Cultura Urbana 40-41

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La Merced y la cultura popular

Carlos Monsiváis

la realidad resultaban sus cómplices y sus semejantes. Al declararse «jubilado» El Centro, el cine nacional se precipitó en el anacronismo. Los años setentas introdujeron dos novedades de re­ percusión escenográfica: el Metro, que masificó el Centro sin modernizarlo, y el adjetivo Histórico, que l­eg­ alizó la jubilación, presionó por iglesis y plazas remode­ladas, fomentó en pequeña escala el turismo interno, cambió el recuerdo lírico de las tradiciones por las tesis de grado y dio paso a la saludable variedad de recuperaciones, rescates y defensas. Y ya Centro Histórico, con la aureola de la victoria frente al tiempo,El Centro volvió a las andadas, o nunca quiso ser distinto. Lo invadieron los ambulantes, los desempleados, la procesión burocrática que nunca empieza ni termina, las marchas de protesta, los inconformes y los planificadores. Los antropólogos y los sociólogo­s colonizaron las vecindades, los arqueólogos nos deslumbraron con los descubrimientos del Templo Mayor, los historiadores del arte defendieron al virreinat­o del olvido del siglo XIX y, al cabo de hazañas y revelacione­s, el Centro o el Centro Histórico ni se deja modernizar, ni admite el envejecimiento. Desde sus contrastes y en su desbordamiento, sigue siendo el archivo vital del país—reliquia que, con sus métodos, impide la tiranía del país—mal del siglo XXI.

«Dirás que no me quisiste, pero vas a estar muy triste» ¿Qué hace un joven o una joven de clases populares en el periodo 1960-1980? Si no es desempleado (la persona más activa), lo más probable es que trabaje en cerrajerías, tiendas de instrumentos musicales, tlapalerías, b­o­degas, tintorerías, tiendas de artículos de loza / papelerías, distribuidoras de textiles, ferreterías, tiendas de platería, tiendas de herrajes para piel, ópticas, carnicerías, carpinterías / misceláneas, sastrerías, tiendas de discos, zapaterías, far-

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macias, droguerías, tiendas de ropa, tiendas de a­rtículos eléctricos, dulcerías, estudios fotográficos, taquerías, tortillerías, restaurantes, locales con jugos de frutas, neverías, tiendas de abarrotes, cantinas… Son significativas las variantes entre una generación y otra. Entre los jóvenes se acentúa la experiencia tecnológica, se asimilan, como sin percibirlos, diferentes aspectos de la americanización, la secularización afecta a la religión central y a las complementaciones reacias al cambio, entre ellas a los mitos y las teorías que se desprenden de la desigualdad extrema. Realidades y determinismos de la pobreza: quien no estudió (quien no se topó con las oportunidades en la vida) se resigna; nacer o avecindarse en un barrio popular es llegar a todo con retraso; el consuelo de ser pobre es vivir a fondo el caos solidario que jamás conocerán los ricos; quien separa al gozo del fatalismo no sabe distinguir. Al ampliarse ominosamente, la ciudad (el movimiento de las viviendas y los trabajos) modifica las formas de relación y la expectativas de los jóvenes y de sus padres o vecinos. ¿Quién puede seguir viviendo igual si por razones de tiempo precario y espacio mínimo, fiscalizar al vecino se vuelve «incosteable»? Antes, al sector popular del Centro Histórico todo le quedaba relativamente cerca, y lo que no, le resultaba pretexto de excursiones gozosas. Pero al expandirse la capital, muchas de las diver­ sio­nes se alejan, otras se degradan, y el concepto de «excursión aquí nomás a las afueras» entra en crisis. ¿Y quién podrá todavía decir: «Al acto fue toda la ciudad»? Ni como metáfora es válida la jactancia: toda la ciudad deja de ser término aplicable a hechos ajenos a la radio y la televisión. Progresivamente, en la ciudad que le fue tan devota, a la cultura popular clásica —es decir, a la síntesis de lo más conocido y requerido del proceso mexicano en la primera mitad del siglo XX— pocos la frecuentan, muchos la evocan legendariamente, dándola por perdida,


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