Unidiversidad 10

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La escritura de José

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Emilio Pacheco maduró a la vista de todos. Nunca los ocultamientos del indeciso o el adolescente le impidieron publicar en los primeros años. Esta actitud, el arrojo de quien inicia su camino escritural con un grito de guerra, es el reverso exacto de la extrema preparación y reflexión con que su avatar contemporáneo enfrenta cada nueva publicación. En el inaugural Los elementos de la noche (1963) la voz ensaya lirismos que hacen estallar imágenes, alturas del vuelo poético que aspira a lo sublime o a las penumbras de lo opaco y lo hermético. Carlos Monsiváis describe esa primera etapa como una en la que la escritura está al servicio de “la maestría retórica en pos del sonido irreprochable”, una “poesía de sensaciones y descripciones finísimas”. Versos de gran lujo verbal, de complejo calado, cargados de lecturas y homenajes. Su estilo y sus temas terminan de perfilarse a partir del poemario No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969). Para Jorge Fernández Granados, este libro es “un autoexamen, giro de 180 grados que colocó al poeta y a su obra como subproductos de una impotencia mayor: la historia.” Es precisamente al delimitarse como sujeto poemático, al reconocerse como hablante de una época moderna y compleja, cuando la obra encuentra su verdadero ser. Esa búsqueda encuentra su cabal cumplimiento en Irás y no volverás (1973), y se extiende hasta sus libros más recientes. Pero el puntal de la escritura lírica de Pacheco es el personaje, el hablante, la voz poemática que uniformiza sus libros al fincar cada edificio siempre sobre los mismos

temas, enunciarlos desde una moral definida, acompañar siempre a sus imágenes de una intención y unos rasgos que la sostienen y unifican. El primero es la mortalidad. Antes que afiliarse a la noción de que el poeta es un pequeño Dios (“Sólo para nosotros/ viven todas las cosas bajo el sol.”) enunciada por Huidobro, Pacheco le asigna al poeta la tarea del esclavo que acompañaba a emperadores romanos en los desfiles. El oscuro personaje los advertía de la tentación de sentirse cercano a las deidades con la frase oh, César, recuerda que eres mortal. Es la muerte y no el hombre, quien reina sobre la creación (ante la destrucción del planeta, el poeta reclama al hombre su arrogancia y consumismo, la destrucción de aquello que, antes que pertenecerle, lo rebasa). “Es verdad que los muertos tampoco duran./ Ni siquiera la muerte permanece./ Todo vuelve a ser polvo […] Todo está muerto./ En esa cueva ni siquiera vive la muerte”.1 Urobórica, la muerte incluso se cierne sobre ruinas y detritus.Venimos de la nada y nos dirigimos hacia ella, y este dictum nunca es depuesto, ni en sus momentos de mayor optimismo, por la voz poemática. Incluso me parece que los instantes de iluminación encuentran en ella una brida que les impide perderse en su propio laberinto, o falsearse. Aunque la muerte no es llamada por su nombre con frecuencia en la obra del poeta, su visión de la existencia es que ésta prefigura en primer lugar su total desaparición. En ella habitan el olvido, el único descanso, y la

Imágenes: © Marisa Maestre marisamaestre.com

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“Caverna”, Islas a la deriva.


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