Atreverse a pensar reflexiones sobre integridad 2

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REFLEXIONES SOBRE INTEGRIDAD Nos convertimos en lo que pensamos. Earl Nightingale



PEDAGOGÍA

PARA LA PAZ (Educación, paz y cultura en el mundo de hoy) Ramin Jahanbegloo Señor rector, señores decanos y decanas, señores miembros de las facultades, estudiantes, damas y caballeros. Hace casi un año, en este mismo recinto, tuve el privilegio de impartir una ponencia sobre paz y democracia en nuestro mundo. Nos reunimos nuevamente aquí porque he sido llamado para realizar la misma tarea. Hago esto con gran satisfacción y es para mí un honor y un privilegio el hecho de que ustedes hayan asociado esta ponencia y el lanzamiento de mi libro con la celebración anual del día del profesor en su universidad. Se me ha pedido estar aquí y dirigirme a ustedes no sólo en mi calidad

de profesor universitario y escritor, sino como alguien que está tratando de pensar en una humanidad más amplia que va más allá de las fronteras nacionales y de los guetos mentales. Es en nombre de esta humanidad y de su ideal de paz que me gustaría compartir con ustedes mis humildes ideas sobre los retos de la educación en nuestro siglo. ¿Cuál es la prioridad de la educación en el siglo 21? ¿Acaso los profesores enseñan en la universidad sólo para cobrar un salario al final del mes? ¿Los estudiantes van a la universidad únicamente para obtener un diploma y hacer parte

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del mercado laboral? ¿Es el aprendizaje todavía la mayor prioridad en las universidades alrededor del mundo? Finalmente, ¿Nos ayuda la educación a vivir la vida de modo más significativo? Debemos tener presente estas preguntas en nuestra cotidianidad y con esta percepción, podremos tratar a las personas, la naturaleza y la vida misma de manera más empática. Desde este punto de vista, la educación por definición es una empresa ética. En otras palabras, la educación es más que una forma de ser, es el arte de devenir. No es sólo el proceso de nutrir el alma humana, como lo entendían los antiguos griegos a través de la noción de paideia que significa la adquisición y transmisión de la excelencia, sino lo que un filósofo como Bertrand Russell define como “cierta perspectiva de la vida y del mundo.” Los antiguos griegos entendían paideia como la esencia de la cultura y la comunicación en una buena sociedad. En su libro de tres volúmenes Paidea: Los ideales de la cultura griega el clasicista alemán Werner Jaeger lo define como el arte de moldear a los seres humanos de la misma forma que el “alfarero moldea la arcilla y el escultor esculpe la piedra de una forma preconcebida. Esta fue la idea audaz y creativa que sólo pudo haber sido desarrollada por esa nación de artistas y filósofos. La mayor obra de arte que tuvieron que crear fue

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el Hombre. Ellos fueron los primeros en darse cuenta de que la educación significa moldear intencionalmente el carácter humano de acuerdo con un ideal.” En otras palabras, moldear el carácter en los seres humanos significaba para los griegos educar en la virtud y en la excelencia (arête) con el objetivo de convertirse en un ciudadano perfecto. Según el argumento de Aristóteles en La Política, el propósito de paideia es permitir que los miembros de una comunidad tomen decisiones sobre la organización política de la sociedad, lo que significa tener “un método para decidir lo que demanda el interés público y lo que sólo son actividades privadas del hombre“ (La Política 1328b2ff). Es decir, una buena comunidad y una buena educación están interrelacionadas. Así, la principal preocupación de la educación es generar cierto carácter en los seres humanos y enseñarles la base común de las acciones morales y de la nobleza de espíritu. Si este es el caso, el objetivo de la educación no es solamente una búsqueda académica, una búsqueda que se aborda a través de los exámenes, las notas y los diplomas, es más bien una búsqueda de la sabiduría moral. Immanuel Kant, el filósofo alemán del siglo 18, nos informa en sus Notas de conferencia sobre Pedagogía que el objetivo de la


educación “debe ser la moralización del hombre”. La teoría educativa defendida por Kant está íntimamente relacionada con su creencia en el progreso moral de la humanidad el cual, desde su perspectiva, es un proceso de autorrealización y de articulación propia para alcanzar la madurez intelectual. Sin embargo, Kant considera este proceso de auto- educación de la humanidad como un proceso cosmopolita lento y gradual. “Nuestra única esperanza”, afirma Kant, “es que cada generación, provista del conocimiento anterior, sea capaz cada vez más de propiciar una educación que desarrolle las capacidades naturales del hombre en su debida proporción y en relación con su propósito para así llevar a toda la raza humana hacia su destino.” Siguiendo con Kant, el argumento que defenderé es el siguiente: la adquisición de la sabiduría moral es un proceso dinámico que dura toda la vida y es una odisea formativa o un proceso de auto-cultivación cultural y personal que conlleva un esfuerzo por construir la paz y la no violencia. Como tal, la sabiduría moral sólo puede surgir de la coordinación entre paz y educación en el marco de la cultura. Esto nos lleva a la pregunta de lo que significa la cultura en nuestro mundo post moderno, transcultural y globalizado.

El término “cultura” se utiliza con tanta frecuencia tanto en el discurso público como en el privado que muy pocos nos molestamos siquiera por expresar lo que queremos decir con cultura. Todos asumimos que cuando empleamos el término “cultura” estamos hablando de lo mismo. Naturalmente, cuando decimos que alguien es “culto”, no significa que esta persona haya acumulado una gran cantidad de conocimiento. Según Kant, la cultura está asociada con los objetivos más altos de moralidad y civilización con el mero ideal del honnete homme. Pero, a diferencia de Kant, Hegel ubica el orden ético en el espíritu de una nación. Espíritu es en alemán Geist, que también significa “mente,” y se refleja en la cultura, o en la mente colectiva de una nación. Para Hegel, la cultura no es sólo una fuerza dinámica; es también la experiencia de un espíritu común de una era a otra. Es la expresión del alma de una nación y el despliegue dinámico de su mente colectiva. Así en este contexto, el concepto Hegeliano de Bildung es descrito como la capacidad de un individuo o de una nación para cultivarse así misma en roles que reflejen las virtudes de la gran sociedad. Según Hegel, este proceso educativo de una nación es abordado como un proceso de transformación a través de compromisos culturales e históricos. En consecuencia, cada instancia de la

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transformación cultural de una nación es moldeada por una lengua determinada y cualquier lengua que sea capaz de comprender entra en el dominio de esta cultura. Hegel entonces habla de la esencia espiritual de una nación. Afirma que el espíritu nacional subsistió como la “vida interna de una persona.” Esto es lo que el llama “Volksgeist”. Para Hegel, la legitimidad de la Volksgeist en particular estaba medida por el estándar de los procesos de autoformación alcanzados y los que se están alcanzando. Según él, el espíritu auténtico de un pueblo se reflejaba en su habilidad para identificarse así mismo con las tradiciones que lo moldean. Así, la Volksgeist era considerada por Hegel como la “sustancia libre que se conoce así misma.” Pero, este proceso de auto-conocimiento fue definido por lo que Hegel llamó el Bildungprozess —esa “transición desde una sustancialidad ética que es inmediata y natural a otra que es infinitamente subjetiva, a la vez reflexiva y exaltada a la forma de universalidad.” Así, Hegel equiparó la Volksgeist o el espíritu de una nación con un proceso de auto cultivo de esa nación. De esta manera, todas las naciones son “desarrollos internos” de su espíritu. El espíritu de cada nación representa el alma de esa nación. De esto se desprende que cada nación establece su identidad mediante el alcance de procesos

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de auto-formación. En otras palabras, el genuino espíritu de un pueblo se refleja en su habilidad para identificarse con las tradiciones que le dan forma. Así, este proceso de auto-conocimiento se desarrolla así mismo en la historia. Es así como el proceso de educación modula y regula el auto-desarrollo de la humanidad en la historia, éste vincula a los individuos en una comunión, se arraiga en la herencia del pasado y mira hacia el futuro. John Dewey, otro filósofo de la educación, subraya esta conexión entre la educación de la comunidad humana y su herencia de valores en el párrafo final de su libro Fe común: “Aquellas cosas de la civilización que más valoramos no son de nosotros. Existen gracias al que hacer y al sufrimiento continuo de la comunidad humana a la cual estamos vinculados. Nuestra responsabilidad es conservar, transmitir, rectificar y expandir la herencia de valores que hemos recibido, que aquellos que vienen detrás de nosotros puedan recibirla más sólida y segura, más ampliamente accesible y más generosamente compartida de lo que la hemos recibido.” Podemos ver aquí el proceso de interconexión y superposición de los dos conceptos de cultura y educación. Hubo un tiempo en el que la educación era la tarea suprema de la cultura humana. Sin


embargo, en el mundo actual hemos entorpecido lo que significa estar completamente culturizados o bien educados. Nuestro mundo moderno perdió la visión de la sociedad humana que abarca estas dos experiencias. Igualmente, la paz, como una idea dominante para la educación moral en el pasado, ha experimentado gradualmente su aislamiento en dos campos, la política y las relaciones internacionales. Como consecuencia, quienes mantienen la paz en la actualidad son los diplomáticos y los soldados. Además, la educación en la paz que en la actualidad es promovida por instituciones como la UNESCO y la asamblea general de las Naciones Unidas está lejos de ser suficiente para preparar a las futuras generaciones en contra de la guerra y la violencia. No creo que los estudiantes y los profesores alrededor del mundo se vean afectados por esto, incluso cuando intervienen directamente para reducir o para detener los conflictos globales o regionales. Muchas naciones e individuos se debaten entre guerras y conflictos y no tienen una visión plena de la educación en la paz. En realidad, los conflictos surgen en todos los casos por la falta de diálogo, el choque de ignorancias, el prejuicio, la venganza, la xenofobia, el racismo y el fundamentalismo. En todos estos casos tenemos

lo que Jurgen Habermas llama “distorsión en la comunicación”. Según él, “La espiral de violencia comienza como una espiral de comunicación distorsionada que guía a través de la espiral de desconfianza recíproca descontrolada y hacia la ruptura de la comunicación. Así, si la violencia comienza con una distorsión en la comunicación, una vez que estalla es posible saber cual fue el error y lo que se debe reparar.” Esto sugiere que la escucha mutua y el aprendizaje mutuo serían un proceso cívico para crear y consolidar un conjunto de valores y modos de comportamiento que promuevan la resolución pacífica de las discordias y los conflictos. Por esto, una parte esencial de una definición y práctica de una cultura de la paz es a través de la educación no violenta de un ciudadano que emprenda una búsqueda por la comprensión mutua. Lógicamente, para alcanzar la comprensión mutua es necesario tener el respeto por la autonomía moral del Otro. Pero, ¿cómo uno puede enseñar al Otro mientras que al mismo tiempo respeta su autonomía moral? De hecho, profesores e instructores educan en valores como la equidad, la compasión, la verdad y la libertad a Otros, pero también confrontan estos valores mientras los transmiten en las aulas. Además, toda forma de educación en valores es la base para la evalua-

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ción mutua de los principios sociales y morales. Transmitir valores morales, políticos y sociales de una generación a otra es un proceso ideológico. Las escuelas y las universidades no deberían ser instituciones ideológicas donde los individuos aprenden a ser leales y obedientes. En esto reside la diferencia entre el Santiniketan de Tagore y el Partido Socialista Nacional de Hitler. Mientras Tagore nos invita a considerar la naturaleza de la educación a través de una relación consciente con la naturaleza y la creatividad y como un camino para cerrar la brecha entre quienes han sido educados y quienes no lo han sido, oficiales Nazi como Eichmann llevaron a cabo asesinatos en masa mientras nunca permitían que sus conciencias se levantaran más allá del nivel de seguir reglas y obedecer ordenes. Según Tagore, las universidades son “el resultado de la conciencia social de la comunidad” donde los individuos “puedan trabajar juntos en una búsqueda común de la verdad.” Para Tagore la educación tiene una triple función: el desarrollo de la libertad para explorar, la generación de conocimiento y el avivamiento de la imaginación. Es por esto que él rechaza la idea del nacionalismo y cree en la idea de la auto-determinación y el fortalecimiento de la nación a través de la educación. En uno de sus poemas Tagore descri-

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be la educación como un lugar “Donde la mente existe sin miedo y la cabeza se mantiene en alto; donde el conocimiento es libre [y] donde el mundo no ha sido fragmentado…” Así, para Tagore, lo más grandioso de la educación es una educación en la empatía. La empatía es la clave para valorar la transferencia y para la educación en no violencia en nuestro mundo. Lo que se sugiere aquí según Herder es que a pesar de la vasta diferencia de valores entre las culturas, todavía es posible lograr la comprensión de unos con otros mediante la ‘empatía’. Es así como podemos sostener que todas las culturas a pesar del conflicto de valores comparten un núcleo común de humanidad. En otras palabras, las culturas nacionales o históricas pueden responder de forma diferente al mismo número finito de necesidades y fines, creando así constelaciones ‘objetivo’ de valores diferentes y con frecuencia incompatibles. Sin embargo, estas similitudes son suficientes como para permitir la comprensión y el diálogo mutuo entre diversas culturas. Es esta capacidad de comprensión y empatía mutua lo que diferencia el pluralismo del relativismo. El punto clave de este respecto es que la capacidad para la empatía inter cultural es la evidencia de la universalidad de


los valores que dan forma a esa capacidad y apuntan a la idoneidad del pluralismo más que al relativismo. Podemos apoyar aquí el concepto de Isaiah Berlin de un ‘horizonte humano compartido’ el cual según él posee una fuerza crítica para evitar el relativismo y la anarquía moral mientras reconoce la pluralidad de las formas de ser humano. Si ese es el caso, entonces el pluralismo empático de Berlin nos proporciona una evidencia de su preocupación por un diálogo íntimo entre las culturas. Así, el pluralismo empático de Berlin va más allá de simplemente dar una mirada a las mentes y las vidas de otros humanos; es también una forma de educar la humanidad en contra de la violencia. Sin embargo, el proceso educativo de la humanidad necesita tener una naturaleza transformadora. Aquí es donde Mahatma Gandhi puede venir nuevamente en nuestra ayuda para comprender la necesidad de una “educación transformadora”. Según Gandhi, la educación no es sólo instrumental al evitar el terror y la violencia; es además el camino hacia la autorrealización y el desarrollo personal. Así, Gandhi pone un gran énfasis en los aspectos morales y culturales de la educación. Según Gandhi, la educación en la paz debe involucrar la interacción

mutua entre los medios y los fines, ya que la no violencia es la mejor forma de analizar la educación en la paz y la educación en la paz es también un medio de llegar a ser más compasivo y no violento. Así, para Gandhi la paz y la educación deben ser integrados en una relación de empoderamiento y de interacción mutua. En contraste, la carencia de empatía y comprensión común en la educación, crea resentimientos y separaciones ontológicas que pueden terminar en formas de violencia cultural y política, psicológica, lingüística. Es por eso que Gandhi señala dos factores concernientes a la relación entre la educación, la paz y la cultura. El primer factor hace referencia al aspecto cultural de la educación. Con respecto al papel de la cultura en la educación, Gandhi afirma: “Le doy más importancia al aspecto cultural de la educación que al literario. La cultura es la base, lo primordial.” Cuando Gandhi habla de la importancia de la “cultura del corazón” en la educación, se refiere directamente a la idea de la construcción del carácter que prepara la vida moral de un individuo o una nación. En el segundo factor, Gandhi hace énfasis en el establecimiento de universidades financiadas exclusivamente por fondos privados. “En mi opinión”, dice él, “no le corresponde a un Estado democrático conseguir dinero para financiar universidades. Si la gente las quie-

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re, ellos proporcionarán los fondos. La universidades así fundadas adornarán el país que representan.” Esta es una de las razones por las que Gandhi rechaza enérgicamente el modelo utilitario de la educación, el cual sostiene que los fines políticos o económicos justifican enseñar a los estudiantes los modelos dominantes económicos o políticos. Fundamental para el modelo educativo utilitario del criticismo de Gandhi es su concienciación de la unicidad de la humanidad y su creencia en la importancia de la búsqueda de la autonomía y la independencia. Este punto de vista de lo que él llamó la Educación Básica se convirtió en uno de los componentes de su Programa Constructivo. Por lo tanto, él favoreció la correlación entre la educación básica y la idea de la autosuficiencia, el cual tenía una rueda giratoria como su símbolo por excelencia. Vale la pena anotar que para Gandhi, no existe diferencia entre la capacitación intelectual y la vocacional, porque él percibe la educación no violenta como una forma de respeto propio, de creer en sí mismo y de auto realización. En tal caso, la creatividad va mano a mano con la filosofía del devenir. Esto es exactamente lo que John Dewey en su libro Principios Morales que Cimentan la Educación llama “ideas en movimiento”. Para Dewey, “La tarea del educa-

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dor –sea padre o profesor- es considerar que el mayor número de ideas adquiridas por los niños y la juventud sea adquirido de manera tan vital que se conviertan en ideas en movimiento.” Las ideas en movimiento obligan a los individuos a convertirse en empáticos, receptivos y autosuficientes. Así, tanto para Gandhi como para Dewey, el objetivo último de la educación es desplegar y relacionar ordenadamente las experiencias. Este es también el enfoque de un educacionista como Paolo Freire cuando dice en una entrevista que: “La lectura del mundo es más importante que la lectura de las palabras.” Según Freire la educación neutral no existe. La educación domina o emancipa. La educación, así, es la posibilidad y la capacidad para críticamente hacer frente al mundo con el objetivo de transformarlo. Si el proceso de transformación del mundo descansa sobre la praxis de la colaboración y la comunicación, entonces la educación para la paz y la no violencia es la mejor manera de involucrarse en el diálogo y de buscar la negociación hacia la verdad. Así interpretada, la búsqueda de la verdad nunca finalizará. La base para su posibilidad está siempre presente en la mente humana y las condiciones para su florecimiento siempre reaparecen en la vocación moral de la humanidad. Es


esta vocación moral de la humanidad lo que nos ayuda con una idea reguladora para pensar en la educación como la medida de todos nuestros esfuerzos históricos. Es aquí donde y como el concepto de educación es substancial y puede describirse como un principio de ilustración para la humanidad. Esto nos devuelve a Kant. Se podría decir que indiscutiblemente estaría de acuerdo hasta cierto punto con aquellos educacionalistas que creen que cada teoría de la educación es una teoría de la libertad. Así, lo primordial para Kant es la capacidad del juicio humano que está acompañado por la libertad del prejuicio, del dominio y de la heteronomía. Desde la perspectiva de Kant, la tarea básica de la educación no es inculcar conocimiento, más bien la tarea es preparar la mente para ejercitarse libremente. La cultura o el cultivo (Kultur) de la razón está, entonces, acompañada de una forma de conducirnos a nosotros mismos en pensamiento (Denkungsart) lo cual debe conllevar una paz perpetua y una mejoría moral en la condición futura de la humanidad. Kant, así, nos guía hacia su máxima sobre el pensamiento de sí mismo y a su famosa distinción entre la madurez y la inmadurez. Como lo dice en su famoso ensayo Was ist Aufklarung? (¿Qué es la ilustración?),

el no pensar por sí mismo y aceptar la autoridad externa lleva a la inmadurez y a la ausencia de la excelencia moral y espiritual. Así, la concepción de Kant de la madurez va de la mano de la idea de cultivo de la razón humana que se requiere para acomodar la humanidad a sus propósitos en la historia. Para tal fin, Kant es claro en que por educación debemos entender la “realización del destino último de la raza humana.” La educación entonces debería resolver el acertijo de la historia mediante la formación de agentes morales en una determinada generación y mediante la creación de un orden social moral. Esto coincide ampliamente con la naturaleza explícita socrática de la filosofía de Kant de la educación y su curso teleológico hacia su interior llevando a la humanidad a una concienciación de sus propias aptitudes morales. Ahora, si este es el caso y como Kant dice, la característica substancial de la humanidad es su orientación moral en la historia, no es sorprendente que para la empresa utilitaria de la educación en el siglo 21, el punto de vista Kantiano deba ser desconocido. De hecho, en la empresa educativa actual en las escuelas y universidades, la vocación moral de la humanidad está ausente o reside entre los últimos artículos de interés. En su forma más elevada, la

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educación de esta clase no consiste en el cultivo de la virtud entre estudiantes y profesores, sino quizás la más flagrante muestra de la decadencia de la educación moral en nuestro mundo es nuestra devaluación de valores. Actualmente, quizás seamos mucho más cautelosos y mucho menos conscientes que Sócrates para decir: “Sólo sé que nada sé.” Quizás porque la apreciación de la ignorancia es la mejor parte de la sabiduría. Y la sabiduría, después de todo, no es tan ruidosa como nuestro mundo; es silenciosa, es restringida, es humilde. Así, se necesita sabiduría para resistir la tiranía

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de la mediocridad y para liberarnos de nuestro “tutelaje auto-infligido.” Mediante el establecimiento de una nueva tarea para la educación, podremos liberarnos del dogmático, absolutista y calculador modo de pensamiento que está dominando nuestro mundo. Pero esta educación desdogmatizada no podrá tener éxito a menos que sigamos con seriedad el consejo de Kant: ‘Sapere Aude!’ “Ten el valor usar tu propia razón.” Más de doscientos años más tarde, el grito de batalla de Kant todavía es nuestro. Sin él cualquier búsqueda de la paz y de la no violencia en nuestro mundo sería imposible.




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