Sentimientos a la deriva

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Sentimientos a la deriva

©Margarita Lizcano Prestel

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Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas. Pablo Neruda

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CAVILACIONES DE UN CONDUCTOR Me pregunto el porqué hoy no habrá puesto música en todo el camino, aquí los dos o en silencio o diciendo idioteces. El tío de 4x4 me tiene negro. ¡¡¡Qué no voy a ir más deprisa, te enteras!!! Adelanta si quieres. Mira qué ha llovido este año. Se nota en el verde del paisaje y en la mierda alergia que me esta atacando. Si al menos esta mujer pusiera música. ¿Qué la ponga yo? Sí claro, suelto el volante y nos pegamos la hostia padre. Otra vez el del 4x4. No, si me echará de la carretera el cabrón. El pantano. Allí sí me hubiera quedado hasta la tarde. Serenidad, calma… No me hubiera importado nadar hasta la isla. Me pica la nariz, me lloran los ojos, si al final va a ser alergia. Vaya desastre de paraje donde me quería llevar a comer, y se molesta porque le digo que es un estercolero. ¡Pon música de una vez! No, no tenemos telepatía. Me gustaría ser el lagarto que acabo de esquivar. Encaramado en su piedra, al sol, dirigiendo el tráfico. Lo sabía, otra vez el del 4x4, ¡adelanta ya! Lleva prisa, ¡claro es hora de comer! Y nosotros aquí, haciendo fotos al castillo. Lleva ya no se cuantas fotos. Fotos y fotos. Deberíamos de habernos quedado en el pantano y comer allí. Tengo hambre, no hay música y ella no me habla. Pararemos en el primer restaurante. Solo faltaría ver otra vez al del 4x4.


LA MAREA

Esta playa ha devuelto a mi vida, la calma, la serenidad y la seguridad perdidas entre el barullo de la gente, el desconcierto de los días y la insolidaridad humana. Lo dejé todo. Un cargo de directiva, una pareja que se venía abajo, familiares y unos pocos amigos. Cerré puerta detrás de ellos y con todo mi egoísmo, me marché. Conduje kilómetros y kilómetros hasta ver el mar y paré. Bajé del coche, me quité el vestido y las sandalias y con la ropa interior me metí entre las olas. ¡Qué sensación! Me sentí arropada por aquella inmensidad de agua y nadé relajada. De vuelta, en la arena, intenté ordenar mi vida a partir de ese momento. Me vestí de nuevo y conduje sin rumbo, sólo tenía una cosa clara, no quería perder el mar de vista. Esto me hizo tomar carreteras secundarias, pero tuvo su recompensa. Junto a la playa, en una cala de admirable belleza y apartada de la gente por agrestes rocas, se alzaba una casa, —podría ser mi casa, me dije. Encontré el camino que conducía a la casa en playa, bastante pedregoso y con bastantes curvas. Cuando llegué, llamé a la puerta pero nadie contesto. Volví a gritar esta vez. —¿Hay alguien en la casa? Me gustaría hablar con el dueño. —¡Guau, guau! —Al menos se que vive alguien, esperaré.

Se hacía tarde y no había comido nada desde el desayuno. Buscar comida y donde pasar la noche eran mi prioridad —¿O se había convertido aquella casa en mi prioridad? —pensé. Me disponía ya a marcharme cuando oí ladrar de nuevo al perro. Me giré hacia la playa y lo vi caminar lentamente. Paso firme y seguro. Llevaba bermudas grises y azules, el pecho descubierto dejaba ver toda su musculatura


y bajo su brazo izquierdo sujetaba una tabla de surf. El cabello, al reflejo del sol parecía ser blanco, iba recogido atrás en una coleta. —Buenas tardes –Le dije— Perdone si le molesto. ¿Podría hablar con usted? —¿Conmigo? —Dijo con un acento que parecía nórdico— Si, por supuesto. Tengo pocas visitas. Pase, pase. Cuidado con la perra, es muy celosa. —¿Tiene agua? Le he estado esperando y tengo bastante sed. —Sed y hambre también tendrá. No se preocupe. En unos minutos cenaremos. —Por favor, no quiero molestarle. —No es molestia. Así me contará a lo que ha venido mientras cenamos y luego se quedará a dormir. Mañana será otro día. Y se marchará si lo desea. —No, no puedo quedarme a dormir. —No entiende. La marea está subiendo. El camino se pierde. No hay forma de salir. Pero por favor, tranquilícese. No sabía si reír o llorar, si tranquilizarme o ponerme más nerviosa aún. Noté como ponía una mano sobre mi hombro y me decía. —Mi nombre es Hans. Voy a preparar algo de cena y charlaremos. —El mío es Cloe. ¿Puedo ayudarle en algo? —Tutéame, será más cómodo para los dos. —Gracias.

Preparamos una ensalada con espárragos, tomate, aceitunas, lechuga y alcaparras, aderezada con aceite de oliva, sal y vinagre. Unos bocaditos de jamón, queso y paté y de postre una macedonia de frutas. —Hablemos de lo que te trajo aquí, si lo deseas –me dijo Hans en un momento de la cena. —Sin rodeos. Quiero comprar tu casa. Vivir aquí el resto de mis días. Como tú. ¿Qué te trajo aquí? —No está en venta. –dijo firme y seco. Pasa esta noche aquí y mañana te marcharás.


—Hans lo siento, no quería molestarte. Siempre busqué una casa así y he caído en el más grave de mis errores. Perdona mi egoísmo. Mañana me marcharé. De veras lo siento. Terminamos de cenar en silencio y después me acompañó al que sería mi dormitorio, una habitación contigua a la suya, de paredes con papel floreado, una cama de matrimonio, un armario y a la izquierda, en los pies de la cama, un lavabo con espejo, antiguo, como el que había en casa de mi madre. En las paredes, fotografías de la casa y de una pareja en el porche. Recorrí todas las fotos y me paré en el espejo. —¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Qué haces? —me dije. Y rompí a llorar y el llanto me venció quedándome dormida. Desde el mar me llega su rugido al chocar contra las rocas, pero no le temo —no es peor que la vorágine de la ciudad. Se recrudece y me asomo a la ventana. —¡Me quedaré aquí! —le grito al mar, que comienza a aplacarse. Hans ha llamado a mi puerta pero no le he oído. —Claro que puedes quedarte.

Me rodea entre sus brazos, sus besos no se parecen nada a él. Lentos, suaves, recorren mi cara, mi cuello, llega a la boca. Ahora si son más él. Fuertes y abrasadores. En volandas me lleva hasta la cama. No recuerdo cuando he desabrochado la cremallera del vestido. Sus labios recorren mi cuerpo, noto como sube la marea y gimo de placer. Le despojo de las bermudas y juego con su miembro. Al penetrarme lanzo un gemido y su sinuoso movimiento me recuerda el vaivén de las olas. —¡Sigue, sigue! —le digo. —Quédate conmigo. La marea sube todos los días —me dice en un susurro. Nuestros gemidos quedaron ahogados por el choque de las olas contra las rocas. Al amanecer, me despertó con un beso mientras me hacía señas para que le siguiese. Subimos a la buhardilla y me enseñó una caja donde guardaba fotografías de la playa, planos y como se fue construyendo poco a poco la casa. —Entre todos construyeron esta casa —me dijo—. Esta casa es de toda una familia. —Lo siento de nuevo, no quería molestarte. —No lo haces. Quiero oírte gritarle al mar. Quédate a vivir aquí.


Salimos a pasear por la arena —la perra se unió a nosotros—. Desde una roca, sentados, ver salir el sol es algo prodigioso. Me besó en la mejilla y al volver la cara, le dije: —Si la marea sube todos los días, me quedo contigo —reímos. —Todos los días.


ÚLTIMO COMBATE

Dos mujeres, dos plañideras ante una tumba en un lejano pueblo desértico y una mirada al cielo mientras un buitre describe círculos sobre ellas. En sus mentes la imagen de otra mujer, la anciana que con un disparo le arrebató la ilusión a su hijo. Él, había nacido para ser un gran boxeador, desde pequeño había sido su aspiración, hasta que en un combate le rompieron la cabeza y con ello sus expectativas. Sonado, sin un duro, se inició en el camino más fácil: drogas y saqueos. Volvía a casa contento, la tarde se le había dado bien. Atajó por el callejón, saltaba las barandas de las casas y silbaba. En la última baranda le falló el salto, tropezó y calló al suelo produciendo gran escándalo. La anciana que vivía dentro, una señora octogenaria histérica, salió arma en mano y sin mediar palabra disparó contra el chico. En declaración a la policía diría que entró a robarle y la atacó. El muchacho fue enterrado en el cementerio lúgubre de un pueblo desértico perdido en el mapa. Por el periódico, su madre y hermana supieron de lo ocurrido. Su hijo había nacido para boxeador y perdió el combate de la vida ante una anciana mujer.


LUCES DE LA CIUDAD

Las calles desiertas son el único testigo de lo que sucedió aquella noche de Navidad. El frío es intenso y los primeros copos de nieve han hecho su aparición y se van aposentando por los secos lugares de las aceras. Todo apunta a que será una nevada intensa y los niños, mañana, podrán jugar con la nieve. También habrá quien no despierte al nuevo día. Las luces navideñas iluminan las noches de la ciudad. Árboles leds indicando un sendero, bolas y campanas de navidad que simulan movimiento, lámparas colgantes en las principales vías de Jaén, son esta noche prismas. Cada copo caído incide en una bombilla, que hace de prisma, que refracta, refleja y descompone la luz en los colores del arco iris. Miles y miles de copos, simultáneos… Me dejo llevar por las luces. No me importa el frío. Meto las manos en los bolsillos y subo el cuello del abrigo. El espectáculo que se abre ante mis ojos no me deja pensar en él y sigo caminando. Los pasos me llevan por las estrechas calles de las tascas, iluminadas con blancas estrellas. Me detengo y como el trozo de bocadillo que me queda. También estoy cansado. Creo que el frío me está empezando a afectar, pero he de seguir las estrellas. Hay algo en ellas que me obligan a seguirlas, como si me indicaran un camino. Se ha levantado viento, un viento fuerte que acelera la caída de los copos y mece las estrellas. El arco iris es indescriptible. La racha de viento empeora, calculo una velocidad de 50 Km/h. Sólo un tramo me separa de la calle Maestra, más no puedo seguir caminando y me resguardo bajo un tejadillo a que cese la racha de viento. Mi sensación térmica me indica unos 10 grados bajo cero. Tengo frío, mucho frío. No siento las manos ni los pies, pero no puedo dejar de mirar esa estrella. Se mece con el viento. La bambolea, juega con ella, la gira una y otra vez y ella parece querer jugar también y se sueltapara danzar libremente. Cae la nieve y yo veo bailar a una estrella. Siento envidia del viento y así se lo hago saber. —¡Déjame bailar con ella!


El viento cesa lentamente y la estrella, en una última pirueta, se abate sobre mí, rápida y mortíferamente. La nieve sigue cayendo, mas ahora no tengo frío; noto el reconfortante calor de mi sangre surgiendo de la herida. Rojo sobre blanco en una noche de arco iris nocturnos.


PRIMERA LECCIÓN

El rifle apuntaba al cuarto piso del bloque de enfrente. Tras la mira telescópica podía observarse, totalmente ajeno a cualquier amenaza, dentro de una jaula dorada, un agapornis de color azul balanceándose en un columpio a la vez que emitía estridentes gritos y saltaba del suelo al columpio y viceversa. Cada mañana y puntualmente, majete, que así se llamaba el agapornis, despertaba y comenzaba a emitir estridentes gritos despertando a todo el vecindario. Pero en el bloque de enfrente, majete, tenía un vecino con poca paciencia y decidido a dar solución al tema de los gritos. Una mañana, majete despertó y comenzó a gritar. Con sus gritos levantó al vecino, que despacio se dirigió al salón y se apostó en el balcón tras la mira telescópica. Respiró profundamente y esperó. ¡Ahora tenía a “a ese bicho” centrado en la mira! y disparó. La bala pasó tan cerca, que el agapornis tuvo que oírle el silbido. Se hizo un largo silencio. Tras la pausa, majete sorprendió al vecino con un sonoro y largo ¡fiiiiuuuuuuu!. Era un buen comienzo. Y dio por terminada la primera lección.


LA ZANJA

A la puerta de casa, dejaron abierta una zanja. Abierta y olvidada por la empresa X, subcontrata de la empresa Y que a su vez trabaja para la entidad local Z. Volvamos a la zanja, que como he dicho estaba abierta justo delante de mi casa; y sin señalización. Siempre pensé que tarde o temprano alguien caería dentro, denunciaría y tanto empresas como entidad local indemnizarían al accidentado y a mi, a mi me cerrarían la zanja de una vez. A eso le daba vueltas yo aquel día mientras me afeitaba cuando comprobé la hora. ¡Tarde! Se me había hecho tarde otra vez. Cogí las llaves del coche y salí cerrando la puerta. Bajé corriendo los dos tramos de escaleras que me separan de la calle intentando acordarme donde dejé aparcado el coche. Y eso es lo último que recuerdo. Lo siguiente fue una lenta caída hacia el interior de la tierra. Perdí el conocimiento. No se el tiempo que estuve inconsciente, pero cuando desperté, estaba rodeado de gente que se había acercado al verme caer. —No se preocupe, le hemos mirado y no tiene nada roto, solo algunas magulladuras. Mi nombre es Diego, encantado de conocerle —dijo a la vez que me ofrecía ayuda para levantarme. —¿Donde estoy? ¿Qué hago aquí? ¿Quiénes son? —pregunté. —Está aquí abajo, cayó por la zanja como nosotros —contestó Diego. —¿Pero, qué hacen aquí? ¿Por qué no salen al exterior y piden una indemnización exclame extrañado. —No se sale de aquí Abajo. Cuando caes es para siempre. Ya lo entenderás sentenció otra persona secamente.


Noté como un sudor frío me recorría la espalda, les miré atónito y no podía comprender lo que estaba oyendo. Me arme de valor y comencé a trepar por encima de ellos, pisé cuellos, cabezas, brazos, piernas hasta conseguir vislumbrar un poco de luz. Comencé a escalar por las paredes como pude y finalmente conseguí llegar a la superficie. Me miré. Estaba sucio, pero me dio igual. Busque mi coche y me fui de compras. Una camisa nueva y alguna otra cosa no ve vendrían mal. Antes de ir al trabajo he hecho algo que hace tiempo debí hacer. He denunciado a la Entidad Local competente y a las respectivas empresas.


CALLE ABAJO

Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Antonio Machado.

El movimiento de su cuerpo al andar, balancea su cabello que parece juegue con la leve brisa que se ha levantado esta tarde. Joven, impetuosa, imprime todo el carácter a cada paso. La veo marchar calle abajo, arrastrando su maleta. En ella lleva dieciocho años de vida y algunas disputas, discordias y pocas ganas de dialogar. Se lleva gran parte de mí. Han sido días tensos y rememoran otros vividos tiempo atrás. Tierra por medio. No se si es la solución, pero si que lo necesitamos las dos. Mientras se marcha, no mira hacia atrás. Yo se que no podría. Haría como ella. Coger camino y echar a andar. No volver nunca la vista atrás. Se pierde, a lo lejos su silueta se pierde y quiero llamarla… pero callo. Asumo su decisión. Solo quiero llegar a casa. ¿Llorar? No se si quiero llorar. Nadar, bajaré a nadar. Aun martillea mi cabeza, el traqueteo de la maleta por la acera. Cierro los ojos lentamente y el sueño se apodera de mí. Me despierto sobresaltada. Un mal sueño, me digo… El movimiento de su cuerpo al andar, balancea su cabello que parece juegue con la leve brisa que se ha levantado esta tarde.


LA ABUBILLA, LA GOLONDRINA Y EL RUISEÑOR

El olvido puede ser la forma más refinada de la venganza. Carlos Dummod de Andrade Adaptación libre de Ovidio´s Metamorfosis Libro VI

Cansada ya de volar tras dos avecillas, en el muro cubierto de enredaderas, una abubilla ha formado su nido. Al atardecer, emprende un errático vuelo, cual mariposa gigante y haciéndose un lugar entre los vecinos del residencial, camina por el suelo cantando “up—up—up” en busca de alimento. Una golondrina revolotea incansable el nido; la acompaña un ruiseñor, que subido en el muro, no cesa de cantar. La abubilla, ignorándolas, inicia de nuevo el vuelo, se aposenta entre los vecinos, inicia su canto “up—up—up” y hunde el pico en el césped en busca de comida. Al anochecer, cuando todo queda en calma, la abubilla vuelve a su nido. La golondrina, ignorada, volverá mañana.

El ruiseñor le hará compañía.


CENA DE AMIGAS

Cuando le conocí, le dije que estaba para comérselo. Él rió la ocurrencia ante la puerta del gimnasio. Hoy, es el plato principal en una cena de amigas.


REACCIONAR

Las lágrimas han borrado del diccionario de mi vida, las palabras: amistad, amor, traición y desengaño. Comienzo a vivir sin ti. Siento que muero lentamente.


HE DE ESCRIBIR

La hoja en blanco hace rato que me está reclamando, pero me parece haber agotado todo lo que tenía que decir. En la mano, el bolígrafo tamborilea sobre la mesa. ¡Voy a dejarlo, me estoy poniendo nerviosa! ¡He de escribir!

Por el pasillo oigo tus pasos. Imagino tu ausencia. ¡Y se me agolpa tal nudo en el corazón! Comienzo a escribir…


Ahora entendía que cualquier cosa que le pasara en su vida «buena» o «mala», sería exactamente lo que su alma necesitaba en ese momento para poder progresar. Eric Pearl