Vicente Orti Torrent

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caso escultórica) y, por extensión, a la idea de mundo que del mismo modo llega a alcanzar la idea de valor, de registro, de percepción y del ver. De lo que se trata es del modo de ver que Vicente apuntala con un cuerpo teorizado en la mismidad del conjunto de relaciones que, en el tiempo, ha ido activando. Por ejemplo hablamos de esas relaciones-objetos devenidas del cruzamiento firme de la fragmentación y la grafía, del saltarse, casi poetizando (dirían), el campo de influencia o zona límite de cada condición fragmento y de cada memoria-grafía, que han llegado a conformar uno de los gestos y propuestas escultóricas (desatendido entonces por la propia comunidad) más saludables y uno de los enfoques, de sensibilidad radicalmente crítica (inevitablemente e irritante para la ortodoxia), en el ámbito y tradición de la escultura valenciana de los 90’. Tras esas acciones-objetos –puesto que en ellas se activaba un cierto acogimiento del gesto (de la gestualidad), del sucederse de una voluntad de fragmentación que a priori distingue entre estratos la dirección puntual de los flujos de significado– había (hay) un cierto efluvio deconstructivo que apunta con literalidad, tal cual su supuesto primero, a “de-construir” el modelo clásico de lo que entendemos como cosa-objeto escultórico, a desmantelar visionando (atendiendo) la estructuralidad del modelo de significado del que de algún modo se ha partido (y que una

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cierta sensibilidad custodia y ampara), que tiene que ver con la idea o concepción de escultura, la idea de objeto escultórico, la idea de significado escultórico y de su papel y función. Esas relaciones-objetos dan fe, al margen de sus evidencias materiales y temáticas, del esfuerzo crítico, asumido en su momento, por liberarse de la servidumbre del discurso heredado como modelo de hacer escultórico, a fin de revelar unas nuevas intuiciones no sólo artísticas, sino sobre todo nuevos modos de hacer y de ver altamente críticos. Escultura & registro. Parece que en el sentido de la palabra escultura, aquello que de algún modo da fe de su puesta en circulación o escena, recae sobre la producción o, lo que es lo mismo, sobre su forma de procesamiento y de registro, y no sobre la condición inicial: entonces aquella que habría de marcar decisivamente el carácter necesario –por tanto, de acontecer-conocer-saber– de la cosa a esculturizar, y no, en ese sentido, sobre el carácter necesario, ese ‘desde ya condicional’, de su también necesario devenir. Sin duda el acontecer escultura, ese ‘desde ya’ teorizado, ocupa en importancia, en grados de aproximación cognitiva, un mejor lugar en oposición a procesualidad y registro. En esa dirección la cuestión apunta a las ideas escultóricas y no a otro lugar.

La emoción de la escultura no se parece a la escultura en sí, no la representa, del mismo modo que una parte predestinada del proyecto, de su formación inicial, no se parece al dispositivo proyectado que de allí va ha surgir. En el caso de esta exposición, esa disposición instrumental (mesa depósito de herrumbre) hace de algún modo, en tanto que la teatraliza, de emoción de la escultura y así de todo aquello que no lo es pero donde, sin parecerse, sobrevuela un cierto porvenir de la escultura misma, un cierto poder funcionar como ella: una posibilidad o cierto grado de esculturalidad. Esta mesa (o mesas) depósito de herrumbre aguardan como valor (también como posibilidad al fin) de múltiples intensidades, potenciales, umbrales y gradientes escultóricos, todos de carácter orbitativos, que transcurren tal como son: como disposiciones intensivas conservadoras de sus antiguas leyes y de su atractivo maquinal, y no, y para nada, como simples acumulaciones. Oficio/ tradición & escultura. Justificar la aparición de un nuevo objeto en el ámbito de la escultura parece estar ligado únicamente, todavía, a cuestiones como la tradición o el oficio. Sólo desde la vulgarización, a base de su potencial insensible, el objeto es la medida del valor objeto, es la medida de su artisticidad, cual si


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