Panorama - NÚM. 02 - Barcelona capital del Mediterráneo - ES

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Panorama

BARCELONA, CAPITAL DEL MEDITERRÁNEO de tendencias

Presentación

Barcelona, capital del Mediterráneo. No es sólo un anhelo romántico, teñido de evocaciones medievales y coloraciones marinas. Se trata, más bien, de un programa posible y de una agenda realista, que permitiría superar por elevación las dialécticas que ha vivido nuestra ciudad durante los últimos años. Esta capitalidad azul podría ser la gran tarea para la Barcelona del siglo XXI.

Barcelona lo tiene todo para ser la ciudad global del Mediterráneo: nombre, historia, patrimonio, inteligencia, dinamismo económico, posición y, sobre todo, la simpatía que sienten hacia ella los pueblos del norte y del sur del Mare Nostrum. Es una ciudad moderna y ejecutiva, pero a la vez suave e híbrida, que tiende a la integración y al mestizaje. Probablemente, lo único que necesita es volver a encontrar una narrativa que la proyecte hacia las próximas décadas.

Si en el primer número de Panorama analizamos el concepto emergente de ciudad global, en esta entrega abordamos desde cinco puntos de vista en qué sentido Barcelona podría capitanear la región del Mediterráneo, erigiéndose como motor económico y puente entre culturas.

En su artículo “Barcelona y el mar”, Xavier Baró recorre en pocas páginas más de dos mil años de relación entre la Ciudad Condal y el Mediterráneo, tomando la intensidad del vínculo con el mar como termómetro de la vitalidad de la ciudad. Eduard Rodes, director de la Escola Europea – Intermodal Transport, analiza las fortalezas y oportunidades que tiene Barcelona para liderar la economía del Mare Nostrum, subrayando la relevancia de las instituciones mediterráneas que ya tiene la ciudad.

La escritora y periodista Anna Grau aborda la evolución sinuosa de la cultura barcelonesa durante los últimos decenios y propone vías de despliegue intelectual y artístico para superar una cierta sensación de estancamiento y desorientación. A su vez, la profesora y activista libanesa Carmen Geha se pregunta cómo puede incorporar nuestra ciudad el talento migrante para convertirse en referente social del Mediterráneo, más allá del discurso de la integración.

Finalmente, Alexandre Buñesch y Jaume Sureda se adentran en la lógica del arte contemporáneo y analizan las tendencias recientes de interacción por parte de los espectadores, dedicando una atención particular al papel del arte contemporáneo en el espacio público barcelonés.

Cierran la revista tres breves notas de alumnos de la Facultad de Comunicación de la UIC, donde se reseñan algunas tendencias recientes en el campo de la música, las redes sociales y la historia. Panorama se convierte, así, en un proyecto colectivo que incorpora la colaboración del alumnado de nuestra universidad.

Con esta entrega concluimos el ciclo que hemos dedicado al tema de la ciudad en general y a Barcelona en particular. Un ciclo que cerraremos con un simposio en UIC Barcelona a finales de otoño.

Allí, los autores que han participado en los primeros números coordinarán mesas de reflexión y diálogo sobre el futuro de Barcelona en sus diversas facetas. ¡Os esperamos allí para seguir conversando y conocernos personalmente!

Barcelona y el mar: ¿el huevo o la gallina?

Cuando se plantea la tradicional duda sobre si fue antes el huevo o la gallina, conviene aplicar el sentido común, sin pretender emular o rebatir a Darwin. Todo lleva a pensar que el huevo fue antes, puesto que otras especies como los réptiles, anteriores a los mamíferos, ya eran ovíparos. Rogamos al lector que nos conceda el beneficio de la duda: este artículo versa sobre Barcelona y el mar, aunque esta introducción de tintes biológicos pueda hacer pensar todo lo contrario. O no. Planteamos la hipótesis de que Barcelona y el mar son tan inseparables como el huevo y la gallina.

Tal y como reflexionaba Miquel Coll i Alentorn hace ya unas cuantas décadas, la relación de Barcelona (y, por ende, el resto del litoral catalán) con el mar es tan antigua como el remoto descubrimiento de la navegación, “sobre una mar molt concorreguda”. Nos proponemos realizar un sintético viaje por el tiempo, deteniéndonos en algunos pasajes (más o menos conocidos) que pongan de relieve la constante relación de Barcelona y el mar. Obviamente, tal relación ha generado acontecimientos positivos y negativos.

Unos orígenes lejanos

Es muy probable que cuando varios centenares de layetanos (un pueblo íbero) se asentaron en la ladera de la montaña de Montjuïc (siglo VI a. C.), no se plantearan que dicho poblado generaría, al cabo de los siglos, la ciudad actual. En cualquier caso, si por algo es conocida Barcelona es por su origen romano. Hay que tener presente que Roma inició la conquista de la península ibérica en el año 218 a. C. Así las cosas, la Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino, fundada en tiempos del emperador Augusto (27 a. C.-14 d. C.), no tiene una fecha de nacimiento exacta, si bien se supone que fue entre el 15 y el 10 a. C. Los romanos, prácticos y utilitaristas, centraron su interés en Barcino (probablemente la latinización de la Barkeno íbera) por su alto nivel estratégico, ya que su situación en la costa del Mediterráneo occidental resultaba de gran utilidad como puerta de entrada a la Hispania Citerior y no se hallaba lejos de la capital, Tarraco.

Xavier Baró Queralt Facultad de Humanidades de UIC Barcelona

En cualquier caso, se sabe que los romanos crearon ya un puerto, que servía de punto de conexión con el resto de los enclaves mediterráneos. Por vía terrestre, el acceso desde la Roma imperial se realizaba a través de la Vía Augusta. Sin embargo, el Mare Nostrum fue, sin duda, uno de los ejes vertebradores del Imperio romano. Por supuesto, a través del Mediterráneo se comerciaba con aceite, vino y cereales de las diverses ciudades de la península itálica, los Balcanes, el Próximo Oriente y el norte de África. Proveniente de los puertos itálicos, los habitantes de Barcino pudieron degustar el garo (en latín, garum), una salsa de pescado a la que se atribuían poderes curativos e, incluso, afrodisíacos. Pero no debemos centrarnos solo en la cuestión económica y mercantil.

A través del mar circulaban personas, y esas personas tenían unas ideas, hablaban unas lenguas y tenían su sistema de creencias, su credo religioso. Todo eso también circulaba por el Mare Nostrum, y la Barcino romana fue, por ejemplo, una de las primeras ciudades de la Hispania Citerior en recibir el mensaje del cristianismo, o la influencia de las doctrinas helenísticas. En lo que al cristianismo se refiere, nos ha quedado la memoria de unos primeros mártires barceloneses (santa Eulalia, san Cugat-Cucufate), así como de un obispo erudito y culto (Pacià-Paciano, en el siglo IV). De Oriente llegaban productos comerciales, pero también ideas, creencias y gustos artísticos.

En el siglo II d. C., nuestra ciudad tendría una población que oscilaría entre los 3.500 y los 5.000 habitantes. Lentamente, con el paso de los años, la Barcelona del Bajo Imperio deberá protegerse de las invasiones de los pueblos germánicos, y la llegada constante de miles de germánicos (para el caso de Barcelona serían los visigodos) comportará un lento, pero constante, proceso de declinación. Barcino perderá población y la ruralización generará una nueva ciudad, más pequeña y frágil. Caído el Imperio, se transitará menos la vía marítima. En estos primeros compases de la Edad Media parece que Barcelona vivió más alejada del mar.

Tras la ocupación de Barcelona de la mano de Al-Hurr ibn Abd al-Rahman al-Thaqafi sobre el año 718, la ciudad estuvo durante ocho escasas décadas bajo ocupación musulmana. Parece ser que el prefijo árabe “al” se incorporó al nombre de la ciudad, pasando de Barcino a la futura Barchinona y la actual Barcelona. En cualquier caso, el apoyo de los francos de Carlomagno resultó imprescindible para que los descendientes de los visigodos pudieran conquistar de nuevo Barcelona (801), y Berá tuvo el honor de ser el primer conde de una Barcelona vinculada al imperio carolingio. Su designación como conde barcelonés consolidó la Marca Hispánica.

Ahora bien, es evidente que Barcelona quedaba muy lejos del área de influencia del universo carolingio y, a menudo, la ciudad no contó con el apoyo de los francos ante las escaramuzas musulmanas. En el año 988, Borrell II, conde de Barcelona, decidió no renovar el pacto de vasallaje con el monarca franco Hugo Capeto, iniciándose así una nueva etapa de independencia de facto. Con el paso de los años, se consolidó el Casal de Barcelona y la ciudad lideró el proceso de expansión por la zona oriental de la Península.

Barcelona se abre al Mediterráneo: la Baja Edad Media

Mención aparte merece la figura del rey Jaime I de Aragón (y conde de Barcelona). Bajo su reinado, la Corona de Aragón incentivó con decisión la política marítima. El contexto geopolítico había cambiado radicalmente y, tras la recuperación económica acaecida en el siglo XII, el mar volvía a ser una ruta comercial. Hay que considerar, además, la apertura (forzada) de nuevas rutas a raíz de las cruzadas, y el monarca barcelonés observaba con preocupación que la piratería sarracena de Mallorca dificultaba el comercio con el Mediterráneo oriental. Además, la adopción y el desarrollo del timón y la brújula permitían aventurarse a la búsqueda de nuevas rutas comerciales.

Gracias al consejo de Pere Martell, el rey apostó por llevar a cabo la conquista de las Baleares, que se inició en 1229. Barcelona recuperaba, pues, su liderazgo como ciudad mediterránea y capital marítima. ¿Qué pudo pasar por la cabeza del rey en esos momentos? Evidentemente, el factor político y económico debía pesar mucho, pero también la motivación religiosa, puesto que el monarca se sentía llamado a expandir la fe católica por el Mediterráneo y por la península ibérica. Sea como fuere, de Salou (Tarragona) partieron 155 naves. Tal y como refiere el Llibre dels feyts: “tota la mar semblava blanca de les veles”. El éxito de la conquista balear motivó la ulterior conquista de Valencia y, a su vez, generó la necesidad de crear una serie de instituciones que ayudaran a consolidar una Corona de Aragón en expansión rápida y repleta de éxitos. Asistimos, pues, a la edad dorada de la Barcelona bajomedieval, que en el siglo XIII tendría unos 45.000 habitantes. Aconsejamos, en este sentido, leer el Llibre dels feyts, escrito bajo el tutelaje del mismo rey Jaime I, sin olvidar otras crónicas como la de Ramon Muntaner.

En 1253, Jaime I otorgó al Consejo de Ciento de Barcelona el privilegio de designar a los cónsules de ultramar que debían representar los intereses económicos y financieros de la ciudad y del resto de la Corona de Aragón. En tiempos de Jaime I, la capital catalana era una ciudad cosmopolita a la que llegaban barcos magrebíes para comerciar con productos como lana, pieles, cuero e incluso objetos provenientes de más allá del Sahara. De Sicilia llegaba trigo o algodón, mientras que de Cerdeña se importaban, sobre todo, alimentos como pescado salado, higos o quesos. Pero el espacio comercial no se detenía ahí. De Oriente se importaban especias como la pimienta, el jengibre, el incienso o la canela. Hasta ahí las importaciones. Pero no hay que olvidar que Barcelona también exportaba. ¿Qué facturaban nuestros antepasados a todos los rincones del Mediterráneo? Esencialmente, productos manufacturados como tejidos de lana y objetos de vidrio, además de plomo, estaño, cobre, vino, arroz, etc. Debemos imaginar un barrio marítimo con una actividad desbordante y, sobre todo, con una nueva clase social: mercaderes y comerciantes que reforzaban sus intereses mediante la organización de unos gremios que velaban por sus intereses. Tal diversidad de actividades económicas generó la creación de nuevos empleos, como los traginers o transportadores de productos, de manera que Barcelona se convirtió en un foco creciente de demanda de población que pudiera abarcar la diversidad de actividades comerciales que se desarrollaban en el día a día.

Pero no todo era fácil ni sencillo. El crecimiento de Barcelona generó la envidia de potencias que anhelaban los productos que salían del puerto catalán, y en los dietarios oficiales abundaban las noticias sobre piratas (sobre todo italianos y magrebíes) que intentaban quedarse con mercancías que les eran ajenas. Los barcos barceloneses tuvieron que reforzar su seguridad con una notable presencia de ballesteros que, llegado el caso, pudieran defender las embarcaciones. Porque no hay que olvidar que, en los siglos XIII y XIV, nos encontramos en el momento de mayor expansión comercial desde Barcelona. Nuestra ciudad lideró una cierta globalización mediterránea, ya que desde la Ciudad Condal partían cinco grandes rutas: la del norte de África (oro y esclavos); la de las islas del Mediterráneo occidental (trigo y sal); la del Imperio bizantino (algodón, especias y esclavos); la de ultramar, que llegaba hasta Chipre, Damasco y Alejandría (especias), y la de occidente (hasta Brujas), que se utilizaba para hacer llegar los productos que provenían de oriente.

Es evidente que tantas transformaciones económicas y sociales debían ir acompañadas de un marco legal que pudiera gestionar una nueva realidad. La creación del Consolat de Mar (Consulado de Mar) en 1262 ejemplifica a la perfección este periodo de crecimiento y expansión. Se trataba de una institución jurídica imprescindible para regular el comercio marítimo de la Corona de Aragón y, a la vez, se convirtió en un hito clave para comprender la evolución del derecho marítimo. Había nacido el ius mercatorum, que hoy en día es considerado el origen del actual derecho mercantil. Como es de suponer, el Consolat de Mar tenía su sede en Barcelona, ciudad que se consolidó como la capital de un imperio que se iba expandiendo por el Mediterráneo occidental (Cerdeña y Sicilia). En lo que se refiere a la navegación y la cartografía, proliferaron las escuelas y maestros, como los del taller mallorquín de cartografía. No es exagerado afirmar que Barcelona se situó en el centro del saber náutico mediterráneo, compitiendo con Génova y Venecia para liderar el comercio en la región.

Este periodo de desarrollo generó también una nueva arquitectura. En Barcelona se creó la Llotja de Mar (siglo XIV) para facilitar las operaciones comerciales, muestra inequívoca de la importancia del comercio marítimo liderado por y en Barcelona. Además, se creó el Astillero Real, imprescindible para la construcción de las galeras catalanas, lo que reforzaba aún más, si cabe, el poder naval de la ciudad y de la Corona de Aragón. En lo que se refiere a cuestiones de tipo político, es importante recordar que a inicios del siglo XIV se produjo la famosa expedición de los almogávares. Esta compañía militar, formada por mercenarios de diversas nacionalidades en la que sobresalían catalanes y aragoneses, se desplazó a Constantinopla para ayudarla ante la presión de los turcos. Tras una serie de malentendidos y conflictos armados, los almogávares se instalaron en Atenas y el ducado de Neopatria, y establecieron un efímero imperio hasta finales del siglo XIV. La corona de Aragón, bajo el liderazgo de la ciudad de Barcelona, había llegado al cénit de su expansión. Para los amantes de la historia y de la buena prosa castellana, es aconsejable leer la Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, escrita por don Francesc (Francisco) de Montcada, a la sazón uno de los nobles diplomáticos valencianos (de origen catalán) más importantes del reinado de Felipe IV.

Sin embargo, si del mar habían llegado la prosperidad y el crecimiento económico, también iban a llegar la desolación, la crisis y la muerte. La Peste Negra (1348) también llegó por el mar. Desde Crimea y Anatolia llegó el devastador virus que había de provocar la muerte de más de 20.000.000 de europeos, y Barcelona iba a vivir, probablemente, una de las mayores crisis de toda su historia. Si el mar había traído riqueza y desarrollo, ahora transportaba enfermedad y desolación. La ciudad vivirá una crisis de la que costará mucho recuperarse y, superada la epidemia, el desarrollo económico y comercial se trasladará a Valencia, que vivirá su momento de mayor prosperidad en el siglo XV. Aun así, en 1450 había nacido la Universidad de Barcelona, que se mantuvo activa hasta inicios del siglo XVIII.

La época moderna: una decadencia a reconsiderar

Llegamos ya a la época moderna. Tres acontecimientos marcarán el siglo XV, y sus consecuencias van a dejarse sentir durante varios siglos. En primer lugar, la extinción de la Casa de Barcelona, cuyo último monarca fue Martín el Humano, y la posterior unión dinástica propiciada por el matrimonio entre Fernando de Aragón e Isabel la Católica, que implicará que, a medio plazo, el poder se traslade a Castilla. Había nacido la Monarquía Hispánica (o Católica) y, en este contexto de yuxtaposición de coronas (Castilla y Aragón), es bien sabido que el centro de poder se trasladó a Castilla. El establecimiento de la capitalidad en Madrid (1561) iba a generar que Barcelona se viera más alejada de la corte de los Austrias. Sin embargo, por esta ciudad, que no vivía sus mejores horas, pasaron a lo largo de estos años personajes célebres como san Ignacio de Loyola o Miguel de Cervantes, cuyo elogio a la Ciudad Condal es de sobras conocido: “archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”.

En segundo lugar, hay que considerar los efectos que tuvo la conquista de Constantinopla por parte de los turcos (1453). Tras la caída de la segunda Roma, el Mediterráneo dejó de ser un espacio seguro para la navegación. La noticia causó un gran impacto en la cristiandad, y así lo reflejaron los poetas catalanes del momento. Cuando Mehmet II conquistó Constantinopla no se detuvo, sino que se expandió por los Balcanes. A pesar del avance turco, una vez más debemos destacar la presencia de la Corona de Aragón (bajo el liderazgo de Barcelona) en la zona, especialmente cuando el caudillo albanés Gjergj Kastrioti (Skanderbeg) se convirtió en vasallo del rey Alfonso el Magnánimo, y este designó como virrey de Albania a Ramon d’Ortafà. Pero este era ya el canto del cisne de la presencia catalana en la zona. A modo de curiosidad, es en estos años (1456) cuando san Jordi fue designado como patrón de Cataluña y Aragón, una elección con cierto contenido político para contrarrestar el culto a Santiago en la corona de Castilla. No en vano, los comerciantes catalanes en el Imperio bizantino dedicaron grandes esfuerzos, bajo el tutelaje del Consejo de Ciento y la Corona, a hallar reliquias de san Jorge en la zona. En lo que se refiere a la cuestión turca, no deben olvidarse dos grandes éxitos para la cristiandad: la defensa de la isla de Malta (1565) y la batalla de Lepanto (1571).

En cualquier caso, debemos atender al tercer cambio que se produce en este momento: el descubrimiento de América (1492). A partir de este momento, y también como consecuencia de lo que se ha comentado anteriormente, el comercio internacional se desplazará del Mediterráneo al Atlántico. Además, la exclusión de todos los súbditos no castellanos de la Monarquía Católica en el comercio con el Nuevo Mundo dificultaba aún más las cosas para los comerciantes barceloneses (1522). Por otra parte, Felipe II decidió que el comercio con América debía concentrarse exclusivamente en Sevilla, de manera que la existencia de comerciantes catalanes en el Nuevo Mundo fue bastante reducida, si bien se halla presencia de algunos de ellos en la ciudad de Sevilla o en las islas Canarias. Este panorama general puede hacernos pensar en una declinación general de la ciudad de Barcelona que, si bien es cierto e indiscutible a grandes rasgos, también ha sido matizada magistralmente por Fernand Braudel, que pone de relieve que el comercio marítimo tampoco desapareció de manera total.

Hemos presentado tres sucesos que perjudicaron a Barcelona y su dimensión marítima en la época moderna, pero deberíamos sumar un cuarto: la presencia de piratas norteafricanos y otomanos en el literal barcelonés y catalán. Pero es bien sabido que, ante la necesidad, se acrecienta la virtud, y los barceloneses reaccionaron fortificando su ciudad con nuevas murallas, protegiendo también el puerto y reforzando el castillo de Montjuïc, desde el que podían rechazarse las incursiones de los piratas o de las tropas castellanas en tiempos de guerra. En el siglo XVII se produjo también la Guerra de los Segadores (1640-1652), en la que la Junta de Brazos optó por trasladar la soberanía a Francia. La ciudad de Barcelona, devastada por el conflicto militar y por una epidemia de peste (1651), se reincorporó, con el conjunto de Cataluña, a la soberanía de Felipe IV. Barcelona también se protegió ante las incursiones de los piratas impulsando la creación de galeras. Ya en 1599, las Cortes aprobaron la constitución de una escuadra de galeras para proteger el litoral catalán, puesto que en las Cortes de Monzón (1585) se había expresado enérgicamente que “casi se pot dir ser de tot acabats tan principals negocis y comercis”. Aun así, en la agitada centuria del Barroco, la capital catalana pudo mantener rutas comerciales con buena parte de ciudades italianas, Marsella y el norte de África.

No debe sorprendernos que el comerciante catalán Narcís Feliu de la Penya titulase una de sus obras Fénix de Cataluña (1681). A pesar de la guerra, la peste y un cierto ostracismo en la política mediterránea de los Austrias, Barcelona llegaba a las últimas décadas del siglo XVII habiendo recuperado buena parte de su actividad comercial y marítima, hecho aún más notable si tenemos en cuenta las dimensiones cuasi universales de la Monarquía Católica, que en tiempos de Carlos II abarcaba territorios tan dispares y lejanos como buena parte del continente americano, las Filipinas y varias islas en el Pacífico (Marianas y Carolinas).

El siglo XVIII está marcado, una vez más, por la guerra. Tras la muerte de Carlos II, la pugna entre austracistas (partidarios del Archiduque Carlos de Austria) y borbónicos (Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV) dio pie a la guerra de Sucesión. Barcelona, al igual que el resto de los territorios de la Corona de Aragón, apostó por la carta austríaca, y la derrota llegó a partir de 1714. El establecimiento de la dinastía de los Borbones iba a marcar el final de las instituciones de autogobierno y el nacimiento de un proceso

claro de centralización castellanocéntrico. Aun así, los barceloneses, una vez más cual ave fénix, renacieron de sus cenizas y trabajaron incansablemente para reconstruir una ciudad que había quedado seriamente afectada tras el conflicto armado. Dejando de lado las cuestiones de tipo urbanístico (creación de la Ciudadela, derribo del barrio del Born), los barceloneses no tuvieron más remedio que acatar el Decreto de Nueva Planta (1716), asumir la pérdida de autogobierno y centrarse en reconstruir su ciudad. Además, Felipe V había clausurado todas las universidades catalanas, creando una nueva en Cervera.

Sin embargo, Barcelona se mantuvo como núcleo comercial marítimo. En 1756, Fernando VI autorizó al puerto de Barcelona a enviar barcos a América, pero antes debían detenerse en Cádiz. Conviene resaltar, sobre todo, la importancia de la creación de la Real Junta Particular de Comercio de Barcelona (1758) bajo el reinado de Fernando VI, uno de los monarcas menos estudiados por la historiografía española, probablemente por el hecho de hallarse entre dos personalidades como la de Felipe V (el instaurador de la nueva dinastía) y el reformista Carlos III. Hay que tener presente que el Decreto de Nueva Planta había abolido el Consolat de Mar. Así, la Real Junta ayudó a dinamizar el comercio interior y exterior, y se impulsó la enseñanza técnica para conseguir unos productos más competitivos. Bajo el reinado de Carlos III se reactivó, una vez más, la actividad marítima. En 1778, el rey Carlos III decretó finalmente el libre comercio, que acababa de manera definitiva con el monopolio de Cádiz y favorecía la emigración a América. Unos años antes, en 1769, se había creado la Escuela de Náutica y en 1775, la Escuela Gratuita de Diseño. Se inauguró también el Colegio de Cirugía, que pretendía compensar la escasa y mediocre oferta educativa de la Universidad de Cervera.

En esta Barcelona ilustrada sobresale la figura de don Antonio de Capmany, ilustre historiador que nos ha legado una primera historia marítima de la ciudad: las Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes de la antigua ciudad de Barcelona entre 1779 y 1792. En un ámbito más literario, podemos saber mucho más de la vida cotidiana de la nobleza de la mano de Rafael de Amat, el Barón de Maldà, autor del extensísimo dietario intitulado Calaix de sastre, una suerte de dietario en el que se expone cuál era el ritmo de la cotidianidad a finales del siglo XVIII. Es el momento en el que se consolidan las fábricas de indianas, que tanto progreso y riqueza habían de generar a Barcelona y, en su conjunto, al litoral catalán. La ciudad llegaba a las últimas décadas del siglo XVIII bajo el signo de la expansión comercial e industrial, de manera que el puerto barcelonés se convirtió en un elemento clave para impulsar la industrialización del país.

Una ciudad que se reinventa: el siglo XIX

Sin embargo, de nuevo un conflicto armado frenaría la actividad local. La Guerra de Independencia (1808-1814) comportará una vez más muerte y pobreza, y el legado del posterior reinado de Fernando VII no permite emitir un balance positivo. Aun así, Barcelona seguía creciendo, y a mitad del siglo XIX se moderniza y transforma el puerto para poder adaptarlo al comercio industrial y a la navegación a vapor. En 1848 se inauguró el ferrocarril entre Barcelona y Mataró.

La Barcelona industrial defendió a capa y espada el proteccionismo y, a pesar de la

inestabilidad política española, la industria se consolidó como una de las principales actividades económicas de la ciudad. No hay que olvidar, sin embargo, que la Revolución Industrial generó una desigualdad brutal entre clases sociales, y surgieron las inevitables tensiones entre la burguesía y un incipiente proletariado industrial. He aquí por qué Friedrich Engels afirmó que Barcelona era “el centro fabril más importante de España, que tiene en su haber histórico más combates de barricadas que ninguna otra ciudad del mundo”.

La ciudad crecía a un ritmo vertiginoso y la necesidad de demoler las murallas fue un clamor por parte de los barceloneses. Finalmente, las viejas y anacrónicas murallas se empezaron a derribar en 1854. La consigna “Abajo las murallas” representaba la necesidad de una ciudad que necesitaba más terreno para expandirse. Bajo la regencia de Espartero, se reabrió la Universidad de Barcelona y la ciudad empezó a preparar con orgullo la Exposición Universal de 1888. Barcelona se presentaba ante el mundo como una capital moderna, abierta al Mediterráneo y al resto de Europa.

En esos años, la Ciudad Condal se había convertido en una capital seductora para el resto de un país que apenas había iniciado su industrialización. Mientras Madrid era la capital en la que se concentraba el poder político y funcionarial, Barcelona lideraba la actividad económica y mercantil. Este hecho comportó la llegada masiva de población del sur de España, configurando una ciudad heterogénea y diversa. El perfil demográfico y social de la ciudad cambiaba a marchas forzadas. A su vez, Barcelona se vio implicada en las guerras que la Corona sostenía en África, y la participación de los voluntarios del general Prim resultó clave en diversas campañas militares.

Por otra parte, muchos barceloneses emigraron a Cuba para desarrollar ahí sus actividades económicas. No podemos ningunear el peso del comercio de esclavos, en el que participaron (y se enriquecieron) algunos de nuestros antepasados. En cualquier caso, la Barcelona decimonónica había recuperado su vertiente marítima. La construcción del paseo de Colón es una buena muestra de ello. El espacio litoral se reformaba, pero aun así se mantenían viviendas insalubres, muestra de la desigualdad económica y social del momento. Es, también, el momento del modernismo, que tanta impronta ha dejado en la arquitectura de la ciudad.

Un siglo XX complejo y esperanzado

A inicios del siglo XX, barrios como la Barceloneta reflejaban la dimensión marítima de la ciudad. Aparece ya el interés por el baño, y en 1912, cerca del barrio del Bogatell, se inauguraron los baños de la Mar Bella, activos hasta la década de 1940. Esta identidad fuertemente ligada al mar se percibe de manera clara en las primeras décadas del siglo pasado. La zona marítima reflejaba una manera de vivir marinera y obrera, que a menudo estaba marcada por la pobreza y carestía de sus trabajadores. El poeta barcelonés Joan Salvat-Papasseit lo reflejó de manera cruda y lírica en su poema “Nocturn per a acordió”, publicado en 1925.

Conviene leer tan bellos versos:

“Heus aquí: jo he guardat fusta al moll. (Vosaltres no sabeu què és guardar fusta al moll: però jo he vist la pluja a barrals sobre els bots, i dessota els taulons arraulir-se el preu fet de l’angoixa: sota els flandes i els melis, sota els cedres sagrats.

Quan els mossos d’esquadra espiaven la nit i la volta del cel era una foradada sense llums als vagons: i he fet un foc d’estelles dins la gola del llop.

Vosaltres no sabeu què és guardar fusta al moll: però totes les mans de tots els trinxeraires com una fandola feien un jurament al redós del meu foc. I era com un miracle que estirava les mans que eren balbes.

I en la boira es perdia el trepig.

Vosaltres no sabeu què és guardar fusta al moll. Ni sabeu l’oració dels fanals dels vaixells —que són de tants colors com la mar sota el sol: que no li calen veles.”

Barcelona seguía siendo una ciudad de contrastes, y mientras el poeta expresaba su queja, las clases más adineradas centraban ya su interés en el deporte del remo. En 1902 se creó el Real Club de Barcelona, fruto de la fusión entre el Real Club de Regatas de Barcelona (1881) y el Real Yatch Club (1879). También se acrecentaba el interés por la natación con la creación del Club Natación Barcelona y el Club Natació Barceloneta. Esta Barcelona volcada hacia el mar llegó incluso a impregnar el sistema educativo de la ciudad, y buena muestra de ello fue la creación de la Escola del Mar (1922), una entidad que propugnaba la renovación pedagógica y que fue destruida por las bombas italianas en 1938.

La Barcelona de los años veinte se había ampliado mediante la incorporación de viejos pueblos como Gràcia o Sarrià, y volvió a significarse con la Exposición Internacional de 1929, cuando la ciudad había superado el millón de habitantes. Este desarrollo se vio truncado súbitamente con el estallido de la Guerra Civil, consecuencia del fracaso del golpe de Estado liderado por el general Franco. Barcelona vivió con dramatismo los bombardeos, la falta de abastecimiento y las rutas de fuga de los que emprendieron el camino del exilio, ya fuese en 1936 (por miedo a la represión de los sectores más descontrolados de la República) o en 1939, cuando las tropas sublevadas entraron por la Diagonal. Una vez más, el exilio se llevó a cabo, también, por mar.

La posguerra fue funesta para Barcelona, una ciudad castigada por el nuevo régimen por su apoyo a la República y por su catalanidad. Un ejemplo simbólico de la larga posguerra lo encontramos en 1954, cuando en el puerto de Barcelona atracó el Semíramis, un barco griego que transportaba más de dos centenares de prisioneros de la vieja División Azul. Con los años del Desarrollismo, Barcelona se abrió al turismo y a una nueva globalización, que generó, por fin, un desarrollo económico sostenido en el tiempo. Una nueva oleada migratoria procedente de las zonas más deprimidas de España hizo crecer a la ciudad y su área metropolitana. El turismo de sol y playa se consolidó en las décadas de 1960 y 1970, lo que generó una nueva clase media barcelonesa, inexistente hasta ese momento. Pero las aberraciones urbanísticas, sobre todo en la periferia de la ciudad, también reflejaban las incoherencias de un régimen inmóvil en lo político, pero liberal en términos económicos. Tras la muerte de Franco (1975), Barcelona abrazó con ilusión el inicio de una serie de reformas democráticas.

Una ciudad abierta al futuro y a su vocación mediterránea

La última gran transformación (decididamente marítima) protagonizada por Barcelona es, también, la más conocida. Nos referimos a la celebración de los Juegos Olímpicos en 1992. La Barcelona tardofranquista, gris y mediocre, impulsó la apertura hacia el mar, reformando profundamente el litoral y dignificando unas playas que, hasta ese momento, habían sido muy poco utilizadas por los barceloneses. Además, el puerto se consolidó como hub logístico y de cruceros. Es bien sabido que, en la actualidad, el puerto barcelonés es uno de los más importantes del Mediterráneo en lo que se refiere al tráfico de mercancías y turismo. Se ha abierto, sin embargo, el necesario debate sobre el control de un turismo masivo, que puede generar, entre otras cosas, procesos de gentrificación en los barrios de la ciudad. Y todo eso sin olvidar la masiva llegada de migrantes desde los cinco continentes, que ven en Barcelona la oportunidad de tener un futuro mejor.

Aun así, hay que recordar (y valorar) positivamente el proyecto del Puerto Viejo, que ha reconvertido un amplio espacio en una zona de paseo, cultura y ocio, manteniendo la conexión marítima. Así llegamos al momento actual, en el que Barcelona se muestra como una capital mediterránea de primer orden, en la que la celebración de congresos, festivales e iniciativas con otras ciudades es casi permanente.

Una ciudad, pues, con una larga y dilatada historia, en la que el mar ha tenido siempre un papel crucial. Si fue antes el huevo o la gallina puede parecer una reflexión baladí, pero es indiscutible la perenne relación de la Ciudad Condal con el Mediterráneo.

Bibliografía:

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• Braudel, Fernand: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Fondo de Cultura Económica, México, 2023.

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• Riquer, Isabel de: Poemes catalans sobre la caiguda de Constantinoble. Ed. Eumo, Vic, 1997.

• Sanchis Guarner, Manuel: “Jaume I, configurador del domini lingüístic català”. En: Jaume I el Conqueridor. Ed. Barcino, Barcelona, 1976.

COLL ALENTORN, Miquel : La naixença de Catalunya. Barcelona, Editorial Barcino, 1978, p. 29.

2 Escrits de bisbes catalans del primer mil·leni. Barcelona, Proa, 1992.

3 ABADAL, Ramon d’: Els primers Comtes Catalans. Barcelona, Vicens Vives, 1991.

4 Fragmento citado en: SANCHIS GUARNER, Manuel: “Jaume I, configurador del domini lingüístic català”. En: Jaume el Conqueridor. Barcelona, Editorial Barcino, 1976, p. 20.

5 CERVANTES, Miguel de. Don Quijote de la Mancha: Madrid, Real Academia Española, 2004, cap. LXXII, p. 1091.

6 RIQUER, Isabel de: Poemes catalans sobre la caiguda de Constantinoble. Vic, Ed. Eumo, 1997.

7 BRAUDEL, Fernand. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. México, Fondo de Cultura Económica, 2023.

8 Corte general de Monzón, 1585.

9 MARX, Karl; ENGELS, Friedrich: La revolución en España. Moscú, Ed. Progreso, 1978, p. 240.

Barcelona as the Capital of the Mediterranean Vision, Strategy, and Innovation

Barcelona’s Leadership Potential in the Mediterranean

Cities today are no longer just backdrops to global change; they are the drivers. In the 21st century, urban regions have stepped into roles once reserved for national governments. They are negotiating climate solutions, spearheading digital revolutions, adapting to demographic shifts, and serving as diplomatic bridges in a fragmented geopolitical landscape.

The Mediterranean – long hailed as the cradle of civilisation – is again at a crossroads. While parts of the region face instability, others show immense promise. Barcelona belongs to the latter. Its path is one of openness, strategic foresight, and innovation. And the idea of Barcelona as a “capital” of the Mediterranean is not merely symbolic; it reflects a practical, evolving reality of regional leadership grounded in action and cooperation.

Barcelona is not aspiring to lead the Mediterranean by chance; it is uniquely positioned to do so. The city’s assets speak for themselves:

• Strategic location linking Southern Europe with North Africa and the Middle East

• One of Europe’s most forward-thinking ports, digitally enabled and environmentally conscious

• World-class logistics infrastructure supporting trade and mobility

• Thriving innovation and startup ecosystem

Deep-rooted cultural, academic, and institutional ties across the Mediterranean

But assets alone are not enough. Leadership is earned through vision, legitimacy, and the ability to convene diverse actors around a shared future. And this is where Barcelona truly distinguishes itself – through its role as host to key institutions that shape the region’s dialogue, policy, and cooperation.

Mediterranean Institutions Based in Barcelona

Three flagship institutions with headquarters in Barcelona underline the city’s convening power:

• Union for the Mediterranean (UfM): With 43 member countries, the UfM is a rare space of consensus and collaboration in a fractured region. Based in Barcelona since 2008, it leads projects that cut across borders – promoting inclusive development, climate resilience, gender equality, and youth empowerment.

• ASCAME (Association of Mediterranean Chambers of Commerce and Industry): By connecting over 300 chambers of commerce from 23 nations, ASCAME operates as a business diplomacy engine. It nurtures the economic fabric of the Mediterranean through entrepreneurship, trade integration, and public-private partnerships.

• IEMed (European Institute of the Mediterranean): A unique blend of think tank and cultural institution, IEMed fosters nuanced understanding of regional complexities. Its research and outreach initiatives address governance, migration, gender, and intercultural dialogue – areas where Barcelona's progressive ethos shines.

• MEDPorts (Mediterranean Ports Association): Uniting over 25 port authorities, MEDPorts drives cooperation among Mediterranean maritime hubs. It promotes sustainable development, innovation, and the strategic role of ports in regional and global trade.

These institutions don’t just represent Barcelona; they reinforce its role as the region’s pulse point.

Economic Exchanges and Maritime Connectivity

Look at a map of the Mediterranean and you will see Barcelona at the centre of the action. The Mediterranean basin handles nearly 20% of global maritime traffic. In this high-stakes arena of ships, cargo, and connectivity, Barcelona’s port is a powerhouse – not just in size, but in innovation and ambition.

• Pioneering short sea shipping, an eco-efficient way to move goods by water and ease road congestion.

• Leader in vehicle logistics and cold-chain distribution, critical for food and pharma.

• At the forefront of sustainable practices, with a roadmap for emissions reduction and green fuels.

• Linking Europe to Maghreb, Asia, and Latin America, underscoring its position as a true global node.

Barcelona’s role in the Trans-European Transport Network (TEN-T) and the Mediterranean Corridor ensures that goods flow not just across seas, but smoothly

into the continent's economic heartlands. Its inland terminals, rail links, and free trade zones are more than infrastructure; they are arteries of integration and prosperity.

Innovation: Barcelona as a Mediterranean Tech Hub

Innovation isn’t just a buzzword in Barcelona, it’s part of the DNA. As workplaces and cities evolve in the digital era, talent is increasingly seeking more than just a salary. People are drawn to cities where they can think freely, pursue purpose, and build something meaningful. Daniel Pink’s theory in Drive captures this idea well: autonomy, mastery, and purpose are the true motivators of today’s knowledge workers.

Barcelona offers all three in abundance. It is a cosmopolitan but human-scaled city, bustling but balanced, creative but grounded in real-world challenges. And its Mediterranean setting –sun, sea, and social energy – makes it more than liveable: it makes it inspiring.

Barcelona’s innovation prowess is visible through both public and private platforms:

• BlueTechPort: A launchpad for maritime startups, this hub helps bring new technologies into port operations, from AI-driven logistics to emission tracking.

• DFactory Barcelona: The Zona Franca’s initiative for Industry 4.0 blends AI, robotics, additive manufacturing, and cybersecurity all in one futuristic space.

• BIT Habitat and Barcelona Activa: These city-run programs go beyond tech; they drive inclusive urban innovation, supporting projects that tackle social inequality, housing, and mobility.

• Global Events: Events like the Mobile World Congress, 4YFN, and Smart City Expo aren’t just showcases; they are networking engines that keep Barcelona plugged into the global innovation conversation.

Together, these initiatives transform Barcelona into a living laboratory where ideas meet action.

Talent Attraction and Research Excellence

Barcelona doesn’t just cultivate innovation—it attracts the people who make it happen. Whether it is digital nomads, scientific researchers, or startup founders, the city has become one of Europe’s most desired destinations for talent. And it is not just because of the weather.

The Global Talent Competitiveness Index and Startup Heatmap Europe have shown a consistent pattern: people come to Barcelona because it balances lifestyle with opportunity.

• Affordable compared to other innovation hubs.

• Offers international schooling and a multilingual workforce.

• Culturally vibrant, civically engaged, and deeply creative.

• Supported by local policies that support entrepreneurs and researchers alike.

Barcelona isn’t just a place to work; it’s a place to grow.

Research Centres Based in Barcelona

As regards scientific curiosity, from quantum physics to global health, Barcelona’s R&D ecosystem is punching far above its weight:

• Barcelona Supercomputing Center (BSC-CNS): Europe’s elite in high-performance computing and AI research.

• Centre for Genomic Regulation (CRG): Decoding life’s complexities through advanced biomedical science.

• Institute of Photonic Sciences (ICFO): Lighting the way forward in quantum and photonic technologies.

• ISGlobal: Making Barcelona a global capital for health science and epidemiology.

• Eurecat: Bridging industrial needs with research solutions across sectors.

• BIST: Fostering interdisciplinary breakthroughs across frontier science.

• AAC: Imagining the smart, sustainable cities of tomorrow.

These centres are more than institutions; they are the foundations of Barcelona’s future-forward identity.

In a Mediterranean region often portrayed through the lens of crisis, Barcelona offers a counter-narrative: one of possibility, pragmatism, and progress. It shows that a city can lead not through dominance, but through connection; not through grand gestures, but through consistent investment in infrastructure, dialogue, innovation, and people. In the face of global shifts, Barcelona doesn’t just react – it anticipates, adapts, and inspires.

To call it the Capital of the Mediterranean is not to crown it, but to recognise the role it is already playing. A role built not on rhetoric, but on real contributions to regional cohesion, economic resilience, and creative leadership. And perhaps, in a world looking for new models of cooperation, this Mediterranean capital has something essential to teach us all.

De la ciudad reinventada a la capital soñada

Hubo un momento en el que todo parecía posible para Barcelona. Desde ser la capital del boom hasta la capital del sueño olímpico o la capital cultural del Mediterráneo. ¿En qué momento dejó de ser eso posible? ¿Se complicó la realidad o se enturbió un espejismo? ¿En qué punto estamos? ¿En qué punto están nuestras posibilidades y nuestra ambición?

Estas mismas páginas han acogido fecundos estudios sobre la eclosión y el papel de las ciudades globales. Incluso de las ciudades-Estado, un término que intuitivamente remite a la antigua Grecia, pero que quizás no queda tan lejos como parece de nuestra cotidianeidad. En el panorama catalán y español, Barcelona constituye, desde hace mucho tiempo, una contundente anomalía. Casi un verso suelto que desafía los mejores análisis teóricos. Lo que no puede ser, es. Lo que es no es lo que parece.

El objetivo de esta reflexión es tratar de tender un puente entre paradigma y realidad. Entre los modelos en los que aspira a encajar la actuación política, civil y cultural y lo que, a la hora de la verdad, ocurre en las instituciones y en la calle. Sin un modelo, sin una hoja de ruta, es difícil ver claro en el caos y la turbulencia del día a día. Sin considerar las contradicciones efectivas entre cualquier modelo y su impacto en la práctica, la teoría se queda en un brindis al sol. Puede llegar a distorsionar —incluso a reinventar— los motivos de cualquier éxito o fracaso.

La importancia de Barcelona en el Mediterráneo es, para empezar, inseparable de la importancia del Mediterráneo para Barcelona. O para el mundo. Esa importancia ha fluctuado a lo largo de los siglos. En tiempos de la Corona de Aragón, quien dominaba el Mare Nostrum lo dominaba todo. Eso cambia drásticamente con el descubrimiento de América. La escala del orbe pasa a ser atlántica. Eso abre un rico abanico de oportunidades y hasta de imperios. También asesta un duro golpe a ciertos equilibrios. La España de los Reyes Católicos se descompensa a favor de Castilla, que es quien ha armado las naves de Cristóbal Colón y quien rige el Nuevo Mundo.

No siempre la memoria colectiva más extendida es la más precisa. En el imaginario mental catalán predomina la creencia de que Cataluña —con Barcelona al frente— fue “excluida” de la aventura americana. Esto es así, pero no es solo así. ¿Hubo exclusión o autoexclusión?

Los actuales defensores de planteamientos federalistas coincidirán en que el modelo de los Reyes Católicos se parecía más a lo que ellos propugnan que a los posteriores Estados más centralizados. El margen de maniobra para que Castilla hiciera una cosa y Cataluña otra era amplio. Aun así, si “los catalanes” de la época hubieran puesto un poco más de interés en participar de la aventura americana, antes, durante o después de la expedición colombina, es posible que hubieran logrado tener una presencia como la que sí tuvieron incluso otros agentes europeos. Lo que ocurre es que la Barcelona de la época miraba al Mediterráneo.

Un Mediterráneo que era, por cierto, un hervidero de intrigas y de hegemonías en pugna. Incluso cuando el Imperio español fue o pareció ser una realidad cuajada y sólida, le costaba mucho abarcar aquella efervescencia. No era nada inhabitual que los virreyes españoles armaran sus propias flotas, en nombre del emperador, sí, pero más bien en forma de franquicia que de armadas regulares, para enfrentarse desde a las embestidas corsarias hasta a célebres intrigas como las urdidas en la República de Venecia, donde el mismísimo Quevedo estuvo a punto de perecer. No era una dinámica tan distinta a la de los míticos almogávares catalanes, tropas de choque, de espionaje y de guerrilla que en su día habían protagonizado la expansión y la reconquista del Mediterráneo en nombre, o mejor dicho, a sueldo, de la Corona de Aragón.

Este país tiene una historia más gaseosa de lo que nos gusta recordar. Quién dice gaseosa, dice reinventada. El traumático choque entre la Cataluña austriacista y Felipe V, el mítico 1714 que todavía hoy se conmemora en el Fossar de les Moreres de Barcelona, ha quedado en los anales del nacionalismo como una suerte de choque de civilizaciones, cuando fue más bien una suerte de guerra civil entre partidarios de un monarca y partidarios de otro. En el momento en que una serie de carambolas dinásticas dejan a Felipe V como único rey viable de España, la “heroica” resistencia de Barcelona y de gran parte del resto de Cataluña dejó de tener sentido. Aquella guerra no solo no se podía ganar, sino que había dejado de cumplir su función, excepto para justificar y prolongar la agonía de unas élites que quizá no supieron elegir bando ni aliados. Barcelona tiene una calle que se llama Villarroel en honor a Antonio de Villarroel y Peláez, un militar barcelonés que servía en los ejércitos de Felipe V y que dejó de servir al desatarse la conocida como Guerra de Sucesión, que no de Secesión. ¿Ven la diferencia? No eran confederados contra yanquis, eran partidarios de los Austrias frente a partidarios de los Borbones.

Villarroel se salió de un ejército para pasarse al ejército enemigo en un movimiento que hoy llamaría mucho la atención, pero que era más usual en aquellos tiempos, en los que todo era más ¿fluido? ¿confuso? Nombrado general comandante del ejército

de Cataluña, organiza la defensa de Barcelona y la mantiene todo lo humanamente posible hasta que, como militar, llega a la conclusión de que ya no tiene sentido resistir más y propone capitular ante el duque de Berwick. Pero el muy recordado Rafael Casanova se opone a ello, porque eso equivaldría a aceptar su derrota política. Villarroel intenta dimitir. Comprendiendo que en Barcelona se va a luchar de cualquier manera, y espantado del horror que aguarda a los civiles, reconsidera su decisión y vuelve a ponerse al frente de aquel suicidio colectivo. Resultado: Villarroel murió ignominiosamente en una cárcel, Casanova murió en la cama, y es a su tumba en Barcelona a donde llegan ofrendas de flores todos los Once de Septiembre.

No traemos esto a colación aquí para herir la sensibilidad de nadie. Se trata más bien de llamar la atención sobre cómo el río de la historia a veces baja cargado de piedras que no dejan ver con claridad sus aguas. ¿Qué habría pasado si Barcelona hubiese capitulado ante Berwick? Según el relato oficial del nacionalismo, eso habría significado la inmolación política, económica y civil de Cataluña entera. Aunque de acuerdo con ese mismo relato, esa inmolación, exactamente, es lo que siguió a la derrota. ¿En qué quedamos entonces? ¿No había otra solución? Al fin y al cabo, ¿no eran todos españoles y sin otro rey posible, en la práctica, que el único que podía ganar la guerra? ¿Estaban en juego el futuro de Barcelona y de Cataluña o el de determinados líderes que habían hecho apuestas personales arriesgadas?

Otro mito a discutir, o leyenda urbana a revisar, es que el Decreto de Nueva Planta que siguió destruyó la autonomía de Cataluña y la sumió en la miseria. No todo el mundo está de acuerdo. Hubo una sensible reorganización política, sí, pero no está tan claro que eso sumiera a la sociedad catalana en la decadencia. Una vez más, conviene deslindar los conflictos políticos y dinásticos de los verdaderos choques sociales y culturales. La amalgama de territorios y de costumbres que daría lugar al proyecto España, tal y como posteriormente se entendería, iba conformándose con muchas más ambigüedades, paradojas y hasta improvisación de la que ha quedado registrada en algunos relatos oficiales, que, por ejemplo, obvian o minimizan el impacto negativo que para los intereses barceloneses y catalanes tendría alinearse en ocasiones con la Corona francesa contra la española. ¿Alguien se imagina que esto sucediera ahora, que Barcelona se aliara con París contra Madrid?

Dicho lo cual, Barcelona ha experimentado unas cuantas sacudidas interesantes a lo largo de su historia. Se puede morir de singularidad tanto o más que de éxito. Una y otra vez, la Ciudad Condal incuba dinámicas que la diferencian de los distintos sujetos políticos, sociales y culturales en los que se ve inmersa, sin los que tampoco se entendería su excepcionalidad. En cierto modo, Barcelona brilla por contraste. No sólo con el resto de España, también con el resto de Cataluña, de la que es cap i casal y capital, tanto como pararrayos de tensiones. Entre lo rural y lo urbano, entre la tradición y el progreso, entre la defensa cerrada de lo propio y la apertura.

Por momentos, a veces muy largos momentos, parece que Barcelona se defina más a la contra de otras realidades —empezando por Madrid— que a favor de sí misma.

Que gaste más energías en oponerse que en afirmarse, en rivalizar que en ser. Esto la ha dotado de un carácter propio sin duda muy atractivo, tanto como ha reforzado la ya apuntada confusión entre la ciudad real y la autopercibida o directamente reinventada.

La capacidad de reinvención puede ser un estímulo formidable. Un buen ejemplo de ello sería toda la aventura olímpica, con su enorme capacidad de galvanización urbana, lanzamiento internacional de la marca Barcelona y, sobre todo, de reencuentro efectivo con el mar. Con el mar físico y con el cultural, porque también es en esos años en los que se trabaja intensamente, desde varios ámbitos, para que Barcelona lidere renovadas complicidades euromediterráneas. Para que sea “el Norte del Sur”, como Pasqual Maragall y Jordi Pujol, cada uno a su manera —a días compatibles, a días irreconciliables—, soñaban. La caída del Muro de Berlín y de la URSS, la guerra de Bosnia —que en Barcelona desató una oleada inusitada de solidaridad, incluso de entrega—, los procesos de descolonización, etc., sacuden el tablero internacional y reflotan el protagonismo del Mare Nostrum. Barcelona deviene epicentro de una actividad casi frenética para repensar todo este espacio.

Es verdad que, una vez más, no siempre queda claro dónde está el epicentro del epicentro; si Barcelona juega en la liga española, en la catalana o si va por libre; si aspira a posicionarse en el Mediterráneo desde la UE, desde la Europa de las regiones o desde la de las ciudades. Aunque por tamaño y por otros motivos no pueda competir con determinadas megalópolis, sí que aspira a ejercer de ciudad global, influyente, atrayente y hasta determinante. Tiene muchos recursos para ello, y tiene además potencia institucional para plantearlo. Si la política catalana, entendiendo por política catalana la de dimensión autonómica, tiene un recorrido a menudo frustrante para los que la ejercen —con quejas recurrentes de falta de competencias, de financiación y de una adecuada proyección exterior—, la política municipal barcelonesa dispone de una autonomía dentro de la autonomía, de un poder dentro del poder, casi deslumbrante en comparación. Cataluña podrá carecer de un Estado propio (o no querer hacer siempre un uso pleno del Estado que le corresponde, que es otra manera de verlo), pero su capital se asemeja en la práctica a una ciudad-Estado. Un potentísimo foco de transformación y, como ya hemos mencionado antes, incluso de reinvención.

La reinvención no deja de conllevar sus riesgos. La apuesta por una capitalidad cultural mediterránea podría ser más convincente y efectiva de no haberse querido hacer un poco a costa de otras dimensiones, como la antigua condición de Barcelona de capital del boom y de la edición mundial en español. ¿Era necesario desvestir un santo para vestir al otro? ¿Tergiversar y hasta castrar una realidad social que era y es tercamente bilingüe? ¿Arrinconar la cultura catalana en lengua castellana, que no hace tanto contribuyó a que Barcelona brillara con luz propia y lanzara excitantes destellos de modernidad incluso antes de pasar la página del franquismo? Si la Barcelona de los 70 se las prometía más felices y más cosmopolitas que Madrid, si lo tenía todo para normalizar el uso del catalán sin renegar del español, haciendo

bandera de la diversidad, bueno, el balance del procés no puede ser más desolador, ni más provinciano en el mal sentido.

Toda Cataluña ha pagado muy caro el procés. Pero Barcelona más. Porque ha laminado su singularidad y su representatividad como rompeolas de la sociedad y la cultura catalanas. Mientras el nacionalismo y la izquierda cohabitaban en tensión, juntos pero no políticamente revueltos, la ciudadanía tenía más opciones. En el momento en que determinada izquierda da por buenos y avala los postulados más agresivamente excluyentes del separatismo, esas opciones se restringen, y la credibilidad de Barcelona como capital global se restringe también.

La restricción es sobre todo cultural, pero no solo cultural. Bajo determinadas gobernanzas, Barcelona ha perdido impulso económico, ha perdido conectividad con el mundo —por ejemplo, con el frívolo aplazamiento de la urgente ampliación de su aeropuerto— y ha perdido, sobre todo, habitabilidad. Que el derecho a la vivienda vaya camino de convertirse en un lujo inasumible, y que eso suceda bajo gobiernos municipales que han hecho bandera de su progresismo y su dedicación prioritaria a los desfavorecidos, solo se entiende desde la más fabulosa reinvención, sea del concepto de progresismo, sea del concepto de desfavorecido. Una ciudad más okupas-friendly que viable para las clases medias y trabajadoras puede ser un experimento revolucionario, pero no puede ser operativa como capital, ni mediterránea ni europea.

El fenómeno quizás se explica por una fiebre de sobreideologización de las decisiones que una vez instaurada no es fácil de revertir. Ni ante la evidencia de que esas decisiones no surten el efecto ni prometido, ni deseado. Aunque el papel y la utopía lo aguantan todo, los países no, y las ciudades menos. Por un elemental principio de subsidiariedad, las transformaciones fallidas son más inmediatamente visibles.

¿Puede una ciudad a la vez estar de moda y en decadencia? Algo así parece haberle sucedido a Barcelona en la última década y media. El audaz reposicionamiento internacional de los Juegos Olímpicos sigue bombeando un fuerte éxito turístico, incluso una aglomeración de expats, pero eso no es exactamente lo mismo que ser una capital global de referencia. Por momentos, Barcelona parece competir con Nueva York en cierta deriva hacia la autobanalización, hacia vivir de las rentas del pasado y quedar reducida a parque temático, más glamuroso para sus visitantes que para sus habitantes.

A corto plazo, no se anticipa fácil restablecer los vínculos privilegiados con la cultura latinoamericana que un día se tuvieron. Barcelona se ha autoexcluido del hub hispanohablante por entender —o malentender— que constituía una amenaza para un concepto cada vez más restrictivo de la catalanidad. Y Madrid le ha quitado el sitio, en esto y en otras cosas.

La feroz competencia ciega con Madrid tampoco ayuda, sobre todo si se plantea sobre premisas falsas. La capital de España no es, ni mucho menos, perfecta. Pero el obstinado relato de atribuir toda su prosperidad a un supuesto trato de favor por parte del gobierno de la nación ha envejecido mal, muy mal. En el momento presente de fuertes tensiones entre los gobiernos municipal y autonómico del PP y la Moncloa de Pedro Sánchez puede sonar hasta grotesco, además de comprometer la entera apuesta por el concepto de ciudad global, que requiere mucha cintura y capacidad de cooperar con otras ciudades globales, empezando quizás por las del propio país. Una Barcelona no sistemáticamente contrapuesta a Madrid, sino en sinergia con ella, tendría muchas más opciones.

¿Es concebible ese deshielo? Si hay que creer al actual alcalde de la capital catalana, Jaume Collboni, cuando afirma que “Barcelona ha vuelto”, podría estar en marcha ya. Pero es mucho el terreno perdido y el camino a desandar. Y el actual clima de extrema polarización política juega más bien a la contra, no solo en Barcelona, en Madrid o en el resto de España. Graves conflictos atenazan el mundo y siembran la duda sobre la vigencia de tradicionales mecanismos de contención y estabilidad. Los antiguos equilibrios se tambalean. ¿Sigue el Mediterráneo dónde y cómo lo dejamos la última vez que nos planteamos ser su capital cultural?

Por de pronto, no se antoja nada fácil manejar la creciente tensión entre sus orillas. El optimismo folklórico y el buenismo multicultural han tocado techo y, a eso, le han seguido estallidos de xenofobia populista difíciles de controlar y de revertir.

Una vez más, la reinvención ideológica de los problemas distrae de la búsqueda de soluciones. No basta con querer ser “buenos” y que vengan muchos refugiados e inmigrantes. Ni con todo lo contrario, con querer “echarlos a todos”. Si no se encaran seriamente todos estos retos, el resultado es una bomba de relojería. Surgen amenazas graves para nuestra seguridad y nuestra cohesión social. También para ese cálido y acendrado sentimiento de superioridad, de tener el control de la historia, que durante décadas ha caracterizado nuestra mirada hacia el sur del Mediterráneo.

Varias veces, políticos, expertos y estudiosos han puesto el foco en una nueva globalidad mediterránea emergente: la recuperación del espíritu del antiguo Mare Nostrum. Ciertamente, es una idea hermosa y tentadora, nos pondría en un mapa más proactivo e interesante. Cuando el Muro de Berlín cayó y Europa se abrió, con mayor o menor fortuna hacia el este, pareció que los gobiernos español, catalán y de Barcelona podían alinearse en una ofensiva para liderar que también se abriera… hacia nuestro “Norte del Sur”.

En la práctica, surgieron dificultades que, una vez más, evidencian lo difícil que es trasladar las buenas intenciones políticas al plano humano efectivo, desde la competencia no siempre leal entre Administraciones hasta una comprensión no siempre objetiva del mundo en que vivimos.

Europa está acostumbrada a visualizarse como exportadora neta de valores y de sistemas de organización política. Se da por hecho que nuestra influencia en otras sociedades menos avanzadas solo puede ser benéfica, y que eso va a caer por su propio peso en cuanto se den las condiciones oportunas. Pero si algo demuestra con tenacidad la historia, es que no es tan sencillo exportar, no ya democracia, sino ni siquiera buena fe.

En 2008 se funda la Unión por el Mediterráneo, una organización intergubernamental integrada por los 27 Estados miembros de la UE y los 15 países socios mediterráneos del norte de África, Oriente Medio y el sudeste de Europa. Tiene su sede en Barcelona porque nace con el objetivo explícito de robustecer el Partenariado Euromediterráneo (Euromed) que arranca en 1995. Estamos hablando del Proceso de Barcelona.

El Proceso de Barcelona, lanzado en la cumbre euromediterránea celebrada aquel mismo año en la capital catalana, nació como un ambicioso proyecto de cooperación regional en materias como la lucha antiterrorista, la expansión de la democracia y los derechos humanos, la creación de un área de libre comercio y de intercambio cultural, etc. En 2008 se renuevan esos votos por la toma de decisiones estratégicas conjuntas y de responsabilidad compartida entre las dos orillas del Mare Nostrum. Se entiende que integración es estabilidad, es desarrollo, es futuro. Queda acordado que va en el interés de todos trabajar coordinadamente a favor de la descontaminación del Mediterráneo; aumentar la circulación de bienes y de personas en todo el área; mejorar la prevención de los desastres naturales y la reacción ante los mismos; apostar por las energías alternativas (la solar y la eólica se supone que son la joya de la Corona de la región); impulsar y asistir la acción de pequeñas y medianas empresas, entendidas como elemento clave del progreso sostenible, y, como no, prestar especial atención a la educación superior y a la investigación. En junio de 2008 se inaugura la Universidad Euromediterránea de Eslovenia y se acuerda abrir otra más adelante en Fez (Marruecos).

Mucho ha llovido desde entonces. Y aunque la Unión por el Mediterráneo ha seguido andando, incubando proyectos y teniendo a Barcelona orgullosa de ser su frontal, muchas de las expectativas iniciales no se han cumplido. Presidencias turbulentas, cumbres boicoteadas, escenarios cambiantes, casi siempre con el conflicto árabeisraelí como tremenda mar y distorsión de fondo. Pero no solo eso. Cuando no son las primaveras árabes en Egipto es la ambivalencia de y frente a Marruecos.

Pero es la candente cuestión de Palestina la que una y otra vez lo hace saltar todo por los aires. Siendo alcaldesa de Barcelona Ada Colau, el Ayuntamiento de Barcelona tomó la grave y unilateral decisión de romper el hermanamiento de la ciudad de Tel Aviv, con la práctica totalidad de los grupos municipales en contra. Jaume Collboni revertiría esta decisión invocando, precisamente, la responsabilidad de Barcelona al frente de la Unión por el Mediterráneo. Pero el daño ya estaba hecho. Una vez más, se había visualizado una apuesta ideológica de cortas luces, en clave estrictamente propagandística y de política interior, por encima de la ambición y la proyección

internacional de una capital global seria. La judeofobia institucionalizada “vende” en determinadas parroquias de determinada izquierda e impone una visión simplificada de nuestro entorno, que está en las antípodas de todo esfuerzo serio de cooperación.

Por cierto, Collboni revirtió la decisión de Colau, pero recientemente ha revertido su propia decisión. Ha vuelto a romper los lazos entre Barcelona y Tel Aviv y a apuntarse él, y con él todo su equipo de gobierno, al bombardeo judeófobo. ¿En qué quedan sus apelaciones a la responsabilidad euromediterránea de la ciudad, a su potencial papel de árbitro de un Mediterráneo de verdad más en paz y más justo? ¿De verdad tenemos que vivir los barceloneses con la vergüenza de que nuestro Ayuntamiento merezca una encendida felicitación de Hamas? ¿Son esas las alianzas internacionales que nos merecemos?

Llama la atención que se intenten revertir los efectos perversos del colonialismo, político, económico y cultural, sin renunciar a los vicios de esa misma imago mundi. El “anticolonialismo” woke puede ser tan paternalista como el colonialismo que dice querer combatir y mostrar muy poca porosidad en la comprensión de otras realidades, ignorando, por ejemplo, el tremendo avance de China en la toma de control de las regiones antaño colonizadas por los poderes europeos o las emergentes correlaciones culturales y de poder en una cuenca mediterránea en la que las interpretaciones más radicales del islam toman el relevo del antiguo comunismo a la hora de sojuzgar y peonizar sociedades enteras. Occidente dice una cosa y hace la otra. Muchas de sus aparentemente virtuosas ayudas al desarrollo se quedan en redes clientelares, cuando no directamente corruptas. Muchas de sus iniciativas culturales pecan de superficialidad y de torpeza. Barcelona se complace en presumir de estar “abierta” a las gentes del Magreb y del Sahel sin profundizar en lo que eso requiere ni aquilatar los esfuerzos que implicaría una verdadera integración.

La mutua incomunicación, cuando no ceguera, puede llegar a dar pie a noticias sorprendentes como el plan recientemente anunciado por Marruecos para propiciar que tres países del Sahel sin acceso al mar —Burkina Faso, Mali y Níger— accedan al comercio global a través de los puertos atlánticos marroquíes. Se dice pronto. La iniciativa pretende conectar estos países con puertos estratégicos como el de Tánger Med y el de Dajla, que ni siquiera está construido aún. Como no está construido aun el famoso gasoducto submarino propuesto por Nigeria y Marruecos para llevar gas a Europa, que acumula inversiones y estudios de viabilidad sin que los plazos previstos de ejecución —a 25 años vista— permitan esperar ninguna solución al problema. Se amontonan así los flujos de dinero gastado en planificar aquello que muy probablemente nunca se realizará. La Iniciativa Atlántica propuesta por Marruecos a los Estados del Sahel, visionaria sobre el papel, tropieza en la práctica con la enorme inviabilidad de las comunicaciones a través de extensos territorios carentes de la más elemental seguridad, y además volverían a encenderse alarmas muy sensibles en el Sáhara.

Son solo algunos ejemplos de cómo la anhelada hermandad y proactividad entre

países mediterráneos se envenena a cada paso de contradicciones, por no decir de traiciones. ¿Obliga eso a renunciar al sueño de los padres fundadores de un Mare Nostrum emergente, dinámico y cómplice? ¿O a las aspiraciones de Barcelona de ser determinante en él? No necesariamente. Los últimos vuelcos de las hegemonías en el mundo, también culturales, cierran unas ventanas de oportunidad y abren otras. Pero para aprovecharlas es preciso desprenderse de algunos apriorismos, renunciar a banalizar estas cuestiones y a convertirlas en reclamos de mero consumo interno cultural y electoral para opiniones públicas más ideologizadas que informadas.

En Cataluña se venera todavía la figura de Ramon Llull, un franciscano originalísimo, caballero de la fe y, a su manera, de la ciencia, una de las personalidades que más y mejor han encarnado el ideal de una visión mediterránea de la vida. En el mundo actual tendría difícil encaje por su atrevida equiparación entre verdades naturales y sobrenaturales —en las antípodas de Santo Tomás de Aquino, reivindicado por el nuevo Papa, León XIV—, pero quizás, y sobre todo, por ejercer de ejemplo viviente de verdadera interculturalidad. Llull llegó a poder expresarse indistintamente en catalán, latín y árabe y, siendo defensor acérrimo de las Cruzadas, solo creía en su eficacia si no se basaban en el mero sometimiento, sino en una genuina conversión. Trasladado eso a términos más aceptables para la modernidad, no se puede influir sin comprender y sin ser comprendido, lo cual exige dejar de lado reinvenciones y simplificaciones de la propia historia. Tener la llave de los gasoductos de la cultura es el gran reto. Para volverse a soñar capital cultural del Mediterráneo, una ciudad tan maravillosamente anómala como Barcelona a lo mejor tiene que empezar por hacer de su anomalía una virtud y reaprender a ser capital de sí misma, de toda ella, sin puntos ciegos y sin exclusiones. El camino ya recorrido podría ser el principio del camino mucho más apasionante que queda por andar. Todos juntos.

El protagonismo de los migrantes en el liderazgo mediterráneo de Barcelona

Reflexiones y propuestas desde Beirut y Barcelona

Barcelona es una ciudad fácil de amar, un entorno inclusivo y lleno de razones para convertirse en el hogar de personas de todo el mundo. Ese ha sido mi caso. Hace tres años dejé el Líbano y comencé una nueva vida en Barcelona. Tras años de compromiso cívico y académico en Beirut, y ya con cierta trayectoria en Barcelona, escribo este ensayo como un llamamiento a la acción dirigido a otros residentes de Barcelona, activistas, académicos, líderes empresariales y responsables institucionales. Es una invitación a comprometerse de forma estratégica con las poblaciones migrantes, a partir de las vivencias de una cohorte concreta y reciente: profesionales y estudiantes libaneses que se trasladaron a Barcelona en busca de seguridad, estabilidad y prosperidad.

Espero que esta reflexión sobre un grupo específico de población sirva también como marco para establecer vínculos con migrantes de otras nacionalidades, especialmente aquellos procedentes de contextos extremos, marcados por ciclos recurrentes de catástrofes y condiciones opresivas. Más allá de la primera acogida humanitaria –que agradecemos sinceramente– pienso que podemos aportar un conjunto de habilidades singulares y una mentalidad particular para afrontar crisis, transformar sistemas de gobernanza y movilizar a los distintos actores sociales.

Somos personas con trayectorias intensas a nuestras espaldas. En nuestro país hemos liderado campañas, luchado por la libertad y destacado profesionalmente, pero la experiencia migratoria nos ha dispersado y, a menudo, aislado.

Carmen Geha, académica y empresaria*

Barcelona acoge muchos perfiles de este tipo. ¿Por qué y en qué términos puede Barcelona convertirse en un espacio de cocreación? En concreto, en relación al estudio de caso que nos ocupa, ¿qué pueden hacer los actores relevantes de la ciudad para colaborar con los migrantes libaneses como socios en pie de igualdad en el diseño de políticas inclusivas, investigaciones con impacto o estrategias públicas transformadoras?

Este ensayo defiende que vivir en contextos extremos nos permite a los libaneses afrontar crisis complejas al mismo tiempo que tendemos a involucramos en la transformación de nuestro entorno social, a nivel político, personal y profesional. Cuando se vive bajo coacción, uno debe crear por sí mismo las condiciones y redes que ofrezcan seguridad y mantengan la solidaridad. Este ensayo trata de lo que podemos hacer juntos, en conjunto, desde la ubicación geográfica e histórica de la ciudad de Barcelona, y especialmente sobre cómo los actores locales pueden implicarse de forma estratégica con profesionales migrantes en una agenda compartida de desarrollo.

Para empezar, debo decir que no soy nacionalista libanesa. Amo a mi país y estoy orgullosa de muchas cosas de nuestra historia y de nuestras luchas colectivas. Pero no creo que Líbano sea superior a otros países ni que ni que nuestra nacionalidad nos otorgue una posición especial en el mundo. Durante los últimos veinte años he criticado día y noche a los dirigentes libaneses, a quienes considero como señores de la guerra criminales. 1 Líbano tiene un grave problema de soberanía que le hace propenso al dominio de las milicias y a constantes injerencias geopolíticas, como demuestra el control del poder por parte de Hezbolá durante las tres últimas décadas. Mi país también está clasificado como uno de los más corruptos del mundo, pero no necesito la clasificación para decirles que la corrupción ha sido desastrosa a todos los niveles. Líbano tiene un problema de residuos que contaminan la tierra, el aire y el mar, y tiene una de las tasas de cáncer más altas del mundo 2

En los últimos cinco años, el país ha atravesado uno de los peores colapsos económicos y bancarios del siglo, dejando a millones de personas en riesgo de inseguridad alimentaria y empobreciendo a toda nuestra clase media. El 4 de agosto de 2020, la explosión en el puerto de Beirut causó estragos: destruyó 300.000 viviendas, mató a 210 personas e hirió a más de 6.000 4. Nadie ha sido encarcelado ni juzgado por la importación y almacenamiento de explosivos, ni por el desvío masivo de fondos públicos. Solo el año pasado, el enfrentamiento de Hezbolá con Israel y la posterior ofensiva israelí causaron más de 4.000 muertes, arrasaron ciudades y pueblos enteros y desplazaron a cientos de miles de personas.

El sistema sanitario y educativo libanés se encuentra al borde del colapso. El país carece de mecanismos de seguridad y protección social, y acoge —como recordatorio— al mayor número de refugiados per cápita del mundo. El Líbano es un lugar difícil y angustiante para vivir. También es uno de los contextos más hostiles para las mujeres. El país está regido por un sistema sectario centenario que sitúa a un reducido grupo de hombres en la cúspide del poder político y administrativo.

No soy nacionalista. No creo que nuestra cultura ni nuestra bandera sean superiores a las de otros países, ni que la identidad libanesa deba prevalecer sobre las demás. Mi identidad es híbrida, y, si acaso, me siento agotada, dolida, saqueada y profundamente triste por mi país. No escribo este ensayo para reivindicar un trato privilegiado para las personas libanesas. Lo escribo para llamar la atención sobre las notables capacidades y el coraje que las personas procedentes de contextos duros y extremos pueden aportar al mundo social y profesional.

Escribo para visibilizar cómo este conjunto de competencias y mentalidades suelen ignorarse o subestimarse habitualmente, porque a menudo se ve sólo a las personas migrantes como sujetos que deben integrarse. Escribo para explicar que podemos hacer mucho más que integrarnos: podemos contribuir, podemos cocrear y podemos resolver problemas, precisamente porque hemos vivido esos problemas, y lejos de destruirnos, nos han impulsado a resistir y a actuar. También escribo para establecer paralelismos entre Líbano y España, entre Beirut y Barcelona, no solo como ciudades mediterráneas, sino como espacios diversos que pueden beneficiarse del aprendizaje generado en contextos extremos para construir redes de colaboración.

Este es el ensayo de una académica y empresaria libanesa que emigró a Barcelona en 2022 en busca de seguridad y de la oportunidad de vivir y trabajar en un lugar que no amenazara constantemente su existencia. Mis ideas se basan tanto en mi experiencia personal como en una investigación participativa en curso con migrantes árabes en distintas ciudades europeas. En concreto, convivo y colaboro con personas procedentes de Líbano, Siria, Irak, Libia y Yemen que desarrollaron carreras exitosas y ejercieron liderazgos cívicos en sus países de origen, pero que en un momento dado decidieron emigrar para vivir en un Estado más funcional, como fue también mi caso.

Escribo esto como una inmigrante privilegiada: no llegué aquí en una embarcación precaria, nadie me obligó a trabajar en algo que detesto, y no debo preocuparme cada día por qué comeré. Llegué por decisión propia —aunque cabría discutir hasta qué punto esa decisión fue libre o condicionada— gracias a una beca del gobierno español que me permitió enseñar en un programa universitario sobre estudios migratorios. Hablo, por tanto, desde esta perspectiva específica, sin pretender representar los retos que enfrentan otros migrantes, pero en todo caso no desde una defensa del nacionalismo libanés. Escribo este ensayo para compartir lo que me ha enseñado vivir en el Líbano y cómo estas experiencias pueden contribuir al desarrollo de una ciudad como Barcelona.

Una radiografía a la participación de los inmigrantes en Barcelona

Barcelona es una ciudad vibrante con una larga historia de esfuerzos por implicar a la población inmigrante y refugiada. Hay mucho de lo que sentirse orgulloso, y eso es precisamente lo que expreso cuando conozco a catalanes por primera vez:

“Enhorabuena, habéis construido un lugar maravilloso” (lo digo en español porque aún no hablo catalán, aunque tengo intención de aprenderlo). Lo que quiero decir con un lugar maravilloso no son sólo las playas limpias y la buena comida, sino los esfuerzos intencionados del ayuntamiento de Barcelona, la sociedad civil, las instituciones académicas y los periodistas por construir una ciudad que valore las vías para la protección de inmigrantes y refugiados, la integración lingüística y las oportunidades económicas.

Cuando uno se traslada de un lugar como el Líbano a otro como Barcelona, al principio tiende a maravillarse mucho a idealizar. A medida que pasa el tiempo te das cuenta de que ningún lugar es perfecto, y aunque Barcelona puede ser acogedora en el sentido de que está formada por un colectivo de personas dedicadas a ser antirracistas, antiislamófobas, pro-LGBTQ+ y a favor de los derechos de las mujeres, todavía hace falta mucho para convertirla en un espacio de cocreación.

Los inmigrantes y refugiados siguen siendo abordados, en gran medida, desde una lógica de integración. La investigación académica y política general trata de cómo los extranjeros pueden vivir casi sin problemas en Barcelona. Nosotros queremos mezclarnos, no sólo en los hábitos cotidianos, sino también en las trayectorias profesionales y los canales de participación política. En el Líbano participé en la creación de itinerarios de liderazgo para mujeres, fundé y codirigí plataformas políticas. Tuvimos que innovar desde cero. En Barcelona, la mayoría de estos mecanismos económicos y políticos están institucionalizados, lo que nos invita a incorporarnos. Es evidente que debemos aprender español y catalán. Tenemos que conseguir un empleo vinculado a nuestra residencia, de modo que los empleos son nuestra garantía legal, y eso está bien. Necesitamos participar en las estructuras cívicas y la sociedad civil preexistentes, que son abundantes.

En general, el planteamiento de integración está orientado a fin de que los recién llegados pueden encajar en los esquemas de empleo y los procesos políticos preexistentes. Se trata de cómo las universidades y los ayuntamientos pueden conseguir financiación para permitir que estudiantes e investigadores extranjeros se unan a proyectos que puedan beneficiar a la ciudad de Barcelona. Sin embargo, la cuestión es si estos mecanismos son suficientes para abordar los problemas emergentes de la ciudad. ¿Es suficiente lo que ya tenemos? ¿Podemos explorar nuevos modos de colaboración, más allá del paradigma de la integración, para abordar nuevos retos y prepararnos para un futuro más inclusivo?

Trabajar y organizarse en un contexto extremo: por qué es importante en Barcelona y más allá

En la introducción he mencionado la noción de contexto extremo sin definirla realmente. Al leer alguno de los últimos párrafos, el lector puede haberse dado cuenta de la dureza de la vida en el Líbano, de la magnitud del desastre de los últimos años.

Esta dificultad tiene sus raíces en una historia más larga y sangrienta. Bebe de una guerra civil de 17 años que terminó con la ley de amnistía de 1989, que convirtió a los señores de la guerra en políticos, y a la que siguieron tres décadas de ocupación del tiránico régimen sirio hasta 2005. Tras la salida del ejército sirio en 2005, una serie de asesinatos de periodistas, activistas y diputados marcó una era de represión y miedo. La era posterior a 2005 también fue testigo de la mayoría de edad de gente como yo, que se dio cuenta de que los problemas endémicos de Líbano estaban institucionalizados y tenían carácter sistémico. Así que intentamos desafiarlos a través de la sociedad civil, la reforma y la acción colectiva. Pero a medida que nos hacíamos mayores, en contra de nuestros deseos y expectativas, el Líbano empeoraba. La continua degradación de las condiciones y la gravedad de las amenazas potenciales hacen del Líbano un contexto extremo.

Un contexto extremo es una situación prolongada de riesgo creciente y fragilidad social que engloba crisis progresivas. A diferencia de los sucesos puntuales, las crisis progresivas constituyen amenazas sostenidas a los sistemas vitales. Estos contextos evolucionan en el tiempo y en el espacio, a menudo son previsibles pero las autoridades no los abordan adecuadamente 6. Las múltiples crisis progresivas crean una situación en la que las catástrofes se repiten y sus efectos se mantienen en el tiempo. La crisis en el Líbano no es un acontecimiento puntual, es continua, se desarrolla en espiral y se incrusta en mecanismos institucionales que amplifican sus efectos. El contexto libanés está marcado por un régimen corrupto y clientelista, por la opresión política, la pobreza extrema y la dependencia económica.

Enfrentarse a este tipo de contextos extremos es una experiencia existencial que marca para siempre a quienes viven en él. Esta experiencia está caracterizada por el sufrimiento compartido y el cultivo de habilidades organizativas, que animan a la acción colectiva hacia la transformación más que hacia la mera restauración del sistema o la participación en él.

Dicho de otro modo: la experiencia de los contextos extremos nos enseña a hacer las cosas de otro modo, a innovar, a reconstruir. No a resignarnos. ¿Qué hicimos en la última década? Creamos múltiples plataformas y organizaciones de la sociedad civil dedicadas a la situación difícil de las familias de los secuestrados y desaparecidos, defendimos la reforma electoral y el acceso a la información, y defendimos los derechos humanos. Creamos el primer centro de la región dedicado a las políticas laborales y a la inclusión de la mujer, con la participación de miles de empleadores de once países árabes 7. Establecimos los primeros cursos y programas de educación ejecutiva sobre los derechos de la mujer y la protección de los refugiados. Tras la explosión del puerto, creamos un modelo de experiencia en la acción en el que doscientos profesionales participaron como voluntarios en la reconstrucción sanitaria, educativa, medioambiental y empresarial de nuestra destruida ciudad.

Como profesionales del Líbano, nuestra principal fortaleza es intentar solucionar las causas profundas de los problemas. No se nos da bien conformarnos, porque en el Líbano la conformidad significaba aceptar a los corruptos y a los violentos, así que decidimos construir modos alternativos de coexistencia y solidaridad. Por eso puede parecer que estamos inquietos en Barcelona, buscando nuestra razón de ser, atisbando qué problemas podemos contribuir a resolver. A primera vista puede parecer que la ciudad no nos necesita. Pero una mirada más atenta a los retos en materia de clima, desigualdades laborales, políticas urbanas, protección de refugiados y otras cuestiones nos muestra de hecho que incluso en un lugar tan bello como Barcelona hay crisis sigilosas a nuestro alrededor. ¿Podemos aprender a resolverlas juntos?

Tanto Beirut como Barcelona son ciudades metropolitanas mediterráneas y, de hecho, gran parte de la imagen de marca de Barcelona está vinculada a su ubicación geopolítica mediterránea. El Mediterráneo se ha convertido en un vector simbólico que impulsa a organizaciones de la sociedad civil, grupos de reflexión y gobiernos a concertar sus esfuerzos y envolver sus programas en torno a este gran espacio geográfico y cultural.

Sin embargo, la mayoría de los trabajos publicados y las plataformas emergentes están liderados por ciudades y actores mediterráneos de la UE, y menos por personas de la región árabe. Pero el Mediterráneo es un punto caliente para las crisis sigilosas, para esos desastres que surgirán inevitablemente de cuestiones no resueltas en materia de políticas públicas. El Mediterráneo alberga ciudades empobrecidas, inundaciones, incendios, desastres urbanos, personas desplazadas que mueren en el mar, violencia contra las mujeres, desempleo, inflación y guerras.

Si el Mediterráneo une geográficamente a Barcelona y Beirut, entonces se puede y se debe trabajar mejor en una agenda compartida. Quienes venimos de lugares donde las crisis han alcanzado niveles extremos, traemos con nosotros no solo el peso de la destrucción, sino también las semillas de una reconstrucción más justa. Semillas que Barcelona necesita y que requieren algo más que participar en las estructuras existentes, requieren una nueva visión para una realidad compartida.

Compromiso estratégico, no soluciones a corto plazo: algunos ámbitos de actuación y propuestas concretas

Partiendo de mi conceptualización y descripción anteriores, quiero proponer recomendaciones concretas que puedan llevarse a la práctica. La mayoría de estas acciones, si no todas, no requieren más recursos financieros. En realidad pueden ahorrar tiempo y dinero si las hacemos correctamente.

1. Para la Generalitat y las instituciones gubernamentales: involucrar a los profesionales migrantes no como receptores de servicios sino como configuradores de políticas públicas.

Los profesionales libaneses muchos con experiencia directa en la reconstrucción de sistemas sanitarios, educativos y de gobernanza en situaciones extremas‒ ofrecen más que una vivencia migratoria: aportan innovación comprobada y pensamiento sistémico. La Generalitat puede liderar un cambio de paradigma implicando a estos profesionales no sólo como beneficiarios de los servicios públicos, sino como configuradores de su reforma y diseño.

Esto puede adoptar la forma de (a) consejos consultivos sobre sanidad y educación que incluyan a profesionales libaneses; (b) becas específicas para que expertos inmigrantes se incorporen a laboratorios de políticas o unidades de innovación del sector público; (c) programas piloto intersectoriales centrados en modelos de gobernanza inclusiva basados en la experiencia de contextos extremos.

Los retos de Barcelona de cara al futuro -como el envejecimiento de la población, la escasez de profesores y la transformación digital- pueden beneficiarse de personas que han diseñado sistemas sensibles con muchos menos recursos. En particular, muchos profesionales libaneses cuentan con experiencia en negociación multilateral y compromiso cívico, habilidades cruciales para generar consenso y resiliencia en tiempos de crisis. Pasar de la diversidad de boquilla a la inclusión estratégica de estos profesionales en funciones de gobierno situaría a Barcelona a la cabeza de la innovación sensible a la inmigración.

Un ámbito de colaboración puede ser el de las políticas de empleo. En Líbano, y en todo Oriente Próximo y el Norte de África, se suele poner el foco en el emprendimiento y la formación de habilidades profesionales para las mujeres y los grupos marginados. Pero esta estrategia suele limitarse a quienes disponen de medios para crear su propio negocio, dejando fuera a la mayoría, que necesita incorporarse a la economía formal. Para ello, la participación de los empleadores y la supervisión gubernamental en el diseño de políticas laborales inclusivas es esencial, a fin de lograr la contratación, retención y promoción laboral de la mayoría de los grupos marginados. En lugar de limitarse a celebrar a los emprendedores, la Generalitat puede trabajar con los líderes del sector privado y los empleadores para valorar el talento altamente cualificado, evitando que los migrantes sean descualificados y forzados a empleos precarios.

2. Para las autoridades municipales de Barcelona: pasar de los programas a la colaboración proactiva

La ciudad de Barcelona ya destaca en la creación de condiciones de acogida para los inmigrantes, pero ahora debe pasar de la inclusión a la inversión.

Muchos profesionales libaneses llegan con energía empresarial y amplias redes en los ámbitos de la tecnología, la educación, la sanidad y la abogacía. En lugar de considerar a los migrantes como receptores de iniciativas de empleo, el Ayuntamiento debería forjar asociaciones diseñadas conjuntamente que inviten a estos profesionales a construir e invertir en el futuro económico de la ciudad.

Algunas propuestas concretas:

a) Crear foros específicos donde profesionales libaneses y otros inmigrantes cualificados colaboren con actores locales en temas como transición ecológica, tecnología pública o educación digital.

b) Establecer un “Fondo para Innovadores Migrantes”, impulsado por la ciudad: una plataforma de preparación y respuesta ante catástrofes para implicar en las políticas de la ciudad y los compromisos comunitarios a los migrantes que han sufrido catástrofes naturales o provocadas por el hombre.

c) Incorporar mecanismos de presupuestos participativos que asignen recursos a iniciativas lideradas por profesionales de origen migrante.

Barcelona puede posicionarse no sólo como un centro de acogida, sino como un laboratorio de desarrollo local de mentalidad global. Si la ciudad vuelve a situar a los profesionales migrantes como co-constructores de su futuro económico y medioambiental, desbloqueará una fuente vital y sin explotar de resiliencia y crecimiento.

Apuntemos solamente que un posible tema de colaboración puede inspirarse en la experiencia de tantos libaneses ahora residentes en Barcelona entorno al compromiso y la concienciación de la comunidad en tiempos de crisis.

3. Para las universidades y los centros de enseñanza superior: la experiencia de los inmigrantes es excelencia académica transformadora

Las universidades de Barcelona se enorgullecen de su vocación global y su enfoque mediterráneo. Sin embargo, los puestos académicos más estables especialmente los de titularidad y dirección de investigación siguen estando ocupados mayoritariamente por ciudadanos españoles y catalanes, con una escasa representación de académicos del mundo árabe. Se trata de una laguna crítica. Los académicos libaneses se encuentran entre los que más publican y citan en los ámbitos del desarrollo, la gobernanza, la educación, el género y los estudios de crisis, pero pocos tienen oportunidades académicas dignas en Barcelona. Las universidades podrían comprometerse con una verdadera descolonización del conocimiento mediante acciones como:

a) Contratar académicos inmigrantes en puestos estables o como profesores visitantes.

b) Financiar investigaciones mediterráneas lideradas por expertos provenientes de países en crisis.

c) Poner en marcha programas de mentoría y docencia compartida para académicos y doctorandos árabes radicados en España.

Los académicos libaneses y árabes aportan marcos analíticos arraigados en contextos extremos -crisis prolongadas, gobernanza híbrida y movimientos de resistencia- que ofrecen nuevas perspectivas sobre los fenómenos globales emergentes. Sin estas perspectivas, las instituciones académicas barcelonesas corren el riesgo de producir conocimientos que sólo son relevantes a medias para las crisis que afectan al Mediterráneo en la actualidad. Elevar la presencia de especialistas árabes no es sólo una cuestión de equidad, sino de producir una investigación y una educación mejores y más preparadas para el futuro.

Nuestra experiencia en la dirección de investigaciones multinacionales y en la docencia pionera en Beirut nos inspiró para emprender carreras de liderazgo como académicos-transformadores. Cada vez más, las universidades de Barcelona y de toda España y Europa están llamadas a demostrar su impacto social y a informar mejor las políticas y prácticas que afectan a la vida de las personas. Nuestras trayectorias como académicos-transformadores nos empujaron al trabajo colectivo, incluso en los contextos más difíciles, y nos llevaron a colaboraciones internacionales. Las universidades de Barcelona se beneficiarían enormemente de la contratación y promoción de este perfil de académicos procedentes de contextos de conflicto y catástrofe, porque sabemos orientar nuestra investigación en torno a problemas de la vida real. Podemos trabajar en contextos difíciles y extremos para producir conocimientos destinados a aliviar el sufrimiento, no sólo revistas académicas (que también hacemos muy bien).

Hasta que no se nos considere productores de conocimiento y profesores cualificados en pie de igualdad, las universidades de Barcelona podrían perder la oportunidad de retener talento en áreas clave, críticas para los estudiantes, para futuros puestos de trabajo y para el futuro del mundo académico y de la investigación. Me refiero a la experiencia en catástrofes naturales, guerras, conflictos, violencia contra las mujeres y estudios de movimientos sociales, todos ellos relevantes para los contextos catalanes, y casi ninguno de los cuales está siendo liderado por inmigrantes y expertos de fuera de España y Europa.

4. Para las organizaciones de la sociedad civil: aportar innovación, no solamente exigir cambios

La sociedad civil de Barcelona es sólida, interseccional y con una voz pública muy potente. Tiene incluso más presencia y dinamismo que en muchas otras ciudades europeas. Sin embargo, el papel que se asigna a los inmigrantes ‒especialmente a los procedentes de países árabes‒ suele estar limitado a la protesta, al testimonio personal o a formas de inclusión simbólica. Muchos profesionales libaneses han liderado ONG, coordinado respuestas de emergencia y organizado campañas a gran escala. Por eso, podrían ser reubicados no solo como beneficiarios o participantes, sino como socios en la estrategia y la innovación. Las organizaciones locales pueden empezar por codesarrollar proyectos piloto junto a iniciativas lideradas por migrantes, explorando nuevos enfoques en ámbitos como la justicia climática, los derechos de las mujeres, la fiscalización de servicios públicos o la lucha contra la corrupción.

No sólo queremos protestar y pedir cambios, sino que sabemos cómo crearlos. También hay que presionar a los financiadores para que den prioridad a las colaboraciones que aporten conocimientos de contextos extremos, especialmente en los criterios de subvención y los marcos de evaluación. Además, los actores de la sociedad civil pueden incluir a los migrantes libaneses en las estructuras de gobierno: juntas directivas, comités consultivos y personal directivo. En una región marcada por complejos retos intersectoriales, las soluciones no vendrán únicamente de dentro. La sociedad civil de Barcelona debe convertirse en una plataforma para la innovación transfronteriza y la solidaridad intercultural. Ha llegado el momento de ir más allá de la defensa de los derechos y cocrear el futuro que exigimos.

Vivir en Estados fallidos y regímenes opresivos nos enseñó que las plataformas de la sociedad civil no sólo deben centrarse en exigir cambios y protestar contra la política. Podemos utilizar nuestras redes y organizaciones sin ánimo de lucro para proporcionar seguridad en forma de refugio, recaudación de fondos y defensa pública. Aquí es donde nuestra experiencia puede ser útil, especialmente a medida que disminuye la financiación. Barcelona puede beneficiarse de un activismo que busque soluciones e institucionalice mecanismos de apoyo, y no sólo haga pública la discordia.

5. Para la comunidad empresarial y emprendedora: inversión en redes y colaboración

La comunidad empresarial de Barcelona es innovadora, abierta y competitiva a nivel global. Sin embargo, la narrativa dominante sobre el talento inmigrante sigue centrada en la mano de obra poco cualificada o en la diversidad cultural . Los profesionales libaneses aportan algo diferente: resistencia demostrada en la creación de sistemas en economías en colapso, en la negociación de asociaciones entre sectores hostiles y en la creación de empresas en mercados volátiles.

Las asociaciones empresariales, las cámaras de comercio y los centros de innovación deberían crear vías para invertir en empresas dirigidas por inmigrantes, no sólo como responsabilidad social corporativa, sino como una práctica empresarial sólida.

Este enfoque basado en el empoderamiento puede incluir:

(a) Programas de incubación acelerada para emprendedores libaneses y árabes.

(b) Iniciativas de colaboración que conecten a profesionales migrantes con empresas catalanas para resolver retos reales.

(c) Acceso a financiación a través de microdonaciones, capital riesgo o modelos cooperativos con criterios de equidad.

Los inmigrantes procedentes de contextos extremos ya han demostrado que pueden operar en la incertidumbre: el ecosistema de start-ups de Barcelona debería adoptar ese conjunto de habilidades. Si la ciudad considera que las empresas dirigidas por inmigrantes no son caridad, sino una ventaja competitiva, desatará una fuerza empresarial sin igual.

Espacios como Barcelona Activa podrían transformarse en plataformas orientadas a la acción, donde profesionales libaneses y de otros orígenes puedan presentar sus redes y servicios. No se trata solo de celebrar a los pocos emprendedores migrantes visibles, sino de fomentar cadenas de suministro inclusivas, inversiones con perspectiva de género y documentación de casos inspiradores que sirvan de ejemplo a otros migrantes.

Pasar de las palabras a la creación conjunta y la colaboración

Ha llegado el momento de que Barcelona vaya más allá de la retórica bienintencionada y la inclusión simbólica cuando se trata de inmigrantes, especialmente los que llegan de contextos extremos. Los profesionales libaneses, como muchos otros que huyeron de la crisis y el colapso sistémico, no llegan con las manos vacías. He utilizado el caso del Líbano como ejemplo, consciente de que muchos otros migrantes llegan a Barcelona escapando de situaciones similares y que pueden y deben contribuir más allá del paradigma de la mera integración en la vida cotidiana de la ciudad.

Traemos con nosotros conocimientos adquiridos con mucho esfuerzo, innovación nacida de la necesidad y una capacidad de solidaridad que puede fortalecer el tejido social e institucional de nuestras nuevas ciudades. Pero aunque nuestras habilidades y contribuciones se celebran a menudo en términos abstractos, rara vez se incorporan a las estructuras de toma de decisiones, empleo o investigación de forma sistémica o sostenible.

Se habla de boquilla cuando se elogia a los migrantes pero no se les invita a liderar. La colaboración comienza cuando su experiencia da forma a las políticas, los programas y la producción de conocimientos.

La cocreación implica compartir el poder: en los consejos de gobierno, en las plataformas de inversión municipales, en las carreras universitarias, en el liderazgo de la sociedad civil y en los canales de aceleración empresarial. Requiere que las partes interesadas de todos los sectores examinen sus propias prácticas de contratación, sus marcos de financiación y sus jerarquías de conocimientos, y no se pregunten “cómo ayudamos a los inmigrantes a integrarse”, sino “cómo construimos mejor juntos”.

Barcelona puede predicar con el ejemplo, no sólo como ciudad acogedora, sino también como ciudad verdaderamente colaboradora. Una ciudad en la que los profesionales de Líbano, Siria, Yemen, Libia, Irak y otros países no tengan que volver a demostrar su valía ni resignarse a roles simbólicos. Una ciudad donde no solo se nos incluya, sino que se invierta en nosotros; donde nuestra presencia no solo se tolere, sino que se valore activamente; donde nuestras voces no solo se escuchen, sino que se tengan en cuenta. Barcelona merece ese futuro. Y nosotros también.

*Sobre la autora

La Dra. Carmen Geha es una emprendedora, académica-activista y consultora internacional con experiencia en políticas públicas, políticas de refugiados, inclusión laboral, compromiso cívico y derechos de las mujeres. Es doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad de St. Andrews y ha sido profesora visitante en la Universidad Pompeu Fabra como becaria María Zambrano, la Universidad de Harvard (2018 y 2021 como becaria Fulbright), la Universidad de Witswatersrand (2019), el Instituto de Estudios Avanzados (2018) y la Universidad de Brown (2015).

El enfoque interdisciplinario y participativo de la investigación de la Dra. Geha se centra en la colaboración con investigadores, activistas y profesionales para integrar la investigación académica en contextos reales de desigualdades e injusticias. Está especializada en teoría institucional, estudios de movimientos sociales, desplazamientos forzosos y políticas públicas, con especial atención a la región de Oriente Medio y Norte de África. La Dra. Geha es cofundadora y directora general de Soltara Consulting, una plataforma en expansión de expertos especializados en diseño de estrategias, desarrollo del liderazgo e investigación aplicada sobre inclusión y sostenibilidad social. También es investigadora y profesora asociada sobre temas de género y globalización en el Instituto Barcelona de Estudios Internacionales (IBEI)

Cfr. Geha, Carmen: "Lebanon’s Catastrophic Warlord Regime and the Tragedy of a Complicit State. En IEMed: Mediterranean Yearbook 259 (2022), p. 263.

2 Geha, Carmen: "Politics of a garbage crisis: Social networks, narratives, and frames of Lebanon’s 2015 protests and their aftermath." En Network mobilization dynamics in uncertain times in the Middle East and North Africa. Routledge, 2020, pp. 78-92

4 Geha, Carmen; Kanaan, Fida y Aoun Saliba, Najat : "Breaking the cycle: Existential politics and the Beirut explosion." En Middle East Law and Governance 12, no. 3 (2020), pp. 357-368.

5 Sobre la autoorganización en contextos extremos, ver Karam, Charlotte M., Rich DeJordy, WE Douglas Creed, Lina Daouk-Öyry, Shawn P. Scott, Carmen Geha, y Alain Daou: "Resourcing Agency for Sustained Collective Action Amid Creeping Crises." En Organization Studies (2024).

7 Geha, Carmen, and Karam, Charlotte: "Mobilizing Employers to Accelerate Workplace Inclusion in the Middle East and North Africa". En IEMed. (2024), p. 34.

La banalización del arte

De la trascendencia a la inmediatez: el arte banalizado en la Barcelona actual

1. ¿Qué entendemos por banalización del arte?

El arte contemporáneo no deja indiferente. Frente a las reconocibles formas expresivas del pasado, las propuestas actuales rompen esquemas y a menudo descolocan al espectador. Algunos lo acusan de hermético, elitista o desconectado del sentido común; en cambio, otros lo defienden como reflejo necesario de un tiempo complejo, fragmentado y cambiante. Lo cierto es que el arte de hoy interpela, provoca y obliga a repensar lo que entendemos por belleza o experiencia estética. Este artículo aborda esa tensión, trazando puentes entre la tradición y la vanguardia, entre lo comprensible y lo críptico. Y lo hace tomando como escenario la ciudad de Barcelona: un espacio donde confluyen historia, diversidad y una vibrante pulsión creativa que permite entender el arte no solo como objeto, sino como fenómeno vivo en diálogo constante con su entorno.

Para definir al arte contemporáneo se podrían proponer distintos adjetivos, tales como arte desacralizado, en referencia a la pérdida del factor divino y una consiguiente mundanidad (véase la diferencia entre La Piedad de Miguel Angel y La Fuente de Duchamp); arte de masas, que remite a la producción industrial del arte y su mercantilización; o arte feo, dado que en ocasiones ya no busca la belleza como sí ocurría tradicionalmente. Aunque estos términos hacen justicia a algunas realidades del arte contemporáneo, se limitan a subrayar aspectos que, aunque ciertos, no agrupan la totalidad del fenómeno. Por esta razón, la propuesta más acertada es el adjetivo banal.

Alexandre Buñesch Jaume Sureda Estudintes de Humanidades de UIC Barcelona

El término “banalización del arte” no se debe entender como un simple juicio negativo pese a la carga peyorativa que conlleva. Al usar esta noción, pretendemos referirnos a los cambios objetivos que han llevado a una transformación sustancial en el mundo del arte. Walter Benjamin abordó este fenómeno como una pérdida del aura de la obra de arte 1. Resulta casi imposible no percibirlo. Hoy en día, el arte ya no irradia aquella aura de unicidad, solemnidad o irreproductibilidad que lo envolvía en otras épocas. Basta con mirar a nuestro alrededor y encontramos obras copiadas en camisetas, museos convertidos en espacios para selfies o incluso performances consumidas más como entretenimiento pasajero en redes que como experiencia estética. El aura 2, entendida como esa condición prácticamente sagrada que rodeaba a la obra original, ha ido diluyéndose en una cultura donde la repetición, la accesibilidad y la inmediatez han tomado protagonismo 3. Y aunque esto no signifique necesariamente una pérdida de valor, sí marca una transformación profunda en nuestra manera de relacionarnos con el arte. De este modo, el arte ha pasado de estar vinculado a ideales como la belleza, lo sagrado o lo trascendente, a adoptar formas más cotidianas, conceptuales o incluso comerciales.

Comprender esta evolución ayuda a desmitificar muchos de los prejuicios que existen en torno al arte contemporáneo, que a menudo es acusado de superficial o carente de valor. Analizar la banalización desde una perspectiva crítica pero no peyorativa nos permite superar estas ideas preconcebidas y acercarnos al arte actual con una mirada más abierta y reflexiva.

2. Evolución histórica del arte hacia la banalización

Una vez observado el fenómeno, es preciso repasar brevemente la historia de la estética para dilucidar cuáles son aquellos cambios de paradigma que propiciaron una transformación de tal envergadura. También es necesario reconocer que existen distintas vías de evolución, de las cuales la que tal vez resulte más evidente a la vista es la pérdida del factor de la belleza.

La clasicidad griega reservaba una posición central a la belleza. El término que lo define es Kalokagathia (kalòs, belleza, y agathós, bueno). Designa la unión entre el buen comportamiento y la moral recta con lo bello, de modo que aquello que es correcto y cumple su función, ya sea un ciudadano ejerciendo su labor política en la polis o un escudo que sirve a su propósito, es de por sí bello. Si extrapolamos este concepto a la realidad contemporánea, la acción de un misionero que ofrece su vida al prójimo podría ser catalogada de bella. Este ideal de belleza es radicalmente antropomórfico, es decir, existe en la justa medida del hombre y en todo aquello que hace o produce. Con el devenir de los siglos, el cristianismo sobrenaturalizó este mismo ideal clásico, de modo que transformó esta categoría estética en una sustancia propia de lo divino, y por tanto lejana y misteriosa. Prueba de ello es la comparación que se puede plantear entre Augusto de Prima Porta o el Discóbolo de Mirón, de temática humana, y los frescos de la Capilla Sixtina, de temática divina.

Aunque la pintura barroca, por ejemplo, ya propone escenas mucho más oscuras y alejadas de la belleza divina del Románico y del Renacimiento, no puede decirse que el ideal de belleza muere en este período, pues aunque las temáticas sean tenebrosas no se alejan de una búsqueda y representación de la belleza.

El cambio de paradigma sucede en el siglo XVIII, cuando figuras como Karl Rosenkranz empiezan a indagar en el mundo de la fealdad y la elevan a la condición de categoría estética propia y valiosa por sí misma, y por tanto no como el envés de la belleza 4. El Romanticismo también propone una nueva categoría estética que tal vez ya había aparecido de forma indirecta en estilos anteriores, aunque no se le diese la importancia que sí tuvo en este período: lo sublime

El ideal clásico de orden y armonía que siempre ha acompañado a la belleza fue también puesto en duda durante el siglo XIX por autores como Nietzsche, quien recuperó la originalidad del arte anterior a Pericles (s. V), que llamó arte Dionisíaco, subrayando prácticas como el Misterio Eleusino 5. De este modo, se rompió la frontera que rodeaba a la belleza ordenada y armoniosa como única categoría estética, y los autores de los años venideros ya no tuvieron que seguir estos cánones. Dicho hecho permitió que aparecieran movimientos capaces de deformar la realidad hasta convertirla en misteriosa tal y como hizo Dalí con el surrealismo.

Otra línea de investigación enormemente interesante es la pérdida del referente de la realidad para hacer arte. Es decir, la transgresión de la frontera de la figuración. Este fenómeno es el que permitió que se valorara la obra de Kandinsky pero también el que permitió los primeros pasos hacia el cubismo de Picasso, y definitivamente el surgimiento de Jackson Pollock. La teoría actual atribuye esta ruptura del arte con la realidad a la fotografía, pues si ya existe un medio que no solamente copia, sino que retrata la realidad, la pintura realista pierde toda la razón de ser. Por ello, el artista empieza a filtrar la realidad según su subjetividad, proporcionando así movimientos como los de las vanguardias y posteriores.

Finalmente cabe mencionar una última vía: la desacralización del objeto artístico. Resulta evidente que las obras producidas por el arte anterior a la modernidad contienen una cierta unicidad en cuanto a la dimensión material del objeto artístico. Es decir, parece que a la obra de arte premoderna, al ser creada, se le atribuía un estatus en el que la materia inerte se transmutaba y se convertía en algo superior. Nótese que el espectador va a visitar el David de Miguel Ángel al museo de la Academia de Florencia como si se tratara de una especie de procesión de culto en la que se va a “adorar” esa pieza, de modo que si esa escultura no estuviera en ese museo, ya sea porque se hubieran hecho copias y se hubieran repartido por plazas y lugares públicos de todo el mundo, la pieza ya no gozaría de la unicidad que acapara. Es posible establecer un símil entre la situación de una pieza de este arte y la de las reliquias de un santo, pues parece existir un cierto resplandor de lo sagrado en ambos objetos, de modo que no es un disparate dotar al arte premoderno del adjetivo sacro o sagrado, o como propuso Walter Benjamin, aurático, es decir, que posee aura.

Sin embargo, el factor principal que alteró el estatus de singularidad de la obra fue el surgimiento de la cultura de masas durante las primeras décadas del siglo XX como consecuencia de las mejoras sociales iniciadas en el siglo XIX. Con la reducción de la jornada laboral, amplios sectores de la población tuvieron por primera vez tiempo libre. Esto llevó al nacimiento de una industria cultural orientada a llenar ese ocio mediante productos accesibles, entretenidos y comercialmente rentables. Así, se configuró lo que el filósofo Guy Debord denominó la sociedad del espectáculo 6 , en la que el entretenimiento se convierte en una mercancía.

A raíz de este proceso, el arte se convierte en accesible para todos a costa de una inevitable degradación intelectual con el objetivo de llegar al mayor público posible. Fruto de la reproductibilidad, ya no se crean obras con la unicidad que puede tener el David de Miguel Ángel, que son únicas e irreproducibles y que están ancladas a un lugar de culto. Contrariamente, aquellas que se producen de manera industrial, destacan por su carácter masivo.

En contra de esta tendencia, aparece una contundente reacción por parte de los defensores de la alta cultura o high cult. Entre estos destaca Dwight MacDonald, que defendía que la cultura de masas no genera arte auténtico, sino productos pensados para el gusto promedio. Otro crítico como Clement Greenberg, por su parte, distinguió entre la vanguardia y el kitsch. Para él, la vanguardia representa el arte puro, creado por quienes abren camino. Es un arte que exige una mirada activa del espectador que completa el sentido de la obra. En contraste, el kitsch sería una forma degradada del arte. Según Greenberg, se basa en la imitación superficial de elementos que alguna vez fueron auténticos. El kitsch se ofrece sin esfuerzo, apela a la inmediatez y fomenta la pasividad. Un ejemplo típico sería una películas comerciales donde el espectador no necesita pensar ni participar activamente, pues todo está servido de manera clara y directa.

En este contexto surge la midcult, una cultura media que mezcla elementos de la alta y la baja cultura pero sin alcanzar la autenticidad de ninguna. Su peligro reside en que disfraza lo banal de sofisticado, confundiendo al público. Aquí se encuentran fenómenos como los best sellers literarios o ciertos grupos musicales populares que se convierten en referentes culturales por su éxito comercial, no por su valor intrínseco.

La síntesis de todo esto es la transformación, e inherente banalización, del medio de la obra, pues esta ya no tiene por qué perdurar en el tiempo ni estar reservada a un espacio concreto, sino que se convierte en una sustancia maleable o etérea que abarca desde la taza en la que está impresa el rostro de la Gioconda hasta las figuras de la marca KAWS. Ambos ejemplos distan entre sí pero a la vez siguen el mismo esquema: producción en masa de objetos que no necesitan de una interpretación artística, sino que simplemente son consumidos.

3. Papel del espectador ante la obra de arte contemporánea

En la contemporaneidad, asistimos a una transformación profunda en la relación entre el espectador y la obra artística. Lejos de la mirada contemplativa de otras épocas, el espectador actual se encuentra expuesto a una sobreabundancia de estímulos visuales. Vive en un entorno saturado de imágenes. Esto provoca que se desplace de una obra a otra con la misma velocidad con la que se pasa un post en las redes sociales. Así, la exposición constante ha creado un fenómeno paradójico: el espectador está presente, pero perdido, se le exige implicación, pero su respuesta suele ser superficial.

La banalización de la experiencia estética se manifiesta en gestos ya casi automáticos como hacer una fotografía de la obra, compartirla y pasar a la siguiente. No existen pausas. No hay tiempo. El gesto de capturar la obra con el móvil parece sustituir a la mirada reflexiva. El espectador ve pero no contempla, registra pero no comprende. En lugar de una experiencia estética profunda, se construye una presencia aparente: se estuvo allí, se tuvo acceso, pero no se vivió la obra.

Esta pasividad del espectador choca de lleno con la esencia del arte contemporáneo que, lejos de conformarse con una mirada superficial, exige implicación activa y reflexión para dotar de un sentido a la obra. Hasta principios del siglo XX, el receptor era concebido como un sujeto pasivo. Su papel consistía en contemplar y reconstruir mentalmente un mensaje ya cerrado y concluido. Las obras de arte poseían un carácter autónomo. Por ejemplo, la pintura histórica era fácilmente descifrable gracias al simbolismo religioso conocido por la comunidad.

Sin embargo, a mediados del siglo XIX comenzó a gestarse un cambio radical con pintores como Cézanne, Van Gogh y Gauguin que fueron pioneros en transformar la manera de representar la realidad. Ya no se trataba de reproducir el mundo de forma mimética, sino de filtrarlo a través de la experiencia subjetiva. Así, la realidad se deforma, se interpreta y se tiñe del sentir del autor. De este modo, el arte se convierte en una invitación a la interpretación y al diálogo. El espectador debe implicarse y completar la obra. Esto provoca que surjan preguntas acerca de la técnica y de la intención del artista. La pintura remite al interior del autor, a sus sentimientos. Por ello, exige del receptor un esfuerzo activo para conectar con esa dimensión.

Con la llegada de las vanguardias en el siglo XX, esta dinámica se profundiza aún más. Las vanguardias impulsaron una renovación radical que afectó tanto a las formas de representación como a las bases conceptuales del arte. Marcel Duchamp , con sus ready-mades, desplaza la atención del objeto hacia la idea. Al colocar una rueda de bicicleta sobre un taburete y presentarla como arte, despoja al objeto de su función utilitaria y lo transforma en concepto. Lo importante ya no es lo que vemos, sino lo que pensamos sobre lo que vemos.

La genialidad reside en la idea, no en la ejecución técnica. La obra se convierte en una provocación intelectual y el espectador debe asumir el rol de intérprete activo.

Esta actitud se refuerza con las aportaciones teóricas de figuras como Bertolt Brecht, que propone la técnica del distanciamiento, con el objetivo de evitar que el espectador se deje llevar de forma acrítica por el producto cultural. Brecht quería romper la pasividad inducida por narrativas cerradas como las del teatro del momento. Por eso, en su teatro, introduce elementos disruptivos o situaciones incongruentes que obligan al espectador a detenerse y pensar. No se trata de identificarse emocionalmente, sino de comprender, reflexionar, cuestionar.

Paralelamente, Umberto Eco8 conceptualiza la idea de la obra abierta, frente a la obra cerrada que ofrecía una lectura única y definitiva. La obra abierta admite múltiples interpretaciones y no se considera acabada hasta que no es completada por la mirada del receptor. Este tipo de arte, por tanto, no impone un significado, sino que necesita que el espectador colabore para determinarlo. Si el artista deja espacios de ambigüedad esperando una respuesta, la experiencia estética deja de ser unidireccional y se vuelve bidireccional.

Joseph Kosuth, fundador del arte conceptual, lleva esta lógica aún más lejos. En su conocida obra Una y tres sillas, presenta una silla física, una fotografía de la silla y una definición del objeto. La obra no reside en ninguno de esos elementos por separado, sino en la relación que establecemos entre ellos. Se cuestiona el proceso artístico mismo, diluyéndose los límites entre objeto y concepto. En el arte conceptual, incluso el objeto puede desaparecer sin que desaparezca la obra: lo esencial es el proceso, la idea.

Estas transformaciones han dado lugar a nuevas teorías de la recepción, como las de Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser. Reivindican el papel del espectador como igual frente al autor y a la obra. Ya no se trata solo de lo que el artista quiso decir sino también de cómo el espectador lo recibe y lo reinterpreta. Se propone repensar la definición misma de obra de arte: una obra no lo es por sus cualidades intrínsecas, sino por el efecto que produce, por su capacidad de generar sentido, emoción o catarsis. Es el espectador quien puede elevar una obra a la categoría de clásico, al reconocerse en ella, al sentir que le habla de forma profunda.

En este contexto, el rol del museo también debe ser reconsiderado. No se puede atribuir toda la responsabilidad al espectador. Los museos, como instituciones mediadoras entre el arte y el público, tienen el deber de facilitar ese encuentro, de fomentar una experiencia activa, crítica y significativa. Si el espectador se limita a hacer una fotografía y pasar de largo, quizás no solo sea culpa de su inercia cultural, sino también de la manera en que se presentan las obras.

4. El arte banal en barcelona

Barcelona está llena de arte desde sus orígenes hasta hoy. Su historia comienza con la ciudad romana de Barcino. Durante la Edad Media, se destaca como la Ciudad Condal. Tras el descubrimiento de América, pierde protagonismo artístico. Más adelante, con la modernidad y la industrialización, vive su época dorada.

El panorama artístico actual de la ciudad de Barcelona es denso de analizar, pues consta de una arquitectura característica, un entramado urbanístico especial y muchos otros aspectos que podrían considerarse artísticos. No obstante, siguiendo la línea del artículo, nos centraremos en la facticidad de los museos y galerías de la ciudad, pues en ellos es donde se pueden observar las nuevas tendencias artísticas que surgen en la ciudad o que aterrizan en ella.

El elenco de museos en la ciudad consta de una variedad enorme, pues encontramos vértices tan contrarios entre sí como un museo tradicional como el MNAC, en el que se exponen colecciones de distintos movimientos artísticos desde el clasicismo hasta el modernismo; y el CCCB, una exposición normalmente temporal y de temática variable. Por ello, al observar los museos se pueden también descubrir algunas realidades que ya han sido tratadas en relación al arte banal.

En el caso del MNAC, este museo agrupa movimientos artísticos tan lejanos como el arte románico de las iglesias del Pirineo catalán y carteles modernistas al estilo de Toulouse-Lautrec. Ejerce la labor de punto de encuentro entre las distintas corrientes artísticas de forma excepcional, siendo una referencia en el panorama catalán. Cabe destacar que, del mismo modo que ocurre en los museos de corte tradicional, constantemente se ofrecen en las paredes de las distintas salas textos que encuadran el contexto histórico y artístico de la época, de modo que se le facilita al espectador la comprensión de la obra y trata evitar que extraiga una lectura superficial.

Otro aspecto que se ha subrayado anteriormente en el proceso de aparición del arte banal es el de la desacralización del objeto artístico y su lugar de culto. Sin embargo, en Barcelona, galerías como la Fundació Joan Miró, la Fundació Antoni Tàpies y el Museu Picasso no han seguido este esquema en el que la obra ya no goza de un espacio para ella. Estos espacios suponen lugares de culto reservados a la producción artística de un mismo autor y son la representación fidedigna de un fenómeno anterior a la banalización del arte, pues se puede observar que la filosofía que rige estos espacios sigue manteniéndose fiel a la idea del objeto artístico como aquello con un remanente sagrado. Tanto es así que se le dedica el espacio en cuestión a un solo autor y a toda su producción artística, de modo que aquel público que acude al museo lo hace plenamente consciente de que ese espacio está dedicado únicamente al autor de culto.

Sin embargo, este proceso, como se observa en puntos anteriores, sí que ha aterrizado en otros museos, de modo que ya no se reserva un espacio dedicado a un autor, sino que las exposiciones son constantemente temporales. Este es el caso de galerías como el CCCB o el CaixaFòrum, que recurren a exposiciones ya no solo artísticas sino también culturales o de otras disciplinas (Véase las Jornadas de Orwell en Cataluña en el CCCB), por lo que la desacralización del medio de la obra puede observarse claramente.

Otro aspecto relevante es la mercantilización del arte producto del arte de masas. Esta realidad se ha implantado en Barcelona en la medida en que esta ciudad forma parte de la cultura globalizada y del mismo modo que ha sucedido en otras ciudades del mundo . Esta idea se puede apreciar en casos como el MOCO Museum, que al fin y al cabo son galerías provenientes de países extranjeros que, al realizar un estudio de mercado que demuestra que es económicamente rentable colocar una sucursal, se instalan en Barcelona. Además, las piezas que presenta este museo son de la naturaleza de aquellas que Walter Benjamin ya definió en La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica10, pues constan entre ellas obras de autores como Basquiat, Damien Hirtz11, y productos de firmas como Takashi Murakami o Kaws. Estas últimas menciones son el resultado final de la mercantilización y la reproductibilidad del arte, pues consisten en piezas de decoración tales como figuras pequeñas que colocar en el hogar, peluches o cojines que están diseñados siguiendo un mismo patrón (en el caso de KAWS una figura humanoide con cruces en los ojos, y en Murakami, una flor multicolor sonriente). Un último detalle que tal vez pueda pasar desapercibido pero que es radicalmente importante es el hecho de que en la misma puerta del museo, el local que se sitúa a la izquierda es una tienda de figuras KAWS, demostrando una vez más la absoluta hermandad de este tipo de arte con la mercantilización y el capitalismo. Lipovetsky es uno de los teóricos que afirman que el capitalismo y la sociedad de masas12 tienden a estetizar el mundo de tal modo que es inevitable la pérdida de profundidad13

Finalmente, cabe mencionar otro rasgo del arte banal que forma ya parte de la facticidad de Barcelona de una forma indivorciable, y que además ha contribuido a otorgar un nombre de prestigio a esta ciudad: la semana de la moda de Barcelona, también llamada 080 Fashion Week. El hecho de mencionar este tipo de eventos en un artículo sobre la banalización del arte no es irrelevante ni escapa del tema, sino que es una evidencia más de este proceso. En este tipo de eventos encontramos dos hechos en relación al tema del artículo: la propia banalización del arte y la cotidianización llevada a su absoluto.

Cabe preguntarse si verdaderamente este tipo de eventos pueden ser catalogados de artísticos, y como en cualquier debate que consista en otorgar o no esta etiqueta, la conclusión es distinta para cada quién que lo juzgue. Sin embargo, defendemos que la 080 Fashion Week es una consecuencia más de la cotidianización absoluta del arte, de modo que este proceso ha llegado de tal manera a su excelencia que se ha convertido en digno de juicio estético. Tal y como propone John Dewey14

con el término fulfillment, todo aquello que se impulse a su perfección podrá ser considerado artístico; por tanto, no toda la ropa puede ser arte, pero sí aquella que pueda considerarse que ha encumbrado la moda a su cima, a su perfección.

Este fenómeno no solo es palpable en la 080 Fashion Week, sino que también se puede observar en las numerosas galerías de arte que existen en la ciudad. En ellas, es posible cerciorarse de que existe un fin puramente económico que radica en las comisiones que los locales cobran a los artistas por exponer y vender sus obras. Además, las galerías suelen organizar eventos sociales para empresas u otros grupos en los que el propio espacio en el que se disponen las obras no es más que un marco en el que desarrollar una actividad. En este contexto la obra ya no se dispone en el centro de la atención, sino que se banaliza y se convierte en un elemento más de lo cotidiano. De esta forma, el conjunto de obras de arte ya no es lo radicalmente importante en las actividades que se realizan en las galerías, sino que proporcionan un ambiente agradable en el que se convierten en mera decoración.

5. Democratización del arte

Walter Benjamin, en su célebre ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936), ofrece una defensa visionaria del arte de masas. Benjamin sostiene que los nuevos medios técnicos como la fotografía y el cine no deben entenderse como amenazas al arte, sino como manifestaciones del progreso social y artístico15. Si bien es cierto que la reproductibilidad mecánica rompe con el modelo aurático de la obra única, a cambio democratiza el acceso al mundo del arte . Tal y como defendía Marshall McLuhan, estos medios no solo reproducen imágenes, sino que alteran nuestra percepción del mundo. Así, el arte de masas ofrece nuevas formas de sensibilidad colectiva y de involucración social. Según McLuhan, los medios electrónicos rompen con la cultura lineal de la imprenta y recuperan una experiencia más sensorial, colectiva e interactiva. Esto se traduce en una mayor participación del público, tanto a nivel estético como social y político. Para él, las nuevas formas de arte de masas suponen una expansión de la sensibilidad humana y una democratización de la cultura. De este modo, el arte de masas favorece el surgimiento de una conciencia plural y fomenta modos de vida basados en la comunidad y la colaboración.

Hoy en día, plataformas como Instagram, TikTok o YouTube permiten que cualquier usuario puede crear, compartir y difundir contenido con una dimensión estética sin necesidad de pasar por las instituciones clásicas del mundo del arte. Este acceso masivo no solo visibiliza prácticas artísticas antes marginadas como el arte callejero de Bansky, sino que descentraliza la autoridad estética, permitiendo que el juicio y la legitimación provengan de una comunidad digital diversa y global.

Además, las redes sociales convierten la estética en parte de la vida cotidiana. La forma en que se fotografía la comida, se editan los vídeos sobre viajes o se construyen perfiles responde a una lógica de estetización de lo cotidiano. Esto diluye las fronteras entre lo que es arte y la vida cotidiana. Los influencers ejemplifican este fenómeno al transformar momentos personales y rutinarios en imágenes y relatos estéticamente trabajados que conectan con una audiencia global.

A su vez, la interactividad y la retroalimentación inmediata con la audiencia transforman la relación entre el artista y el espectador, volviéndola más horizontal y participativa. Se sustituye una comunicación unidireccional donde el artista crea y el público observa pasivamente, por un diálogo constante en el que los espectadores comentan, reaccionan y en algunos casos, influyen en la evolución del trabajo artístico. Esta dinámica rompe con el modelo jerárquico tradicional en el que la autoridad creativa residía exclusivamente en el artista o en las instituciones legitimadoras. Ahora, el público puede convertirse en coautor simbólico de la obra, bien sea a través de reinterpretaciones, colaboraciones espontáneas o simplemente guiando las decisiones del creador mediante su respuesta inmediata. Por ejemplo, en el ámbito musical, plataformas como TikTok permiten que los usuarios participen activamente en la difusión y transformación de canciones mediante tendencias virales que influyen directamente en el éxito y la evolución de las piezas.

La irrupción de la inteligencia artificial en relación con el mundo del arte ha profundizado en el cambio de paradigma artístico. Al mismo tiempo, ha desencadenado interrogantes sobre la naturaleza misma del arte. ¿Podemos seguir llamando “arte” a algo generado sin conciencia, sin memoria, sin historia personal?¿Dónde queda el gesto humano, la intención, la subjetividad que tradicionalmente han definido la obra artística?¿Qué valor tiene una obra cuando puede producirse infinitamente y sin esfuerzo?

La IA no solo facilita la producción artística, va más allá. La automatiza, la acelera y la multiplica hasta niveles antes impensables. Para algunos17 , esto representa el culmen del arte: una síntesis extrema entre creatividad y técnica donde toda la tecnología acumulada por la humanidad se pone al servicio de la creación. Sin embargo, para otros, esta hibridación conlleva el riesgo de vaciar al arte de su sentido, de reducirlo a una mera cuestión de procesos y algoritmos donde lo técnico desplaza lo poético.

Benjamin también nos dio una clave para abordar este dilema. Defendía que el cine no podía ser juzgado con los criterios del teatro o de la pintura tradicionales. Tal vez se deba aplicar esa misma lógica al arte generado por IA: entender que no estamos ante una degeneración del arte, sino ante una mutación. Lo que está en juego no es solo la autoría, sino el propio modo en que valoramos, experimentamos y pensamos lo artístico.

6. Conclusión

El fenómeno de la banalización del arte es una realidad que sigue despertando debates intensos . Las consideraciones que unos u otros emiten sobre esto son amplias, dispares e incluso contrarias. Sin embargo, como se ha explicitado en las primeras ideas de este artículo, el objetivo no ha consistido en elaborar un juicio apetitivo sobre este fenómeno, sino en retratarlo, esclarecer los argumentos que lo hacen comprensible y plasmarlos en la realidad artística de la ciudad de Barcelona.

De este modo, se puede observar que los factores que influyen en un concepto aparentemente tan simple como el arte banal abarcan desde el desarrollo de teorías estéticas alternativas a la belleza y la figuración, la materialización de lo artísticamente sagrado a la cotidianeidad, la influencia del capitalismo y la cultura de masas en la estética y, la democratización e inherente pérdida de profundidad y la reacción de un público alienado por la superficialidad de los tiempos contemporáneos. Todo ello conforma el fenómeno de la banalización del arte

Este artículo ha apostado desde un principio en ahondar en este concepto con el objetivo último de aportar a quienes elaboran juicios apetitivos desde la superficialidad una visión transversal del tema, pues más allá de que este arte despierte sensaciones positivas o negativas, es inapelablemente la realidad que impera en el arte de estos tiempos.

Hegel ya propuso en el siglo XIX una tesis enormemente malinterpretada conocida como La Muerte del Arte18, que predecía la pérdida de sustancialidad del arte futuro. Así, no considera esta pérdida como algo negativo, sino simplemente como una transformación notable del arte que desembocaría en algo distinto. Además, Hegel sostenía que independientemente de sus gustos, el arte de los tiempos venideros, sería el arte acorde al espíritu de su tiempo. Por ello, no es necesario recordar con nostalgia el arte pasado.

El arte actual es objeto de críticas feroces. Cabe recordar que este es el reflejo de nuestra sociedad. Nosotros hacemos arte y lo consumimos. El hombre contemporáneo crea el arte de su tiempo observando su entorno y mirándose al espejo. Criticar el arte de nuestros tiempos es criticar nuestra cultura. Así, la banalización del arte es una proyección más de la alienación del hombre de nuestros tiempos.

BIBLIOGRAFÍA/ SABER MÁS

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• Bilton, N: “Artificial intelligence may be humanity’s most ingenious invention—and its last?”, En Vanity Fair, 13 de septiembre de 2023.

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• Danto, A.: La transfiguración del lugar común: Una filosofía del arte. Ed. Paidós, Barcelona, 2002.

• Debord, G.: La sociedad del espectáculo. Editorial Pretextos, 2000.

• Dewey, J.: El arte como experiencia. Ed. Paidós, Barcelona, 2008.

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• Marchán Fiz, S.: Estética de la cultura moderna. Alianza, Madrid, 1987.

• Rosenkranz, K.: Estética de lo feo. Athenaica, Sevilla, 2021.

• Vilar, G.: Desartización: Paradojas de un arte sin fin. Universidad de Salamanca, Salamanca, 2010.

Benjamin, Walter: La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Ed. Ítaca, México DF, 1936, pp. 13-14.

2 Benjamin, Walter: La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Ed. Ítaca, México DF, 1936, pp. 46-48.

3 Ibidem

4 Rosenkranz lo explica así en su análisis sobre la importancia en la historia de la estética del concepto de fealdad: “Sin embargo, el tratamiento del concepto de lo feo ha sido hasta ahora de una breve generalidad poco detallada o se ha limitado a una visión excesivamente espiritualista y unilateral.” (Rosenkranz, Karl: Estética de lo feo. Ed. Athenaica, Sevilla, 2021, pp 40-41).

5 Gama, Luis Eduardo: “Los saberes del arte. La experiencia estética en Nietzsche”. En Ideas y valores, 56, 2008, p. 136.

6 Cfr. Debord, G.: La sociedad del espectáculo. Editorial Pretextos, 2000.

7 Jiménez, José: Teoría del arte. Tecnos, 2002, pp. 29-31.

8 Eco, U: La obra abierta. Ed. Ariel, Barcelona, 1992.

9 Lipovetsky, Gilles: La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico. Anagrama, Barcelona, 2015, pp. 7-8.

10 Benjamin, Walter: La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica 16-17.

11 Jiménez, José: Teoría del arte. Tecnos, 2002, pp. 42-44.

12 Jiménez, José: Teoría del arte. Tecnos, 2002, p. 36.

13 Ibidem

14 Dewey, John: El arte como experiencia. Ed. Paidós, Barcelona, pp. 3-5.

15 Benjamin, Walter: La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica Ed. Ítaca, México DF, pp. 50-51

16 Walter Benjamin argumenta que la pregunta sobre la originalidad de la obra basada en la reproductibilidad es un sinsentido.

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La era del sad pop: cuando bailar es llorar por dentro

En la pista brillan luces, pero por dentro todo vibra distinto. Hoy podemos bailar una canción que, en realidad, habla de ansiedad, soledad, rupturas o inseguridad… y sentirnos identificados.

La música, como el arte, es espejo de la sociedad y nuestra fiel compañera en el vaivén de nuestros días, marcando el compás de cómo pensamos, cómo sentimos y cómo vivimos. En los hits actuales, encontramos letras profundas, repletas de melancolía, nostalgia y vulnerabilidad. Letras que se alejan de lo superficial, dando cabida a realidades dolorosas. Esta dualidad entre lo exteriormente animado y lo emocionalmente roto es, precisamente, lo que define al sad pop

Este género alcanzó su auge entre 2018 y 2021, cuando artistas como Billie Eilish, Conan Gray u Olivia Rodrigo convirtieron la tristeza en himnos virales que conectan con una generación entera. Desde entonces, el sad pop no ha desaparecido, pero sí ha comenzado a evolucionar. Ya no se trata solo de sufrir con estilo: ahora también se busca sanar, reflexionar, incluso reírse de la melancolía. Lo que empezó como una estética se está transformando en una forma de conciencia emocional, más madura, más serena y, quizás, más honesta.

Para la Generación Z, el sad pop no es solo un género: es una vía de escape emocional que ayuda a reconectar con la realidad. Esta generación, también conocida como generación de cristal, se enfrenta a las dificultades de una época marcada, en gran parte, por el efecto de la posmodernidad y la carencia de pilares sólidos. Lejos del cliché que los tacha de débiles o superficiales, estos jóvenes bailan y cantan a todo pulmón canciones que duelen para resistir un mundo que les exige productividad, filtros y una constante emotividad performativa. Una generación profundamente conectada con sus emociones, que ha encontrado en artistas como Lana Del Rey una forma de romantizarlas.

“Sadness isn't a weakness, it's a way of feeling deeply. And that's beautiful”. Son palabras de Billie Eilish, una de las principales artistas de este género. Un grupo de autores que han construido un imaginario reconocible: luces de neón tenues, maquillaje corrido, cámaras analógicas, lágrimas con glitter, sudaderas oversized, cuadernos escritos a mano, flores marchitas, vinilos. Todo transmite una belleza rota y una nostalgia que se han convertido en estética.

En TikTok o Instagram no es raro encontrar selfies llorando, playlists con títulos como “para llorar en la ducha” o vídeos con subtítulos que parecen sacados de un diario íntimo: “sonríe por fuera, pero te está costando seguir”. La moda sad pop convierte el dolor en estilo. Y lejos de superficializarlo, lo muestra con una honestidad estética

que conecta con millones de personas. La ropa también habla: el delineado oscuro, los tonos apagados, los detalles bordados a mano, las zapatillas desgastadas… Todo grita “aquí estoy”, aunque por dentro todo duela. La tristeza, para este movimiento estético, ya no se esconde: se comparte, se lleva puesta y se convierte en lenguaje colectivo.

El sad pop ha modificado nuestra forma de relacionarnos con las emociones, donde la tristeza es legítima y compartida. Ya no se trata de llorar en silencio: ahora podemos llorar cantando, sintiendo que formamos parte de esa comunidad emocional donde sentirte solo se vuelve igual de doloroso, pero menos solitario. Canciones que no ofrecen respuestas, pero acompañan. Que no curan, pero consuelan. El sad pop no pretende salvarnos, pero sí abrazarnos en medio del caos.

Aunque el sad pop ofrece un refugio emocional y sea un espejo generacional, conviene preguntarse por sus límites. Convertir la música en un bucle de melancolía corre el riesgo de encerrarnos en ella. En un contexto donde todo es efímero los vínculos, la atención, las emociones, hacen del vaivén un hábito. Debemos reconocer el dolor pero no por ello romantizarlo, necesitamos de un contrapunto que nos ayude a avanzar: la alegría.

La capacidad expresiva de estas canciones adquiere pleno sentido cuando dialoga con experiencias que trascienden la pantalla y la lista de reproducción — teniendo conversaciones profundas, miradas sinceras y abrazos sanadores. En ese equilibrio entre catarsis musical y vínculo real reside, quizá, el principal desafío para una generación que ha convertido la pena en estética: transformar la emoción compartida en punto de partida y no en destino.

Tendencias narrativas en las redes sociales

Ricardo Ortea Vélez

Estudiante de Comunicación Audiovisual en UIC Barcelona

Incontables veces se nos ha dicho que el mundo está ahí fuera y no en las pantallas. ¿Acaso lo que grabamos no forma parte del mundo? Como humanos que somos, es bien sabido que si algo nos gusta son las historias. Aunque cambien los formatos y los gustos, no deja de estar en nuestros genes la necesidad de que nos cuenten o contar a los demás una narrativa. Porque cada momento de nuestra vida es ahora una historia.

En este artículo he decidido estudiar cómo se están combinando la tendencias tecnológicas recientes con la tendencia milenaria del ser humano a contar historias. Es decir, qué se nos cuenta y cómo se nos está contando en estas nuevas plataformas de comunicación, qué narrativas están triunfando y cuáles son sus significados.

En el ámbito cómico, la narrativa de moda es el famoso “POV” (point of view). El POV es una recopilación de situaciones explicadas desde nuestro punto de vista, con la cámara en un plano subjetivo. Esta narrativa se estructura en diferentes escenarios que describen una situación o a una persona desde el punto de vista del autor, como si se viviera en carne propia.

El POV se emplea fundamentalmente desde un punto de vista irónico y cómico, interpretando situaciones con las que nos sentimos muy familiarizados, pero llevadas al extremo, como debe ser en una imitación. Cada creador elige su formato de vídeo y su estructura, de acuerdo a su personalidad y carisma. En este enlace puede verse el ejemplo de un creador muy conocido, @Nachter.

En un ámbito más cinematográfico, tenemos el edit, que consiste habitualmente en el elogio a un personaje ficticio. Se trata de una recopilación de secuencias en cámara lenta, pero muy breves, guiadas por transiciones creativas y llamativas y una música techno que resalta de forma más clara la epicidad o importancia del personaje. Esto ha dado un gran impulso y mucha promoción de forma involuntaria a las productoras de las películas o series a las que pertenecen estos personajes. Una buena publicidad es la que hacen los propios clientes.

Esta narrativa suele seguir una serie de pasos, que expongo a continuación:

1. Una introducción que muestra un fragmento importante, una cita o un acto resaltable del personaje.

2. Al finalizar la introducción, se eleva la música cuyo estribillo recae en la primera secuencia de esa batería de imágenes o vídeos que salen tras el fragmento del protagonista.

3. Batería de secuencias: Esas secuencias suelen ser imágenes del propio personaje con miradas profundas y rostros expresivos que resaltan su personalidad acompañados por la épica música.

En este enlace se puede ver un ejemplo de esta edición sobre escenas de la película “With the Rebellion”.

Finalmente, en un ámbito más comercial, tenemos el reel. Este formato es algo más antiguo, pero sigue siendo tendencia en redes y sorprendentemente también se basa en una narrativa, armada sobre un ciclo temporal: del amanecer al anochecer, arrancar motores y salir, de la apertura al cierre, desde pedir la carta hasta que llega la cuenta… Todo tiene un inicio y un fin. Un claro ejemplo podría ser un reel de un coche, que acostumbra a ser una imitación de los mismos anuncios de televisión.

Comienza con un desencadenamiento de planos detalle al ritmo de la canción (habitualmente suaves y estabilizados). Poco a poco se van abriendo los planos mostrando el coche en su plenitud. Finalmente, nos muestran los planos del coche en una carretera solitaria con un entorno agradable. Aquí puede variar mucho dependiendo de la intención del creador: usar planos muy abiertos desde un dron, o bien cerrados del retrovisor, las llantas.

A continuación comparto tres ejemplos de reels automovilísticos que siguen estas pautas:

Cuando la historia y la ficción se encuentran

Marc Preseguer Riqué Estudiante de Periodismo en UIC Barcelona

Narrar historias permite una libertad creativa casi infinita, pero cuando se trata de la historia de la humanidad, parece que existe un muro infranqueable para la fabulación. Aun así, hay creadores que no solo lo atraviesan, sino que juegan abiertamente con esa posibilidad. Uno de los ejemplos más destacados es Quentin Tarantino, que en Inglourious Basterds (2009) decide acabar con Hitler en un cine en llamas, o en Once Upon a Time in Hollywood… (2019), donde transforma los asesinatos de Cielo Drive en una venganza violenta. En ambos casos, la historia se modifica para ofrecer una justicia poética (y sangrienta).

Este tipo de relato también se ha trasladado a las series de televisión, tanto antiguas como recientes. En The Man in the High Castle (2015-2019), se muestra un mundo en el que el Eje ha ganado la guerra, mientras que Watchmen (2019) nos presenta unos Estados Unidos con la historia alterada por las intervenciones de los superhéroes. Como último ejemplo, Fatherland (1994) propone una Europa dominada por el Tercer Reich en pleno 1964.

La literatura tampoco queda atrás. En The Plot against America (2005), Philip Roth imagina que Charles Lindbergh llega a la presidencia de los Estados Unidos y establece una alianza con Hitler. Stephen King, en 11/22/63 (2011), hace que un profesor viaje en el tiempo para evitar el asesinato de Kennedy, cambiando el curso de la historia y provocando sucesos completamente distintos.

En todos estos casos, la reescritura no solo sirve como método de entretenimiento, sino también como una forma de cuestionar qué habría pasado si el mundo hubiera tomado un camino diferente.

EJEMPLO 1 EJEMPLO 2
EJEMPLO 3

Panorama

Revista del Observatorio de Tendencias Sociales de UIC Barcelona
UIC Barcelona International University of Catalonia Carrer de la Immaculada, 22 Sarrià-Sant Gervasi, 08017 Barcelona
de tendencias

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