La Atadura vanessa duris

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convertida en un espectáculo. El Amo Patrick me dijo entonces que la operación había acabado y que todo había salido bien. Me sentí liberada, lo que no deja de ser una divertida paradoja, habida cuenta que acababan de marcarme como a un animal para proclamar en lo sucesivo ante todo el mundo que pertenecía a un solo hombre, a mi querido y venerado Amo. Y lo cierto es que nunca me había sentido tan orgullosa de que Él me hubiera elegido. Pierre me tomó entonces una mano y me dijo que aún tenía que superar otra prueba. Muy emocionada, cerré los ojos para saborear con mayor intensidad ese instante de complicidad. Pero, cuando volví a abrirlos, advertí que en el dedo corazón de la mano derecha me habían colocado un anillo unido a la muñeca por una cadenilla muy fina. Las lágrimas me empañaron los ojos. Eran lágrimas de emoción, pero también de despecho. Para mí era más difícil llevar aquella cadena que los anillos que lastimaban mis carnes íntimas, puesto que la cadena podía traicionar mi secreto y revelar a todo el mundo la naturaleza de mis relaciones con Pierre. Esa cadena que apresaba mi mano equivalía a confesar en público mi sometimiento al hombre de mi vida. Tenía la impresión de que, al compartir este secreto con todo mi entorno, se rompería el hechizo. Nadie lo comprendería. Nadie podría hacerse una idea cabal acerca de la autenticidad de mi dicha. Le supliqué a Pierre que me permitiera quitarme la cadenilla, pero ya estaba cerrada, de modo que tuve que esperar a que el joyero amigo de Pierre colocase un dispositivo de rosca; así podría quitármela, pero sólo cuando mi Amo me autorizase a ello. Como llevaba el anillo cuando iba a la facultad, hubo muchos amigos que elogiaron esta joya; todo el mundo la encontraba preciosa. Cuando me hacían preguntas demasiado precisas acerca de los motivos por los que llevaba un objeto tan simbólico, contestaba lo primero que me pasaba por la cabeza. Decía, por ejemplo, que tenía orígenes malgaches y que, en aquel país, se empleaba como amuleto, para proteger el amor y la pasión de los amantes. Desde que me infibularon, no he vuelto a llevar ropa interior. Incluso las bragas más ligeras se me hacen insoportables, me irritan y me infligen un auténtico suplicio. Pierre

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