Semanario: ¡Ay San Francisco!, la plaza del pecado

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la plaza del pecado

Con San Francisco de Asís como testigo, mujeres cuarentonas han tomado como suya esta plazuela para vender ratos de placer a los hombres mayores que ocupan las bancas en busca de esparcimiento. El mercadeo ocurre a plena luz del día, sin temor de Dios y menos de las autoridades p o r J E S Ú S pe ñ a f o t o s : h ect o r ga r c í a y o sca r de l a r o sa

A

quí uno fácilmente puede conseguir desde una indulgencia hasta unas enchiladas verdes con lechuga y jitomate, desde un buen libro, hasta unas papas fritas bañadas en salsa Valentina y limón; desde un dulce de camote, hasta una artesanía típica; desde una imagen de San Francisco de Asís, hasta un rato de placer con una mujer cuarentona por sólo 150 pesos. O al menos, es lo que cuenta un bolero moreno y regordete, que todas las tardes suele hacer sitio en este lugar.

Atraído por semejante oferta, una mañana de un sol que hace chorrear la piel, me encuentro sentado en una de las bancas despintadas que rodean la fuente sin agua de la Plaza San Francisco que, según las crónicas, antes se llamó de Santiago y cuyo nombre oficial es hoy de Zaragoza. Es la víspera de la Semana Mayor. A mi espalda se levanta imponente la fachada del templo franciscano, una de las iglesias más antiguas de la ciudad, construida en 1787, y que a esta hora luce con las puertas cerradas y las campanas dormidas. Cerca de mí, en las bancas de más

allá, se ven hombres de sombrero y rostros como de 60 años, con aire de jubilados o campesinos metidos a obreros o albañiles de la ciudad, que charlan con desenfado o toman el fresco solitarios bajo los árboles espesos que cubren con sus ramales la fuente, en el corazón de la plazoleta. De pronto llega hasta acá una alharaca de voces y carcajadas que ha formado un grupo de mujeres reunidas en la banca que se halla en uno de los accesos al jardín, por la calle de Ateneo, justo al lado del puesto de dulces tradicionales que se halla frente al Edificio Coahuila, lugar que antaño ocupó el

Ateneo Fuente. Desde aquí alcanzo a ver blusas escotadas de colores chillantes, minifaldas o pantalones de mezclilla ajustados, que dejan ver cuerpos nada esculturales. Varios de los hombres que reposan en torno a la fuente miran con insistencia hacia aquel lugar, hablan bajo y, de vez en cuando, dejan escapar una que otra risa maliciosa. Avanza la tarde, el silbido de los pájaros se confunde con el ruido de los motores de los coches que circulan por el centro. EL olor penetrante de la a resina, escurriendo por los árboles, inunda toda la plaza. *** Al cabo de un rato echo a caminar rumbo a la calle de Ateneo, sobre el corredor bordeado por troenos y árboles que conducen a la banca donde se encuentran aquellas mujeres de blusas abiertas y pantalones apretados. “¡Eh!, ¿vamos?, ¿vamos al cuarto?”, me dice una de las chicas en cuanto me mira pasar frente al grupo. Con ella hay otras dos mujeres. “¿Cuánto?”, le pregunto nervioso. “100 y 50 del cuarto”, responde la muchacha, que es más bien de rostro aseñorado, lleva el pelo rubio hasta los

Lunes 19 de abril de 2010 VANGUARDIA 7


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