Sociedad Global Nº 3

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Federico Merke

¿Es posible hablar de algún patrón en particular que los países en desarrollo reproduzcan en términos de identidad y política exterior? Por cuestiones epistemológicas y ontológicas, resulta muy arriesgado responder afirmativamente esta pregunta, en particular porque una respuesta afirmativa supondría que es posible hacer una suerte de tipología que cruce tipos de identidad y tipos de política exterior. No fue ciertamente el objetivo de este artículo. Pero si uno baja el nivel de análisis a cuestiones más metodológicas es posible sugerir que el estudio de estos dos casos arroja dos elementos que deberían ser considerados a la hora de comprender la relación entre identidad y política exterior en países en desarrollo. El primer elemento, de carácter más general, tiene que ver con la naturaleza del Estado que se está construyendo. En los Estados en desarrollo, en donde la construcción de soberanía y de Estado sigue siendo una meta lejos de ser alcanzada, la identidad internacional no sólo tiene que ver con culturas de ‘amistad’ o ‘enemistad’ con un Otro, como sugiere Alexander Wendt, sino más bien, y quizás de un modo más crucial, con qué tipo de Estado se pretende construir y cómo la política exterior reproduce esta discusión al mismo tiempo que sirve para construir esa identidad. Como se pudo apreciar, tanto en el caso argentino como el brasileño, la discusión de identidad política está muy ligada con la discusión acerca de qué tipo de país construir. Esto está quizás más presente en el caso argentino, en donde un Estado relativamente más débil que el brasileño se ve sujeto a este tipo de discusión de manera recurrente. Si uno compara esta dinámica con la que ocurre en los Estados desarrollados, la diferencia surge con más claridad. Pocos discursos de identidad en Estados Unidos, Canadá, Inglaterra o Alemania se estructuran en la gramática de “pensar qué tipo de país construir”. Se trata de Estados con altos niveles de soberanía, Estados modernos y democráticos, con instituciones, derechos y reglas muy sedimentadas. Así, el lugar del Otro externo ocupa un lugar crucial a la hora de construir una política exterior. La explicación de este fenómeno es compleja y tiene raíces históricas que tienen que ver con la relación entre hacer la guerra y construir el Estado. El desarrollo económico posterior sólo profundizó esta tendencia. Así, los Estados desarrollados han tenido mayor éxito que los Estados subdesarrollados en externalizar la diferencia y ubicar al enemigo y la amenaza fuera del país y no dentro (Ayoob, 2002; Tilly, 1993). Este patrón dista del patrón de Estado en desarrollo el cual construye parte de sus amenazas y diferencias como viniendo de adentro. De este modo, las crisis domésticas de los Estados en desarrollo siempre son motivos para discutir distintos proyectos de país en donde identidades alternas intentan ocupar el centro de la escena y la política exterior termina reproduciendo estas divisiones domésticas. El segundo elemento, de carácter más específico, tiene que ver con la relación entre civiles y militares. Uno de los aspectos que distingue a las democracias desarrolladas de las nuevas democracias es la naturaleza de la relación entre civiles y militares. Mientras que en las primeras los militares ocupan un lugar subordinado a la esfera política y trabajan a través de canales insUAI - UNIVERSIDAD ABIERTA INTERAMERICANA


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