Revista Adventista - ¿Deberían los adventistas celebrar la navidad? (Diciembre 2013)

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distancia y eso hace que seamos frágiles y débiles frente a cierto tipo de tentaciones. ¿Por qué menciono esto? Porque el zarandeo, no se va a producir en el ámbito de las pruebas fáciles, ni siquiera en el ámbito de las pruebas difíciles sino en el de las imposibles. ¿QUIÉN PRODUCE EL ZARANDEO? Frente a esta pregunta la primera respuesta que viene a mi mente es: ¡Satanás! Pero ¿esto es así? ¿Satanás es el único que realiza el zarandeo? Tomemos el caso del joven rico. Aquel joven era de gran valía. El mismo Jesús lo reconoce como alguien especial pero… siempre hay un pero en la vida de cada creyente: “Una cosa te falta”. Es decir, tenía un punto débil. Jesús puso su dedo en ese punto y ¿qué sucedió? Todos lo sabemos, aquel joven se marchó. Aunque tenía grandes virtudes, no superó su zarandeo. Señalemos algunas de esas virtudes: A pesar de ser importante, fue capaz de postrarse ante Jesús delante de la gente. A pesar de tener dinero, valoraba las cosas espirituales. A pesar de tener poder, era capaz de respetar a los que no tenían nada. ¡Qué grandes virtudes! Era lo que hoy podríamos llamar: Un gran hombre. ¿Dónde estaba su problema? Considerando su situación percibo tres problemas: 1) Tenía miedo de perder su status, 2) No quería depender de los demás y 3) No quería ser diferente a lo que era. ¿Quién produjo su zarandeo? Jesús. ¿Qué habría pasado si el zarandeo lo hubiese realizado Satanás? La diferencia entre ambos zarandeos es claro, mientras el zarandeo divino nos abre la puerta a la reflexión, al arrepentimiento y al cambio, el de Satanás nos cierras las puertas a la esperanza y nos deja en las tinieblas. Veamos esto en Pedro. EL ZARANDEO DE PEDRO ¿En qué consistió? En hacer que Pedro se viese cómo era y no como creía ser. Es bueno recordar que Satanás prepara muy bien sus zarandeos. Vamos a verlo con Pedro. Todo comenzó con un desencanto. ¿Recuerdas dónde se produjo?… en el monte de los olivos. Jesús estaba orando con sus discípulos, de pronto una turba formada por los jefes de la guardia del templo, los principales sacerdotes y los ancianos se presentan con palos y se disponen a detener a Jesús. Marcos lo recoge de la siguiente manera: Uno de ellos (de los discípulos) cogió una espada y le cortó la oreja al hijo del sumo sacerdote. ¿Quién fue este hombre? Pedro. Pedro “momentos antes” le había dicho a Jesús que estaba dispuesto a ir con él hasta la muerte. Sacar la espada en esa situación suponía justamente eso, la muerte. Así que Pedro cumplió su palabra. ¿Qué hizo Jesús frente a la iniciativa arriesgada de Pedro? Le detuvo, le reprendió y por si fuera poco, deshizo lo que hizo al curar a Malco. ¿Cómo quedó Pedro? No es fácil expresarlo pero quizás acertaríamos si dijésemos que quedó chasqueado, avergonzado, desilusionado. Es decir, Pedro sufrió un desengaño. Fue el primer paso de su zarandeo. A este estado de ánimo se añadieron otras

cosas: La noche, el seguir a Jesús de lejos, el mezclarse con los enemigos… y en este escenario llegó la afirmación y llegó de una forma rápida e inesperada: “Tú también eres de ellos”. Y esta afirmación repetida por tres veces hizo que saliera de los labios de Pedro algo extraño: “No conozco al hombre”. Y añade el texto bíblico que Pedro saliendo fuera, lloró amargamente. ¿CUÁNTOS ZARANDEOS EXISTEN? Esta es una pregunta interesante. Efectivamente todos conocemos el zarandeo que se produce con la lucha ante la tentación. Pero existe otro zarandeo que con frecuencia olvidamos y es el zarandeo que aparece después de la caída. El primero lo produce Satanás, el segundo lo produce el Espíritu Santo. El uno consiste en luchar para no caer, el otro consiste en luchar para levantarse. Una pregunta ¿Cuál de los dos es el más duro y el más decisivo? Si lo piensas bien reconocerás que el segundo. Pedro tuvo que pasar por los dos. En el primero fracasó, pero en el segundo triunfó y gracias a este triunfo su vida se transformó en victoria. Consideremos este segundo zarandeo. EL SEGUNDO ZARANDEO Es cierto que Pedro falló cuando se le pidió que se identificase. Pero su mayor problema no estuvo ahí sino en lo que pasó después: Se trataba de abandonar o de levantarse y seguir. Este fue su mayor desafío, su mayor zarandeo. Sin embargo el Espíritu Santo luchó en este zarandeo para que Pedro finalmente saliese para vencer. ¿En qué consistió esa lucha?: Aceptar lo que era. Pedro siempre pensó que era un seguidor ejemplar, impetuoso sí, pero sincero y honesto. Ahora se mira así mismo y ¿cómo se ve? como un hipócrita, como un monstruo capaz de negar a su amado Maestro. No debió ser nada fácil aceptar su realidad. Y el texto lo recoge diciendo que Pedro “lloró amargamente”. ¿Qué debió pasar por su cabeza mientras se contemplaba a sí mismo? Es muy duro descubrir que uno es una cosa diferente a lo que creía ser. Y Pedro luchó entre las sugerencias del enemigo y la invitación divina. ¿Sería posible levantarse y transformar su triste realidad en ese hombre bueno y honesto que siempre creyó ser? Este fue su zarandeo. CONCLUSIÓN ¡Cuánto tenemos que aprender todos de las luchas con el enemigo! Y la experiencia vivida por Pedro nos enseña una sabia lección. La vida de cada creyente está envuelta en caídas constantes, y frente a las caídas el desafío: levantarse y seguir o quedarse tumbado y abandonar. ¡Cuántos creyentes una vez caídos han seguido caídos porque no han encontrado fuerzas para levantarse! Han creído que la caída por fallar en el primer zarandeo, les hace inadecuados para continuar la lucha. Y no se dan cuenta de que fallar no es nuestro mayor defecto sino el no confiar en la misericordia divina. Cuando Jesús dijo a sus discípulos que “todo pecado podía ser perdonado”, lo que intentaba decir es que la derrota del pecado no consiste en caer, sino en no

Revista Adventista – Diciembre 2013 – 3


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