este episodio: “Le inventaron un FaustoD´Elhuyar-casi onomatopéyico-, salpimentaron la supuesta 21 aventura y el retorno de la arrepentida al hogar paterno” . En todo caso, podemos suponer que este tránsito y prematuro abandono del Convento en momentos en que se había abierto la comunicación con otros lugares del mundo, permitió a Manuela relacionarse con nuevas ideas e imaginar otros futuros. Esta aspiración suya no fue de su exclusividad. En América se vivía con atención lo que acontecía más allá de sus fronteras y las mujeres de la época también trataban de seguir el rastro de lo que ocurría en el viejo continente. No se doblegaban ante los condicionamientos sociales impuestos para mantenerlas al margen de la Historia. Hay testimonios de esas aspiraciones e intereses, allí está Abigail Adams, quien hacia 1771 reclamaba un lugar para las mujeres haciendo alusión a las diferencias de oportunidades para viajar que había entre hombres y mujeres. Ella escribió una célebre 20 Martínez, Patricia, “La libertad femenina de dar lugar a dios”, Lima, 2004, p. 81. 21 Martínez, Nela, Manuela Sáenz, Coronela de los Ejércitos Libertadores de América, Quito, p. 16.


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carta a John Adams, su esposo cuando se encontraba elaborando la Constitución de los Estados Unidos. Le dice : "Las mujeres tienen muy pocas posibilidades de ir al extranjero y de explorar la sorprendente variedad de países lejanos y están obligadas a contentarse contemplando sólo una pequeña parte del nuestro esperando 22 el conocimiento que los hombres puedan adquirir en tierras lejanas” .

En ese contexto, el padre de Manuela consideraba que el matrimonio era una alternativa apropiada y sin que medie discusión con su hija, estando él en Panamá, estableció relaciones con James Thorne, inglés y comerciante, para fijar el monto de la dote y las condiciones de la boda. Definitivamente no se trataba de un matrimonio por atracción o amor para ninguno de los dos. Según informa Jorge Villalba F., S.J., “en 1817 dota a su hija Manuela en 8.000 pesos”, dote que nunca logró recuperar Manuela. James Thorne vivía en Quito pero tenía negocios y planes para radicar en Lima y este matrimonio le daba a Manuela reconocimiento social y la posibilidad de conocer también otro mundo, ver más allá de las fronteras. Lima, en 1817, época de gloria del Virreinato, era el centro de la actividad política y social. Era también un periodo muy importante por la llegada de las primeras misiones norteamericanas y de voluntarios europeos atraídos por el sueño de la independencia americana. Es de suponer que el interés por conocer otros lugares fuera también compartido por Manuela. Así se explica el entusiasmo con que emprende este primer osado trayecto. Sale de Quito a caballo, en compañía de Jonatás y Natán y con una casa a cuestas; al llegar a Guayaquil las tres continúan su viaje por el Pacífico en un barco pequeño, rumbo al Callao.

22 Rossi, Alice, “Remember the Ladies”: Abigail Adams vs. John Adams, en The Feminist Papers, From Adams to de Beauvoir, Boston, 1988, pp. 9-10.



Ciudadana en la Patria Grande

En el año 1817, casada con James Thorne, Manuela Sáenz llega a Lima por primera vez. Está dispuesta a vivir allí el resto de su vida, lejos del convento, de su padre, y con un marido que viajaba sin cesar. Se vivían los últimos años del Virreinato y Lima, a pesar de ser una ciudad pequeña, se encontraba en plena efervescencia. En esas circunstancias y en tanto esposa de Thorne, Manuela conoce a muchas personas de diferentes sectores sociales del mundo limeño, algunas vinculadas a la Corona a través de quienes participa en actividades sociales y culturales. Así conoce Manuela Sáenz a Rosa Campusano, su contemporánea y casi paisana, pues Rosa había nacido en Guayaquil, aunque para entonces radicaba en Lima. Manuela y Rosa tenían mucho en común; eran vecinas, se hacen amigas y comparten similares intereses. Poco tiempo después de conocerse se vinculan a las tropas libertadoras del Perú. Rosa se convierte más tarde en la compañera del General San Martín y es llamada “la Protectora” en alusión al nombre que recibió San Martín. Lima y la libertad El mundo estaba en movimiento, eran los últimos años del Virreinato que, entre 1816 y 1824, estuvo al mando del Virrey Joaquín de la Pezuela y de José de la Serna. San Martín avanzaba hacia el Perú desde el Sur. Desembarcó en Pisco, entró a Lima, y el 28 de julio de 1821 proclamó la independencia del Perú. Este solo acto no fue suficiente, hubo necesidad de tres años más de lucha, esta vez en la zona andina, y solo después del triunfo de la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, José de Canterac firmó la capitulación.


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Eran años de gran agitación y, como refiere Jorge Basadre, en 1820: “Ser patriota púsose a la moda. Lo que años antes pareció utopía absurda, volvióse realidad inminente. Los mismos que habían loado a los virreyes 23 preparáronse a loar a los libertadores” .

Basadre hace referencia a un estudio de Germán Leguía y Martínez sobre los patriotas de Lima representados por clubs, logias o centros, luego se ocupa de la actuación patriótica de las mujeres, 24 a las que dedica un capítulo íntegro . En este grupo de mujeres participa Manuela, acompañando emocionada y muy de cerca la gesta patriótica. Era una etapa sumamente difícil, de conflictos por el abandono de las minas y de los terrenos agrícolas, por los abismos entre las clases ilustradas y la masa indígena, y también por las enormes dificultades en las comunicaciones marítimas y terrestres, muy lentas y escasas. En esas circunstancias, transcurría en Lima la vida conyugal de Manuela con James Thorne que por sus negocios, tenía que realizar viajes permanentes. Estas ausencias eran propicias para que Manuela pudiera sentirse con más libertad, conocer directamente de las luchas independentistas y así poder insertarse en círculos patrióticos que conspiraban contra la Corona. Amparada en la saya y el manto, participaba sin hacerse notar, clandestinamente. Con la ayuda de Jonatás y Natán llevaba las proclamas de las prensas clandestinas que luego, en las noches, eran colocadas en los muros de Lima. Al enterarse de las secretas actividades de Manuela, James Thorne se alteró por los riesgos que corrían su propia vida y sus negocios. Conminó a Manuela a que abandonara el apoyo a la causa patriota. Esta demanda no tuvo eco en ella, y por el contrario, trató de explicarle su importancia, de convencerlo de que se sumara a esta lucha libertadora aportando dinero, a lo que Thorne se negó. 23 Basadre, Jorge, La Multitud, la Ciudad y el Campo, Lima, 1947, p. 148. 24 Basadre, Jorge, El Azar en la Historia y sus Límites, Lima, 1973, p. 152.


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No obstante, Manuela siguió trabajando por la revolución y en julio 25 de 1819 logró persuadir a su hermanastro José María, y a otros oficiales, que integraban el Batallón Numancia, para que se pasaran a las fuerzas patriotas. Precisamente en este contexto Manuela Sáenz es reconocida con la “Orden del Sol” que el General San Martín había creado el 8 de octubre de 1821. Como dice von Hagen: "La Orden del Sol era más que una mera condecoración; era la insignia de una nueva nobleza republicana. El 23 de enero de aquel mismo año, Manuela Sáenz de Thorne se había incorporado a un impresionante grupo de ciento doce mujeres, destacadas patriotas de Lima, que iban a recibir este honor. Habían desfilado por las calles de Lima hasta el antiguo palacio del Virrey, donde se desarrollaron las lucidas ceremonias. Manuela figuró 26 entre las grandes damas de Lima" .

Entre las caballeresas seglares se encontraban las condesas de San Isidro y de la Vega y las marquesas de Torre Tagle, Casa Boza, Castellón y Casa Muñoz, así como treinta y dos caballeresas monjas, que habían sido escogidas entre las más notables de los tres monasterios de Lima. Sin embargo, von Hagen precisa que “por sus servicios de importancia en la conspiración libertaria, Manuela Sáenz y la favorita del Protector también son acreedoras al galardón 27 con derecho propio” . Este reconocimiento se otorgaba a las mujeres que habían adherido a la causa de la independencia y el distintivo era rojo y blanco con una inscripción que decía “Al patriotismo de las más sensibles”. Obviamente, su significado era enorme pues representaba un soporte fundamental para las mujeres que, en esos momentos de grandes contradicciones dentro de sus mismas familias, habían enfrentado ásperos debates en torno al destino de la patria. 25 Alvarado, María Jesús, Amor y Gloria, El Romance de Manuela Sáenz y el Libertador Bolívar, Lima, 1952, p. 41. 26 von Hagen, Víctor, La Amante Inmortal, Caracas, pp. 40-41. 27 Rumazo, Alfonso, Manuela Sáenz, Quito, 2003, p. 104.


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Muchos hombres temieron perder algunos de los privilegios que tenían con la Corona, y en la privacidad de sus hogares ventilaron intensamente estas diferencias con sus mujeres. Esperaban de ellas que fueran las guardianas de la familia, que se ocuparan de mantener el hogar unido. Relacionaban las obligaciones familiares y la maternidad con un rol pasivo, de ninguna manera con una participación activa en defensa de una causa. Las mujeres que lograron eludir esa jerarquía social constituyeron un contingente de avanzada, en pensamiento y en acción. Como Ludwig escribe : "Sin las mujeres, América nunca hubiera alcanzado su libertad. Muchos de los círculos, clubs y conjuraciones que entonces se formaron en América del Sur nacieron a impulsos de mujeres heroicas y apasionadas. Fueron ellas las primeras en llevar la sublevación a la calle, en lucir la banda revolucionaria, en cantar cantos patrióticos; más tarde, siguieron a sus maridos o a sus amantes a los campos de batalla, tan firmes a caballo como a pie, a veces con un niño al pecho, otras con pantalones de soldado: 28 como en las viejas estampas" .

La historia tiene una deuda con esas ciento doce mujeres que, al igual que Manuela Sáenz y Rosa Campusano, decidieron ponerse al lado de las fuerzas patriotas. ¿Cómo lo hicieron las mujeres con títulos nobiliarios? ¿Y las monjas de convento? Podemos suponer que hubo aportes económicos, en moneda o en joyas, que hubo atención alimenticia o que dieron protección en sus casas o conventos. Pero, en definitiva, poco se sabe de esa entrega, de ese darse, de las mujeres. En Quito, una patriota Durante esos años, la vida en Lima era de gran efervescencia y Manuela, ubicada en el centro mismo del acontecer político, podía tener clara y directa participación en acciones de conspiración y de relación con la élite política. La relación con James Thorne se hizo insostenible y pretextando la necesidad de resolver problemas familiares en Quito, Manuela decidió su regreso.

28 Ludwig, Emil, Bolívar El caballero de la gloria y de la libertad, Buenos Aires, 1942, p. 66.


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Era el año 1822, y allí en Quito la lucha por la independencia estaba también en sus momentos más importantes. Con el entusiasmo y la experiencia que traía Manuela por los acontecimientos en el Perú, se inscribió de inmediato como voluntaria del Ejército Independentista y siguió con atención las noticias sobre los sucesos en el campo militar. Las incidencias de esos días por la independencia americana en su propia tierra habían comprometido de diferentes maneras a Manuela, quien trataba de encontrar la mejor forma de apoyar. Los caminos eran distintos e involucraban a la gente de su entorno, como Jonatás y Natán. La relación con ellas era de absoluta confianza. Si bien eran sus esclavas que obedecían sus órdenes, cumplieron misiones de la más absoluta confidencialidad en el campo del espionaje, que habían desarrollado muy bien en Lima. En general, las mujeres demostraban suma eficacia en este tipo de tareas, pues la participación directa en las batallas les estaba prácticamente vedada. Fueron días de intensa agitación, y Manuela se lamentaba de no poder estar presente en la Batalla de Pichincha, decisiva para la independencia del Ecuador, que tuvo lugar el 24 de mayo de 1822. Al respecto dice: “Los señores Generales del Ejército Patriota no nos permitieron unirnos a ellos; mi Jonathás y Nathán sienten como yo el mismo vivo interés de hacer la lucha, porque somos criollas y mulatas, a las que nos pertenece la libertad de este suelo.Sin embargo, seguimos a pie junto a este ejército 29 de valientes” .

Manuela reconoce las diferencias sociales, “somos criollas y mulatas” pero, al mismo tiempo, las tres tenían los mismos derechos para luchar por la libertad, porque esta les pertenecía a las tres. La Batalla de Pichincha estuvo al mando de Antonio José de Sucre. Fue así como se constituyó la República de la Gran Colombia. El pueblo entero, exaltado por el triunfo, se congregó en Quito esperando la llegada de Simón Bolívar, cuya presencia legitimaba el establecimiento de la República. Naturalmente, Manuela se sumaba al estusiasmo general como parte del comité de recepción. 29 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 10.


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Se celebró un tedeum en la Catedral presidido por Antonio José de Sucre y su Estado Mayor y Manuela “aunque no era devota hizo traer abundantes flores para el adorno del templo y asiste tal vez entre las 30 primeras” . En tales circunstancias, al igual que otras mujeres de su época, Manuela imaginaba mil formas de expresar su apoyo a esa causa política. Todas se esforzaban por ofrecer lo mejor que tenían, y lo hacían con entusiasmo. Recogían de sus casas enseres o menaje para organizar de la mejor forma el recibimiento al héroe del día y Manuela aportó jazmines de la Hacienda Catahuango y hasta prestó la vajilla y cubiertos de plata, que eran regalo de matrimonio. Se celebró un tedeum en la Catedral presidido por Antonio José de Sucre y su Estado Mayor. En el Comité de Recepción también se encontraban otras mujeres, vecinas de Manuela. En su diario del día 16 de junio, ella menciona los nombres de “la señora Rosalía y su hija Eulalia del Carmelo, la viuda del Coronel Patricio Pareja, las señoritas Pilar y María del Carmen Gómez Donoso, la señora Camila Ponce, la señora Abigail Rivas de Tamayo, dueña del bazar “Borla de Oro”, quien donó todos los encajes, bordados y botonaduras para los 31 uniformes del batallón Paya” . Es interesante anotar que para Manuela era fundamental reseñar los detalles del estado civil y social de las mujeres y sus aportes, casi como si quisiera asegurarse que sus nombres y sus donaciones quedaran registrados, pues, sin duda, les otorgaba un gran valor simbólico en esa guerra. Fueron muchas y diversas las mujeres que llegaban ansiosas por estar allí, por participar aunque sea de costado, descubriendo formas particulares para hacerse presente con lo suyo, lo propio. Por supuesto, era imperativo también lograr un lugar en los balcones para divisar de cerca a Simón Bolívar, erguido en su caballo blanco y aclamado por doquier.

30 Rumazo, Alfonso, Manuela Sáenz, Quito, 2003, p. 111. 31 Álvarez Saá, Carlos, Manuela. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 15.


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Manuela y Simón Quito se engalanaba para recibir a Simón Bolívar. Se trataba de su ingreso triunfal y su llegada era el acontecimiento más importante de todos los tiempos. La gente se agolpaba en las calles esperando ver a ese hombre legendario. Manuela Sáenz anhelaba también un lugar para observar la llegada de Simón Bolívar y logró una ubicación de privilegio en el balcón de Juan de Larrea, un notable de la ciudad, viejo amigo de la familia de Manuela y organizador de la recepción. Desde allí, ella y muchas otras mujeres lanzaban gritos de júbilo al héroe vestido de gala y montado en su caballo blanco. Llovieron las flores, entre ellas una corona de rosas y ramitas de laurel arrojadas por Manuela, y que cayeron precisamente en la frente de Simón Bolívar. Ese mismo día, por la noche, Juan de Larrea ofrecía una recepción en su casa. Todo el mundo quería estar cerca del hombre de quien tanto se hablaba. Se trataba de verlo, de hablar y bailar con él. Era la gran fiesta popular y cada quien había contribuido con enseres, comidas y bebidas. Cuando el momento llegó, al ritmo de la música manifestaron su alegría bailando durante largas horas. Fue así, en medio de esa algarabía, de fuertes pasiones y euforia colectiva que Manuela y Simón se conocieron. Es a partir del triunfo de la Batalla de Pichincha y de la llegada de Simón cuando se inician también los diarios y las cartas de Manuela Sáenz. Gracias a ellos podemos saber un poco más de esa primera noche con Simón, de sus bailes, de sus risas, de esa primera competencia alrededor de sus aficiones literarias: Bolívar recitaba en latín a Virgilio y a Horacio mientras Manuela citaba de memoria a Tácito y Plutarco. Después, ambos abandonaron sigilosamente el Baile de la Victoria para dar lugar a la celebración del amor. Desde entonces transcurrieron ocho años de amor, sin tapujos y de espaldas a los convencionalismos sociales. Manuela no escondía su matrimonio con James Thorne y públicamente se refería a él como


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un inconveniente. En esa época el divorcio no estaba permitido y su matrimonio no podía ser anulado. Pero este no fue un obstáculo, ella estaba convencida de que era preciso dar un lugar privilegiado a sus pasiones e intereses, y no estaba dispuesta a renunciar a la felicidad. Jamás titubeó en manifestar en alta voz su derecho a amar y el divorcio dejó de ser así una preocupación en su vida. Como mujer, siempre creyó en su capacidad y derecho sobre el disfrute del cuerpo, sin distinción de espacios o fronteras, ya sea en el campo de batalla, en momentos de guerra, o en la calma de las múltiples casas donde estuvo albergada. En campaña, al lado de Simón, no extrañaba para nada una mullida cama o reservados dormitorios, como se desprende de esta carta que Bolívar le dirigió: “Me embriaga sí, contemplar tu hermoso cuerpo desnudo y perfumado con las más exóticas esencias, y hacerte el amor sobre las rudimentarias 32 pieles y alfombras de campaña” .

En el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, se puede observar la pequeña y débil cama de campaña de Simón Bolívar; es fácil comprender por ello que las alfombras eran mil veces más apropiadas para la expresión de sus amores. También se ha escrito mucho sobre los celos de Manuela pues Bolívar no necesariamente descansaba entre viaje y viaje. Son conocidas sus historias con otras mujeres a quienes amó y que también lo amaron. Lo cierto es que Manuela Sáenz sí reclamaba una fidelidad que al parecer nunca se dio, pero ella no se cansaba de insistir y hasta de amenazarlo: “Cuidado con las ofrecidas. ¡Que de mi se olvida para 33 siempre!” . Se cuenta que en algún momento Manuela encontró un arete en la cama de Bolívar, esto desató sus iras y por poco le arranca los ojos al Libertador. 32 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 101. 33 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 99.


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Al mismo tiempo, Manuela expresaba la necesidad de seguir luchando intensamente por la independencia. Nunca dejó acontecimiento alguno sin respuesta directa y decidida, a veces mediante acciones reñidas con la autoridad o con las convenciones de la época. En momentos de emergencia, se pronunciaba públicamente con desenfado y atrevimiento, con insolencia, dirían otros. Era una convencida de la imperiosa necesidad de luchar por la libertad, por un continente propio, contra la corona española. Estaba segura también de que la independencia no podía permitir exclusiones, debía ser integradora, y con esas ideas libertarias estuvo al lado de Simón Bolívar, a quien amó sin olvidar jamás que era también compañera de ruta en la guerra. Pero la guerra es siempre un escenario de enorme dramatismo, es enfrentarse a la muerte en cualquier momento y presenciar, con desgarramiento e impotencia, la muerte de otros. No obstante, la guerra es también la lucha de pasiones, de ideales compartidos u opuestos y la lucha por la independencia puso en evidencia todas estas pasiones. El sueño de la Patria Grande Quienes lucharon en ese entonces por la libertad fueron, sin duda, hombres y mujeres de mucho valor decididos a hacer frente al imperio español, aunque sus estrategias fuesen diferentes. Bolívar tenía el audaz sueño de la Patria Grande; creía en la formación de una gran nación andina, con un poder centralizado capaz de impedir la anarquía que pudiese surgir del proceso independentista e invalidara el progreso económico. Sustentaba su propuesta en una nacionalidad geográficamente extendida capaz de defenderse de las grandes potencias europeas, más aún si se tomaba en cuenta otras experiencias como la independencia de Brasil frente a la monarquía 34 portuguesa .

34 Aricó, José, Marx y América Latina, Lima, 1980.


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El proceso posterior a la independencia puso en evidencia las grandes contradicciones de los países bolivarianos; se abandonaron las ideas integradoras y el sueño de la unidad de los pueblos. Se inició una lucha intensa entre los mismos patriotas, creando decepción y amargura entre ellos, resquebrajando los anhelos de libertad y de independencia, poniendo por delante las diferencias en torno a las estrategias para afirmar el poder. La propuesta federativa de Bolívar, con un fuerte gobierno central, aunque fuera transitorio, se enfrentaba a los planteamientos de gobiernos independientes del general José Antonio Páez, en Venezuela, y del general Francisco de Paula Santander en Colombia, diferencias que venían de mucho tiempo atrás. En 1822 Santander ya manifestaba sus intereses y cuestionaba las acciones de Bolívar en el Sur por tratarse de territorio extranjero. Esta visión de Santander era opuesta a la idea de la Patria Grande. Más tarde, en marzo de 1823, cuando Bolívar demandaba refuerzos humanos y armamento, estos le fueron negados u otorgados con tardanza, y Santander le exigía retornar a Santa Fe pues la campaña costaba al erario. El sueño de la Patria Grande de Bolívar se frustró. Venezuela inició su separación y Colombia se aisló, dando lugar a la creación de Ecuador. Los conflictos de Simón Bolívar se intensificaron. pero él seguía en carrera, mirando a la muerte pasar a su lado, seguro de que tenía todavía mucho por hacer y que la vida estaría ahí, esperándolo siempre. Manuela estaba al tanto de todo este proceso político. Bien informada como siempre, alertaba a Bolívar para que pusiera atención a su seguridad y se cuidara de sus enemigos, que el mismo Bolívar no reconocía. En Quito, Manuela no descansaba, era una luchadora en ejercicio, realizaba acciones que preocupaban a Bolívar, quien solo le pedía: prudencia.


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En 1823 Manuela decidió que su permanencia en Quito debía terminar y a bordo del bergantín Helena regresó a Lima, la conocía bien, incluso mucho antes de la llegada de Bolívar. Volvía con su casa a cuestas en compañía de Jonatás y Natán, dispuesta a integrarse a las acciones políticas que se llevaban a cabo en el Perú. Se instaló en La Magdalena, a pocos pasos de la casa donde vivía 35 Bolívar y allí permaneció cuatro importantes años: 1823 – 1827 . Las tres mujeres recuperaron pronto su vida en la ciudad, recorrían sus calles y visitaban a las múltiples amistades que aquí habían dejado. Según Alberto Flores Galindo , en 1824 existían en el Perú 36 casas comerciales inglesas pues los comerciantes ingleses habían llegado atraídos por la importancia de la minería colonial peruana y se dedicaron prioritariamente a la importación de productos textiles. En la primera mitad del siglo XIX el comercio con Gran Bretaña representó más del 50% del comercio exterior peruano. Fue así que a través de James Thorne, Manuela conoció a muchas personas vinculadas al mundo comercial. 36

Mientras tanto, Jonatás y Natán volvieron a aquellas cofradías de los intensos días de la independencia, donde esclavas y esclavos se reunían alrededor de ideas religiosas, pero donde también esa población marginada discutía ocultamente el acontecer político. Todo ese mundo era nuevamente de ellas. Y Manuela, ya en su casa, aceptó entusiasmada el encargo de organizar y cuidar el archivo general y los documentos de la Campaña del Sur. También desarrolló las funciones administrativas que le fueron encomendadas. En esa condición, Bolívar decidió la incorporación de Manuela al Estado Mayor General de la Campaña Libertadora con el rango de Húsar, según consta en la comunicación enviada a su edecán, el Coronel Daniel Florencio O´Leary el 28 de setiembre de 1823. 35 La casa donde vivió Manuela Sáenz está ubicada en el Jr. Junín 277, Pueblo Libre, Lima, en la Plaza Bolívar, y es propiedad de don José Zumaita que la mantiene abierta al público como un centro de historia, cultura y tradición. 36 Flores Galindo, Alberto, El Militarismo y la dominación británica, en Nueva Historia General del Perú, Lima, 1979, p. 118.


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Acostumbrada a estar siempre a caballo, con sus hatos y garabatos, esta mujer nómada convirtió la casa de La Magdalena en un remanso, una especie de vientre materno dispuesto para el reposo y el cobijo bajo los árboles de su huerto, frente a la cocina. Su hogar era un espacio fluido y múltiple, preparado para funciones de diversa índole; un lugar abierto y cálido, con frecuentes entradas y salidas de personas amigas que contribuían a animar el orden y el desorden de las tres mujeres. Junín y Ayacucho. No más ciudadana de a pie Aunque los realistas habían sido desplazados de Lima, la lucha por la independencia no había concluido pues ellos se encontraban aún ocupando las zonas andinas. En esas condiciones, Manuela pugnaba, una vez más, al igual que en la Batalla de Pichincha, por ocupar un lugar en primera línea, demanda que Bolívar soslayaba pues la consideraba por encima de sus posibilidades. Esta percepción estaba en concordancia con el lugar tradicional atribuido a las mujeres y a las familias durante las guerras: la retaguardia, mientras que los hombres ocupaban siempre el frente del batallón. Por eso Bolívar intentaba disuadir a Manuela de una intervención directa. En carta del 9 de junio de 1824 la reta con las siguientes palabras: "¿Quiere usted probar las desgracias de esta lucha? ¡Vamos! El padecimiento, la angustia, la impotencia numérica y la ausencia de pertrechos hacen del hombre más valeroso un títere de la guerra. Un suceso que alienta es el hallarse en cualquier recodo con una columna rezagada de godos y quitarles los fusiles. ¡Tú quieres probarlo! Hay que estar dispuesto al mal tiempo, a caminos tortuosos a caballo sin darse tregua, tu refinamiento me dice que mereces alojamiento digno y en el campo no hay ninguno. No disuado tu decisión y tu audacia, pero en las marchas no hay lugar a regresarse. Por lo pronto no tengo más que una idea que tildarás de escabrosa: pasar al Ejército por la vía de Huaraz, Olleros, Choveín y Aguamina al Sur de Huascarán.


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¿Crees que estoy loco? Esos nevados sirven para templar el ánimo de los patriotas que engrosan nuestras filas. ¿A qué no te apuntas? Nos espera una llanura que la Providencia nos dispone para el triunfo.¡Junín! ¿Qué 37 tal?" .

Y Manuela acepta el reto y contesta: "Las condiciones adversas que se presenten en el camino de la campaña que usted piensa realizar, no intimidan mi condición de mujer. Por el contrario, yo las reto. Que no es condición temeraria ésta, sino de valor y 38 de amor a la independencia (no se sienta usted celoso)" .

Pasaron apenas dos meses y la batalla de Junín tuvo lugar el 6 de agosto de 1824. Manuela había logrado el objetivo de atrevesar la montaña y estar presente en el lugar de los hechos, no más ciudadana de a pie, y el mismo día de la batalla Bolívar le otorga el Grado de Capitán de Húsares, "visto su coraje y valentía". Había terminado con éxito la batalla de Junín, empezaba la fase final, pero con la oposición de Santander desde el Norte quien determinó que, el 28 de julio de 1824, el Congreso de Colombia dictaminara una ley retirándole a Bolívar las Facultades Extraordinarias, otorgándoselas a Santander. Mientras tanto, en el Perú, las fuerzas realistas no se sentían derrotadas y acampaban en la sierra, más concretamente en la zona de Huamanga. Bolívar desoía las misivas del General Santander y dirigía una estrategia decisiva consistente en continuar enfrentando a los defensores de la corona para lograr una victoria total. Nuevamente Manuela no aceptaba quedar en la retaguardia, menos aún en esas circunstancias en que se iba a realizar un enfrentamiento de tanta importancia como era Ayacucho. Ella apelaba a su experiencia reclamando un lugar en el campo de batalla. La resistencia de Bolívar era explícita, le invocaba a quedarse pasiva: 37 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, pp. 78-79. 38 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 79.


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"Tu misión será la de "atenderme", entrando y saliendo de la tienda del Estado Mayor, y llevando viandas de agua para "refrescarme", al tiempo de que en cada salida llevas una orden mía (de los partes que estoy enviándote) a cada General. No desoigas mis consideraciones y mi preocupación por 39 tu humanidad. ¡Te quiero viva! Muerta yo muero" .

Pero, obviamente Manuela aspiraba a la realización de acciones directas y no se conformaba con "atender" y "refrescar" al General. Ante su insistencia, Bolívar accede y pidió al General en Jefe del Ejército de Colombia, Antonio José de Sucre: "Ruego como superior de usted, de cuidar absolutamente a Manuelita de cualquier peligro. Sin que esto desmedre en las actividades militares que 40 surjan en el trayecto, o desoriente los cuidados de la guerra" .

La Batalla de Ayacucho, decisiva para la independencia de América, se llevó a cabo el 9 de diciembre de 1824, luego de la cual José Canterac, teniente general del ejército español, firmó la capitulación. Por supuesto, en esa oportunidad Manuela tuvo una actuación importante, saludada abiertamente por Sucre y los soldados de esa gesta. Al día siguiente Sucre le escribió a Bolívar: "Se ha destacado particularmente Doña Manuela Sáenz por su valentía; incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando el avituallamiento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos; rescatando a los heridos. La Providencia nos ha favorecido demasiadamente en estos combates. Doña Manuela merece un homenaje en particular por su conducta; por lo 41 que ruego a S.E. le otorgue el Grado de Coronel del Ejército Colombiano" .

39 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, pp. 81-82. 40 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 84. 41 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 85.


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Podemos imaginar el asombro de Bolívar quien, pasado el momento de peligro y recuperado de la sorpresa, le dice a Manuela el 20 de diciembre: "Al recibir la carta del 10, de letra de Sucre, no tuve más que sorprenderme por tu audacia, en que mi orden de que te conservaras al margen de cualquier encuentro peligroso con el enemigo, no fuera cumplida; a más de que tu desoída conducta, halaga y ennoblece la gloria del Ejército Colombiano, para el bien de la Patria y "como ejemplo soberbio de la belleza, imponiéndose majestuosa sobre los Andes". Mi estrategia me dio la consabida razón de que serías útil allí; mientras que yo recojo orgulloso para mi corazón, el estandarte de tu arrojo, para nombrarte como se me 42 pide: Coronel del Ejército Colombiano" .

Sin embargo, este entusiasmo iba a encontrarse nuevamente con la oposición de Francisco de Paula Santander, actor fundamental en esa etapa y vicepresidente de la República de la Gran Colombia. El 23 de enero de 1825, este le escribe una larga carta a Bolívar donde entre otras cosas le dice: "Mi asombro vive una verdadera y cruda realidad. El Ejército, que no necesita auspicios de huelga, recibe el aliento de su Jefe Supremo, que premia en conceder un alto rango que solo se obtiene con el valor demostrado en el rigor del combate. ¿Ser Coronel del Ejército Colombiano merece solo la consideración que V.E. le está dando? Solicito a V. E., con el respeto que le merezco, el que S.E. degrade a su amiga, pues que actos de ascensión como ese, solo perjudican en política a V.E. y más grave aún, en lo castrense, en recibir el desfavor de este cuerpo, cuyos hombres ven 43 con repudio tan fácil concesión de hace más de un mes" .

Con decisión y energía, Bolívar responde: "De donde quiera que usted haya sacado que mi influencia es el motivo de que Manuela sea ahora Coronel del Ejército Colombiano, no es más que una difamación vil y despreciable como ausente de toda realidad. 42 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, pp. 87-88. 43 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 90.


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Usted la conoce (a Manuela) muy bien, incluso sabe de su comportamiento cuando algo no le encaja. Usted conoce, tan bien como yo, de su valor como de su arrojo ante el peligro. ¿Qué quiere usted que yo haga? Sucre me lo pide por oficio, el batallón de Húsares la proclama; la oficialidad se reunió para proponerla, yo, empalagado por el triunfo y su audacia le doy el ascenso, solo con el propósito de hacer justicia. Yo le pregunto a usted, ¿se cree usted más justo que yo? (...) Sepa usted que esta señora no se ha metido nunca en leyes ni en actos que "no sean su fervor por la completa Libertad de los pueblos de la opresión y la canalla". ¿Qué la degrade? ¿Me cree usted tonto? Un Ejército se hace con héroes (en este caso heroínas), y éstos son el símbolo del ímpetu con que los guerreros arrasan a su paso en las contiendas, llevando el estandarte de su valor"44.

Era evidente que Simón Bolívar estaba convencido de la justicia de este ascenso y no estaba dispuesto a ceder ante tales reclamos y, sin mayores ambages, Manuela Sáenz se convirtió en Coronel del Ejército Colombiano. Esta experiencia y posterior reconocimiento allanó el camino para que Manuela tomara la decisión de no volver más a casa, no aceptar más un rol pasivo o simplemente de apoyo. Sin embargo, en el Perú la victoria en Junín y Ayacucho y la capitulación por parte de los representantes de la corona española, no daba por terminada esta fase de la independencia. Se trataba de diseñar una nueva estructura administrativa política que debía expresarse en una Constitución. Pero había un fuerte debate interno. San Martín, al lado de Bernardo de Monteagudo de Argentina, sustentaba la constitución de una monarquía constitucional, teniendo en cuenta la experiencia argentina y viendo la necesidad de que el tránsito de un gobierno despótico a otro constitucional sea comprendido por la población. Esta propuesta caducó con la salida del país de San Martín en 1822. Desde la independencia (1821) hasta 1845 se prepararon cinco constituciones nacionales (1823, 1826, 1828, 1833 y 1839). 44 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 91.


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Posteriormente, durante la Confederación Peruano-Boliviana se elaboran tres constituciones más que expresaban las tensiones 45 políticas del momento . Simón Bolívar era el llamado a buscar alternativas y optó por una salida diferente, planteada en la Constitución de 1826. Esta combinaba la monarquía y la república y expresaba su sueño de la Patria Grande: Perú, Bolivia y la Gran Colombia, concentraban el gobierno en un presidente vitalicio con todos los poderes, nombrado por sus méritos y no por derechos heredados. Este sueño es interrumpido por el golpe de Estado de 1827. Bajo el argumento de proteger las fronteras y defender la nación peruana, se sostiene que los puestos políticos deben recaer en personas nacidas en el territorio peruano, que no es suficiente haber luchado por la libertad americana. El Mariscal Antonio José de Sucre, había nacido en Venezuela, el general La Mar, en Ecuador y el general Santa Cruz en Bolivia. Lo mismo sucedía con otros asesores políticos y económicos, hasta el mismo Simón Bolívar, había nacido en Venezuela. De este modo el nacionalismo se constituye así en un arma política que 46 suscita conflictos bélicos entre las nacientes repúblicas . La guerra, pues, no había terminado, comienza entonces una larga separación entre Manuela y Simón. El Alto Perú y el sueño de la Confederación Peruano-Boliviana El gran sueño integrador de Bolívar, es interrumpido por él mismo al constituir en el Alto Perú un país independiente bajo el nombre de Bolivia. Manuela Sáenz estaba de acuerdo con la creación de esta nueva república porque serviría para regular los espacios de Perú y de Argentina.

45 Aljovín de Losada, Cristóbal, Caudillos y Constituciones. Perú: 1821-1845, Lima, 2000, p. 96. 46 Aljovín de Losada, Cristóbal, Caudillos y Constituciones. Perú 1821-1845, Lima, 2000, p.240.


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En octubre de 1825, desde el Cuartel General en Potosí, Bolívar le envía una encendida carta de amor a Manuela: “Ven para deleitarme 47 con tus secretos” . Manuela llega a Bolivia en diciembre de 1825 y casi de inmediato, desde Charcas, le escribe a Juana Azurduy de Padilla: “El Libertador Bolívar me ha comentado la honda emoción que vivió al compartir con el General Sucre, Lanza y el Estado Mayor del Ejército Colombiano, la visita que realizaron para reconocerle sus sacrificios por la libertad y la independencia. El sentimiento que recogí del Libertador, y el ascenso a Coronel que le ha conferido, el primero que firma en la patria de su nombre, se vieron acompañados de comentarios del valor y la abnegación que identificaron a su persona durante los años más difíciles de la lucha por la independencia. No estuvo ausente la memoria de su esposo, el Coronel Manuel Asencio Padilla, y de los recuerdos que la gente tiene del Caudillo y la Amazona, como se les recuerda a ustedes con cariño. Una vida como la suya me produce el mayor de los respetos y mueven mi sentimiento para pedirle pueda recibirme cuando usted disponga, para conversar y expresarle la admiración que me nace por su conducta; debe sentirse orgullosa de ver convertida en realidad la razón de sus sacrificios y recibir los honores que ellos le han ganado. Téngame, por favor, como su amiga leal. Manuela Sáenz” . 48

La respuesta de Juana Azurduy no se hace esperar: “El 7 de noviembre, el Libertador y sus generales convalidaron el rango de Teniente Coronel que me otorgó el General Pueyrredón y el General Belgrano en 1816, y al ascenderme a Coronel dijo que la patria tenía el honor de contar con el segundo militar de sexo femenino en ese rango. Fue muy efusivo, y no ocultó su entusiasmo cuando se refirió a usted. 47 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 108. 48 Molina Saucedo, Carlos Hugo, Manuela, mi amable loca…,La Paz, 2001, p. 84.


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Llegar a esta edad con las privaciones que me siguen como sombra, no ha sido fácil; y no puedo ocultarle mi tristeza cuando compruebo cómo los chapetones contra los que guerreamos en la revolución, hoy forman parte de la compañía de nuestro padre Bolívar. (…) Le mentiría si no le dijera que me siento triste cuando pregunto y no los veo, por Camargo, Polanco, Hualparrimachi, Serna, Cumbay, Cueto, Zárate y todas las mujeres que a 49 caballo, hacíamos respetar nuestra conciencia de libertad” .

La nueva República de Bolivia se instaló teniendo como Presidente a Antonio José de Sucre. Como Director de Enseñanza Pública, Ciencias, Física, Matemáticas y de Artes fue nombrado Simón Rodríguez, ambos cercanos amigos de Manuela, quienes echaron a volar la creatividad para construir un nuevo Estado. En este esfuerzo, se puso énfasis en la educación pública y se creó un periódico, El Cóndor de Bolivia, con el fin de consolidar la República, cuyo primer número salió el 12 de noviembre de 1825 y alcanzó hasta el nº 134, aparecido el 26 de junio de 1828. El Cóndor de Bolivia proclamaba su absoluta independencia con relación a cualquier partido, así como con respecto al gobierno de la nación y hacía un llamado a los bolivianos para construir la felicidad general. Fácilmente, podemos imaginar a Manuela realizando tareas de correctora, redactora o traductora de artículos con las noticias del exterior, y estableciendo un sistema de suscripciones para la distribución del periódico, como nos refiere Carlos Hugo Molina Saucedo. El autor señala también el apoyo que ella da al General José de Sucre en labores de protocolo, además de iniciativas de distinto 50 orden. Sin embargo, Manuela se encontró en medio de los graves conflictos suscitados entre Sucre y Rodríguez, ambos muy queridos por ella y por Bolívar. Ellos discrepaban en asuntos cruciales sobre la creación de la República, mientras Bolívar tenía otro frente de batalla por el quiebre de la Gran Colombia. 49 Molina Saucedo, Carlos Hugo, Manuela, mi amable loca…, La Paz, 2001, p. 85. 50 Molina Saucedo, Carlos Hugo, Manuela, mi amable loca…, La Paz, 2001, p. 26.


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Sucre, desde la Presidencia de Bolivia, en carta confidencial enviada a Bolívar, opinaba sobre Simón Rodríguez: “Considero a don Simón un hombre instruido, benéfico cual nadie, desinteresado hasta lo sumo, y bueno por carácter y por sistema; pero lo considero también con una cabeza alborotada, con ideas extravagantes y con incapacidad para desempeñar el puesto que tiene, bajo el plan que él dice y que yo no sé cuál es; porque diferentes veces le he pedido que me traiga por escrito el plan que él quiere adoptar, para que me sirva de regla, y en ocho meses no me lo ha podido presentar. Sólo en sus conversaciones 51 dice hoy una cosa y mañana otra” .

La reacción de Simón Rodríguez fue inmediata. Renunció al cargo y a Sucre le dice: “-¿Sabe usted por qué hoy digo una cosa y mañana otra? ¡Porque soy dialéctico, señor! Y no un soldadote, un hombre acostumbrado a obedecer y a no dudar jamás. No soy de ésos…¡y me jacto de no serlo! ¿Anarquista, dice? ¿Me llama usted anarquista? ¿O loco? Loco, prefiero loco, que abre las compuertas de la imaginación, que permite el desvarío para luego 52 encauzarse en la Razón” .

Estas confrontaciones terminaron con el abandono de Simón Rodríguez de Bolivia, discrepaba de Simón Bolívar en su respaldo a la gestión de Sucre. Rodríguez, pobre y endeudado, deambuló por las calles hasta el 30 de setiembre de 1827, fecha de una larga carta a Simón Bolívar, conocida más tarde como el Memorial de Oruro en la cual se refiere a la amistad. Le dice: “En Chuquisaca progresé con quienes obraba, pero llegaron las calumnias de los contrarios (…). Todo lo soporté; pero no pude sufrir la desaprobación del Gobierno, y mucho menos a que me reprendiese en público…¡A mí, de sairarme!...¡reprenderme!...¡A mí!...¡Ni usted! Y digo todo con esto (…) Yo no era un empleadillo adocenado de los que obstruyen las antecámaras; yo 51 Orgambide, Pedro, El maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, El Utopista, Buenos Aires, 2002, pp. 146-147. 52 Orgambide, Pedro, El maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, El Utopista, Buenos Aires, 2002, p. 148.


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era el brazo derecho del Gobierno; yo era el hombre que Ud. había honrado y recomendado en público, repetidas veces; yo estaba encargado de dar ideas, no de recibirlas, (…) en fin, yo no era ni secretario, ni amanuense, ni ministro, ni alguacil y (…) Sucre me reprende como un lacayo.

Y concluye: Si Ud. continúa influyendo en los negocios públicos soy capaz de hacer, y deseo hacer lo que ninguno sea quien fuere, por el bien de la causa y por honor de Ud. y si por desgracia de la América tuviese Ud. que retirarse a alguna Santa Elena, lo seguiría gustosísimo. Más honor habría en desterrarse con un héroe que no quiso ser Rey, que con un hombre 53 que, por hacerse Rey, dejó de ser héroe” .

Simón Bolívar estaba muy ocupado en los asuntos del norte y el distanciamiento con Simón Rodríguez se mantuvo por largo tiempo. Mientras tanto, el Mariscal Antonio José de Sucre debía enfrentar a un movimiento nacionalista interesado fundamentalmente en el poder, lucha que se prolongó por varias décadas. La gestión de Sucre duró solamente dos años pues dimitió en 1828. Fue asesinado en Colombia el 4 de junio de 1830 en una emboscada ordenada, al parecer, por José María Obando, jefe militar de la provincia de Pasto. El fracaso de una América integrada El regreso de Manuela a Lima se dio en circunstancias diferentes. Bolívar ya no tenía poder político y, además, se encontraba distante. Sin embargo, el ánimo de Manuela no decaía, continuaba como centinela, siempre atenta a las informaciones que le llegaban, esto le permitía enviar mensajes concretos sobre lo que acontecía o se preparaba en todo momento, y alertaba a Bolívar sobre el peligro que se cernía sobre él. Además, como era mujer de acción, no perdía oportunidad para tener una intervención directa, casi siempre relacionada con acciones audaces, como ella misma relata en carta a Bolívar: 53 Orgambide, Pedro, El maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, El Utopista, Buenos Aires, 2002, pp. 155-156.


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“Al día siguiente (el 27) me aparecí vestida con traje militar al cuartel de los insurrectos, y armada de pistolas, con el fin de amedrentar a éstos y librar a Heres. Mi intento fracasó por falta de apoyo y táctica; fui apresada y mantenida por varios días, incomunicada totalmente, en el monasterio de las Carmelitas. Sin embargo, varias veces pude lograr escaparme hasta la sacristía y entrevistarme con las personas que le son fieles a su autoridad de usted. Pude repartir algunos pesos entre la tropa y lisonjearme con sus debilidades; pero puesta sobreaviso de que en veinticuatro horas debía embarcarme para Guayaquil o quedar definitivamente presa, opté por salir. Sé que usted se encuentra muy enfadado y no es para menos. (...) No se preocupe por mi; dese cuenta que sirvo hasta para armar escándalos a su favor. Usted cuídese"54.

Efectivamente, en Lima se había sublevado el Coronel José Bustamante y Manuela, a modo de protesta, vestida de hombre, a caballo y pistola en mano, como siempre, ingresó a uno de los cuarteles que se habían levantado contra Bolívar. De inmediato fue enviada a prisión y permaneció incomunicada en el Monasterio Las Carmelitas, tal como relata en su carta. Estas noticias llegaban a Bolívar llenándolo de entusiasmo, pero al mismo tiempo le causaban zozobra pues evidenciaban la gravedad de los conflictos. Finalmente, Manuela es expulsada del Perú y parte rumbo a Quito junto con Armero, Cónsul de Colombia y el General Tomás de Heres, Ministro de Guerra. Mientras tanto, Bolívar dimitía de manera oficial con las siguientes palabras que recoge Emil Ludwig: “¡Legisladores! Al restituir al congreso el poder supremo que depositó en mis manos séame permitido felicitar al pueblo, porque se ha librado de cuanto hay de mas terrible en el mundo, de la guerra con la victoria de Ayacucho y del despotismo con mi resignación. Proscribid para siempre, os ruego, tan tremenda autoridad ¡esta autoridad que fue el sepulcro de Roma! Fue laudable sin duda que el congreso, para franquear abismos 54 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios y otros papeles, Quito, 1995, pp. 121-122.


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horrorosos y arrostrar furiosas tempestades, clavase sus leyes en las bayonetas del ejército libertador; pero ya que la nación ha obtenido la paz doméstica y la libertad política, no debe permitir que manden sino las leyes,,.¡Señores: el congreso queda instalado!...Mi destino de soldado auxiliar me llama a contribuir a la libertad del Alto Perú, y a la rendición del Callao, último baluarte del imperio español en la América meridional. Después volaré a mi patria a dar cuenta a los representantes del pueblo colombiano de mi misión en el Perú, de vuestra libertad y de la gloria del 55 ejército libertador” .

55 Ludwig, Emil, Bolívar, El caballero de la gloria y de la libertad, Buenos Aires, 1958, p. 227.



Errante, forastera y peregrina

Bolívar había sido derrotado en el sur y libraba sus últimas batallas en el norte donde se daban las primeras tentativas separatistas del general Francisco de Paula Santander en la Nueva Granada, y del general José Antonio Páez en Venezuela. En medio de estos conflictos, Bolívar convoca al Congreso Anfictiónico de Panamá que tiene lugar del 22 de junio al 5 de julio de 1826. Estuvieron convocados Venezuela, Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, México, Guatemala, Argentina y Chile. Santander invitó a Estados Unidos y como observadores fueron invitados Gran Bretaña y los Países Bajos. Al iniciarse las sesiones, las naciones representadas eran Perú, Gran Colombia (integrada por Venezuela, Panamá, Ecuador y Nueva Granada), México y la República Federal de Centro América, es decir, cuatro de las siete repúblicas latinoamericanas. Argentina declinó participar considerando que era muy temprana la propuesta; Chile tenía confrontaciones internas que le impedían participar; Bolivia había manifestado su decisión de asistir, pero los delegados llegaron tarde. Brasil era una monarquía con claras simpatías hacia Europa y también declinó asistir usando como excusa la guerra que llevaba con Argentina. Estados Unidos envió a dos delegados pero uno murió en el camino y el otro llegó cuando el congreso estaba prácticamente terminando56. El Congreso planteaba un Tratado perpetuo de unión y confederación con la creación del ejército interamericano para la defensa común y la renovación bianual del Congreso, planteamiento que quedó sin efecto por la ausencia de la mayoría de participantes. 56 Arana, Marie, Bolívar American Liberator, New York, 2013, p. 304.


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Según Emil Ludwig: «Bolívar quizás previó el fracaso por falta de participantes. Poco antes de la apertura del congreso, lo calificó confidencialmente de una representación teatral, y escribió “El Congreso de Panamá, institución que debiera ser admirable si tuviera más eficacia, no es otra cosa que aquel loco griego que pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban. Su poder será una sombra y sus decretos consejos: Nada más.”. A pesar de ello se sintió herido: “No hay buena fe en América, ni entre los hombres ni entre las naciones. Los tratados son papeles, las constituciones libros, las elecciones 57 combates, la libertad anarquía y la vida un tormento”» .

En esas circunstancias, llegaba Manuela a Santa Fe de Bogotá, osada, como siempre, y apurada por conocer tierra ajena. Iba montada a caballo, como de costumbre, sin dejar su uniforme de húsar con pantalones rojos, botas altas y espuelas doradas y, por supuesto, con sus pistolas listas para ser usadas. Esta figura guerrera contrastaba claramente con la otra Manuela que no ocultaba su cara arrogante y hermosa, adornada con grandes aretes de coral, para que todo el mundo pudiera darse cuenta de su condición de mujer. Una ciudadana sin ciudadanía. Santa Fe de Bogotá Recién llegada, como forastera, vivió en casa del doctor Leopoldo Arias Vargas, casi frente a la Iglesia San Carlos y solo en febrero de 1828 se trasladó a la Quinta de Bolívar, cuyo ambiente de cierta severidad difería notablemente de la alegría desbordante de La Magdalena. Allí se quedó hasta la renuncia de Bolívar, cuando Manuela se instala en 58 una casa arrendada . Simón Bolívar había decidido permanecer en la Quinta pues allí sentía que tenía mayor seguridad y, además, era un lugar apropiado para su convalecencia pues ya acusaba serios problemas de salud pulmonar. Ya no era más el guerrero que hacía su ingreso triunfal a La Paz o a Lima. 57 Ludwig, Emil, Bolívar, El caballero de la gloria y de la libertad, Buenos Aires, 1958, p. 248. 58 Rumazo González, Alfonso, Manuela Sáenz, Quito, 2003, p. 186.


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Eran momentos políticos difíciles pero Manuela siempre intentaba intervenir con sus opiniones y acciones políticas sin los atributos de una ciudadanía formalmente reconocida. Era preciso crear de inmediato nuevos símbolos de ciudadanía, como su forma de vestir pero, sobre todo, su forma de actuar, de ese modo subvertía el orden existente. Tenía que enfrentarse a los convencionalismos de una sociedad que no aceptaba la pública relación de amantes entre ella y Simón, situación que era explotada por sus enemigos políticos cuya verdadera intención era acabar con la vida de Bolívar. La crisis se agravaba y el pueblo orientaba su protesta abiertamente contra Simón Bolívar, en concordancia con las ideas de Santander. García Márquez describe estos días en Santa Fe de Bogotá: «Manuela había asumido a fondo y hasta con demasiado júbilo su papel de primera bolivarista de la nación, y libraba sola una guerra de papel contra el gobierno. El presidente Mosquera no se atrevió a proceder contra ella, pero no impidió que lo hicieran sus ministros. Las agresiones de la prensa oficial las contestaba Manuela con diatribas impresas que repartía a caballo en la Calle Real, escoltada por sus esclavas. Perseguía lanza en ristre por las callejuelas empedradas de los suburbios a los que repartían las papeluchas contra el general, y tapaba con letreros más insultantes los 59 insultos que amanecían pintados en las paredes» .

Efectivamente, Manuela había percibido con claridad la hostilidad de ese mundo lleno de intrigas y amenazas, era consciente de su propia marginalidad, pero una mujer tan singular tenía que adoptar una clara posición levantándose con fuerza y creciendo ante la adversidad. Su experiencia en el espionaje y la conspiración desarrollados en Lima ya no eran suficientes, tampoco el apoyo solidario que sabía dar en alimentos, en atención a los enfermos, menos aún le era útil el fusil que usó en Ayacucho.

59 García Márquez, Gabriel, El General en su Laberinto, Bogotá, 1997, pp.231-232.


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Otras eran las circunstancias. Se estaba definiendo el destino de América del Sur y Manuela ya no estaba más al lado del mundo oficial, viviendo el júbilo de la gloria, sino más cerca de la derrota y de la muerte misma. Era momento de empezar una nueva forma de vivir la vida. Obedeciendo fundamentalmente a sus intuiciones, Manuela se desplazaba del lenguaje escrito al lenguaje simbólico; las calles y las plazas reemplazaron a los grandes e iluminados salones, descu60 briendo o creando nuevas formas de expresión. Francois Rabelais pareciera haber sido su maestro, especialmente en esta etapa de su vida, desplazada del poder, buscando caminos para hacer efectivo su enfrentamiento con el General Santander. Sin remilgos y con osadía, con acciones que algunas veces lindaban con lo grotesco, o imaginando ritos de corte carnavalesco y haciendo uso de toda suerte de argucias, Manuela se permitía poner en ridículo a la autoridad representada por el General Santander. Como experimentadas estrategas de guerra, Manuela, Jonatás y Natán entendieron claramente que en circunstancias adversas el combate debía tener un carácter más bien simbólico, y así lo hicieron. El «fusilamiento» de Santander Encontrándose Bolívar en Bucaramanga, Manuela entraba y salía con frecuencia de La Quinta donde se reunía con amigos cercanos a 61 Bolívar, que le tenían mucho aprecio. Como describe Marie Arana , cierta vez, al mes de la llegada de Manuela a Bogotá, un 28 de julio, Manuela organizó una gran fiesta para celebrar el cumpleaños de Bolívar que cumplía en ese entonces 45 años. Era una fiesta abierta al público ubicado en las lomas que circundaban La Quinta. Allí, una banda hacía los honores, había danzas y abundante comida y bebida. En el interior estaban los amigos personales de Bolívar y en su ausencia se hacían brindis en su honor. En horas de la madrugada alguien mencionó el nombre de Santander y otra persona lanzó la 60 Francois Rabelais, editor y escritor francés del siglo XVI, creador de Gargantúa y Pantagruel, recoge el significado de la risa y de la sátira. 61 Arana, Marie, Bolívar. American Liberator, Simon & Schuster, New York, 2013, pp. 395-396.


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idea de hacerle un juicio. Entonces, elaboraron su imagen con un costal de granos, un sombrero, grandes y largas medias y un letrero que decía: «Francisco de Paula muere por traidor». Al mismo tiempo, un oficial improvisó un escuadrón, un sacerdote se encargó del ritual y el muñeco fue abatido a balazos. Apenas este hecho llegó a oídos de Bolívar, se alarmó pues percibía que se ingresaba a un terreno muy difícil, de incalculables consecuencias. Era necesario encontrar un camino para frenar a Manuela en sus ímpetus combativos. Al mismo tiempo, Santander enrojeció de rabia e impotencia pues de manera picaresca se puso al descubierto las enormes contradicciones que había entre ambos frentes. Para Bolívar el asunto en cuestión era cómo frenar a Manuela sabiendo que no podría prescindir de ella, atenta y preocupada como nadie por los acontecimientos de su entorno. Las fiestas de Corpus Christi La respuesta a ese “fusilamiento” no se hizo esperar. Utilizando los mismos instrumentos carnavalescos, los opositores de Manuela y de Simón prepararon una afrenta. En las fiestas de Corpus Christi, celebración no solo religiosa sino también popular, se pretendía quemar dos enormes muñecos que representaban el «Despotismo» y la «Tiranía», en clara alusión a Bolívar y a Manuela. Las efigies serían quemadas en una plaza pública ante una muchedumbre enardecida, convocada para tal fin. Manuela no estaba hecha para pasar por alto un acto de esa naturaleza. Actuó con decisión y de manera oportuna. Según describe Salvador 62 de Madariaga , «La Aurora de Bogotá, un periódico de la época, reseñó el hecho de esta manera: «Una mujer descocada, que ha seguido siempre los pasos del general Bolívar, es la que se presenta todos los días en el traje que no le corresponde a su sexo, y del propio modo hace salir a sus criadas, insultando el decoro, 62 Madariaga, Salvador de, Bolívar, México, 1953, pp. 507-508.


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y haciendo alarde de despreciar las leyes y la moral (...). Esa mujer, cuya presencia sola forma el proceso de la conducta de Bolívar, ha extendido su insolencia y su descaro hasta el extremo de salir el día 9 del presente a vejar al mismo gobierno y a todo el pueblo de Bogotá. En traje de hombre se presentó en la plaza pública con dos o tres soldados que conserva en su casa y que paga el Estado, atropelló las guardias que custodiaban el castillo destinado para los fuegos de la víspera del Corpus, y rastrilló una pistola que llevaba, declamando contra el Gobierno, contra la libertad y contra el pueblo (...)».

Dos son los aspectos centrales que puntualiza el periódico y que irritan especialmente a la sociedad de Bogotá: Por un lado, escandaliza la manera de vestir de Manuela, su ropa de combate preparada para cualquier eventualidad. Molestaba porque en el imaginario bogotano de entonces, la ropa de soldado tenía carácter masculino, pues la mayoría de mujeres no participaban en combates militares. Por ello se lee: «en traje que no le corresponde a su sexo» o «en traje de hombre», impropio para una mujer. El otro aspecto, inaceptable para Bogotá porque iba contra las costumbres de la época, era la relación que Manuela había establecido con Jonatás y Natán, sus hermanas-esclavas-criadas-cómplicesamigas (“hace salir a sus criadas”). En ambos casos, lo que irrita no es el hecho en sí mismo, sino hacerlo público. De acuerdo con las normas, las criadas estaban destinadas para el trabajo doméstico dentro de las cuatro paredes de la casa, no para dejarlas “salir”. Asimismo, podía aceptarse que Manuela se vistiera a su gusto dentro de su casa pero no que se «presente en traje que no le corresponde a su sexo en la plaza pública». Este hecho tan singular protagonizado por Manuela, Jonatás y Natán no era nada corriente, menos aún en tres mujeres llegadas de fuera, es decir, forasteras jugando con la doble imagen de mujeres y patriotas. No contentas con la destrucción del castillo de fuegos artificiales, con incontenible rebeldía, Manuela, Jonatás y Natán salieron nuevamente a las calles para colocar en los muros más céntricos de Bogotá unos


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carteles que con una atrevida ortografía decían: «Biba Bolivar, Fundador de la Repca». En esos momentos Bolívar manifestaba su preocupación por la ausencia de una clase dirigente capaz de hacerse cargo del futuro político del continente, preocupación esbozada desde antes incluso de la misma declaración de independencia. Lo cierto es que la integración de América Latina pendía de un hilo, así como la vida del propio Bolívar. Manuela, atenta a todos los comentarios que circulaban en la ciudad, se enteró de un posible atentado para asesinar a Bolívar. Como era de esperarse, se lo comunicó de inmediato, pero él pensaba que eran solo exageraciones. El baile de máscaras El plan era asesinar a Bolívar en el Baile de Máscaras en la conmemoración del décimo aniversario de la Batalla de Boyacá, este tendría lugar el 10 de agosto en el Coliseo. Los invitados debían asistir con disfraces correspondientes a su género, tal como el Alcalde lo había especificado, quien además estaría en persona en la puerta. Obviamente, Manuela no había sido invitada, pero, segura de la amenaza que se cernía sobre Bolívar, le pide: «Desista usted ¡por Dios! De esa invitación, de la cual no se me ha hecho llegar participación, y por esto haré lo que tenga que hacer, en procura de su 63 desistimiento. Sabe que lo amo y estoy temerosa de algo malo. Manuela» .

Ante la indiferencia de Bolívar, ella insiste, le asegura que tiene todas las pistas sobre el atentado que contra él se prepara: “Horror de los horrores, usted no me escucha, piensa que solo soy mujer. Pues sepa usted que sí, además de mis celos, mi patriotismo y mi grande amor por usted, está la vigilia que guardo sobre su persona que me es tan grata para mi. 63 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 134.


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Le ruego, le imploro, no dé usted la oportunidad, pues han conjurado al golpe de las doce, ¡asesinarlo! De no escucharme usted me verá hacer 64 hasta lo indebido por salvarlo. Manuela» .

Así, Manuela llegó al baile de máscaras sin antifaz y con su uniforme de húsar. Si bien logró pasar la puerta principal, en la puerta de la sala del baile fue impedida de entrar pues el Alcalde le cerró el paso. Manuela, sin titubeos, le dijo con energía: - Soy Manuela Sáenz. Y el Alcalde le replicó: - Aunque sea usted Santa Manuela. No puede usted entrar aquí con ropas de hombre.

Ante este acto violento, Manuela reaccionó respondiendo en voz alta. Esto llamó la atención de Bolívar que al mirar hacia la puerta divisó a Manuela, a Jonatás y Natán sin arreglarse, como era natural, pues habían salido de improviso de la casa. Este hecho acentuó la tensión de Bolívar, quien abandonó decidido y apresuradamente el baile. Como en otros casos, existen múltiples versiones sobre lo ocurrido esa noche en el baile de máscaras. Salvador de Madariaga recoge la versión del cónsul británico, Henderson, quien sobre Manuela dijo: «Fue disfrazada. Pero pronto se quitó la máscara, lo que enfadó tanto al General Bolívar que se fue del salón muy temprano, defraudando 65 así los planes de los conspiradores» . Al parecer, la notoria presencia de Manuela representaba la señal de una situación irregular, y así lo entendió Bolívar que se marchó de inmediato. Luego, ante las evidencias de los planes enemigos, ratificó su confianza en Manuela y definió su situación ante el General Santander, a quien escribió el 21 de setiembre de 1828: 64 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 134. 65 Madariaga, Salvador de, Bolívar, México 1953, pp. 408-409.


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«Manuela es para mí una mujer muy valiosa, inteligente, llena del arrojo, que usted y otros se privan en su audacia. No saldrá (ahora menos) de mi vida por cumplir caprichos mezquinos y regionalistas. La que usted llama "descocada", tiene en orden riguroso todo el archivo que nadie supo guardar más que su intención y juicio femeninos. Pruebas de la lealtad de Manuela se han aparecido en dos ocasiones: el 10 de agosto, en la celebración del aniversario, comprometiendo su dignidad sólo para hacerme retirar del sitio de mis enemigos y salvar mi vida. ¿Qué no hubo tal para semejante excusa? Pregunte usted a Don Marcelo Tenorio. Yo no me fío de las habladurías; ella misma me explicó este suceso, aun con el temor de que la corriera de Santa Fe. ¿Puedo yo ante la verdad elocuente desoírla? Dígamelo usted o disuádame de lo contrario, que en usted veo aún dignidad por su posición; pretendiendo que yo he obrado a la ligera y que ella se sobra en mis decisiones. ¡Jamás! Si bien "confío en Manuela ciegamente", no ha habido la más leve actitud en la persona de ella que demuestre desafecto o deslealtad; en fin no ha defraudado mi confianza»66.

Y de cómo Manuela se convirtió en la Libertadora Sin embargo, los atentados contra Simón Bolívar continuaron. El del 25 de setiembre de 1828 fracasó por la oportuna acción de Manuela, quien acompañaba al Libertador por encontrarse enfermo. Desde hacía un tiempo circulaban versiones sobre la intención de asesinar a Bolívar, voces que él no escuchaba. Manuela vivía cerca del Palacio de San Carlos y solo se intercambiaban notas o esquelas. En una de ellas, del 29 de julio de 1828, dirigida de Manuela a Bolívar se lee: «Simón mi hombre amado Estoy metida en la cama por culpa de un resfrío; pero esto no disminuye mi ánimo de salvaguardar su persona de toda esa confabulación que está armando Santander. 66 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, pp. 135-137.


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¡Dígame usted! Que por esto pesqué el resfrío; por asistir a una cita. Supe esta tarde, a las 10, los planes malvados contra su ilustre persona, que perfeccionan Santander, Córdoba, Crespo, Serena y otros, incluidos seis ladinos. Incluso acordaron el santo y seña. Estoy muy preocupada, y si me baja la fiebre voy por usted, que es un desdichado de su seguridad. Manuela»

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Este hecho histórico, recogido de diversas maneras en casi todos los estudios, evidencia la decisión de las fuerzas opositoras de liquidar a Bolívar. En las Memorias escritas por Daniel Florencio O’Leary, con el fin de reconstruir esos momentos, recurre a Manuela quien desde Paita le envía una carta de fecha 10 de agosto de 1850. En ella le relata lo ocurrido en la casa de gobierno de Bogotá el 25 de setiembre de 1828, y también le da los detalles de la visita de una señora que la pone al corriente de los preparativos de la conspiración contra la vida del Libertador, llegó incluso a decirle que el jefe de esa maquinación era el general Santander, y que el general Córdoba estaba al tanto de todo. Al oir el nombre del general Córdoba, Simón Bolívar habría dicho que se trataba de una infamia, pero su amigo, Pepe Paris, le recomendó hablar con la señora que brindó esa información. Ese 25 de setiembre, a las seis de la tarde, Bolívar hace llamar a Manuela, él estaba con un fuerte dolor de cabeza. Cuando ella llega lo encuentra tomando un baño tibio. Él le dice que va a haber una revolución, y Manuela le responde que da lo mismo porque él no presta atención a esas noticias. Esto es lo que aconteció horas después, narrado por la propia Manuela: «Me hizo que le leyera, se acostó y se durmió. A las 12 de la noche ladraron dos perros del Libertador y se escucharon voces que decían: ‘Dónde está Bolívar’. 67 Espinosa Apolo, Manuel, Compilación y Prólogo, Simón Bolívar y Manuela Sáenz, correspondencia íntima, Quito, 2006, p. 106.


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Desperté al Libertador y lo primero que hizo fué tomar su espada y una pistola, y tratar de abrir la puerta; le contuve y le hice vestir, lo que verificó con mucha serenidad y prontitud. Me dijo: ‘¡Bravo! Vaya, pues ya estoy vestido, y ahora ¿qué hacemos? ¿hacernos fuertes?’. Volvió a querer abrir la puerta y lo detuve. Entonces me ocurrió lo que le había oído al mismo general un día. – ‘¿Usted no dijo a Pepe París que esta ventana era muy buena para un lance de estos?’ ‘Dices muy bien’, me dijo; y fué a la ventana: yo impedí el que se botase porque pasaban gentes; pero lo verificó cuando no hubo gente, y porque ya estaban forzando la puerta. Yo fui á encontrarme con ellos para darle tiempo a que se fuese, pero no tuve tiempo para verle saltar ni para cerrar la ventana. Desde que me vieron me agarraron y me preguntaron: ‘¿dónde está Bolívar?’ Les dije que en el consejo, que fue lo primero que se me ocurrió. Registraron la primera pieza con tenacidad, pasaron á la segunda y exclamaron: ‘¡huyó, se ha salvado!’ Yo les decía, ‘no señores, no ha huído, está en el consejo’...Les dije que sabía que había esa reunión, que la llamaban consejo, á la que asistía todas las noches el Libertador, pero que yo no conocía el lugar. Con esto se enfadaron mucho y me llevaron con ellos hasta que encontré á Ibarra herido, y él desde que me vió me dijo: ‘¿Con que han muerto al Libertador?’ –‘ No, Ibarra, el Libertador vive’»68.

Fue así, de manera natural, guiada tan solo por su intuición, como Manuela impidió el asesinato de Simón Bolívar. Una vez recuperado del sobresalto y ya en funciones él la llamó la «Libertadora del Libertador», nombre que se mantuvo hasta después de la muerte de ella. Sin embargo, en Colombia, la situación de Manuela se hacía insostenible. Eran momentos de gran convulsión y Manuela recibía los golpes que no podían dirigirse directamente a Simón Bolívar. Sus enemigos hacían uso de propaganda mural, escribían amparados en la oscuridad de la noche, ocultando de ese modo su autoría.

68 O’Leary, Daniel, Memorias, pp. 416-422.


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La forastera no está sola En esos difíciles momentos, las mujeres de Bogotá no permanecieron en silencio. Salieron al frente, en colectivo, dando a conocer su posición a través de un pronunciamiento que decía:

«Mucho piden que la señora Manuela Sáenz sea llevada a la cárcel o al destierro... Pero el Gobierno debería recordar que, cuando tuvo, como todos saben, una enorme influencia, la utilizó para el bien público, antes y después de esa famosa noche del 25 de setiembre. Nosotras, las mujeres de Bogotá, protestamos de esos provocativos libelos contra esta señora que aparecen en los muros de todas las calles».

Poco después, organizadas alrededor de «Las Mujeres Liberales», emitieron otro documento que decía: «Consideramos honrosos, aunque no los compartamos, los sentimientos manifestados por una persona de nuestro sexo. La señora Sáenz, a la que nos referimos, no es sin duda una delincuente. Insultada y provocada de diversos modos por personas a las que no había ofendido, estos insultos han causado una gran irritación...ha sido exasperada hasta la imprudencia. Pero la imprudencia no es un crimen. Manuela Sáenz no ha violado las leyes ni atacado los derechos de ningún ciudadano. Y si la señora Sáenz ha escrito o gritado "¡Viva Bolívar!", ¿dónde está la ley que lo impida? La persecución de esta señora tiene su origen en bajas e innobles pasiones. Sola, sin familia en esta ciudad, debería ser objeto de consideración y estima más que víctima de la persecución. ¡Qué heroísmo ha demostrado! ¡Qué magnanimidad! Es de esperar que los cielos alberguen sentimientos tan nobles como los expresados por Manuela Sáenz y que estos sentimientos 69 nos sirvan de ejemplo a todos» . 69 von Hagen, Víctor, La amante inmortal, Caracas, pp. 292-293.


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De este modo, las mujeres de Bogotá ratifican categóricamente su defensa a Manuela Sáenz y ponen de manifiesto su solidaridad y fraternidad. Expresan con claridad que ha sido empujada a la exasperación cuando solo realizaba acciones basadas en su derecho a la libertad para escribir o gritar, que ninguna ley impedía. Hacen causa común con Manuela, que se encuentra sola, sin familia, en calidad de forastera, enfrentada a una persecución basada en bajas e innobles pasiones. En sus comunicados interpretan los conflictos políticos que atizaban esos ataques, y concluyen que el atrevimiento de Manuela tenía carácter de heroísmo y era un ejemplo a seguir. No hemos podido encontrar una respuesta de Manuela a esta manifestación de solidaridad de las mujeres de Bogotá pero, sin duda, saber que sus acciones en defensa de su derecho a la libertad tenían repercusión en mujeres desconocidas, debe haberla fortalecido. No obstante, cuando se descubre que quien escribía bajo el seudónimo 70 de «Un amigo de Bolívar» en un folleto llamado «La Torre de Babel» era ni más ni menos que la propia Manuela, su situación empeoró significativamente. Los encendidos odios contra Bolívar la alcanzaban, pero ella siempre peleó a su manera, como sabía hacerlo. Según refieren, cuando intentan detenerla por primera vez, llega a su casa el Regidor Domingo Durán, ella apela entonces a un grave estado de salud que la aqueja. Al regresar a sus oficinas con esa información, Durán recibe la reprimenda de su jefe inmediato, quien le ordena retornar de inmediato y ejecutar la detención. Para sorpresa suya, el Regidor encuentra esta vez a Manuela 71 en lo alto de la escalera, vestida de húsar, con un sable desenvainado. Como era de esperarse, la multitud se agolpó frente a la casa hasta que Pepe Paris acudió para dar a Manuela el soporte necesario. A pesar de todo, la valiente forastera tuvo que entregarse sin retirar los cargos que contra ella se hacían. Por el contrario se reafirmó diciendo: «Soy inocente, menos en quitar del castillo de la plaza el retrato del Libertador. Visto que nadie lo hacía, creí que era mi deber, y de esto no 72 me arrepiento» . 70 von Hagen, Víctor, La amante inmortal, Caracas. pp. 293-294. 71 von Hagen, Víctor, La amante inmortal, Caracas, pp. 294-295. 72 Villalba F. S.J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 96.



Un exilio más, esta vez en Paita (1835 - 1856) De todo el silencio del mundo ella escogió este triste estuario, el agua pálida de Paita. 73

(La insepulta de Paita, Pablo Neruda )

América del Sur se desmembraba. Ecuador, al mando del general Juan José Flores, se separaba de Colombia y, por otro lado, Venezuela afirmaba su separación definitiva de Colombia. Simón Bolívar, enfermo y proscrito, salió expulsado. Cuando se disponía a ir a Jamaica para luego partir a Inglaterra, su salud empeoró. Llegó a la hacienda de San Pedro y a Santa Marta. Murió el 17 de diciembre de 1830. Mientras tanto, Manuela iniciaba su último peregrinaje. Había retornado a Ecuador procedente de Jamaica, llegó precisamente en momentos de grandes convulsiones políticas. En ese entonces, Vicente Rocafuerte era Presidente y Juan José Flores era jefe militar de Guayaquil. Manuela conocía al General Flores – amigo de Simón Bolívar - desde 1822, cuando Ecuador logró su independencia. A pesar de las distancias, ella había conservado esa amistad por años. Ante las amenazas que recibía y la ausencia de Bolívar, le pidió al General Flores que recomendara su solicitud de ingreso al país para arreglar asuntos financieros en relación con su herencia de la Hacienda Catahuango. Flores le escribió al Presidente Rocafuerte, pero no tuvo éxito; Rocafuerte ratificó su posición respecto a Manuela y la hizo regresar a Guayaquil para luego desterrarla. Sus argumentos eran contundentes y siempre referidos a su condición de mujer. Dice Rocafuerte en carta a Flores: «El convencimiento que me acompaña de que las señoras principales son enemigas declaradas de todo orden y que tienen tanto influjo sobre las almas débiles de sus hermanos, maridos y parientes; al ver que aún existen 73 Neruda, Pablo, Cantos Ceremoniales. La insepulta de Paita, España, 2004, p. 35.


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todos los elementos de la pasada revolución; y que solo necesitan una mano que sepa combinarlos para darles nueva acción; y por el conocimiento práctico que tengo del carácter, talentos, vicios, ambición y prostitución de Manuela Sáenz ella es la llamada a reanimar la llama revolucionaria; en favor de la tranquilidad pública, me he visto en la dura necesidad de mandarle un edecán para hacerla salir de nuestro territorio, hasta tanto 74 que la paz esté bien consolidada» .

Esta opinión sobre las mujeres que expresa Rocafuerte la reitera en varias oportunidades. Afirma que son las mujeres quienes fomentan el espíritu de anarquía en esos países y que Manuela Sáenz era «una verdadera loca». Manuela intenta dar la batalla, siempre a través de la palabra escrita y en todos los tonos, pero a pesar de la fuerza de su demanda, el Gobierno del Ecuador ratificó su decisión y Manuela salió deportada hacia Paita, en el Perú. En Paita es recibida con palmas y banderas. El pueblo guarda en su memoria la fama de la Libertadora. El pergamino con las alabanzas a la mujer más valiente entre todas las patriotas, la más hermosa y la más leal, lo firman y lo aplauden juntos todos los vecinos emocionados porque va a quedarse entre ellos, viva, la que fuera la mejor leyenda de la guerra. De pronto allí está, con ellos, en cuerpo y alma, la poderosa. Se quedará en sus arenas hasta el fin. Sin armas, exiliada, desembarca entre Jonatás, Natán y los sicarios de Rocafuerte que la traen prisionera para entregarla al Gobierno del Perú. En el Perú se vivía una grave crisis económica, consecuencia de la guerra, que había requerido enormes gastos para la alimentación de los ejércitos. El sector agrícola era el más afectado por la dispersión de la mano de obra, en particular la economía agroexportadora de la costa norte y central debido a la falta de esclavos y de mercados. Esta situación cambió recién en la década de 1850, con el boom del guano que desplazó a la minería y a la metalurgia.

74 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, pp. 99-100.


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Los ingresos del Estado a través de las tarifas aduaneras eran determinantes y en ese entonces los puertos peruanos recibían legalmente embarcaciones de todas partes del mundo, ya no solo de España. Los recibos de aduanas constituían, pues, una parte fundamental de los presupuestos provinciales y nacionales y, según Cristóbal de Aljovín, «si bien la aduana de Lima-Callao era la más importante, el resto estaba distribuido entre los puertos de Huanchaco 75 y Paita, al norte, y Arica e Islay, en el sur» . Después de Gran Bretaña, el segundo país importante para el comercio exterior peruano era Estados Unidos y la presencia norteamericana se manifestaba a través de la pesca de ballenas, actividad iniciada a fines del siglo XVIII, pero hacia 1820-1830 adquirió mayor envergadura y el puerto de Paita se convirtió en un alto casi obligatorio para los barcos balleneros que surcaban fundamentalmente la costa norte del 76 país . De otro lado, en América las contradicciones y lucha por el poder entre las élites gobernantes iban en aumento. En el Perú, luego de la independencia, las discrepancias se centraban entre monarquía y república. Una vez resuelto este primer impasse, se definiría si sería presidencial o parlamentaria. Es decir, el tema central era la forma 77 de gobierno . En este período, la conquista por el poder era a través de revoluciones o golpes de Estado. Por supuesto, la permanencia de las autoridades en el poder era muy corta. Entre los años 1823 y 1844 hubo nueve gobiernos que accedieron a través de golpes de Estado. El enfrentamiento entre liberales y autoritarios tiene su mayor expresión al conformarse la Confederación Perú-Boliviana, periodo en el que los deportados se 78 organizan en el exterior como un grupo de emigrados . 75 Aljovín de Losada, Cristóbal, Caudillos y Constituciones, Perú: 1821-1845, Lima, 2000, pp. 56-57. 76 Flores Galindo, Alberto, El militarismo y la dominación británica, Lima, 1979, p. 121. 77 Villanueva Chávez, Elena, La lucha por el poder entre los emigrados peruanos (1836-1839), en Boletín del Instituto Riva Agüero No. 6, Lima, p. 8. 78 Villanueva Chávez, Elena, La lucha por el poder entre los emigrados peruanos (1836-1839), en Boletín del Instituto Riva Agüero No. 6, Lima, p. 12.


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Durante los 26 años que Manuela vivió en Paita fue conquistando espacios y construyendo amistades que ella escogía y con quienes establecía relaciones de afecto y de complicidad. Así aprendió a transitar y a vivir entre las personas que de vez en cuando llegaban de visita, y el silencio cotidiano de las olas. Las instituciones de su infancia, los conventos de Quito y, posteriormente, los cuarteles de toda América, fueron dejados de lado, ahora sus relaciones surgían entre los trabajadores del mar, las mujeres de las cofradías, los marginados del poder y quienes buscaban en Paita una paz transitoria. Ese silencio del puerto producía en Manuela una sensación de abandono, al que ella no se resignaba, como no aceptaba ser considerada una mujer del pasado. Y es que en Paita todo era distinto. Era un pequeño pueblo donde las noticias se leían en los escasos diarios que circulaban por allí, pero las informaciones más importantes iban de boca en boca, de acuerdo con la correspondencia que llegaba por vía no oficial. Manuela sentía, ciertamente, el impacto de la soledad. Acostumbrada a una vida intensa, rodeada de personas diferentes con las que podía discutir sobre múltiples asuntos, en especial sobre política, la vida calmada de Paita significaba un cambio sustancial. Sin embargo, es en estos momentos de soledad y de nostalgia cuando el interés central de Manuela se orienta nuevamente a la política, siempre de la mano de la palabra escrita. Su amigo más cercano era el General Juan José Flores, posteriormente Presidente del Ecuador, y en Paita Manuela Sáenz fortalece esa amistad iniciada en 1822 en Quito. Desde esa Paita, Manuela escribe 60 cartas al General Flores, con los consabidos riesgos de seguridad y lentitud en el transporte, pues solo era el mar la vía para llegar con la palabra escrita desde un lugar a otro. Este intercambio epistolar con el General Flores revela una relación esencialmente de amistad y de confianza, en la que se refleja claramente la libertad de Manuela para emitir opiniones sobre la política de su país y sobre lo que sucedía a


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nivel internacional. Lo hacía con naturalidad, en tono confidencial, como si nadie más en el mundo debiera enterarse de lo que escribía. En las cartas al General Flores alude en diversas oportunidades a la situación política que se vivía en el Perú y, en consecuencia, en los países vecinos. En una oportunidad le manifiesta que «Las cosas en el Perú se van complicando de tal modo, que me parece que se hará la 79 guerra sangrienta» . En junio de 1844 le escribe sobre la importancia de que él fuera reelecto por ocho años a la Presidencia del Ecuador para, de ese modo, evitar revoluciones y no seguir el ejemplo del Perú de tener un presidente cada seis meses. A pesar de los largos años de ausencia del centro de la política peruana, Manuela se mantenía informada, leal a quienes fueran sus amistades en la difícil época de la independencia. Seguía los acontecimientos peruanos y recibía noticias frescas con mucha precisión. La salida del general Andrés de Santa Cruz fue particularmente significativa para Manuela, ya que lo conoció en 1821 y desde entonces Santa Cruz y Bolívar establecieron relaciones cercanas. Es así que luego de la creación de la Confederación Peruano-Boliviana, Bolívar le encarga las funciones administrativas, aunque más tarde fue derrotado luego de un golpe de Estado. Manuela, al enterarse de la prisión de Santa Cruz por orden de Ramón Castilla, expresa su 80 profunda pena . Y en enero de 1844 escribe informando que el 20 del mismo mes se habían llevado a Santa Cruz a Chile, esto demuestra el grado de información que ella tenía. Poco después, en febrero del mismo año, su preocupación se orienta a la situación de la esposa de Santa Cruz y le pide al General Flores: «Si usted me hiciese el favor de hacerle una visita a la señora del general San Cruz, a mi nombre, se lo estimaré a usted mucho; yo he tenido una íntima amistad con su esposo desde el año 21, y así todas sus cosas las 81 siento en el alma» . 79 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 161. 80 Murray, Pamela, Por Bolívar y la gloria. La asombrosa vida de Manuela Sáenz, Bogotá, p.185. 81 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 152.


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Un año después, en enero de 1845, en carta al general Flores, Manuela alude a una carta que le escribe el general Santa Cruz con fecha 10 de diciembre. Según Manuela se trataba de una carta muy larga en la que Santa Cruz le agradece al general y al pueblo ecuatoriano «por 82 las finezas y manifestaciones hechas a su familia en la desgracia» . Luego de la derrota de Yungay se deshizo la Confederación PeruanoBoliviana y el general Santa Cruz se refugió en el Ecuador, donde fue acogido cordialmente por el general Flores quien intercedió ante Bolivia para que le devolvieran sus propiedades. Desde Paita, Manuela manifestó su preocupación por el general Vivanco, en momentos en que el general Elías se había quedado con el mando de toda la República y tomaba medidas represivas, persiguiendo y deportando a un crecido número de peruanos. Ella escribe una larguísima carta, con muchos detalles sobre estos hechos y, por supuesto, se reafirma en sus afectos. Con energía y picardía le dice: «Dejemos cosas ajenas, y ¡basta de Elías! Que me tiene muy picada porque yo era y seré vivanquista. Usted no ignora el porqué: que por lo demás, 83 ¿qué me importa a mi?» .

En su correspondencia relacionada con información política, Manuela era sumamente cuidadosa de la seguridad, desconfiaba hasta del aire que respiraba, pero más aún, de la violación de su correspondencia. Supo dar pautas precisas sobre los cuidados que esta debía recibir. Y así Manuela se fue quedando en Paita Existen muchas versiones sobre las razones de Manuela para quedarse en Paita, pues ese no fue su propósito inicial. En diversas oportunidades había manifestado que la solución a sus problemas era que el general Vicente Rocafuerte dejara la Presidencia de Ecuador. Sin embargo, más tarde, cuando su gran amigo, el general Juan José Flores asumió la Presidencia del Ecuador, Manuela no hizo más gestiones para su regreso. 82 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 173. 83 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 168.


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Del mismo modo, el gobierno peruano le había abierto las puertas de Paita, así que bien pudo regresar a Lima, y no lo hizo. ¿Qué la detuvo? Con el tiempo, en 1842 le escribe al general Flores: «Usted me dice que respeta mi secreto de vivir en Paita, me parece señor que no hay secreto pues mi impotencia para moverme está de manifiesto, pero aun cuando pueda hacerlo, no iré al Ecuador, no me prueba el clima y el poco tiempo que tengo de vivir quiero que sea con salud. A usted le dije el año de 35 que si iba a Quito era solo para hacer mis arreglos y volverme. Esto no se puede, y me tiene usted aquí por el señor Roca. ¡Paciencia! Si consiguiera que me pagasen lo que tan inhumanamente me 84 retienen, tal vez me iría a Lima» .

Posteriormente, en setiembre de 1843, escribe nuevamente al general Flores: «Un terrible anatema del infierno comunicado por Rocafuerte me tiene a mi lejos de mi patria y de mis amigos como usted, y lo peor es que mi fallo está echado a no regresar al suelo patrio; pues usted sabe, amigo mío, que es más fácil destruir una cosa que hacerla de nuevo; una orden me despatrió; pero el salvoconducto no ha podido hacerme reunir a mis más caras afecciones: mi patria y mis amigos. Ya que esto no me es posible, crea usted de un modo cierto, que, de Paita o Lima, siempre será para usted la Manuela que conoció en 22. Mucho me agrada la tranquilidad del País y nada me es más placentero que la 85 tranquilidad» .

Con esa decisión tomada, se queda Manuela en Paita, un puerto de cara al mundo, de clima cálido, rodeado de playas de arena blanca, lugar de llegada permanente de nuevas gentes, cual aves de paso, con ideas diferentes.

84 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 115. 85 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 144.


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Durante ese tiempo se instaló en diversas casas, pero se tiene certeza de dos, allí vivió los últimos años de su vida, ambas a poca distancia una de otra. Finalmente murió en la casa ubicada en el jirón Nuevo del Pozo 390, que hoy destaca por su valor histórico más que arquitectónico. Manuela, Jonatás y Natán, instaladas ya en Paita se enfrentaban a una nueva situación, pues si bien no era la primera vez que tenían que iniciar todo de nuevo, en esta oportunidad la postguerra y sus consecuencias económicas afectaban a Manuela de manera directa, desprovista como estaba de rentas o de apoyo de cualquier índole.



Los saberes de Manuela, para seguir viviendo

Resulta difícil imaginar a Manuela Sáenz en la inacción total, en su hamaca, o simplemente al lado del brasero, recorriendo una y mil veces las cartas y los escritos de épocas pasadas, pues ella reclamaba para sí la acción, vivir el instante, el presente. ¿En qué ocupaba su tiempo Manuela? En su exilio en Paita, en ella se entrecruzan experiencias, emociones y sentimientos que ella encara tal como era, sin afeites ni pergaminos, sin intermediaciones. Con decisión, Manuela inició una nueva vida con ingresos provenientes de las diferentes ocupaciones que se inventa. Supo aprovechar y recurrir a todo lo aprendido a lo largo del tiempo, en diversos espacios, al lado de diferentes personas. La comida y sus encantos Desde niña, en la Hacienda Catahuango, la cocina era un espacio ideal para las confidencias. Argentina Chiriboga, en su novela Jonatás y Manuela narra: “Jonatás ayudó al ama a preparar sus helados preferidos. Para ellas, la comida tenía un encanto; pasaban horas en la cocina, acariciadas por el delicioso olor de la canela, el clavo, la menta, el orégano y el perejil. Jonátas batía las claras a punto de nieve y Manuela controlaba el hervor de la leche mezclada con yema y azúcar. Sus rostros, animados por los mismos deseos, festejaban la invención de nuevas recetas. Nunca seguían las fórmulas al pie de la letra; de ellas, se apoderaba una fuerza salida del corazón; disponían los ingredientes caprichosa-mente en forma que parecía estuviera estructurando un nuevo mundo y estableciendo otro, conocido solo por ellas. ¡Qué gran placer sentían al crear platos que después


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saboreaban con fruición! Caminaban de lado a lado, lavaban, picaban, molían, cernían, mezclaban, maceraban, adobaban, espolvoreaban, batían; para ambas, cocinar era una fiesta, un deleite sin fin. Descubrían sabores y olores, se entregaban ellas mismas con sus pasiones, sus humores, sus alientos y manejaban desde la cocina el comportamiento de todos los de casa. En la comida estaba la razón de la existencia, la frescura, la lucidez, la lujuria, la inteligencia, las frustraciones, la buena salud y las enfermedades. 86 A fin de cuentas, somos lo que comemos, afirmó Sáenz” .

El gusto por la cocina y la repostería ya se percibía claramente en su casa de la Magdalena, donde vivió en su época de gloria y donde la cocina – instalada en mitad de la casa, mirando al jardín – era, según refieren, el lugar de acogida a sus visitantes. Aprendió con Jonatás y Natán y también en los Conventos donde vivió de niña. Para Manuela esto fue fundamental, pues más tarde, en Paita, sus dulces fueron muy reconocidos, gozaron de mucho aprecio y se vendían muy bien. Había pasado ya, felizmente, la restricción para la producción y venta informal de dulces y chocolates, problema bastante agudo a fines del siglo XVIII, como refiere Rosario Olivas: “En 1787, don Antonio Bolaños, quien por entonces era alcalde de los chocolateros, presentó otro proyecto de ordenanzas para el régimen de su gremio (…) informando que el grupo estaba tan extenuado que se hallaba próximo a su ruina. La causa principal era la competencia desleal de muchos aprendices, que elaboraban en sus casas el chocolate y tenían vasta clientela, con lo cual causaban perjuicio a las tiendas públicas, que debían pagar alcabala y una pensión al gremio. Además, muchas personas vendían por las calles el chocolate a un precio inferior a aquel que se podía 87 conseguir en las tiendas” .

Medio siglo más tarde, Manuela había pasado a engrosar las filas de la producción informal en Paita, aunque observaba con cuidado las 86 Chiriboga, Argentina, Jonatás y Manuela, Quito, 2003, pp. 145-146. 87 Olivas, Rosario, La cocina en el Virreinato del Perú, Lima, 1996, p. 155.


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estrictas normas impuestas, de esa manera su confitería mantuvo mucha aceptación. Estas ocupaciones cotidianas en la vida de Manuela eran, por otro lado, habituales en ella desde siempre. En sus cartas o diarios se refleja el cuidado y el gusto que tenía en la cocina. En múltiples oportunidades preparó potajes sabrosos, como los patacones. Ricardo Palma cuenta que casi siempre lo agasajaba con dulces hechos por ella misma en un braserito de hierro. Y leyendo a García Márquez casi podemos saborear los “mazapanes y dulces calientes de los conventos, y las barras de chocolate con canela para la merienda 88 de las cuatro" que Manuela llevaba . El brasero se convirtió en el auxiliar por excelencia para que Manuela pudiera ocuparse directamente de la preparación de los dulces. Su brasero fue, sin duda, una pequeña cocina portátil, fundamental cuando trajinaba de casa en casa, o cuando un accidente la obligó a pasar gran parte del día en un sillón o en su hamaca. En Paita, la comida le permitió generar ingresos para vivir de manera simple y sencilla, muy lejos de la vida que había llevado en otros momentos, pero definitivamente eran ingresos propios, legítimamente ganados y que con Jonatás y Natán administraban muy bien para asegurarse una tranquilidad básica. Sin embargo, nos resistimos a imaginar a Manuela solo al lado del brasero en Paita, sin dejarse subyugar por el encanto del mar y de la comida marina en playas donde pescar y nadar fue siempre un arte cotidiano. En diciembre de 1844, ella escribe: “Dejo ésta aquí, a ver si ocurre algo y pueda ser que después esté mejor mi humor, pues ahora estoy molesta con las cartas que he leído y voy a bañarme en el mar, puede ser que tenga la virtud (del) Leteo y me haga 89 olvidar las molestias de la vida” .

88 García Márquez, Gabriel, El General en su Laberinto, Bogotá, 1997, p. 33. 89 Villalba, F., S. J., Jorge, Manuela. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 171.


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Podemos, pues, fácilmente imaginarla con los pies descalzos, el cabello suelto, caminando sobre la arena húmeda de Paita, aspirando el aire puro y saboreando después unas deliciosas conchas negras. Manuela, la que hace anillos de humo con sus dedos Manuela, osada como siempre, nunca dejó de fumar y cuando las circunstancias se lo exigieron descubrió que en Paita también era posible vender cigarros en su propia casa, y así lo hizo. Colocó un cartel en la puerta que decía: "Tobacco. English spoken. Manuela Sáenz"A mediados del siglo XIX, no era usual ver a una mujer fumando en público, menos aún en un pueblo chico como Paita y, sin duda, la invitación de su cartel no pasaba despercibida. En todos los escritos sobre Manuela Sáenz se hace referencia no solo al hecho de que fumara, sino a las diversas formas y modos de fumar. He aquí algunas notas. Boussingault refiere en sus Memorias: “En la mañana llevaba una bata de cama que tenía su atractivo; sus brazos, generalmente desnudos que se guardaba muy bien de disimular; bordaba mostrando los más lindos dedos del mundo; hablaba poco; fumaba con 90 gracia y su manera era modesta." .

Bordar y fumar, para Boussingault, como para muchas personas del siglo XIX y del actual, no van de la mano, aunque Manuela fumara con gracia y tuviera lindos dedos. Del mismo modo, Gabriel García Márquez relata con humor la visita de Manuela a Simón en Bogotá, donde no convivían bajo el mismo techo: "Fumaba una cachimba de marinero, se perfumaba con agua de verbena que era una loción de militares, se vestía de hombre y andaba entre soldados, 91 pero su voz afónica seguía siendo buena para las penumbras del amor" . 90 Boussingault, Jean Baptiste, Memorias, Historia de Manuelita Sáenz. 91 García Márquez, Gabriel, El General en su Laberinto, Bogotá, 1997, p. 16.


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Una vez más, ¡cachimba de marinero! Esta doble visión de Manuela se encuentra a lo largo de toda su vida, como cuando iba vestida de militar luciendo bellos aretes de coral. En conversación con Simón Rodríguez, Manuela le refiere: “A su discipulo le gustaban mis manos, don Simón. Decía que eran las más bellas del mundo. Exageraba, claro, mentía por amor...¿Pero a qué mujer no le gusta que le mientan de ese modo? ¡Ah, Simón, Simón! A él le encantaba verme fumar, hacer anillos de humo con mis manos”.

Y, finalmente, la reconocida escritora Elena Poniatowska nos dice: “Desde niña fue fumadora y libre y dijo todo lo que pasaba por su hermosa cabeza. Desde niña hace lo que se le da la gana. (…) Manuela Sáenz jamás contó con que Bolívar se irritara con su actitud posesiva, y sobre todo, con las largas bocanadas de puro que se atrevía a lanzar aquel rostro tosijoso. Nunca nadie había fumado en su presencia. Manuelita sí, mientras discutía con él contradiciéndole tácticas de guerra. Manuela es Manuela, nadie la 92 va a cambiar” .

Así era Manuela, con la mayor de las gracias podía fumar un puro o una cachimba de marinero haciendo sus famosos anillos de humo. "En el puesto ballenero de Paita todos conocen a la doña. Es la que hace anillos de humo con sus dedos. Es la señora que vende velas, tabaco, 93 azúcar. Es la que mira el mar" .

Con esa indómita rebeldía fue insertándose en un mundo nuevo, conociendo a sus gentes y sus costumbres. El cartel colgado en la puerta de su casa era una importante carta de presentación, un atrevimiento sin duda, pero muy efectivo para hacerse conocer, y así acercarse a ese pueblo, tan diferente, al que llegaría también a querer.

92 Poniatowska, Elena, publicado por Miguel Godos Curay, p. 7. 93 Orgambide, Pedro, El maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, El Utopista, Buenos Aires, 2002, pp. 130-131.


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Las cofradías y la Virgen de la Merced ¿Era Manuela Sáenz religiosa? Años atrás, en 1825, Bolívar lo duda, pues le dice: “Me gustó mucho lo que dices que has ido a rezar, porque en verdad debemos tener fé en que estaremos juntos muy pronto” (…) ”Me encanta que seas piadosa (aunque no lo eres tanto), amén de que te desvives por 94 los desposeídos” .

Y esta misma percepción la encontramos en 1843 en una carta que Manuela escribe al General Juan José Flores. Ella le recomienda a un sobrino y le pide que lo trate con cariño porque es un buen joven 95 “lástima que sea fraile” . En Paita, Manuela, Jonatás y Natán construyen nuevas relaciones, se insertan en diversas actividades y se vinculan con el acontecer del lugar. Si en Lima estuvieron conectadas con las cofradías, espacios religiosos donde también se hacía política, en Paita establecieron una relación similar para no ser forasteras. En esos tiempos, los rituales religiosos constituían una actividad importante que convocaba a la mayoría de la población, especialmente cuando se trataba de acercarse a la Virgen de La Merced, patrona de la independencia y en cuya fiesta, entre oraciones, arengas y disfrutes, se conmemoraban las luchas pasadas. Si bien esta Virgen se veneraba a nivel nacional, en Paita y en Colán la devoción era notable. Allí acudían en peregrinación de todos los valles de la sierra y de la Amazonía para pedirle que lleguen las lluvias, que las cosechas sean buenas, que sus amores florezcan, que sus males desaparezcan. Al respecto, Susana Aldana y Alejandro Diez refieren un desgobierno religioso en el norte que es modificado a mediados del siglo XIX cuando se inicia la intervención de los sacerdotes en los rituales religiosos. Señalan que: 94 Villalba F., S.J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 102. 95 Villalba F., S.J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 129.


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“Se luchó desde los púlpitos contra una serie de costumbres y la religiosidad popular de base indígena se sumó al desgobierno religioso y se convirtió en un espacio de poder religioso semi-autónomo, que muchas veces se oponía a la jerarquía eclesiástica”.

Añaden: “La práctica parroquial convivía con manifestaciones multitudinarias que integraban espacios alrededor de centros de peregrinación como Paita (Virgen de la Merced, 24 de agosto), Ayabaca, (Señor Cautivo, 13 de octubre) y Catacaos (Semana Santa). Percibidas como “ferias”, combinaban lo religioso con lo comercial y se establecían círculos que sobrepasaban los límites locales como Motupe (Santísima Cruz) y Loja (Virgen del 96 Cisne)” .

Al parecer, Manuela fue devota de la Virgen de la Merced en Paita y de la Señora del Cisne en Loja. Cuando murió, el General Antonio de la Guerra encontró en su casa un San Vicente de madera, una Santísima Virgen María con el niño, un Santo Cristo, una Virgen del Cusco, un Platina en cobre con la Virgen de la Merced de Quito, y un Cristo. Su participación en las festividades y cofradías habría permitido a Manuela un acercamiento al pueblo y a las mujeres, quienes la acogieron y algunas de ellas hasta se convirtieron en sus comadres. En la tertulia, con amigas de siempre Manuela vivió muchos años en su última posada, una casa de madera de un solo piso, frente a un esbozo de parque con una pequeña terraza, donde ella encontró el lugar ideal para las tertulias con sus visitantes y con sus comadres y amigas de Paita. En sus diarios y cartas, Manuela las incorpora siempre, y cada una de ellas parece cobrar vida. Pamela Murray refiere que Manuela se relacionó con familias locales, como la de don José Lamas, probablemente un comerciante o empresario local, y se “hizo íntima 96 Aldana Rivera, Susana y Diez Hurtado, Alejandro, Balsillas Piajenos y Algodón, Lima, 1994, pp. 116-117.


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amiga de la esposa de Lamas, Luisa Godos, de su cuñada Paula Godos 97 y de su hija mayor, Josefa (Chepita) Lamas y Godos” . En la correspondencia desde Paita con el General Juan José Flores hace referencia permanente a sus amigas la señora Chanita Torres, doña Luisa, la señora Chepita Lamas, quien comenta sobre su enfermedad, y las señoras Godoy. Al parecer, todas ellas tomaron partido por las ideas del Presidente Flores. Acostumbraban a enviar saludos e intercambiar regalos a través de Manuela, estaban a la caza de información que pudiera ser útil a la causa del General Flores. En febrero de 1844 llegaron noticias de que Moncayo estaba recibiendo dinero y, según informaba Manuela, las señoras Godoy sospechaban que era para comprar fusiles en Lima, detallaba incluso montos y nombres de personas. Manuela aseguraba que las señoras Godoy continuarían en su investigación. Manuela también era amiga de Francisca Otoya, “quien guardaba celosamente en su casa de Paita los restos del General José de La Mar que trajo en sus propios veleros de Costa Rica y entregó a la patria con dignidad y valor cuando acabó la oscura noche de la conspiración 98 militar” ; de igual manera, era amiga de Luisa Seminario del Castillo, la madre de Miguel Grau; de Tadea Castillo, comadre de Manuela, ama de Miguel Grau cuando niño y madre también de Paulita Orejuela Castillo, La Morito, ahijada de Manuela y su ayudante en los quehaceres de la casa, así como en trabajos manuales para la venta. Juan José Vega relata que La Morito, ya anciana, conoce al joven Luis Alberto Sánchez alrededor de 1924, quien le hace una entrevista 99 que luego aparece en Sobre las Huellas del Libertador . Allí refiere Sánchez que La Morito decía querer mucho a Manuela y la describe 100 como una “señora alta, robusta, de cara redonda ”. 97 Murray, Pamela, Por Bolívar y la Gloria. La asombrosa vida de Manuela Sáenz, Bogotá, 2010, p. 182. 98 Godos Curay, José Miguel, Prólogo a la obra de teatro de Manuel Dammert, Sobre Manuela de Payta. Drama en cinco estaciones, mimeo, p. 37. 99 Godos Curay, José Miguel, Prólogo a la obra de teatro de Manuel Dammert, Sobre Manuela de Payta. p. 37. 100 Vega, Juan José, Manuelita Sáenz en Paita 1835-1856, mimeo, 1967, p. 9.


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Y sobre Jonatás y Natán, así, sin apellido, Boussingault decía: “Se contaban escenas increíbles que sucedían donde Manuelita y en las cuales la mulata soldado, tenía el papel principal. Esta mulata, el álter ego de su ama, era un ser singular, una comedianta, una imitadora de primera magnitud, que hubiera tenido gran éxito en el teatro. Tenía una facultad de imitación increíble: su rostro era impasible; como actriz o como actor, exponía las cosas más divertidas, con una seriedad imperturbable. La oí imitar a un monje predicando la Pasión; ¡nada más risible! Durante cerca de una hora nos tuvo bajo el encanto de su elocuencia, de su gesto y de las 101 perfectas entonaciones de su voz” .

Jonatás, la amiga querida de Manuela, era apenas tres o cuatro años mayor que ella. Era inteligente, perspicaz, aguda, conversadora, le gustaba discutir y no daba tregua en un debate. Jonatás era fuerte y jamás le corría a una pelea, a un enfrentamiento. Sin embargo, también dicen que Jonatás podía ser sumamente discreta, si así se lo requerían, pero en otros momentos, en que los espacios eran abiertos y libres, hacía escuchar su risa ronca y sonora. Imposible pensar en Manuela sin Jonatás, un ser esencial en su vida. Aprendiendo inglés en la vida cotidiana Manuela nunca fue a una institución especializada para estudiar el idioma inglés. Lo aprendió en su vida cotidiana en Lima, cuando estaba casada con James Thorne y tenía relación con los amigos de él, comerciantes y extranjeros, con quienes obviamente la conversación se llevaba a cabo, mayormente, en inglés. Es posible, en ese entonces, que Manuela no imaginase ni soñase cuán útil le sería el inglés en el futuro. Lo cierto es que, exiliada en Paita, encontró trabajo haciendo traducciones, tarea muy requerida en un puerto con importante movimiento comercial. En esta actividad de traductora conoció e hizo amistad con Alejandro Rudens, Cónsul de Estados Unidos para Paita que llegó el 1º de julio de 1839 con el fin de atender conflictos suscitados con los balleneros 101 Jean Baptiste Boussingault, Memorias


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que venían de New Bedford. Estos habían provado diversos problemas sociales como deserciones, riñas, borracheras y, como dice Víctor von Hagen, también hubo “protestas de los propietarios ante el Gobierno de Washington por el exorbitante costo de avituallar a 102 los barcos en Paita” . Alejandro Rudens tuvo mucha influencia en la zona pues adquirió conocimientos sobre barcos y grasa de ballena, aporte esencial para el trato con los comerciantes de ballenas que llegaban al puerto de Paita. Esto explica la relación que establece con Manuela, con quien podía conversar en inglés y quien “le ayudaba en las gestiones con las autoridades locales y le hacía traducciones cuando el español 103 resultaba demasiado engorroso” . Gregory Kauffman recoge una carta que el Cónsul Rudens escribe el 13 de mayo de 1857 a Herman Melville, en ella le recuerda un incidente que tuvo lugar en el barco Acushnet, un ballenero de 558 toneladas procedente de New Bedford, 17 años atrás. En esa oportunidad, el Cónsul Rudens solicitó los servicios de Manuela Sáenz para hacer las 104 traducciones del inglés al castellano . von Hagen, en relación con este conflicto, refiere: “Fueron tres días muy agitados; hubo peleas en las calles con intervención de los serenos. El segundo oficial desertó y el capitán reclamó exasperado protección legal para las pertenencias del barco. Manuela Sáenz, con su experiencia de cárceles y encarcelamientos, fue invitada a ayudar en la redacción de los documentos legales por parte de las autoridades locales. A la temblorosa luz de una vela; con los alados termes describiendo erráticos círculos en torno a la llama, Manuela fue vertiendo al español el salobre inglés de los marineros del Acushnet. Uno de los últimos en prestar testimonio fue un joven callado y de ojos grises. Tenía veintidós años, y su nombre, cuando fue consignado en el 102 von Hagen, Víctor, La Amante Inmortal, Caracas, p. 316. 103 von Hagen, Víctor, La Amante Inmortal, Caracas, p. 316. 104 Kauffman, Gregory, Manuela, The Unsung South American Heroine who changed History, Washington, 2000, p. 3-5.


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documento, no dijo a Manuela más de lo que dijo a los compañeros: Herman Melville. Pero después, mucho después, cuando la fama lo cortejó y luego lo abandonó, se acordó de Manuela. “Humanidad, recio ser, te admiro, no en el vencedor coronado de laureles, sino en el vencido”. Y pensó en el gris opaco de Paita y en Manuela montada en los cuartos traseros de un burro: “…entraba en Payta-town montada en un borriquillo gris, con la mirada 105 fija en las paletillas, en el juego de la cruz heráldica de la bestia…” .

105 von Hagen, Víctor, La Amante Inmortal, Caracas, p. 317.



Visitas que dejaron huella

En Paita la vida transcurría apaciblemente, sin grandes acontecimientos, y por ello la llegada de los barcos despertaba el interés de toda la población, especialmente de Manuela, que esperaba con ansiedad las noticias. Después de ocho años de vivir en Paita, Manuela se preguntaba cómo una mujer podía estar al día en cosas de la cultura cuando el mundo no se percataba de dónde quedaba Paita. Diseñó, entonces, una estrategia para estar informada: «Barco que llegue, asalto de información. Ciudadano que caiga a éste; sacarle las noticias»106. Personas que llegaban con el fin de realizar algunas gestiones en Paita aprovechaban también la oportunidad para conocer a Manuela. Había otras que llegaban con el claro objetivo de visitarla y conversar con ella sobre el pasado histórico o, específicamente, sobre su relación con Simón Bolívar, conocedoras de la valiosa documentación que Manuela conservaba sobre la guerra y sus actores, documentación que para ella era su mayor tesoro y que muy excepcionalmente estaba dispuesta a compartir. En agosto de 1843, en su Diario de Quito, escribe: «Simón quiso que yo las tuviera, y son mías, muy mías y se irán conmigo a la tumba. Así lo he dicho muchas veces a tales señores que vienen de visita, aquí a husmear lo que sé. La historia no se la cuenta ¡se la hace! Que se vayan al diablo cuando vuelvan»107.

106 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p.33. 107 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p.37.


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Después de la muerte de Simón Bolívar, para Manuela no existía institución confiable. Conservó documentación que en realidad correspondía a las naciones en creación. Sin embargo, y a pesar de todo lo que ella pudiera decir sobre las visitas, estaba permanentemente atenta a la llegada de los barcos y encargaba a Jonatás que estuviera al tanto para saber quién llegaba y si tendría alguna visita, «No sea 108 que me cojan de sorpresa», decía. Ciertamente, las visitas traían información sobre el acontecer político en América, y muchas veces los barcos llegaban con noticias de primera mano. Así, llegaron personas que habían vivido de cerca la independencia de América, que estaban al tanto de los acontecimientos ocurridos luego de la muerte de Bolívar o que tenían interés en conocer de primera mano episodios de la vida del Libertador. Giuseppe Garibaldi nació en Niza en 1807 y abandonó su tierra a los quince años, convirtiéndose en patriota italiano al lado de Giuseppe Mazzini. Ante el fracaso de estas luchas patriotas, Garibaldi dejó Italia y llegó a América del Sur donde vivió doce años, uniéndose a la causa republicana americana. Luchó en Brasil, Argentina y Uruguay. Regresó a Italia en dos oportunidades para luchar por su unificación, como voluntario, apoyando los gobiernos insurreccionales. Murió en 1882. En su Diario de Paita, Manuela relata: «Hoy a julio 25 de 1840 vino en visitarme el señor José Garibaldi, muy puesto el señor este, aunque un poco enfermo. Lo atendí en mi modesta; cosa que no reparó. Estuvimos conversando sobre su vida y sus oficios y recordando sus aventuras, del mundo conocidas. Y se reía el muy señor cuando le pregunté por la escritora Elphis Melena, la alemana; sobre su fama de “Condotierro” y de sus dos esposas. Me dijo que yo era persona favorecida de él en su amistad, y que lo era también la memoria del genio libertador de América, General Simón Bolívar. 108 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 31.


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De nariz recta este señor, patillas salvajes y colgándole con el pelo hasta el cuello, y bigote grueso (como de cosaco), de bonete de paño negro bordado en flores y cejas espesas al cubrir casi los ojos. Jonathás y yo no tuvimos reparo en desvestir a este señor y aplicarle ungüentos en la espalda, para sacarle un dolor muy fuerte que lo aquejaba por el hombro. Muy agradecido se despidió de mi, y muy conmovido como de no vernos más. Siento tristeza de la ausencia de este señor. Jonathás está de mal humor porque no levantó mi ánimo. Me ha dejado de su puño y letra, un verso de la Divina Comedia del Dante109, y muy apropiado y bonito, que pego aquí para no perderlo. Mia carissima Manuela: “Donna pietosa e di novella etate, adorna assai di gentilezze umane, chéra lá ‘v’ io chiamavaspesso Morte veggendo li occhi miel pien dipietate, e ascoltando le parole vane, si mosse con paura a pianger forte. E altre donne, che si fuoro accorte Di me per quella che meco piangia, Fecer lei partir via, Cual dicca: Non dormire»110.

Ricardo Palma (1833-1919) llega a Paita en 1856, tenía 23 años y era contador a bordo de la corbeta de guerra «Loa». Según relata Palma, cuando se detenían en Paita prefería quedarse a bordo, leyendo o conversando, hasta que un amigo lo introduce a Manuela diciendo que ambos tendrían el gusto de hablar de versos. Al llegar a la casa de Manuela y conocerla, Palma la describe así: 109 Estos versos no corresponden a la Divina Comedia sino a otra obra de Dante: La Vida Nueva. 110 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, pp. 29-30.


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«Avanzamos media cuadra de camino y mi cicerone se detuvo a la puerta de una casita de humilde apariencia. Los muebles de la sala no desdecían en pobreza. Un ancho sillón de cuero con rodaje y manizuela, y vecino a éste un escaño de roble con cojines forrados en lienzo; gran mesa cuadrada en el centro; una docena de silletas de estera, de las que algunas pedían inmediato reemplazo; en un extremo, tosco armario con platos y útiles de comedor, y en el opuesto una cómoda hamaca de Guayaquil. En el sillón de ruedas, y con la majestad de una reina sobre su trono, estaba una anciana que me pareció representar sesenta años a lo sumo. Vestía pobremente, pero con aseo, y bien se adivinaba que ese cuerpo había usado en mejores tiempos gro, raso y terciopelo. Era una señora abundante de carnes, ojos negros y animadísimos, en los que parecía reconcentrado el resto de fuego vital que aun le quedara, cara 111 redonda y mano aristocrática» .

Este primer encuentro de Palma con Manuela fue suficiente para transformar la idea inicial que se había formado sobre ella cuando la comparó con Rosa Campusano y dijo que Manuela era «una equivocación de la naturaleza», que no sabía llorar sino encolerizarse como los hombres de carácter duro, y concluía que la Campusano fue 112 la mujer-mujer y la Sáenz fue la mujer-hombre . En esta oportunidad, Palma dijo: «Nuestra conversación en esa tarde fue estrictamente ceremoniosa. En el acento de la señora había algo de la mujer superior acostumbrada al mando y a hacer imperar su voluntad. Era un perfecto tipo de la mujer altiva. Su palabra era fácil, correcta y nada presuntuosa, dominando en ella la ironía. Desde aquella tarde encontré en Paita un atractivo, y nunca fuí a tierra 113 sin pasar una horita de sabrosa plática con doña Manuela Sáenz» . 111 Palma, Ricardo, Doña Manuela Sáenz (La Libertadora) (1856) en Tradiciones Peruanas Completas, Madrid, 1952, p. 1105. 112 Palma, Ricardo, La “Protectora” y la “Libertadora” (1821-1824) en Tradiciones Peruanas Completas, Madrid, 1952, pp. 940-941. 113 Palma, Ricardo, Doña Manuela Sáenz (La Libertadora) (1856) en Tradiciones Peruanas Completas, Madrid, 1952, p. 1106.


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Simón Rodríguez Carreño, tutor de Simón Bolívar, nació en Venezuela en 1771 y era un soñador, educador y amante de la vida; le llamaban el «loco» o el «maestro». Fue a morir muy cerca de Paita y está enterrado en Amotape, donde se encuentra la Casa Escuela de Simón Rodríguez. Él siempre decía que no quería parecerse al árbol que echa raíces, sino al agua y al viento. En 1829, se retiró de la docencia y en Azángaro estableció una fábrica de velas, pero a pedido de la población volvió a encargarse de la Educación. A la muerte de Simón Bolívar, se trasladó a Lima y luego a Huacho. En 1833 continuó trabajando en educación en Concepción, Chile, con Andrés Bello y, después de unos años en ese país, se trasladó a Ecuador, luego al sur de Colombia, y finalmente regresó a Perú. Murió en San Nicolás de Amotape en 1854, a los 83 años. Era, sin duda, alguien con quien Manuela podía gozar de su conversación, reír y discutir. Simón Rodríguez la consideraba su amiga, «la igual de Bolívar, su réplica en mujer y no solo su amante», y se declaraba su confidente. Es posible que Manuela le contara cómo conoció a Bolívar, entrando en la ciudad montado en su Palomo Blanco, «lo vi como un emperador, como a un dios». Muy joven ella y sin saber nada de política se fue con Bolívar esa misma noche: «Fue el hombre que quise y eso es todo. Con él aprendí a amar lo que él amaba: la libertad de estos pueblos». Cada visita de Simón Rodríguez era motivo para enfrascarse en una conversación casi siempre sobre Bolívar. Tenían, sin duda, mucho que contarse sobre los diferentes momentos que compartieron en el pasado. Allí, en Paita, Manuela podía confiar en él sus problemas sobre la venta de la Hacienda Catahuango que no encontraba solución, y hasta sobre una pensión de la Orden del Sol que el Gobierno le había negado. En febrero de 1843, en una de las tantas visitas que hiciera Simón Rodríguez a Manuela, ella lo describe de esta manera:


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«Muy entrado en años como por los 83, alto pero encorvado, su pelo blanco como de nieve y con bastón. No demoró mucho porque disque pendiente de un negocio. Me preguntó cosas que solo él sabía, me enfadé mucho. Pero luego estuve tranquila y serena, comprendí que este señor quería revivir esas épocas. Solo pudimos contener el ansia de amistad que nos unió con el único hombre que verdaderamente valía. Dijo que fabrica velas y que sigue dictando lecciones, pobre. Si se le ve 114 franciscano. Tomó chocolate y se marchó. Volverá, lo sé» .

Se trataba de una larga y sostenida amistad que no podía interrumpirse y cuando él llegaba a Paita y la visitaba, hablaban en voz muy baja, en confidencia, y compartían pan, queso y vino. La última vez que Simón Rodríguez la visitó, ambos presagiaban que no habría nuevas conversaciones. Manuela le dijo: «¿Ya se va, don Simón? Sí, Manuela. Dos soledades no se hacen compañía. Ella lo ve partir y presiente que su amigo no volverá».

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Simón Rodríguez murió dos años antes que Manuela. Herman Melville (1819-1891) nació en Nueva York y muy joven, el 3 de enero de 1841, se embarcó desde Fairhaven, Massachussets, en el ballenero Acushnet, hacia las costas del Pacífico, en las que las que navegó durante tres años y medio en el negocio de caza de ballenas. Retornó en dos oportunidades, y en 1851 publicó Moby Dick, novela que opacó cuatro narraciones (Benito Cereno, Las encantadas, Bartleby, el escribiente y Billy Budd, Marino) que, con el tiempo, han logrado extraordinario reconocimiento. A lo largo de estas cuatro narraciones se encuentran referencias a las costas del Pacífico, en particular a las islas Galápagos, y en 114 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 34. 115 Orgambide, Pedro, El maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, el Utopista, Buenos Aires, 2002, p. 191.


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el octavo capítulo de Las encantadas –La Isla Norfolk y la Viuda Chola- claramente a Paita. Hunilla, su personaje principal, bien podría representar a Manuela Sáenz, contemporánea de Melville. Las encantadas se publica en 1854, dos años antes de la muerte de Manuela. «Finalmente, en una isla, avistaron una mujer decente sentada en la playa, quien con gran pena y triste agonía parecía deplorar algún gran infortunio, 116 y a voz en cuello les pedía socorro» .

Hunilla, la mujer decente a la que alude Melville, procedía de Paita. La historia se refiere a cómo Hunilla, su joven esposo y su hermano fueron dejados en la isla por un barco francés para capturar tortugas y extraer su aceite y de esa manera poder pagar el pasaje de retorno. El francés no regresó nunca y el esposo y el hermano naufragaron buscando las tortugas, quedando Hunilla sola en la isla, perdida en el tiempo, acompañada sólo por «unos diez perrillos de cabello suave y crespo, de la hermosa raza peculiar del Perú. Desde su viudez, algunos de esos perros habían nacido en la isla, descendientes de dos traídos de Paita», perros que Hunilla se vio precisada a dejar en la isla, con el dolor a cuestas, para regresar a Paita. «Cuando vimos por última vez a la solitaria Hunilla, pasaba por la ciudad de Payta, montada en un burrito de pelaje gris. Delante de ella, en los hombros del animal, miraba el acompasado movimiento de la cruz heráldica de la 117 bestia» .

Presumiblemente, en ese lejano tránsito de Melville por las costas peruanas, Manuela fue la inspiradora de su Viuda Chola.

116 Melville, Herman, Benito Cereno, Bartleby El Escribiente, Las Encantadas, Billy Budd, Marino, México, 1968, p. 244. 117 Melville, Herman, Benito Cereno, Bartleby el Escribiente, Las Encantadas, Billy Budd, Marino, México, 1968, p. 260.


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Pablo Neruda (1904-1973) nació en Chile y en 1961 escribió Cantos ceremoniales, uno de cuyos poemas está dedicado a Manuela Sáenz bajo el título de «La Insepulta de Paita. Elegía dedicada a la memoria de Manuela Sáenz, amante de Simón Bolívar». No se ha encontrado un registro específico de la visita de Neruda al puerto de Paita, pero no es necesario. El poema nos permite imaginar esas calles por donde transitaba Manuela y por donde el mismo Neruda caminó preguntando por ella. Detuve al niño, al hombre, al anciano, y no sabían dónde falleció Manuelita, ni cuál era su casa, ni dónde estaba ahora el polvo de sus huesos.

Neruda habla también de las balaustradas viejas, los balcones celestes, los mangos, las piñas y las chirimoyas; de una vieja ciudad de enredaderas y del polvo de Paita con escaleras rotas y alcatraces tristes y fatigados, sentados en la madera muerta y, al mismo tiempo, de los fardos de algodón y los cajones de Piura. Casi con nostalgia, como si allí hubiera vivido, Neruda nos hace ver las casas vacías, con paredones rotos y una buganvilia que echa en la luz el chorro de su sangre morada, y lo demás es tierra, el abandono seco del desierto. Y le dice a Manuela: Tú fuiste la libertad, libertadora enamorada. Entregaste dones y dudas, idolatrada irrespetuosa. Se asustaba el búho en la sombra cuando pasó tu cabellera.


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Y quedaron las tejas claras, se iluminaron los paraguas. Las casas cambiaron de ropa. El invierno fue transparente. Es Manuelita que cruzó las calles cansadas de Lima, la noche de Bogotá, la oscuridad de Guayaquil, el traje negro de Caracas. Y desde entonces es de día.



La palabra escrita de Manuela Sáenz en su lucha por la libertad

A lo largo de su vida, Manuela Sáenz fue dejando una huella de su caminar por el mundo. Sus diarios y cartas constituyen, sin duda, ese rastro. Escribía con ironía y brotes de ternura, que iban de la mano con la irreverencia ante el poder, características que la acompañaron hasta el final de sus días. “Hay noticias de que es probable que se entable batalla con el enemigo, ya sea en las afueras o dentro de Quito; los realistas están en vigilia por toda la población y no dejan de meter sus narices en todo y reuniones; poniendo fin al encanto de hacerles estallar la pólvora en las patas” (Diario de Manuela Sáenz, 22 de mayo de 1822)”118.

A Manuela es posible conocerla a través de su escritura, muchas veces juguetona. Le gustaba jugar en todo momento. Así, llegó a Quito montada a caballo y acompañada de Jonatás y Natán, en vísperas de la batalla final en Pichincha. Llevaba prendida al pecho la condecoración que le había impuesto San Martín como Caballeresa del Sol. Era una suerte de afirmación en un momento crucial en la lucha por la independencia y ella se jugaba entera con la idea de la libertad, ya no sólo de su pueblo, sino con la picaresca idea de poner pies en polvorosa a los realistas. Las estructuras formales a través de las cuales transitó dejaban pasar a una Manuela ansiosa de construir un mundo en el que la libertad tuviera un lugar de privilegio para amar, leer, escribir y vivir cada quien a su manera. Desde muy temprano, Manuela nos hace conocer a través de sus textos los caminos y espacios que recorría dándoles vida. Tal vez, la mejor 118 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 9.


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expresión de este gozo por el espacio sea una carta que le escribe a Simón en julio de 1822, desde “El Garzal”, un fundo cerca de Quito, donde se cobijaron luego de su primer encuentro. “La casa grande invita al reposo, la meditación y la lectura. El comedor, que se inunda de luz a través de los ventanales, acoge a todos con alegría; y los dormitorios reverentes al descanso, como que ruegan por saturarse 119 de amor” .

Los lugares donde Manuela vivió un tiempo corto o largo en su trajinar por nuestra América han quedado inscritos, tallados, no en la arena sino en sus diarios, en sus cartas, y también en los relatos de otras personas. Asomémonos fugazmente a algunos de esos espacios. La Hacienda Catahuango en Quito, en medio de árboles y riachuelos, fue el lugar propicio para aprender a montar a caballo con absoluta libertad, bajo el sol, la luna y las estrellas y con sus amigas de la infancia, Jonatás y Natán. A lo largo de su vida, y en particular en Paita cuando ya se encontraba en el exilio, Manuela se refería a la Hacienda Catahuango como la propiedad que le había sido expropiada y que ella reclamaba para sí. Los Conventos de Quito, con su exterior amurallado y sus puertas celosamente cerradas con candado, escondían una fragante huerta con rincones propicios para la lectura y el intercambio de secretos sobre los aconteceres de la calle. En el Museo Manuela Sáenz en Quito, se ha rescatado la presencia y huella de ella en esos silenciosos recintos. La Magdalena y su cocina, entre árboles y flores, junto a un bello pozo de agua, competían en aroma con la comida de la casa de Manuela, que invitaba a la mesa para saborear algún potaje recién preparado con esmero y para una sabrosa conversación. Esta casa está abierta al público y si bien ha habido reformas, los aires del jardín se mezclan con las risas de Manuela, Jonatás y Natán.

119 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 68.


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La Quinta en Bogotá fue un hogar prestado que Manuela hizo suyo para llenarlo de calor y alegría, como su casa en Paita, en sus años finales, donde podemos verla al lado de su brasero. En cada uno de estos lugares Manuela fue siempre ella, fiel a sus sueños de libertad, aquellos que inspiraron sus textos y que, a fin de cuentas, fueron una manera de hablar consigo misma y con el mundo. Leer y escribir fue siempre su refugio por excelencia. Durante mucho tiempo la vida de Manuela Sáenz en Paita no se conocía, solo quedaban algunas piezas sueltas de los sucesos de esos años. El trabajo realizado por Jorge Villalba F., S. J. por encargo del Banco Central del Ecuador en 1986 ha permitido recoger y difundir información a partir de las cartas que intercambiaron Manuela Sáenz y el General Juan José Flores, Presidente del Ecuador. Sobre las cartas, Jorge Villalba nos dice: “Estas cartas valen por sí mismas; porque son joyas del estilo epistolar. Al leerlas, Manuela cobra vida; es como si nos trasladáramos a una tertulia suya de Paita. La oímos conversar, percibimos las inflexiones de su voz que alternan de lo pausado y solemne, de lo triste o violento, a lo ingenioso y 120 pintoresco” .

Y así es. En todo momento, en las cartas, Manuela se deja ver como ella es. Si bien desde muy temprana edad se manifestaba claramente por la libertad de amar y de ser, en esos otros momentos, en el exilio y sin recursos económicos reconoce la transcendencia que puede tener la palabra escrita y manifiesta la imperiosa necesidad de expresarse para dialogar con un público más grande, a través de la prensa. Si bien ya lo había hecho en Bolivia, en Paita no le era suficiente escribir, traducir o corregir, necesitaba imperiosamente la propiedad de un medio de prensa en el cual ella pudiera expresar libremente sus opiniones. Esto no era para ella simplemente una utopía o un sueño. Era una alternativa posible si tenían éxito las gestiones que realizaba para recuperar la herencia correspondiente a la venta de la Hacienda Catahuango. 120 Villalba, F., S. J., Jorge, Manuela. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 14.


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A mediados del siglo XIX, Manuela no solo se afana en conseguir los impresos de la oposición para quemarlos, no solo intercepta las comunicaciones de los conjurados, dice: “Quisiera arrebatarles la imprenta; quisiera – llega a decir – ser hombre, 121 para batallar con los conspiradores de hombre a hombre” .

La rabia e impotencia se traslada a la palabra escrita, pero como no puede contravenir ese juego por la vida, osada siempre, se permite exhibirse en la intimidad, en ese mundo cotidiano, y con esas expresivas palabras que la retratan tal cual ella era. No descansaba, permanentemente estaba enviando cartas o encomiendas y recibiendo otras, siempre por barco. En mayo de 1844, doce años antes de su muerte, escribía: “Hoy estoy muy de prisa por unas encomiendas que tengo que mandar a 122 Lima, y sale el buque” .

Del mismo modo se lamentaba de no ser escritora porque así podría responderles “con armas iguales”. Podemos imaginar lo que hubiera podido ser si las aspiraciones de Manuela Sáenz se realizaban. Desde su exilio, se hubiera unido a otras mujeres que, como ella, aspiraban al derecho de tener voz en el quehacer político del continente y al derecho a la palabra. Aún sin recibir respuesta, Manuela sigue escribiendo una y mil veces a Juan José Flores sobre el asunto de su herencia, siempre con la mente puesta en el destino que tendría ese dinero para sus fines periodísticos y políticos. Ciertamente, Manuela, la migrante eterna, la forastera de América, siempre con su casa a cuestas y en permanente cambio, empieza a sentir que Catahuango puede ser una realidad, puede ser el retorno 121 Villalba, F., S. J., Jorge, Manuela. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 79. 122 Villalba, F., S. J., Jorge, Manuela. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 159.


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a un hogar que escasamente conoció, volver a un lugar donde no se sintiera nunca más al margen, ni mirara al mundo desde la esquina. En Paita, las múltiples identidades de Manuela, perfiladas a lo largo de su vida, se agigantan allí, y es ella, Manuela Sáenz como sujeta social la que se presenta en toda su dimensión, alejada ya de la figura de Simón Bolívar, lejos también de los marcos de la guerra.



Bibliografía

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Victoria Villanueva Chávez Feminista y activista peruana, cofundadora del Movimiento Manuela Ramos. Comprometida con el movimiento sindical y político partidario entre los años sesentas y ochentas. A partir de 1978 contribuyó a la construcción del movimiento feminista peruano trabajando con organizaciones sociales de mujeres en Lima y otras regiones del país, orientada principalmente a la revaloración de capacidades y participación politica de las mujeres a nivel local, así como la promoción de propuestas políticas de gobierno. Sus intereses se orientan desde entonces a trabajar la comprensión de la cultura cotidiana y la realidad política desde una perspectiva feminista, todo esto muy ligada a las organizaciones locales de mujeres. En esta linea desarrolla un proyecto editorial de acompañamiento a la sabiduría alimentaria de grupos locales de mujeres en varias regiones del país, dándole visibilidad y reconocimiento. Así mismo, desarrolla actualmente una línea de investigación histórica acerca de personajes femeninos del siglo XIX latinoamericano, las cuales participaron activamente de manera intelectual, cotidiana e incluso militarmente en el proceso de emancipación de América.


La palabra escrita de Manuela Sรกenz Primera ediciรณn electrรณnica, julio 2016 Victoria Villanueva Chรกvez editado por Movimiento Manuela Ramos y Elefante Azul Ediciones cuidado editorial Juan Pablo Murrugarra


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