Julio Verne - París en el siglo XX

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París en el siglo XX

Julio Verne 53

-Mañana es domingo. ¿Quieres estropearme mi día de fiesta? -¡Ah eso! No podremos hablar entonces. -¡Sí! ¡Claro que sí! Uno de estos días. -¡Una idea! -exclamó el pianista-. Mañana es domingo y podríamos ir a ver a tu tío Huguenin. Me encantaría conocer a ese hombre valiente. -De acuerdo. -Pero nos dejarás que entre los tres busquemos una solución. -¡Bien! Me parece bien -comentó Michel-, y seríamos harto imbéciles si no encontramos una. -Hum, hum -murmuró Quinsonnas, que se contentó con mover la cabeza y no dijo más. Al día siguiente, tomó un taxi a gas y fue a buscar a Michel; éste lo esperaba; bajó, saltó al vehículo, y el mecánico puso la máquina en movimiento; era una maravilla observar cómo el coche se dirigía velozmente a su destino sin usar aparentemente ningún motor; Quinsonnas prefería este modo de locomoción y casi no utilizaba los ferrocarriles. Hacía buen tiempo; el taxi a gas circulaba por calles que apenas empezaban a despertar, giraba con precisión en las esquinas, subía las rampas sin dificultades y avanzaba a una maravillosa velocidad por las calles asfaltadas. Al cabo de veinte minutos ya habían llegado a la rue de Caillou. Quinsonnas pagó la carrera, y los dos amigos subieron hasta el piso del tío Huguenin. El mismo abrió la puerta. Michel le saltó al cuello y le presentó a su amigo Quinsonnas. M. Huguenin acogió cordialmente al pianista, le mostró las sillas a los visitantes y los invitó sin más trámites a desayunar. -Pero, tío -dijo Michel-, yo tenía un proyecto. -¿Y cuál es, hijo mío? -Llevarte todo el día a pasear al campo. -¡Al campo! -exclamó el tío-. ¡Pero si ya no hay campo, Michel! -Es verdad -agregó Quinsonnas-. ¿Dónde has visto campo? -Veo que monsieur Quinsonnas piensa lo mismo que yo -observó el tío. -Totalmente, monsieur Huguenin. -Mira, Michel -continuó el tío-, el campo es los árboles, las praderas, los arroyuelos, las llanuras y, sobre todo, la atmósfera. ¡Pero no hay atmósfera en treinta kilómetros de París a la redonda! Nos burlábamos de la de Londres, y con las diez mil chimeneas de las fábricas, con las industrias de productos químicos, con el abono artificial, con los humos del carbón, con los gases de todo tipo, con toda esa miasma industrial, nos hemos armado un aire equivalente al del Reino Unido. Así que, a menos que vayamos lejos, muy lejos para mis viejas piernas, no soñemos con respirar aire puro. Mejor que nos quedemos tranquilamente en casa, cerremos bien las ventanas y desayunaremos lo mejor que nos sea posible. Y se hizo conforme a los deseos de M. Huguenin; se sentaron a la mesa; comieron; conversaron de esto y lo otro. M. Huguenin observaba a Quinsonnas, que no pudo dejar de decirle, a los postres: -Francamente, monsieur Huguenin, qué bien se le ve en este tiempo de caras siniestras; permítame que le estreche la mano. -Monsieur Quinsonnas, hace mucho que lo conozco; este joven me ha hablado más de una vez de usted; sabía que es de los nuestros, y le agradezco a Michel por la visita; ha hecho muy bien en traerlo. -¡Eh! ¡Eh! Monsieur Huguenin, en realidad soy yo quien lo ha traído. -¿Y qué ha pasado, entonces, Michel, para que él te haya traído aquí? -Monsieur Huguenin -insistió Quinsonnas-, traído no es la palabra; habría que decir arrastrado. -¡Oh! -exclamó Michel-. Quinsonnas es la exageración en persona. 53

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