Manolito Gafotas

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me había pasado en la Gran Vía. Todo eso lo pensaba yo para mis adentros porque creía que mi abuelo ya se había dormido, pero de re pente me dijo al oído: —Qué bien lo hemos pasado esta tarde, Mano lito, majo. Cuando cuente yo mañana en el Hogar del Pensionista que me trajo un vaso de agua la señorita presentadora no se lo van a creer. Menos mal que ten go un testigo. Ya no dijo nada más, se durmió, empezó a soplar para dentro. Sopla para dentro porque para dormir se quita los dientes. El locutor de la radio dijo algo de los niños que al día siguiente empezaban el colegio. Qué tío, me tenía que recordar lo más desa gradable de mi futuro. Bueno, volver al colegio también tenía sus cosas buenas: vería a la Susana, al Orejones... Al Orejones lo llevaba viendo todo el verano, qué plasta. Ahora mi abuelo soplaba para dentro y para fuera. Me di cuenta de que se había acostado sin qui tarse la gorra. Eso le pasa cuando le ha ocurrido algo importante, se olvida de quitarse la gorra. Bueno, así tendría abrigada la cabeza. Es que mi abuelo ni tiene dientes, ni tiene pelos en la cabeza. Como habrás comprobado, en la lengua tampoco. Creo que me estaba empezando a dormir cuando me di cuenta de que yo tenía algo en la mano. Era el cuerno de la trenca. No lo había soltado en toda la tarde. Mi madre me lo cosería al día siguiente, podía estar tranquila. Había vivido el día más importante de mi vi da, pero daba igual: ya nadie me libraría del colegio, ni del invierno, ni de la trenca. Eso era lo peor: ya na die me libraría de la trenca.


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