Once + 1 Margarita Lizcano Prestel
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Š Margarita Lizcano Prestel
Hay algo inexplicable que agita mi alma y que no logro comprender. Mary Shelley, Frankenstein.
Š Margarita Lizcano Prestel
Blanco y negro Y todo se tornó blanco a su alrededor. Las paredes de la institución, las batas de los auxiliares, el mobiliario. Todo. Ingresó para desintoxicación a recomendación de médicos y especialistas. Pero ella sabía que no tenía curación. Si, era una yonki, era adicta, pero lo era a él. Adicta al susurro de su voz en el cuello cuando hacían el amor, al sudor que después envolvían sus cuerpos, a empezar una y otra vez hasta la extenuación. Reír y fumar un porro de vez en cuando, notar sus besos deslizarse por el cuello musitando historias y perderse de nuevo entre las sábanas. Demasiado perfecto para durar, se decía. ¿Cuantas veces habían hecho ese mismo trayecto los dos en la vieja vespa? ¿Cuántas veces habían bajado al pueblo a comprar provisiones? Siempre que ella conducía, él ponía especial hincapié en la distancia de seguridad. Decía que los coches ignoran a las motos y más aun si son pequeñas, como era la suya. Aquel día bajó él sólo al pueblo. No regresó. Una moto, un cruce, un conductor a la fuga y todo acabó. En el silencio oye el susurro de su voz y vuelve a estremecerse, pero nada es igual. Y todo se torna negro a su alrededor.
© Margarita Lizcano Prestel
Sms al 7555 Leer en pandilla la sección de anuncios eróticos de un periódico puede ser divertido; pero leerlos sobre espíritus, puede conllevar otras consecuencias. Aquel día, estaban reunidos en la cafetería de la Universidad. Leían el horóscopo, anotaban horarios de películas, fue Jaime el primero que habló: —Escuchadme, os leo este: ―Madurita, tetona y sexy, busca joven cachondo. Solo sexo. Sin compromisos. Llama.‖ A este anuncio siguió otro y otro y las risas contagiaron a todos. Jorge pasó la página del periódico y exclamó: —Chicos, atención, este es el mejor. Es un anuncio sobre espíritus, os lo leo: ―Envía MASALLA + nombre al 7555 y recibirás en breve una llamada o mensaje de esa persona que tanto añoras y ya no está entre nosotros‖. —Vaya tontería –dijo Jaime- no me vengas con estupideces. Los espíritus se pasean ahora por ahí con móvil, ja ja, ja. —Ni me lo creo, ni lo dejo de creer, pero respeto opiniones. Haz tú lo mismo –dijo Jorge-. — ¿Qué pensáis los demás? –Preguntó Jaime. Sentado en la mesa de al lado, con la cabeza entre los libros y tomando un café, Óscar había permanecido en silencio, escuchándonos. Todos le conocíamos, era un poco reservado, pero una gran persona. Se acercó y nos dijo: —Os aseguro que envío ese mensaje y no ocurre nada. Pero y si es así, ¿Qué? —Nos relatarás tu experiencia y pediremos perdón a los espíritus en el periódico – dijeron Jaime y Jorge riendo todos al unísono. Aquella misma tarde envió el mensaje. La expectación era total. Todos estaban reunidos en torno al móvil mientras Óscar escriba ―MASALLA LEONOR‖ y lo envió al 7555. Sólo quedaba esperar. Esperar a que ella se pusiese en contacto con él. Tras la muerte de Leonor, los compañeros tardaron en reponerse de su perdida. Algunos más que otros. Óscar aun seguía pensando en ella. Sabía que no llamaría nadie, que esos anuncios son una estafa y que había gastado casi tres euros por seguirles el rollo a sus compañeros. Eran las 00:30 cuando se acostó, cansado de un largo día de estudio. No recordaba cuando se durmió, pero a las 3:15 una llamada al móvil lo sacó de su sueño. —―Numero Oculto‖ ¿Quién será el gilipollas que me llama a estas horas con numero oculto? –Siguió durmiendo. Media hora más tarde, fue el sonido de un mensaje lo que lo desveló. Estuvo a punto de apagar el móvil, pero la curiosidad pudo más y abrió ese sobre parpadeante. Remitía 7555 y decía: —Gracias por contactar conmigo. Te espero a las 4:00, en tu salón. Tenemos muchas cosas que decirnos. Leonor. Miró el reloj, las 3:50. Las preguntas crecían en su cabeza - ¿Qué era ese mensaje?, ¿Leonor?, No, no era posible, pero ¿Y si lo era? ¿Y si ella estaba a las 4:00 en el salón? Tenía tantas cosas que decirle, contarle como la han
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echado de menos, que los días no son iguales sin su sonrisa, las sesiones de estudios tediosas sin sus explicaciones; que en su corazón, aún sigue siendo invierno por muchas primaveras que hayan pasado. Que ella le cuente como le va en su no vida‖ y si se encuentra bien en su nueva ubicación. A las 4:00, se dirigió en pijama al salón y con sigilo abrió la puerta. No había nadie. Estaba asomado al balcón cuando oyó que le llamaban. Al volverse, la encontró frente a él. Bajo una capucha reconoció el flequillo rojizo y las pecas que le conferían aquel aire pícaro. Sus finísimas cejas daban paso a unos ojos castaños de misteriosa mirada, unas mejillas sonrosadas y unos perfilados labios caramelo. Se acercó y lo besó en los labios. Un beso de algodón dulce. Lo cogió de la mano -notó su nerviosismo- y lo acompañó hasta el sofá. Volvió a besarle, esta vez de manera más cálida y prolongada. Leonor tomó la mano a Óscar acercándola a sus senos; el tacto le agradó y los acarició. Ella se quitó la camiseta y deslizó lentamente la mano por la cinturilla del pantalón del pijama, jugueteando con los dedos, a la vez que lo invitaba a hacer lo mismo. El calor y la excitación se iban apoderando de ellos y se encontraron desnudos, dejándose llevar por sus deseos. Al amanecer, ella le susurró: —He de marchar. Se me acaba el tiempo por hoy. Sabes como contactar conmigo. Y con un apasionado beso, desapareció. Al día siguiente los compañeros, impacientes preguntaron con curiosidad: — ¡Eh! Cuenta ¿Qué tal anoche? ¿Te llamó o mando un mensaje? –rieron. —Como era de esperar, no ha ocurrido nada de nada –les contestó Óscar. Desde aquel día van a cumplirse dos meses. Óscar, recibe por las noches un sms a las 3:30. Remite 7555. Leonor.
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Apocalipsis 21,8 Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los que cometen inmoralidades sexuales, los que practican artes mágicas y todos los mentirosos recibirán como herencia el lago de fuego y azufre. Ésta es la segunda muerte.
Desde la Loma de las Amapolas, sentado en su sillón, divisaba cómo las llamas iban consumiendo su casa. Hacía calor. Se secó el sudor de la frente y bebió agua. Desprendía un desagradable olor a gasolina y recordó lo ocurrido aquella misma tarde. Su madre, una mujer obsesivamente religiosa, había salido a la iglesia -a rezar las estaciones, le había dicho- y aprovechó esa ausencia para encontrarse con Eva. ¡Eva, Eva!-nunca le gustó a su madre. Decía de ella, que era la reencarnación del mal, pero para él, era perfecta. Llamaba a las cosas por su nombre, decía siempre lo que pensaba y a Dios lo llamaba de tú. Eso irritaba a la madre que la llamaba sacrílega, prohibiéndole la entrada en su casa. Se encontraban los dos sentados en el sillón del garaje, cuando llegó la madre. — ¡Mamá! ¿Qué haces tú aquí? No te esperaba hasta dentro de una hora. — ¡Lo sé! Por eso he vuelto. Sabía que ella estaría aquí. ¿Cómo has tenido valor? ¿Di, cómo? –Gritaba con los ojos desencajados y la vena del cuello a punto de estallarle. — ¡Mamá, por favor, tranquilízate! Te va a dar algo. —Si, por favor señora, tranquilícese. — ¿Tú me pides que me tranquilice, tú que eres la que me altera? Hija de Satanás. — ¡Basta mamá! ¡No te consentiré que sigas tratándola así! Al oírle decir esto, se giró, tomó de la mesa de trabajo un martillo y asestó en la cabeza de Eva un certero golpe que la dejó tendida en el suelo, inmóvil. — ¡Toma hijo, ya basta! Gritó al marcharse. -Al día siguiente, en la iglesia, se lo contaría todo a su confesor; de rodillas frente a la imagen de Cristo, rezaría en silencio la penitencia impuesta. Con la señal de la cruz todo le quedaría perdonado.-Pensó para sí misma buscando serenidad. — ¡No! –gritó, echándose a llorar sobre el cuerpo ensangrentado y sin vida de Eva y notó como un nuevo sentimiento de odio, crecía hacia su madre. Por la noche, esperó a que ésta durmiera. Subió el sillón a la loma. Esparció gasolina por la casa y le prendió fuego. Su madre no iba a despertar, unos cuantos somníferos se encargarían de ello. Cuando surgieron las primeras llamas subió a contemplarlo cómodamente sentado. Avanzaba el fuego y con el se purificaban esos sentimientos de odio y rencor. Lloró, y llorando sintió paz en su frustrada alma y sonrió. Volvió a mirar al fuego y en las llamas reconoció la silueta de Eva que lo llamaba. Desde su atalaya ve como avanza rápida y luminosa, la caravana de bomberos. En su cabeza, la imagen de Eva se hace más fuerte. Se incorpora de un salto, corre hacia la casa y se adentra,-ante los gritos de pavor de los vecinos-, entre las llamas que lo abrazan. En los periódicos, al día siguiente, un mismo titular: “El fuego vence a joven héroe.” © Margarita Lizcano Prestel
Proseguir Los acontecimientos mantenían agitada su mente e inquieta su alma. En el piso de arriba, la vecina escuchaba una y otra vez aquella horrible canción de Camilo sexto - ―Y ya no puedo más, y ya no puedo más”- , que en aquellos momentos tanto definían su situación. Se incorporó de un salto del sofá en el que estaba abandonada y rebuscó en el cajón de los cd´s. En otro tiempo, aquel cajón era un prototipo de orden, ahora se podría encontrar cualquier cosa. Sabía que debía estar por allí, no se había desprendido de el. Mientras buscaba, cantó una de sus canciones y empezó a notar como una lágrima resbalaba por la mejilla y que otra la seguía. —Vaya con la letra de la canción -dijo en voz alta para oírse- afanada en la tarea de localizarlo. Por fin lo encontró, al final del cajón, bajo otros discos. Abrió el libreto, leyó detenidamente la letra de una de las canciones y notó como otra lágrima surcaba su mejilla y luego otra, dando rienda suelta al llanto que sabía que al final le haría tanto bien. En la portada del cd, una caricatura de una pareja en la que se reconoce a ella con un muchacho. En la mesa del salón un periódico, con fecha 26 de Febrero de 2009 y en un lateral un pequeño titular: “Joven músico muere en accidente de tráfico”. La fotografía que publica el periódico es similar a la carátula. Ahora recuerda que fue ella quién lo escondió. Sus familiares y amigos consideraron que sería mejor destruir todas las copias para que se recuperase lo antes posible. —Pero, ¿Quién se recupera de perder a la persona que amas? - Se decía ella. Secó sus lágrimas. Se dirigió hacia el equipo de música e introdujo el cd. Cantó una por una todas las canciones, como si de una actuación se tratase. Cuando terminó, besó la carátula, y se despidió de él. Había sido su última actuación juntos.
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Remordimiento No era un fantasma quien surgió entre la niebla, no lo era, pero de los reunidos allí, nadie se atrevería a decir lo contrario. Avanzó hacia nosotros, el sonido de sus tacones reverberaba en el muelle. Sus pasos firmes y decididos no habían perdido la gracilidad de antaño. Su cuerpo, sabiéndose deseado, se contoneaba a cada paso; no era posible. La historia volvía a repetirse. Nos miramos, sin querer recordar lo que era inevitable recordar. Olga, la conocimos en el puerto de Southampton y pronto se hizo con cuatro soldados novatos. Lo pasábamos bien juntos pero aquella noche se nos fue de las manos. Habíamos bebido más de la cuenta y Olga estaba atractiva y cariñosa. Nos turnamos. Fui yo quien le golpeó para que callara, y ya no volvió en sí. Tras la resaca, tiramos su cuerpo al mar. —¡Disculpe señorita! ¿puedo saber su nombre?. — Spiacente, non capisco.
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Un lugar para Zoe Cuando eres consciente de la muerte, acabas asumiendo tu propia soledad. Rosa Regás
Sobre la cama, vestido, medias, bolso y zapatos de tacón negro. Junto a la ropa, arrugado, un breve telegrama. Triste noticia: Zoe fallecida. Stop Sepelio mañana 18 h, Iglesia Dominicos. Stop. Ernesto. Sobre la mesita de noche, un reloj despertador marca las tres de la tarde. La lluvia cae intensamente en el exterior. Se oye correr el agua de la ducha y en momentos se confunde con la lluvia. El agua cesa, no así la lluvia que arrecia por momentos. La puerta del baño se entreabre dejando salir una oleada de vaho que caldea todo el distribuidor. El contraste de temperatura logra poco a poco desempañar el espejo del baño, mientras Amparo lía el cabello en una toalla y seca su cuerpo. El pelo lo luce en una corta melena que ha arreglado con desparpajo. Ha vestido su ropa interior, aquel conjunto negro que comprara con Zoe una de las últimas veces que se vieron. Después le pediría paciencia, que ya volverían a encontrarse. No ha sido así. Se dirige a su habitación y comienza a vestirse. Al ponerse las medias recuerda momentos que han vivido juntas y susurra levemente su nombre ―Zoe‖. Ante el espejo, toda vestida de negro, éste le devuelve la imagen de una Amparo abatida. El carmín rosado simula levemente una sonrisa y el maquillaje oculta los surcos de las lágrimas. Son las cuatro menos cuarto de la tarde en el reloj de la mesita. Desde Badajoz tardará casi una hora, quizá más, si no cesa esta lluvia. De la percha, coge el abrigo negro y cierra tras de si la puerta con llave. Ya en el ascensor se dirige a la cochera, entra en el coche y mientras se prepara para el viaje no puede evitar pensar en los últimos días con Zoe, si aquellos días fueron o no el detonador. *** Sigue lloviendo, los limpiaparabrisas del coche no dan abasto, los vehículos circulan a toda velocidad por la autovía, un indicador kilométrico anuncia Mérida a 30 Km. Amparo mira en el retrovisor y recuerda. Sacude la cabeza como queriendo sacar esos recuerdos pero no lo consigue y sintoniza una emisora en la radio que la distraiga momentáneamente cuando el sonido de las ruedas con las bandas sonoras laterales la saca de su ensimismamiento. Llueve. Un área de descanso a 1000 metros. Buen momento para una parada. La cafetería, como cualquier otra de carretera, es impersonal, mucha gente entra y sale pero no retiene esencia. Se acerca a la barra y pide un café al
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camarero, indicándole la mesa en que va a sentarse. Minutos más tarde el mozo trae el café con la nota que abona al instante. Ante la taza, Amparo rememora aquella noche. Ante la taza, Amparo llora lo que no va a llorar después. *** Cuando sonó el teléfono a aquella hora, Amparo supo que algo no iba bien y que algo le ocurría a Zoe. Se disponía a irse a la cama, así que volvió a vestirse, salió a la calle y atravesó el parque hasta llegar a la casa donde llamó levemente. La puerta estaba abierta y entró. Sentada en una esquina del sofá, envuelta en una manta y llorando desconsoladamente se encontraba Zoe. Ante ella, cartas esparcidas por la mesa y el suelo. _ ¡Siéntate! Se está haciendo café-dijo entre sollozos-. _¿Que te ocurre? ¿Qué son todas estas cartas? ¿Y a que viene este llanto? – preguntaba Amparo perpleja-. _¡Toma, léelas!-le dijo Zoe tendiéndole unas cuantas cartas-. Querida Zoe: No dejo de pensar en ti. Mi cuerpo aun recuerda tus caricias y pide más. Quiero verte de nuevo, tenerte de nuevo. Sentir mi cuerpo dentro de tu cuerpo y sentir que vivo. […] […] Necesito volver a verte. Mañana. A las diez de la noche. Estaré esperándote en la misma habitación. Ernesto. A medida que avanzaba en la lectura de estas, la mente de Amparo viajaba hacia los lugares que le indicaban. Imaginó a Zoe sintiéndose sola, esa soledad que te lleva a buscar compañía en brazos extraños y la vio feliz, una felicidad pasajera. Imaginó como sus labios besaron otros labios, su cuerpo rozaba otros cuerpo y así un día tras otro, un hombre tras otro hombre o mujer ¿Por qué no?. La imaginaba después, cada día, sentada ya sola en el motel, escribiendo una carta dirigida a ella misma, como si de un amante se tratara, donde describía los momentos más ardientes de la noche. La imaginó al recibir la carta, simulando una alegría o peor aun alegrándose y creyendo sus propios engaños, alejando así su soledad. Buscaba sin ataduras, su lugar en la vida y se sabía libre hasta cierto punto. Y el punto se perdió en la última carta. En la mano, Zoe sostenía un informe médico. Le habían diagnosticado un tumor cerebral. Se abrazaron y lloraron juntas mientras en la cocina se oía silbar la cafetera. Lo más cerca que tuvo a Zoe fue aquella noche, mientras la abrazaba y pudo sentir su cuerpo menudo temblar por el llanto. La abrazó, la acarició e incluso se atrevió a besarla en los labios. Hacía mucho tiempo que la deseaba, pero en ese instante la tenía entre sus brazos, sus pechos rozaban su piel y la besó de
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nuevo. Zoe la miró fijamente, acarició su cara con ambas manos y le devolvió un besó intenso y apasionado. Se despojó de la bata que cubría su cuerpo y ayudó a una primeriza Amparo a hacer lo mismo. Reclinadas en el sofá, Zoe le desvelaba a Amparo secretos de su cuerpo, mientras, por la ventana, los primeros rayos de sol iluminaban el salón. *** El viaje continúa y Mirandilla está cerca. Se agolpan sentimientos, recuerdos y Zoe ya no está. Desaliento, tristeza y lágrimas al paso de un coche mientras se escucha el tañer de las campanas.
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La puerta Ignorada en un rincón del salón, se esfuerza por mostrar lo que antaño fueran vetas de madera. Pintada ahora en blanco y a trozos en verde olvidado, resalta el yeso de unos marcos inexistentes. Se observan aún, tapadas con masilla, las marcas de un muelle de retorno. La vieja manivela dorada busca una caricia infantil que la rejuvenezca. Las molduras de madera que bordean el cristal, casi inexistentes en una de sus caras, reflejan la desidia. Todo ello, resultado de un lifting prometido y nunca realizado. Testigo generacional y miembro de la familia, si algún fin debe tener que al menos sea una buena lumbre con unos buenos troncos.
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Obsesión de un lapicero ¡Estoy harto!, harto de que me apile y me apile bolígrafos, lápices reglas y todo lo que esta mujer pilla por ahí. Luego dice que estoy gordo. Me puso este trajecito de malla para verme más sexy, ¡total, para el tiempo que pasa conmigo!. Al coger un bolígrafo, entonces es cuando me mira, y a mi… a mi se me salta un alambre. Pero pasa rápido, enseguida se pone a escribir o lo que es peor, a chupar la capucha, ¡con la dentera que eso me da!. ¡Callad, Callad! Vuelve de nuevo. ¿Qué cogerá ahora?. Da igual, pero volverá a mirarme.
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Despido improcedente Me han despedido. Si, si, como lo oyen, así porque sí. El jefe me ha dicho ―mañana no hace falta que vengas‖ y como con él no se puede dialogar, porque me lo estaba diciendo a voces. Sólo le he dicho ―Dámelo por escrito‖ y la hemos tenido. Al final me ha firmado una carta de despido. A la mañana siguiente, recogí mi última nómina, el contrato y otros documentos y me dirigí al CMAC (Centro de Mediación Arbitraje y Conciliación) donde interpuse una denuncia por despido improcedente. Al salir del edificio, ya más tranquila, recorro los escaparates del Paseo de la Estación. Llueve. No me importa mojarme. Camino hasta la oficina del INEM más cercana. Estoy en paro. Otra vez en paro. He de cambiar el chip. Paro = Tiempo = Estudios Universidad. He pensado matricularme en la Universidad, retomar la Carrera de Económicas y buscar algún trabajo a media jornada. Sigue lloviendo, estoy empapada, pero soy feliz; ya queda poco para llegar a casa y poder compartir esta felicidad con mi gente.
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El tipo de la gabardina La tarde invitaba a hacer ejercicio y Julia había quedado con una amiga para ir al parque del Bulevar. Salió de casa a buen paso, enfiló Avda. Andalucía donde había quedado con ella y tomaron rumbo al parque. Una vez allí, realizaron unos estiramientos previos e iniciaron el circuito que circunvala el Parque por su parte más externa. Estaban animadas y bromeaban entre ellas. _Vamos ánimo, que te quedas rezagada -decía Julia. _Tranquila, tranquila, me vas a fundir. –contestó la amiga. La tarde caía. Para finalizar realizaron algunos ejercicios en los aparatos dispuestos a tal fin y otra serie de estiramientos. _ ¿Nos tomamos una cervecita en El monje antes de marcharos a casa? propuso Julia. _Por supuesto. Decidieron acortar por el Parque Juan Pablo II, donde se ubicaba una estatua en su honor. Sólo cruzar Paseo de España y estarían en El monje. Se acercaban y observaron como una pareja se comía a besos en un banco. Silenciosas, pasaron junto a ellos que ni advirtieron su presencia. De repente, de entre los arbustos, apareció un tipo con un sombrero y una gabardina que se plantó ante las dos y abriéndosela, dejó al descubierto un triste miembro viril y unas ridículas perneras atadas con gomas a las rodillas. Lejos de asustarse, se echaron a reír y hacer comentarios jocosos sobre el tamaño del pene. Al tipo del la gabardina le cambió la cara, el desconcierto se apoderó de él, miraba incrédulo a las chicas sin saber que hacer y por fin se abrochó como pudo la gabardina y salió corriendo mientras ellas seguían riendo. _¡Mira, corre como alma que lleva el diablo!. –dijo Paula. Y viendo como volvía la cabeza hacia atrás por si lo perseguían, cruzaron Paseo de España dirección El monje.
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Honorio Aquella tarde de Abril, en el Parque del Bulevar, la vida transcurría felizmente, demasiado feliz y demasiado tranquila. No veía ninguna oportunidad; las familias paseando a sus hijos, otros que paseaban a sus perros y enamorados acurrucados en los bancos. Nada interesante. Ya pensaba abandonar, cuando a pocos metros del lugar donde me ocultaba, aparecieron dos muchachas que iban a pasar delante de mí. Así que me preparé. Comprobé las gomas con las que me sujetaba las dos perneras del pantalón. Todo correcto. Cuando las tenía justo enfrente, salté ante ellas desde detrás de mi arbusto abriéndome la gabardina y mostrándoles mis genitales. “Seguro que querían sorprendidas”. Y me vi allí con la gabardina abierta ante las dos. Ellas reían, hacían comentarios sobre lo pequeño que era mi pene. No cesaban de reír. El desconcierto se apoderó de mi, por primera vez no sentí ninguna excitación, sólo un deseo de cerrarme la gabardina y salir corriendo hasta abandonar el Parque. Sus risas me perseguían ¿me seguían? Corría cada vez más, con más miedo mirando hacia atrás, hasta que por fin vi la salida del Parque.
Coautora: Carmen Camacho Adarve
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Amenaza en porcelana Comenzamos a embalar todo con motivo de la mudanza. Entonces te das cuenta de la cantidad de trastos inútiles que has acumulado. En particular, una colección de muñequitas de porcelana, que a título personal aborrezco, pero mi hija adora. Consideramos que era el momento de deshacernos de ellas, no así nuestra hija, por supuesto. Dicho y hecho. Metimos las muñecas en una bolsa y directas a la basura. En el nuevo hogar, comenzamos vaciando y ordenando todas las cajas esparcidas por salón. Muebles, Vajilla, Copas, libros, discos, etc… fueron ocupando su lugar progresivamente. Nuestra hija, mientras tanto, en su cuarto, ordenaba todo lo que a ella pertenecía. — ¡Gracias papa, eres tan bueno! Te regalo esta. —Me dice tendiéndome una muñeca de porcelana. Sin salir de mi asombro, miro la muñeca con recelo y creo percibir en ella, una sonrisa maliciosa, mientras me susurra: — ¡Inténtalo de nuevo! Si te atreves…
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Salm贸n loco Quiero nadar a corriente, s贸lo por una vez.
漏 Margarita Lizcano Prestel
A vosotros, raz贸n de ser de este trabajo.
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