Zalamea revista de feria 2013

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REVISTA DE FERIA 2013

La niña y el toro Por: Ricardo Gómez Ruiz

on Juan González Nandín observaba desde los ventanales del despacho situado en el azotea de su cortijo la punta de vacas de vientre que pastaban cerca del caserío. A su lado, Rocío también miraba la vacada.

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--Mira, papá, ese toro pequeño que no es negro, sino marrón y le están saliendo los cuernos, qué lindo es. El ganadero sonrió. --Es castaño oscuro, cariño mío, ojinegro y con el tiempo será corniveleto. Buen ejemplar cuando cumpla años. Don Juan miró a su hija. La adoraba. Dios, como pasa el tiempo. Nueve años tenía ya, siendo la alegría de la finca con sus risas y ocurrencias. A la chiquilla le gustaban los animales. Tenía un gato llamado Goloso y a su perra Cuchara. También una yegua pía que montaba con frecuencia para acompañar a su padre por la finca. Una tarde en que Don Juan repasaba contabilidades, miró hacia el campo y se quedó horrorizado. Entre la manada de vacas, Rocío se acercaba al becerrillo con una col en la mano. --Toma, bonito, la he cogido en la cocina y es para ti. Junto a las reses bravas, el animal tomó las verduras que la niña le daba. Cuando se acabaron las hojas la siguió mansamente, --Se acabó. Mañana te traeré más. Entró en el cortijo y cerró la portera dejando a la res fuera. No había visto jamás a su padre tan enfadado. --Ni se te ocurra hacerlo otra vez, Rocío. Lo toros son siempre peligrosos. --Perdóname, no lo volveré a hacer, pero es tan pequeño y bonito. Así empezó el afecto de la niña por el animal que se fue afirmando con el tiempo. Tras la talanquera lo llamaba y novillo acudía. Al principio al reclamo de hojas verdes; más tarde, para dejarse acariciar los remolinillos de la testuz. Pasaron los años. La niña se convirtió en adolescente y el novillo en un cuatreño impresionante con más de media tonelada de músculo y huesos. Y el afecto de la muchachita por el toro se hacía más fuerte. --Ejé, Gallardo, ven que te traigo verduras frescas. El animal se acercaba. El mayoral le había puesto ese nombre por su estampa y trapío. Gallardo vivió unos meses en la manada de toros de lidia hasta que

ZALAMEA LA REAL

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un día el empresario Sr. Muñoz, se acercó al cortijo. --Don Juan: necesito una corrida de cuatro toros para Zalamea la Real. --Escójalos Vd. mismo. Entre los seleccionados iba Gallardo que fue encajonado y llevado en carreta hasta Sevilla y después en el tren de Huelva, con trasvase en San Juan del Puerto, a Zalamea. A nuestro pueblo llegaron las reses el día 18 de Septiembre de 1885 donde fueron enchiquerados. Más de 12 horas en un viaje infernal habían soportado los animales. Al día siguiente, viernes de feria, se celebró la corrida con un único matador, Manuel García Cuesta, "El Espartero". La plaza estaba llena y Gallardo salió el primero, derrota contra el burladero y se astilla el cuerno derecho siendo recibido con el capote por el torero entre aplausos. Cuatro pares de banderillas puestas por El Lolo y Malaver. En el graderío se encontraban Landín y su hija Rocío. --Ese toro es Gallardo, papá. --Los toros han nacido para morir en la plaza, hija mía. --Ejé, Gallardo, bonito, gritó la niña. El animal, despistado por el ambiente extraño, localiza la voz pero no el lugar y quedó quieto, mirando al tendido. Trillo, Moreno y Parrado, con sus puyas, hundieron las fuerzas del animal. Picadores por los suelos, caballos moribundos con las tripas al aire y una multitud vociferante. Hermoso espectáculo. Aún faltaban cuarenta y tres años para que Primo de Rivera impusiera los petos. El Espartero toma la muleta y da unos pases de tanteo. La niña lo llama. --Ejé, Gallardo, bonito, acércate. Gallardo localiza a Rocío. La mira pareciendo decir: --¿Por qué? ¿Por qué me hacen esto? Y el toro busca amparo a la salida de chiqueros, a escasos metros de la joven, en un hoyo que los limpiadores de la plaza de olvidaron rellenar. Para sacarlo de allí le aplicaron banderillas en los cuartos traseros y varios puyazos de garrocha sin resultados. Rocío lloraba y el toro, ya insensible al dolor, volvía la cabeza y miraba a Rocío. El Espartero, consciente del peligro por carecer de salida, entra a matar al volapié siendo cogido con el pitón derecho, luego con el izquierdo que le causó una herida en el muslo rozando la femoral. La enfermería era un local inmundo, carente de medicamentos y vendajes. Los médicos de Zalamea brillaban por su ausencia siendo asistido el torero por un facultativo de Castaño de Robledo que se encontraba entre el público. El Espartero fue llevado a la posada que había en una explanada donde más tarde se edificaría el mercado de abastos. Recordando a Blasco Ibáñez en su novela Sangre y Arena, se me ocurre pensar que desde allí el matador, gravemente herido, oiría rugir a la multitud que llenaba los graderíos del coso mientras El Lolo y Malaver daban muerte a los tres toros restantes Era aquella la verdadera, la única fiera sedienta de sangre. Rocío, la niña del ganadero, no volvió a pisar jamás una plaza de toros.


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