alzar el vuelo no.1

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[La relación de los peruanos con César Vallejo es paradójica. En abril de cada año todos se acuerdan de él, lo llenan de elogios, lo llaman maestro y hasta recitan en su honor Los heraldos negros o Los dados eternos. Vallejo es, en pocas palabras, su poeta más famoso y también su más ilustre desconocido. La paradoja es mayor si agregamos que en otros lares la poesía del «cholo» es bastante apreciada (España, por ejemplo) y se llega a la conclusión de que los estudios acerca de su obra son más numerosos que las ediciones de sus libros. Pese a las paradojas, César Vallejo es un poeta muy querido en su país. La gente no lo conoce, pero lo aprecia. Es como todos esos jóvenes que llevan en sus camisetas la imagen del Che Guevara: no saben nada de su ideología, pero intuyen que tras la imagen de ese barbudo hay un rebelde que se hace querer. Otra forma de quererlo es a través de la identificación. Vallejo no es sólo el «cholo», el «serrano» que escribe una poesía de gran calidad, sino el provinciano que salta con garrocha a Lima y se marcha a París... A Vallejo se le quiere asimismo por la poesía que ha escrito. Éste es, digamos, el amor de vida y obra, de humanidad completa. En realidad es un cariño basado no en la poesía de los golpes tan fuertes de la vida, ni el «Dios que le duele mucho el corazón» o «la rita de junco y capulí», sino en los versos que nos cuestionan la existencia y nos ponen la piel de gallina de pura intensidad y altura. (...)

Sin embargo, no todo es amor para el autor de Trilce, hay -y son los menos- los que lo malquieren, los que desean matar su fama, los que pretenden sacudirse su sombra y los que lo llaman «llorón», «ramplón», «dramático» y «sombrío». En el otro extremo están los papistas, los que lo adulan, los que por exceso lo visten de santo o pervierten su poesía. Ellos han escrito el mal amor, han ahuyentado a sus lectores potenciales y han edificado un altar de chabacanería y mal gusto para deshonrar al poeta. A Vallejo se le quiere como él lo propuso: «¡Ah, querer éste el mío, éste, el mundial, / interhumano y parroquial, proyecto! (...) querría / ayudar a sonreír al que sonríe, / ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca / cuidar a los enfermos enfadados, / com-prarle al vendedor, / ayudar a matar al matador, / y quisiera ser bueno conmigo / en todo.» Y no como suponen los farsantes. Diríamos enton-ces que a César Vallejo se le odia con ternura y se le «ternura» con odio; es decir, se le quiere por completo, aunque sólo hayamos leído alguna vez «Hay golpes en la vida, tan fuerte... Yo no sé».]1

1 Idem p.p 13,14,15 y16. 14


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